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Real Maestranza de Sevilla

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Miércoles, 22 de abril de 2015

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Parladé (bien presentados, faltos de raza, mansos y descastados en general; 1º y 4º devueltos a corrales por lastimarse la mano derecha (1º) y debilidad manifiesta (4º). 1º-bis, de Juan Pedro Domecq y 4º-bis de El Pilar, descastados. Los mejores, 3º y 6º.

Diestros:

Enrique Ponce: de gris perla y oro. Estocada (silencio); media estocada tras aviso (palmas).

Sebastián Castella: de lila y oro. Tres pinchazos, media estocada tras aviso (saludos); media estocada tendida (silencio).

José Garrido, que tomó la alternativa: de celeste claro y oro. Estocada (saludos); estocada baja (vuelta al ruedo tras petición de oreja).

Banderillero que saludó: José Chacón, de la cuadrilla de Castella, en el 5º.

Presidenta: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: soleado, agradable.

Entrada: más de tres cuartos.

Crónicas de la prensa

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Video resumen de canal plus toros: http://www.canalplus.es/toros/videos/sevilla/

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Otra tarde de expectación más que acaba en decepción…Y van…En gran parte fue por el ganado, aunque no todo. Los de Parladé en su tipo habitual no sirvieron salvo el tercero de lidia ordinaria, porque además dos fueron para atrás, sustituidos por uno de Juan Pedro y otro de El Pilar. La primera sustitución, la del abreplaza, no estaba justificada, no había más motivo que el de no embestir y la presidenta quiso aguantar el tirón pero la gente se puso muy burra y lo devolvió para acallar el escándalo. Ponce se encontró con un lote sin clase y sus ganas, que se supone las tenía, se estrellaron contra sus enemigos. Castella estuvo muy bien con el tercero, en faena pulcra y templada con arrimón de importancia y verdad. Tal vez, la mejor vez que se le vio en la Maestranza, pero lo pinchó. El toricantano estuvo muy arropado por sus paisanos pero pagó su bisoñez, en especial en el sexto, un toro en el tipo de Juan Pedro, con bravura, genio y prontitud al que había que poderle. No le faltan ganas ni valentía al extremeño pero el éxito no llegó en su tarde más importante. Bien José Chacón y algunos mas…

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: La primera vez. Por fin llegó para Garrido su tarde más esperada. La de su alternativa. Su primera corrida como matador de toros. La joven promesa en la que están puestas muchas miradas y expectativas alcanzaba el escalafón superior. Pero su día soñado comenzó grisáceo hasta la llegada del sexto. El Juan Pedro que cerraba plaza le exigió mucho a Garrido que no tiró la toalla. Pese a las dificultades que planteaba, el astado tenía mucho motor y transmisión. El extremeño estuvo poderoso ante un toro que se revolvía pronto. Mostró su capacidad a pesar de falta de oficio con este tipo de oponentes. Dio una vuelta al ruedo tras una fuerte petición tras pasaportarlo. Castella estuvo a punto de cortar la oreja del tercero. Era la primera vez en mucho tiempo que el galo entraba en Sevilla. Sebastián estuvo inteligente y seguro ante un buen toro de Parladé. Hubo instantes sobre todo con la zurda de plasticidad. La eternización con la espada dejó todo en una ovación. Ponce poco pudo hacer con un lote imposible. Mala suerte para el valenciano que se va de vacío de Sevilla.

Lo peor: Una tarde extraña. La corrida, que duró tres horas, comenzó con mal pie. El primer toro de Parladé dio muestras de tener algún problema en la pata derecha. El público muy contrariado lo protestó, pero tras las complicaciones para parear al animal, los tendidos estallaron en una gran bronca al palco. Los asistentes en pie gritando. Al final, la Presidenta lo devolvió, aunque en su lugar salió otro inválido. Aún así la corrida de Parladé no mejoró mucho su tónica. El ambiente en la plaza estaba un poco raro. ¿Dónde andará la verdadera afición de Sevilla?

