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Real Maestranza de Sevilla

Domingo, 3 de abril de 2016

Corrida de rejones

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Benítez Cubero (bien presentados, encastados aunque escasos de fuerza).

Caballeros rejoneadores:

Rui Fernandes: medio rejonazo (ovación).

Andy Cartagena: rejón trasero (oreja).

Leonardo Hernández: rejón defectuoso, dos descabellos (aplausos).

Roberto Armendáriz: rejón trasero (silencio).

Manuel Manzanares: pinchazo y rejón trasero (ovación).

Andrés Romero: rejón trasero (dos orejas).

Presidenta: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: tarde nublada y desangelada.

Entrada: media plaza.

Video: vimeo.com/161402853

Crónicas de la prensa: en breve.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: Andrés Romero calienta la tarde. La Feria de Abril ha comenzado con el rejoneador onubense, Andrés Romero, a hombros tras cortarle las dos orejas al sexto de la tarde. Se fue a portagayola para recibir al animal con la chaquetilla en la mano. Romero estuvo por encima de su deslucido oponente. Los mejores instantes llegaron a lomos de “Guajiro”, con el que colocó las banderillas en todo lo alto. Otro apéndice paseó Andy Cartagena del segundo, gracias a su entrega. Destacó con “Panteras” y “Pintas” causando furor en los tendidos. Leonardo Hernández pudo al menos cortarle una oreja al tercero, de no errar con el descabello. Desplegó su doma clásica consiguiendo momentos vibrantes en los medios, clavando las banderillas al quiebro a lomos de “Despacio” y “Xarope”. Manuel Manzanares tuvo una destacada y asentada actuación en Sevilla. El alicantino supo aprovechar la movilidad inicial del animal, que terminó muy parado. Falló con el rejón lo que le costó la oreja. Valiente estuvo Rui Fernandes con el que abrió plaza. Arriesgó mucho, especialmente con “Fado”. La faena al cuarto Roberto Armendaríz fue con altibajos debido a la falta de acople del rejoneador.

Lo peor: Un domingo frío. Los rejoneadores se toparon con varios hándicap que dificultaron sus pasos por la Maestranza. A la falta de fuerza de los astados de Benítez Cubero, se le sumó el frío ambiente de un público siempre fiel y alegre en este tipo de festejos. Las lluvias amenazaron con hacer acto de presencia, pero se resistieron dejando la incógnita de si mañana aparecerán. Lo que sí es seguro es que los tres “gallos” que harán el paseíllo Esaú Fernández, Jiménez Fortes y Borja Jiménez saldrán a por todas.

ABC

Por Andrés Amorós. Pórtico de la Feria de Abril con seis caballeros

Comienza la Feria con un festejo de seis rejoneadores (el domingo 10 será el otro, con tres jinetes). Esta fórmula de los seis puede atraer a cierto público y, a la vez, abrir el abanico de los que pueden actuar pero… Prefiero –y creo que le da más categoría al espectáculo– que alternen solamente tres, como en una corrida de a pie; y, todavía mejor, que un solo caballero preceda a tres matadores, como antes se hacía. (Tampoco comparto la moda reciente de que alternen un rejoneador y un diestro, con diferencias tan notables).

Los toros de Benítez Cubero fueron favoritos de las figuras, en tiempos de El Cordobés; ahora, suelen quedarse para el toreo a caballo. Esta tarde, curiosamente, han sido nobles y justos de fuerza los berrendos, típicos de esta ganadería (primero, quinto y sexto); reservones y mansotes, los negros (segundo, tercero y cuarto). Arropado por sus paisanos, corta dos generosos trofeos Andrés Romero; uno, Andy Cartagena. Lo pierde por el rejón de muerte Leonardo Hernández.

El portugués Rui Fernandes cortó una oreja en la última Feria de Abril. Recibe a portagayola al primero, noble. La lidia es lucida pero dentro de un orden, porque se abre mucho en los quiebros.

