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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Tarde del Miércoles, 27 de abril de 2011

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Alcurrucén (bien presentados, mansos, descastados y faltos de raza en general)

Diestros:

Oliva Soto: De sangre de toro y azabache. Media estocada, descabello, aviso, descabello (silencio); pinchazo que escupe, estocada (saludos desde el tercio).

Rubén Pinar. De nazareno y oro. Pinchazo, estocada (silencio); estocada desprendida (saludos).

Miguel Tendero. De malva y oro. Estocada tendida, dos descabellos (silencio); pinchazo, estocada (silencio).

Saludó: Francisco J. Andana, de la cuadrilla de Oliva Soto, en el 4º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa, que debuta.

Tiempo: Soleado y temperatura agradable.

Entrada: Más de media plaza.

Crónicas de la prensa: El Mundo, El País, Diario de Sevilla, La Razón, ABC, El Correo de Andalucía, EFE, Firmas.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Lo de Alcurrucén ya no lo torean las figuras, los hermanos ganaderos sabrán por qué. Los tres primeros coloraos fueron huidos, mansos y descastados. Nada pudieron hacer los de la coleta. El cuarto fue potable y Oliva Soto le hizo una faenita con altibajos y volvió a perder la oreja con la espada. Y era su despedida. Rubén Pinar, otrora prometedor novillero, tuvo muy mala suerte con el lote, pero por qué brindó el segundo al público. Mató bien, lo mismo que Tendero, que tampoco tuvo oponentes. Al tercero le aprovechó unos pases por la izquierda y con el último porfió con denuedo para sacar algún pase suelto de un sardo muy soso. Era la corrida de la juventud, entre los tres matadores sumaban la edad de uno como yo. Debutó el presidente y el usía lo hizo bien, atento siempre y rápido con el pañuelo. Por cierto, según el programa, los tres toreros son llevados por ocho apoderados en total, más que público había en el 10. Ocho apoderados, ocho, señores. Lo que es la crisis, adónde vamos a llegar.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: la intensa brevedad

Hasta el cuarto de la tarde, un toro más lavado de cara, más fino de cabos y más bajo que sus hermanos, no se vio una serie diestra ligada con intensidad. Es verdad que fue breve, pero no es menos cierto que se debió al valor de Oliva Soto. Sin que haya habido triunfo grande, la dimensión que ha ofrecido el torero de Camas ante ese pupilo de Alcurrucén ha sido esperanzadora. En su breve trasteo ha dado muestras patentes de que sabe hacer esfuerzos y que aguanta miradas y parones que ponen los pelos de punta.

Otro de los aspectos claves de la intermitente faena del torero sevillano residió en no dejar pensar al cuatreño. Lo atacó desde el primer momento y no le dio opciones a su oponente que, cuando se sintió podido, comenzó a apretar por dentro. Por el izquierdo siempre derrotó arriba y más que embestir quería quitarle la tela roja a su matador.

En tarde tan desesperante debe reseñarse el esfuerzo de los tres chavales, que en ningún momento se amilanaron y en todas las fases de la lidia mantuvieron la moral. Se pusieron una y otra vez en el sitio en el que los toros tienen obligación de romper e hicieron gala de un tesón encomiable.

Lo peor: la mansedumbre

La hemos tenido de todos los tipos. Repasando las notas de la plaza sorprende ver el apunte: “huyó del caballo”. Si los del castoreño son el fielato de la bravura, sin son el nivel que decanta la casta y el empuje, el encierro de los Hermanos Lozano careció de lo esencial de un toro bravo. Escarbaron, huyeron de los picadores, se repucharon, embistieron sin codicia, con la cara a media altura y distrayéndose siempre de los engaños. Y cuando se sintieron podidos, buscaron lugares donde nadie les atosigase.

Si el toro de la estirpe “Núñez” que embistió en los 60 y los 70 promediaba unos 480 kilos, era bajo de agujas y de lomos más bien rectos, hay que cuestionarse por qué, cincuenta años después, salen por los chiqueros animales tan zancudos, de badanas descomunales y con más de 530 kilos de media. ¿Tanto ha cambiado el encaste?

