Por Karina Sainz Borgo. Simón Casas: “Yo tengo la llave de Las Ventas”
Productor artístico, como él mismo se denomina. El primer extranjero en dirigir la plaza de toros de Madrid. Un polémico, un provocador. En esta entrevista, Casas habla de Deleuze, de Céline y Cioran pero también de José Tomás y, por supuesto, de sus planes al frente del coso madrileño.
—Tenga cuidado. No hay que olvidar lo que cuento en el libro –asegura Simón Casas mientras cruza la calle en dirección a la terraza del Café Gijón y señala un taxi que viene en dirección contraria.
—¿Lo dice por aquello de que los coches duran más que los anarquistas?
—Exactamente —contesta el francés mientras aparta el flequillo con un movimiento de cabeza y esparce un risa en el aire.
Simón Casas se refiere a la historia de Alfonso, el cerillero y anarquista que atendía en el vestíbulo del Café Gijón un pequeño puesto de cigarrillos y lotería. Un hombre que murió arrollado por un coche hace ya más de quince años. “Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista”, reza una placa. La firman “sus amigos del café Gijón”, el último gran café literario de esta ciudad. Un día del año 2012, mientras negociaba con Salvador Boix la encerrona de José Tomás en la feria de Nimes –Boix pedía el total de los ingresos para su representado-, y acaso para ganar centímetros en el terreno del acuerdo, Simón Casas se puso melancólico y le recordó al apoderado del torero de Galapagar la historia de aquel hombre arrollado en plena calle. Con una lógica demoledora, Boix le contestó: “Eso demuestra que duran más los coches que los anarquistas”.
Hace ya cuatro años desde aquel encuentro con Boix, músico y representante del matador que fascina a intelectuales y taurinos. Simón Casas lo relata en su libro La tarde perfecta de José Tomás (Demipage), una de las muchas razones detrás de la entrevista que está por ocurrir. Los motivos para citar a Simón Casas aquí, justo en este lugar, van mucho más allá de su reciente conquista como nuevo empresario de Las Ventas. Y así como aquel libro fue la excusa para contarse a sí mismo usando como epicentro aquel día en que José Tomás cortó 11 orejas e indultó un toro en el coliseo nimeño, esta conversación es el pretexto perfecto para asomarse a ese hombre cuya historia comienza aquí. Entonces, Simón Casas no se llamaba Simón Casas sino Bernard. Tenía 20 años. Era un joven francés de madre turca y padre polaco que había llegado a Madrid desde Nimes con la ambición de hacerse torero, aunque confirma quien lo observa que su verdadero proyecto era otro: convertirse en el hombre que es hoy, uno de los más poderosos de la tauromaquia, ese mundo a veces crepuscular que él revive con sus embestidas de artista.
En aquella España del franquismo, y sin un céntimo para pagar siquiera la pensión donde dormía, aquel jovencito que leía a Céline, Ciorán, Rimbaud y Baudelaire, se las apañaba para buscarse la vida –desde pintar vírgenes de El Greco en la acera hasta llenarse los bolsillos con los canapés sisados en las inauguraciones y fiestas en las que se colaba-. Entonces, él sacaba a pasear sus heridas por las calles de Madrid, acaso buscando que cuanto más consiguiera abrirlas, éstas lo condujesen al centro de sí mismo. “Cuando teníamos 20 años y vivíamos en Madrid intentando hacernos toreros, Alain Montcouquiol y yo contemplábamos con admiración el escaparate de este café. En él veíamos otro mundo, el de la cultura, que nos fascinaba tanto como el universo taurino”, escribe Casas en ese libro en el que explica la ecuación imposible de su identidad. Un torero de Nimes, un ni-mois, ese gentilicio que encierra una paradoja: la de alguien que no es del todo él mismo.
—De forma inconsciente, yo asumí que quería ser torero como una manera de buscar mi identidad. Pero justo al conseguirla, descubrí que estaba maldita. Yo era un torero francés en España. Otra equivocación del destino —dirá a lo largo de esta conversación, con el cigarrillo humeante entre los dedos.
Un maletilla convertido en “productor de arte”, como él se describe. Un hombre que para hablar de toros cita a Georges Bataille, que conoció a Sophie Calle cuando apenas era una jovencita que hacía autoestop y que hoy se concibe –no sin que estalle la risa irónica- como un torero estructuralista. Simón Casas es algo más que sólo un empresario taurino. Judío sefardita que se arrojó como espontáneo en 1960 al albero de Nimes con un toro de Antonio Ordóñez que el sevillano lo dejó matar, Simón Casas tomó la alternativa en 1975 y se cortó la coleta al día siguiente. Sí, al día siguiente. La falta de traje de luces, sin embargo, no lo ha hecho menos torero. Sólo hay que verlo atravesar el callejón las tardes de corrida u observarlo con esas gafas de pasta que lleva puestas siempre y el flequillo a lo Montmartreque esta tarde de otoño no para de darle guerra.
