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Plaza de Toros de Bilbao

Miércoles, 23 de agosto de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín serios y parejos; de extraordinaria calidad el 5º; bueno el 4º sin terminar de humillar; de contadísimo empuje y escaso poder los bondadosos 2º y 3º; una prenda el 1º; y un sobrero cinqueño de Salvador Domecq (6º bis), cabeceó sin viajar.

Diestros:

Diego Urdiales: de azul pavo y oro. Ovación y oreja tras aviso.

Manuel Escribano: de nazareno y oro. Saludos tras aviso y oreja con petición de la segunda y dos vueltas.

Paco Ureña: de canela y oro. Oreja y silencio.

Entrada: media plaza.

Vídeo: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20178/23/20170823220936_1503519113_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

COPE

Por Sixto Naranjo. El toreo al ralentí de Escribano

Sacó a saludar a Diego Urdiales tras el paseíllo la afición de Bilbao. Agradecidos y con el recuerdo de sus dos puertas grandes consecutivas en las últimas dos ferias. Este apoyo moral sirvió de poco con el primer ‘victorino’ que tuvo enfrente el arnedano. De capote ya se frenó y no terminó de pasar. En el caballo empujó con bríos el toro pero los dos puyazos no terminaron por hacerle romper en la muleta. Siempre mirón, quedándose en las zapatillas, fue imposible armar faena. Muy toreros y poderosos los doblones con los que Urdiales se sobrepuso a la bronca embestida del toro. Como eficaz fue el estoconazo con el que pasaportó al animal.

Muy en el tipo de la casa, Urdiales se gustó en el saludo a la verónica. Tres de los lances fueron de alta nota. Como la media en la cadera. Se arrancó el ‘gris’ al caballo con alegría y siguió moviéndose en el tercio de banderillas. En la muleta mostró dos grandes cualidades, el ritmo y la clase, especialmente por el lado izquierdo. Muy centrado Urdiales, fue desgranando series de gran intensidad. Siempre con su empaque natural, nada afectado, dejó varias series de gran despaciosidad pese a que al toro le iba costando cada vez más desplazarse y humillar. Pinchó antes de un buen espadazo y paseó una oreja de ley.

Se aplaudió la belleza y el trapío del primero del lote de Manuel Escribano, que cuajó un gran tercio de banderillas. En especial un segundo par de dentro a afuera y un tercero al quiebro y al violín en terrenos de tablas. El toro tuvo como cualidades la humillación y la templanza en sus embestidas. El defecto, su falta de empuje. Escribano supo aguantar en el sitio y dejar llegar al de Victorino para después tirar mucho de él. Hubo muletazos casi al ralentí. Pero al conjunto le faltó un punto de la chispa y emoción que le faltó al toro. Donde hubo un apagón fue con la espada y el descabello.

Hasta la puerta de chiqueros se fue Escribano para recibir al quinto. Limpia la larga de rodillas y después el toro embistiendo con fuerza en las verónicas posteriores. De nuevo banderilleó con facultades el sevillano con un tercer par más que comprometido por los adentros. El toro embestía al paso y de nuevo fue fundamental el temple y el mimo de Manuel en los primeros compases del trasteo ya que tampoco estaba sobrado de fuerzas. Al natural hubo buen trazo y en redondo lo llevó más largo. Pero todo estalló en dos postreras tanda en redondo, donde el de Gerena aunó ligazón con profundidad y el toro demostró el gran fondo de casta y clase que poseía. Tras un espadazo desprendido se pidieron las dos orejas. El palco sólo asomó un moquero. Que no fuese una faena redonda y la colocación de la espada impedían el doble trofeo. Escribano dio dos vueltas al ruedo por requerimiento de los tendidos. Aún así, quedó el poso de una notable tarde del diestro sevillano.

La primera oreja del festejo llegó en el tercer toro de la tarde. Un animal complejo que blandeó en los primeros tercios pero que después llegó al tercio de muleta con una embestida desigual pero agradecida cuando se le hacían bien las cosas. La primera parte del trasteo fue un toma y daca entre toro y torero. Paco Ureña supo cogerle la distancia y la altura que demandaba el cárdeno. Después todo rompió en una tanda al natural con el compás muy abierto en el que el murciano llevó muy largo y toreado al animal. Fue el cénit de un trasteo que Ureña coronó de un perfecto volapié. La oreja se pidió mayoritariamente y fue concedida con justicia.

