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PLAZA DE TOROS DE PAMPLONA

Miercoles, 11 de julio de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo (correctamente presentados, mansos y manejables).

Diestros:

Antonio Ferrera, de turquesa y oro, dos pinchazos, estocada caída, aviso (saludos); estocada caída, aviso, descabello (saludos).

Andrés Roca Rey, de blanco y plata, estocada (oreja); estocada (dos orejas).

Ginés Marín, de grana y oro, estocada, descabello, (silencio); tres pinchazos, estocada, aviso (silencio).

Banderilleros que saludaron:

Tiempo: Bueno

Entrada: LLeno

Video: https://twitter.com/i/status/1017140681511448576

Galería de imágenes:

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Apoteosis incontestable: Roca sigue siendo el Rey de Pamplona

El ambientazo habitual de Pamplona subió un grado más de expectación. Un revuelo en torno a la presencia de Roca Rey. Que llegó a la plaza con el tiempo justo. Un ligero retraso en el paseíllo. Ginés Marín esperaba ya liado. Y no como convidado de piedra, sino como triunfador de la última feria sanferminera. El duelo, con Antonio Ferrera por testigo, autor de la faena de mayor calado de 2017, se sintió pronto. En el tercio de quites del toro del peruano, Ginés provocó por ceñidas gaoneras la respuesta inmediata del Rey -el cántico de la ranchera lo reconocía- por saltilleras. Apuró tanto el cambio del viaje, que el atropello no se produjo de puro milagro. Sobre su seco valor se recompuso RR, que ajustó el luminoso quite de Saltillo hasta el clamor de la revolera. Al rematado cuvillo, de hermosa estampa, vuelto el pitón, serio el trapío, lo habían cuidado en el caballo por las buenas cosas apuntadas. Y, sin embargo, en un momento dado, pareció dañarse, lesionarse una mano, pararse en seco. La dureza del ruedo, dicen, está pasando factura. Remontó pero no embistió igual. La humillación no la mantenía del mismo modo hasta el final. Como si se doliese.Roca se hundió de rodillas en el volcánico prólogo de faena: dos pases cambiados callaron incluso a las peñas. Pamplona volteada. La faena nació con la inteligencia de perder pasos en las primeras series de derechazos. Un desarme no desdijo. Y ligó luego con ritmo la nobleza. Decreciente en su empleo. Inversamente proporcional al ataque del Cóndor de Perú. La firmeza y la quietud por encima del toreo que el material no permitía desarrollar en plenitud. Sin la profundidad de otras veces. Una espaldina, cual explosión mayúscula, funcionó como nuevo impacto. Las manoletinas de despedida y un espadazo colosal. El palco no concedió las dos orejas mayoritariamente solicitadas. Igualando en premio la obra a las de pan y melón de días pasados. A lo peor, ni tanto ni tan calvo. Odiosa comparación.

A por la puerta grande negada fue Roca Rey con el jabonero, bajo y hechurado quinto: el capote a la espalda de salida, toreado a los vuelos el cuvillo. Que ya colocaba la cara con notable estilo. Por rogerinas galleó hasta el caballo. El castigo justo. Quitó Ginés Marín por chicuelinas. La verónica que domina para otro día. RR se clavó en la obertura por alto. Y administró el preciso fondo presentido con superior temple y exacto sentido de las distancias. El tempo de espera perfecto. Y el toreo lento, acinturado y profundo cautivó. Atalonado y embraguetado en el trazo inmenso y curvo. Por las dos manos la hondura. Hasta que el cuvillo quiso irse. Y entonces le echó las rodillas por tierra. Y lo despenó con una estocada hasta los gavilanes. Ahora el palco no se resistió a lo incontestable. Apoteósico de nuevo RR. Como cada vez que pisa Pamplona.Antonio Ferrera se había encontrado con un toro de amplia cuna y anchas sienes. Entre playero y paletón. A compás lo toreó a la verónica. A su aire, que era sueltecito y sin humillar. Obediente. A su altura le hizo faena Ferrera. Esa ecuación que tan bien manejada, templadamente. En las líneas naturales se entendieron. Más generoso el viaje a derechas, pero tampoco escaso a izquierdas. Siempre sin descolgar. La continuidad como nota. Los adornos de cierre precedieron a un pinchazo doloroso: el acero se dobló y el pomo de la empuñadura golpeó como una pedrada en la frente de AF. Un hilillo de sangre asomó sobre la ceja. Agarró hueso otra vez antes de enterrar la espada en los blandos. La posibilidad de la oreja ya se había evaporado. El pañuelo sólo asomó para el aviso.