“He dedicado toda mi vida al toreo y sólo con el tiempo me di cuenta de que había pasado una vida entera buscando mi identidad. Ahora puedo decir que la he conseguido”, dice el que se ha convertido en el primer extranjero en dirigir Las Ventas y al que años atrás le afearon el origen y le exigieron que se cambiara el nombre por uno más castizo y taurino. Así, de Bernard Bomb Cazes pasó a Simón Casas, el nombre que designa a uno de los muchos personajes que conviven en su interior. Acaso porque él, como el John Vincent Moon de El hombre de la espada, aquel cuento de Borges incluido en Ficciones, sabe que un hombre puede ser todos los hombres. Eso sí, con una diferencia. Simón Casas los habita y desobedece al mismo tiempo.
Son las siete de la tarde en el reloj verde que lleva el francés en la muñeca. Todo en él es vistoso: la americana con las mangas dobladas hacia arriba, el polo Lacoste con ribetes a juego. El empresario viaja al día siguiente Zaragoza, a la Feria del Pilar, una de las últimas de la temporada. No son pocas las obligaciones de Simón Casas. Es empresario de las plazas de Madrid, Valencia, Alicante, Nimes, Zaragoza y Mont de Marsan, además de apoderado de la rejoneadora Lea Vicens y el matador David Mora. Educado, correctísimo, luego de posar en el interior del Gijón, Simón Casas sugiere una mesa fuera para poder fumar uno tras otro los 20 cigarrillos de su cajetilla Marlboro Gold. Lo hará ante una taza de té verde que no probará —un poco y para mojarse los labios— en los noventa minutos de entrevista.
Así comienza esta conversación sobre los muchos hombres que viven en Simón Casas, ese sujeto inteligente, ese afilado provocador que hoy brilla como una espada bajo el sol de las siete.
—¿Dónde comenzó el hombre que tengo sentado frente a mí? ¿En este café, 50 años atrás; en la arena de Nimes o acaso en el Toledo del siglo XV?
—En el Toledo del siglo XV —Simón Casas responde sin pensárselo. Luego hace una pausa, una demasiado larga para una entrevista que apenas comienza—. Cuando era niño, en Francia, mi abuela materna sólo hablaba el ladino, que podríamos decir, a su manera, que es una forma del castellano del siglo XV. Mi madre, en cambio, hablaba francés pero no turco. Así que se comunicaban entre ellas en esa lengua. Un día, pregunté: ‘¿de dónde somos?’ Mi abuela me contestó: de Toledo. Me di cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba Toledo, ni dónde estaba España.
Simón Casas vuelve a hacer una pausa, la segunda en pocos segundos.“Esto es muy extraño. Hablo sin ningún problema el castellano, pero cuando toco este tema, mi lengua se atranca”. Se atranca, dice. Sí, la lengua de Simón Casas parece un trozo de madera empanado con espuma de mar; un trapo atorado en una tubería. “Al hablar de mi idioma materno, suertes eternas y misteriosas actúan sobre mi lenguaje y sobre mi lengua”, dice rematando con una risa maligna y espabilada.
—¿Qué fue a buscar usted, tan joven, al mundo de los toros? ¿Pertenencia, identidad?
—Yo nací y crecí en Nimes. El evento central de la ciudad es la feria y el personaje más importante el torero. Porque es un tótem. Él triunfa a la muerte, triunfa entre las multitudes, triunfa de sí mismo —el estropicio en la conjugación embellece sus palabras-—. El torero es el más bello. Se aloja en el mejor hotel. Tiene el coche más bonito. Lo sacan a hombros. Es el personaje de consenso social. Es el héroe. Y este héroe siempre fue español. Como mi lengua materna era ésa, me dije: yo soy español. Y no estaba del todo equivocado, aunque no sabía que tenía cinco o seis siglos sin pisar España. Soy un judío errante que ha encontrado en Nimes la encarnación de España, que es el torero. He dedicado toda mi vida al toreo —esa erre mil veces marcada, el énfasis de quien repasa la palabra con la punta de un acento francés. Casas habla mientras su cigarrillo se ha convertido en una alargada columna de ceniza—. Sólo tiempo después me di cuenta de que había pasado una vida entera buscando mi propia identidad —la ceniza cae, al fin, en la taza sin té—. Ahora que soy el hombre que dirige Las Ventas, puedo decir que la he conseguido.
La entrevista ocurre en el Café Gijón, el último café literario de Madrid, donde él llegó con apenas 20 años.
—Le ha caído ceniza en la taza. Tenga cuidado, no quisiera que se envenenase.
—Sería una pena que una vez que he encontrado mi identidad, me envenene. Por favor —dice al camarero— ¿me trae otra taza?
