Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


19_septiembre_21_sevilla

REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Feria Extraordinaria de San Miguel

Domingo, 19 de septiembre de 2021

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Jandilla/Vegahermosa (bien presentados, con juego desigual, descastados en general; 2º y 4º aplaudidos en el arrastre).

Diestros:

El Fandi: estocada tendida y caída (silencio); estocada caída (silencio).

José María Manzanares: estocada (oreja); estocada en su sitio (saludos desde el tercio).

Juan Ortega Pardo: media estocada tendida, cuatro descabellos y aviso (saludos desde el tercio); estocada entera, rueda sin puntilla (saludos desde el tercio).

Banderilleros que saludaron: Andrés Revuelta y José Antonio Muñoz “Perico”, en el 3º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: soleado, caluroso al principio.

Entrada: más de media plaza.

Imágenes

Video resumen AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Juan Ortega, capote de ensueño

Lo que no pué ser no pué ser, que diría el Guerra. Pobre entrada en la Maestranza el primer domingo de San Miguel. Decía don Diodoro que los carteles tienen que ser todos rematados, con uno u otro motivo, pero rematados. El de hoy no lo era, sobraba un torero al lado de los otros dos (no digo nombre). Claro que los otros dos tampoco demostraron su tirón, las cosas como son. El Fandi estuvo en Sevilla, como siempre, banderilleando a su modo y dando pases para acá y para allá. Se le fueron dos toros de triunfo, y van…Lo que le sirve para triunfar en cualquier plaza aquí no vale, precisamente por su falta de estética. Manzanares estuvo bien con su primero, pero a ese toro normalmente le corta dos orejas con fuerza. Con el segundo anduvo peleón y esforzado, otra vertiente suya. Y después está lo de Juan Ortega, que ha tenido que esperar un montón de años para debutar en su plaza. El recibo fue espectacular y ya está apuntado para todos los premios de capote. Verónicas sensacionales, mentón hundido, capote mecido como un paso de palio. Dos fueron de cartel y después una media abelmontada. De regalo unas chicuelinas galleando pero con un paso mínimo, muy suyas. Eso valió la tarde. Después en la muleta apenas pudo hacer nada pues tuvo el lote peor, sin duda. Pero hubo tres de Jandilla que sirvieron bastante, no lo olvidemos.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Lo mejor. El capote de Juan Ortega parando el tiempo en la Maestranza. El sevillano cuajó con un recital de verónicas templadas a su primer toro de la tarde he hizo poner en pie al público. Fueron hasta siete lances a ralentí mecidos sobre la cintura y una media abrochada a la cadera las que hicieron enloquecer a la plaza.

Lo peor. Silenciado “El Fandi” con un buen lote de Jandilla. Con técnica y gran oficio, David Fandila “El Fandi” no terminó por resolver con éxito su actuación. La faena al cuarto toro de la tarde fue larga, insistente y sin contenido de importancia para el aficionado.

Crónicas de la prensa

. Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Un capote para soñar despierto

Cuando el tiempo se encargue de ir borrando huellas siempre nos quedará en el recuerdo cómo un torero de Triana echó las manos abajo y embebió la embestida de un toro para que la música atronase los aires del Baratillo. Se llama Juan y es de Triana podríamos decir parafraseando a Corrochano cuando vio por vez primera al Niño de la Palma. Fueron lances que ni soñados, un gozo de los sentidos gracias a lo que le fluyó a Juan Ortega por las muñecas directamente desde el corazón.

Segundo día para la ilusión con otro cartel de tronío aunque abierto por David Fandila, un torero que asegura la emoción de un tercio de banderillas como no hay otro, pero que no entra en las devociones de la afición de Sevilla. Y eso es algo que sí logra Josemari Manzanares, un alicantino que, como su padre, sí gozó siempre de la predilección de esta plaza. Especialista en abrir la puerta soñada, esta tarde volvía a su tierra de adopción con la consabida carga sentimental.

Cerraba el cartel Juan Ortega, el torero que mejor ha aprovechado la clausura de la pandemia para hacerse un sitio en el ático del escalafón. Pero se dan tantas rarezas en el mundo del toro que el trianero hizo el paseo destocado porque, increíblemente, era su primera vez en la plaza de su ciudad. Parece mentira, pero Juan no había pisado el amarillo albero tras haber tomado la alternativa hace la friolera de siete años. Y en el ambiente que antecede al festejo se percibe la expectación por ver a un torero de Triana. Claro que para carga sentimental la ausencia en el callejón de Borja Domecq, señor de Jandilla, que nos dejó por culpa del bichito cabrón.

