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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Tarde del lunes, 20 de abril de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros del Conde de la Maza (bien presentados, con peligro y diferente juego (2º, 5º y 6º, los mejores).

Diestros:

Rafaelillo De nazareno y oro. Estocada contraria (saludos desde el tercio); Meteysaca, pinchazo, estocada tendida (saludos desde el tercio).

Luis Vilches. De verde esperanza y oro. Pinchazo hondo caído, aviso (silencio); municipal (estocada entera y contraria que atraviesa al animal y sale por el costado), estocada desprendida (saludos desde el tercio).

Joselillo. De grana y oro. Estocada caidita, rueda sin puntilla (saludos desde el tercio); pinchazo, estocada, aviso (silencio).

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: Soleado y primaveral.

Entrada: Más de media plaza.

Crónicas de la prensa: Diario de Sevilla, ABC, El Mundo, El País, EFE, Ignacio de Cossío.

©EFE y Marcelo del Pozo/Reuters. Luis Vilches arriba; abajo, Rafaelillo


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Y llegaron los del Conde. Escurridos, astifinos, violentos y peligrosos, como si el conde siguiera tentando a sus madres en “Arenales”. Pero del Conde de la Maza siempre hay uno que se deja, y además por la forma de embestir, violenta pero con transmisión, suele llevar un cortijo en los pitones. Si no un cortijo, al menos cuarenta o cincuenta corridas firmadas. Y le tocó a Luis Vilches, que estuvo muy bien con él y lo estropeó todo con la espada. Así lloraba el fino torero utrerano, negándose a dar la vuelta al ruedo. El pobre Rafaelillo, murciano él y valiente, se acordará toda su vida del lote que le tocó en su debut en la Maestranza, incluido su fallido intento de portagayola. No menos valiente y con oficio estuvo Joselillo ante toros que miraban, estaban en todo lo que se movía, medían todas las distancias y te tiraban un tarascón en cuanto te descuidabas. Aburridos no estuvimos, eso sí. Emoción hubo en todos los tercios, incluidos los de varas. Este año el Conde no lidió en el Corpus ni en agosto, pero salió de lo mismo por chiqueros. Por cierto, hay un sobrero de “El Serrano” que no sale nunca que se llama “Presidiario”. Cuando salga de la cárcel, o de los corrales que es lo mismo, no quiero ni pensar lo cabreado que estará.


Lo mejor, lo peor

Por Carlos Javier Trejo.

Corrida dura la del Conde de la Maza, bien presentada y con unas encornaduras íntegras que dadas las dificultades transmitieron emoción a los tendidos. Hay que destacar la disposición de la terna, que no se amilanó ante los condesos. Rafaelillo sorteó el peor lote, toros que se orientaron, se revolvieron en un palmo de terreno y con los que estovo decidido y solvente. A Luis Vilches le correspondió el toro de mejor condición, el 5º, un mansurrón que se desplazó con transmisión y con el que tras un brillante inicio de faena dejó algunos buenos muletazos aunque sin terminar de rematar. Joselillo se entregó al entrar a matar en el 3º saliendo prendido en unos segundos angustiosos, dejando patente su pundonor y honestidad.

Hablamos siempre que en el toreo no se puede dejar pasar el tren, nunca sabes si va a volver. Luis Vilches debió cuajar al 5º de la tarde, un toro que transmitía emoción a los tendidos, y que él mismo comenzó a torear con gusto en los primeros compases de la faena. Se sucedieron series de calidad intermitente, no siempre limpias, pero que no acabaron de convencer. Aun así si lo mata bien le hubieran pedido la oreja. Rafaelillo tendría que habérsela dejado puesta al 3º. Bien tapado, se hubiera tragado alguna serie. En el 6º se sucedieron los pases sin alcanzar eco alguno en los tendidos. Los toros del Conde de la Maza se orientaron pronto y desarrollaron sentido, muy complicados y con pocas virtudes.


