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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del domingo, 24 de abril de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Daniel Ruiz (desiguales, con diferente juego; el 3º, devuelto por debilidad manifiesta; justos de fuerzas en general, soso el 3º-bis, el mejor, el 5º. El 6º, manso y con peligro).

Diestros:

Morante de la Puebla: De grosella y azabache. Pinchazo y estocada desprendida (aplausos); pinchazo hondo (silencio).

El Juli. De catafalco y oro. Estocada trasera (ovación); estocada en su sitio (dos orejas).

José María Manzanares. De obispo y oro. Estocada (saudos desde el tercio); pinchazo hondo y 8 descabellos tras aviso (palmas de agradecimiento).

Saludaron: Juan José Trujillo, Curro Javier y Luis Blázquez, de la cuadrilla de Manzanares, en los de su lote.

Presidente: María Isabel Moreno.

Tiempo: Fuerte aguacero en los dos primeros, entoldada, con sol y fresco en el resto.

Entrada: Hasta la bandera.

Incidencias: Se guardó un minuto de silencio por la muerte de Juan Pedro Domecq Solís. Los toros lucieron divisa negra de duelo.

Crónicas de la prensa: El País, El Mundo, EFE, La Razón, ABC, El Correo de Andalucía, Diario de Sevilla, Firmas.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Junto a la Puerta de arrastre, un año más, en el día y la hora señalados. Tal vez sea un buen presagio para la Feria de este año lo de que empezara con lluvia el primer toro. Quedamos todos bautizados. Lleno hasta la bandera, a pesar de la crisis. Pero, no nos engañemos, la Fiesta está en crisis, de la otra. La corrida de Daniel Ruiz, pequeña, algo blanda, astifina en conjunto -por eso pasaron algunos el reconocimiento- y parada en el último tercio. Se salvó el quinto, cumpliendo la tradición, pero porque estaba allí El Juli, que lo dejó sin picar, y después supo fabricarle la embestida. Enorme faena, poderosa, interesante. No le busquen el pellizco, es torero de otra especie. Tal vez, la segunda oreja algo excesiva, fruto de un público fácil y bondadoso. Pero eso no desmerece el interés y la calidad de lo que hizo. Manzanares quiso y no pudo: apenas un par de tandas al tercero bis, que se paró y lo pasó mal en el sexto que destrozó un caballo, a pesar del esfuerzo del valiente monosabio. A Morante lo pitaron en la despedida. Gente ignorante: dio dos verónicas y una media de cartel en un quite al tercero, que se han quedado grabadas en la Maestranza.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: una faena sin mácula

El domingo de Resurrección el coso del Baratillo se convierte en el Vaticano del toreo y los tres matadores anunciados para tan señalada fecha se erigen en oficiantes de lujo de un ritual sacrificial de un atractivo tan sui generis y poderoso que ni la lluvia es capaz de ensombrecer. Con truenos y centellas El Juli fue capaz de convertirse en el sumo sacerdote del toreo por una inteligencia inigualable, una técnica envidiable y un valor sereno y maduro, capaz de transformar en oro una embestida ramplona y rebrincada. El quinto tenía el fondo muy escondido y su acometividad apenas ofrecía opciones. El torero madrileño supo aguantar las mirada, consintió que se le metiera por dentro en varias ocasiones sin modificar la posición ninguna vez y dejó la muleta en los belfos del cuatreño para barrer el dorado albero maestrante. Fruto de estas inteligentes teclas brotó un toreo arrebatado, hondo y poderoso. Los muletazos se hilvanaban por la técnica y la emoción de las dos primeras series diestra fue colosal. Y cuando el toro comenzó a quedarse, la inteligencia dictaminó que debía mudar la tensión al pitón izquierdo. A pesar de que en los primeros naturales le sorprendió el pupilo de Daniel Ruiz, al tercer embroque rompió el toro hacia adelante a fuer de someterlo por bajo y de llevarlo cosido al engaño. Un fallo habría sido gravísimo, sin embargo, una inteligencia catedralicia como la de Julián no se permitió ninguna ligereza. Las dos series con la zurda rezumaron sabor a torero maduro y cuajado que tiene hambre de triunfo por su natural inconformismo. Faena compacta, maciza y sabrosa a la vez.

Morante de la Pueblo deleitó a la concurrencia con dos verónicas de ensueño en el quite al toro de Manzanares. Suaves, mecida, acariciadas como el amor de una madre hacia su hijo. La media fue el beso enamorado de una joven que sorprende a su amante por su fuego interior. Dijo con sus breves movimientos de muñecas y la compostura juncal de su figura cómo se cincela el toreo a la verónica.

La cuadrilla de Manzanares es un reloj suizo. Bien sincronizada, perfecta en todas las fases de la lidia y lucida en los tercios de banderillas. Saludaron los tres: Luis Blázquez, Curro Javier y Juan José Trujillo. Finalmente hemos de señalar la buena colocación de Araujo, el tercero de la cuadrilla de Morante que estuvo atentísimo en un quite a su compañero Curro Javier.

