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Real Maestranza de Sevilla

Miércoles, 18 de abril de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Pilar (irregularmente presentados, sosos y descastados, manejables; 4º y 5º devueltos a corrales).

Diestros:

Juan Bautista. de grana y azabache. Media estocada baja (silencio); media estocada (silencio)

López Simón. de tinto y azabache. Pinchazo, media estocada trasera (silencio); media estocada, descabello (silencio).

José Garrido. de rosa palo y oro. Estocada tendida, aviso (vuelta al ruedo); estocada caída (oreja).

Banderilleros que saludaron: Yelco Álvarez, de la cuadrilla de López Simón, en el 2º; Antonio Chacón, de la cuadrilla de José Garrido, en el 3º; Vicente Osuna, de la cuadrilla de López Simón, en el 5º.

Presidenta: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: soleado.

Entrada: más de media plaza

Galería: https://plazadetorosdelamaestranza.com/garrido-corta-una-oreja-y-da-una-vuelta-al-ruedo/

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/986703645826797568

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Miércoles de Feria, media plaza en los tendidos. Algo falla, el cartel, sin duda, por mucho que unos sean amigos o fan de un torero o de otro. La combinación de este cartel no era atractiva para casi nadie y los del abono se quedaron en la Feria y le dieron las entradas a un amigo. Tal vez el único interés venía de la mano de Garrido que fue, como joven y ambicioso, el que puso más en el festejo y por eso se lo llevó. Los toros de El Pilar cortitos de todo una vez más en esta feria, salvo de kilos. Con decir que siete de los ocho lidiados tenían los cuatro años justos, nacidos en 2014, y uno, el primer sobrero era de abril o sea que si no era novillo era por días. Así las cosas, Juan Bautista demostró con su toreo por qué no venía a Sevilla, a pesar de que puede gustar mucho en Nimes donde es el empresario. Y López Simón también demostró que su inclusión en esta feria no estaba justificada porque pudo llevarse un triunfo que ni siquiera alcanzó a verlo en su mente si hubiera apretado algo. Garrido si se justificó y tal vez mereciera la oreja más en el tercero que en el sexto, Vaya lo uno por lo otro, porque una oreja de balance total era lo justo. Pero a los nobles, piadosos y flojos de El Pilar se le caían más orejas de esa que se cortó.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Lo mejor José Garrido cortó la única oreja de la tarde, muy suelto con el capote por chicuelinas de manos bajas, toreo bueno a la verónica y ligando tandas de empaque por ambos pitones en su faena de muleta, a este torero casi siempre se le ven cosas buenas, estuvo por encima de su lote, con el último de la tarde consiguió poner a todos de acuerdo y cortó el único trofeo.

Lo peor tres horas de toros, una vez más se calentó la piedra de la maestranza más tiempo de la cuenta, dos sobreros 4 y 5ª bis en total se vieron 8 toros en el ruedo, todo se hizo interminable en una tarde de resaca y los toros del Pilar no acabaron de romper ni transmitir lo suficiente.

El País

Por Antonio Lorca. El pundonor de Garrido tuvo premio

Sudó la camiseta, y de qué manera, José Garrido para no salir maltrecho de la feria. Trabajito le costó a la presidenta sacar el pañuelo a la muerte del sexto de la tarde, que certificaba que la actuación del torero había sido una demostración de entrega y pundonor y, como debe ser, una actitud tan torera tuvo su premio.

No fue la suya una actuación redonda en ninguno de sus dos toros, pero en ambos demostró una búsqueda afanosa del triunfo con capote -por verónicas y chicuelinas- y muleta, y cuando las circunstancias no le fueron propicias impuso su arrojo y su raza para demostrar que no quiere ser uno más.

No acabó de acoplarse con el noble tercero, al que siempre muleteó con apasionado ardor, y solo se lució en un par de tandas, la primera con la mano derecha, con enjundia y hondura, y la otra con la zurda, dibujada en naturales largos y hondos, llenos de aroma y empaque. Pero no quedó la sensación de que hubiera hilvanado una labor completa, de tal modo que los pañuelos no asomaron en número suficiente.

Se aplicó con más ahínco si cabe ante el sexto, de menos calidad que el anterior, pero era su último toro y decidió jugársela de verdad. Tardó en cogerle el aire a la desordenada embestida del animal, pero el público le reconoció su esfuerzo, su valentía y esa sensación de no darse nunca por vencido. Consiguió tandas ligadas por ambas manos, emocionó con dos molinetes de rodilla y se tiró a matar como si en ello le fuera la vida. Y lo dicho: el pundonor tuvo, felizmente, su premio.

