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PLAZA DE TOROS DE PAMPLONA

Miércoles, 10 de julio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Jandilla y Vegahermosa (1º y 6º) desiguales.

Diestros:

Diego Urdiales de turquesa y oro. Pinchazo, estocada y tres descabellos (saludos). En el cuarto, media (silencio).

Sebastian Castella de lila y oro. Pinchazo, estocada caída y descabello. Aviso (silencio). En el quinto, estocada trasera con salto (oreja y petición de la segunda).

Andres Roca Rey de gris perla y plata. Pinchazo hondo y once descabellos. Dos avisos (silencio). En el sexto, dos pinchazos y tres descabellos (ovación de despedida).

Tiempo: agradable

Entrada: lleno de “no hay billetes”

Video: https://twitter.com/i/status/1149040461920821251

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca.

Roca Rey, un hombro lesionado como atenuante

Roca Rey es seguro de éxito, y parece que le tiene cogida la medida a los tendidos de sol de Pamplona, que buscan un ídolo tras la retirada de Padilla.

Es seguro de éxito, pero ayer escuchó dos avisos en su primero y dio un mitin con el descabello, aunque el atenuante es que se resintió de una lesión del hombro derecho, de la que aún no está recuperado.

Fue ese toro tercero el mejor de la tarde, al que no permitió que se picara, y acudió a la muleta con codicia, fijeza y humillación. Comenzó Roca de rodillas, para agradar a su público, y de hinojos se colocó en dos ocasiones más, en un molinete posterior, y en un desplante final. Hipnotizó al sol, pero destacó el toro, fijo en la muleta, sobre el torero, más pendiente de agradar a sus seguidores. Si mata bien, pasea las dos orejas, pero era evidente que no tenía fuerza en el brazo derecho. Lo intentó de veras ante el sexto, con ceñidos pases cambiados en el inicio de la faena de muleta, pero el toro no tenía clase alguna, y prefirió abreviar. En fin, que la noticia es que Roca Rey salió andando, y no a hombros, de la plaza por vez primera en su carrera.

Diego Urdiales es sinónimo de torería, y esa cualidad se le notó en las verónicas iniciales a su primero, en las chicuelinas al paso para llevar el toro al caballo y en un quite por delantales. Con la muleta, torería, también, pero menos. Su oponente desarrolló encastada nobleza, pero no era un toro de carril ni tonto. Y eso lo supo Urdiales desde que tomó el engaño; tanto es así que lo citó despegado y desconfiado, y los muletazos con la mano derecha brotaron sin la hondura esperada. Hubo uno, sí, largo y templadísimo, pero solo uno. Y la faena no fue brillante, quizá algún retazo sobre esa misma mano, pero por debajo de las condiciones del animal. Torería siempre, pero con distintos niveles.

El cuarto portaba una cara muy, muy ofensiva, con unos pitones larguísimos y astifinos; si asustaban desde lejos, es fácil imaginar lo que transmitirían en la cercanía. Y Urdiales, entonces, se olvidó de la torería y prefirió estar atento al acechante peligro. Tuvo suerte porque el toro carecía de la mínima calidad exigible, lo cual sirvió de justificación suficiente para la actitud huidiza del torero. Lo mató con rapidez y se ahorró una innecesaria prolongación del sobresalto.

Sebastián Castellla cortó una oreja, pero los cimientos de toda su labor con capote y muleta fue superficial, ventajista y olvidable. Es cierto que su primero fue un toro deslucido y áspero, por lo que pudiera aceptarse que su esfuerzo no fue baldío. Pero se movió el quinto, con nobleza y aceptable recorrido, y no fue capaz Castella, a pesar de su quietud, -meritorios sus dos pases cambiados por la espalda-, de interesar por la hondura de su toreo. Muchos pases, eso sí, pero prácticamente nada para el recuerdo. Pero como mató con eficacia, le concedieron una oreja ¡y le pidieron la segunda!…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Mayúscula frustración: Roca Rey pincha en Pamplona

Volvía el amo de Pamplona con ruido de cosa grande. Que fue globo pinchado y frustrante. Una pancarta lo saludaba desde una barrera de sol: «Silencio, por favor, torea Roca Rey». Que no falte el humor. Cuando apareció en escena el fenómeno del Perú, el estruendo aventó la pancarta del silencio. La escena sísmica de Roca en San Fermín. Tiembla el misterio. ¿Y el dueño del misterio? Diego Urdiales salió a lo suyo. Que es torear. Lacio el capote, sueltos los brazos, intermitente el toro de principio. Y acarnerado y cuesta arriba. Como si saliese de un embudo. Un par de verónicas limpias y una media enroscada. No tan arrebujada como la del cadencioso quite por delantales. Mal y traseramente castigado, no ayudó el piquero a que descolgara. Sólo en el embroque. Y Urdiales se reunía ahí con la embestida. Ese instante de belleza en su derecha. Antes de que perdiese la humillación según dibujaba el muletazo. Que a veces la embestida enrazadita amontonaba con su repetición antes de hora, sin salirse de los vuelos. Los retazos, la fidelidad a un concepto que no vende ni se vende, esbozos de naturales como si escanciara la muñeca. Las trincherillas salpicaron como perlas el cierre hacia las tablas. Un pinchazo, la estocada atravesada sin muerte y el descabello no evitaron la ovación. Un leve milagro de torería.