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Entre un infierno de gañafones, Luis Vilches acaricia la gloria

Los del Conde de la Maza fueron un mazazo para el espectáculo. Al menos, para el toreo de lucimiento de nuestros días. En el especial del Domingo de Resurrección explicaba que era incomprensible la inclusión de esta ganadería en la Feria de Abril. El tiempo me ha dado la razón. Encierro correoso, duro, con algunos galafates peligrosísimos y que tuvo como positivo su seriedad en la presentación, con toros muy astifinos. Ninguno propició el toreo de capa. La corrida precisó de agallas.

En medio de un infierno de gañafones y hachazos, Luis Vilches acarició la gloria del éxito. Cuajó una gran faena al quinto, pero la malogró por el mal uso de la espada; Rafaelillo fue todo corazón y valor y Joselillo, que tuvo en suerte el único potable, en el cierre, se perdió en una labor amontonada, de muchísimos muletazos y a la que le faltó calidad. En cualquier caso, el respeto, muy merecido, para los tres matadores de toros, que salieron por su pie y sin ahogarse en ese mar proceloso de oleadas y tornillazos.

Los únicos instantes estéticos llegaron de la mano de Luis Vilches, que reaparecía tras el cornalón tremendo que sufrió el pasado agosto en Cenicientos, capital del Valle del Terror. Sucedió con el quinto en la muleta, a la que llegó el toro con movilidad, pero sin entrega ni humillación. El utrerano deslumbró con un comienzo muy torero, gustándose en muletazos en los que metía los riñones y que cerró con un trincherazo de cartel. Otra serie con la diestra, en la que recogió al toro, con tendencia a salir suelto, tuvo mérito. Se arrancó la banda de Tejera con un pasodoble. Y el toro, ya rajado, salió de la siguiente con la cara alta, aunque siguiendo el engaño. Al lado de los cuatro barrabás que se habían jugado anteriormente, parecía una hermanita de la caridad. Pero el toro nunca fue franco ni se entregó. El sevillano cerró con una tanda con la zurda de cierta altura. El público, que supo valorar la disposición y el buen toreo, estaba totalmente entregado. Pero Luis Vilches falló con la espada y perdió un éxito cantado. Y van… Una pena. Estocada que salió por un costillar y bajonazo. Lo que era para premio acabó en una gran ovación que el torero escuchó, llorando, en los medios. Con su primero, una prenda que acometía a cabezazos unas veces y otras salía con la cara por las nubes, el torero se justificó en una labor seria y medida, en la que tampoco estuvo acertado con la tizona.

Rafaelillo fue todo corazón ante su lote, el peor y de pésimas ideas. Ante el que abrió plaza, un regalito, que cazaba moscas por el pitón derecho y se revolvía como un rayo por el izquierdo, tragó lo indecible en una faena porfiona, en la que se fajó con el animal. El murciano salió a tumba abierta ante el cuarto, al que quiso recibir con una larga cambiada de rodillas a portagayola. Tal como iba la corrida era jugar a la ruleta rusa, pero Rafaelillo tuvo al público con el corazón en un puño durante unos segundos que fueron eternos, en los que la fiera tardaba en salir y cuando lo hizo fue andando y buscando el bulto. El diestro se libró por reflejos de una cornada. Como principal arma para lidiar al toro mostró la de su vergüenza torera, en una faena en la que en más una ocasión pasó la frontera ante un galafate que parecía catedrático emérito en latín.

Joselillo estuvo voluntarioso ante el complicado tercero, que le arrancó la muleta de un hachazo cuando se la echó a la izquierda. Estuvo en más de una ocasión a merced del astado, a veces por su mala colocación. Se tiró como un león a matar, a topacarnero, y fue prendido a la altura del pecho, llevándose el toro parte de la camisa en su pitón derecho. Con el sexto, el más potable del peligroso encierro, se perdió en una faena con muchos muletazos, pero que no caló en ningún momento en el público. En este toro estuvo a punto de suceder una tragedia. El toro derribó en una oleada a Rafael Sauco y su cabalgadura, bajo la que quedó atrapado el varilarguero. La fiera miró al cuello del picador, sentado en la arena, atrapado. Se arrancó… pero en el camino se encontró con el cuello del caballo. Hacía allí partió cuando llegaron todos al quite, con Luis Vilches coleando al animal y Rafaelillo metiendo su capote, como ángeles salvadores.