No todas las cosas que se dicen sobre Simón Casas son verdad; al menos no de la forma tramposa en la que la verdad se presenta a veces. Habla mucho, es cierto, pero no con la velocidad y la verborrea informe que muchos le atribuyen. Al contrario, hay lentitud en la elección de sus palabras, que se atascan –atrancan, dice él- en la palanca de una lengua desobediente que siembra en él, de pronto, un temor irracional: olvidar el español justo ahora, cuando dirigirá el que para muchos es el templo del toreo, ese lugar donde reside el centro del hombre que llegó a ser después de pasar una vida entera buscándose.
Nacido un 2 de septiembre de 1947, Simón Casas creció en un hogar sostenido por mujeres. Aunque él no profundiza y ni siquiera lo dice explícitamente, quien escucha intuye un padre evaporado en la ausencia. Excepto la formación más básica, no llegó a cursar estudios ni tiene una carrera. Siendo apenas un niño, entró en un curso mucho más adelantado del que le tocaba porque fue la puerta que más le gustó cuando llegó al patio del colegio de Nimes al que acudió. Durante meses disimuló que no sabía leer y si aprendió fue por memoria, por ritmo, por la oralidad que siempre ha usado para defenderse, entonces y ahora. En algún momento se lanzó a la alcaldía de Nimes —es de sobra conocida su amistad con Nicolas Sarkozy— y si hay algo que no se puede negar es que tiene madera de político, sobre todo cuando, después de dos matrimonios, es capaz de llevarse a la perfección con sus ex parejas, una de ellas la rejoneadora María Sara, de quien fue apoderado y marido.
—Usted tomó la alternativa y se cortó la coleta al día siguiente. ¿Por qué?
—De forma inconsciente, yo asumí que quería ser torero como una manera de buscar mi identidad. Pero justo al conseguirla, descubrí que estaba maldita. Yo era torero francés. Otra equivocación del destino.
—Eso es lo que usted dice en el libro con un juego de palabras. Nimois: de Nimes, por la traducción literal, no del todo ustedmismo.
—Nimuás —aclara Simón Casas, para corregir la torpe pronunciación—. Entonces no existían toreros franceses, ni empresarios franceses. En Francia, la tauromaquia era de importación. Éramos totalmente marginales. Me corté la coleta porque no tenía ninguna base técnica para aspirar a ser una máxima figura. No tenía la posibilidad de ser un gran torero. Y no iba a ser un pequeño torero.
"Qué significa la alternativa más allá de la tauromaquia, pues una elección. Yo elegí salir de la plaza", dice el hombre que se cortó la coleta al día siguiente de su alternativa
—Pero esperó la alternativa para eso. Y lo hizo por algo. Usted o entraba, o entraba. Quería hacerse notar, ¿no?
—Veamos, qué significa la alternativa más allá de la tauromaquia, pues una elección. Yo elegí salir de la plaza.
—¿Cuánto queda hoy en usted de aquel chico que iba a la esquina de Correos, en Cibeles, a esperar una carta con dinero para poder pagar la pensión?
—Soy exactamente el mismo. Si acaso con algunos matices, pero son sólo matices.
—Entonces leía a Céline, Ciorán, a Graham Greene. De maletilla usted no tenía nada.
—Era un maletilla de la cultura. No tener ningún referente cultural, ningún referente identitario, es ser un maletilla. No sé de qué forma conseguí el hilo de un cierto conocimiento literario y cultural.
—Dice que comenzó a leer por una mujer.
—Es verdad. La seguía hasta la Biblioteca del Instituto Francés. Con un ojo veía el libro que elegía y con otro, mejor dicho con otros ojos, la miraba a ella —Simón Casas ríe, coqueteando con él mismo—. Muy pronto al levantarme, iba a la Casa de Campo, que era donde se entrenaban los toreros, y por la tarde iba a la biblioteca. Ya ve usted: por la mañana era un maletilla del sentido y por la tarde un maletilla de los libros.
Simón Casas. Simón Casas. Javier Martínez
—Su nombre, Bernard Bomb Cazes, no era nombre de torero. Tuvo que cambiarlo a Simón Casas para entrar en los carteles.
—Sí, es verdad.
—¿Cuántos personajes hay en usted?
—No soy esquizofrénico, pero podría decir que mi condición esencial lo es. Me pregunta cuántos personajes hay en mí. Por lo menos cuatro, al menos que yo tenga fichados.
—Adelante, lo escucho.
—Pues —Simón Casas vuelve a reír… ese paredón de dientes, nicotina y pólvora se despliega—. Una es el toreo, la tauromaquia. Otra, la proyección de mi ser en la literatura y la poesía. El tercero es el business, que es totalmente una identidad específica —Casas vuelve a hacer una pausa—.
—Le falta una…
—El cuarto es el de la alternativa. La posición del que elige.
—Explíqueme eso.
—Eso significa: soy torero / me quito del toreo —Casas emplea esa fórmula que usan los matadores y que convierte en sinónimos la acción de apartarse de los pitones y la de renunciar—. Soy esto o me quito de esto. Vamos, la búsqueda constante de la realización del ser, que es la actitud del suicida. Soy un muerto viviente, un analizado viviente. Y eso que nunca he hecho psicoanálisis. Lo poco que sé lo he leído en los libros.
