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Real Maestranza de Sevilla

Domingo de Resurrección, 16 de abril de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Nuñez del Cuvillo de diferentes hechuras, faltos de raza y de poco fondo. 1º, 2ª no valieron, el 6º con peligro fue pitado, un 3º que duró poco, destacó el 5º noble, embistiendo largo por ambos pitones, mejor por el izquierdo.

Diestros:

Morante de la Puebla: de azul añil y plata. Tres pinchazos, otro hondo, pinchazo y media. Aviso silencio y estocada tendida varios descabellos, saludos.

José María Manzanares: de nazareno y oro. Gran estocada, silencio y estocada tendida. Aviso, saludos.

Andrés Roca Rey: de malva y oro. Saludos y pinchazo, estocada ovación.

Se guardó un minuto de silencio por José Ordóñez Araújo, Manolo Cortés y el niño Adrián Hinojosa.

Banderillero que saludó: Rafael Rosa.

Incidencias: Lili banderillero de Morante fue arrollado por el primero de la tarde sin consecuencias.

Presidente: Gabriel Fernández Rey. Presidió la corrida la Infanta Elena.

Tiempo: soleado, agradable.

Entrada: lleno de «no hay billetes».

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20174/16/20170416214123_1492371764_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Comenzó la Temporada 2017 y con reventa, los soles se pagaron a doscientos euros. Y una vez más la corrida de Resurrección, que digo yo de expectación, fue de decepción. Tenía todas las papeletas, es verdad. El ganadero días antes había dicho públicamente que a él lo que las vacas hagan en el caballo le importa poco. Y vaya que si se nota en la plaza con sus hijos. Los Cuvillos, sin fuerza, sin presencia, sin la más mínima casta, fueron los principales culpables del desastre. Y bien que los cobra, que exige dos corridas en la Maestranza, que no bajarán de los cien mil. Dicho esto, sólo queda exculpar a los toreros en su parte. Morante estuvo queriendo y dejó su media verónica del año. Muy buena, pero nada que ver con aquella excelsa en chiqueros. Manzanares por encima de su lote, sobre todo en el quinto, hasta que se paró, que fueron los únicos minutos en que tocó la música. Y Roca Rey por mucho que quiera poner la carne en el asador con estos morlacos delante no puede hacer lo suyo, ni gustar ni asustar. Hubo un sólo momento de peligro, de riesgo real, en toda la corrida, el revolcón a Lili. Pero no es que el toro, mansísimo, fuera por él: se lo llevó por delante saliendo de estampida del caballo. En fin un petardo en toda regla. Tomen nota los que tienen que tomarla. Y ahora veremos la Feria.

El País

Por Antonio Lorca. Reencuentro con la sevillana más guapa

Es, sin duda, la sevillana más guapa. ¿Del mundo? Quizá; no es fácil conocerlas a todas, pero esta es de una belleza inmaculada, una preciosidad, de esas que te dejan sin habla. Y cuantas más veces la admiras, más te gusta. Vuelves cada año por estas fechas, y La Maestranza, -de la plaza se trata, qué se creían- se presenta vestida como una reina, limpia, perfumada, reluciente, coloreada de amarillo, blanco y rojo, de estreno y dispuesta para el noviazgo, una temporada más, con la fiesta que le da sentido a su existencia.

Sus buenos dineros se gasta la corporación maestrante en que parezca una sevillana en flor a pesar de su edad; y así, cada primavera abre sus puertas para gozo y deleite de todas las miradas, y se convierte en la pasarela más hermosa para el arte más sublime. Así es la rosa; así es la plaza de toros de La Maestranza de Sevilla, una obra de arte construida a trompicones, en tiempos distintos, sin el objetivo, quizá, de ser una belleza, pero lo es por obra y gracia de una milagrosa armonía.