Lo peor: el juego de los toros

No hubo mecha suficiente para los tres actuantes. Algunos se dejaron como el tercero pero estaba tan justito que si lo atacabas se venía abajo, como así fue. El cuarto no debió pisar el albero maestrante. Lavado de cara, engollipado, altón, sin cuello y sin remate de los cuartos traseros. Para colmo no se movió con clase. Y el sexto boyancón pero sin ninguna transmisión. Se salvó el quinto que tuvo en frente a un torero en estado de gracia. Los dos primeros para olvidar.

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El País

Por Antonio Lorca. Tormenta en el horizonte

No hizo más que acabar el minuto de silencio que la Maestranza guardó respetuosamente en memoria del ganadero Juan Pedro Domecq y el torero Pepín Martín Vázquez, recientemente fallecidos, cuando un trueno roncó en la lejanía, al tiempo que una nube negra ganaba terreno en el cielo y un viento racheado anunciaba agua. No se podía esperar menos después de la Semana Santa más lluviosa desde hace muchos años. Dicho y hecho. Morante no pudo dar ni un lance porque su capote volaba sin mando, y, poco después, cuando tomó la muleta, la amenaza se convirtió en aguacero y cayó una tromba que lo deslució todo: desde las cabezas engominadas (miles de ellas en día sevillano tan señalado), los trajes relucientes de las señoras, y hasta el ánimo del torero, que limitó su breve labor a unos pases de tanteo ante una embestida incómoda.

Sevilla, hoy por hoy, es una plaza de tantas y su público, triunfalista Ese fue el comienzo de la tarde más importante de la temporada en Sevilla. La plaza, cada vez más joven, sigue siendo una belleza; de bote en bote, como cada año por esta fecha; un cartel de lujo, con las figuras más relucientes de la torería; las ganas de aplaudir, a flor de piel; y la disposición, inmejorable. Después, suenan los clarines, se abre la puerta de chiqueros, sale el toro, ¡ay, amigo, el toro!, y comienza otra historia.

Salió entonces el juampedro puro, pues este es el tronco y las ramas de la ganadería lidiada, el toro guapo, bajo, armónico, bien hecho, cómodo de cara, de buenas intenciones y mejor comportamiento con los toreros. Pero esos toros, que derrocharon nobleza, carecieron de casta y fuerza, elementos esenciales para que la lidia adquiera emoción. Rompió el quinto, es verdad, de menos a más en el tercio final, al igual que su matador, El Juli, pero ni toro ni torero alcanzaron la gloria que se les puede presuponer a tenor de la algarabía que se formó en los tendidos ávidos de orejas y dispuestos al aplauso. Quién puede negar que El Juli atraviesa un momento dulce en su carrera… Un momento, sin duda, de vibrante madurez técnica y estética, pero su faena no alcanzó, ni mucho menos, el nivel exigible que merecen las dos orejas en el ruedo sevillano.

Tal premio en esta plaza ha sido siempre sinónimo de perfección. Más o menos, ya se sabe, porque la perfección no existe, pero todo el mundo lo entiende. Lo que está claro es que la obra de El Juli fue meritoria, como la embestida de su oponente, y solo alcanzó vuelo a partir de la cuarta tanda, cuando alargó el muletazo y ligó los pases. Claro, que el público emocionado no vio o no quiso ver que El Juli abusó de la técnica ventajista de colocarse al hilo del pitón y utilizar una y otra vez el pico para citar al toro. Pecados veniales en el toreo de hoy, se dirá, pero imperdonable en una primera figura que, supuestamente, se la juega en plaza de tanto compromiso. Lo que ocurre de verdad es que se juega poco, y lo del compromiso es un decir. Sevilla, hoy por hoy, es una plaza de tantas; su público, bullanguero y triunfalista, y su presidente -presidenta ayer- careció de la autoridad exigible para colocar a la Maestranza en donde no se debió mover. Que conste, no obstante, que El Juli estuvo bien, pero para cortar dos orejas en Sevilla hay que estar de locura, y ese, qué quieren que les diga, no fue el caso.

Ni El Juli en su primero -incierto y reservón-, ni Morante en el cuarto, ni Manzanares en el tercero, muy rajados, atacaron lo suficiente para superar las adversas circunstancias de sus oponentes. Lo habitual, por otra parte, en el toreo actual, amenazado por negro nubarrones.