—Hoy, usted es el primer extranjero (francés además) en dirigir Las Ventas. ¿No debería estar acaso resuelto el tema?
—Se ha resuelto uno de mis vectores existenciales. Ya le dije: mi vida es esquizofrénica, pero puedo decir que sí, el tema identitario está resuelto. He conseguido, a través de la tauromaquia, el reconocimiento de un país que se llama España, que fue el país de mis antepasados. Tengo la llave de Las Ventas, de mi casa —dice después de arrojar en el cenicero un cigarrillo que ha encendido al revés: por el filtro—.
—La Carmen de Merimeé o la de Bizet. El Goya de Burdeos o el Picasso exilado. España y Francia están peleándose los afectos, desde 1808 al menos. Lo que es de uno, lo reclama el otro.
—¿Y usted cree que los parisinos entienden la Torre Eiffel? Lo que es evidente, lo que no plantea preguntas, nos frena. Lo que nos hace adelantar es siempre la atracción de lo que ha desaparecido y sentimos como nuestro.
—Es decir, el Toledo del siglo XV.
—Por ejemplo.
—De los cinco libros que ha escrito, este es el único que está traducido.
—Porque los otros hablan de mi condición de judío errante, por eso los escondí. Uno de ellos lleva por título Mancha de tinta y sangre –la lengua de Simón Casas vuelve a ser de trapo; lo desobedece; se tropieza al momento de pronunciar las palabras—. Disculpe, no sé hablar castellano cuando hablo de estas cosas. Lo principal para mí era poder decir: soy judío en España.
—¿Qué significaba eso para usted? Mejor dicho, ¿qué significa?
—En la tauromaquia, lo lógico es encontrarse frente a la virgen de la Macarena o la virgen del Rocío. Yo toreaba con una estrella de David escondida. Llevaba mi culpabilidad oculta bajo mi traje de luces. Pasaba por la capilla de la plaza de Madrid y tenía que jugar a ser cristiano delante de mis banderilleros, delante de mi apoderado. Un día se puso de moda en España una canción llamada La estrella de David. Entonces yo andaba sin dinero y vivía en pensiones de mala muerte. Por aquella canción, a muchos chicos y chicas les dio por salir a la calle con una estrella de David. Dije: voy a salir con la mía. Y lo hice. A los 200 metros vomité y casi me desmayo del malestar. Volví a mi pensión y me quedé tres días y tres noches sin salir. Me di cuenta de que tenía que resolver ese problema. Como ya había empezado a leer a Freud y Lacan me agarré a ellos, para que me acompañaran hasta poder llegar al día de hoy, donde de cierta manera, y aunque se me atranque la lengua, puedo decir: soy judío en España.
—¿Tiene hijos?
—Dos hijas, de catorce y quince años.
—Se lo pregunto por una cuestión de transferencias. Usted ha heredado una…
—Una culpabilidad… y un amor eterno al motivo de esa culpabilidad.
—¿Es usted agnóstico?
—Sí. Agnóstico total. Mi condición judía es identitaria.
Entre aquel Madrid del franquismo, tan lejano del mundo que se revolvía en el París del Mayo del 68 –un año antes, Casas había debutado como novillero en Las Ventas y cortó una oreja—, el nimeño se topó con un jovencísimo Fernando Arrabal que ejercía por igual el antifranquismo y el surrealismo. En un bar de Saint Germain des Prés, el lugar ideal para que “dos maletillas coincidieran”, conoció a Diego Bardón, que ya entonces estaba metido de lleno en sus happenings taurinos. “Él terminó corriendo maratones hacia atrás. Yo corro hacia delante”, dice Simón Casas. Y algo de eso tiene el arte al que ha dedicado una vida entera: esa operación de ir hacia la muerte y volver de ella.
—Los toreros son como Ulises: van hacia la muerte y vuelven de ella. ¿Cómo se lleva humanamente eso? ¿Cómo se puede trabajar con alguien que puede no regresar de la muerte?
—No considero que haga un trabajo. Soy productor de un evento artístico, soy productor de emociones. Tomo en cuenta el riesgo, la muerte, la entrega. Y cuando hablo de riesgo no me refiero sólo al riesgo físico.
—Claro, pero a un director no se le muere la soprano por una embestida del escenario. Aquí sí.
—No se muere físicamente, pero le aseguro que muere. Todos los artistas tienen una entrega absoluta y total en su deseo. Usted me podría decir: ¿cómo se puede ser marchante de Van Gogh? ¿O editor de Céline? Es la misma pregunta. Esto es posible hacerlo porque se agarra uno a lo racional de la tauromaquia, que es la técnica o la programación. Todos los artistas trabajan con la muerte y debemos aceptarlo.
—Hablando de toros hemos desenterrado muchos temas. Dígame… ¿Por qué ha perdido la capacidad la tauromaquia para elaborar un discurso intelectual?