Ceñido derechazo de Ferrera al primero de Cuvillo, al que entendió con temple en su media altura EFE El gazapón cuarto, de acodada y astifinísima testa, puso a prueba con su molesto caminar el curtido oficio de Ferrera. Andarín hasta que alcanzaba la muleta. Desde ahí nunca hubo entrega. El verbo andar predominaba. Porque andar así con los toros es de vieja escuela. No fácil de ver. Ni de hacer. La colocación contraria y atravesada de la espada demoró la muerte. Recogió la ovación en los medios. Una cosa muy torera. Como el brindis a Espartaco.Un jabonero cinqueño de basta pero baja conformación se movió brutote. Grueso hasta las pezuñas. Ginés citó en largo sobre la boca de riego. Del cartucho de pescao brotó la tanda de naturales más limpia. La defensiva acometividad del cuvillo careció de ritmo. Y no le sirvió a Marín. Que necesita el toro preclaro para dar el paso y desplegar su fino y frágil concepto.Tampoco pudo ser con un sexto de recortadas líneas y gigante anchura de palas que no descolgó jamás. El gigante ya había sido Roca Rey. Bajo su sombra Ginés Marín se desdibujó y empequeñeció. La procesión por la puerta del encierro fue la marea inversa de cada mañana.

ABC

Por Andrés Amorós. San Fermín: Roca quiere ser el Rey

Llegan los toros de Núñez del Cuvillo, queridos por todos, para tres primeras figuras; resultan simplemente manejables, no más. Ginés Marín no tiene su tarde. Antonio Ferrera demuestra su gran profesionalidad. Andrés Roca Rey continúa arrollando, corta tres orejas y sale a hombros.

Ahora mismo, Ferrera es el «verso suelto» del escalafón; de un toreo atlético, acelerado, ha evolucionado a una estética clásica y, a la vez, muy personal. Un detalle concreto, en vez de la absurda moda de mirar al tendido, Ferrera hace todo lo contrario: se inclina un poco, con naturalidad, para acompañar la embestida, acomodando a ella su trasteo y recuperando –igual que Morante, en otra clave estética– suertes añejas. Al primero, que se mueve, con la cara a media altura, le baja bien la mano, con maduro clasicismo. Mata a la tercera y el pomo de la espada le causa una brecha en la frente. En el cuarto, logra buenas verónicas usando sólo medio capote (algo insólito). Lo saca del caballo lidiando sobre las piernas, a la antigua. Brinda a Espartaco. Busca alargar con maestría las embestidas cortas y poco lucidas. Sin triunfo, se ha mostrado muy seguro y profesional.

Roca Rey sigue siendo el diestro al que quieren ver todos los públicos: su valor sereno y sus alardes siguen arrasando. Añado yo que esto nace de una cabeza muy clara para cambiar el trasteo, de acuerdo con las condiciones del toro y para conectar con el público: lo contrario de venir con la faena preconcebida. Recibe con variados lances al segundo, que embiste con nobleza. Replica al quite de Ginés con unas saltilleras, en las que roza el percance. De rodillas, dos cambiados levantan un clamor. El toro ha ido a menos, quizá lesionado en una mano. Andrés le saca todo lo que tiene, que no es demasiado, y logra un gran espadazo: oreja, justo premio. En el quinto, noble pero soso, ya de salida se echa el capote a la espalda. Comienza con cambiados; manda mucho, sin atosigarlo, de pie y de rodillas, con clasicismo y sabiendo llegar al público. Otra gran estocada, usando la técnica que le ha enseñado José Antonio Campuzano: en corto y por derecho, dando un toque fuerte para que el toro descubra el sitio. Dos orejas.