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El Mundo

Por Carlos Crivell. Teorías sobre la lidia de los mansos

Por el tendido se cruzaban preguntas. ¿Qué corrida ha sido peor, la de Aguirre o la de Alcurrucén? No había color, porque muchos aún temblaban por las oleadas destempladas del que cerró plaza en la tarde del martes. La de los hermanos Lozano fue simplemente mansa. La mansedumbre es una de las condiciones posibles del toro de lidia. Y según un aserto popular, todos los toros tienen su lidia, incluso los mansos. El problema es que el cuerpo del aficionado, y muchos menos el de espectador ocasional, no está preparado para presenciar la lidia de un manso. Tampoco el lidiador moderno tiene recursos para dominar a los toros huidizos.

La de Alcurrucén fue muy mansa. Algunos fueron verdaderos bueyes de carreta. Sólo el cuarto se dejó pegar dos varas con cierto estilo de toro. El resto de las reses exhibieron de salida las características de su encaste Núñez. Corretones y abantos, parecían que buscaran la puerta de salida al campo. No se dejaron picar en los terrenos de la sombra, casi todos salieron sueltos a estampidas del encuentro con los montados; es decir, mansos de verdad.

El toro manso puede ser encastado y noble; o puede tener clase. Si tal cosa ocurre, cuando llegan a la muleta se les pueden torear. La historia del toreo está llena de faena cumbres a toros mansos. Los de Alcurrucén fueron mansos malos. No humillaron, carecían de fijeza y hasta sus últimas arrancadas querían irse de la plaza. Requerían un tipo de lidia que los jóvenes del cartel no conocen, aunque es cierto que los públicos tampoco aceptan una lidia sobre los pies con muletazos de castigo por bajo. La imposición del muletazo con la derecha y con la izquierda lastra en estos tiempos la posibilidad de presenciar faenas lidiadoras.

Oliva Soto le quiso dar los dos pases al primero, un toro a la defensiva, algo que no consiguió en ningún momento. El cuarto fue el único de Alcurrucén que se dejó dar pases. Oliva logró una tanda y media con buen estilo por la derecha y apenas pudo ligar alguno con la izquierda. Aunque sonó la música y el fervor localista se puso de su parte, ese toro tenía una faena más completa. Al final, para no perder la costumbre, lo mató mal.

Rubén Pinar fue el espada que más se acercó a la lidia que necesitaban sus mansos. El segundo no se paró nunca. Pinar le cambió los terrenos varias veces buscando algo imposible. El quinto toro debía ser carpintero de profesión: no quería más que la madera de las tablas. Para colmo, se paró como un poste de la carretera. Todo su esfuerzo fue inútil.

Miguel Tendero, por contra, es un torero moderno. Sabe dar pases con la derecha y la izquierda. Al tercero, víctima de una lidia pésima en plan capea por parte de su cuadrilla, Tendero le dio pases corrientes sin alma. Es triste ver a un torero darle muletazos sin alma a un toro sin espíritu. Para cerrar la tarde, un manso de oleadas a diestro y siniestro. Tendero también le dio pases a este toro. En este sentido, parece que el de Albacete le da pases a todo lo que se le ponga por delante. El problema es que los pases de Tendero son vulgares. El otro problema es que ese toro sexto, con la cara por las nubes, necesitaba otro tipo de lidia más dominadora que el chaval de Albacete tal vez no conozca. Ha sido educado en la apoteosis del derechazo y el natural.

Hubiera sido curioso ver la reacción del público si alguno de los diestros se dobla por bajo con cinco doblones, sigue con pases por alto, unos adornos sobre los pies y lo mata de una estocada. Tal vez la plaza se hubiera arrancado con una ovación, o no se hubiera enterado de nada, porque estos públicos modernos, que van a los toros con ideas prefijadas, también están educados para entender sólo el toreo moderno.

Los toros de Alcurrucén, tan mansos, no tenían ese punto de peligrosidad que transmitió la de Dolores Aguirre. En el tendido, mientras los mansos de los hermanos Lozano correteaban por la plaza, la impresión es que no había peligro en el ruedo. Y los mansos, además de su lidia, tienen peligro. Sin embargo, mejor una corrida mansa que una peligrosa. Ocurre que no estamos preparados para comprender que un manso no tiene cien muletazos como cualquier toro de estos tiempos.