Visitar esta plaza un Domingo de Resurrección luminoso como el de ayer es una gozada que no tiene precio; quien no la conozca que apunte en su agenda una próxima visita. No le defraudará. Merece la pena disfrutar con la sevillana más guapa. Vacía es una maravilla; llena, como ayer, transmite una impresión indescriptible. Qué pena que tan extraordinario escenario no albergara un espectáculo en consonancia con su categoría. Se inauguró la temporada con un cartel de postín: Morante, Manzanares y Roca Rey, con toros de Núñez del Cuvillo, una combinación perfecta para los aficionados toreristas que tanto abundan en detrimento de la exigencia del toro y el torero heroico.

A nadie sorprende que las figuras eligieran la ganadería gaditana, pues se aprobaron seis toros muy justos de presencia, nobles hasta la saciedad, y amuermados, descastados, inválidos y vacíos de bravura. Una corrida sin fuerza y bondadosa. Tonta e inservible hasta la exageración. Y de tal modo no es fácil que el arte se haga presente. Y mira que está fácil Sevilla, defecto que ya viene de lejos; mira que se aplauden vulgaridades, y se jalean momentos que hace poco exigían el silencio expectante. Pues ni por esas; no hay manera de entresacar secuencias de recordada emoción. Anda que no tiene ganas Sevilla de que triunfe Morante… Y él también, pero con estos toros tendrá que esperar, como espera cada año, que le salga el gordo de la lotería para mostrar sus esencias. Ayer, un detalle por aquí, otro por allá, y poco más. Decisión, mucha, con capote y muleta, pero, mientras persista con estos toros, nada. Lo intentó en su primero, distraído y sin fondo de casta, con cara de niño, y se justificó con algunos muletazos con la mano derecha. Se lució por delantales en un quite al tercero que cerró con una media cincelada con una lentitud tan sentida como imperceptible. Ante el cuarto volvió a intentarlo sin éxito ante otro animal inservible.

¿Y Manzanares? Decir que cayó de pie en esta plaza es quedarse corto. Sevilla lo arropa y lo empuja hacia el triunfo, y ayer no paseó alguna oreja porque falló con la espada ante el quinto. Su innata elegancia destaca aún más ante toretes infumables como los de Núñez del Cuvillo. Algo más se dejó el quinto, que no fue picado, como toda la corrida, y lo muleteó con nervio, despegado casi siempre y con una decisión muy agradecida por los tendidos. No acertó a la hora de matar y todo quedó en una cariñosa ovación. Desapercibido quedó en su primero, un muerto en vida. Y se esperaba todo de Roca Rey. A pesar de lo que pudiera creerse, seguro, seguro que no habrá aprendido la lección, y en cuanto pueda volverá con esta ganadería. Es el sino de las llamadas ‘figuras’.

Lo intentó de principio a fin, intervino en quites por chicuelinas y con el capote a la espalda, intentó capotear de rodillas al sexto, pero toda su labor no pasó de decidida y discreta. Se dio un arrimón ante el tercero, que no merecía otra cosa, pues no permitía el toreo de muleta por su falta de fuerza y movilidad, y ni eso pudo intentar ante el último, inválido protestado, que urgía su paso a una vida más placentera.