Cuando sale el segundo, se escucha claramente un coro de voces llamándonos «¡Asesinos!» Aunque el pacífico público lo recibe con guasa sevillana, no es de recibo que se tolere esto en un espectáculo legal. Andy Cartagena deja llegar muy cerca a un toro que flojea: se luce con piruetas y «muletazos», prende el entusiasmo con los pares al violín y el «teléfono». Mata certero: oreja. Valiente y técnico

Dos veces abrió Leonardo Hernández la Puerta Grande de Las Ventas, el año pasado. Con el tercero, reservón, se muestra valiente y técnico, con quiebros muy en corto y corvetas, en la cara del toro. Pierde el trofeo al matar.

Debuta en esta Plaza el navarro Roberto Armendáriz, que lleva años actuando en San Fermín. El cuarto es mansote, se para: ha de exponer mucho y el toro toca el anca del caballo varias veces. Se luce con alardes ecuestres.

Manuel Manzanares (hermano de José María) brilla con los «doblones» y galopando de lado, en el estilo de Pablo Hermoso, su maestro. Acierta más al lidiar con temple que al clavar. Pincha antes del rejón de muerte.

Igual que el año pasado, al onubense Andrés Romero le arropa un grupo de partidarios, incluido un cante flamenco, antes de que salga el toro, y gritos de jovencitas, impropios de esta Plaza. Recibe al toro con la chaquetilla, a portagayola; consigue quiebros espectaculares, de cerca, arriesgando mucho, en la línea de su maestro, Diego Ventura. Aunque el toro se echa varias veces, acierta con el rejón de muerte y corta dos generosas orejas.

De chico, me encantó «Los tres caballeros», una película de Walt Disney. Ahora, me gustan poco los festejos de seis caballeros.

Postdata. El «Centauro de las Marismas», el gran don Ángel Peralta, ha escrito que el caballo torero es amigo, leal, valiente, sincero, fiel: «En sí mismo, es ya un arte de la propia Naturaleza». Por eso se identifica tan profundamente con él: «Éramos dos en uno». Ve la vida como un galope: «Galopando, galopando,/ por el ruedo de la vida». Y concluye: «Y que vaya mi caballo/ bien unido a mi destino…» Así ha ido.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Dos orejas con algunos matices

Evocando al flautista de Hamelyn, Romero se trajo a la plaza de la Maestranza a buena parte de la muchachada de Escacena. Se notó en el cromatismo de sus camisetas; en el constante jaleo a su benefactor y en el aire de clá que favoreció la puesta en escena del jinete choquero, a la postre máximo triunfador de un festejo largo, larguísimo y tan gris como los cielos cárdenos que amenazaron la plaza de la Maestranza sin soltar ese agua que sí se espera -nutrida- para esta misma tarde. La entrega de Romero fue irreprochable y puso el calor que le faltaba a una tarde que ya empezaba a escurrirse por el sumidero sin que acertemos a saber si la fórmula de mudar de día la antigua matinal ha tenido el éxito esperado.

Para qué vamos a engañarnos. Comenzar el largo serial con una carga de caballería es café para los muy cafeteros. Pero habíamos dejado a Romero escuchando el cantecito -inevitable- de un propio en la grada mientras trataba de fijar la embestida del sexto con el marsellés en la mano. A partir de ahí todo se embaló y el jinete de Escacena supo meterse a propios y extraños en el bolsillo en una monta trepidante, marcada por el ritmo y la precisión de las suertes. Andrés ciñó los embroques; citó en corto; batió al pitón contrario apurando hasta el último milímetro y se mostró arrojado, recordando a su maestro -el gran Ventura- en una actuación de buena nota que se emborronó cuando el toro pidió la cuenta. El animal se echó, moribundo. ¿Sobraron las dos orejas? Que cada uno juzgue por su cuenta.