Se devolvió el sexto de Victorino y en su lugar saltó un sobrero de Toros de Salvador Cortés. Nada que ver con los titulares. Éste fue un animal desclasado y sin entrega que nunca quería muleta. Ureña se puso por ambos pitones pero tuvo que estar más pendiente de evitar las tarascadas del toro.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Un eterno Urdiales, un renacido Escribano y un superclase de Victorino

El verbo fluido y trepidante de Marco Rocha presentó la corrida de Victorino Martín en el apartado en la mañana gris. Tan clásico, serio y distinto. Puro Bilbao. Rocha comunica con tensión y pasión. Su speech se antojó corto, concentrado y cargado. Un repaso centelleante a la rica historia de los victorinos en el Bocho. Bohonero se quedó como hipnotizado del eco de sus antepasados y no quería atravesar la puerta de los chiqueros. Una descarga de vatios le empujó a su destino en la tarde, las manos de Diego Urdiales. A Diego lo recibieron en su plaza con una calurosa ovación. El largo y cuajado cárdeno de la A coronada fue como un jarro de agua fría. Como en los corrales matutinos, se negó a pasar. En el capote quedándose por debajo y en la muleta sin irse de la suerte. Correoso, duro y avisado. Diego le cambió los terrenos en actitud de brega. Y le abrió faena sobre las piernas, castigador, muy torero. Cuando planteó las cosas con rectitud por una y otra mano, la violenta respuesta dinamitaba la composición. Los derrotes como ganchos al pecho y a los costados. Perseguía a la presa además. Ni modo. La resolución por la cara, el macheteo y los viejos recursos abreviaron el sufrimiento.

Otras hechuras portaba el segundo. Vuelto de pitones, hocicudo, levantado del piso, de líneas estrechas. El comportamiento diferente también: humillaba. Manuel Escribano jugó los brazos fácil a la verónica y banderilleó con tino y exposición en un par al sesgo y otro tremendo al quiebro y al violín. El toro tendió siempre a dormirse en los engaños. Escribano brindó a El Juli y le halló el pulso al natural. La muleta lacia y en espera. Muy despacio. Como la embestidasucedía. Ni siquiera ese empuje asomó por el pitón derecho. La espada encontró hueso hasta en dos ocasiones. Un aviso. Media estocada dejó al victorino muerto en pie. Necesitó del descabello.

Paco Ureña ofreció su montera a Isabel Lipperhide, hija de la inolvidada Dolores Aguirre, la dama de hierro. El victorino ofrendado andaba en las antípodas del carácter de la llorada ganadera bilbaína. Sin poder ni fuerza, perdía las manos con reiteración. Ureña buscó la suavidad y las alturas a aquella embestida de inicio más descolgado que final. Por la izquierda principalmente el hallazgo. De mitad de faena en adelante. Difícil la continuidad el gazapeo del toro también. Pero Ureña se sintió con su peculiar estilo en los dos o tres que admitía. A base de pequeñas perlas y colocación, sostuvo al victorino. Que finalmente permitió el toreo en redondo como su trémulo andamiaje no aguantaba en los albores de la obra. Una estocada perfecta le entregó una oreja ganada entre los algodonales del murciano.

Diego Urdiales talló al veleto cuarto cinco esculturas a la verónica con eco de antiguos lances. Urdiales regaló una faena que hundía sus raíces en el más puro clasicismo. Afianzó al victorino en sus nobles virtudes. De mejor humillación en los embroques que en los finales, el trato a favor lo potenció. La derecha enseñó el camino del temple. Y la izquierda explotó con el peso de lo auténtico. El pecho, la cintura, el mentón. Urdiales toreaba con el cuerpo y el alma fundidos. Perdiendo pasos para oxigenar la embestida y moldeándola con la eternidad del compás. Torear a compás. Esa cosa. El toreo de cadera a cadera y más allá. Rugía Vista Alegre con ronquera torrencial. En redondo, una serie ligada estalló como un volcán. Qué barbaridad. El victorino ya se quería ir. Apuró Diego la torería. Como una necesidad. Incluso entre las rayas a faena vencida. Un pinchazo en mala zona, una estocada desesperada. No se podía escapar el triunfo. Y no se fue. La oreja congraciaba a Bilbao con una tauromaquia perdida.