—Si desaparece la tauromaquia será, acaso, por el propio mundo del toro, que se ha quedado mudo. El único que habla soy yo, cuando de alguna manera era el que menos podía hablar. Ahora soy el único que puede dialogar con la sociedad.
—Pero usted levanta bastantes antipatías y recelos en ese mundo.
—Antipatías del mundo taurino no tantas, en el otro sí.
—Al preguntar por usted, los del mundo del toro dicen: “Simón Casas es un personaje”.
—Sí, soy un personaje.
—Pero no toman posición. Otros dicen que es usted un encantador de serpientes.
—Mi diferencia es una agresión para los demás. El hecho de que yo hable cuando ellos se quedan mudos no les gusta. Pero me ven bien profesionalmente: los toreros, lo ganaderos, los demás empresarios, los aficionados. Me aceptan. Me ven como un posible salvador de la tauromaquia.
—Lo que acaba de decir es una muestra de soberbia importante.
—No. Es una observación objetiva. Sería soberbio si yo reivindicara eso.
—¿Con qué nos quedamos entonces?
—Yo no quiero salvar la tauromaquia. Yo quiero protegerla. La protejo. Mi manera de amar la tauromaquia es abrir una posibilidad de diálogo con la sociedad.
—El mundo taurino rehúye la autocrítica. Por otro lado recibe ataques de los que no es capaz de defenderse.
—La afición a los toros lleva una culpabilidad inconsciente. No sé si usted se ha fijado: en la historia de la tauromaquia hay mucho reglamento, muchas prohibiciones, tocan los avisos. Es el único arte donde el artista no tiene libertad. El torero siempre está censurado, obligado a agachar la cabeza ante el poder que gestiona la tauromaquia y ante la sociedad. ¿Y por qué?… Porque el cuerpo social tiene una culpabilidad inconsciente de su amor a un espectáculo que pone en escena la vida y la muerte, y lo prohibido. Porque tambalea con su deseo.
—Esa discusión resulta contradictoria en un mundo donde la muerte forma parte de los informativos.
—No es un problema de ética sino de nuestra relación con lo prohibido, con el deseo. Nuestra sociedad sigue tambaleándose frente al deseo.
—Eros y Tánatos. Es algo universal. ¿Por qué lo asimilamos tan mal?
—Porque la sociedad busca un equilibrio que no tome en cuenta lo maldito, que es una base ritual de todas las civilizaciones.
—En su libro usted dice que parar, templar y mandar exige cierta distancia. Le pasa a usted: es distinto en este mundo. Pero a José Tomás, por ejemplo, le ocurre algo parecido.
—José Tomás está al margen del mundo del toro. El torero más emblemático actual es el más distinto de la sociedad. No se deja entrevistar. No se deja ver. No se deja televisar. Sólo es visible cuando aparece en la plaza y ahí asume lo inasumible: desaparecer, morir. Es un místico en ese sentido, por eso nos fascina. Es un artista maldito.
—¿Cuánto de José Tomás es una puesta en escena y cuánto es verdad?
—Ahí no puede haber mentira. Lo que pasa en la plaza de toros pone en evidencia algo que no está en ningún escenario: la sinceridad necesaria para una entrega total. Eso es totalmente maldito.
—Pero, Simón, un artista maldito… ya no hay tal cosa.
—George Bataille hablaba de la parte maldita de la sociedad, lo que nos lleva a la locura, al suicidio, a cosas extremas. La tauromaquia es ese extremismo pero integrado en una economía racional: la gente paga su entrada para verlo, como ir al teatro. Es un caso único. Y eso quizá sea lo que condene a los toreros al silencio. Son poetas silenciosos. Parte de nuestra incapacidad para responder a los ataques antitaurinos tiene sus raíces en nuestra incapacidad para poner palabras sobre lo que sentimos. Habría que ir a buscarlas en el estructuralismo. Se puede ser torero estructuralista. Yo lo intenté y mire el desastre –la risa estalla, la suya y la de quien escucha; y compite con el sonido de pajaritos magnetofónicos de los semáforos de Recoletos. Sí, una enorme carcajada alborota una tarde que hace rato es noche.
—¿Se imagina a Foucault o a Delezue en los toros?
—Bataille iba de vez en cuando a los toros. Muchos estructuralistas tuvieron relación con la tauromaquia. Lacan la tuvo. Dio un seminario sobre tauromaquia en la feria de Bilbao con sus discípulos.
—¿Por qué la tauromaquia se ha alejado de los museos, de las tertulias, de los teatros, del cine? ¿Por qué los toreros no leen? ¿Por qué ha perdido un espacio que ocupó?
—50 años atrás, la sociedad admitía la puesta en escena del toreo, ahora no. Los toreros, los intelectuales y los artistas se unían porque la vida y el toreo estaban integrados en la sociedad y por tanto en las luces de esa sociedad. Con la tauromaquia ocurrió una mutación que también experimentó el flamenco: su puesta en escena se ve como algo folklórico. Quizá el toreo recupere el lugar que ocupó, o tal vez no. Si no lo hace, desaparecerá. La tauromaquia no puede seguir existiendo en una sociedad donde no encuentra su espacio.