La Verdad

Por Barquerito. Alternativa de José Garrido, torero de emoción

Empezó torcida la función. El toro de la alternativa del extremeño José Garrido -'Lengualarga', de Parladé- tardó en salir. Lo hizo al fin al trote muladar. Ajeno y frenado luego. Garrido le pegó siete lances tomados muy en corto y de corto vuelo, de mucho ajuste los siete, y aplaudidos por el mérito. Y por el dibujo, tan seco. No hizo el toro otra cosa que tardear sin darse. Como si le hubieran dado un calmante. Un puyazo renegando. La segunda vara fue de anzuelo: la puya lanzada como una caña de pescar. Estaba tan apalancado el toro que ni en banderillas. Espera que te espera. La gente tenía formada una bronca muy caliente. No procedía devolver el toro por manso, pero eso se pretendía. La presidencia aguantó hasta el segundo par de banderillas. Cedió de pronto. Pañuelo verde. Aviso primero de que la corrida iba a durar más de dos horas. Fueron exactamente tres.

El sobrero, juampedro del hierro de Veragua, salió con pies. Muy valeroso en el recibo Garrido: lances genuflexos firmes y armados, terreno ganado hasta la boca de riego y la sorpresa de media de rodillas en el remate. Un quite por chicuelinas ajustadísimas y una voltereta al rematar con larga ese quite, que tuvo acento del toreo ceñido de, por ejemplo, Diego Puerta. Nada menos, nada más.

El toro de la alternativa -Ponce, cariñoso padrino- fue, en fin, un sobrero: 'Fariseo', 505 kilos. Malos apoyos y embestida rebotada. Por flojo tendía a acostarse. 'Meterse', se dice ahora. Ni un paso atrás de Garrido. Muleta pequeña, algo agarrotado el torero extremeño. Una tanda con la izquierda sacada con tenazas y toreando a la voz. Una estocada soltando el engaño. Prueba resuelta y superada.

No la única, sino tan solo la primera o la segunda de tres, pues fue con el toro que, dos horas y tres cuartos después del primer tararí, cerró corrida con el que Garrido dio la talla: la medida de su valor y su ambición. Gran corazón. Lo propio del toreo de emoción, que es por norma irresistible. No se movió de su asiento en la Maestranza nadie. Peligraba la vida del artista. Fue muy en serio la cosa.

Otro juampedro del hierro de Veragua, de hechuras y signo por completo distintos a los de los demás. Cinqueño bien cumplido, hondo, corto de manos y cuello, tronco bien relleno y musculado, mulato pero lustroso, dos puntas finísimas, armado por delante. Llevaba la divisa en el pescuezo, como tantos otros. Dos o tres patinazos en las primeras carreras o ataques. Garrido lo llevó galleando al caballo, estuvo a punto de salir prendido dos veces.

El toro derribó en la primera vara con estilo fiero, se empleó fijo en la segunda. La fiereza iba a ser su sello. Embestidas como calambrazos, violentas a veces, pegajosas en cuanto empezó a enterarse. Por abajo protestaba revoltoso, pero sin dejar de pelear. Fue muy difícil estarse delante sin temblar, sino con la entereza con que anduvo Garrido. En la tercera tanda, vibrante, casi en los medios, se arrancó la banda. 'Cielo andaluz'. No se oyó completa ni la primera de sus dos melodías. Un desarme en un tornillazo.

Garrido aguantó impertérrito todas las revoluciones del toro, que fueron muchas y sin tregua. El ajuste, insuperable. En cada viaje, enganchados casi todos los muletazos, el ay de la emoción verdadera. Se sentía que el toro, el genio muy vivo, podía coger, y que, si lo hacía, sería certero. Pero se tenía también el convencimiento de que no iba a perder la batalla el torero. Así fue. Un espléndido desplante de recurso -frontal, genuflexo- sorprendió al toro y a la gente. Una tanda de manoletinas -por alto, el toro era hasta tratable- y cierta autoridad inesperada. Una estocada de las de verdad. Casi una oreja. Torero en circulación. Una novedad. ¡Albricias!