La Razón

Por Patricia Navarro. Sin Resurrección, Sevilla mira a la Feria

Resurrección tiene un misterio que contar. Y a él nos seguimos aferrando. Devotos. Felices. Y rendidos a un cartelazo que a eso de las seis y media de la tarde nos empujaba a soñar. El toreo en vena en este todavía principio de temporada. Y Sevilla. Colmada de arriba abajo. Ni una entrada. Ni un atisbo de haberla. Guardamos el minuto de silencio al poco de abrirse la puerta de cuadrillas, a la vuelta del paseíllo, para rendir tributo a los nuestros, a los que perdimos en el camino, al inigualable Manolo Cortés, a Pepe Ordóñez y a la desesperante pérdida del niño Adrián, que sólo pudo soñar con ser torero a sus 8 años de edad. Morante abría plaza. La primera de sus cuatro tardes. De capa se estiró para dentro, esa compleja contradicción que nos vuelve enfermos de sus verónicas. Apenas retazos para tirar de lo que llevamos en la memoria. Salió el primero de Cuvillo de toriles con el pelo limpio, brillante, a tono para la ocasión y nada más salir del caballo anunció que en el toreo no hay broma por muy guapos que nos pongamos en el tendido. A Lili le arrolló al salir del primer encuentro del caballo y la voltereta fue demoledora. No quería caballo el Cuvillo, ni capote, desentendido. No había buenos presagios… Lo intentó Morante. Quiso Morante. Un par de tandas, un bonito cambio de mano antes de que el toro claudicara en su condición de bravo y la espada se le atravesara al torero de La Puebla. Buscó el toreo con un cuarto que tenía sus cosas pero había que ir a buscárselas. Y ahí fue Morante, desprovisto de zapatillas, más cerca de la madre tierra, para construir una faena corta pero de mucha protundidad. Igual no fue vistosa, de olé fácil, pero tuvo muchos matices de torero bueno, profundo y con unas raíces que dan sentido a esta locura de la tauromaquia. De los respetos en ese diálogo entre toro y torero. Hundió la espada, marró con el descabello.

Chocolate y “Blanquito” se entendieron a la perfección en las dos varas. Eran los tiempos de Manzanares y decir esto aquí son palabras mayores. Irrumpió Roca Rey con el capote para quitar por chicuelinas y replicó Josemari con otro del mismo palo, pero con las manos muy bajas, acudió el toro con cierto nervio y quedándose por abajo. Fue el momento. El resto navegar. Irregular el toro en el último tercio, sin acabar de definirse, y en el mismo aire la faena del alicantino que remató con rapidez y limpieza a espadas. El quinto tuvo repetición y codicia. No había sido la tónica y lo supo Manzanares que no acabó de encontrar el ritmo al toro por el derecho, pero otra cosa fue al natural por donde el animal iba, además, con más claridad. Ocurrió entonces que las dos tandas siguientes las gozó y para hacernos cómplice remató con un cambio de mano que acabas en otro planeta. Cuando volvió a la diestra tragó las desavencias del toro y esta vez no encontró el espadazo a la primera, donde es rey. Pero Abril, la feria, se pone cara.

Con la última carta en la mano, Roca Rey paró al sexto primero a una mano y de rodillas después. Se presumía incendio dentro del matador peruano. El honor le duele. Andaba el toro justo de fuerza y le faltó entrega después y transmisión. El polo puesto del huracán peruano

Largo tuvo el cuello el tercero que era una pintura de toro. Remate, seriedad y unas hechuras preciosas. Con dos verónicas y una media crujió Sevilla. Las de Morante. Era el quite. Y a Roca Rey le crujió el pecho. Pundonor que dicen. Y entonces se tomó sus tiempos y se fue al centro del ruedo y con el capote a la espalda, centrados todos de lleno, a pecho descubierto, citó al toro. El quite tuvo la espectacularidad del que grita a los cuatro vientos que no está dispuesto a dejarse ganar la pelea, a pesar de que le estén dando duro. Lástima que el toro desistiera pronto de ella y se apagara y así no hay guerra, ni victoria. Apenas nos quedaba ilusión con un deslucido encierro, pero la feria en la que se anuncian cuatro tardes Manzanares y Morante y tres Roca se ponía al alza.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una corrida sin fondo entierra Resurrección

Sevilla en su esplendor. Las nubes tenues y calimeras suavizaban el sol y su luz sobre la Maestranza rebosante. La apertura de la temporada sevillana con su ambiente de gala. Un minuto de silencio rememoró a Pepe Ordóñez, a Manolo Cortés y al niño Adrián Hinojosa; la ovación a la Infanta Elena sonó a recuerdo a su abuela Doña María; y un grito de “¡viva España!” refrescó la perdida idea patria.