Caso distinto es el de López Simón.

“Pídele a Dios que te no toque un toro bravo”, decía Belmonte a un aspirante a torero, y ahora habría que añadir ‘y que no sea artista’, porque te puede hundir. En la búsqueda constante de la nobleza, la clase, la calidad, y la dulzura, a veces salen toros almibarados que desprenden algunas de esas cualidades. Y lo que, en principio, es un éxito para el ganadero y una tranquilidad para el torero corre el riesgo de convertirse en un implacable enemigo.

Un buen toro exige un buen torero, y un artista, otro. Pero los toreros artistas se han contado con los dedos de una mano a lo largo de la historia. Y ese fue el problema de López Simón, que se ha hecho un hueco en el toreo a base de un valor estoico ante toros complicados y fieros, y llega a Sevilla y se enfrenta a un novillete bravo, encastado, pero nobilísimo, y naufraga en toda regla. Dio muchos pases y no dijo nada. El toro desprendía prontitud y ritmo, y al torero se le veía sin ideas y como en otro mundo. Repitió el sobrero quinto, pro con más sosería, y López Simón, con una aparente escasez de ideas, no acabó de cogerle el aire.

Seis corridas de toros y una novillada ha lidiado en Sevilla Juan Bautista. Su balance ha sido de 14 silencios. (El dato lo ha investigado el periodista sevillano Carlos Crivell, el mejor archivo viviente de lo sucedido en el ruedo maestrante). La estadística es demoledora y, probablemente, injusta con el torero francés, que se presentó vestido con un traje rojo, oro y azabache, que le confeccionó el modisto Cristian Lacroix para su encerrona el año pasado en Nimes.

Catorce silencios son muchos, pero es que Bautista no dijo nada. Se justificó y aburrió ante su inválido primero, y se le vio muy insípido ante el cuarto. Pero muchos silencios son esos…

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. La entrega de José Garrido

Después de la borrachera de dos días de fuertes emociones, con un Juli espléndido y el indulto a Orgullito, de Garcigrande, y posteriormente una gran faena de un Manzanares con gusto y prestancia, ayer llegó la resaca. Y como el que no quiere la cosa, sufrimos tres horas en la dura piedra en un festejo anodino, con la excepción de lo conseguido por José Garrido, un torero con redaños y agallas, que derrochó entrega y pundonor por doquier, quedando por encima de su lote de El Pilar, que envío una corrida dispar en presentación y juego.

A su primero, un ejemplar, de buena condición y encastado, Garrido lo recibió con unos buenos lances a la verónica y se lució en un quite por chicuelinas. En los tercios, sin probatura, hilvanó dos tandas diestras y saltó la música. En otra serie los muletazos fueron muy ceñidos. Por el pitón izquierdo, el toro acometía con problemas, consiguiendo el torero algunos naturales de buen tono. Una capeína abrió una serie enroscándose al toro. Todo ello con el aderezo en los remates de pases de pecho, trincherillas, pase de la firma y un farol. Mató de estocada y el toro aguantó por casta, entre tanto el torero no descabellaba, escuchando un aviso. En ese intervalo se enfrió parte del público. Hubo petición de oreja y el premio quedó en una vuelta al ruedo.

Ante el sexto, alto, gazapón y que se defendía, la actitud de Garrido fue irreprochable. El toro, bravucón, echó las manos por delante tras el capote del diestro, que no pudo lucirse. La faena estuvo marcada por la firmeza y el pundonor. Así, destacó en una tanda mandona y magnífica con la izquierda y otra meritoria. Con la derecha, expuso y robó muletazos y calentó mucho a los tendidos. Cerró con unos naturales de calidad aislados. Mató de estocada para ganar una merecida oreja.

Juan Bautista, que retornaba a La Maestranza tras siete años de ausencia, vestía un traje precioso diseñado por Cristian Lacroix, con el que triunfó el año pasado en su encerrona en el Coliseo de Nimes. Pero no le sirvió de talismán. El torero francés se las vio con un toro largo, blando con el que no se acopló y donde como excepción dibujó algunos muletazos con la diestra con ajuste. En la suerte suprema, tras media estocada baja que escupió el toro, falló con el verduguillo.