Lo que no tuvo el resto de corrida -toros y toreros- fue apenas emoción. La templada y delicada faena de Castella al tercero de corrida -un anovillado y bondadoso parladé coloradito- fue como un cadencioso minué. Tandas cosidas en lazos, remates de pecho o cambiados bien enhebrados, cierta monotonía rota por un par de molinetes clásicos, un circular templadísimo, un lindo encaje entre pitones y el torero de Beziers acariciándole la cresta al toro. Una desdicha con la espada. La madeja con que abrió Castella faena en el otro turno fue de su firma y patente: dos cambiados por la espalda en el platillo y aguantando sin enmienda ni pestañeo, y la trenza continua de gran resolución. Se vino abajo el toro y adiós. Ahora entró la espada. El toro se había rajado al galope: una rareza.

El primer toro de Ponce, de Parladé, solo vino al paso y aun así amenazó ruina. Ponce lo pasó por fuera y sin obligar. Una estocada sin puntilla. Devolvieron por inválido al cuarto. Turno para un sobrero de El Pilar, negro y grandón, de embestida extraordinariamente sumisa y apagada, letárgica. El toro menos fiero de cuanto va de feria. Ponce se entretuvo en un trasteo equilibrista. De hacer vainicas y no bolillos. Le pidieron brevedad. Ni caso. Un aviso antes de entrar a matar. A las nueve menos cuarto se echó en tablas el toro. Quedaban tres cuartos de hora por delante. El toro más fiero de la feria esperaba turno. Y José Garrido también.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Valiente pelea de José Garrido en su alternativa

Mil trabas le había puesto el destino a José Garrido para tomar la alternativa. Y todavía le esperaban más en la lidia. Ninguneado en su tierra de Olivenza y reventada la posibilidad en Valencia, finalmente Sevilla acogió en su seno al novillero de mayor proyección y bagaje de 2014. La guasa del destino le colocó por delante en el ruedo a un toro de Parladé manso y parado como un marmolillo y en los tendidos a una tropa que protestó incansable hasta rendir a la presidencia. No se le apreció al juampedro nada más allá de la quietud pétrea, el paso frenado y una coz que lo definió. Devolución tan ininteligible como las protestas.

Fracasó la muletilla de «será para bien» (de Garrido, se suponía). Pero el sobrero de Juan Pedro, un cinqueño de movimientos desordenados y presencia infantil, no arregló nada con su fragilidad prendida de alfileres. Otra vez José Garrido desplegó un discurso firme a la verónica, rematado con las dos rodillas por tierra. Aquella movilidad informal y rebrincada conllevó el daño de la mano derecha al poco de convertirse en matador el extremeño con las bendiciones de Enrique Ponce. Soltó la cara el torete hasta pararse en las aspiraciones de JG.

La mala suerte de Ponce en la Maestranza se extiende en la misma proporción de alternativas que ha concedido: una inmensidad. Un acapachado y corpulento parladé se paró sin terminar nunca ni de humillar ni de romper una sola vez. Un par de parones en mitad de la suerte anunciaron su pronto final, y apenas quedó un cambio de mano para recordar. Publicidad

Sebastián Castella sonrió a su sempiterna losa sevillana con elegancia para caligrafiar una elegante faena. Trató con temple de seda a un juampedro de Parladé engatillado, montadito y bueno en su media altura. Castella se centró sobre la mano derecha con despaciosidad y el eco con el que pocas veces ha contado en esta plaza. Para cuando se arrancó la música, la faena tocaba a su fin. SC ordenó al maestro parar y apuró una obra que ya estaba en las valerosas distancias cortas. Por cómo respiraba el personal se presentía el trofeo. Pero Castella entró a matar sin marcar los tiempos, de extraño y periférico modo, como si hubiera perdido el 'swing'. Una ovación reconoció su temple.