La cruz de la cruceta supuso un calvario para Roca Rey. Que cambió las orejas por los avisos. No podía su hombro lesionado cortar el cerviguillo: 13 golpes, 13, para acabar con aquella cabeza cornalona que sostenía un cuerpo fino y menor, proporcionalmente enano. El fuego se convirtió en humo; las llamas, en ceniza. La faena vibrante y eléctrica quedó mutilada. RR conectó su soberbia más que el temple desde que el cinqueño apareció por toriles con su fuerza contada y su testa destartalada. Apenas lo sangró en el caballo como seña de identidad. La intervención por chicuelinas y tafalleras volteó Pamplona. Todo lo vendía, todo lo compraban. De rodillas extendió su puesto como obertura del acto final. Penitente y en redondo corrió la mano derecha. La cabeza despejada a mil revoluciones para interpretar la larga distancia del jandilla. Que por inercias funcionó. Con un tornillazo último que a veces enganchó. Un viaje sin calidades. Una fiesta de calimocho. De adaptación al medio y al toro. De persecución del triunfo a toda costa. Forzada más que fluida. Como en las manoletinas de despedida a compás abierto. Cuando la embestida, ya sin metros, acusaba desde hacía rato los defectos tapados. Un pinchazo hondo y el verduguillo aguaron la piñata, el festín presentido, los fuegos artificiales.

Sebastián Castella resucitó en el quinto después de un naufragio de planteamiento con su basto y manso toro anterior. Aún se desconoce el sentido de abrirle faena por alto para después presentarle la muleta lacia y tonta en su izquierda: los cabezazos lo desarmaron. Y siguieron marcando la pauta del deslucimiento. Lo que no quita para que Castella anduviera sin luces. Que se encendieron con el penúltimo, un toro de normal armonía dentro de la anormalidad destartalada de la corrida de Borja Domecq, un despropósito: el cuarto había sido el antitoro, Apis en la tierra, infumable Uro, transgénero de expresión avacada. Diego Urdiales navegó. Incluso demasiado tiempo con tan desabridas formas y desaborido fondo. Castella le cortó una oreja al suyo por una faena tipo de la casa, centrada y técnica, que exprimió al vulgarote y rendido enemigo. No falló la fórmula infalible de estocada (trasera) y muerte pronta.

A Roca Rey todavía le quedaba un toro para evitar la noticia. Pero el sexto, de Vegahermosa como el primero, sacó genio desde sus largas líneas zancudas y no la esquivó: RR, que no conocía otra Pamplona que no fuese desde las alturas, salió andando. De nuevo falló la espada; el hombro y no sólo el hombro.

Jandilla, que por la mañana había recogido el premio de la Feria del Toro 2018, devolvió hasta el abrazo de la entrega.

La Razón

Por Patricia Navarro. Trofeo de Castella con un Roca debilitado

o hizo falta acogerse a las excusas. Era el primero. El toro inoportuno. El frío. El imposible. El de… Recién comenzaba la faena Diego Urdiales, que abría plaza con su veteranía a cuestas, la misma que le permitió casi en el comienzo asentarse sobre los cimientos de sus zapatillas y crecer en el verso libre que es su torería para pegarle al chato Jandilla, altote y con vidilla en la embestida, un derechazo de esos que se tambalea la afición. Cualquiera, también la de Pamplona que está más dispersa y llega a la plaza agotada del extra de acción que hay en el exterior. Resoplamos al unísono como quien goza encontrarse de pronto con el toreo. ¿Así? ¿Tan pronto? Fue después la faena una búsqueda de aquel muletazo, como es la vida una búsqueda en ocasiones de un instante, pero es que Diego huele a torero. Hasta en Pamplona. Y eso es un gusto. El cuarto tuvo tantos pitones y caja como falta de entidad en la embestida y fuerza. Y la faena, que fue la de la merienda, pasó con absoluta discreción.

No fue fácil ese segundo con esa bocanada de pitones inmensos que además tenían fuego en ellos para lanzarlos hacia arriba. Castella defendió la faena, que ya era. Otra cosa tuvo el cuarto, en su movilidad y franqueza, de buen juego hasta que se aburrió ya bien transcurrida la labor del torero francés. Aquella que comenzó con pases cambiados por la espalda y llenó después de toreo ligado y con temple. Un desplante colmó la atención antes de que la espada hiciera el resto. Arriba, a la primera, impecable.

En el tercero se juntaron todos los astros que eso en el toreo es doble mortal. Embistió el toro encastado, con repetición, entrega y franqueza. Un todo que encontró en la muleta de Roca Rey, en estado de gracia y conexión infinita con los tendidos. Cuando Andrés se echó de rodillas con la muleta se caía Pamplona. Literal. Y así fue en todo momento, por la derecha, al natural, ligado y resuelto. Buen toro. Espantosa espada. Sobre todo el descabello. Al parecer se resiente de la lesión en el hombro con sensación de calambre, o algo así llegaba al tendido, que entró en la merienda de lleno para consolarse de no lograr su final feliz al que se había entregado con pasión.

