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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Tarde del martes, 28 de abril de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq (de diferente presentación, anovillados algunos; sosos y descastados; el 1º, congestionado durante la lidia, fue devuelto a los corrales).

Diestros:

Enrique Ponce: De sangre de toro y oro. Estocada entera (palmas); estocada caída (aplausos).

Morante de la Puebla. De verde y azabache. Aviso, pinchazo, pinchazo hondo, descabello (vueta al ruedo); media estocada que profundiza (silencio).

Antonio Nazaré. De blanco y oro. Tomó la alternativa. Pinchazo, estocada tendida, cuatro descabellos (silencio); Estocada entera (aplausos).

Presidente: Juan Murillo.

Tiempo: Soleado con rachas de viento.

Entrada: Hasta la bandera.

Crónicas de la prensa: El País, ABC, El Mundo, Diario de Sevilla, JA del Moral.

Antonio Nazaré tomó la alternativa/Suerte de Banderillas ©Marcelo del Pozo/Reuters


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Los juanpedros fracasaron de nuevo. Ese sería el titular torista. Morante quiere darnos su arte. Ese sería el torerista. Empezando por el nazaraeno Nazaré, hay que decir que no se puede tener peor suerte el día de su alternativa. El de la ceremonia, que parecía muy bueno, se le estropea y sale un sobrero imposible. El que cerraba plaza, de nombre “Decisivo”, bien que lo fue, pero en lo negativo. Ponce sigue a lo mismo, las tres cartitas, el pico y el te saco para fuera. Si quiere seguir viniendo así a Sevilla, que lo haga, pero no debe arrastrar su curriculum de figurón del toreo hasta que se retire. Morante está inconmesurable este año. Con el capote llenó de esencia de perfume caro la plaza. Con la muleta hizo a su primer toro, “Señorito”, hasta que logró muletazos bellísimos en una faena interminable. Falló con la espada, pero la vuelta fue de apoteosis. Fernando Arrabal le tiró sus gafas en un arrebato. Qué torero para soñar el toreo.


Lo mejor, lo peor

Por Carlos Javier Trejo.

Morante de la Puebla soñó el toreo a la verónica. No se puede torear mejor con el capote: meciendo los brazos, relajado, con las zapatillas asentadas, ganando terrenos hasta los medios, y esa media… nadie daba un duro por el toro, pero la genialidad del de la Puebla hizo que se inventara una faena. Una faena de exposición, de valor, de arte y sobretodo de torería. El valor de Manolo González o Diego Puerta. El arte y la torería de Chicuelo, Pepín Martín Vázquez y Pepeluís. De frente como Manolo Vázquez. La escuela sevillana condensada en un Morante sublime que fraguó una obra de arte a base de verdad y sentimiento. Indescriptible. Mala suerte la del toricantano. Antonio Nazaré lo jugó muy bien los brazos a la verónica, pero tras devolverse el toro al lastimarse, sorteó lo peor del envío de “Lo Álvaro”. Voluntad y disposición de este nuevo torero al que tenemos que dar una oportunidad.

El año pasado fueron los platos de jamón. La perla de este año fue la presentación del libro “Del toreo a la bravura” estos días atrás, cuyo autor, D. Juan Pedro Domecq, debería explicarnos cómo existe tanta diferencia entre lo escrito sobre la bravura en ese libro con la realidad de la corrida de hoy. Ayuna totalmente de casta y mal presentada. A ver qué argumentos nos ofrece la empresa el próximo año para incluirla en el abono. De nuevo baile de corrales. De nuevo los mismos interrogantes: ¿de qué sirven las visitas al campo?. Si saltaron al ruedo éstos, cómo sería los rechazados… Enrique Ponce pasó de puntillas en esta Feria, el próximo año que se apunte de nuevo a la de Juanpedro.

