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Plaza de Toros de Bilbao

Lunes, 22 de agosto de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Puerto de San Lorenzo mansotes, manejables, salvo los deslucidos 2º y 3º.

Diestros:

Juan José Padilla:de azul marino y oro, ovación y oreja

Joselito Adame: de nazareno y oro, silencio y oreja

Juan del Álamo:de blanco y plata, saludos y silencio

Destacaron:

Entrada: Media entrada

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Vídeo: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/20168/22/20160822221459_1471897009_video_696.mp4

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Entrega de Padilla y oficio de Adame en Bilbao

Primera corrida de toros dentro de las Generales de Bilbao. Las reses del Puerto de San Lorenzo mansean pero –salvo segundo y tercero– son muy manejables. Padilla y Adame cortan cada uno un trofeo.

El amor a la patria chica es santo y bueno si no degenera en paletería y si va unido a la autoexigencia. No son sospechosos los bilbaínos de no amar a su tierra. En los últimos años, la ciudad ha mejorado muchísimo. En lo taurino, aquí se cuidan con esmero todos los detalles, desde los carteles hasta el solemne apartado y la hermosa música. Esta Feria es para mí, sin duda, una de las tres más grandes, junto a Sevilla y Madrid. Es, además, una de las más equilibradas, con seriedad pero sin excesos rigoristas. El reto actual es mantener la asistencia de público, puesta en peligro, últimamente, por la crisis económica.

La lechuza era el símbolo de la sabiduría (Ortega coleccionaba figuritas de lechuzas, en la Revista de Occidente): al primero, «Lechucito» parece que le han enseñado a embestir bien. Padilla sí es sabio en recursos para ganarse al público, con banderillas vistosas y muletazos mandones, corriendo la mano, hasta que el toro se va a tablas. Mata a la segunda y saluda. Recibe con largas de rodillas al cuarto, que sale suelto. «Joyito» no es una joya, sino un manso rajadito, manejable, que se rompe en el peto la vaina del pitón derecho. Juan José alegra al personal con los palos pero el tercio resulta premioso. En la muleta, el toro se mueve bien. Padilla le planta cara, con agallas y profesionalidad, acaba metiéndolo en el canasto. Mata con decisión: oreja. Ha tenido el mejor lote y el público ha agradecido su entrega.

Joselito Adame está encadenando éxitos en los ruedos españoles, por su gran oficio. Mansea mucho el segundo, echa las manos por delante, huye de los caballos, se para. Este «Violetero» me recuerda el precioso cuplé de Padilla (al que plagió Chaplin): «que no vale ni un real…» Como huye de todo, Joselito lo sujeta, doblándose por bajo, y le saca algunos muletazos, con más mérito que lucimiento, hasta que el toro dice nones y huye a tablas. Se lo quita de encima a la segunda. Embiste con docilidad el quinto; como flaquea, le mide el castigo Óscar Bernal. Con facilidad, Adame traza muletazos mandones, templados. Una faena de buen profesional, rematada con un espadazo en la suerte de recibir, de efecto fulminante: oreja. Hace bien el presidente en no conceder la segunda: este «Cantinillo» permitía el cante chico, no el grande.

Juan del Álamo lleva años apuntando cualidades y cortando trofeos pero le sigue faltando un éxito rotundo. Recibe de rodillas al tercero, abanto y flojo, llamado «Pitito» (como el nombre burlesco que da Valle-Inclán a un capitán, en «Luces de bohemia»). Brinda por la tele –me dicen– al herido Roca Rey. El toro se mueve pero sin ninguna clase. Pasa Juan un momento de apuro cuando el toro le pisa; le arranca algunos buenos naturales, que el toro toma a regañadientes. Se justifica con un trasteo prolongado, repitiendo los circulares invertidos. El último pega arreones, regatea al caballo pero luego saca buen fondo. Liga el diestro derechazos de mano baja, con decisión y estilo, pero llega un desarme (el toro se queda la muleta como una bufanda), la faena no cuaja y mata mal.

No nos hemos librado de demasiadas chicuelinas, manoletinas, circulares invertidos… Más de dos horas y media de festejo es excesivo: en cualquier espectáculo, es esencial el sentido de la medida.

