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Plaza de Toros de Bilbao

Viernes, 26 de agosto de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Torrestrella. Serios de presentación.

Diestros:

López Simón: de negro y plata. Pitos y silencio. Pasa a la enfermería con «alcalosis respiratoria con cuadro vasovagal que requiere de asistencia ventilatoria y ansiolítica».

José Garrido: de nazareno y oro. Saludos, petición y vuelta al ruedo, oreja y Aviso (gran ovación de despedida).

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Entrada: Media entrada

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Vídeo: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/20168/26/20160826205757_1472237957_video_696.mp4

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Romance de valentía de José Garrido en Bilbao

En la Plaza de Bilbao, vientos de fronda sonaron por un mano a mano absurdo que a nadie había contentado. Después de una tarde gris, reincidir es un pecado. Sin rivalidad no tiene sentido este mano a mano ni tampoco cualquier otro que alguno se haya inventado. En lugar de Roca Rey, que no se ha recuperado, ¿por qué no vino Jiménez, ese joven sevillano que ha abierto la Puerta Grande de Madrid, este verano? Culpan a López Simón (se entiende, a su apoderado) y lo reciben de uñas, algo francamente raro con un público señor, correcto y bien educado. Si han existido presiones, ¿por qué lo han autorizado? Conviene aclarar la historia o triunfan los malpensados. Sembrar vientos suele siempre traer muy mal resultado.

Al comienzo, no hay motivos para borrar el enfado: firme ha estado el joven diestro mas parecen demasiados los dos desarmes seguidos y, para colmo, ha saltado el descabello al tendido, casi da a un aficionado; como ha matado muy mal, el ceño sigue arrugado. La exigencia de la gente a Simón le ha afectado. Va a aparecer el tercero y al estribo se ha sentado. ¿Está Alberto en condiciones de lidiar a este morlaco? Lo intenta con voluntad pero sin buen resultado porque el toro está muy flojo y el torero, otro tanto. Cuando corta la faena, los pitos han arreciado y, entrando desde muy lejos, el estoque queda bajo. Se marcha a la enfermería de donde no ha regresado.

Al segundo, de salida, Garrido le ha propinado verónicas ajustadas y con la suerte cargando. Logra emocionar a todos bajando mucho la mano, con notable gallardía, en derechazos muy largos y también al natural, siempre firme, bien plantado. Con el toro sin cuadrar, inevitable el pinchazo, pero a la segunda logra un formidable espadazo y la gente le agradece: ¡ha estado hecho un jabato! Se queda solo en el ruedo al salir el toro cuarto, que luce bien astifino, como todos sus hermanos, tiene las fuerzas muy justas y, además, vuelve muy rápido. Por el micro de la tele a Manuel Soto ha brindado. Con esfuerzo y con valor, logra buenos muletazos: por su entrega decidida, al público se ha ganado. Al final, por bernadinas, se ha mostrado temerario. Con una gran estocada, la faena ha culminado pero le niegan la oreja, con gesto poco acertado.

Corre el turno, el sexto es un grande y bello castaño, con casi 600 kilos y pitones afilados. A éste también lo recibe con lances muy encajados. Los doblones de comienzo son de verdad extraordinarios; por la izquierda se la juega, aunque recibe un puntazo después del pase de pecho a un toro muy encastado y pone de pie a la gente con naturales de escándalo: corta una oreja, las dos debería haber cortado. Recibe a portagayola al sexto y dos más le da al precioso ensabanao. Da comienzo a la faena, en el estribo sentado, pero luego, al natural, el toro vuelve muy rápido y, aunque el torero está firme, se le ha quedado debajo. Con dos pinchazos Garrido el festejo ha rematado.

A Alberto López Simón la dureza le ha tocado: que se mejore muy pronto desea el aficionado; la gloria, a José Garrido, que muy bien se la ha ganado. Bilbao vuelve a ser la Plaza que le lanza al estrellato: una tarde tan completa merecía premio más alto. Con esa misma actitud, en Madrid hubiera triunfado. Una señora corrida Torrestrella ha lidiado y José Garrido ha sido más bravo que un toro bravo.

El País

Por Álvaro Suso. Garrido devuelve la fiesta a Bilbao

Solamente fueron unos minutos. Apenas media hora. Lo suficiente para que volviera la fiesta a la plaza de Bilbao. José Garrido había cortado una oreja al quinto de la tarde; acabó la vuelta al ruedo y le comunicaron que también tenía que matar el sexto. Se caló la montera, extendió su capote y cruzó la arena hasta la puerta de chiqueros. Vista Alegre rompió en una ovación y todo el público se puso con el corazón en un puño.

Esa es la fiesta, la grandeza que está a esperando el aficionado. Unos minutos de fiesta grande.