Enrique Ponce y Mariano de la Viña/Ponce, la sombra/Palco maestrante ©Marcelo del Pozo/Reuters


El País

Por Antonio Lorca. Una lágrima por la Maestranza

Permitan que una lágrima simbólica se deslice hoy por esta página como expresión lastimosa de un dolor profundo ante la enfermedad irreversible que padece la otrora grande plaza de la Real Maestranza de Sevilla. La que fuera madre y maestra de la tauromaquia es hoy la imagen de la tristeza y de la decadencia de la fiesta de toros. Qué pena más grande…

Hace tiempo que la abandonaron los aficionados, aquellos que a lo largo de muchos años le dieron lustre y esplendor a su mágica historia. Y cada temporada la ocupa gente diversa, un público triunfalista y frívolo, turistas y espectadores de ocasión que confunden el toreo con un ballet cursi ante un animalucho enfermizo. Un público sin conocimiento, veleidoso y caprichoso, impropio de la categoría que siempre ostentó este templo. Así, imperan el conformismo y la desidia, síntomas de una muerte anunciada. Los taurinos hacen lo que quieren porque el público no hace lo que debe. Y con su inhibición permite la estafa y la manipulación. Porque esta fiesta sin un mínimo de exigencia no tiene sentido.

Quizá por ello, el toreo auténtico está moribundo. Ya no hay toros, sino borreguitos, gatitos, ratitas y cerdos con andares cansinos. No hay toreros, sino señoritos que le han cogido el aire a estos clientes de aluvión. No hay empresas que velen por la calidad de su producto, satisfechas con el beneficio rápido. Ni hay autoridad que vele por la pureza de la fiesta, a la que soporta con estoicismo y acomplejada vergüenza.

La corrida de ayer fue la expresión de que ha muerto la grandeza de la plaza sevillana. Se ha perdido la sapiencia y se ha impuesto la frivolidad. Se ha perdido la majestad y manda la ordinariez.

Porque una ordinariez fue la corrida de Juan Pedro Domecq, inválida, descastada, tullida, amuermada… ¿Volvería otra vez este ganadero a Sevilla si hubiera una afición sabia? ¿Volvería una figura consagrada como Enrique Ponce con estos gatos que desmerecen su carrera? ¿Dónde está la dignidad de una figura del toreo?

Qué sonrojo comprobar cómo aplaudían los trapazos de Ponce a su noqueado primero. ¿Qué aplaudían? Loca parecía haberse vuelto la plaza con una faenita irregular de un voluntarioso Morante que había toreado bien a la verónica a un torete de carril. Y Nazaré nada pudo hacer ante un lote infumable.

Lo más grave, quizá, es que la gente salió contenta. A fin de cuentas, estamos en feria. Pero la Maestranza quedó sumida en una profunda tristeza. ¿Alguien tiene un pañuelo, por favor?


ABC

Por Zavala de la Serna. Morante, o el rumor del toreo

Morante Maravilla de La Puebla. Morante de Sevilla. «Un ceceo entre el hablar y el callar, desde el mar, que es quietud y es balanceo, algo que se siente rondar. Quizá el rumor del toreo». La definición de Pepe Alameda de Antonio Ordóñez se la plagio y extrapolo a Morante. Genio y figura. «Cuando le vi torear fue sin estremecimiento, era sólo un mecimiento, como el aire al pasar». O un enamoramiento. Sevilla ha encontrado a su torero. Sin una duda, ni un quebranto, abierto el capote y el sentimiento. Muy despaciosa la verónica, los lances sobre el albero. Huele a Sevilla y a mayo, ese capote, esa desgana, ese barrido desmayo, campana del Sur, campana. Así se abrió el libro de Morante con el tercero, un capítulo para la historia: martes, 28 de abril de 2009. Señalen la fecha en el calendario. No existía el toro. Morante se lo inventó, sin patetismos de hondura, ni la falaz tesitura de abrir de más el compás. Poco a poco lo fue haciendo, en el tercio. Asentado, tranquilo, respirando felicidad, en la cara, muy quieto, echándosela de verdad cortó el gazapeo. Y desde ahí a más. Embroque, empaque, el pecho por delante, hacia dentro aprovechando algún viaje. Valiente clavado en la arena, paciente asentado en el mar. La derecha cedió a la izquierda, y la izquierda se meció con la cintura con suma naturalidad. No se cansaba Morante de torear. Se asomó Pepe Luis a pies juntos, en una estampa de eternidad. José Antonio se rebosaba en los pases de pecho todo lo que el toro no se quería rebosar. Medios viajes, medios nada más. La música estuvo callada, ignorante, absurda, ¡sobraba! No la toquen más. Caprichosa batuta que silencia un pasaje para recordar y canta chicotazos, trallazos, pares caídos, sin personalidad. Métase la partitura por donde suenan los truenos. El aviso sí fue puntual. Morante se pasaba de faena y le daba igual como a todos los demás. Los flecos de la muleta no se cansaban de arrastrar esa embestida noblota, sin chispa ni calidad. Fue todo esencia morantista, existencia abelmontada en el paladar, el molinete invertido, la trincherilla, el desparpajo, qué se vayan al carajo quienes no saben ver torear.