ABC

Por Zavala de la Serna. Un león, cuatro tigres y dos toros

En Triana hablamos del toreo por la mañana. Ignacio Murube y Agustín Arjona son libros abiertos para leerlos despacio entre caña y mojama. Por la tarde el parlamento ya hubiera sido sobre tambores de guerra. La corrida del Conde de la Maza traía fuego en la mirada y minas antipersonas en las amplias testuces imposibles. ¡Qué miedo! A la muerte del cuarto escribíamos de tres leones; a la muerte del sexto quedó un león: Rafaelillo. Y cuatro tigres y dos toros. Luis Vilches y Joselillo reunieron todos los méritos habidos y por haber. Pero cuando quinto y sexto -otra expresión, otra encornadura, otra forma- metieron la cara, las cosas no se redondearon. Vilches viene de una cornada de caballo con arrancamiento de safena en la «Monumental» de Cenicientos, que es la plaza de Moncholi y una carnicería de toreros. Y allí, curiosamente, también cayó Joselillo con las carnes rotas en el ferragosto criminal. No valen disculpas, pero cuentan las historias. Ocho meses se ha pasado Luis Vilches reconstruyéndose el cuerpo y el alma. Y con las cicatrices de la memoria trató de hacer de tripas corazón con el toro de la tarde, y en líneas generales su concepto del toreo rayó a buena altura en un trincherazo monumental, en fases de viejas promesas de calidad. Pero para ese toro tan encastado, que rompía más humillado que ninguno, hacía falta pisar el acelerador, el paso definitivo lastrado por cientos de horas de cama y rehabilitación. La espada, que asomó haciendo guardia, echó por tierra definitivamente todo. Y lo siento de veras.

El sexto también fue de otra condición a la del resto de los de la Maza y el mazo triturador. Lo transmitía su gesto, el hocico colocado hacia delante, la postura de tomarla por derecho. Derribó con estrépito. Revuelo de capotes en torno al picador atrapado bajo la montura. Y Joselillo se dispuso en una faena de más a menos, siempre con el tono alto de las fusas de pases de pecho. El esfuerzo del toro anterior, poniéndosela muy planchada y plana, con un principio de obra de dobladas y firma prometedor, no debería quedar en el limbo. Entendió pronto que el pitón más asequible era el izquierdo, pero un derrote y un desarme le cambiaron las ideas. Enorme mérito el suyo para tirar de las duras arrancadas a la altura del palillo con la mano mandona. Se tiró de verdad con la espada, que quedó caída de puro atragantón.

Duro de pedernal fue el lote de Rafaelillo. Rafael Rubio, un león con dos tigres que le querían sacar los ojos. ¡Qué bestia del averno el toro que estrenó plaza! ¡Qué cabeza egipcia, qué ideas hitlerianas! Un exterminador. Y qué arrestos sacó el murciano. Hasta para matarlo por lo alto. En eso falló con el cuarto, otra fiera corrupia. Debió cerrarlo más entre las rayas. Pero el rato que pasó ese hombre a portagayola, eterno, desesperante, angustioso, no se paga con nada. Y encima quiso hacerle el toreo al natural…


El Mundo

Por Carlos Crivell. Toros con casta y toreros necesitados

La del Conde fue mejor de lo previsto. Al final, prevaleció la casta y varios toros pedían toreros dispuestos. Conviene matizarlo porque el anuncio de la corrida del Conde había despertado recelos. La presentación fue magnífica. Los toros de la segunda parte lucían impecables hechuras en el encaste Núñez, además de pitones íntegros y astifinos. Fue una corrida dura; no se esperaba otra cosa. Salieron toros imposibles – el lote de Rafaelillo –, pero también otros de los lidiados pedían una muleta poderosa, como les pasó a quinto y sexto, dos reses con casta y embestidas codiciosas.