Hace apenas unas semanas, la Unión Temporal de Empresas (UTE) formada por el francés Simón Casas y Nautalia Viajes se convirtió en la nueva empresa de la plaza de toros de Las Ventas para los próximos cuatro años. Simón Casas Production, sociedad que Simón Casas dirige desde hace años, pretende hacer en Madrid lo que en otros lugares: modernizar el espectáculo taurino. En su intento, Casas ha dado de qué hablar. Desde su peineta y corte de manga por una oreja negada a Daniel Luque hasta aquella campaña de la Feria de Zaragoza de 2015 que la alcaldesa Ada Colau censuró en Barcelona -en la que, entre otros matadores, aparecía Morante de La Puebla caracterizado como Dalí o Talavante como El caballero de la mano en el pecho de El Greco-. Para Madrid, Simón Casas tiene varios proyectos: dar más actividad cultural a la plaza –exposiciones, cine, conciertos- y recuperar los 10.000 abonos que ha perdido en estos años.
—Las Ventas, como dicen los matadores, es el templo del toreo, pero es un templo envejecido.
—Eso es lo que quiero, cambiar esas cosas pero respetando su esencia. Los templos hay que respetarlos, pero también acompañando un movimiento que busque una nueva armonía de la tauromaquia con la sociedad. Lo digo más allá del conflicto animalista.
—De todas formas, y usted lo sabe, está entrando en territorio animalista.
—No, es el animalismo el que está entrando en el territorio de la tauromaquia. Pero ese intrusismo no durará mucho. Si el animalismo tiene un estatuto animal admisible, podría comprenderlo. Pero si se convierte en un dogma del bien y del mal, no va a durar, porque es una estupidez. Hubo miles de ejemplos de estupidez en la historia civilización. Pero, ya lo ve usted, pasan.
—Hace dos meses, el crítico taurino de El País, Antonio Lorca, publicó un texto en el que aseguraba que el mundo taurino era una mafia sin competencia. ¿Qué piensa?
—No conozco a Lorca, y me gustaría. No estoy de acuerdo con sus formas cuando escribe, pero puedo llegar a entenderlo. Me gustaría verle la cara, quizá así podría comprenderlo un poco más. No lo he visto a los ojos. No he oído su voz.
—No le creo. Usted se mueve como rey dentro y fuera del callejón. ¿Cómo no va a conocer a Lorca?
—Será porque se esconde… y me gustaría saber por qué. No lo digo de manera peyorativa, pero no he encontrado a alguien del mundo de toro que lo conozca. A pesar de lo mal que pueda llegar a escribir algunas veces de mí, me gustaría conocerlo. Es curioso, ¿verdad? ¿Por qué se esconde Lorca? A lo mejor está tambaleando con su propio deseo.
—Usted ha sido apoderado de varias mujeres toreras. Antes, hablo de los años 40 o 50, había muchas más. ¿Qué le pasa al mundo del toro con la mujer?
—El asunto es qué le pasa a la mujer con el mundo del toro. Yo tengo una teoría sobre eso. Yo llevé a Cristina Sánchez, puedo decir que era una grandísima torero, pero fallaba al momento de matar. Yo le decía: Cristina, va a ser difícil para ti resolver eso porque no es un problema de técnica. El momento de matar es el único instante en que el torero ofrece su vientre al pitón, perdiendo el control con el estoque. El vientre de la mujer es el lugar extremo de la creación de la vida. El hombre puede ser herido en el vientre, la mujer no. Por eso hay más rejoneadoras. Y no es cuestión de valor ni de capacidad. Pero hay algo más y que es una consecuencia directa. La estética del toreo está inadaptada al físico de la mujer. La aportación de la mujer a la tauromaquia es enorme e importantísima, pero conservando la condición de mujer. No tiene sentido uniformizar el toreo de la mujer con el del hombre; sería estúpido. Sobre ese tema, ya tengo elegido mi epitafio: ‘Aquí descansa el hombre que hacía torear a las mujeres’.
—¡Por Dios, Simón! Cuánta consciencia de personaje tiene usted, y lo sabe.
—Me he construido sobre todo lo que me separa del mundo. Esta construcción es un satélite. Tiene su autonomía y ha encontrado su coherencia —Simón Casas ríe—. ¿Se acuerda de cuando me preguntó cuántos personajes era yo, que me callé en el tercero y usted me dijo que me faltaba uno? Pues se lo diré: soy el suicida.
—No se vaya por ahí. Dígame, ¿existe la posibilidad hoy de hablar de un torero de nuestro tiempo?
—Me hago la misma pregunta. Cada veinte años ha surgido el torero que debía ser el espejo de su época: el Cordobés y los Beatles y la sociedad de consumo; Manolete y el fascismo, hasta el místico José Tomás. Muchas veces se ha dicho que es el torero del siglo XXI, un tiempo caracterizado por la búsqueda de un nuevo misticismo. Jose Tomás apareció con toda su fuerza en el año 2000, quedan apenas tres para el 2020. ¿Quién podría ser el nuevo torero de su tiempo? Tengo una respuesta irónica pero que guarda algo de sentido: sería una mujer musulmana.