A toda la ilusión concentrada vino a restar graduación un manso apretado y huido de Cuvillo. Más kilos que cara, cuello y casta. Morante de la Puebla esbozó verónicas altas antes de que el toro se escupiese del caballo y se negase al castigo una y otra vez. En una de aquellas fugas espantadas arrolló al Lili en incruento volteretón. Muchos capotazos para intentar picarlo en la contraquerencia. Como si no hubiera otros terrenos. No había nada en el fondo del cuvillo. Morante lo fijó en el inicio de faena sobre las piernas. Y en las líneas naturales de la embestida se inventó tres series de redondos que fueron más de lo que el toro daba. Ni la habilidad buscada con la espada al hilo de las tablas evitó la reiteración de los pinchazos.

La alegría de salida del segundo toro, más fino y acucharado, se tornó más antes que después en una falsa promesa. Y así en el quite por chicuelinas de mano baja de José María Manzanares se atisbó el genio escondido tras la aparente nobleza. La embestida se revolvió en las zapatillas. Roca Rey había intervenido por el mismo palo. De otro modo. Luego Manzanares quiso romperlo hacia delante con la muleta, pero no se sintió cómodo. Más de tres nunca enjateró. No hubo tampoco continuidad en el toro. Derrumbarse y acabarse fue todo uno. Inapelable fue el espadazo de sello manzanarista.

Roca Rey sorteó el cuvillo de más óptimas condiciones hasta el momento. O eso apuntaba. Hondo, tocado arriba de pitones, piel melocotón y la notable colocación de su buena cara. Apenas señalados los puyazos traseros, apenas sangrado. Esa era la apuesta. Morante lo vio y por delantales se hizo presente. La media verónica del broche fue de categoría superior. El orgullo del peruano le empujó a la réplica por saltilleras cambiadas que derivaron en ajustadas gaoneras. La raza de Roca Rey también se sintió en la apertura de faena con un pase cambiado sin apenas distancia. El ¡ay! no tuvo su transformación en el ansiado ole: la buena condición del toro se fundió pronto. El pretendido largo trazo los muletazos se quedó sin eco. Y el arrimón final no levantó nuevas pasiones. RR despidió la obra con su asombrosa seguridad con el acero.

No se hacía precisamente bonito el cuarto toro. Sin nota ni nada reseñable en los compases previos de la lidia, Morante brindó la muerte del cuvillo a Vargas Llosa. Y planteó la faena entre las rayas para ayudar a despegar la agarrada embestida. Descalzo como si le molestaran las zapatillas, sobre la mano izquierda brotaron naturales contados. En un par de manojos de dos y tres la belleza. No había más arcilla que moldear en el escaso fondo del cuvillo. Ahora enterró el estoque de una vez y saludó una ovación.

De la misma manera salió al tercio José María Manzanares cuando pasaportó al bondadoso quinto. A punto estuvo de ser. El manejo de los tiempos entre las espaciadas series diestras terminó por hallar el camino luminoso del cuvillo: en su pitón zurdo habitaba una mayor calidad. Como en la zocata de Manzanares. La banda se arrancó con el pasodoble “Dávila Miura”, surgió la conexión, la magia presentida. Pero regresó a la derecha. Como si se cerrara la puerta de la inspiración. Quizá si hubiera abundado más en el toreo al natural… Lo que casi es seguro es que si no marra con su infalible espada, habría caído la oreja.

Roca Rey interrumpió su saludo capotero echándole las dos rodillas por tierra al protestado sexto, que respondía a su nombre de “Flojillo”. También se interrumpió la respiración de la plaza. Sólo eso y en ese momento. No remontó el toro ni su existencia ni el pobre fondo de la corrida que enterró con su grisalla el Domingo de Resurrección.

