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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Feria Extraordinaria de San Miguel

Viernes 24 de septiembre

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq (correctamente presentados, excepto el 2º, mansos y descastados en general, excepto el 2º y el 6º, todos fueron pitados en el arrastre; el 5º fue devuelto a corrales por debilidad manifiesta).

Diestros:

Morante de la Puebla: Estocada casi entera (silencio); media estocada (silencio); media estocada caída (palmas de despedida).

Juan Ortega Pardo: Dos pinchazos, pinchazo hondo (saludos desde el tercio); estocada contraria y caída, tres descabellos (silencio); estocada entera (oreja).

Banderilleros que saludaron: José Antonio Araújo y Fernando Sánchez en el 1º.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: sol y nubes; temperatura agradable.

Entrada: no hay billetes (sobre un aforo del 60 por ciento).

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver El capote de Ortega valió por la corrida entera

Y volvió a hacerlo. Juan Ortega, ese chico tímido, estudioso, ingeniero agrónomo por la Universidad de Córdoba y, casualmente, criado en Triana, lo ha repetido. Es más, yo diría que lo ha superado. Su recibo capotero al segundo de Juan Pedro ha sido aún mejor que el del otro día. Más templado, si cabía, más estético y más impresionante. La plaza rugió como hace tiempo no se oía y la música sonó en su honor, qué iba a hacer. Muchos dieron por pagada la entrada y eso que hoy hubo reventa después de mucho tiempo. Y nada, a esperar que vuelva a emocionarnos así, yo me apunto a todas. La juanpedrada no sirvió y el principal perjudicado fue Morante que le puso un interés tremendo a sus faenas para quedar inédito, salvo en un quite de respuesta a Ortega. Este tuvo un segundo aceptable y lo pinchó y un sexto aprovechable y le cortó una oreja, merecida sin discusión por el capote. Su punto débil son los aceros, ya lo sabíamos. Y eso puede que le prive de ser llamado a todas esas plazas que le faltan. A mí no me importa, por mí que se quede entre Triana y Sevilla.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Lo mejor. El recital de toreo de capa de Juan Ortega. Fue de salida, a su primero de Juan Pedro Domecq, cuando paró el tiempo toreando muy templado a la verónica. Una tarde de verdadero lujo en la que se vio torear con el capote verdaderamente bien y muy despacio. Morante no quiso pasar por desapercibido y salió a la réplica en ambos quites, pero el lio ya estaba formado en la plaza y el culpable de ello fue Juan Ortega.

Lo peor. La mala corrida de Juan Pedro Domecq y un ilusionado Morante que se va de vacío. Parados y sin fuelle salieron los toros de Juan Pedro que acabaron arruinando la que podría haber sido una gran tarde. Morante con ganas y muy colaborador con su lote quiso aportar con su toreo y no tuvo opciones para lucirse.

Imágenes

Video resumen AQUí

Crónicas de la prensa

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Les queda otra… de Juan Pedro

La Feria, trasplantada de primavera a otoño, tenía citas fijas. Una de ellas, más allá de los fogonazos vividos en esta primera semana de toros, era el cartel conformado por Morante de la Puebla, Pablo Aguado y Juan Ortega. El argumento del festejo no podía ser más nítido: tres intérpretes del tronco más clásico del toreo –llámenle sevillano si les place- que se iban a enfrentar a una corrida, la de Juan Pedro Domecq, que sí había despertado ciertas reticencias en los corrillos de aficionados. El primer escollo ya es conocido. La inoportuna y dolorosa lesión de Pablo le apeó de este peculiar duelo al sol y le obligó a cancelar el final de su temporada. A partir de ahí nadie es nadie para negarle nada a la prestigiosa divisa –la grana y blanca de los viejos ‘veraguas’- que pasta en la serranía sevillana. Pero una cosa no quita la otra: el hierro de Juan Pedro Domecq Morenés no atraviesa su mejor momento por más que la crema del escalafón se empeñe en imponerla en las grandes citas. Ya lo dijo don Quijote: “cosas veredes, amigo Sancho”.

El primero que se ha apuntado a este bombardeo es Morante de la Puebla que, con Juan Ortega, está puesto y dispuesto a pasaportar otro envío de ‘Lo Álvaro’ dentro de siete días. El traslado de los festejos abrileños a la bisagra del verano ha querido que las dos corridas de Juan Pedro reseñadas por la empresa Pagés coincidan en el mismo ciclo. No sabemos si el próximo viernes –queda una semana justa- saldrá uno de esos ejemplares que nos tape la boca pero lo que sí podemos certificar es que el encierro lidiado este día de la Merced –en Madrid se quedaron sin toros por culpa del agua y en Sevilla sin televisión- distó mucho de lo que se esperaba para una cita de tanto alcance.