Se esforzó el torero de Alicante en el sexto, tan apocado como los demás, y le robó muletazos muy estimables, lo que prueba la evidencia de que cuando se quiere, casi siempre se puede. Quede constancia, por último, que la corrida tuvo tres destellos de arte y una providencia: un embrujado quite de dos verónicas y media de Morante al tercero, pura llamarada de arte; dos pares de banderillas de Juan José Trujillo, otros dos de Curro Javier, ambos a las órdenes de Manzanares, y un quite providencial de Francisco J. Araújo cuando Curro Javier trataba de tonar el olivo. Todo no iba a ser negro.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. El Juli da la vuelta a la tarde

Fue sonar los clarines y empezar a tronar el cielo de Sevilla. La tarde se oscurecía por momentos a la par que el viento se encabritaba. El agua se abalanzó sobre la Maestranza en tromba durante el primer toro de Morante, que era un señor muy serio y descarado. Lo paró en el momento de peores aires, pero ya soltaba mucho la cara sin irse y a la defensiva. Sólo una verónica quedó. Avanzaba la lidia y a José Antonio de la Puebla cada vez le gustaba menos el toro con sus razones. Tres veces lo metió debajo del caballo, la tercera con carga especial de la caballería. Por si acaso. Hombre precavido vale por dos. Unas dobladas, una con arte, todas hacia afuera y mucha desconfianza con el toro sin entregarse y mirón y derrotador por alto. Una trinchera, el diluvio y brevedad.

El Juli salió y empezó a escampar. El toro de Daniel Ruiz traía recordas las hechuras, apretado de carnes. Juli lo saludó en verónicas lineales sin obligarlo de más pero ganándole el terreno siempre. En un capotazo de Alvarito Montes dio un volatín el toro, que planteó a Julian López un problema de alturas y no sólo de alturas. Por alto soltaba la cara y por bajo claudicaba. Sólo al principio. Luego sería peor: un cabrón por el izquierdo y orientado por el derecho. Juli se justificó valeroso, incluso extrayendo con mando una tanda de redondos sobrios. No había caso. Mató de estocada trasera. Para la memoria, la media verónica despaciosa con la que abrochó el quite por chicuelinas.

El tercero venía atacado de kilos. Ponía en arrobas lo que que le faltaba de expresión en la cara. Como toda la corrida llevaba divisa negra de luto ppor Juan Pedro Domecq. Y por su propia alma de toro, que no podía con el tonelaje. Al sobrero, también de Daniel Ruiz, le dibujó Manzanares un saludo miscelánea de verónicas, delantales y chicuelinas. Pero buenas de verdad fueron las del quite, con la mano baja, sello de la casa, huella del padre. La media verónica enroscándose al toro provocó la respuesta de Morante: maravillosas dos verónicas y la media. Tronó ahora la plaza.

Manzanares se lo sacó a los medios después de mimarlo en un segundo puyazo inexistente. Y en los medios planteó la faena. Al toro le costaba repetir un mundo. Quizá le pesasen los terrenos. Incomprobable cábala. Le dejó el torero la muleta en el hocico, tiró de él largo, abriéndolo no poco. Momentos buenos a falta de la continuidad del toro y un gran espadazo de colofón.

El cuarto no tenía ni presencia ni bravura ni clase. Una mierda, o sea. Morante no se dio coba tras interpretrar el tercer quite de la tarde por chicuelinas con su personalidad, pero ya un poco repetitiva la cosa. No estaba Morante dispuesto con la muleta a competir contra su sino en esta tarde de nubes negras…

El Juli sin embargo salió dispuesto a darle la vuelta a la tortilla. Serio el quinto. Cuajado y con remate, suspechos por delante y su cara. Juli lo hizo todo a favor para triunfar, porque el toro siendo bueno no lo era tanto como pareció en sus manos. La faena fue técnicamente de nivel, con poder para hacer romper el toro hacia delante. La ligazón trajo la emoción que no tenía la estética con un Juli entre agachado y muy forzado. Mando e hilván sobre las dos manos más que ajuste. Entre Galloso y Davila y Ojeda por visualizar el corte de la obra. Sonó la música, la gente empujó como El Juli el toro, y tras una estocada traserísima le entregaron las orejas, las dos. Como uno tiene en la cabeza la faena del año pasado al toro del Ventorillo, que esa si que era de dos aunque el presidente Teja no se las dio, la comparación es odiosa.

Dentro de las hechuras desiguales de la corrida y los saltos de trapío, el sexto entraba en el lote de la mayor seriedad con primero y quinto. La cuadrilla de Manzanares lo volvió a bordar. Rajadito y con más clase este último, Manzanares volvió a vivir de momentos, no tan centrado como en Valencia y Castellón, como con el peso de Sevilla a cuestas. Queriendo siempre pero… El muletazo anterior a los de pecho respiraba mucho campo, muy feo, un tanto amanerado. Larga faena de rara estructura y nervios.

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EFE

Por Juan Miguel Núñez.

Toro y torero, enrazados

Un toro y un torero en la tarde. El quinto y “El Juli”. La suerte de haberse encontrado ambos. Toro enrazado, en tanto el torero, tampoco le fue a la zaga. El animal puso brío y emoción en las embestidas. El hombre, firmeza y seguridad, mando y poderío. La entrega de uno y otro fue por momentos algo apasionante.