ABC

Por Andrés Amorós. Los toros flojos apagan las campanadas de gloria en Sevilla

Un año más, voltean, jubilosas, las campanas de la Giralda mientras el Resucitado pregona por Sevilla su buena nueva: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» (Unos lamentables atentados no deben prevalecer, en el recuerdo, sobre lo que hemos vivido -puedo atestiguarlo- como una manifestación única de religiosidad popular y de refinamiento estético). Un año más, la corrida del Domingo de Resurrección es la más hermosa y solemne del año. Ha estallado la primavera y reluce, como la joya que es, la Plaza de los toros: el ruedo elíptico, la blanca cal, el luminoso albero, los arcos de piedra desiguales… Y la ilusión de todos, por comulgar con la belleza. Con sevillano ingenio, escribió, hace años, Antonio Burgos que Cristo había resucitado para poder ir, por la tarde, a los toros, a ver a Curro Romero…

Ya no torea Curro pero el cartel de esta tarde reúne a los tres diestros que este público quiere ver: el sevillano Morante, el adoptado por Sevilla Manzanares y el nuevo fenómeno, Roca Rey. Por desgracia, los toros de Cuvillo -predilectos de las figuras- dan al traste con todo: flojos, deslucidos, sin fijeza ni duración. Contra ellos se estrellan los buenos deseos de los tres espadas, que sólo pueden apuntar algunas de sus virtudes.

Brindis a Vargas Llosa Cuatro tardes torea Morante, eje de la Feria. El primer toro es huido, mansea, se queda corto, arrolla a Lili a la salida del caballo. Apunta el diestro buenas verónicas. Con gesto contrariado, intenta sujetarlo, logra tandas de derechazos con torería pero sufre un desarme y no se confía con la espada. En el primero de Roca Rey, lancea con los pies juntos y dibuja una media primorosa. El cuarto, «Postinero», no se presta al agasajo que cantó Agustín Lara. Se luce Morante al dejarlo en el caballo con un precioso lance (¡esos detalles que tanto gustan en Sevilla!). Aunque lo protestan por flojo, brinda a Mario Vargas Llosa y hace el esfuerzo: tirando del toro, logra excelentes muletazos, con temple y naturalidad. Esta vez sí que quiere matarlo pero se equivoca al descabellar y no logra consumar el triunfo.

De su padre ha heredado Manzanares la estética y, también, el cariño de Sevilla. El segundo espera, se queda corto. Quita Roca Rey por chicuelinas y replica José María por el mismo palo (no solía hacerse así) pero con otro estilo: las manos muy bajas, como su padre. Saluda Rafael Rosa en banderillas. Manzanares lo embarca, con facilidad y mando, pero el toro protesta y acaba por los suelos. La estocada, volcándose, es «marca de la casa». El quinto se tapa por los pitones, se mueve pero sin ritmo y flojea, «dice» muy poco. A pesar de ello, los templados muletazos logran que suene, por primera vez en la larde, la maravillosa Banda de Tejera («Cielo andaluz», ¡nada menos!). Con oficio y gusto, le va sacando más de lo que el toro tenía pero esta vez pincha, antes de la estocada, y se esfuma el posible trofeo. (Para colmo, lo levanta el puntillero y suena un aviso). La afición sevillana ha vuelto a mostrarle su afecto.

Roca Rey asciende un peldaño más, al verse anunciado, por vez primera, en este festejo pero también se estrella con toros muy flojos, a los que apenas se pica. En el tercero, replica a la memorable verónica de Morante jugando su baza, el valor, con el capote a la espalda. Después del muletazo cambiado, aguanta en los naturales pero el toro no dura nada. Después del arrimón, se justifica con una estocada, entrando a ley. El sexto se llama «Flojillo»: ¿no es tentar a la fortuna? En efecto, resulta muy flojo, no lo pican, va y viene, levanta justas protestas. Roca Rey asombra al público con unas verónicas de rodillas; intenta el toreo clásico con una res claudicante; muestra seguridad y cabeza fría pero el toro no da para más. Mata a la segunda y el festejo, tan esperado, acaba en tono menor.

No es el consabido tópico de la expectación y la decepción sino una verdad mucho más sencilla: si los toros no tienen fuerza ni casta, todo se derrumba, por muy hermoso que sea el marco. Con estos toros, por desgracia, Las campanas de gloria sevillanas sólo pueden repicar para esta bellísima Plaza de los Toros. Pero esta tarde no queríamos sólo admirarla sino presenciar una hermosa corrida de toros.