Cuando devolvieron el cuarto por su derrengada condición, Ponce hacía honor a su gafada fama sevillana. El acaballado mulo de El Pilar vino a potenciarla. Sólo el amor propio y la afición irreductible de este tipo son capaces de hacer embestir a bestias del Arca de Noé, que no embarcó al toro de lidia. Como ayer los veedores. La fe poncista se alargó incluso demasiado, hasta oír un aviso cuando se perfilaba.

A las nueve de la noche, Sebastián Castella se clavaba como la aguja de un reloj de sol bajo las luces anaranjadas de la Maestranza. De lejos se vino el alto quinto en un par de pases cambiados en los que no pestañeó un músculo. Desde su difícil morfología quería humillar el toro de Parladé… Se rajó pronto para desilusión de quienes pensaban que sus bravuconas acometidas -qué bien Chacón toda la tarde- al peto se traducirían por bravura: casi entero se paseó Castella el ruedo en su persecución.

La función se hacía a estas horas interminable. Derribó el último con la divisa de Juan Pedro al buscarle las vueltas al caballo. Más bajo el concentrado toro para llevarle la contraria a una corrida mejorable de hechuras. Temperamental y repetidor. Tanto, que reponía sin irse de la muleta de un firme José Garrido. Difícil la papeleta para el toricantano ante unas arrancadas tan de público. Para colmo le desarmó con la izquierda. Nervuda y por dentro la geniuda embestida siempre encima; valiente Garrido de veras. Un toma y daca la pelea. Hasta las manoletinas finales el ¡ay! Metió la mano con la espada. Desprendida y mortal. La petición no cuajó. Vuelta al ruedo en justicia y tres eternas horas de festejo…

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Temple de Castella y garra de Garrido

El público, que casi llenó la Maestranza, apoyó cariñosamente a los tres diestros -Ponce, Castella y Garrido- en uno de los carteles con mayor interés de esta feria que no levanta vuelo. Un público muy heterogéneo que aplaudió tanto lo bueno como lo malo y que aguantó tres horas un espectáculo, sin trofeos, con una corrida de Parladé-Juan Pedro Domecq, de juego variado y en conjunto muy floja -el primero, tras claudicar, fue sustituido por otro del mismo hierro y el cuarto por un sobrero con la divisa de El Pilar-.

Dentro de los momentos más interesantes que se vivieron hay que rescatar la faena tesonera, con muchos quilates de valor y temple, que Castella concretó con el noble segundo y la batalla que mantuvo Garrido en el cierre con un toro muy exigente.

Castella se las vio con un cinqueño colorao, ojo de perdiz, que tampoco es que estuviera sobrado de poder, pero que aguantó el trasteo del francés. Cuidado en varas y tras un quite por gaoneras muy ajustado de Garrido, fue a más tras una buena brega de José Chacón. Labor muy larga, que comenzó en las afueras, con la derecha, tirando bien del toro que perdió las manos antes del pase de pecho. Luego, llegaron un par de series diestras templadas. Y con la izquierda arrancó muletazos al toro, venido a menos. Ahí sonó la música, ya tarde, con protestas del público y que el propio torero hizo callar. El arrimón en una baldosa de Castella, dando prácticamente con sus muslos en los astifinos pitones del morlaco, enloqueció al respetable. El silencio sepulcral y la atención en la suerte suprema se intuían como premio. Pero el diestro francés falló con la espada. Todo quedó en una gran ovación.

Ya en el último acto, buscando las tres horas y de noche, saltó un ejemplar muy astifino y exigente, con genio. Garrido, quien brindó al ganadero Fernando Domecq, apostó muy fuerte, aunque en varios pasajes le pudieron las ganas y la precipitación. De hecho, en la batalla con garra que planteó, hubo excesivos enganchones y un desarme decisivo con la izquierda por el que la música enmudeció. Cierre con manoletinas y otro desarme. El público se entregó con el neófito matador tanto como Garrido lo había hecho en el ruedo y tras una estocada casi entera, el respetable solicitó una oreja. Garrido cerró el interminable espectáculo con una vuelta al ruedo ganada a base de exposición y entrega.