De verde esperanza y azabache, Morante firmó la tarde y poco hay más que hablar. Pinchó desgraciadamente, y aún así, al descabellar, la gente se puso en pie, tiró chaquetas, sombreros, claveles sobre el albero. El capote plegado en el antebrazo izquierdo sólo quería saludar, pero la Maestranza rendida obligó a su portador, profeta de páginas del pasado, de Cagancho y el Gallo, Rafael el de Jerez, a dar una vuelta al ruedo alegre, jubilosa, cayendo desde los tendidos cosas, elogios, desvanecimientos. Sevilla se enamoró de nuevo, por primavera…

La corrida de Juan Pedro no dio para más. La alternativa de Nazaré se estrelló contra ella y su basto sobrero; a Ponce se le cambió la cara ante tanto descastamiento, cabezazos y sangre aguada. Morucha la juampedrada. «¡Una novillada gorda!», gritaron desde una grada.

Sólo un sueño de la Marisma trajo el rumor del toreo.


El Mundo

Por Carlos Crivell. La música del toreo sevillano de Morante

Las maravillas del toreo de Morante despertaron la plaza, que asistía asombrada a una nueva demostración de la mayor falta de casta que pueda imaginarse en un toro de lidia. Naturalmente, toros con el hierro de Juan Pedro Domecq, anunciados contra la opinión popular después del fracaso del pasado año. Si lo de Victorino fue una tomadura de pelo, no hay forma de calificar lo de la corrida de hoy, lidiada con el permiso de la autoridad. Alguien tiene que frenar estos atropellos de toros mal presentados. La de Juan Pedro se ha llevado el premio. Todo con el silencio maestrante, que apenas en un par de ocasiones lanzó alguna voz desde el tendido para recordar que aquello era indigno de la plaza sevillana.

Todos los de Juan Pedro adolecieron de casta brava, derrocharon sosería y hasta desarrollaron problemas. El toro destinado para la alternativa de Antonio Nazaré volvió a los corrales después tumbarse y mostrar signos de una posible lesión cerebral. El nuevo matador de toros recordará con tristeza la tarde del doctorado. No pudo hacerlo con el astado previsto y mató dos birrias complicadas. El primero desparramó la vista con descaro; el sexto se revolvía en un palmo de terreno y lo atropelló con peligro. Estuvo valiente, entró en quites, hizo lo que podía hacerse en día tan señalado con reses tan desagradables.

Enrique Ponce pasó el trámite ante dos toros muy descastados como siempre: dignidad y poco sentido de la medida. Parece mentira que a sus años reincida en el error de anunciarse en Sevilla con esta ganadería. En su segunda corrida de la Feria no pudo dejar ni un lance o muletazo propio de su categoría torera. Debió cuidar más la lidia de su primer toro, picado de forma lamentable y gravemente mermado en esta suerte.

Y Morante… Su faena al tercero, toro que acabó embistiendo al reclamo de su gracia torera fue un verdadero primor. Tenía las orejas cortadas y marró con la espada.

