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Plaza de Toros de Bilbao

Martes, 23 de agosto de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Garcigrande y Domingo Hernández

Diestros:

Enrique Ponce: de pizarra y oro, oreja y silencio

El Juli: de nazareno y oro silencio y ovación

López Simón: de azul marino y oro silencio y ovación

Destacaron:

Entrada: tres cuartos de plaza.

Galería de imágenes

Vídeo: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/20168/23/20160823205423_1471979030_video_696.mp4

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. A Enrique Ponce hay que verlo en Bilbao

En un cartel de primeras figuras, mejora la entrada, sin llegarse al lleno. Las reses de Domingo Hernández –las preferidas del Juli – están alternando, últimamente, la de cal y la de arena. Esta tarde, con la presencia, en un palco, de Don Juan Carlos –al que brindan los tres diestros– y la Infanta Elena, sólo el primer toro ofrece posibilidades y Ponce le corta una oreja; los demás, muy deslucidos, hacen naufragar el cartel más esperado.

«A Ponce, hay que verlo en Bilbao», me dice un aficionado. «Y en todas partes», añado yo pero no dejo de darle la razón. Vive ahora su mejor momento. A la facilidad –en realidad, dificilísima– que siempre mostró se ha unido, últimamente, una gran evolución estética. ¿Qué añade Bilbao a todo esto? Bastante. Durante mucho tiempo, pensé que le convenía un rival, para exigirle más: los que intentaron serlo, pronto abandonaron. (Hoy, podría rivalizar con él José Tomás pero no está por la labor). Por eso, la exigencia le puede venir de las Plazas donde actúa. Este año, sin trofeos, ha recibido ya el unánime reconocimiento de Sevilla y Madrid, dos cosos que se le habían resistido. Comparece ahora (este año, una sola vez) en Bilbao, su Plaza favorita: nadie iguala sus 62 paseíllos en Vista Alegre.

El primero va largo pero a veces se desentiende, acaba en tablas, huido. Ponce, en el mismo centro, conduce las irregulares embestidas, traza un círculo completo y un magistral cambio de mano; por la izquierda, va peor. El «Ensueño» (nombre del toro) llega con los derechazos desmayados, enroscándoselo a la cintura, y uno de pecho tan interminable como «la historia» de Michael Ende. Lo lleva imantado a la muleta, concluye con doblones primorosos y, vaciando perfectamente, logra una gran estocada: ¿cómo no le van a dar la oreja, tan valiosa como ha sido la faena?

En el cuarto, mece el capote en verónicas lentísimas, extraordinarias. El toro es noble pero no tiene fuerza alguna. Queriendo conservarlo, lo pone él mismo en suerte, para evitar capotazos, y sale al ruedo por otro burladero, para evitar moverlo. Da pena que tanta sabiduría se use con un inválido… La faena es de enfermero, como hacía El Viti: a media altura, sosteniéndolo, tirando de él con suavidad. Logra un pase de pecho a cámara lenta y algunos piden música. Apostilla una dama: «¡Tendría que ser un Réquiem, por el toro!» Esta vez falla con la espada: matar a un «Hospiciano» parece cruel, a lo Dickens.

El segundo flaquea, gazapea, es corto y mirón: ¡una joya! Con oficio, El Juli solventa las dificultades, traga y sufre un desarme. El toro no es un «Soñador» sino un «esaborío». Lo mata con el habitual salto y falla con el descabello. El quinto se mueve pero sin entregarse, «se deja» (¡horrible expresión actual!) pero sin clase, protesta. Julián le consiente y se justifica con gran técnica. No cabía más.

El tercero es soso, se para pronto, no transmite nada. López Simón, con su quietud vertical, recurre a los naturales de frente, uno a uno, y al encimismo. Mata entrando desde lejísimos. El sexto embiste desigual, parece descoordinado. Alberto, muy firme, aguanta arreones pero el toro se derrumba. Con voluntad y valor, es una porfía empeñosa (diría Borges) y prolongada, que concluye con un desarme. Esta vez sí acierta con la espada, entrando también de lejos. Deja abierto el crédito para el viernes.

Tres conclusiones evidentes. Una: ¡cómo están los toros que matan las figuras! Dos: ¿por qué no repiten, en esta Feria, Ponce y El Juli? Tres: A Ponce hay que verlo en Bilbao… pero con toros.

El País

Por Álvaro Suso. La mejor forma de vaciar las plazas

Llegaron las figuras y con ellos el medio toro. La presencia justita y el interior vacío. Lo suficiente para que unos por delante y otros por detrás sirvieran para que no se protestase la presencia de los de Domingo Hernández.

Por fuera tenían lo justo, pero por dentro, nada. Ninguna casta, desrazados y sin las fuerzas necesarias para ofrecer batalla. Tomando prestada la frase de mi compañero de localidad: “Para torear hace falta una fiera semisalvaje que ataque y acometa en su embestida”. Así que toreo no pudo haber porque no hubo fieras.