El cuarto fue devuelto por su excesiva flojedad. Saltó un toro grandón, a ocho kilos de los seiscientos, alto largo, que resultó deslucido porque le costaba embestir, especialmente por el pitón izquierdo y Juan Bautista, como desaparecido en combate, no logró nada interesante.Alberto López Simón, con el segundo, un toro de buenas hechuras realizó una labor anodina, salpicada de enganchones.

El quinto fue devuelto tras besar la arena después de un puyacete y un picotazo. Saltó Niñito, que evocaba por su nombre a un gran toro lidiado en esta plaza. Este colorao era alto, zancudo, que anduvo suelto en el capote, con una mala brega, y en varas. En banderillas cogió a Vicente Osuna, afortunadamente sin consecuencias. Resultó noble en la muleta. López Simón se perdió en un trasteo de cantidad que no caló en el público.Únicamente la entrega y el toreo de José Garrido pudo aliviarnos de un espectáculo que parecía no tener fin… ¡Tres horas, tres!

ABC

Por Andrés Amorós. Feria de Abril: la corrida interminable

La novela del alemán Michael Ende hizo famoso, en el mundo entero, el título «La historia interminable». No trataba de tema taurino. Lo adapto al festejo de hoy: una corrida realmente interminable, que ha agotado la paciencia del pacientísimo público de este coso. Hemos rozado las tres horas de espectáculo: ¡vaya récord! Un verdadero disparate, que constituye uno de los grandes vicios de la Tauromaquia actual. Todo se une para lograrlo: el retraso de los toreros; la parsimonia de los alguacilillos, mientras llegan los espectadores rezagados; las devoluciones de toros flojos; la pesadez de muchos diestros, que alargan la faena, creyendo, así, asegurar el éxito, sin darse cuenta de que eso suele ser contraproducente. Cualquiera que conozca un poco el mundo del espectáculo sabe lo esencial que es la duración, el ritmo. Hay que corregir esto si no queremos que muchos espectadores huyan de las Plazas antes de concluir la corrida.

No es sorprendente que los toros de El Pilar hayan resultado flojos pero nobles, muy manejables. Se han devuelto dos, cuarto y quinto. Han despedido con aplausos al segundo y tercero, francamente buenos. Sólo José Garrido ha aprovechado su calidad y, en el último, ha arrancado una oreja.

Nadie discute que el francés Juan Bautista es un buen profesional, que ha llegado a abrir la Puerta Grande de Las Ventas y a triunfar rotundamente en Arles y Nimes pero, muchas tardes, se queda en un término medio de fría compostura que no llega a conectar con el público. El vestido, más de ópera que taurino, creo que es el que le hizo para un evento el modisto Christian Lacroix. El primer toro flojea, va al suelo en el quite, en la primera serie de muletazos, en la segunda… A la cuarta caída, surgen los pitos. El diestro se muestra pulcro, correcto, en un trasteo desigual. Mata sin apretarse. Devuelto por flojo el cuarto, el sobrero, de casi 600 kilos, es un «Guajiro» grandón que no sirve para cantar «Guantanamera» pero acude pronto y alegre a la muleta. Juan Bautista no está mal… pero tampoco bien. Mata de pinchazo y estocada. Recuerdo el magistral soneto sevillano de cervantes: «Miró al soslayo, fuese… y no hubo nada».

El madrileño López Simón se abrió paso con un valor estoico que impresionaba; inicia ahora una nueva etapa de su carrera con el maestro Curro Vázquez como apoderado. Alberto tiene valor pero ha de depurar su estética: no es fácil enderezar un árbol… En el segundo, que acude al caballo de largo, se luce el gran Tito Sandoval. El toro repite, es muy manejable. El diestro se muestra voluntarioso pero abusa de los toques bruscos, sufre enganchones. La faena no remonta. El quinto, segundo sobrero, propina una fuerte voltereta a Vicente Osuna, en banderillas; en la muleta, rompe a embestir; cae varias veces pero se levanta; repite, incansable. Lo engancha pronto López Simón pero la porfía, voluntariosa y prolongada, tiene escaso eco.