Todo comenzó con verónicas suaves, elegantes, no muy hondas para no quebrantar al astado. El viento, que molestó casi toda la tarde, le obligó a llevarse al toro cerca de la barrera del tendido 6. Fue encelando al animal con pases buenos sin la necesaria ligazón. Algunos muletazos fueron trozos de gloria pura, como un remate forzado de pecho de difícil explicación. La sinfonía llegó al natural, ahora con el toro más asentado y viaje más largo, unas veces a compás abierto, otras a pies juntos, siempre con cadencia, naturalidad y un derroche admirable de torería y buen gusto. De frente, dedicado a Manolo Vázquez, esculpió naturales acompañados del eco del «ole» ronco y profundo de la plaza como música de fondo, ya que la banda de Tejera se había declarado en huelga. Faena larga, pero en absoluto pesada o cansina. Fue el milagro de la calidad, que en estos casos pasa de relojes, salvo el del presidente, que ya hay que tener mal gusto para mirar un reloj cuando está toreando Morante. La plaza hirvió de alegría, el de La Puebla se perfiló y no lo mató. Con andares de torero antiguo con el capote al brazo dio la vuelta al ruedo sin ceremonia y con cortas carreras.

Ese tercero llenó la corrida. Morante está, quiere y debe a Sevilla unas cuantas tardes de toreo grande. Basta con que haya un poco de suerte con este ganado miserable que nos toca disfrutar tarde tras tarde. Ya no quedan dudas, Sevilla tiene su torero. Se esperaba otro golpe de atención en el quinto, pero ese toro era de Juan Pedro, hermano de los que arruinaron la alternativa de un chaval de Dos Hermanas y la toda la corrida.


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Morante de la Puebla o cuando el toreo es un tesoro

La crisis no se está notando en la Feria de Abril. Los llenazos se suceden. Ayer, pese a que el purísimo cielo sevillano amenazó con cierta resaca, en forma de pequeños nubarrones, la tarde se abrió por sevillanas, con el público abarrotando la Maestranza y a la espera de que arrastraran el último toro para salir disparado al real. La historia del festejo se puede resumir en una faena memorable de Morante de la Puebla, una alternativa de Antonio Nazaré y una pésima corrida de Juan Pedro Domecq. Pero vayamos por partes, porque hay mucho que contar en una función pasada de metraje.

Morante fue mucho Morante. Ante un toro al límite en todo, que resultó noblón y al que le costaba embestir y acabó refugiado en tablas, el de La Puebla se creció hasta límites insospechados, jugando con todos los resortes de un buen lidiador, al que añadió la sal de su arte. El saludo de capa quedará para la historia. Las zapatillas clavadas en la arena, los movimientos de los brazos armónicos, el cuerpo suelto, con naturalidad, y las muñecas aladas, para hacer volar el capote con suavidad pasmosa, para hacer soñar el toreo sublime en unas verónicas suaves y dormidas… pura ambrosía. Morante realizó una faena tan larga que recibió un aviso antes de entrar a matar. Pero no fue una faena al uso, una faena de pegapases. Alternó la diestra y la izquierda, esbozando algunos muletazos sueltos de calidad. Cuando consiguió meter al reservón animal en la muleta, dibujó derechazos con empaque y un gran pase de pecho. Luego, otra serie, robándole los pases. El público coreaba la obra con oles. Con la izquierda, en la distancia corta, pura filigrana en algún muletazo, hasta apoderarse del astado, tocándole el testuz. Entre lo más granado, naturales sueltos, de frente y a pies juntos, para esculpir y un muletazo desmayado, con el público puesto en pie, en una de las ovaciones más grandes que se recuerdan en el coso del Arenal. Cómo sería la cosa, que la presidencia fue pitada cuando envió, reglamentariamente, el recado presidencial por la dilatación de la monstruosa faena. Pinchazo en lo alto, que fue ovacionado. Nuevo pinchazo, en esta ocasión hondo, y un descabello. Cómo estarían los ánimos de exaltados, que el público le pidió al matador que diera una vuelta al ruedo, en la que nos recordó recorriendo el anillo, con pasitos cortos y rápidos, a Joselito el Gallo o Pepe Luis en imágenes en blanco y negro, cuando querían abreviar en ese premio, siempre magnífico, de la vuelta al anillo. Con el anovillado quinto, parado y sin recorrido, el de La Puebla no se dio coba.