La terna se lo jugaba todo. Se conjuntaron la dificultad de un encierro encastado y la necesidad del triunfo. En esta pugna, las ideas se le obnubilaron a Luis Vilches y Joselillo, que debieron cuajar con más rotundidad a sus astados.

La faena de perfiles más artísticos la firmó Luis Vilches en el quinto. Algún lance del recibo fue solemne. La faena comenzó con pases preciosos, con un recuerdo especial a un trincherazo de cartel. El de Utrera se gustó en tandas de muletazos de buen corte que carecían del reposo preciso. Podía más la necesidad del triunfo que el sosiego para rematar la obra. Aún así, con el cariño de una plaza que sabe que es muy buen torero, la faena mantuvo un tono de perfiles buenos que podía haber tenido premio si la espada viaja con acierto. Hizo guardia al toro y luego le arreó un sablazo. La ovación no puede justificar lo que el torero esperaba de esta oportunidad en la Feria de Abril.

Tampoco se centró con su primer astado, que por el lado izquierdo le permitió dar algunos pases, que no es lo mismo que torear. El animal pedía más, pero Vilches movió las zapatillas. Nadie puede pedirle a este torero que se juegue la vida otra vez, porque ya hace un año estuvo a punto de perderla en un pueblo de Madrid, pero negar la realidad es engañarse. Los trenes pasan y casi nunca vuelven. Tal vez no fuera su corrida a priori, aunque, a tenor de lo visto, el utrerano no puede quejarse de los del Conde que sorteó en la tarde fría y ventosa de abril.

Quien mejor disimuló la necesidad fue Rafaelillo, que por ello es el más experto. Se encontró dos toros imposibles para ligarles pases buenos. Se la jugó, se dejó llegar los pitones a las lentejuelas del traje, le metió taquicardia a la tarde con una portagayola inconclusa y dejó claro que se faja con todo lo que salga por toriles.

La tarde fue más agria para el debutante Joselillo, que mostró un toreo envarado y de velocidad superior para lo que exige el buen gusto. Con el tercero se salvó por una estocada en la que se dejó el chaleco entre los pitones. El problema llegó en el sexto, toro fuerte, encastado, que embistió a la muleta buscando templanza y un torero cruzado. Joselillo le dio muchos pases de los cuales la afición no recuerda ninguno. Cerca de las tablas, al hilo muchas veces y más rápido de la cuenta, a este torero de Valladolid le pudo también la obligación del triunfo.

Así pasó la tarde. El balance para la terna es pobre. Los aplausos a algunos toros fueron el veredicto final que proclamaba que los del Conde habían superado, en general, a la terna.

Era una corrida que se anunciaba en el capítulo de las duras. No ha defraudado y se ha ganado poder figurar en la nómina de estas corridas teloneras. Al final, lo mismo. Se preguntaba el aficionado si a esos astados los hubieran toreado de otra forma las figuras. Es una pregunta sin respuesta. A la de ayer, en especial a Vilches y Joselillo, la necesidad del triunfo por obligación les nubló la mente y les hizo perder una buena oportunidad para el futuro.