Lo demás, sólo chispazos. Aunque valió todo la pena por ver la perfecta conjunción del empuje del animal y la inteligencia del hombre, que al fin y al cabo fue quien marcó el guión de la faena. Por cierto, faena a más, que es el dato que la cataloga indefectiblemente como importante.

Y faena compacta de principio a fin, desde que “El Juli” se hizo presente con el capote, lanceando con muy buen son a la verónica. En las probaturas con la muleta ya se adivinaron por un lado la agresividad del astado, por otro la responsabilidad y autoridad del diestro.

Una primera tanda a derechas de mano baja, sometiendo mucho y llevando hasta muy atrás al toro, y en la segunda ya estaba “El Juli” por naturales. Muy suficiente y capaz, muy suelto, y disfrutando mucho, como se comprobaba en los remates de series. Porque después de torear con inmaculada precisión, “El Juli” se dio el gustazo de seguir “ahí”, recreándose con cambios por detrás, trincheras y pases de pecho larguísimos en el tiempo y en el espacio.

Resulta obvio contar que hubo fondo musical hasta que “El Juli” agarró una estocada en todo lo alto, de la que rodaría el toro sin puntilla. Las dos orejas sin discusión. El toro anterior del madrileño fue algo mentiroso, pues empujó en varas, y sin embargo se vino a abajo en la muleta. “El Juli” quiso pero no hubo el acople necesario.

“Morante” no pasó de los fogonazos. Muy bien en un quite de dos verónicas y media en su turno al primer toro de Manzanares, el tercero de la tarde. Hubo murmullo en el remate, y eso lo dice todo. Pero prácticamente hasta ahí, pues de su doble actuación apenas se salvan algunos muletazos sueltos, sin ritmo ni hilván. Aunque en su descargo habría que insistir en la mala condición de su lote.

Manzanares, poco más o menos a pesar de haber puesto más ahínco. El primero de los suyos tomaba los engaños por abajo pero había que llegarle mucho, y esto con cierta cautela para evitar que “se rajara”. Francamente complicado. El último, distraído y queriéndose ir a la salida de cada pase, apenas prestó emoción.

La corrida dejó un poso consistente con el comportamiento del toro quinto y “la fiesta” que le dio el propio “Juli”. Y un detalle del ganadero Daniel Ruiz, hombre de bien, que puso a sus toros divisa negra en señal de luto por la muerte de Juan Pedro Domecq. Y es que Juan Pedro estuvo muy bien considerado sobre todo entre los compañeros.

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La Razón

Por Patricia Navarro. El Juli, el día de la Resurrección

Los truenos sonaron como preludio. Antes de nada. Antes que todo. Atronó el cielo. Para dentro, para fuera, cada vez más negro. Tan negro, que casi a la vez que sonaban los timbales para alumbrar el festejo, tan bonito cartel, tan emblemática fecha: Domingo de Resurrección en Sevilla, se desplomó la ilusión de la primavera con el aguacero. Qué manera de llover. Morante de la Puebla, de fucsia y azabache, pintaba que de estreno, ya en el ruedo.

Calado el tendido, en la huella que deja un paraguas tras otro. Fue un toro, el de La Puebla, el que abrió plaza, el de Daniel Ruiz, que saltó a la Maestranza como la divisa de luto por el reciente fallecimiento de Juan Pedro Domecq. Un minuto de silencio hubo para su recuerdo. Morante pasó discreto ante ese toro que ni fue malo ni bueno.

Hasta el quinto, en verdad, tuvimos que esperar para la resurrección. Para dar sentido al sinsentido de esta Fiesta nuestra protegida ya en el país vecino. BIC en Francia. No grata en la amada Cataluña por capricho político. El Juli creyó en el quinto más allá de lo que apuntaba la lógica. No se veía clara, no andaba clara la tarde. En la virtud del imponente toro estaba humillar, pero sin rematar el viaje, sin la entrega hasta el final, con un derrote feo. Se lo trabajó El Juli. Pulió al toro. Borró defectos. Tiró de torear por abajo y más abajo hasta descomponer incluso la figura. En su idea estaba alargar el viaje.

Y poco a poco la vereda se hizo más larga, y más continua. Y la emoción trascendió, sobre todo cuando los muletazos encontraban el colofón de la tanda en un remate sin moverse, sin perder pasos. Sometimiento del animal frente al poder del torero. Había un reto en el ruedo. Se sabía que estaban pasando cosas. Fue a más la faena e incluso el toro, obra y gracia de El Juli. La espada se le fue atrás, pero suficiente para salir del paso y del palco asomó los dos pañuelos. No me cabe duda de que la faena formaba parte de la resurrección, se la había sacado El Juli en parte de la chistera. Pero tirando de histórico dudo de si la intensidad había sido para el doble trofeo… El pensamiento quedó en el aire.