—Es usted un provocador. Y lo disfruta.
—Un provocador del sentido. El motivo más profundo de la marginalización de la tauromaquia en nuestra época es que ha dejado de provocar de verdad. Y yo puedo aportar algo. La prueba de ello es que usted me está entrevistando. Si yo fuera un empresario tradicional de toros, usted no habría tenido ganas de entrevistarme. Lo hace por mis provocaciones, porque la evolución de cualquier condición estética ha pasado por ellas. Lo verá en la historia de música, de la literatura, del teatro…
Simón Casas, el que tiene la llave de Las Ventas. Al menos así lo dice él. Simón Casas, el que tiene la llave de Las Ventas. Al menos así lo dice él. Javier Martínez
—Podríamos decir que usted es un dadaísta de la tauromaquia. Pero no. Tiene los pies bien pegados a la tierra.
—No es la provocación por la provocación, tiene un motivo. No hay historia del arte sin provocación, sin renacimiento y de ahí el suicidio perpetuo. ¿No le dije que uno de mis personajes es el del suicida? Ser torero, empresario y amar la tauromaquia es una forma de funambulismo. Esta entrevista es difícil para mí, porque contestando a sus preguntas me pongo en peligro. Soy el empresario más importante de la tauromaquia, no debo explicar las cosas, tengo que actuar para que se exprese el sentido que busco. No debo dar la llave.
—Usted me dobla la edad, me dobla la vida. Ha vivido el doble que yo, ha leído el doble que yo. No intente halagarme ni distraerme.
—Me acaba de dar una definición de vejez aceptable: 'Me dobla la vida, me dobla los libros'.
—¿Obrará usted el milagro? ¿José Tomás vendrá a Las Ventas?
—Eso sólo lo puede decidir él. No yo.
—Hemos hablado de una ‘fenomenología’ de la tauromaquia, pero si existiese algo como una geopolítica del toro, Cataluña sería la gran derrota. ¿Hay forma de recuperarla por la vía francesa?
—No creo que deba de ser un objetivo. El imperialismo no cabe en el arte del toreo. Ya que ha hablado usted de geopolítica: no se pueden pisar los territorios de los demás. A mí no me preocupa que últimamente se haya achicado el terreno de la tauromaquia siempre y cuando siga con toda su fuerza. Los políticos catalanes, que no son el pueblo catalán, dogmáticamente han decidido que la tauromaquia no tenía razón de ser en su territorio. Tendrán razón en el ámbito jurídico, pero se equivocan en el gobierno de su pueblo. El respeto al pueblo pasa por su comprensión, y el politiqueo catalán, vamos el nacionalismo, desnaturaliza la esencia de su pueblo y no sólo en la tauromaquia, sino en todos los aspectos de su vida. Esto es sólo politiqueo.
Un camarero vacía un cenicero en el que se acumulan más de 20 colillas de tabaco. Las de Simón Casas y las de quien lo escucha. Un camarero vacía un cenicero en el que se acumulan más de 20 colillas de tabaco. Las de Simón Casas y las de quien lo escucha. Javier Martínez
Aunque es de noche, los pajaritos magnetofónicos de Recoletos todavía pían su melodía. Advierten a los que cruzan que es tiempo de apretar el paso. Un camarero vacía un cenicero en el que se acumulan más de 20 colillas de tabaco. Las de Simón Casas y las de quien lo escucha. Un volcán de cenizas, eso que queda después de arder… Casas lleva más de 40 años en su incendio perpetuo.
Son casi las nueve. Los pajaritos pían y en el paso de cebra del Paseo Recoletos algo completa la tarde: un círculo de humo y sentido. Los coches, sí, duran más que los anarquistas. Habrá que ver, entonces, cuánto lo harán los taurinos. Aunque Simón Casas, el hombre que tiene la llave de Las Ventas, es, ya se sabe, algo más. Acaso una fuerza que embiste. Un hombre que, décadas después, en los sillones del último café literario, ocupa el centro de sí mismo. Un rey sol que brilla, con o sin traje de luces. Y él lo sabe. De sobra. Voz Populi, 11.10.2016
Por Vicente Zabala de la Serna. Simón Casas: de espontáneo a amo del toreo
Bernard Domb Cazes (Nimes, Francia, 1947), Simón Casas en los carteles, viene de padre polaco y madre sefardí. La historia de su nombre ya es un historión en sí mismo. Sólo porque Domb Cazes no sonaba muy torero. Su árbol genelógico hunde sus raíces en el Toledo español del siglo XV por el lado de su madre. La expulsión de 1492 acabó en un éxodo a Turquía y con los siglos y las carambolas en el regreso a Europa por una ruta que desembocó en Nimes. Y allí el niño Bernard creció oyendo hablar el ladino o sefardí, el español que de generación en generación habían conservado desde el siglo XV. Y soñaba con ser torero. Porque el torero era el español en Nimes. Por la ruta de los sueños, Blanquito, su aporerado, confundió el sonido de Cazes con Casas, y como ya habían acordado que lo de Domb no pegaba ni con cola en los carteles surgió el pack completo: Simón Casas. Ahora, con esta victoria en el concurso de Madrid, Simón vuelve a casa, o eso dice como desmintiendo el título de primer extranjero al frente de la Monumental de las Ventas, y cierra un círculo. Como colofón a una apasionada trayectoria taurina no está mal.