POSTDATA. Hace unos días, ha fallecido el poeta ruso Evgeni Yevtuchenco, popular en el mundo entero. También estuvo en Sevilla y escribió esto: «Sevilla se cubre de lilas. / La ciudad enajenada esparce lilas / como si fuera un humo enervante. / ¡Vamos a la corrida!» Él no ha podido disfrutar -como nosotros, con el aroma de esta tarde.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Morante cuaja los momentos de mayor calado artístico

La larga duración del espectáculo y el mal juego de algunos de los ejemplares de Cuvillo se aliaron en contra de la brillantez de un festejo en el que hay que anotar el virtuosismo de Morante de la Puebla y la estimable faena de Manzanares al quinto. Roca Rey estrelló sus ganas contra un lote sin posibilidades.

Se lidiaron seis toros de Núñez del Cuvillo, correcta aunque desigualmente presentados. Dentro del decepcionante envío sobresalieron el cuarto –blando y de excelente clase- y el quinto, más bravo y alegre. El primero resultó tan manso como inválido aunque no estuvo exento de nobleza. El segundo se movió sin calidad y el tercero se agotó y no tuvo recorrido. El sexto planteó muchas dificultades.

La plaza se llenó hasta la bandera en tarde muy calurosa. Se guardó un minuto de silencio en memoria de los matadores de toros Manolo Cortés y Pepe Ordóñez y del joven aficionado valenciano Adrián Hinojosa, recientemente fallecidos. La duquesa de Lugo asistió a la corrida desde el palquillo de convite de la Real Maestranza.

Morante de la Puebla es otra historia. Lo ha demostrado esta misma tarde oficiando los únicos momentos que permanecerán en la memoria. A la corrida no le faltó expectación pero sí le sobró ese exceso de metraje que se ha convertido en una de las taras de la corrida moderna. Con otro ritmo, sin tantos tiempos muertos, el espectáculo habría sido otro.

Pero no podemos dejar de recordar los pasajes felices que firmó el diestro cigarrero. Lo hizo en sus dos toros o quitando en el de los compañeros. Con el capote y con la muleta y, sobre todo, mostrando una calidad natural y diferenciada que le convierte en punto y aparte en el actual elenco de los matadores de toros.

En la faena a su primero, un podrido ejemplar de Cuvillo al que no le faltó nobleza, llegó a cincelar un mazo de verónicas de calidad inmarcesible. Se complicó y espesó la lidia de este ejemplar que llegó a la muleta con el motor al mínimo. No fue óbice para que Morante le acompañara primero y lo toreará después en una serie templada y natural que reconcilió con el toreo eterno. Pero no hubo más…

El de La Puebla había vuelto a enseñar que el toreo es suavidad quitando en el tercero de la tarde, un ejemplar de Roca Rey que replicó al maestro echándose el capote a la espalda con más arrojo que brillantez.

Pero Morante desplegó definitivamente su tauromaquia entendiendo perfectamente la medida clase del cuarto, al que toreó con técnica escondida, suavidad en los toques, sutileza en la colocación y las alturas y un rítmico sentido de la armonía, especialmente manejando la izquierda. La espada entró a la primera pero el descabello no le permitió redondear el triunfo.

Un triunfo que también estuvo a punto de acariciar José María Manzanares después de lidiar al quinto, seguramente el mejor toro del envío de la familia Núñez del Cuvillo. El acople sólo llegó después de un largo sobo pero rompió definitivamente en un gran pase de pecho que reveló los mejores registros del alicantino que se expresó más y mejor manejando la mano izquierda.

La espada, que había funcionado con contundencia en el segundo, se atrancó esta vez y escamoteó la oreja que ya tenía ganada. A ese segundo le había enjaretado un marchoso quite de chicuelinas de mano baja como respuesta a otros lances más corrientes de Roca Rey. Ese toro, que nunca quiso coger la muleta de verdad, acabó desplomándose. Ahí no pudo ser.

Cerraba la tarde la sensación del momento, el torero que más expectación levantaba. Hablamos de Roca Rey que, pese a su infatigable entrega, sorteó el lote de menores posibilidades. Fueron un tercero agotado y sin recorrido y un quinto de peligro sordo y teclas que tocar con los que nunca volvió la cara.