Antes, había estado firme con un segundo que no le puso las cosas nada fáciles, sobre todo por el izquierdo, de mirada asesina. El sexto fue otro señor toro de Daniel Ruiz. A Manzanares se le veía con ganas de dar la cara. Quiso todo y más. Pero no su antagonista. Se abría el toro al embestir, amagando con rajarse y dificultó una faena larga, de buscar en todos los caminos. La impecable cuadrilla de Manzanares se desmonteró en ambos toros.

Precisión y armonía. Un lujo. Continuidad le faltó al tercero, sobrero del mismo hierro. Tenía profundidad en el viaje, pero le costaba un mundo ir. Ahí estuvo siempre la muleta de Manzanares. Morante dejó un quite sublime de dos verónicas y una media. Poco recordaremos después de su faena al cuarto. La resurrección de la tarde corrió a cargo de El Juli.

Sevilla. Domingo de Resurrección. Se lidiaron toros de Daniel Ruiz, el 3º como sobrero del mismo hierro, desiguales de presentación. El 5º, el mejor. El resto con matices pero de poca nota. Lleno de «no hay billetes». Morante de la Puebla, de fucsia y azabache, pinchazo, estocada (silencio); media estocada (silencio). El Juli, de catafalco y oro, casi entera (silencio); estocada trasera (dos orejas). Manzanares, de catafalco y oro, estocada (saludos); aviso, pinchazo hondo, ocho descabellos (saludos).

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/andres_amoros_bn.jpg"/>Por Andrés Amorós. Chubascos y cielo añil

Las trombas de agua han desarbolado este año, como nunca, la Semana Santa sevillana. Reflexiona un amigo: «En un país donde el que lleva una bandera nacional es tachado de provocador; donde se organiza una “procesión atea” el Jueves Santo; y donde los jueces sueltan a un terrorista para dar orden, poco después, de buscarlo, no es raro que el agua impida la Madrugada…»

Pero no hay mal que cien años dure, ni siquiera en España. El ambiente en la Plaza de los Toros es absolutamente extraordinario. Los sevillanos —define el maestro Antonio Burgos— se disponen a realizar «el gran rito primaveral: sacar la almohadilla en la Maestranza». Nos sentimos unos privilegiados por estar aquí.

En su Pregón matutino, Rafael Moneo ha señalado que lo aleatorio es uno de los atractivos de la Fiesta: esta tarde, ¿sucederá el milagro… o no pasará nada? Dependerá, en gran medida, de los toros.

Según el Teniente de Hermano Mayor de la Maestranza, en entrevista con María Jesús Pereira, en el ABC sevillano, «tenemos el toro que el público quiere. El empresario contrata a las ganaderías que el público quiere ver». Me temo que las cosas no son tan sencillas. En las corridas de figuras, el empresario compra los toros que los apoderados exigen; si no, los diestros no torearían. Y la masa de público atiende a los toreros más que a los toros: ése es el quid de la cuestión.

¿Ha sucedido siempre así? Sí, hasta cierto punto. En todo caso, el poder de elegir los toros trae consigo la responsabilidad. Hoy, los toros de Daniel Ruiz han dificultado seriamente el previsto brillo del espectáculo. La corrida comienza, solemne, con un minuto de silencio en memoria de Pepín Martín Vázquez y de Juan Pedro Domecq. Las nubes negras se ciernen sobre la Maestranza y, justamente al empezar la lidia, estalla la tormenta: rayos, truenos, agua… La gente aguanta, impávida.

He recordado una greguería de Ramón Gómez de la Serna: «La tormenta comienza con un gran portazo conyugal, como si la diosa se hubiese marchado violentamente, dejando al Dios encolerizado».

Bajo el huracán, Morante lidia al primero, encastado pero incómodo, que puntea. Brilla sólo en una verónica y algunos doblones. No se da coba, machetea y mata con precauciones. ¡Mal empezamos!

Temíamos que los toros de Daniel Ruiz flojearan pero no esperábamos que, además de eso, sacaran genio. El cuarto embiste brusco, a cabezazos, mansea; toma los engaños a regañadientes. Morante dibuja chicuelinas garbosas, lo pasa por alto con gracia sevillana y consigue algún buen derechazo, pero, pronto, se desconfía, tira líneas y vuelve a matar sin estrechuras. No ha estado al nivel que ahora acostumbra. Para el recuerdo queda su quite en el tercero: dos verónicas y media realmente fantásticas: es poco para lo que esperamos de él pero, con esta belleza, el cielo azul se abre paso entre los nubarrones.