El extremeño José Garrido es el mejor librado, muestra sus buenas cualidades y su entrega. Es uno de los pocos diestros actuales que intentan torear con clasicismo a la verónica. El tercero, de extraño nombre, «Sospechor», es justo de fuerzas pero embiste largo, con alegría y con clase. Se luce de verdad José Chacón, con los palos. (Otras veces, se ha aplaudido a los banderilleros sin atender a la colocación de los palos, algo impropio de esta Plaza). Garrido le da distancia, se pone enseguida a torear de verdad; aprovecha las nobles embestidas con suaves naturales; a veces, se acelera, dentro de su concepto clásico. Al final, prolonga, como todos, y se vuelca en la estocada: hay petición de oreja, no concedida, y vuelta al ruedo. Se ovaciona al gran toro, que se resiste a morir. El sexto renquea algo de atrás; por flojo, es rebrincado. Con empeño, provocando la arrancada y tragando, Garrido le va sacando muletazos lucidos. Demuestra su actitud con molinetes de rodillas. También se alarga, para no variar. Cuando mata con decisión, el público premia su actitud, toda la tarde, con un trofeo.

El cartel no era prometedor: un valle, entre las cimas anterior y posterior. En un día festivo, en la ciudad, ha bajado el público y la expectación. El resultado no ha sido sorprendente. La blandura de los nobles toros es algo muy habitual, por desgracia. Los silencios han pesado como losas. Sin sentido de la medida, el aburrimiento cunde y el espectáculo se despeña. Entre todos, están obligados a remediarlo.

Postdata. El martes por la mañana, acompaño a un visitante a ver la maravillosa «Santa Rufina», de Velázquez, en el monumental Hospital de los Venerables. No lo conseguimos: sólo se puede ver de jueves a domingo. Un cuadro como éste, tan distinto de las idealizadas santas de Murillo, bastaría para que se formaran colas en Nueva York (así sucedió con el «Juan de Pareja»). Acudo luego a una céntrica Oficina de Turismo. La han cambiado. Ahora es «Oficina de la Memoria Histórica»: sin duda, lo que más reclaman los miles de turistas. Está cerrada. Felizmente.

La Razón

Por Patricia Navarro. Garrido salva, al filo, la tarde de los toros con estrella

Era, fue, la tarde del impasse. La de la feria. Miércoles de farolillos. Menos de media entrada en los tendidos. Seis toros seis de El Pilar. Gloria bendita. O no. Se acabarían convirtiendo en ocho. “Sospechor” llegaba el tercero. Casi para llegar al ecuador del espectáculo. De haberlo. Espectáculo hubo, fue. Desde el principio. Desde que “Potrero” pisó el ruedo, toro altón, marca de la casa, vareado y justo por delante, largo de cuello y con buen uso del mismo. Fue buen toro. Repetidor, franco, noble, buen aperitivo para empezar una tarde. Y eso que le tuvimos que esperar. Con las fuerzas justas, contenidas, en entredicho, sacó el toro la casta, el fondo, para aguantar la faena y hacernos olvidar cómo había comenzado aquello. Lo que viene siendo bravura. Sin estructura, con rapidez y a tirones fue la faena de Juan Bautista, su matador, que no acabó de despegar. La labor al cuarto, sobrero también de la ganadería de El Pilar resultó tan políticamente correcta que no escuchamos un olé ni en modo susurro. Nobleza, punto sosería y calidad a raudales tuvo el toro; corrección la faena, malditas cuentas cuando hablamos del arte de torear. Olvídense de emociones.

Alberto López Simón pechó con “Mirabajo” y cumplió la norma del nombre. Amén. Noble, franco y repetidor el toro. Pero bravo, rebosaba la faena, quería un tranco más de donde le dejaban ir. Apretó en el caballo y en la muleta con fijeza y transmisión. La voluntad de Simón encontró tope en la falta de temple y armonía en los embroques hasta pasar con discreción. Mansito pero repetidor fue el quinto, también sobrero, ligero el palco con el pañuelo verde. Silencio escuchó López Simón tras el trasteo tan animoso como insípido. Larga se hacía la tarde ya. Y tediosa.

Con “Sospechor” nos ilusionamos, también, porque metió la cara, repitió y galopaba detrás de los vuelos de la muleta queriendo ir un metro más allá de donde acababa el muletazo. Bravura. A José Garrido se le pidió una oreja después de darle muerte de una estocada al primer encuentro, trasera y punto desprendida. Fue reunida la labor y con una tanda de naturales, muy con los vuelos y llevando al toro por debajo de la pala del pitón en la que se abrieron las puertas del cielo. Sólo faltaba una luz de neón para alumbrar el camino. Después regresó a la diestra, dejó buenos momentos, ninguno tan rotundo. Quiso rajarse el sexto, que tuvo peor clase desde los albores. Protestón de mitad del muletazo para adelante, con sus desafíos, pero con codicia en al muleta, era el de El Pilar para zafarse y lo hizo Garrido. Su garra salvó, al filo, al límite, una tarde tan infinita como ausente. No era el día para los toros con estrella. Y los hubo. De El Pilar. Ahí quedan todas las señas.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Petardo cósmico en jornada festiva