El Mundo

Por Zabala de la Serna. La Maestranza se abona a la mansedumbre

El virus de la mansedumbre se ha abonado a la Maestranza. El tercero era otro tacazo de hechuras de Alcurrucén. Pues tampoco. Que tampoco embistió, digo. Y lo que lo hizo en la muleta de Tendero fue por el izquierdo y sin celo alguno. Miguel le puso, o le quiso poner, salsa al soso. Pero no repetía, salía con la cara distraída, tontón. Varios naturales aislados como muestra de su aire y una estocada a toro arrancado como rúbrica. Otro estupendo espadazo al volapié se había convertido en casi lo mejor de la paciente labor de Rubén Pinar con otro manso de sevillana armonía. Las veces que estuvo a punto de llevárselo por delante fue de puro irse y arrollar. Se emplazó el toro que abrió plaza y allí tuvo que acudir el matador ante la incapacidad o inhibición de los peones. Un lance y ya el toro inició una basculación hacia toriles. Mil capotazos le dieron lo que no es excusa para su mansa condición. Pero resta. En la muleta, se movió entre tornillazos y fugas. Oliva prefirió esperar a la suerte en el cuarto, que la traía contada. Era el único negro y, hasta el momento, en vez de ser la oveja negra fue el mirlo blanco. La suerte contada porque traía 10 o 15 pases y apurando 20, que Oliva para que quiere más, para hacer sus cosas con la mano derecha, con su ligazón y su pechito por delante. Más depacito mejor. Y más por abajo también. Antes de que se pusiera topón. Hubo nota en los pases de pecho. Tiene a su favor esta plaza y la fortuna, que tal y como iba la tarde… La gente se enfrió con varios enganchones con el toro de Alcurrucén ya más desentendido. Oliva cobró una estocada tras un pinchazo y terminó por saludar desde el tercio. Ay, con un poquito más de corazón! Es distinto.

El quinto le hizo un extraño de salida a Pinar que lo desarmó. Y barbeó taplas y se cruzó en capotes. No tuvo ni uno en la muleta.

El burraquito y vareadito sexto ya salió pregonao de mansedumbre. Huido de caballos. En la muleta se dejaba con la cara por el palillo o más allá. Por el infinito. Tendero le puso voluntad y hasta lucimiento en algún flash.

El País

Por Antonio Lorca. Peligro inminente

Al final, va a tener razón aquel que dijo que los toros no hay que prohibirlos, sino dejar que desaparezcan por sí mismos. Ese es el peligro inminente de esta fiesta. De qué valen pomposas declaraciones institucionales si lo que se ofrece en el ruedo es un pestiñazo insoportable; si los toros son cabestros con malos modos; si los toreros unos vulgares pegapases; si las cuadrillas manifiestan una apabullante ineptitud; si al público solo le preocupa el aplauso fácil… Qué importan los antitaurinos si esta fiesta se está consumiendo por dentro, desangrada, moribunda, mortecina y aborregada. Hay que tener paciencia de santidad para aguantar una tortura como la de ayer. Y, encima, pagando; y, además, por segundo día consecutivo. Incomprensible resulta que haya personas con tal sentido de la caridad.

Los toros fueron, de nuevo, un auténtico desastre. Guapos, sí, pero mansos de solemnidad, descastados hasta lo insoportable, violentos mucho más allá de lo permisible, sin fijeza alguna, con las caras por las nubes… Pura escoria. Podría salvarse el cuarto, que metió la cabeza en un par de tandas para que se luciera Oliva Soto en otra labor inconclusa. Pero todo fue una inmensa masa de carne fofa. Y esos toros, y los de anteayer, y los bobos impuestos por las figuras acabarán irremisiblemente con la fiesta más pronto que tarde.

Tres chicos jóvenes hicieron el paseíllo cargados -se supone- de ilusión y deseos de triunfo, pero se tornaron en ancianos decrépitos sin capacidad para demostrar un atisbo siquiera de torería.

Oliva y Pinar brindaron al público sus primeros toros y aún se pregunta la gente quién les recomendó tamaña insensatez. Un quite por chicuelinas realizó el segundo y fue el único de toda la tarde. Los tercios de varas fueron la demostración de una incapacidad absoluta de las cuadrillas. Un único par de banderillas decente -el que colocó Javier Andana al cuarto de la tarde- y saludó no porque lo pidiera el público, sino porque se lo ordenó Oliva Soto, su jefe de filas. Nada con el capote en toda la tarde. Nada con la muleta, de una supina vulgaridad los tres, incluido Tendero, con la excepción de una tanda de emotivos derechazos de Oliva al cuarto que no acabó en nada.