El tercero, muy flojo, es sustituido por un sobrero, castaño, de la misma ganadería, que también flaquea. Mide Barroso el castigo, aguanta bien en banderillas Trujillo y Curro Javier es ovacionado al colocarlo, sin un lance: los detalles de sabiduría de la Maestranza. José Mari dibuja derechazos a cámara lenta, en el centro del ruedo, y aguanta parones. Muletea con su conocida clase pero el toro se para y enfría todo: las nubes siguen tapando el cielo.

El sexto también flojea y mansea, derriba a Chocolate, hiere al caballo. Saluda en banderillas Curro Javier, al que hace quites oportunos Araújo. El toro embiste a oleadas, descompuesto. Manzanares corre bien la mano, acompaña con la cadera, en preciosos muletazos, pero el toro no da facilidades y la faena resulta intermitente. La alarga demasiado, sufre un desarme y algunos arreones, se resbala en la cara del toro y falla al descabellar. El público lo ha tratado con cariño pero él no lo ha visto claro, al final.

El Juli vuelve a la Maestranza con la misma disposición y seguridad del año pasado. A su primero lo recibe con buenas verónicas y quita por chicuelinas. Brinda al público. El animal está justo de fuerzas, se cae varias veces: por la izquierda, se orienta, con peligro. La faena del Juli es seria, de mérito, valiente y responsable, pero el público no acaba de entrar.

Se desquita con el quinto, que no es mejor: flojo, sin clase, insulso. «Un esaborío», dicen a mi lado. El Juli lo va haciendo, lo conduce, muy seguro, por los lados. Manda, lo lleva prendido en los vuelos de la muleta, liga los buenos naturales con el de pecho. Lo mata —igual que al tercero— de una estocada con su habitual saltito y corta dos orejas, pedidas unánimemente por el público.

La esperadísima corrida del Domingo de Resurrección sólo en parte ha borrado la decepción de la Semana Santa más pasada por agua de los últimos tiempos.

He recordado unos versos del sevillano Antonio Machado: «Son de abril las aguas mil, /sopla el viento achubascado / y, entre nublado y nublado, / hay trozos de cielo añil. / Agua y sol, el iris brilla / en una nube lejana. / Zigzaguea / una centella amarilla./ Lluvia y sol, ya se oscurece / el campo, ya se ilumina…»

En medio de la tormenta, el cielo de la Maestranza se ha iluminado, esta tarde, con el toreo de El Juli: añil y oro, como su vestido.

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El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Juli se subió encima de los rayos y los truenos

Como en una foto de Arenas, los nubarrones cárdenos iban amenazando el comienzo del festejo como en una tarde de Viernes Santo, con el Cachorro por el puente. No se había librado la Semana Santa y tampoco iba a ser menos la tarde del Domingo de Pascua a pesar de la inusitada expectación que había despertado un cartel en el que no cabían fisuras. El recuerdo de Juan Pedro Domecq, un gran ganadero que sí necesita una revisión histórica más allá de los estereotipos que él mismo no supo derribar, fue el preludio de un festejo que no se libraría de un tremendo chaparrón, de un recital de rayos y truenos que no logró doblegar el entusiasmo a pesar de la enorme desigualdad de los jandillas manchegos de Daniel Ruiz.

Arreciaba la tormenta y El Juli no había tenido suerte con el segundo de la tarde aunque lo toreó con mimo a la verónica luciéndolo en un quite por chicuelinas que remató con una media eterna. Pero el toro no aguantó hasta el final. Protestaba en los embroques de puro flojo a pesar de no mostrar mala condición. Pero no podía con su alma. El de Daniel Ruiz andaba siempre a la defensiva y así era imposible el toreo pese al empeño decidido de El Juli, que no se cansó de estar en la cara a pesar de lo corto que se quedaba su enemigo, de su tendencia a gazapear y a hacer hilo. Era inútil. Sólo quedaba echarlo abajo con una estocada suficiente y esperar a mejor ocasión sabiendo que quería, podía y sabía.

Y así fue. La decoración iba a cambiar dos toros después: templadísimo a la verónica, apenas quiso que tocaran al quinto en el caballo. El toro fue bien lidiado, sabiamente administrado en varas y se desplazó más y mejor por el pitón izquierdo en los lances de El Juli, que se apercibió pronto de que el animal, aún sin definir del todo, no hacía malas cosas en banderillas. Salió a por todas y sin brindar a nadie se metió en los pitones un punto acelerado hasta encontrar el mejor hilo de la embestida del toro de Daniel Ruiz por el lado izquierdo. Comenzaba otra tormenta distinta aunque la faena explotó definitivamente en una serie honda y rotunda, con media muleta arrastrando por el suelo cuando el maestro madrileño se echó la muleta a la mano derecha. El diapasón no paró de marcar el ritmo trepidante de un trasteo en el que no hubo ruptura del hilo argumental ni bajones ambientales. La faena fue de más a mucho más y El Juli toreó y citó desde abajo hasta lo más hondo, buscando la sublimación de un exigente concepto que le ha convertido en gran intérprete.