Poco, poquísimo podemos contar de esta tarde que se vivió muy pendiente de Juan Ortega, que ya había logrado enamorar al público sevillano en su primera cita de esta atípica sanmiguelada. Y Juan, que estrenaba vestido adobado de moldes viejos, volvió a embelesar gracias a la natural apostura de su capote. Vamos, que formó un lío gordo por verónicas que rompieron la plaza en dos. Se mascaba acontecimiento y la gente siguió pendiente del galleo, los delantales, de la forma de ser y estar en la plaza…

Morante se unió a la manifestación cuajando tres lances de nota en el quite y Ortega se puso a torear. La cosa comenzó por ayudados, muy jaleados por el público, antes de echarse la muleta a la mano derecha para mantener el ritmo de una labor que parecía haber estallado en un trincherazo de cuadro. Tejera tocó ‘Manolete’ pero la intensidad no fue la misma por la mano izquierda. Hay que anotar un pase de pecho enorme, las ganas de que aquello rompiera… Pero el asunto bajó de decibelios y concluyó con un par de pinchazos y media estocada.

Tampoco iba a ser posible con el cuarto, un ejemplar soso que siempre echó la cara arriba e hizo hilo en los muletazos. La verdad es que la cosa no caminaba a ninguna parte mientras la parroquia se impacientaba. Ortega le buscó los costados. La corrida, a esas alturas, ya pesaba a pesar de su celeridad. La única oreja del festejo, sin ningún peso ni trascendencia, la iba a cortar del sexto de la tarde. Le cuajó lances entonados y Morante redimió parte del festejo en un alado quite por chicuelinas que no tuvo el mismo eco que el que instrumentó Ortega por el mismo palo. Cosas de los públicos. El tendido, a pesar de todo, estaba deseando ver algo y se mostró encantado de la vida con los redondos del joven matador sevillano, que se llevó al bicho a los medios en otra serie de buena factura. El ‘juampedro’ no tardó en protestar y quedarse corto y aunque la cosa no terminó de concretarse le dieron una oreja sin demasiada historia como premio a su buena estocada. Eso sí: sigue dejando el cartel alto para su tercera y última cita en Sevilla.

Morante…ay Morante. Su crónica y proverbial mala suerte en los sorteos de Sevilla no parece tener fin. Tuvo delante un primero, plano en todo, al que cuajó una faena sin oropeles que remató de un espadazo tendido, trasero y caído. Tampoco pudo ser con el tercero, que se defendió siempre en los engaños y no brindó ni una embestida nítida. El diestro de La Puebla se esforzó sinceramente pero no podía ser. Y tampoco amanecería con el quinto, un sobrero que hizo hilo, punteó los engaños y acabó impacientado al personal. Lo mejor de todo es que el asunto fue breve. A ambos le queda otra de Juan Pedro. Y a Morante, de propina, la de Miura.

Por Antonio Lorca. El País. La gran belleza

¡La gran belleza! Así es. No hay mejor manera de describir lo acaecido en La Maestranza con el toreo de capote. Porque fueron brochazos de sentimientos, chispazos deslumbrantes… Hubo música, alboroto, conmoción, entusiasmo desatado y, por encima de todo, esa emoción indescriptible que producen los relámpagos que llegan al alma.

El primero que tomó los pinceles fue Juan Ortega. Segundo toro de la tarde. El torero huye de complicaciones y repite la lección impartida el pasado sábado: saluda al toro y, sin más, hunde el mentón en el pecho, enseña el capote, baja los brazos, deja muertas las muñecas, y ahí surgió el fogonazo inicial que deslumbró a la plaza entera. Fueron seis o siete verónicas, espléndidas, y varias de ellas con una extraña despaciosidad porque no parecía posible que se ejecutaran en tiempo real. No es que se parara el reloj; es que se ralentizó.

Y mientras la banda de música rompía a esparcir sus notas al aire para celebrar la llegada del arte, los tendidos, puestos en pie, daban la bienvenida a la alegría.

No habían transcurrido un par de minutos, y el artista vuelve de nuevo a su lección del sábado. Antes de llevar el toro al caballo se entretiene en adornar su obra con dos chicuelinas al paso preciosas, dos delantales embrujados y una media de cartel.