Castella, con su segundo, el quinto, un ejemplar manso que buscó tablas constantemente, tragó en un comienzo de faena de muleta escalofriante, en los medios, con el toro galopando desde tablas, para engarzar dos muletazos por la espalda. Pero la emoción se desvaneció de inmediato porque en el trasteo, el francés se encontraba con que el toro salía de cada muletazo buscando tablas. Y allí acabó todo, con una media estocada en lo alto.

José Garrido no tomó la alternativa con el toro previsto para la efeméride, ya que fue devuelto. En su lugar se doctoró con Fariseo, negro, de 505 kilos. El extremeño veroniqueó con poder para abrochar con una media de rodillas. Hubo un quite muy ceñido por chicuelinas, que remató con una larga, siendo arrollado por el toro sin mayores consecuencias. Después de la cesión de trastos de Ponce a Garrido, con Castella de testigo, el toricantano basó su labor porfiona en la diestra ante un toro que acometía la mayor parte de las veces rebrincado. La obra no levantó pasiones y, aunque mató al primer envite, fue silenciado.

Enrique Ponce salvó sin aprietos su tarde con un mal lote. Su primero, enmorrillado y largo, sin empuje y parándose a mitad de viaje, no fue oponente en un trasteo sin emoción.

El cuarto, devuelto por flojo, fue sustituido por un astado bastote de El Pilar, al que le dieron fuerte en varas. Aunque no se tenía en pie, resultó nobilísimo y Ponce instrumentó una labor de enfermero, con muletazos a media altura y algunos remates con gusto, como un cambio de mano.

En un espectáculo muy dilatado, hubo de todo. Sin duda, para rescatar el temple y descarnado valor de Castella en su primero y ese cierre de Garrido, quien aportó la garra.

El País

Por Antonio Lorca. El gafe de un valiente Garrido

Estaba escrito que la alternativa de José Garrido estaba gafada. El toro de la ceremonia tardó un mundo en salir, se paró en la puerta de toriles y se negó a seguir andando. Era lo que se dice un marmolillo. El público comenzó una ruidosa protesta que amenazaba con acabar en un problema de orden público. Lo picaron y le clavaron dos pares de banderillas con mucho esfuerzo, y la presidenta sacó el pañuelo verde ante el temor de que asaltaran el palco y le dieran para el pelo. Es decir, que no aguantó la presión de los tendidos y devolvió un manso, que no se devuelve. Salió el sobrero, y cuando todo parecía que se encarrilaba para el toricantano, va el animal y se lastima la mano derecha en la faena de muleta. Peor, imposible.

Dicho esto, José Garrido es una esperanza para el toreo. Tiene valor y oficio, domina la técnica y torea con hondura. Se lució, y muy bien, a la verónica, por ajustadas chicuelinas y gaoneras, y dejó constancia de que viene dispuesto a ser alguien.

Su padrino, el veterano Ponce, quiso despedirse de la feria con buen sabor de boca, y tras una actuación insípida ante su primero, soso y descastado, con el que se mostró sin alegría, con poco mando y menos ánimo, desplegó sus conocimiento con el cuarto, que era un muerto en vida. A este torero se le debe reconocer una sorprendente capacidad resucitadora. Cuando coge la muleta, su oponente tiene un pie en el otro mundo, pero allá que va el mago Enrique, le aplica su tratamiento y, cuando se perfila para matar, el toro parece un chiquillo. Una buena dosis de inteligencia le permite aplicar la faena medida, los muletazos precisos, a la altura adecuada, en la distancia justa, para robarle al enfermo lo poquito que lleva dentro e inyectarle el ánimo suficiente para que entre el limbo con mejor cara de la que salió al ruedo. Total, que Enrique Ponce se encontró con un sobrero inválido que no tenía un pase y le dio quince o veinte. Claro está que la faena no tuvo valor ni fondo, pero ahí quedó su contrastada fama de torero prestidigitador.