Antonio Nazaré en su día grande, el de la alternativa, estuvo gafado. Su primero, ante el que se estiró bien a la verónica, se lesionó y fue sustituido por Fabricante, con el que se doctoró, un toro que fabricaba tornillazos, en lugar de sueños. Un astado que pulverizó el sueño del doctorado del torero de Dos Hermanas, que brindó la faena a su padre, tras recibir los trastos de Enrique Ponce. El toro, castaño, número 121, de 550 kilos, mirón, con dificultades, no llegó a entregarse. El toricantano estuvo voluntarioso. Tras la pólvora mojada anterior, Decisivo, el sexto, era decisivo verdaderamente para el porvenir de Nazaré, que brindó a Pedro Gutiérrez Niño de la Capea, que le ha cobijado en su casa, bajo sus consejos profesionales. El toro se revolvía con prontitud en la muleta y el diestro, porfión y en cercanías, sufrió un susto cuando pisaba los terrenos del astado. Mucho arroz para un novel.

Enrique Ponce saldó su cierre en la Feria de Abril sin huella alguna ante un pésimo lote. Nada ante su primero, que no tenía un pase y labor muy larga, en la que le gritaron el consabido “¡Mátalo!”, cuando intentaba justificarse, salpicada con algunos muletazos largos, de buen trazo.

Pasarán los años y nadie, absolutamente nadie, podrá decir que Morante, ayer, estuvo en señorito con Señorito, al que supo sacarle, con talento y temple, todo lo que el toro llevaba dentro, que era más bien poco. Toreo a la verónica y al natural de muchos kilates. Toreo de ese que cada uno guarda en el cofre taurino qie tiene depositado en su corazón de aficionado y que, pasados los años, continuará incrementando su valor, como los buenos tesoros.


De Toros en Libertad

Por José Antonio del Moral

Vuelta clamorosa para Morante en un inservible e irrelevante simulacro de corrida

Bajo mínimos – ni cuajo, ni apenas trapío, ni fuerza, ni casta, ni por supuesto bravura y con solo un toro posible por muy claro aunque remiso, el tercero – la corrida de Juan Pedro Domecq dio al traste con las expectativas de otro festejo que, si no acabó en escándalo, fue porque la plaza de la Real Maestranza, con sus propietarios a la cabeza, tragan todo lo que les echen. ¿Culpables? Salvo el alternativado Antonio Nazaré, que tendrá que volver a doctorarse en otro escenario más exigente y serio, todos los demás implicados: La empresa, a sabiendas de que aquí seguirán haciendo lo que les venga en gana cada año hasta que mueran los últimos herederos usufructuarios del señor Pagés; el ganadero por fiarse de sus insignificantes productos; las dos figuras actuantes y sus representantes por la responsabilidad que les incumbe como principales protagonistas; la autoridad y los veterinarios por consentirlo; y el público en general por admitirlo sin rechistar lo más mínimo. Que Morante aprovechara la mortecina docilidad de su primer toro al que lanceó maravillosamente a la verónica y del que extrajo una preciosa y demasiado larga aunque apenas ligada faena de muleta hasta el punto de que, si lo hubiera matado pronto y bien, le habrían pedido y concedido una oreja o quien sabe si las dos, no puede justificar un simulacro de espectáculo pese a la alta categoría de los participantes.

Visto lo visto, tengo la impresión de que la feria de Sevilla de este año se ha montado en pos del entendimiento, reconciliación o como quieran llamarlo entre Eduardo Canorea y José Antonio Morante. Se trataba de que el gran artista saliera de la Maestranza bajo palio como fuera y los ganaderos de las corridas en las que se anunció el de La Puebla se unieron a tan altruista propósito. De otra forma, no puede explicarse que las corridas de Victorino Martín, Jandilla y Juan Pedro Domecq bajaran tanto en presentación respecto a otras de ellos mismos y del resto de las lidiadas. La de ayer, la definió un espectador gritando: “¡Zeñore, ezto é una novillá gorda¡”.