Y este tipo de animal es el que piden las figuras actuales; el Juli mata la camada entera de este hierro y así se van vaciando las plazas sin remedio. Muletazos, postureo y hasta trofeos, pero emoción no hubo ninguna. Aquel sentimiento que arrebata al espectador y le hace sentir que ha vivido un espectáculo único… de eso, nada. ¿Cómo se puede venir una única tarde a Bilbao y hacerlo con esta corrida?

Los toreros no se dan por enterados. Ponce brindó al público el inválido cuarto. El toro ya estaba muerto para ese momento, se mantenía en pie pero era un muerto en vida que no podía atacar sino acompañar apenas los muletazos de enfermero del diestro valenciano. Lo digno habría sido abreviar ante un animal que debió ser devuelto por su falta de fuerza, pero Ponce lo brindó y prolongó su trasteo hasta escuchar un aviso. Lo bueno si breve… pues insulso, malo y largo.

En su primero había cortado una oreja bondadosa, por una elegante faena, aseada y sin apreturas.

Peor fue lo de El Juli, empeñado en aparentar que sus dos toros parecieran alimañas. No fueron lo dóciles que acostumbran a mostrarse, pero con la poquita casta que tenían no se comían a nadie. Pasaban tan pocas cosas que en el quinto hasta cambiaron de tercio con un solo puyazo. Como para no despistarse… El madrileño siempre estuvo perfilero, toreando hacia afuera y quedándose descubierto en multitud de ocasiones. Con todo, le hicieron saludar al final de su actuación.

López Simón, el joven que debía apretar a las figuras según reza el espíritu de los carteles de Bilbao de este año, tampoco dijo nada. Igual que Ponce y Juli, brindó —entre una fuerte división de opiniones— su primero a Juan Carlos I, presente por primera vez en la historia de esta plaza. El emérito monarca estuvo acompañado por su hija la infanta Elena en uno de los palcos de sombra.

El diestro de Barajas se estrelló con un soso primero, en el que estuvo desdibujado y fue tropezado en exceso. En el sexto, no pasó de ligar algunos muletazos con un desarme que echó por tierra cualquier esperanza. Y volvieron a sonar las palmas.

Aplaudir es gratis pero cuando haya que abrir de nuevo la cartera para volver a los toros más de uno se lo pensará. Estas corridas sin toros y sin emoción es la mejor forma de echar a la gente de las plazas. Y lo malo es que se repiten a diario por toda la geografía; la de Bilbao fue una más, pero en un sitio de los importantes.

La Razón

Por Patricia Navarro. El Rey sin rey

El Rey emérito hizo la ruta del norte y de San Sebastián llegó a Bilbao. Tres brindis, tres, le cayeron, uno detrás de otro. De Ponce, Juli y López Simón. Y en cada uno, división de opiniones: muchos aplaudieron y otros tantos pitaron. La constatación de la pluralidad en la afición taurina. Se puede ser monárquico, y lo contrario. Y nada pasa. Y todo ocurre en décimas de segundos, ésas en las que se dispara al unísono un olé. Ayer los contábamos casi con los dedos de la mano. Fueron en los albores de la tarde cuando nos sobrevino. A ratos, como los buenos momentos. Con el toro, que sí fue notable. Un ejemplar entregado a la causa, noble, repetidor y con una codicia a tener en cuenta, si veía muleta y más muleta no paraba de embestir. Un maquinón. A Ponce fue a parar, que cortó una oreja del animal. Fue faena intermitente, agradecida a la suavidad y más jaleada cuando le tapó la cara, cosió las arrancadas y torear y torear. Ocurrió al principio en una tanda cortita y otra más al acabar y entre una cosa y la otra, lo intentó al natural, más por fuera y con menos conjunción y se agolparon las intermitencias. Antes de la espada encauzó la historia con otra tanda de derechazos, ésta sí de ligazón. Estocada. Oreja. Y poco más dejaría el cuarto. Un toraco. Serio, grandón pero hueco de energías para perseguir el engaño. Quería el animal y tomaba la muleta con largura y nobleza pero también tropezón y tropezón y así el toreo se va alejando hasta convertirse en una utopía, también en las manos de Ponce, por mucho que se le quiera.

A El Juli le salió un primero a contraestilo y eso que es ganadería de la casa. Pocos habrá que se la conozcan mejor que Julián. Pocos o ninguno. Pero el segundo toro se defendió en la muleta por la purita falta de fuerzas. Nada que rascar en el repertorio del torero. Tampoco el quinto dio para grandes alegrías. Movilidad pero sin clase. A Julián se le fue la vida en intentar superar los defectos del toro, y la faena no dio para superar la historia.