Y será la corrida del añorado Borja la que se erija en nula colaboradora para el éxito. Una corrida de mucha presencia, pero con abundancia de embestidas ásperas y de cara alta, de tornillazos y de poca profundidad en cada embestida. Y puede decirse con rotundidad que la terna estuvo por encima del juego de los toros, siendo el lote de Ortega el menos colaborador de la tarde.

Buena actuación de Fandila en su primero al que recibe con dos largas de rodillas. Variado con el capote y poderoso y atlético en banderillas, se entiende con el toro, al que hasta logra bajarle la mano. Pero el toro no da más de sí y el granadino lo pasaporta de estocada en el rincón. En el cuarto banderillea a los sones de Dávila Miura y está técnicamente perfecto con la muleta ante un toro que exige mucho y da poco. Lo mata a la primera y es aplaudido.

Manzanares logra con Entusiasta la faena de la tarde. Atraviesa un momento de plenitud Josemari y su relación con Sevilla sigue siendo casi tórrida, sobre todo en esos cambios de mano que le salen tan mayestáticos y que tanto lucen bajo Cielo andaluz, que adoba la faena hasta que la banda decide parar. Manzanares no se viene abajo ante ese capricho, remata con un buen epílogo y con la espada no hay quien le iguale. Una oreja y lección de poderío y profesionalidad en el quinto ante otro toro imposible.

Empezamos la crónica con la ensoñación del toreo de capa de Juan Ortega y la vamos a rematar resaltando las ganas que tiene Sevilla de verlo cuajar un toro. Su tardía tarjeta de visita ha sido con el capote y hasta podría decirse que para qué más. La forma de mecer las telas para que sus vuelos embeban al toro es para que Sevilla tenga todos los argumentos en sus manos de cara a seguir a este torero. Lástima de un lote tan imposible como el que ayer le salió para presentarse ante su gente, pero ese capote permite soñar tanto…

Por Antonio Lorca. El País. Un arrebato de inspiración

Eso fue lo de Juan Ortega en La Maestranza: un arrebato de inspiración, lo cual sucede muy de vez en cuando. Porque, primero, debe ponerse de acuerdo el cielo con la tierra, en unas circunstancias temporales adecuadas y en un espacio concreto; y segundo, porque debe salir el toro propicio, y el torero debe estar presto para atraer a las musas, con el corazón a mil por hora; la cabeza, en su sitio; el ánimo, por las nubes; las muñecas, sueltas; las manos, bajas; el mentón hundido en el pecho, y dejar que fluya eso, la inspiración, ese misterio insondable que pone la piel de gallina y porta la felicidad.

Serían las siete menos algo. Ortega dejó que ese toro tercero, Oportunista de nombre, tomara posesión del ruedo. Lo llamó después y lo pasó con suavidad en dos atisbos de lances para darle las buenas tardes. Y así, sin más, se puso a torear a la verónica, una, otra y otra… templadísimas, suaves, hondas, y de ese “bien….”, antesala de la grandeza, la plaza irrumpió en unos olés profundos y desgarrados, al tiempo que la banda desgranó sus notas al viento para acompañar tan grande obra de arte.

Siete verónicas, siete, fueron las que dibujó Juan Ortega a las siete menos algo de la tarde. Y el abanico lo cerró con una media belmontina, de modo que el capote quedó tan arrebujao en su cuerpo que a punto estuvo de sufrir un percance cuando el toro hizo por él.

¡Qué momento más bonito…! Cuánto duraría… Una vida, sin duda, porque perdurará para siempre en la memoria de quienes tuvieron la fortuna del verlo.

Pero no acabó ahí la partitura de Ortega.

Tras el primer puyazo, el toro en los medios, el torero se fue hacia su oponente, y no quedó claro si pretendió hacer un quite o un galleo por chicuelinas para llevar el animal al terreno del caballo; lo cierto es que hubo tres o cuatro pinturas a cámara lenta y una media final de escándalo.