La felicidad desbordó en Manuel Escribano. Después de tanta lucha y tanta guerra contra el cuerpo y la mente, Mecatero vino a premiar con su infinita clase su instinto de supervivencia. De los golpes de garra a portagayola y en un par cambiado por los adentros de terrorífica escapatoria, Escribano toreó a placer al victorino de seda que hacía surcos en la ferruginosa arena. De mitad de labor en adelante brotó lento el largo trazo por una y otra mano. Por abajo todo, cosido y ligado. Cuando el sevillano de Gerena enterró la espada, la pañolada cruzó la frontera del trofeo concedido con fuerza abrumadora. El palco se resistió y el torero renacido paseó el oscuro ruedo bilbaíno con la luz de la nueva vida en un doble giro. Como quien le da la vuelta a la existencia.

La corrida de Victorino, una victorinada diferente, que venía con tan contado poder y por momentos sobrada de calidad, claudicó finalmente con un sexto que no se libró del pañuelo verde. Un sobrero cinqueño de Salvador Domecq reventaba de carnes. Cabeceó la mole con aires de buey sin acabar nunca de viajar. Paco Ureña se justificó con dignidad.

ABC

Por Andrés Amorós. La Fiesta brava de los victorinos en Bilbao

En una seria y buena corrida de Victorino Martín, no sobrada de fuerzas, tres diestros valientes, Urdiales, Escribano y Ureña, se entregan, dan su mejor versión y cortan una oreja: sin triunfalismos, una excelente tarde, con toros y toreros.

Por la mañana, en el apartado de los toros de Bilbao (algo único, en el mundo, por la seriedad y solemnidad), llama la atención la listeza del primer victorino, que echa el freno cuando ha de cruzar el portón, tarda cerca de diez minutos en entrar. En medio de las figuras –y las ganaderías que ellos exigen– comparecen los toros de Victorino: a mitad de la Feria, no al final, como otras veces, para salvar los muebles de la casta. Lo que esperamos, con Victorino, y esta tarde ha ofrecido, es otro tipo de fiesta, en la que prevalece el toro, más o menos bravo pero encastado, al que hay que castigar y no cuidar: un toro que tiene mucho que torear, «no se presta a monerías» (decía Cañabate), suscita emoción, en el espectador, y da mérito a lo que haga el diestro: un camino muy distinto al que, por desgracia, hoy sigue la Fiesta, mayoritariamente. Así estamos… Con estos toros, se anuncian tres diestros que tienen ya, los tres, la gloria de haber indultado a un victorino.

En Bilbao, y con victorinos, ha alcanzado el riojano Urdiales sus más altas cotas. Le hacen saludar, después del paseíllo. El primero, el «listo» que, en el apartado, frenaba y se negaba a entrar, sale pegajoso, resulta la típica «alimaña», confirma su «listeza». Urdiales hace lo que debe: machetear y matarlo por arriba. Traza verónicas clásicas de salida en el cuarto, «Botijero» (como el de la canción de Luis Mariano), noble pero justo de fuerzas. Va bien al caballo y mide el castigo Manuel Burgos. Diego dibuja excelentes muletazos, corriendo la mano con naturalidad, torería y buen gusto pero pincha bajo antes de la estocada: oreja.

Su mayor gloria la alcanzó Manuel Escribano al indultar a «Cobradiezmos», aquel inolvidable victorino. El segundo, engatillado de pitones, estrecho de sienes («cara de rata», dicen), embiste dormidito. Escribano levanta una ovación en el quiebro al violín. Brinda al Juli. Aprovechando la condición del toro, logra naturales al ralentí: hace falta mucho valor para quedarse así de quieto, esperando una embestida buena pero tan lenta. Falla con la espada. Acude a portagayola en el quinto, que sale con alegría. Pone al público en pie con el arriesgadísimo quiebro por dentro, en tablas. El toro humilla mucho, embiste con gran clase. Logra Manuel lentos y templados muletazos, mandando en el toro, vaciando toda la embestida, en una faena que va a más. Buena estocada: oreja, fuerte petición de la segunda y gran ovación al excelente toro. La mayoría del público siente que esta faena ha sido la más completa, de principio a fin, y merecía mayor recompensa. Tienen razón.