Actúa dos tardes el joven Ginés Marín porque fue el triunfador de la pasada Feria. Sus condiciones son claras: une técnica y estética, algo nada frecuente. El tercero se mueve pero protesta, sin clase. Ginés muestra su facilidad, con verónicas suaves y el «cartucho de pescao», pero no logra más. Mata bien. En el último, traza buenos muletazos pero sufre dos desarmes, la faena no cuaja, y falla con la espada. Otra tarde será.

El fenómeno de Andrés Roca Rey se entiende fácilmente. La combinación de cabeza clara y valor sereno parece infalible. En el segundo toro, los mozos le han cantado, como suelen, un corrido que le viene como anillo al dedo: Andrés Roca Rey quiere ser el rey. Tiene ambición y cualidades para lograrlo.

Postdata. Todas las mañanas, las reses que se van a lidiar por la tarde inician el encierro, desde los corrales de Santo Domingo. ¿Cómo han llegado hasta allí? No en camiones, como algunos pueden creer. A las once en punto de la noche anterior, suena el viejo sonido de un cuerno de caza, se abren las puertas de los corrales del Gas y los seis toros inician su carrera. Escuchamos el rumor de las pezuñas sobre el suelo, a la luz de la luna, sin «flashes», en completo silencio. Los escasos espectadores ven pasar los toros, muy cerca, como un cortejo cuasi fantasmal. Es un rito que comenzó en 1899 y se mantiene sin cambios, un ejemplo clarísimo de las hondas raíces que tiene esta Fiesta, algo único, que muchos desconocen: el Encierrillo.

La Razón

Por Patricia Navarro. Roca imparable y Rey en Pamplona

A Roca Rey le tocó la moral, por no decir palabrotas y justificar aquello de los estudios (que recuerda padre con mucho esfuerzo y dedicación) que Ginés hiciera un quite en su toro, el segundo de la tarde y replicó a modo de inmolación, tampoco había necesidad que a estas alturas de los sanfermines el corazón da para lo que da. Y en pleno cite de unas saltilleras (youtube ayuda si hay dudas) movió el capote (situado detrás de su cuerpo) con tal brusquedad detrás de su cuerpo de un extremo al otro que al toro no le quedó otra que arrollarlo, aunque fuera un poco por no quedar de lirón. Eso sí, fijó las 20.000 miradas de ipso facto. Calló hasta el del tambor, o derivados, que no estoy puesta. Bien. Siguió por ahí. Una arrucina en pleno comienzo de muleta resultó volcánica y agonizante para las emociones. Fue más fiera que el toro que se paró en un pispas y casi ahí quedó la historia de lo que pudo ser y no fue. Apretó con los mínimos e hizo milagros para lo que había. De la emoción con la que venía sumó la estocada y cortó una oreja aunque pidieron dos. Y a punto estuvo de quedarse con el toro ante los problemas de las mulillas para llevárselo. No había opción. Era un sí o sí. No había plan b ni alternativa: Roca Rey se iba de Pamplona a hombros. Y desorejó al quinto por partida doble. Arrolló. Arrasó. En todas las vertientes. El toro se dejó hacer, con nobleza, no siempre largura en el viaje, y acabó rajándose ante abrumadora puesta en escena del torero peruano. En pie, de rodillas. Un todo por el todo.