Pero si es que está todo al revés: si hasta el torilero de la plaza abre los chiqueros cuando se lo indica el último arenero que se resguarda en el callejón.

Lo dicho: peligro inminente.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Fracaso de Alcurrucén

La corrida de Alcurrucén, bien presentada, decepcionó en su juego. No por la mansedumbre con que los toros de encaste Núñez suelen desenvolverse en los dos primeros tercios; si no por la escasa y deslucida acometividad con la que lucharon durante la lidia y en la persecución de la muleta. Únicamente un cuarto astado, que resultó manejable, propició al camero Alfonso Oliva Soto deleitar con su pinturería algunos pasajes de un festejo que en líneas generales fue muy aburrido.

Oliva, quien ya demostró el pasado lunes en esta misma plaza de la Maestranza que sabe mover los engaños como muy pocos, basó su faena en el pitón derecho, potable. Este cuarto toro, Cariñoso, para hacer gala a su nombre, fue el menos agrio del desagradable encierro. El de Camas comenzó con tres series cortas, metiéndolo en la flámula y dibujando muletazos estimables, aunque sin despaciosidad. En la tercera, con los pases más ceñidos, el público estalló en una gran ovación y la banda de música atacó por primera y única vez en la tarde una faena. La siguiente serie, con pinturería, la abrochó con un hermoso pase de pecho y desplante torerísimo. Pero por la izquierda al toro le costó embestir y el torero volvió a la otra mano. El animal ya no acometía con el mismo celo y todo quedó sentenciado. Como le sucedió también el otro día, el camero volvió a fallar con la espada. Una estocada tras un pinchazo fue la rúbrica antes de que el público le propinara una gran ovación.

El torero sevillano tuvo que cortar de inmediato las relaciones con un Valenciano que abrió plaza y que resultó manso y muy deslucido; un toro sin entrega y que derrotaba feamente.

Rubén Pinar poco o nada pudo lucirse. Amistoso, el segundo astado de la tarde, tuvo muy poco de ello. Resultó un enemigo manso y gazapón. El de Albacete se machacó en un trasteo porfión y larguísimo, con un toro que se hacía el remolón y que por el pitón derecho desarrollaba mucho peligro. De hecho, en un muletazo, se quedó debajo del torero y le lanzó un serio hachazo como advertencia de su nula amistad.

Pinar tampoco pudo hacer nada ante el quinto. Sus afanes, su trabajo por agradar, no sirvió nada precisamente ante Afanes, un astado no beligerante, que quiso huir de comienzo hacia la dehesa, cuando midió las tablas para saltar y que, aplomadísimo, no persiguió en ningún momento el engaño. Pinar lo finiquitó de una estocada contundente, en la que el toro le colocó sus cuchillos a la altura del estómago, hecho decisivo para que recibiera una ovación fuerte.

Miguel Tendero tampoco pudo brillar por el pésimo lote que tuvo enfrente. Con su primero, una res denominada Guitarra, cuyas cuerdas andaban rotas, no pudo sacar acorde alguno. El toro, sin fijeza alguna, andaba de un lugar a otro, sin entrega, sin humillar y Tendero, voluntarioso, sufrió una colada escalofriante por el pitón derecho y también ligeros tornillazos por el izquierdo, cuando le plantaba cara. El sexto, Pianista, tampoco hizo honor a esa familia ganadera de encaste Núñez, con nombres referidos a la música, que suelen ser buenos. En este caso, el toro, huidizo en los dos primeros tercios, se movió tras la franela, pero sin entrega ni humillación, por lo que la porfiona labor de Tendero careció de emoción.

La ganadería de Alcurrucén, que en muchas ocasiones es elegida por figuras y nada tiene de torista, fue un mal trago para público y toreros. Alcurrucén, fracasó.