Y el mejor toro de la infumable tarde le tocó a Sebastián Castella, justito de cara y dulce como el almíbar. Lo muleteó bien, pero dijo poco. Los toros de tanta calidad exigen muñecas excelsas. El quinto se rajó, aunque permitió el lucimiento de José Chacón en banderillas. Y cuando acabó el festejo ya habían dado las nueve y media. Un soponcio…

La Razón

Por Patricia Navarro. Garrido, guerrera alternativa

La única explicación de que el festejo durara más de tres horas era que a partir de ahora el precio de las entradas se amortizaba por tiempo. O eso me vi obligada a contar a mi vecino de localidad una vez que perdí todos los argumentos muerto el tercero. Dos horas ya y yo qué sé cuántos toros, sobreros, bis. Cada animal que salía al ruedo desbancaba de sus asientos a un buen puñado de espectadores. Era una cuenta imaginaria, pero con la certeza de que muchos no volverán. ¡Ni que los maten! Y se entiende, se comprende, qué decir cuando no pasa nada más que el tiempo.

El sexto, «Flechillo», con el hierro de Juan Pedro Domecq, interrumpió en el patrón descarnadamente monótono de la tarde. Era el segundo toro para la alternativa esperadísima de José Garrido, al que hemos visto cumbre en otras plazas, con un hito en la memoria de aficionado que fue el solo de Bilbao. «Flechillo» sacó carbón para una camada entera. Fijeza, repetidor, abrumador, muy difícil de gobernar por el encastado ímpetu con el que iba a la muleta. Pero importante. No era toro para pasar desapercibido y seguramente tampoco para lidiar con la alternativa de estreno. Garrido puso toda su voluntad y fue a la guerra mientras el huracán de Juampedro le medía hasta el último aliento. Ahí en el ruedo, sólo había un triunfador. Cada paso en falso, sin extremo poder, era un paso camino al infierno. Garrido dio la cara. Una y otra, por la derecha y por la zurda. Quiso siempre. Metió la espada y se dio una vuelta al ruedo después de petición. Era el final del día soñado, con las trabas que le habían puesto para llegar hasta aquí. Larguísima corrida, un toro de frustración y otro de pedir el carnet. A su primero se lo devolvieron a la fuerza por falta de coordinación, dicen, a la que se puede añadir mansedumbre. Pero el bis no fue un primor. Brusco y descompuesto, le costó definirse: es más, no lo hizo nunca. Garrido, solvente, ya era matador.

Ponce lo intentó con un segundo asquerosamente deslucido y con un cuarto, tan noble como falto de empuje y emoción. Vacío el tema, corría el tiempo, y en nuestras contra. Castella se alargó con un quinto rajado que no tenía un pase ni ante un tercer grado. Un infierno la mala clase del toro y la estranguladora lentitud. El tercero tuvo mejor condición y ante él anduvo el francés templado y entregado. Lo que vino después fue un horror; tanto que «Flechillo» nos despertó de golpe, casi ya con el cuerpo cortado.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Tres horas de aburrimiento

La corrida ya era un tostón irremediable cuando saltó ese sexto. Era el segundo ejemplar de Juan Pedro Domecq que se lidiaba en un festejo que finalmente vio salir toros de tres hierros distintos. Como la mayor parte del envío de Juan Pedro Domecq Morenés, el toro adoleció de presencia aunque se tapaba algo más que la raspa indecente que había servido para que Garrido se convirtiera en matador.