La verdad es que El Juli se hartó de torear, salpicando su labor de esos cambios de mano por la espalda que sacudieron al público y liberaron la tensión de un trasteo que acabó en puro regodeo; que se abrió y cerró con enormes pases de pecho en los que el matador no se enmendó ni un centímetro. También hubo altura al natural y esas cositas finales, tan del gusto de Sevilla, que preludiaron el estoconazo final que ponía en sus manos dos orejas inapelables que ponen la feria muy cara para sus colegas.

Morante -que hizo el paseo liado a la antigua- no existió más allá de un quite excelso que partió la plaza por la mitad. No hubo más: el primero de la tarde no sirvió y apenas fue un revuelo de paraguas y chubasqueros. Tampoco se entendió del todo con el cuarto, un toro altón y de feas hechuras que nunca le dejó estar a gusto. A pesar de todo, por allí dejó un puñadito de chicuelinas dichas como los toreros viejos, con los bracitos altos, girando con una gracia antigua y rematando con una media sin etiqueta. Después ya no hubo o no se encontró el acople y el mosqueo evidente del diestro de la Puebla también se contagió al tendido, que no quería dejar pasar otra ocasión sin encontrarse con ese toreo revelado que había enseñado a sorbitos en el toro anterior.

Y es que lo del quite del tercero fue de otra galaxia. Fueron sólo dos verónicas y una media de otra época que revelaron que el cigarrero es de otro mundo. Morante andaba dando pasos de perdiz, impaciente por entrar al quite en el sobrero que hizo tercero, un ejemplar de buenas hechuras y cuerna bizca al que Manzanares ya le había enjaretado otro mazo de chicuelinas aladas, bajando mucho los brazos y girando como una veleta de filigrana. La media, echándose el capote a la espalda, fue un homenaje a los toreros de Triana. Pero aún hubo más, como las ejemplares labores de los hombres de plata del alicantino. Si Trujillo lo estaba bordando con los palos sin darse demasiada importancia, Curro Javier volvía a mostrarse como uno de los grandes del percal. Y había que estar a la altura de las circunstancias pero el toro, que no tuvo mal fondo, no quiso unirse a la fiesta por su falta de gasolina. Le costaba repetir con continuidad, seguir la muleta hasta el final y aunque el toreo brotó como una fuente en un derechazo inmenso y arrebujado, la faena no llegó a tomar el vuelo que todos anhelábamos. El toro llegaba exangüe al tercer muletazo y aunque dejó retazos de calidad por el pitón izquierdo se acabó parando. Lo que se había anunciado como un recital se quedó en pruebas incompletas de instrumentos.

Tampoco iba a tener suerte Manzanares con el sexto de la tarde, que derribó a Chocolate con estrépito e hirió al caballo. Brilló Araújo librando del peligro a Curro Javier y Manzanares, algo atropellado, comenzó bien el trasteo, toreando siempre a su favor a pesar de la tendencia a mansear de este animal que, con un poquito más de fibra, habría permitido al alicantino poner a tope toda su orquesta. Hubo muletazos aquí y allí; incluso series compactas exprimiendo hasta lo imposible un toro que no quería pelea. La faena acabó algo accidentada entre resbalones y algún arreón del animal mientras el Manzana se atascaba con el descabello. Aunque dejó clara su declaración de intenciones tendrá que esperar mejor ocasión.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. El poderío de don Julián

Adiós a una Semana Santa de las más castigadas por la lluvia. Una conmemoración cargada de dolor para tantos y tantos sevillanos, que vivieron, rotos, la suspensión de sus pasos, Ahora, el latido de la ciudad se acelera de otra manera, ante medio mes de liturgia taurina en el Templo del Toreo. Asoman miedos y monteras por Iris. El toro espera. La suerte está echada. De un credo a un rito, sin que el tiempo ni la ciudad cambien, con una Maestranza esplendorosa, sonando como en casi ningún sitio suena la música y masticando también su singular silencio. Un silencio, que se hizo presente, tras romper el paseílllo, de manera respetuosa y solemne por el maestro Pepín Martín Vázquez y el ganadero Juan Pedro Domecq.

Cuando el público acababa de acomodarse, una negra nube, que había jugado al escondite, se emplazó sobre la Maestranza. Y allí fue el diluvio durante los dos primeros toros, con gran parte del respetable huyendo de la tormenta y despoblando los tendidos.