Pasó de ser un joven inconsciente que saltó de espontáneo a un toro de Antonio Ordóñez en Nimes en los 60 a un respetado empresario taurino revolucionario de un mercado anclado en muchos aspectos. Antes de encontrar su sino como productor de arte, así le gusta que se le defina, trató de ser torero. Debutó en Las Ventas como novillero en el año 1967 cortando una oreja. Tras varios éxitos rivalizando con otro francés, Nimeño, tomó la alternativa en Nimes convirtiéndose en el primer torero que se doctoró en el anfiteatro romano. De manos de Ángel Teruel y en presencia de Paco Alcalde en mayo de 1975 con toros de Dionisio Rodríguez. Anunció su retirada al día siguiente de convertirse en matador de toros.
Tras aquella experiencia vital, decidió probar suerte en los despachos. En la Bayona francesa encontró la mano del gran Manolo Chopera para empezar a andar. La primera plaza que gestionó fue la de Frejus, que años atrás había hecho famosa Pablo Picasso acudiendo con asiduidad. Ese inicio como organizador de espectáculos le dio la posibilidad de fijarse en distintos toreros. Su primer apoderamiento fue el de Emilio Muñoz. El maestro trianero, aún niño, consiguió enloquecer al francés. La falta de capital le hizo alquilar las plazas por jornada para que su joven pupilo torease. El sistema resultó un acierto. La lista de apoderamientos es extensa, desde Muñoz hasta uno de los componentes de su actual proyecto venteño: Curro Vázquez. Por sus manos pasaron José María Manzanares (padre), Cristina Sánchez, Finito de Córdoba, Uceda Leal, Julio Aparicio, Javier Conde o Daniel Luque, entre otros. En la actualidad dirige la carrera de David Mora. Y la de la rejoneadora Lea Vicens como continuación de aquel otro loco lanzamiento amazónico de María Sara.
Su espíritu valiente le ha llevado a presentar distintas exclusivas a importantes toreros a lo largo de la historia. Dos ejemplos inolvidables son la campaña de Paco Ojeda en 1984 y el planteamiento de temporada que firmó con El Juli. Este último lo tuvo que romper en dos para pagarle el doble de lo acordado tras el fenómeno que supuso el lanzamiento del madrileño como matador. Una de las medallas que luce con mayor orgullo es la de tener buena sintonía con José Tomás. En la última época del genio de Galapagar, Simón Casas fue capaz de conseguir su reaparición en Valencia el 23 de julio de 2011 tras la gravísima cornada de Aguascalientes (México) y de programar la histórica mañana del 16 de septiembre de 2012 de los seis toros de Nimes.
Además cuenta con la autoría de cinco libros de temática taurina, sólo uno de ellos traducido al castellano: La tarde perfecta de José Tomás (Demipage, 2013), que prologó el cantante Andrés Calamaro.
En la ya penúltima adjudicación de Las Ventas formó parte del equipo de Taurodelta cuando José Antonio Martínez Uranga le convenció para concursar juntos y de formar una candidatura única que no encareciese el concurso. Organizó una rica agenda cultural de la Feria de San Isidro en una carpa que se instaló en la explanada exterior del coso. Para aquellas jornadas logró contar con personajes de la Cultura de la talla de Mario Vargas Llosa, Albert Boadella o Fernando Sánchez Dragó, con quien le une una especial vinculación. Pero sus responsabilidades taurinas fueron nulas. Finalmente se desvinculó de Taurodelta para centrarse en las plazas que gestiona en la actualidad. Ahora asume la gestión de la plaza más importante del orbe taurino de la mano de Nautalia. Un proyecto ambicioso que ha reventado al alza la licitación venteña desde los 2,8 millones del canon de explotación a los casi 3 millones del Plan del Fomento, Publicidad y Difusión pasando por la rebaja del 10% a los abonados o la inversión en las Escuelas de Tauromaquia, que roza 1 millón de euros.
Aquel melenudo joven nimeño que saltó de espontáneo en un toro de Antonio Ordóñez allá por los años 60 se sienta desde hoy en el trono del toreo y bajo sus dominios se extiende un vasto territorio desde Valencia, Alicante y Zaragoza a Mont de Marsan y Nimes, su gran tesoro, allí donde empezó todo. El Mundo, 28/09/2016.