Y Morante, que andaba por allí, se levantó en armas —se picó, que se dice en el argot—, y respondió con tres verónicas plenas de honduras y una media de categoría.

La rivalidad artística se hizo presente otra vez en el sexto de la tarde. Hasta seis verónicas dibujó Juan Ortega, pero era otro lienzo —otro toro— y los colores, aunque brillantes, no relucieron como antes. Otras tres más en un quite; y Morante, de nuevo, que hace acto de presencia en el escenario para dibujar cuatro chicuelinas de las más bonitas que se puedan ver en una plaza de toros, abrochadas con una media que fue un monumento a la excelencia.

Y le contestó Ortega, también por chicuelinas. Se hizo entonces ese silencio ensordecedor de las grandes ocasiones maestrantes, y el trianero se enroscó la tela en su cintura en otros tres capotazos que pedían un museo.

Pero el arte, sobre todo si es grande, hay que digerirlo en frascos pequeños. El acertijo es fácil de adivinar: no hubo más. Y no lo hubo porque la corrida de Juan Pedro Domecq fue una auténtica ruina, toros con alma borrega, kilos de carne fofa, inválida y hundida antes de salir de los caballos.

Morante lo intentó de veras en su lote, pero toda su labor fue tan voluntariosa como vana.

Ortega tuvo mejor suerte. Ante ese primer toro de las verónicas musicales pudo gustarse, y de qué manera, con unos ayudados por alto, un molinete por aquí, un trincherazo por allá, un remate… detalles de torería, que es lo que derrocha este torero en su estancia en el ruedo.

Y en el sexto se lució en una tanda de hondos y muy templados derechazos, un par de largos pases de pecho, más ayudados, y pinceladas de arte sin igual. Y le concedieron una oreja como premio por su labor de conjunto.

No hubo toros, pero sí toreo. Otro misterio. No hubo apoteosis, pero sí belleza… ¡La gran belleza!

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. El capote que palió la decepción

Estábamos ante la tarde de Sevilla y aunque las circunstancias se cruzaron para ponerse en contra por la ausencia de Pablo Aguado, la tarde continuaba con la sevillanía en su tarjeta de visita. Mano a mano de dos sevillanos de enorme predicamento y con los toros artistas que cría Juan Pedro en El Castillo de las Guardas, con lo que puede afirmarse que tiempo hacía que Sevilla no acudía a la cita con esta ilusión de viernes de Feria de San Miguel, que hasta volvió a colocarse ese signo de agradable normalidad que es el cartel de “no hay billetes”.

Morante, un gallista que bebe de la fuente inagotable de Juan Belmonte, en noble lid con Juan Ortega, belmontista fanático y que lleva a Triana en el ADN. Es como una alineación planetaria la de este duelo que luego saldrá como salga, pero nadie podrá dudar de que no hubo una tertulia ni una reunión de barra en la que no se hablase de este vis a vis entre dos toreros de similares conceptos, pero como enfundados en ropajes bastante diferentes. Pero el hombre propone, Dios dispone y el toro descompone. Una vez más, como tantas y tantas veces, el envío ganadero iba a hacer de antídoto para el cúmulo de ilusiones que se almacenaba en los tendidos. Claro que estábamos ante dos toreros con la faltriquera llena de duros, por lo que nunca les falta ni les faltará a Morante y a Ortega el duro con el que cambiar el rumbo del destino. Y ahí tenemos cómo Ortega hacía levitar a Sevilla con el capote a su primero.

Curro Puya, Cagancho, Curro y Paula fundidos en un torero de Triana para la verónica que sólo se da en sueños. Tremendo el recital de Juan Ortega en su primera entrada en escena y después de que Morante hubiese luchado contra un toro inapropiado y el piso. Ya, antes de que sonara el clarín se fue a la raya, la pisó para comprobar si resbalaba y a partir de ahí nada le salía. La tarde de Morante la pasó como a disgusto por cuanto acontecía, por lo resbaladizo del albero y por las condiciones de lo que iba saliendo por chiqueros. Y eso que nunca tiró por la calle de enmedio. Incluso se lució en sendos quites a toros, segundo y sexto, de Ortega , insistió lo indecible con la muleta y hasta logró enjaretar algún que otro muletazo de su cosecha. única e inigualable. Estaba claro que la tarde no le acompañaba y que por causas diversas todo iba a ir sumiéndolo en una tristeza que no podía ni, al parecer, quería disimular. Lo más positivo fue que Sevilla estuvo con él, cariñosa y apoyándolo en la seguridad de que pronto encontrará motivos sobrados para ovacionarle.