Encontró los ánimos más fríos con el sexto, que iba y venía, se dejaba, con claridad en el viaje y repetición pero tampoco grandes aspiraciones. Fluyó más la buena vibra en el primer tramo de faena, en los pases cambiados por la espalda; después no acabó de despegar el viaje esa sexta labor de Roca, que casi históricamente, acabó de emborronarse en el ambiente y con la espada. El acero aquí, cuando falla, tiene un filón con tintes imperdonables. Hasta para Roca Rey.

ABC

Por Andrés Amorós. Una lesión frustra el triunfo de Roca Rey en Pamplona

Se resiente Roca Rey de su lesión en el hombro: muy disminuido, falla mucho con el descabello y pierde las dos orejas. Urdiales deja detalles de calidad y Castella corta un trofeo.

Con la llegada de las figuras y la Plaza abarrotada, cambia el panorama de las ganaderías; también, en Pamplona. Aquí los toros son siempre serios, bien armados, pero no es lo mismo torear una corrida de Escolar que una de Jandilla: éstos han corrido un encierro rápido, agrupados, sin cornadas. Por la tarde, dan un juego desigual, con movilidad pero poca clase; los mejores, primero y tercero.

Gracias a sus éxitos en Bilbao y Madrid, que le han dado una legión de seguidores, Diego Urdiales ha obtenido la consideración que pretendía. Este año, ha apuntado cosas buenas pero todavía no ha obtenido un triunfo rotundo en una Feria importante. En el primero, alto, encastado, juega bien los brazos en delantales y dibuja algunos muletazos suaves, excelentes, de mano baja, pero sin lograr el dominio completo. Mata regular, a la segunda. El cuarto, también alto, luce dos «perchas», sale suelto, no se entrega. Diego lo sujeta, anda bien con el toro, consigue algunos naturales y se lo quita de en medio con facilidad.

Castella sigue fiel a un toreo estático, vertical, que emociona si el toro se mueve mucho, como este segundo, al comienzo. Recibirlo por alto, apoyado en la barrera, no es bueno para sujetarlo. Los tornillazos que pega el toro, no corregidos, impiden la faena lucida. Mata sin convicción. Al quinto, que se mueve con irregularidad, lo recibe con chicuelinas, algo poco ortodoxo. Empieza con el habitual cambio, en el centro; liga muletazos correctos, insiste y acaba con el arrimón. Estocada trasera, con salto: benévola oreja (aunque le piden dos).

Después de perder tres festejos por una lesión en el hombro derecho, reaparece Roca Rey en Pamplona. Repite el viernes, es el único que torea dos tardes: eso se llama aceptar su responsabilidad de primera figura. El año pasado, en este coso, con toros serios, convenció a todos. Ha salido a hombros las cinco tardes que ha toreado aquí. Al tercero, astifino, noble pero flojo, apenas lo pican. Se luce Andrés en su habitual quite mixto. Comienza de rodillas, en el centro, con derechazos que el toro toma con alegría. Midiendo bien las exiguas fuerzas, liga muletazos mandones por los dos lados, alternando el clasicismo con guiños a la solanera (molinete de rodillas, manoletinas). Entra en corto, como se debe, pero deja sólo un pinchazo hondo. Su lesión en el hombro derecho le hace fallar reiteradamente, con el descabello. En sus labios se lee: «No puedo». Llega a intentarlo con la izquierda. Se ha frustrado el triunfo, suenan dos avisos. Recibe al último con una verónica y se pasa a la facilidad de las chicuelinas. Miden de nuevo el castigo del toro. También empieza Roca Rey con varios péndulos y el desprecio. Le saca muletazos por los dos lados, con claridad de ideas y mando, aguantando, aunque el toro protesta, se para a mitad. Visiblemente dolorido, abrevia y tampoco mata bien. La lesión en el hombro ha frustrado su triunfo. Ha hecho un gran esfuerzo, ha mostrado su casta de figura pero no se sabe si estará en condiciones de volver a torear en Pamplona, el viernes. La gente quiere verlo pero en plenitud de condiciones.

Postdata. La suerte de matar es la más difícil, además de la más peligrosa: hay que matar al toro pronto pero, sobre todo, bien, respetando las reglas. No está bien un bajonazo, ni una estocada trasera o atravesada (hay mil matices, por supuesto). Si sólo fuera cuestión de rapidez, el diestro podría usar un arma de fuego. El actual buenismo, unido a la ignorancia de muchos públicos, hace que lo único que importe sea que el toro caiga en seguida. En Pamplona lo vemos demasiado. Y el descabello –decía Corrochano– es suerte de matarifes, no de toreros. No hacer caso a buenos naturales y silbar por el descabello, como hemos visto en esta Feria, no es propio de buenos aficionados.

10_julio_19_pamplona.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)