El caso es que el toro más fiero, temperamental y hasta geniudo que hemos visto en esta Feria y seguramente en muchas ferias pertenecía a la tantas veces denostada vacada de Castillo de las Guardas. ¿Qué dirán ahora los talibanes del torismo? Nos da igual. La pregunta del millón es: ¿Pudo Garrido con ese animal? ¿Aprovechó las primeras arrancadas antes de que el genio le ganara a la bravura tras un inoportuno desarme? Ahí están esas cuestiones para el que quiera contestarlas. Lo que sí está claro es que el animal galopó en todos los tercios después de derribar al picador de turno. No tuvo mal tranco en los capotes y llegó a la muleta pidiendo pelea y mano dura.

Garrido se entregó desde el minuto cero pero no llegó -ni de lejos- a poderle por completo a ese tigre de bengala que quería comerse la muleta, al torero y la merienda de los músicos. Ya hemos dicho que un desarme terminó de destemplar al nuevo matador; también al toro, que comenzó a buscar las pantorilllas del chaval convertido en definitivo dueño de la escena. A pesar de todo, la animosa, entregada y sincera exposición del neófito caló en el público que pidió una oreja cambiada por una vuelta al ruedo que no logró redimir del espantoso aburrimiento y las tres interminables horas de festejo.

Y es que las cosas se habían torcido desde el principio. A la presidenta Moreno le pudo la presión de un público vociferante y desconocido y devolvió el primero a los corrales con las banderillas puestas por nosequé cojera. El ratón que saltó en su lugar sirvió para que Ponce entregara las herramientas del oficio a José Garrido, que se mostró responsable y solvente en una faena que no pudo ir a más por la escasa calidad de su enemigo, que además de pararse se acabó rajando.

Y ya que hablamos del padrino hay que decir que sigue sin encontrar la suerte en la plaza que más se le ha atragantado en su vida. El primero de su lote -que parecía el padre del anterior- le esperó con la cara por las nubes y punteó los engaños siempre por arriba. No había nada que hacer. Pero Ponce estuvo cerca de obrar uno de sus milagros al templar a media altura al blandísimo sobrero de El Pilar que hizo cuarto. El valenciano lo pasó en varias series compuestas que apenas molestaron al toro charro, que rodaba por los suelos cada vez que bajaba mínimamente la mano. Ponce también lo intentó al natural pero un sector de la plaza andaba a la contra de todo y de todos y no pudo redondear una labor que en otras circunstancias y en otro ambiente habría merecido más atención del aficionado.

Entre uno y otro formaba el francés Sebastián Castella, un torero excesivamente previsible que llevaba demasiados años aburriendo al público sevillano. Pero estuvo a punto de cambiar las lanzas por cañas y pulverizar esas ideas preconcebidas. Castella enseñó su mejor versión con un tercero de buen tono al que toreó firme y reunido en una faena dicha de menos a más que logró calar en el público. Castella se entregó y logró meter al toro en la canasta por los dos pitones. La faena, algo sorda, acabó animando a los músicos de Tejera cuando ya encaraba su final aunque el diestro galo cortó de plano el pasodoble antes de meterse entre los pitones en un arrimón final que amarró los entusiasmos. Tenía la oreja en la mano. Le habría redimido de muchos sinsabores pero la espada se atascó repetidas veces y diluyó un premio que tampoco llegaría con el quinto.

Ése fue un toro que hizo despertar ciertas esperanzas en los primeros compases de su lidia. Doblado le había recetado un sensacional segundo puyazo que le valió para cosechar una de las ovaciones más cálidas de la tarde pero el bicho, que parecía tener cierta calidad, se rajó clamorosamente y abortó cualquier posibilidad de lucimiento. Castella lo persiguió como alma en pena pero los relojes ya delataban la tragedia. Qué pesadez…