La tarde fue más conmiserativo con Juan Ortega, ya que si hubo dos toros que medio sirvieron les correspondieron a él. Pero vayamos por partes y pongamos el acento en el recital que a la verónica dio con el segundo de la tarde, de nombre Viñero y negro mulato. Me quedo sin adjetivos para contar cómo fue el suceso y quizás no recordaba a la Maestranza tan entregada con un capote desde que cierto Faraón se fue. Toda la gitanería, toda Triana acumulada en las muñecas de Juan Ortega para, barbilla hundida en el pecho, y las manos imposiblemente bajas interpretar el lance fundamental. Con la muleta estuvo a grandísima altura, pero lo pinchó. Con el cuarto estuvo como buenamente pudo y al que cerró plaza le cortó una oreja tras un quite de Morante que Ortega replicó también por Chicuelo. Faena torerísima con ambas manos, gran estocada y premio, único en una tarde de la que se esperaba mucho más de lo que pasó. Pero ese capote…

Por Patricia Navarro. La Razón. Ortega roba a Morante Sevilla y Juampedro la tarde

A Morante le dieron donde más duele: en ese toreo a la verónica en el que él es capaz de hundirse y arrebujarse hasta los infiernos. Pero no fue el caso. Sevilla crujió como si doliera, por otro. De la tierra también. Hervía la sangre. Se fundió a la verónica Juan Ortega en un estallido de emociones porque las verónicas fueron fogonazos, tan lentas como encajadas. ¿Aquí a qué hemos venido? Pues eso… Se sublimó en los delantales y cuando llegó la media a la cadera, cintura rota, la Maestranza era suya y Morante preparado para quitar. Entonces se abrió a la verónica, fuegos artificiales por dentro y por fuera fueron lo que ocurrió. Cuatro o cinco verónicas tal vez y una media a pies juntos que revolotea. Aún hoy, entre Sevilla y La Puebla.

Morante perdió pie en el saludo de capa y se quedó a merced del tercer toro. A pesar de que se repuso salió Lili a hacerle el quite y el toreo de capa se esfumó entre la nada, como la faena de muleta, por mucho que Morante quisiera. Que quiso. Al Juampedro le costaba mundo y medio repetir y en esos tiempos se consumió la faena de Morante y la ilusión de la gente, todavía expectante.

Lo del primero había estado cantado desde el principio. El toro estaba con lo justo y el toreo era un imposible. Ver a Morante por ahí era como un espejismo de lo que debía ser y no era.

Lo del cuarto siguió un curso deprimente con otro toro de Juan Pedro vacío. Nada tenía y nada quería. Lo mismo le dio que fuera la tarde del mano a mano Morante/ Ortega. Se le fue la faena entre la nada.

Y no mejoró la cosa con el quinto que salió rebañando los burladeros pero no por abajo, sino queriendo quitar cabezas y correteando al más puro estilo del rodeo. ¡Qué cosas! La historia es que se devolvió y el sobrero que salió no tuvo mayores alegrías que constatar que igual que a Morante le habían dado donde más le dolía con ese brillante toreo de Ortega con el capote, a nosotros nos habían hecho lo mismo con una corrida condenada al fracaso que nos metió en el día de la marmota, toro a toro, cumpliendo condena.

El sexto, bendito, tuvo alegrías contadas, pero alegrías, las justas para poder contar a modo de crónica y titulares que Ortega se llevó la tarde. Morante, tan disgustado por ese quinto, no quiso ni saludar la ovación, pero salió a quitar por chicuelinas como si no hubiera mañana. El cierre de media resultó glorioso. Replicó Ortega a la verónica y Sevilla recuperaba memoria y sentido al dinero gastado. El toro se movió con franqueza en la muleta del diestro, que le dejó un trasteo colmado de torería, cadencia, suavidad y un elevado sentido estético. Lo sublime había ocurrido en ambos bandos, capa en mano.

Por Toromedia. Juan Ortega vuelve a bordar el toreo con el capote y corta una oreja en el mano a mano

No se empleó el primer toro de Juan Pedro Domecq en el capote y no pudo haber lucimiento por parte de Morante. El toro se defendió siempre, descomponiéndolo todo. En banderillas brilló Fernando Sánchez, que se desmonteró junto a Sánchez Araújo. Morante lo cambió de terreno y se puso con la derecha primero y después al natural, tratando al de Juan Pedro con suavidad y logrando algún que otro muletazo suelto, pero sin poder ligar ni componer faena. Mató de estocada casi entera.