Y se acabó. Bueno, se acabó el arte, aunque continuó el festejo. La afición lo esperaba todo, quién no, pero ese toro tercero, que había galopado en banderillas e ilusionado al torero —no en vano lo brindó a la concurrencia—, se paró, cabeceó en exceso y todo quedó muy deslucido. Tampoco el sexto propició la alegría, un animal con apariencia de buey, apagado y sin fuelle, que solo permitió a Ortega un quite por delantales preñados de ritmo.

Lo que son las cosas… El Fandi es la demostración empírica de que el toreo es un misterio. Tiene valor, oficio, una larga experiencia, sabe torear y es variado con capote, banderillas y muleta. Pues deja a la gente impasible y silenciosa. ¡Hay que ver…! Recibió a su primero con dos largas cambiadas en el tercio, verónicas, delantales, chicuelinas y una larga, y el público ni mú. Ese toro estaba inválido y resacoso, pero tenía calidad, y El Fandi le dio pases de varios colores, pero lo único que se ganó fue el respeto de quien valora lo que supone vestirse de luces, y ese aplauso al final de cada tanda que sabe más a obligado cumplimiento que a reconocimiento. Lo mismo le sucedió ante el cuarto, otro toro que le permitió una faena tan larga como insípida. Es evidente que sentir el toreo es un don…

Manzanares, por su parte, cortó una oreja del segundo sin salir de su zona de confort; otro animal noble, con clase, al que acompañó en sus embestidas sin más abrigo que su propia figura. Y fue la suya una labor desigual, sosa, sin emoción. Más dificultoso se presentó el quinto y obligó al torero a emplearse para no salir desbordado en el envite; una labor trabajada y poco vistosa.

Quedaba, eso no se olvida, el recuerdo imperecedero del toreo a la verónica de Juan, ese torero que debutaba en Sevilla como matador de toros y ha dejado un sello indeleble.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Agua de borrajas

El argumento de la tarde –metido con calzador en un cartel sin química ni redondez- giraba en torno a la presentación como matador de toros de Juan Ortega en la plaza de su tierra. El debut se ha hecho esperar entre unas cosas, otras y ese maldito virus que se resiste a devolvernos a la auténtica normalidad. La débil argamasa de la terna –que obedecía a fontanerías taurinas- había provocado la desbandada del grueso del público que sí había agotado las localidades disponibles en la tarde anterior. El caso es que, si en la corrida del sábado la plaza aparecía casi maciza con el 60% del aforo vendido… ¿Cuánta gente había en realidad este domingo? Apuesten a que no más de un cuarto. Cosas que nos ha enseñado el bichito y que tendrán sus consecuencias…

A partir de ahí… ¿Qué les podemos contar? La corrida vivió un momento de fulgurante intensidad que sacudió la plaza con aires de gran suceso. Fue en la salida del tercero, al que Juan Ortega cuajó un esplendoroso y arrebatado ramillete de verónicas –plenas de expresión y desgarro- que hizo rugir al público sevillano. Aquello fue un lío de los gordos, abrochado con una media del palo de Belmonte que cambió por un feo pitonazo en la barriga. No importó: las palmas echaban humo y la banda –ay, la banda- subrayó el momento con un pasodoble.

Se mascaban aires de acontecimiento pero los bríos del toro, también las estrategias del matador, impedirían redondear el asunto por más que Ortega volviera a deleitar en la larga con la que puso al bicho en suerte para que recibiera un excelente puyazo recetado por Juan Pablo Molina o se deslizara como un arcángel en el galleo alado. Juan brindó a ese público que le esperaba y gustó y se gustó en los muletazos cambiados con los que sacó el toro a los medios. Ojo: el animal avisó en un frenazo de lo que podía pasar. Y el diestro sevillano, olvidado de la necesaria técnica, quiso buscar la belleza desde el primer muletazo sin preocuparse de controlar primero la embestida. Se había acabado el poema, mientras el ejemplar de Jandilla acortaba sus viajes y se quebraban las esperanzas.

Habrá que seguir esperando ese toreo rabiosamente clásico que tampoco pudo materializarse con un sexto, seguramente el peor del envío de Jandilla que sólo le dejó estirarse en un par de lapas y en otra media verónica marca de la casa. Eso sí: el culto a la belleza volvió a materializarse en el quite por delantales pero el bicho, agarrado al piso, advirtió que no quería coles. Juan Ortega tuvo un detalle de buen gusto: brindó a Rafaelito Chicuelo, hijo del gran Manuel Jiménez ‘Chicuelo’ y actual patriarca de la saga de toreros de la Alameda de Hércules. El toro, qué se le va a hacer, no fue apto para el homenaje. Lo mejor que hizo fue matarlo.