Toromedia

Garrido da una vuelta al ruedo y Castella pincha una buena faena

El toro de la alternativa salió dolido de la mano derecha y fue protestado. Recibió dos puyazos y quedó muy parado, por lo que arreció la protesta, pero la presidenta cambió el tercio. En banderillas, al ver que el toro no acometía, el público protestó con más fuerza todavía y la presidenta accedió a devolverlo. En su lugar salió el sobrero de Juan Pedro, Fariseo de nombre, número 122 y 505 kilos, y José Garrido toreó bien a la verónica ganando terreno y cerrando con media de rodillas. Hizo un vibrante quite por chicuelinas, resultando tropezado en el remate. Brindó el toro de la alternativa a su padre y comenzó con buena compostura la faena. En las primeras series diestras se mostró firme y ligó los muletazos. Por el izquierdo el toro embistió más descompuesto. Garrido prolongó la faena intentando sacar todo el partido y arrimándose en la última fase. Ovación.

El diestro extremeño se mostró muy dispuesto en el primer tercio del sexto de la tarde, a pesar de que el toro salió algo descoordinado. Brindó al ganadero Fernando Domecq y comenzó bien la faena. En la primera serie, Garrido atemperó la viva embestida del toro y también en la segunda. El toro tenía carbón y en la tercera tanda le costó templarlo, siendo desarmado en la siguiente cuando intentaba torear al natural. Paró la música y siguió la pelea entre toro y torero. Fue un toro complicado que cada vez se metía más y se acostaba. Terminó con manoletinas emocionantes y hubo un nuevo desarme. Mató de estocada y hubo petición de oreja, pero la presidenta no concedió el premio.

Ponce toreó con limpieza a la verónica a su primero, ganando terreno. El toro recibió el castigo justo en el caballo. Ponce se dobló bien en el comienzo de la faena, pero en la primera serie el toro comenzó a quedarse ya a mitad de la embestida, desluciendo los intentos. Lo siguió intentando por ese lado pero el de Parladé no se empleaba. Cambió a la zurda y el astado era peor por ahí, soltando la cara y estropeando con tornillazos cualquier intento del torero. Mató de estocada de rápido efecto.

Ponce hizo un quite por delantales en el cuarto pero sin eco en el tendido. El toro fue devuelto a los corrales y en su lugar salió un sobrero de El Pilar que no se prestó al lucimiento en el capote. El toro no humilló en ningún momento y embistió sin transmisión. Cuando Ponce lograba ligarle un par de muletazos e intentaba bajarle la mano, se caía. Aún así fue encelándolo y metiéndolo en la muleta hasta conseguir una serie ligada. También le dio muletazos al natural hasta completar una labor superior a la condición de su enemigo. Al natural consiguió buenos momentos al final de la faena y terminó con toreo por bajo. Mató de estocada casi entera. Palmas tras aviso.

El tercero de la tarde, de bonitas hechuras, tuvo más movilidad y Castella se dobló bien con él en el inicio de la faena. La primera serie fue ligada y tuvo compostura. También se lució en la segunda con un toro que colaboraba más. Cambió a la zurda y también dejó buenos muletazos. Cuando tomó de nuevo la derecha el toro ya estaba más agotado. Al final aguantó parones del toro y acabó por convencer al público a base de valor, parando incluso a la banda que había arrancado a tocar a destiempo. Terminó la faena metido entre los pitones. Pinchó reiteradamente y perdió el triunfo. Ovación tras aviso.

El quinto se volvía al revés en el capote y no estaba sobrado de fuerza. Fue bien picado por José Doblado y Garrido hizo un buen quite a la verónica. En banderillas puso dos buenos pares José Chacón, que se desmonteró. Castella comenzó la faena con dos pases cambiados por la espalda en los medios y ligó la primera serie. En la segunda tanda el toro hizo amago de rajarse y en la tercera ya se fue a buscar tablas. Castella terminó persiguiéndolo por el ruedo, sin opciones para seguir construyendo su faena.


© Ceremonia de la alternativa/Jesús Morón/El Mundo. Arriba, José Garrido sale al quite del segundo toro de Castella/José Manuel Vidal/EFE.

Sevilla Temporada 2015.

sevilla_220415.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)