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La Razón

Por Patricia Navarro. ¿Mansos? Sí, y con guasa

Como si la mansedumbre se contagiara, la corrida de Alcurrucén resultó una epidemia. De mansos, de hartarse a huir de los capotes, de protestar en la muleta, de mirones, de probar el valor de los toreros, de los banderilleros, de cruzarse de salida. Y ya de remate, las cosas raras que hicieron quinto y sexto desde que abandonaron la puerta de toriles. El sexto se medio arregló en el último tercio, eso sin querer ver que salía del embroque con la cara por las nubes, pero ya solo con que pasara con nobleza era un éxito. El éxito que no ofrecieron a nadie.

Qué coraje para los toreros, para el público… Fallaba todo, hasta el pronóstico, porque la corrida no podía estar mejor hecha, estrechita de sienes, con el remate justo… Para embestir, puñeta, pero por no embestir de verdad de verdad ni uno. Digamos que el cuarto se dejó, más en la línea de la casta que de la mansedumbre, y Oliva Soto no volvió la cara. Pegaba un derrote el animal al final del viaje, pero impuso Oliva su muleta, su decisión, sus ganas. Y esta vez la faena tuvo estructura por la mano derecha, inquietud, gatos en la barriga para aguantar, que el de Alcurrucén tampoco es que fuera una hermana de la caridad. Pinchó antes de que entrara la espada. Salió abanto su primero. Marcaría el sino de la tarde. Y huyó después del peto para pegar arreones en la muleta. No era para tomarse confianzas y Oliva Soto al menos lo intentó.

Desesperante resultó el segundo, que salió suelto como si se le hubiera perdido algo. Rubén Pinar, que ayer bailó con dos feas, lo luchó, pero lo único que consiguió es que el animal le fuera dando un aviso detrás de otro. El quinto se atravesó con el capote y parecía tener un claro defecto en la vista. Se lo puso cuesta arriba a Pinar, a la cuadrilla, y hasta al público. Menos mal que en última instancia optó por no arrancarse. Qué pesadilla.

Miguel Tendero al menos pudo quitarse el gusanillo de pegar veinte pases medio airosos con el sexto astado, que no humillaba ni a la de tres, pero tampoco lo hacía con malicia. Dejó estar. Más aburrido resultó la faena al tercero. El derecho era territorio prohibido. Y por el izquierdo, los esfuerzos caían en el saco roto de la indiferencia. Una tarde difícil, por la guasa de los toros, porque el arte está en un camino paralelo, y porque dos tardes seguidas son demasiado para corazones endebles. De una en una y de mucho en mucho. Si hace falta calarse hasta los huesos para ver torear, qué vuelva la lluvia. Con catarro incluido.

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ABC

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/fdo_carrasco.jpg"/> Por Fernando Carrasco. Entre mansos anduvo el (poco) juego

Uno tras otro, los de Alcurrucén fueron saliendo al ruedo para cantar y contar al público sevillano su manifiesta mansedumbre. Toros con una percha impecable pero ayunos de casta, buscadores de las tablas e incluso amagando con saltarlas. Así transcurrió la cuarta de la Feria de Abril, a excepción del oasis que hubo en el cuarto, un toro que tuvo mayor recorrido y, sobre todo, fijeza. Los demás, mansos hasta decir basta. Y algunos de ellos con guasa en las escasas embestidas que medio regalaron a sus matadores.

Con este panorama, ya me dirán ustedes qué pudo verse en el ruedo maestrante. Sólo voluntad por parte de los diestros y una entonada faena de Oliva Soto que, desgraciadamente, no acabó de alzar el vuelo. Fue, como escribíamos antes, en el cuarto. Lo recibió con gusto manejando el capote. Le dieron fuerte en el caballo al alcurrucén, que en banderillas arrolló a Óscar Reyes aunque sin consecuencias. Se dobló de manera muy torera el camero en el inicio de faena para, enseguida, echarse la muleta a la derecha. La primera serie evidenció que se desplazaba con mayor fijeza que sus hermanos. Lo aprovechó Oliva Soto para enjaretar tres redondos y el de pecho. Aquello tuvo repercusión. Otra más de la misma guisa y el joven diestro que fue confiándose aunque pecó, en muchos momentos, de torear algo acelerado en series demasiado cortas. Faltó un poco más de rotundidad en su quehacer. Lo mejor, la disposición y aguante en un parón del toro al que vació inteligentemente. Fueron cuatro series diestras para bajar el tono con la zurda, donde se sucedieron los enganchones. Y luego ya no fue lo mismo al volver a derechas. Pinchó, como suele ser habitual en él, y el premio quedó reducido a una fuerte ovación.