La única oreja del festejo, un punto justita, la cortó Manzanares del segundo de la tarde que fue, con mucho, el mejor del envío de los Domecq Noguera. A pesar del fuerte puyazo recibido y el feo volantín que le quebró los riñones acabó embistiendo con franca alegría y prontitud en la muleta del alicantino que encontró toro desde el primer muletazo. Fue una faena correcta en el planteamiento pero un punto fría en la expresión que sufrió también los vaivenes de criterio del director de la banda de Tejera que cortó el pasodoble ‘Cielo andaluz’ cuando el Manzana se gustaba por naturales. Ya lo había hecho el día anterior con Morante, que no ocultó su enfado. A pesar de todo, Josemari supo levantar el hilo de su labor, basada en la ligazón de los muletazos. Lo mató más pronto que bien y aunque la petición no era demasiado nutrida, el palco anduvo bizcochón y concedió ese trofeo que nadie protestó.

Manzanares tuvo que esforzarse mucho más con el quinto de la tarde, un toro de fea planta que se movió siempre pero no siempre bien. Protestón y rebrincado, obligó al diestro alicantino a esforzarse en un trasteo en la que se mezclaron las voces del torero y los berridos de protesta del animal. Fue una faena larga, trabajada y trabajosa en las que no faltaron fogonazos de calidad. El bicho no limó nunca sus asperezas y Josemari, una vez más, mostró su contundencia estoqueadora con un severo espadazo algo contrario.

Dejamos para el final al más antiguo de la terna, un Fandi que tuvo que remontar el ambiente glacial con el que se inició el festejo. Su primer toro había resultado noble y manejable, también un punto soso y flojo y le costó seguir los engaños. Variado y templado con el capote, correcto en banderillas… la faena no trascendió nunca y no se escapó de la frialdad ambiental. Tampoco iba a lograr triunfar con un cuarto con muchos registros de los que tirar. El granadino brilló esta vez más y mejor con los palos y se empleó en un amplio trasteo de escaso eco pero con cierto argumento sordo que sirvió para contrastar su profesionalidad. La espada cayó feo y mal. Este lunes hay descanso. El martes, más…

Por Patricia Navarro. La Razón. Juan Ortega quiso salvar el honor que sí tuvo Jandilla

Tiene el tiempo ese veneno enquistado de devolverte aquello que propusiste olvidar. Y de pronto, un día, uno cualquiera, te lo escupe delante de tus narices. Algo así ocurrió con la historia tantas veces repetida de El Fandi. Era el retorno a Sevilla, dos años después, con la plaza mucho menos llena que el día anterior, a pesar de que en el cartel estaban Manzanares, niño bonito de la Maestranza, y Ortega, de la tierra. El de Granada abrió plaza con dos largas cambiadas de rodillas, como siempre, mérito el suyo, las banderillas, la vida en orden… Hasta que las bondades del toro florecieron en una vulgar muleta de El Fandi, que cruzaba el campo de batalla a trallazos, y lagrimones en honor a lo bravo. Igual tenía veinte muletazos, pero para otra cosa. La historia quedaría en anecdótico, en un intento de empatizar, si no fuera porque aquí, en este día y a esta hora, se juegan el pan y el prestigio todos, también los ganaderos y ni qué decir el que ha pasado por taquilla. Una estocada caída cerró la faena, «baja la mano», gritó una voz del tendido con toda la razón. El torero jaleaba una estocada que distaba mucho de estar en lo alto. Ya vale todo…

Tuvo lo suyo bueno también el segundo de la tarde, movilidad, repetición y franqueza, como el que había abierto plaza (aquel lo fue más). Esta vez era el turno de Manzanares y ese empaque que lo envuelve todo para el regalo perfecto. Y así fue la faena que, tras una estocada baja, fue premiada con una oreja, pero presidida por el toreo por fuera y ligero. Si se llega a encajar, cruje Sevilla. La liviandad puede ser alegría, la del trofeo, pero la huella es pasajera.