Roca había tenido que tragarse el excelso quite de Morante en ese tercero, un descarado melocotón al que toreó siempre muy metido entre los pitones y al que mató con perfección. Volvió a esforzarse a tope con el sexto, al que llegó a lancear rodilla en tierra. Cuando tomó la muleta pesaba demasiado la tarde y el festejo. Roca aguantó las coladas del animal y se jugó el tipo. A esas alturas ya era para nada.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Muy lejos de la expectación

De la cera en las calles al albero en el ruedo. De los capirotes a las monteras. De la Pasión a una afición que ayer abarrotó los tendidos de la Maestranza. No cabía un alfiler en una tarde espléndida del Domingo de Resurrección, como lo fue climatológicamente la Semana Santa, emborronada por unos desalmados. El festejo que catapultó Curro Romero, cuando regía la plaza de toros de Sevilla el entrañable Diodoro Canorea, contaba con dos toreros predilectos de la afición sevillana: Morante y Manzanares y la aportación de la novedad impactante de la temporada pasada: Roca Rey.

Con esa terna y toros de Núñez del Cuvillo, se abrió la temporada con un cartel redondo, rematado. Pero como suele ocurrir el Domingo de Resurrección, el balance artístico se quedó muy lejos de la gran expectación que había despertado el espectáculo debido fundamentalmente a una corrida sin clase y con demasiados defectos.

Para el aficionado hubo algunos registros aislados interesantes como el pique en quites entre Roca Rey y Manzanares en el segundo toro y Morante y Roca en el tercero. De esos duelos con la capa quedó a fuego unos lances a pies juntos con reminiscencias pepeluisistas de Morante y una espléndida media verónica, unas arriesgadas gaoneras de Roca Rey y unas apasionadas chicuelinas de Manzanares.

Morante estuvo por encima de su lote. Ante el toro que abrió plaza, flojísimo y manso, protestado y al que recibió con una buenas verónicas, planteó una faena con buen soporte técnico y bajo la virtud del temple; un trasteo que se vino abajo tras un desarme en el que el astado se desengañó. El toro se había marchado varias veces en el tercio de varas y en una de las huidas se llevó por delante a Lili, que sufrió una voltereta espectacular, afortunadamente sin consecuencias, que dio paso un exceso de capotazos en la brega.

Con el cuarto, que brindó a Mario Vargas Llosa, junto a Isabel Preysler en el tendido, Morante de la Puebla esbozó varias pinceladas de buen toreo, con algunos muletazos con sabor con la diestra y un par de naturales largos y profundos. En ambos casos, anduvo mal con la espada.

Manzanares fue quien más se acercó al premio de un trofeo; pero no remató adecuadamente con la espada. Sucedió en el quinto acto, con un colorao, atigrado, que se vencía en exceso por el pitín derecho. Labor tesonera en los tercios en la que brilló en una serie al natural con ligazón; el mejor pitón del toro. Anteriormente, ante el segundo, ácucharado e incierto en sus embestidas, anduvo desconfiado con la muleta tras lancear bien a la verónica. En esta ocasión mató de una gran estocada.

Roca Rey se enfrentó a un mal lote. Airoso con el capote, apenas tuvo opción con su primero, un animal de pelaje melocotón y muy astifino, que se apagó muy pronto. Ante el sexto lo más ovacionado fueron unas verónicas de rodillas rematadas con una revolera. El trasteo muleteril no cobró en ningún momento altura.

Fin del primer capítulo de la temporada sevillana: espectáculo con muy pocas cosas brillantes y muy lejos de la expectación despertada con un cartel de No hay billetes en el que resplandecía la Maestranza cuando desfilaron Morante, Manzanares y Roca Rey, quienes se estrellaron con una corrida de Núñez del Cuvillo de escasas condiciones positivas.

Sevilla Temporada 2017

16_abril_17_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:20 (editor externo)