A su bien hecho primero, que se emplazó de salida, lo toreó animoso con el capote. Pero pronto cantó el de Alcurrucén su mansedumbre, sobre todo en el caballo y en banderillas, algo que se prolongó en el último tercio. Brusco en sus embestidas, Oliva Soto sorteó las arrancadas a destiempo y la forma de revolverse en los de pecho. No acabó de acertar en las distancias a un toro que no terminaba de humillar. No estuvo a gusto el torero y eso se le notó.

Suelto de los capotes se fue el segundo. Rubén Pinar, a pesar del numerito de la cuadrilla en banderillas, brindó al respetable. Pero se dio de bruces contra un manso que no quería pelea y que tras el primer muletazo de cada serie se iba por su cuenta. Vamos, que se desentendió del muchacho. Tampoco tuvo fijeza el quinto, que fue de un lado a otro dando la sensación de estar reparado de la vista, ya que en una de las escasas arrancadas de salida se fue al pecho de Pinar. Huyó de los montados y llegó a la muleta hecho un auténtico buey de carreta del Rocío. Se negó en redondo a embestir. Insistió varias veces el de Albacete pero acabó desesperándose. Lo mató a la primera y el público premió su voluntad.

Su paisano Miguel Tendero se estiró toreando a la verónica al tercero, otro toro suelto. Colada tremenda nada más iniciarse la faena, el muchacho se echó la muleta a la izquierda y ahí basó el trasteo. Mas el animal, siempre con la cara alta, nunca rompió. Más de lo mismo como fin de fiesta. El sexto huyó despavorido en cuanto sintió el hierro y hubo que picarlo en la zona de la puerta de cuadrillas y en toriles. ¿Manso? Eso no fue nada para lo que hizo en la muleta. Tendero se fajó de veras con el astado, intentando en todo momento sacar agua de un pozo seco. Decidido, anduvo muy por encima de su enemigo. No se podía hacer otra cosa ante tanta mansedumbre.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. La mansedumbre que no cesa

La crónica de ayer serviría casi calcada para contarles el pestiño que nos metimos entre pecho y espalda en este tramo de oportunidades que no está siendo tal; que tan sólo está cumpliendo ese papel de relleno inevitable que engorda los abonos sin demasiados argumentos. Ya les hemos contado estos días que los encierros del Conde de la Maza y de doña Dolores Aguirre –éste en grado extremo– habían resultado un completo muestrario de todos los matices que puede presentar la mansedumbre en la versión de una res supuestamente brava. Ayer se colmó el vaso con la esperada corrida de Alcurrucén, que volvió a ser un fracaso ganadero en toda regla que no logró redimir la buena estrella de Alfonso Oliva Soto, que volvió a dejarnos con la miel en los labios con un puñado de lampreazos que no tuvieron el necesario refrendo de la espada.

Quién sabe, quizá le habrían pedido la oreja si el acero hubiera entrado a la primera pero a la faenita del camero le faltó algo de metraje, mayor consistencia para poner a todos de acuerdo. Una vez más sorteó el animal de mayores posibilidades de la decepcionante corrida aunque tampoco se le pueden quitar méritos al diestro gitano, que dio un paso al frente y sorteó las miraditas que le lanzaba el bicho que pasaba con transmisión, sí, pero siempre midiendo el terreno y lanzando ojeadas. Oliva le puso su garra particular y la faena rompió en sendas series diestras, más allá de las rayas, que tuvieron vibración y sentido del ritmo, esa particular puesta en escena del camero que electriza y conecta rápidamente con los públicos. Oliva abrochó el tramo más feliz de su labor con un sabroso kikirikí pero al echarse la muleta a la mano izquierda ya no hubo entendimiento. Vuelto a la diestra, el panorama ya había cambiado: entre que el toro andaba ya orientado y Alfonso desistió de seguir con la pelea, la faena se diluyó y quedó completamente emborronada con los tres viajes que necesitó para echar abajo al animal.