El País

Por Antonio Lorca. El diseño de una voltereta

Cuando los clarines anunciaron la salida del cuarto de la tarde, Rafaelillo tomó el capote y se encaminó, diámetro arriba, hacia la puerta de chiqueros entre el murmullo popular. Allí, en la raya del tercio, se hincó de rodillas. La espera fue larga, casi dos minutos, el corazón a cien por hora y un nudo en su garganta y en la de todos. Por fin, se hace presente el toro, negro, bien plantado, imponente, astifino, y se para en la misma puerta. Mira al torero, anda un par de metros, sin perderlo nunca de vista, y echa de nuevo el freno. Así, hasta una tercera vez, ya a dos metros del torero, allí todavía clavado en el albero. Y ese toro que piensa: a éste lo voy a coger primero con el pitón izquierdo, y según vaya bajando de las alturas, le voy a dar un toque con el derecho y, después, de una patada lo lanzo directamente fuera de la plaza. El diseño perfecto de una voltereta. Afortunadamente, la inteligencia de Rafaelillo le permitió levantarse raudo, tirar el capote y tomar las de Villadiego. Así contado parece una broma, pero sólo Dios sabe dónde estaría ahora el torero si no se esfuma de la cara del toro. Porque ese animal, como toda la corrida, fue correoso, incierto, bronco, manso y violento.

Hubo otro momento de enorme peligro. Ocurrió durante el tercio de varas del sexto, que derribó al caballo, y el picador quedó con la pierna derecha atrapada bajo el animal, mientras el toro lanzaba cornadas al aire que, por un auténtico milagro, no acertaron con el objetivo.

La corrida, en fin, tuvo migas. Durísima y dificilísima. Toros con genio, de pésima condición, de muy corto recorrido, que lanzaban gañafones por doquier; toros imposibles para el toreo moderno y toreros machos a los que el público torerista de hoy no les reconoce el tremendo esfuerzo que supone matar este tipo de corridas con dignidad.

Se salvó del desastre el quinto toro, encastado, que iba y venía con más franqueza no exenta de dureza. Le tocó a Luis Vilches, un torero estilista al que maltrataron con esta corrida y que reaparecía después de ocho meses de convalecencia tras una grave cogida. Sólo pudo estar digno ante el bronco segundo, y muy firme en el quinto, por encima de su oponente en una labor de menos a más. No fue una faena completa, pero sí muy emotiva. Mató muy mal, y perdió la oreja que tenía ganada. Salió al tercio a recoger una ovación con lágrimas en los ojos, y él sabe mejor que nadie que sólo él dejó que se le escapara el triunfo.

Rafaelillo estuvo toda la tarde hecho un jabato ante un lote infumable. Sorteó derrotes, arreones varios y miradas de miedo, pero dejó claro que es un héroe. Y valiente y decidido, también, Joselillo, que se peleó de verdad con el tercero, y aburrió, también es verdad, ante el sexto, que embestía sin entrega y al que dio muchos pases y toreó poco.

Dos apreciaciones finales. La primera: si quedaran aficionados auténticos, los tres hubieran salido de la plaza a los gritos de “toreros, toreros”. Y la segunda: por qué la empresa de Sevilla sigue contratando a esta ganadería, a pesar de sus reiterados fracasos. Ése sí que es un misterio, y no el de la Santísima Trinidad.


Por Javier Villán. Vilches, torero; y matarife cabal

Luis Vilches tendrá pesadillas con el quinto toro al que pinchó, al menos durante esta Feria de Abril. Luis Vilches es un buen torero, me atrevería a decir que un gran torero; pero es un pésimo matador. Un matador chapucero. Y así no se va a ninguna parte.No se va a ninguna parte ni siquiera teniendo esa izquierda privilegiada que tiene Luis Vilches y que ha tenido que acreditar con corridas durísimas.

Yo no voy a decirle que se tire al Guadalquivir después de torear como toreó y después de matar como mató; eso nunca. Pero sí me atrevo a recomendarle que, mientras no le coja el punto a la espada, no llegará a nada. Y no puede hablarse de mala suerte a la hora de manejar los aceros; la suerte hay que buscársela matando arriba, colgándose del pitón y teniendo la suficiente lucidez para saber que de esa estocada pende el futuro y la gloria.

La gloria, de entrada, yo se la otorgo ya a Luis Vilches, lo mismo que se la he otorgado otras tardes, pero del futuro yo no soy, ni quiero, ser responsable. Luis Vilches es un excelente torero que tiene que aprender a matar; o aprender, con sangre, algo más serio y duradero. Tiene que matar o dejarse matar. Esta durísima profesión de los toros no admite vuelta de hoja.