El festejo había sido abierto por el portugués Rui Fernandes que se contagió de la sosería del animal que le cupo en suerte. Mucho más entonada fue la actuación del veterano Andy Cartagena, que buscó toro en todas partes y hasta tiró de efectos especiales -la sombra de Ventura siguió planeando- tirándole bocados a un toro al que terminó de cuajar con las banderillas cortas.

También se habría llevado un trofeo Leonardo Junior si el acero hubiera rubricado la elegante, sobria y sorda faena -de menos a más- que remontó todas las dificultades que le planteó el toro que había sorteado. El navarro Armendáriz puso voluntad aunque se dejó enganchar las monturas demasiado. También se entregó Manzanzares, algo rudo en la monta, pero sincero y dando calidez a una tarde gélida que no se libró del zumbido de dos docenas de antitaurinos.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Andrés Romero corta dos orejas

La tarde se anunció con lluvia y acabó fría como una noche de invierno. Se trataba de un festejo de rejones para abrir la feria abrileña. Se ha suprimido la clásica matinal del domingo de feria y se ha pasado a la apertura del ciclo. El cambio no ha surtido el efecto deseado. Algo más de media plaza con un ambiente desangelado. Al final, el frío dinamitó al tendido. Por fortuna, en el sexto de la corrida se animó la tarde, la gente entró en calor y se llenó de alegría, hasta el punto de premiar al caballero Romero con las dos orejas. Son orejas que sirvieron para compensar una tarde de poco contenido.

La corrida de Cubero se paró mucho, mostró poco celo al seguir a las cabalgaduras y dificultó la labor de los rejoneadores. El tercero fue el de más vitalidad; el sexto se echó al final de la faena. A los toros les faltó fondo.

Andrés Romero, el último caballero de la tarde, fue el que triunfó. Lo hizo porque el rejoneador de Escacena ha mostrado unos progresos notables en su estilo. Si antes era algo precipitado, en su faena apareció centrado y templado. Entendió bien la puesta en escena, no le fallaron sus animadores y hubo momentos brillantes en la lidia.

Se fue a la puerta de toriles con el marsellés para correr al toro hasta pararlo. Es una hermosa escena campera que gusta en esta plaza. En banderillas, Guajiro y Odiel llevaron el peso de su labor, con especial mención al primero de ellos, la estrella de la cuadra, que se lució en quiebros espectaculares, sobre todo cuando citó en corto.

Cuando la faena estaba en su cenit, a lomos Romero de Bambú, el toro se echó sobre el albero hasta en tres ocasiones. Este detalle deslució la labor del caballero, que estuvo ágil para ir por el caballo de matar y acertar a la primera. Se pidieron con entusiasmo los trofeos y el palco los concedió, a pesar de ese detalle de que el toro se tumbara y la faena resultara incompleta. Al margen de ello, Andrés Romero se mostró cuajado y su futuro es más que esperanzador.

El otro triunfador fue Andy Cartagena, puesto y con una cuadra en forma. Colocó banderillas con Sol y Sombra, sacó al final a Pinta y puso las cortas. Antes, y como algo que amenaza con ponerse de moda, ensayó bocados al toro con el caballo Pantera. Debería dejarlo para otras plazas. Cortó una oreja tras acertar con el rejón de muerte.

Muy buena la labor de Leonardo Hernández con el tercero, el mejor toro en los primeros compases de la faena. Sobre Despacio estuvo soberbio con las banderillas. Enardeció sobre Xarope al colocar las cortas. Castigó mucho al toro al inicio con dos rejones y el animal quedó al final agotado. El fallo con el verduguillo lo dejó sin premio.

Abrió plaza el portugués Rui Fernandes, que se fue a toriles a esperar a su oponente, para luego realizar una labor voluntariosa con un toro con poco celo. Hubo algunas pasadas en falso y mató mal con topetazo incluido.

Debutó en Sevilla el rejoneador navarro Roberto Armendáriz, al que se le vio algo verde para este compromiso. Se sucedieron los tropezones de la cabalgadura cuando montó a Prometido y luchó contra las protestas de Diamante. Mató bien, pero a pesar de ello su labor fue silenciada.