El gitanito camero no había tenido opciones con el colorao engatillado que rompió plaza, primero de los tres ejemplares de este pelo que debieron morir en un matadero, no en una plaza como la de la Maestranza. El caso es que el morito, más allá de la frialdad inicial o la tendencia abanta de su encaste Núñez, no quiso caballo ni pelea y se le acabó picando en la puerta de caballos. En la muleta resultó reservón, protestón y rebrincado. Salía distraído en los esbozos de muletazos que trataba de plantear Oliva Soto, que veía como el toro salía de los embroques a su aire, buscando constantemente un marcada querencia a la boca de riego que mostró desde su salida.

El segundo toro colorao en discordia fue para el diestro manchego Rubén Pinar, uno de los valores más sólidos de la nueva hornada de matadores que no tuvo ésta vez el material idóneo para reeditar el feliz debut sevillano de hace dos campañas. Con un sólo picotazo, el animal se puso a trotar por el ruedo y esperó con peligro en banderillas. Pinar llegó a consentirle, a ponerse en su particular sitio de torear y a dejarle la muleta puesta pero el animalito estaba loco por coger la puerta y en el empeño de su huída estuvo a punto de arrollar a su matador, que le robó pases intrascendentes a favor de querencias cuando aquello estaba más que sentenciado.

Rubén Pinar se las tuvo que ver en segundo lugar con un toro que hizo cosas de reparado de la vista desde que salió por la puerta de chiqueros. El de Alcurrucén parecía atender los toques en la distancia más larga pero se desentendía de las telas en las cercanías. El manchego intentó llevarle siempre tapado pero el empeño era imposible y persistir en ello solo sirvió para impacientar a algunos espectadores

Cerró el cartel otro manchego con fama de templado, Miguel Tendero, que nada pudo hacer con el tercer toro colorao que salió al ruedo, otro ejemplar de mansedumbre extrema, que echó las manos por delante en el primer tercio y se olvidó de los caballos. Tendero se puso de verdad entre los pitones pero el bichejo pasaba unas veces arrollando y otras desentendiéndose de aquello y quedándose a mitad de muletazo, sin emplearse nunca de verdad. El sexto, que se lidió con buena parte del personal en indisimulada desbandada por imperativo futbolístico, fue un animal simplemente manejable pero extremadamente soso y distraído. Miguel Tendero se mostró sereno, solvente y capaz pero incapaz de expresar la más mínima emoción a pesar de la corrección de su trasteo. Era imposible, el toro de Alcurrucén, tan manso como sus hermanos desde que salió por el inmenso portón de chiqueros de la plaza de la Real Maestranza, era una cerveza sin gas ni espuma y todo lo que le hacía no trascendía nada a un tendido silente que se tragó la empanada sin decir esta boca es mía. Qué tormento…

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Ninguna casta y mucho aburrimiento

Nada bueno que contar de la corrida de Alcurrucén. Corrida nefasta en todos los sentidos, pues ni se salva el cuarto, que fue el que más y mejor se movió. Toro, sin embargo, incompleto, ya que por el izquierdo no funcionó, y desde luego insuficiente para el triunfo, puesto que tampoco mostró la clase y el ritmo deseados en casos así.

Lástima de corrida, que paradójicamente lucía muy buenas hechuras. Toros de bonita estampa, no se entiende que no embistieran. Consecuencia de la falta de toros, la tarde fue un plomazo. Más de dos horas pegados a la dura piedra del tendido, total para no ver nada. Menudo aburrimiento. Es así como terminarán echando a la gente de las plazas.

Dado que el único toro que se salva del naufragio es el cuarto, que correspondió a Oliva Soto, fue éste el único torero también con las únicas posibilidades de lucimiento. Ocurrió en la tercera tanda por el lado derecho, cuando consiguió engancharlo por delante para llevarlo atrás, y muy seguidos los pases, lo que se dice con hilván.

Oliva se quedó muy quieto en un doble pase de pecho que hizo vibrar a la plaza. Aunque mirado con exigencia hay que hacer notar que hubo también aceleración en el movimiento de brazos.

Llegó a tocar la música, un reconocimiento grande en esta plaza. Pero como bajó el diapasón de la faena al cambiar de mano, es decir en el toreo al natural, también la banda enmudeció enseguida. Para que no hubiera duda de que la cosa no era de triunfo, a la estocada final le precedió un pinchazo.