Y entonces, con estos mimbres, Juan Ortega salió a escena e hizo tambalear los cimientos de la plaza convirtiendo el simulacro en verdad, rompiendo las líneas rectas para arrebatarse con el toro con hondura, por verónicas, arrebujado, roto a veces, fundido otras. Una emoción palpable que actuó como un muelle en la afición. Las chicuelinas al paso y una media fueron un fogonazo directo al pecho. Ahí el olé no se dice, se arranca. Cabrón el destino que el toro no quiso empujar después en la muleta y la faena se fue diluyendo, poco a poco, entre los toreros intentos del sevillano y el desatino de los aceros.

Otra vez le salió el toro a Fandi en cuarto lugar. Nada nuevo bajo el sol. Se le fue, pero mientras siga la casa Matilla por detrás y el intercambio de intereses, los logros y el respeto al público y el ganadero se juegan en una liga aparte.

Fijeza, movilidad, repetición y desorden tuvo la embestida del quinto, que se acostaba. Y así la faena, a expensas del Jandilla, como a la defensiva.

Confabulado con la mala suerte el sexto de Ortega no fue ni chicha ni limoná. Poco había que exprimir en vías del triunfo. Iba y venía sin más. Juan intentó construir faena, pero la de verdad había sido con el capote al tercero. Aquel intento de salvar el honor que sí tuvo la corrida de Jandilla. ¡Qué cosas!

Por Toromedia. Manzanares corta una oreja en la segunda de San Miguel

Jose Mari Manzanares ha sido el triunfador de la segunda corrida de esta Feria de San Miguel al cortar una oreja al primero de su lote. El Fandi y Juan Ortega se fueron de vacío, pero el sevillano protagonizó uno de los mejores momentos de la tarde en un recibo capotero de gran calidad al tercero de la tarde que puso al público de pie.

El Fandi recibió al primero de la tarde con largas cambiadas de rodillas. Estuvo variado con el capote y una vez más mostró sus facultades y facilidad en el tercio de banderillas, destacando el tercer par al violín. Con la muleta estuvo templado en la primera serie con la derecha y también destacó en la primera al natural. A partir de ahí el toro fue a menos y la faena no pudo tomar vuelo. Lo mató de estocada y fue silenciado.

En el cuarto, El Fandi volvió a brillar en el tercio de banderillas aguantando con facultades a un toro que arreaba. Comenzó la faena con templados muletazos por alto y ligó bien en la primera serie. Al natural dio algunos muletazos estimables aprovechando la buena embestida del toro por ese lado. Fandi mostró oficio pero tuvo problemas para conectar con el público en este segundo de su lote. De nuevo el balance fue de silencio.

Manzanares atemperó con el capote las vibrantes embestidas del segundo de la tarde. En la muleta encontró colaboración y transmisión en el toro de Jandilla y lo aprovechó en series diestras limpias y ligadas con la derecha. También al natural dejó buenos momentos en las dos series que dio. Para el final se guardó una serie con la derecha en la que dejó la muleta en la cara obligando al toro a repetir. Culminó su labor con una buena estocada y cortó la primera oreja de la tarde.

El quinto no le dejó lucirse con el capote y en la muleta empezó embistiendo con brusquedad. Manzanares no volvió la cara y se midió con él en series diestras en las que tuvo que tragar. Al natural logró templar más y dibujar mejores muletazos a pesar de la aspereza de su enemigo. Se impuso Manzanares en una labor de importancia y entrega que de nuevo remató de estocada. Faena sería que tuvo el reconocimiento de la afición.

Juan Ortega cuajó a la verónica al primero de su lote. El sevillano se meció y se durmió en alguno de los lances, haciendo que el público se pusiera de pie para ovacionarle con verdadero clamor. Incluso sonó la música en su honor. A continuación, llevó el toro al segundo puyazo con un precioso galleo por chicuelinas rematado con una gran media. Andrés Revuelta clavó dos buenos pares de banderillas y Ortega brindó al público. Comenzó con bonitos muletazos de trinchera y cuando se puso por la derecha el toro empezó a probar. Cambió a la zurda y tampoco embistió con claridad. Fue a peor el de Jandilla y no dejó construir faena. Mató de media y tres descabellos.

En el sexto regaló un par de lances y una media muy buenos. También se lució en un bonito quite por delantales rematando con buena media. Brindó al matador de toros Rafael Chicuelo, pero tampoco encontró colaboración en este toro, mirón y falto de estilo. Lo intentó sin éxito y fue ovacionado en el final de la tarde.

ΦFotografías: Arjona/Toromedia.

19_septiembre_21_sevilla.txt · Última modificación: 2021/09/25 01:49 por paco