Antonio Ferrera anduvo torero y austero con un primero noble y manejable con el que toreó asentado y con reposo. Contraste brutal en el bullicio. La vida ocurría en dos tiempos. Y así pasó con el cuarto, porque en la movilidad del Cuvillo hubo encubiertas muchas complicaciones que Antonio lejos de cantar y cacarear tapó con oficio y valor torero, lo contrario a lo que muchas tardes se prodiga en el ruedo. De ahí el mérito. Toreó para él, sin pensar en el lugar donde estaba, a pesar de que las dimensiones del toraco eran suficientes para situarle. Tapó, maquilló, disimuló las dificultades que llevaba el toro intrínsecas en el viaje y aguantó embestidas en las que quiso el toro ir por él, pero escapó. Y en ese camino, que no huida, construyó Ferrera una faena maciza, no en el camino del triunfo, sí en la sinceridad y el peso de lo bien hecho.

Ginés Marín despachó al tercero en el centro del ruedo con un imponente cartucho del pescao de los que ponen el corazón a bombear a la fuerza. Fue buena la tanda de naturales que siguió, porque el Cuvillo tenía movilidad. Pero le faltaba clase y entrega y lo dejó ver en el trasteo de Marín, que remató con solvencia, sin apreturas ni encontrar más argumentos. Se le acumularon los pases a la faena de Gines al sexto, que iba y venía sin ritmo y la faena sin hilo conductor. A hombros se fue Roca Rey. Roca, el intocable.

El País

Por Antonio Lorca. Del toro al borrego

La llamada Feria del Toro queda en entredicho cuando aparecen las figuras. El mundo se transforma y el toro se torna en borrego; y no es que ayer las reses no tuvieran estampa bovina, que sí, pero su alma y su comportamiento correspondían más bien a la raza ovina.

Los toros de Núñez del Cuvillo están criados con mimo para que los toreros disfruten, estén a gusto y se ejerciten de salón; están infiltrados de bondad y no son aptos para la lidia sino para el cuidado. Toros colaboradores que no presentan dificultades. Ocurre, sin embrago, que como ese diseño de toro contradice abiertamente la condición de bravo y fiero de este animal, lo que suele surgir es una caricatura.

Toros los de Cuvillo que vienen picados de fábrica -los tres matadores ahorrarse pudieron el sueldo de los del castoreño-, con las fuerzas justas, descastados, con abundante sosería y un esportón de nobleza. Toros, en fin, para que se les den muchos pases, pero todos faltos de vida, rebosantes de frialdad y rutina. Toros para que los toreros se sientan cómodos y aburridos los aficionados. Toros para la desnaturalización de la fiesta.

No se entiende, por ejemplo, cómo Ferrera se presenta en Pamplona con semejantes oponentes. Estuvo bien, sí, porque le sobra oficio y técnica, pero si sudó fue por el calentamiento global, que no por la entrega exigente de los toros. Dio muchos lances, pases mil, y tuvo momentos de torería, pero todo en un escenario de aburrimiento impropio de su categoría.

Sin embargo, con estos toros salió a hombros Roca Rey. Claro, este torero tiene valor para estos toros y los de días anteriores, pero prefiere pasar menos fatigas y animar a la solanera con oponentes más artistas que fieros. Sobresalió su entrega, se lució con el capote por chicuelinas, saltilleras en un quite con Marín, verónicas, gaoneras y rogerinas; se arrodilló, como mandan los cánones, en el inicio de faena al segundo y le cantaron dos pases cambiados por la espalda en esa posición, sin apenas espacio, y también dobló las piernas al final del último tercio del quinto para dar molinetes y redondos. Entre ambas secuencias, muchos pases de calidad intermitente y casi nula emoción. Mató muy bien a sus dos toros, de dos grandes estocadas, e inexplicable resulta que no le concedieran más que una oreja en su primero con lo que se premia aquí una muerte rápida.

Y Ginés Marín, enrolado también en la lista de toreros comodones por su aspirante condición de figura, quiso y no pudo ser. Algunos detalles sueltos con el capote y poco más. Pero que nadie crea que rectificará tras la desalentadora experiencia; simplemente, esperará que embista el siguiente cuvillo y aquí se acabó la presente historia.

11_julio_18_pamplona.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:10 (editor externo)