El toro fue aplaudido, no se entiende bien por qué si no es por lo de las alabanzas al tuerto en el país de los ciegos. Y Oliva Soto recogió asimismo una ovación en el tercio.

El mismo Oliva no lo había visto claro con el manso y difícil primero, que cogía moscas por el derecho y se desplazó algo mejor por el izquierdo, no obstante sin ser franco del todo.

Pinar saludó también una ovación a la muerte del quinto, toro parado e incierto, con el que no obstante se pudo muy de verdad. Lo mató bien por arriba y ahí pudo estar el secreto de la ovación final.

Antes, en el toro segundo, manso y cobardón, que anduvo siempre al acecho, Pinar se mostró más que voluntarioso, hasta casi ponerse pesado.

Y Tendero, damnificado también por el desastroso juego de sus dos toros, quiso mucho con el insulso tercero, que en lo poco que se dejó, por el lado izquierdo, llevó siempre la cara natural, sin humillar.

El sexto se movió sin clase, distraído a la salida de los pases. Toro sin voluntad de embestir, pasaba por allí como si la cosa no fuera con él. Tendero sorteó como pudo las tarascadas que pegaba el animalito, que no fue poco.

Firmas

Por Gastón Ramírez. La consigna es matar de aburrimiento al respetable

Esta fue una de esas corridas que le hacen a uno pensar que a lo mejor y de una manera muy retorcida, el karma se está cobrando con réditos todas nuestras malas acciones. Otra vez a los toros les faltó la casta buena, la sangre brava. Y cuando salió un animal con algo de bravura, alegre y con fuerza, fue a caer en manos de Oliva Soto. Puede que el malhadado bovino también haya tenido cuentas pendientes con la ya mencionada ley cósmica de la retribución, pues las pagó todas juntas yéndose con las orejitas puestas al cielo de los rumiantes.

Al primero de la tarde, la cuadrilla del primer espada y director de lidia le pegó 64 mantazos. Lo sé con tanta exactitud porque un amigo vio el festejo en la tele y se entretuvo en contar las tonterías de los subalternos. Luego el muchacho de Camas brindó al público. ¿Con inocencia, con ingenuidad, con sarcasmo? ¡Vaya usted a saber! El caso es que no hizo nada y terminó liquidando al bicho entre una ronda de peones, como en los heroicos tiempos de Ponciano Díaz y don Luis Mazzantini.

En su segundo toro las opiniones de los sevillanos entendidos se dividieron, algunos decían que Oliva Soto sólo le dio un buen pase y otros opinaban que, a excepción de los de pecho, no alcanzó a dar ninguno. Sin embargo, el grueso del público le jaleó con cierto optimismo digno de mejor causa una labor zaragatera y exenta de temple y mando.

Rubén Pinar también brindó al cónclave la muerte de su primer enemigo. Tampoco entiendo la razón detrás del amigable gesto, pues el coloradito era un herbívoro manso, sin fuelle, débil y soso. El albaceteño emocionó a los badulaques aguantando los derrotes de la “fiera”, mismos que hubiera podido tirar de igual manera una tortuga de edad avanzada, tan intempestivos y veloces eran los hachazos. En el quinto, un toro parado que no tenía un pase, la gente de plano le pitó para que no continuara aburriéndola. Miguel Tendero le pudo enjaretar algunos buenos naturales aislados al tercero, mismo al que estoqueó con guapeza aguantando. Lástima que como buen manso, la res de los hermanos Lozano se resistió a morir pronto. En la parte final del aciago festejo, el segundo albaceteño del cartel se esforzó en pegarle muletazos a un torillo rebrincado y soso que desde que salió de toriles parecía un canguro con cuernos. Otra tarde para el olvido, aunque siempre nos preguntaremos si otro torero hubiera aprovechado el garbanzo de a libra que fue el cuarto, de nombre “Cariñoso”. Pero probablemente es mejor así, pues de haber habido un triunfo gordo eso hubiera paliado un poco el catastrófico juego de los otros cinco alcurrucenes.

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©Imágenes: Oliva Soto, Rubén Pinar, Miguel Tendero y Francisco J. Andana, que saludó en el 4º/Empresa Pagés.

Sevilla Temporada 2011.

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