Manuel Manzanares completó una labor de más a menos. El hijo del maestro alicantino se lució de forma llamativa sobre Príncipe, que corrió a dos pistas con elegancia y clavó los palos con acierto. Luego su faena bajó de intensidad por el menor ajuste con el astado y todo quedó desdibujado al fallar con el primer rejón de muerte. A pesar de ello, los comienzos de su faena nos dejaron la impresión del progreso evidente que se ha observado en el caballero alicantino.

El festejo se animó en el sexto. A esas horas, el frío se había apoderado de todos, tanto por el clima como por el contenido. Fue Andrés Romero quien le puso calor.

El País

Por Antonio Lorca. El rejoneo también pierde los papeles

En esta bendita fiesta de los toros va a perder los papeles hasta el apuntador. Ayer, por ejemplo, los perdió, y de qué manera, la señora presidenta, que le concedió las dos orejas a Andrés Romero tras una actuación animosa, apasionada y violenta, deficiente con los rejones de castigo, brillante con las banderillas y un rejonazo trasero a un animal moribundo que se había echado tres veces en la arena cuando Romero intentaba clavar banderillas cortas. Fue la del caballero onubense una actuación tan aceptable como mejorable, pero en modo alguno acreedora de los máximos trofeos en esta plaza.

Pero así están las cosas…

En este festejo sevillano ha vuelto a quedar el entredicho el más que discutible arte del rejoneo; discutible cuando lo ejecutan seis caballeros que no conocen el clasicismo, permiten un espectáculo lento y premioso, carecen del mínimo sentido de la innovación, pierden el tiempo en trotes insulsos y, sobre todo, parecen incapaces de emocionar en el encuentro con el toro.

Un espectáculo el de ayer pesado, anodino y carente de esa pasión inherente al toreo a caballo. Hubo de casi todo, claro está, pero predominó la sosería, que impusieron, primero, los toros descastados de Benítez Cubero y, después, las maneras toscas y poco ortodoxas de los caballeros.

El portugués Rui Fernandes parece el mismo de hace unos años. No ha evolucionado o, al menos, no se le nota. Sus formas toreras son rudas, y lo que transmite es una profunda inseguridad, producto de su evidente imprecisión. Implora aplausos, pero el público calla expectante y preocupado. No tuvo suerte Cartagena con su petrificado oponente, pero clavó tan despegado como sus compañeros y fue el único que innovó: uno de sus caballos ha aprendido a morder a los toros. ¡Qué bonito…! Mató pronto y le concedieron una oreja de poco peso.

Templó con torería Leonardo Hernández, y se lució en el tercio de banderillas. Suyo fue, quizá, el mejor par, citando cerca de los pitones, dando el pecho del caballo y cuadrando en la cara. Todo se desinfló en el tercio final y el caballero salió a saludar sin que nadie se lo pidiera. ¡Papeles perdidos…!

Silenciada fue la labor de Armendáriz, que se enfrentó al mejor toro y no supo sacarle partido. Arriesgó en exceso a los caballos y no dijo nada. Le faltó serenidad y le sobró violencia en las formas.

Ha mejorado las suyas Manuel Manzanares, ha ganado experiencia y torería, se le ve más seguro y confiado sobre los caballos, y templó con conocimiento en banderillas, si bien clavó despegado y a la grupa.

Y Andrés Romero triunfó por decisión, y las dos orejas fueron consecuencia de los papeles perdidos de la presidenta. Toda su actuación estuvo regida por el hambre de triunfo, lo cual está muy bien; el excesivo premio, sin embargo, es un empacho. Sobre todo, porque esta plaza, la Maestranza, ha ganado su prestigio con algo más de exigencia.

Y la guinda: hacía un frío de mil demonios; y solo Andrés Romero fue capaz de calentar un poco los decaídos ánimos del generoso y bendito público de rejoneo.


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