Conocí a un torero, viejo amigo, al que sigo viendo de vez en cuando, el cual nunca estaba contento de lo que hacía en la plaza.Luis Vilches tampoco debe estarlo de cómo resolvió ayer el trance supremo de la muerte. Recuerdo una tarde de triunfo gordo de ese amigo citado y al día siguiente me lo resumió así; el toro, divino; el público, extraordinario; y la crítica, ya ves…, superior.

Palabras textuales, «sin embargo yo no me acabo de ver». Así debió de verse ayer Luis Vilches, y así me veo yo en este inicio de temporada. Llegaba yo a La Maestranza en ese estado de incertidumbre que no sabes en qué va a derivar; si en melancolía inexplicable o en desastre emocional irreversible. A mí La Maestranza nunca me deja indiferente: por un lado superior y por otro decadencia sin límites.

Rafaelillo estuvo hecho un coloso: corazón de granito frente a unos toros del Conde de la Maza que se hartaban de tirar tornillazos, derrotes y gañafones. Un toro probón y otro insidioso. Rafaelillo, el murciano, con dos pares. Fue el peor lote y no tenía un pase.Otro torero de corazón grande y también apodado con un diminutivo, Joselillo, se alzó por encima de su primero y se rebajó por debajo de su segundo.

Respondía Joselillo a la violencia del tercero con elegante templanza, y con una monótona vulgaridad de pegapases a las mejores condiciones del sexto. La vida y la Fiesta son así. Toros duros del Conde de la Maza, con problemas, aunque sin exceso. Animales complicados, menos el quinto y el sexto, no digo para otros tiempos; acaso para otras tauromaquias más dominadoras, aunque no más valientes.Valor lo derrocharon ayer a espuertas los tres diestros y estilismo en algunas ocasiones.

Es curioso comprobar cómo entre la tormenta de cornadas que anunciaban los del Conde surgían, de vez en cuando, las fulguraciones de un muletazo artístico y sentido; el fogonazo de toreros que, entre el valor acreditado, llevan la inspiración del arte.

Y no sólo hablo de Luis Vilches que cuajó faena aunque no la remató y que está acrisolando con ganaderías duras su capacidad de estilista; hablo también de Rafaelillo, el murciano todo corazón, que trazó algún natural largo y limpio; y hablo de un torero como Joselillo, con trazas de torero clásico, en la hondura castellana y austera.


EFE

Por Juan Miguel Núñez. Maldita Espada

Difícil papeleta para los toreros. No bastaba el valor, ni siquiera el oficio, para estar delante de los del Conde de la Maza. Había que contar también con el factor suerte. Y menos mal: “Rafaelillo”, Vilches y “Joselillo” salieron indemnes. Ese fue su gran triunfo. Pero por entrega y capacidad los tres merecieron mayores reconocimientos.

Concretamente Vilches estuvo a punto de cortar una oreja, y quién sabe si las dos, al quinto, de no haberle traicionado la espada en el último momento.

Fue toro de cara o cruz, que peleó como casi toda la corrida con mal estilo en el caballo, llegando demasiado entero a la muleta. Y ahí fue donde Vilches no dudó lo más mínimo. Ganó el torero la apuesta desde la misma apertura de faena, con pases tan efectivos como bonitos.

No perdonaba el toro errores, rematando los viajes con la cara arriba, y por eso la emoción en cada pase. Tandas por la derecha de pases muy seguidos y con una limpieza que no cabía. Tragó también el hombre al natural, cuando el toro empezó a mirar las tablas, señal de que se iba acabando. Todavía una serie más sobre la diestra y un par de “cositas” antes de montar la espada.

Estaba al caer un gran triunfo que hubiera sacado a Vilches del pozo del sufrimiento que marca su carrera, cuyo exponente más significativo es la terrible cornada que sufrió el pasado verano en la madrileña plaza de Cenicientos, “capital” de lo que los taurinos llaman “el Valle del Terror” por las grandes y duras corridas que suelen lidiarse allí. Precisamente hoy reaparecía Vilches vestido de luces después de aquella tragedia.