Tres horas de casi nada son como esos exámenes de diez folios que el profe de turno sancionaba con un cero rotundo. La comparación es válida para narrar lo que pasó hoy miércoles en la plaza de la Maestranza. Se había programado un cartel de mero relleno que cantaba su nula química desde que se aunció en los fríos de febrero. Posiblemente se pretendía aprovechar la inercia de la jornada festiva para tratar de apuntalar en la taquilla una combinación de toreros que parecía sacada del más bizarro agosto madrileño.

Pero el personal, visto lo visto, no traga con estas componendas que restan más que suman en la oferta ferial. La lamentable entrada que registraron los tendidos en la yema de los días grandes enseñaron los alambres de una tarde que dio la razón a los que entregaron la entrada o los que prefirieron gozar de la esplendorosa tarde en el Real de los Gordales.

Habrá quién diga que la oreja de circunstancias que cortó Garrido podría servir para maquillar el interminable tostón. Pero hay que contestar que los cabales se frotaban los ojos después ver asomar ese pañuelo en el palquillo de la autoridad. Posiblemente se puede considerar un mero premio global a la voluntariosa tarde del joven matador extremeño al que hay que reconocer, eso sí, que vino dispuesto a sudar la camiseta en la misma plaza en la que tomó la alternativa no hace tanto.

Pero una cosa es querer; otra poder y otra, mucho más distinta, convencer. Garrido tuvo delante un tercero de excelente condición al que toreó mucho y algunas veces hasta bien. El animal había amagado con rajarse en los primeros tercios pero el diestro pacense adivinó su calidad en la brega. Hay que destacar el galleo; las chicuelinas sacando del caballo al primer lance… pero tampoco se puede tapar que se esperaba más, muchísimo más, de un torero con ínfulas de figura que tuvo delante un toro para consagrarse.

El animal se le vino como un rayo en la muleta y la faena, que amontonó pases de todas las marcas sólo salió del tono medio en los buenos naturales que mejoraron el trazo y el sabor de su buen toreo diestro. ¿Estuvo Garrido a la altura del animal? Esa misma pregunta quedó sin contestar el año pasado a pesar de la oreja que cortó de un importante torrestrella. La cuestión siguió coleando, a pesar del trofeo que se pidió y se quedó sin conceder. Mucho más desconcertante fue la oreja que concedió doña Anabel para premiar la entregada, sincera y atropellada faena que resolvió la embestida rebrincada del último de la tarde. Ese sexto, lidiado entre tinieblas, tuvo una virtud que ganó a su fondo rajado: la movilidad. Le sirvió a Garrido para argumentar una faena porfiona en la que hubo de todo: muletazos a pies juntos y espatarrados; molinetes de rodillas y una encomiable voluntad de agradar que debieron ser suficientes avales para que el palco, algo bizcochón, se acabara estirando.

Cuando Garrido, encantando de la vida, paseaba esa oreja se estaban rozando las tres horas de un espectáculo que nunca fue tal. Pero hay que resaltar, en honor a la verdad, que la familia Fraile echó un encierro entipado y cargado de posibilidades que puso al descubierto las goteras de la terna. Dejamos en el limbo la encomiable entrega de Garrido pero abandonamos en el abismo las desilucionantes, aburridas y lamentables actuaciones de Bautista y Simón. Vinieron a Sevilla vestidos de artistas de manual pero se perdieron en cuatro interminables faenas que no estuvieron, ni de lejos, a la altura de las posibilidades que les brindaron sus respectivos lotes de toros. Y tampoco fueron pocas.

Bautista, vestido por Cristian Lacroix, amontonó pases y más pases con un primero noble y soso y volvió a sumar muletazos con un sobrero noble y de tremenda alzada que nos enseñó que son muchos los llamados y muy pocos los elegidos. Pero es que Simón, al que se le suponen pretensiones de torero de ferias, aburrió hasta a sus primos con un segundo más que potable. El diestro de Barajas realizó un auténtico homenaje a la vulgaridad que completó con la lidia del quinto, un sobrero llamado Niñito que recordó otro toro de igual gracia que se llevó todos los premios hace algunos años. Ojo: Dios aprieta pero no ahoga: hoy vuelve El Juli a la Maestranza.

18_abril_18_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)