Tampoco el tercero nos dejó grandes aventuras. Muy a menos tan pronto que apenas nos dio tiempo al disfrute. El sexto creímos que volvería a los corrales, se mantuvo pero mostró cierta flojera aunque luego duración. En las arrancadas cabía todo por la desigualdad; difícil gestión para un López Simón que no llegó a encontrar uniformidad en el caos. De lejos, de cerca, de uno en uno, al pitón contrario, encerrado a la vuelta de un natural cuando el toro se quedó abajo. Justo ahí había quedado la tarde. Resignada. Y entre palmas, palmitas se fueron los toreros, y el Rey, en esa tarde en la que el Rey se había quedado sin rey. Los complejos desafíos del ruedo.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Ponce en el funeral de la bravura

Debutaba el Rey (emérito) en Vista Alegre para realce e importancia de las Corridas Generales. Que falta hace. Una ilusión concebida desde mayo, cuando por San Isidro y por lo bajini anunció la intención a Javier Aresti. Y por testigo silencioso el periodista. Hasta hoy. Dentro de todos los elogios que en el almuerzo en Azurmendi vertió el viejo Monarca sobre el nuevo Bilbao, el recuerdo al llorado Azkuna se sintió en la mesa con especial cariño. Y de ahí sin complejos a los toros, esa fiesta de sonidos antiguos y hondas raíces que se hunden en los siglos. Desde aquellos afamados matatoros norteños de la Cantigas de Alfonso X el Sabio a los idolatrados Ponce y Juli en el Bocho, el abismo de la Tauromaquia en forja y expansión por España.

El maestro de Chiva ya pasa de los 60 paseíllos en Bilbo: 62 exactamente. Para abrir su enésima tarde saltó al ruedo oscuro un toro negro de Domingo Hernández, buena cara y la permanente condición de soltarla y soltarse desde los inicios. Enrique lo tapó todo. Desbrozó el camino en las dobladas. Y lo siguió despejando sobre la mano derecha. A su altura. A su velocidad. Siempre las telas por delante. En favor del toro el recorrido. Redondos sin solución de continuidad aparecieron tras la mata de dos molinetes. Y un elegante cambiode mano que dio más cuerda a la noria.

Si será mago Ponce de tapar defectos que se tapa hasta los suyos. Pero la incertidumbre del pitón izquierdo se escapaba de la muleta, se salía de ella con áspero estilo. La faena se desarrollaba cerrada entre las rayas y las tablas. Porque el toro no quería los medios y EP jugaba con las querencias y los obligados de pecho a la hombrera contraria. Igual que prologó genuflexo escribió el epílogo. Cuando cazó la estocada, el garcigrande de Domingo Hernández partió de najas hacia tablas y dejó como despedida una coz, pues eso era. La muerte pronta se celebró con una oreja.

Juli, como antes Ponce y luego Simón, cumplimentó a Don Juan Carlos. Un toro engatillado, tocado arriba de pitones y hechurado que no sacó nota alguna en los tercios previos y muchos menos en el último. Gazapón, sin entrega y a la defensiva, no sólo no se iba sino que además derrotaba. El palillo de la muleta de Julián sonó varias veces. Como un choque de maderas huecas. Hasta un desarme desapacible.

López Simón debutaba en Bilbao al lado de los dos veteranos más curtidos y admirados en esta tierra. El toro de su presentación metió la cara en el capote volado a pies juntos y a medio compás. Espejismo que el escaso aliento y el pobre poder dejaron atrás. López lo cuidó en el caballo con esperanzas. Más el celo del garcigrande de Domingo se sentía por su ausencia cada vez más. El torero de Barajas quiso acoplarse con desigual pulso a aquellas embestidas que no terminaban de humillar tampoco. Hasta que se pararon y le buscó el pitón contrario al natural imposible. No había causa. En esta ocasión su forma de perfilarse con la espada tan en largo no contó con la ayuda mínima, y con los pinchazos vino un aviso para coronar el extenso denuedo. Y el toro se echó…

De la lidia del cuarto sólo el saludo capotero de Enrique Ponce desprendió cierta vida y vibración, con Chicuelo incorporado a las verónicas, tan a la moda. El toro se dolió con su trémulo esqueleto titubeante nada más tocar el caballo. Como dañado. Ni fuerza ni poder. Ponce lo mimaba en la muleta pero a cambio apenas halló algunas respuestas y unos tantos fogonazos. Metraje paciente y prorrogado más allá de la paciencia poncista. Agarró hueso además con la espada y la agonía insolucionable de una estocada de muerte lenta se eternizó.

Al castaño quinto le pesaron los adentros desde que pisó el ruedo. Como su noble existencia mortecina a su ser. El Juli se puso laborioso. Para tratar de aportarle chispa y tramo al viaje que se dormía. Por una y otra mano. Faenar, que dijo aquél. Trabajoso el empeño. Garcigrande completaba su semana negra tras el fiasco de Málaga. Saludó Juli una ovación ganada como el jornal.

Traía los apoyos reblandecidos el colorado sexto, los menudillos de gelatina, el alma bondadosa y sin burbujas. López Simón sacó su empeño; su técnica es otra cosa. Superado un derrumbe en toque o tirón, el toro se tragaba los pases a puñaos, amontonados, atropellados, sin despegarse. Le ovacionaron al debutante el minutaje y la voluntad. Dos horas y 28 minutos de función. O funeral.

* Bilbao Temporada 2016

23_agosto_16_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)