Postdata. La cornada no le llegó a Roca Rey –como muchos vaticinaban– en uno de sus espectaculares alardes sino dando un pase natural, cuando el toro se le quedó debajo y el diestro no se movió. Una vez más, queda claro lo que es más peligroso y más valioso: la verónica, el natural y la estocada. Es decir, el fundamento permanente de la Tauromaquia clásica.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Padilla y Adame inauguran el medallero de Bilbao

Reunida la expresión de su cara en armonía, apretados en redondas y bajas líneas sus 591 kilos, Lechucito (de Puerto de San Lorenzo) sostenía en su galope el ritmo, el temple y la clase. De su pisada voló una piedrecilla directamente al ojo de Juan José Padilla, que hubo de refugiarse en el burladero para echarse agua como si fuera colirio. Cuando desplegó el capote, la verónica fue clásica y serena como la embestida. Todo siguió por los cánones de la bravura en el caballo y en el buen tercio de banderillas que cuajó Padilla, que incluso se recreó en la suerte a la salida del segundo par al cuarteo.

El Ciclón de Jerez lo vio claro y brindó al público la muerte de Lechucito, que siguió en las dobladas de apertura de faena con su humillación preclara, especialmente por el pitón derecho. Por esa mano Padilla erguido le hilvanó 10 derechazos de mano baja partidos en dos tandas gemelas en la frontera de la raya de fuera. Más los obligados de pecho. No tan igual la tercera serie diestra, que concluyó en una reolina por los costillares y con Juan derribado por los cuartos traseros.

Ahí tan adentro como quedó entonces, a Lechucito le tentó la querencia, le tembló el fondo cuando se le presentó la izquierda y renunció a continuar, dejando aquellas 25 embestidas -si contasen las gastadas en la lidia la cuenta del ábaco subía- como una clase magistral para enseñar en las escuelas de los futuros toros. Padilla intentó unos circulares, unas manoletinas y se le cayó la espada de la cruz como las ilusiones.

En las antípodas a Lechucito apareció Violetero, montado, suelto, a su bola, las manos por delante, la fijeza esquiva, la mansedumbre violenta y escupida del caballo. Joselito Adame se puso y quiso meterlo en el canasto no sin esfuerzo. Y hubo un momento que casi lo logró. Pero iba de mentira el toro del Puerto. Como evidenció un frenazo de seca guasa, como demostró su incierto pitón izquierdo de francotirador.

Juan del Álamo libró una larga cambiada de rodillas a un toro tocado arriba de pitones, serio pero con aires de embestir. Sólo que su poder se había quedado en el campo charro, y aunque lo pretendía siempre se quedaba lastrado. Como frenado. Del Álamo le dio buen trato. Sobre todo al natural, echándole los vuelos. En ese compromiso consigo mismo y, tal vez con la ganadería de la tierra, derrochó paciencia. Tanta que, pese al arrimón final, la de parte del público se resquebrajó. De todo aquello el salmantino sacó una ovación y un pisotón como para quedarse sin tobillo y cojo.

El volumen despampanante de los 601 kilos del cuarto se acompañaba de una cara como de otro cuerpo. Un estrellón contra el burladero lo dejó mogón del cuerno derecho. Juan José Padilla aprovechó su condición boyancona y noblota y no la soltó en una faena con pases de todas las marcas, que decían los revisteros antiguos. Pura entrega y al lío. Juan autojaleado no se olvidó nada en el tintero. Y, como la entrega con entrega se paga, se embolsó la oreja que inauguraba el medallero (a pie) de las Corridas Generales.

Engatillado, largo y hondo, el quinto traía buen son. Y humillación. Como para compensar el mal trago anterior. Joselito Adame le recetó su propia medicina: temple. Desde el notable prólogo que alumbró un luminoso pase del desprecio. En redondo Adame centrado y despacioso. Cantinillito hacía honores a los Fraile con su obediencia de calidad. El mexicano lo toreó por su camino. También al natural, por donde al toro le faltaba un pasito más afinando la exigencia. Cuando ya se agotaba el depósito, Joselito acortó distancias y apuró por circulares invertidos y bernadinas. Letal el espadazo al encuentro. Rodó el tal Cantinillito sin puntilla como la oreja para el mayor de los Adame.

El aleonado sexto a veces embistía como un tigre, con las manos por delante y cierta fiereza. Más tío que ninguno, quizá por su carácter también, dentro de la cuajada corrida de El Puerto. Juan del Álamo firme en tandas cortas interrumpidas por un desarme que fue como un cortocircuito. Como si el toro se desengañase. Como el público con la espada de un Álamo otra vez de largo metraje.

* Bilbao Temporada 2016

22_agosto_16_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:16 (editor externo)