El tercero se llama «Mohino», curioso nombre para un toro. (Dijo Cervantes: «Yo he dado en ‘Don Quijote’ pasatiempo / al pecho melancólico y mohino»). Brinda a Isabel Aguirre, la hija de Dolores Aguirre. El toro es bueno pero le falta chispa. Aguantando mucho, Ureña le saca naturales clásicos, a cambio de algún susto, en una faena de mérito, rematada por una buena estocada: oreja. Flaquea el último y el presidente no lo mantiene (sus hermanos, se vinieron todos arriba). El sobrero, de Salvador Domecq, queda corto y deslucido. Ureña se justifica con decisión. La tarde era ya de Victorino y de tres toreros valientes, que han dado, cada uno, lo mejor que tienen.

Con toros serios, encastados, la Fiesta mantiene el perfil heroico, que es su gran fuerza y lo que garantiza su supervivencia. Sólo entonces es, de verdad, símbolo de la vida, de la lucha contra las adversidades. Lo cantó un gran poeta de Bilbao, Blas de Otero: «Aquella fiesta brava / del vivir y el morir: lo demás, sobra».

El País

Por Antonio Lorca. Nobles, blandos y mecánicos victorinos

El garbanzo negro, pero muy negro, fue el primer toro, tobillero, pegajoso, que acudía a gañafón limpio y se revolvía en el espacio de una perra gorda, pero los cuatro restantes no tuvieron maldad, aunque tampoco la calidad que le ha dado esplendor a la casa en la que nacieron. Toros nobles todos ellos, mansones en los caballos, con las fuerzas demasiado justas, al igual que la casta, que no permitieron el lucimiento que buscaron con empeño y decisión los toreros y no encontraron a pesar de la extrema generosidad del público bilbaíno. Sin duda, era parientes del famoso Cobradiezmos, indultado en Sevilla, pero muy lejanos; más bien, conocidos de dehesa.

Dulce suavidad desplegó el segundo de la tarde, pero carecía del ánimo suficiente para andar. De forma mecánica embistió el tercero, sin gracia y exceso de sosería; noble también el cuarto, pero sin confianza alguna en su condición de bravo; con clase de la buena el quinto y andares anodinos, y el sexto victorino se cansó de esperar en los corrales, mordió la oscura arena más de la cuenta y el presidente sacó el pañuelo verde, lo que vino a confirmar que el lote carecía de la categoría que su divisa anuncia.

En fin, toros a medio gas, sin fortaleza —perdieron las manos más de la cuenta—, de tan buena condición como escasa casta, de tal modo que no asustaron a nadie, a excepción del citado primero, que se las hizo pasar muy canutas a Urdiales, y tampoco colaboraron al triunfo de sus lidiadores.

A pesar de ello, se cortaron tres orejas. La primera la paseó Paco Ureña al tercero de la tarde; si bien su labor no pudo alcanzar la grandeza que buscó con entrega, cobró un estoconazo en todo lo alto que hizo rodar sin puntilla a su oponente. No hubo faena en el estricto sentido de término, porque el recorrido del animal era muy corto y siempre con la cara a media altura, y a regañadientes, también, porque hasta cinco veces perdió las manos antes del tercio final. La segunda la cortó Urdiales al cuarto después de un pinchazo y un aviso, y una labor con algún momento brillante, pero sin arrebato alguno. Una tanda de naturales, quizá, intentó alcanzar el vuelo, y un derechazo de categoría, pero poco más, en el contexto de un empaque innato de este torero, que recibió a ese toro con dos excelentes verónicas por el pitón izquierdo. Bien, pero no para que paseara una oreja en la otrora exigente plaza de Bilbao.

Y la tercera se la llevó Escribano del quinto. Lo recibió de rodillas en toriles, pasó un apuro gordo en un par al quiebro sentado en el estribo (a los dos los banderilleó con más entrega que brillo), y se acomodó por momentos a la excesivamente lenta embestida del toro. Mucho mejor el torero que el domesticado animal. ¡Pero es que le pidieron con fuerza las dos orejas! Un poco de seriedad, señores…

Imposible el primero, el victorino malo, que cantaba su peligro a voces; con clase, sin codicia y sin vibración alguna el primero de Escribano, y muy descastado y sin clase el sobrero, que desesperó con razón a Ureña.

23_agosto_17_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)