Faltaba sólo la rúbrica de la espada, pero salió el acero desviado, asomando por la paletilla. Una estocada que los revisteros antiguos bautizaron con la ingeniosa frase de “que hace guardia”, por la similitud a la figura del militar de entonces que portaba el sable a un costado.

Vilches salió a saludar una fuerte ovación, que seguramente le supo a derrota, reflejada en las lágrimas que no pudo contener.

Con su incómodo toro anterior Vilches apenas pudo estar en las probaturas.

Rafaelillo, nombre también importante en la tarde, por lo valiente y dispuesto que estuvo con el peor lote en conjunto de la difícil corrida de los Herederos del Conde de la Maza.

Menos mal que el que abrió plaza no tuvo fuerzas suficientes para acompañar sus malas intenciones. Toro reservón y “midiendo” mucho al torero, que estuvo muy firme, matándolo además de una estupenda estocada.

El cuarto fue lo que se dice un “pregonao”, pendiente siempre de sorprender al hombre, con la cara por las nubes, repartiendo gañafones a diestro y siniestro. Se escapó de milagro Rafaelillo después de jugársela con apabullante sinceridad y arrojo.

Joselillo, muy valiente y capaz también en el tercero, que no dejó desahogos y al que exprimió hasta lo indecible. El sexto fue toro más noblón, pero sin decir nada, y menos aún en una corrida de tantas emociones. Joselillo se empleó a fondo, pero sin respuesta del astado, ni del tendido.


Siglo XXI

Por Ignacio de Cossio. Entre la cruz y la espada

El primer espada D. Rafael Rubio, no cejó en el empeño de extraer petróleo de su primer oponente, un manso proteston que cada vez se quedaba más corto. El torito tenía su guasa, medía, esperaba la ocasión de rebanar el tallo del pequeño y gran torero murciano. Ni uno se dejaba dar pero ahí estaba Rafaelillo, perdón D. Rafael, que le tragó la mala leche bovina con aceite de ricino. Poco le faltó al toro de Arenales para arrancarle la pierna con uno de sus hachazos, menudo regalito. Acabó gazapón en la suerte suprema y a pesar de los pesares, D. Rafael, muy seguro le receta una de las estocadas de la Feria, ¡Olé tu huevos, Sr. Rafael! Su valor se agiganta en el cuarto toro de la pavorosa tarde torista. Rodilla en tierra comienza a llevarse al toro a los medios. Un muletazo por bajo rastrillea la plaza sembrando surcos de flores. El complicado donde los haya, salta, brinca y después de cada envite le echa la cara encima al torero para que no olvide sus oscuras intenciones. Es tan rápido el animal que pronto esta otra vez allí, como la pecadilla entre las manos del pescador. ¡Cuidado!, grita la sombra. Casi en un natural se deja la vida en el redondel, no merece la pena D. Rafael, que este toro de nobleza nada entiende y mira que le sobra a esta casa ganadera. Pues a matarlo se ha dicho, tras los pinchazos de rigor, pronto llega la estocada en todo lo alto. La ovación no se hace esperar, hay ganas de ver triunfar el valor sobre la sinrazón, es tarde toros y de toreros de veras.