Como en su primera tarde, Juan Ortega volvió a bordar el toreo a la verónica, parando el tiempo en cada lance por ambos pitones. Ortega llevó al toro con precioso galleo al caballo y, después del segundo puyazo, Morante entró en quite y dio dos verónicas y media enormes. Brindó a Pepe Luís Vargas y comenzó la faena con bonitos ayudados. En la la segunda serie se acopló y dejó derechazos de calidad, rematando con bello trincherazo. El toro fue a menos y la faena perdió intensidad pero todavía hubo una serie buena al natural y muletazos de adorno con mucho sabor. De no haber fallado con la espada se podía haber producido el primer triunfo de la tarde.

Morante sufrió un traspiés en el recibo de capa al tercero al ser tropezado por los cuartos traseros del toro sin más consecuencias. No hubo lucimiento. El toro fue medido en el caballo y banderilleado de nuevo por Fernando Sánchez. Morante encontró en la muleta un toro al que le costaba embestir con el que se empleó para sacar algunos muletazos buenos, sobre todo por el pitón derecho. Mató con efectividad.

El cuarto no permitió a Ortega lucirse de capa. Tendió a defenderse el de Juan Pedro, mirón por el lado derecho y pegando tornillazos por el izquierdo. Un toro con mal estilo que no fue materia prima apta para un torero de este estilo. Mató de estocada atravesada y fue silenciado.

Morante recibió al quinto en la zona del tendido 6 y el toro no paró de pegar tarascadas y de moverse de forma descordinada y fue devuelto. El sobrero tampoco le dejó lucirse de capa. Con la muleta, Morante comenzó con bonitos ayudados por alto rematados con precioso cambio de mano. Comenzó con la zurda y el toro fue tardo, sin poder dar continuidad ni ligazón a las series el torero de La Puebla. Lo intentó pero sin resultado por la nula condición del toro.

Juan Ortega volvió a torear con calidad a la verónica en el sexto, destacando los lances por el lado izquierdo. Morante hizo un bonito quite por chicuelinas y Ortega respondió por el mismo palo rematando con gran media. Comenzó la faena con mucha sevillania, con muletazos con mucho sabor ganando terreno. La primera serie con la derecha fue suave y tuvo empaque. La segunda tuvo más profundidad. Probó con la izquierda pero el toro no se rebosó y eso bajó la intensidad de la faena. Cuando volvió a la derecha ya no quedaban apenas embestidas. Esta vez la espada entró y Ortega cortó su primera oreja como matador de toros en Sevilla.

Por Jesús Bayort. ABC. A Juan Ortega hay que pasearlo en andas por Triana

Como los números son para los matemáticos y las orejas «sólo son despojos» (Curro Romero dixit), a Juan Ortega debieron sacarlo a hombros. Pero no de cualquier manera: tenían que haberlo llevado hasta Triana y pasearlo a modo de viacrucis, por las catorce estaciones del toreo alfarero. Empezando por la casa natal de Antonio Montes y terminando por la de Muñoz, y entremedias por la de Chicuelo, la de los Puya, la de Cagancho y la de Susoni.

En el toreo ya no quedan majaretas que huyan de la moderación. Como aquellos disparatados belmontistas que quisieron coger prestadas las andas de la virgen en la iglesia de Santa Ana para pasear en ellas al Pasmo de Triana. ¡Ay, si Juan Ortega hubiera toreado con el capote así hace cien años!

Como Corrochano ya dijera de Belmonte, Juan Ortega no es un torero: es un símbolo. Es el eslabón perdido del toreo trianero. La pieza que remata el puzle. La amalgama que mezcla la pasión belmontiana, el embrujo de Cagancho y el compás de Gitanillo de Triana. Donde los demás colocan los nudillos de los dedos, Juan –Ortega– coloca las palmas de sus manos. Y de su embroque surge una filosofía de vida. Pura y veraz.

Si aquí quedara una pizca sensibilidad, al ‘muchacho’ de Triana le habrían obligado a dar una vuelta al ruedo tras rematar la antología capotera. Veintidós años llevaba Sevilla sin vibrar de esa manera con unos lapazos. Desde aquel sábado de preferia de 1999 en el que Curro Romero, vestido de verde y oro, leyera el evangelio.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

24_septiembre_21_sevilla.txt · Última modificación: 2021/10/04 00:24 por paco