El Juli, el triunfador flamante de la pasada feria y de la temporada, se alzó como victorioso en la tarde inaugural de la temporada sevillana. Ya nada queda de aquel niño prodigio con un apodo diminutivo. El Juli es torero en sazón, al que ya le catalogamos hace tiempo con el don. Y don Julián demostró ayer su poder a lo largo de una actuación bastante completa. Su plato fuerte lo ofreció ante el quinto toro, Melonero, un ejemplar bien armado, castaño y con brío. Dominador con el capote, se fue a los medios desde el inicio de su faena, marcada por el poderío, la distancia adecuada y bajando siempre la mano. Primero, El Juli confió al toro, sin someterle de golpe. Con la diestra, tras una tanda meritoria, sonó la música. A partir de entonces, el madrileño se creció y consumó a continuación una serie fabulosa, en la que tras pararse el toro, hilvanó los derechazos con un cambio de mano formidable. Luego, por ese pitón, fue exigiendo más y más al astado hasta barrer literalmente la arena con la flámula. Las ovaciones se sucedieron tras cada tanda. También surgieron naturales mandones, con una serie en la que brilló en otro cambio de mano. El torero se tiró con arrojo en la suerte suprema para enterrar el acero, tras el típico salto que da en el embroque. La presidenta sacó casi al tiempo dos pañuelos, concediendo dos trofeos, que para los puristas fue premio excesivo, teniendo en cuenta las exigencias de la Maestranza.

Ante el segundo, El Juli, que brilló con la capa, apenas si pudo lucirse con un animal muy flojo, quebrantando por sendas volteretas. El astado, en la muleta, perdió reiteradamente las manos y protestó en exceso.

Morante de la Puebla, que abrió plaza, se desentendió de inmediato del primer toro. Con el deslucido cuarto, al que le faltaba poder, no llegó a confiarse, cambiando constantemente de terrenos. Con cuentagotas, perfumó la Maestranza con su arte, en un quite en el primer toro de Manzanares, dibujando los mejores lances de la tarde: dos verónicas de ensueño en las que pareció hundirse en el albero y una media arrebatadora y envolvente.

José María Manzanares se entregó ayer sin reservas. El tercero, derrengado, fue sustituido por un sobrero del mismo hierro, que no humillaba, y ante el que el torero se lució en un quite por chicuelinas marca de la casa y extrajo algunos muletazos aislados de calidad con la diestra. Ante el sexto, que derribó e hirió al caballo en la pata derecha, el alicantino porfió también en una labor basada en la mano derecha, en la que el toro buscaba tableros constantemente. Logró un par de tandas muy meritorias. Su esfuerzo lo emborronó con los aceros.

La tarde, salpicada de destellos artísticos, quedó grabada por el poderío de don Julián.

Firmas

Por Gastón Ramírez. Juli saca una faena de la chistera y corta dos orejas

Otro Domingo de Resurrección sin gran cosa que contar en la plaza más importante del mundo; otra corrida de expectación que no alcanzó a dar el do de pecho; otra tarde sevillana pasada por agua. Pero el grueso del público se fue contento: los euros pagados por las entradas se vieron recompensados con femenina magnanimidad desde el palco de la presidencia, convirtiendo al Juli en el gran triunfador de un festejo para el olvido. Oiga, si Morante se decide a hacer trucos malabares y mata acertadamente, y si a Manzanares no se le pasa de faena su segundo bicho y lo pasaporta como Dios manda, estaríamos hablando de una lluvia torrencial de orejas. Pero nada de eso hubiera bastado para tapar el sol con un dedo: no hubo toros bravos y el espectáculo fue aburrido y lamentable durante casi toda la corrida.

Morante le hizo un precioso quite al primer toro de Manzanares; le pegó un par de verónicas y una media. Eso fue lo mejor de su actuación. No se podía pedirle mucho más a José Antonio, salvo que pusiera empeño en procurarse ganado con garantías y hechuras para estos compromisos.

Juli está toreando con un conocimiento de las distancias y de las condiciones de los toros verdaderamente envidiables. De esa manera, cambia el comportamiento de los mansos débiles y los convence para que pasen mil veces y finjan que llevan algo de sangre brava en las venas. Hay temple, variedad y quietud en los trasteos. Luego se regodea en estocadas a la media vuelta con brinquito incluido y pone a los villamelones al borde del paroxismo. Pero da la impresión de que muchas veces algo falta, de que el toreo memorable está en otra parte. Hoy le dieron dos orejas porque la presidenta y el respetable no saben que La Maestranza no es una plaza de pueblo.

Manzanares estuvo dispuesto, entregado y gritando de continuo. Los momentos estimables de sus trasteos tuvieron calidad pero no mucho fondo. De alguna manera parecía que llevaba prisa por triunfar y se olvidó del reposo. En el tendido nos preguntábamos si de haber matado con eficacia le hubieran obsequiado tres o cuatro apéndices de cada uno de sus cornúpetos.

Sin querer ser desagradable o irrespetuoso, me pregunto si el fantasma de Juan Pedro Domecq, ese recientemente fallecido artífice del monoencaste y del toro artista y sin fiereza, no nos seguirá dando guerra por mucho rato, coludido con las figuras del momento.

©Imágenes: EFE/Empresa Pagés.

Sevilla Temporada 2011

sevilla_240411.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:17 (editor externo)