Vilches siempre está entre la cruz y la espada, maestro del arte y víctima del acero. Pocos torean a la verónica como él y siempre merece esperarle. Ocho meses de larga espera, mereció la pena por verle hacer solo el paseíllo vestido de manzana y oro. Se abre la puerta de chiqueros se asoma Aseadito, otro toro que embiste como una bandera, con la cara arriba y las manos por alto. D. Luis se lo lleva despacio, muy despacio por arriba y por abajo ganando ligereza y prontitud, comienza el toreo del bueno. Dos series al natural de tres y cuatro muletazos muy puros y auténticos saltan en mitad del ruedo. Sigo diciendo que este torero me gusta más en los comienzos, remates y adornos, que en el toreo central. En eso nadie, salvo Morante le sale al paso. Vilches a la carga y al natural no coje la diestra, hace bueno al toro que no lo es. Al torero le cuesta sudor y sangre arrancar un viaje al toro que no sabe humillar porque nadie se ha tomado la molestia de enseñarle. Llega la espada, cruz de Utrera. Se desdibuja una estampa maestra por enésima vez. Virgen de Consolación ayúdale porque no sabe lo que hace. En el quinto la desesperación se hace carne en un toro más malo de lo que la gente se piensa. Vilches se abandona, avanza hasta el toro más serio de la corrida y ¡Zas!, nace el pentágono de la verónica gitana. Me preguntan: ¿Que tiene esa isla en medio del Guadalquir? Y yo les respondo que el sol y la sal amasada en la muleta de D. Luis. El toro galopa sin freno de punta a punta de la plaza, nadie fija al toro hasta que llega Vilches a misma linde de la jurisdicción del toro. Allí y con cinco muletazos por alto y un trincherazo de antología lo planta en el centro del ruedo. Una serie por bajo de cuatro redondos mantienen al personal de pie hasta la segunda serie. Se baja la intensidad y se agota el compás, nos sentamos. Insiste Vilches al natural y nos regala una serie magistral, perfecta, divina…sabedor de lo que se cuece, abrevia cambiando de mano sin perder el ritmo, ha vuelto a nacer el toreo del caro. ¡O no, la espada! Esta vez no. Cambia el destino, la oreja está más cerca del diestro que del toro. Suspense y suspenso, asignatura pendiente de un Vilches que no tiene rival salvo su propia fortuna vestida de gris plomo. Alguien oyó decir al maestro entre sollozos: ¡Puente de Triana, yo he visto un lucero muerto que se lo llevaba el agua!

Don José tiene dos caras, una con el toro difícil y otra, bien distinta con el toro colaborador. Ayer tuvimos la suerte de ver las dos. Cocherito salta imponente al ruedo, un toro toraco diría yo, corrido en tercer lugar. José se crece en ánimo y estatura con el toro grande y serio, así se pudo observar y de que manera la gracia y arrojo con que jugó los brazos en chicuelinas y revoleras a este toro de encaste Núñez. El animal más bien parecía un tren de alta velocidad por lo grande y rápido que apareció en escena que por otra cosa. D. José lo frena con un muletazo genuflexo muy torero y Sevilla, contagiada por su disposición pronto se le entrega. Un descuido tonto del torero al rematar un muletazo casi le cuesta una cornada del toro avisado. ¿Cómo sería su relajación que pareció pura inconciencia suicida frente al toro complicado? Madurez, aplomo, torería en una palabra. Destaco aquí y ahora dos muletazos en redondo y un pase de pecho donde si pudo ligar el toreo. Don José no perdona con la espada, sabe que no habrá muchas oportunidades de matar o morir y mata natural y magistralmente. Ovación de justicia para el buen torero vallisoletano. En el sexto D. José se hace llamar Joselillo, por lo que de aceleradillo pudiera tener. El toro milagrosamente y contra todo pronóstico embiste metiendo la cara en los engaños con mucha nobleza y bravura, así si D. Leopoldo. Joselillo pisa fuerte el embrague y cambia de marcha, nos ha metido la prisa a todos en el cuerpo. Se descalza y aumenta no sé porque diablos la potencia y las repeticiones de pases vulgares uno de tras de otro sin desmayo, perdí la cuenta. Un pasaje rescatado de la quema, el circular por la espalda al final del último tercio, este al menos si tuvo algo más de temple y cierta cadencia. El toro acabó siendo visto peor de lo que era y Joselillo, se quedó esperando otra corrida dura de adversidad extrema que son las que al parecer le hacen sacar su verdadero potencial.

Sevilla Temporada 2009

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