Pues si para que Morante se confíe e inspire es necesario – que, por cierto, no lo es como tiene más que demostrado - pulverizar el prestigio y la categoría de la plaza de Sevilla y los ganaderos tienen que olvidar su dignidad, a mi no me da la gana participar en la algarabía. Desde que Curro Romero cortó su última oreja en La Maestranza en circunstancias parecidas solo que con un montón de años a sus espaldas, no traía Juan Pedro algo parecido a lo de ayer. Un indecoroso lote de reses indigno de una plaza de primerísima categoría que, para colmo, resultó un simulacro irrelevante y en su mayoría inservible.

Siento decir y me preocupa mucho en todo caso que un ganadero tan querido e importante no logre que productos tan bien hechos y bonitos aunque mínimos como fueron el toro que abrió plaza, luego devuelto, y el que mató Ponce tras dar la alternativa a Nazaré, no sirvieran ni para arrimarse. Porque, vamos a ver, si esta corridita al menos hubiera embestido completa, con bravura y con clase, cual solía ocurrir antes, nos la tendríamos que haber tragado sin decir ni pío. Pero es que no embistió ni valió para nada con la excepción del tercer toro que, más noble que una borrega pese a tardear tanto, permitió que Morante lo lanceara a la verónica de arte y ensayo, y terminara toreando de muleta como los propios ángeles aunque sin apenas posibilidad de ligar los muletazos por lo mucho que costaba que aquel animalito tomara el engaño. El “portento”, no obstante, puso a todos de acuerdo por su exclusiva personalidad y cuasi soñado marchamo. Enardecerá en los vídeos.

Y como suele ocurrir en Sevilla con sus toreros más predilectos y especiales, en los tendidos se produjo la catarsis como supongo hoy mismo no pocos críticos de aquí y de afuera sacaran a relucir sus más cursis y retorcidos recursos literarios para cantar la preciosista faena de Morante y, de paso, para tapar tanta desvergüenza. Lo siento, yo me quedo con el Morante de Las Ventas o el de Bilbao porque, puestos a disfrutar con el toreo de arte sin que importe la insignificancia del ganado objeto del ensayo, prefiero ver a Finito de Córdoba en un tentadero como el que hace días asistimos en la ganadería de Fuente Ymbro. Nunca jamás había visto a nadie unir al arte más sublime las diabluras más avanzadas que se hayan producido en el toreo con tanta y tan profusa inspiración. Pero claro, por eso no se cobra aunque, de seguir así las cosas, falta muy poco tiempo para que se comercialicen tales exhibiciones sin riesgo. Creo que ya se están montando en Las Vegas.

Pero lo peor de la farsa de ayer, es que en el tinglado tomara parte nada menos que Enrique Ponce. Que el torero más poderoso de la historia, aunque ya lo tenga todo hecho y ande por encima del bien y del mal, comparezca en Sevilla con el ganado que viene eligiendo últimamente para actuar en la Maestranza - ya hemos visto como han sido sus dos corridas de este año - es como para echarse a llorar. Si es que le queda a Ponce algo del sentido del ridículo, lo de ayer no fue de recibo. Y que, encima, del apaño entre Canorea y Morante haya terminado siendo el gran perjudicado, un error más que lamentable. En el pecado se ha llevado la penitencia Enrique, tanto el otro día como ayer mismo porque verle intentando lucirse ante semejantes animaluchos a sabiendas de que no había nada que rascar, nos produjo sonrojo y fuertes ardores de estómago.

Y en cuanto al pobrecito alternativado, Antonio Nazaré, solo decir que hizo todo lo que estuvo en su mano por triunfar con incuestionable determinación y no malas maneras aunque estrellándose con su lote. Tendrá que tomar otra vez la alternativa porque su primer doctorado fue de pega pese a lo lujoso del escenario y del cartel.

Sevilla Temporada 2009

sevilla_280409.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:15 (editor externo)