Luego salió el ensabanado y el extremeño tuvo que tirarse al suelo para no ser arrollado por el de Torrestrella. De nuevo de rodillas y verónicas en la boca de riego. Pronto se vino la cosa abajo y entre que el astado tuvo las fuerzas justas y el torero no acertó con las distancias en la muleta, el epílogo de la tarde fue menos brillante de lo que se pudo esperar.

Ya la corrida había comenzado enrarecida. El absurdo remedo de la ausencia de Roca Rey, un mano a mano entre López Simón y José Garrido, levantó las irás de muchos aficionados en las horas previas al festejo cansados de la mala tarde vivida en la víspera. Por ello, el paseíllo fue acompañado de pitos que no se acallaron en los primeros compases del festejo.

La rareza no quedó ahí. López Simón, que estuvo desangelado en su primero, con un labor llena de desarmes y apuros, sufrió una posible crisis de ansiedad tras esa labor de la que tuvo que ser atendido en el callejón y, aunque mató el tercero visiblemente mermado, pasó a la enfermería antes de ser trasladado al hospital.

Así que Garrido se quedó solo para el tramo final. Se la jugó en el cuarto, un toro protestado por falta de fuerzas, con el que se arrimó en el tramo final y en unos remates con unas bernardinas sin estoque en las que fue atropellado; suficiente para arrancar una petición minoritaria.

Corrió turno y en el quinto sí tocó pelo. Tuvo delante un toro bravo, con sus complicaciones y, por fin con trapío, y sobre todo con una transmisión tremenda. Una tanda de naturales hizo rugir la plaza, pero el toro era de los de encumbrar a un torero; Garrido estuvo bien aunque no lograra la gloria. Posiblemente, pocos del escalafón habrían encontrado el camino ante ese toro, que murió como bravo y fue ovacionado en el arrastre.

Antes, estuvo aseado con un toro más terciado, que le recetó buenos derechazos pero acortó las distancias muy pronto. Los de Torrestrella pidieron sitio, se movieron y tuvieron alegría en la embestida. Fue otra cosa.

Garrido devolvió la fiesta a Bilbao. Cuando todo parecía en contra, dejó un ramillete de naturales para el recuerdo y las ganas de ser figura en el inicio del que cerró plaza.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Tremendo guerrero Garrido

Amaneció la tarde en un formidable estado de cabreo. Una bronca sin precedentes inundó Vista Alegre. En ella viajaban López Simón, los Chopera y la Junta. Las imposiciones y la bajada de pantalones. Respectivamente. La gestión de la no sustitución de Roca Rey cayó como una cerilla en alcohol. La peña anda quemada. Cuidado con la prepotencia. Había un hueco en la feria de la juventud que les han vendido y un tío como Javier Jiménez con una Puerta Grande de cinco días. Y dejan un mano a mano absurdo. Háganselo mirar.

En semejante ambiente hostil se presentó José Garrido con el machete en los dientes aunque la guerra no fuera con él. Para sacar a la postre las castañas del incendio. Rodilla en tierra y seguidamente en pie cuajó un extraordinario saludo a la verónica. Barroco, expresivo, muy en Antonio Ferrera, su maestro. El torrestrella tocado arriba de pitones soltaba la cara. El prólogo de faena alumbró un trincherazo como un fogonazo. Y un cambio de mano la mar de torero. Emprendió la faena por la derecha muy encajado, la distancia generosa, la muleta por abajo. De eso se trataba. Sonó la música al compás de una tanda bárbara. Tres fueron lidiando y ajustando las desigualdades del toro, siempre acinturado el torero. Ni siquiera respondió así la embestida al natural. Ni un renuncio de Garrido, que ante un recorrido cada vez más quedo se arrimó como una fiera. Ofrecido el medio pecho. Valor de ley. Lástima que la espada no lo fuera. Al segundo envite una estocada trasera. Lenta muerte. Adiós a una oreja de peso.

Durante la faena López Simón sufrió un ataque de ansiedad en el callejón. Mucha presión sobre sus hombros, y ese apoderado al lado que es la versión zafia del sargento de hierro. La suerte no había sonreído con el complicado torrestrella de apertura. Constantemente la testa por encima del palillo de la muleta, la guasa por el izquierdo, el tesón de la pretendida quietud como herramienta, la intención de taparle la cara a su altura por el derecho, un par de desarmes, la espada al chocazo y el descabello que voló como una flecha contra el tendido. Por esto se inventó la cruceta. Tampoco sirvió el inválido tercero, cuando Simón afrontó su labor derrotado de ánimo. Y para colmo Garrido sin perdonar un quite en sus turnos, por aladas chicuelinas en un toro y por ceñidas gaoneras en otro.

Mientras LS caminaba hacia la enfermería a medicarse entre lágrimas, el extremeño se las veía con un cinqueño áspero, de buida cornamenta y escasa humillación. Guerrero Garrido, capaz, muy capaz. Tanto que por momentos casi metió en la muleta al torrestrella que se salía de ella, que no acaba de viajar, que reponía. Las bernadinas pusieron el corazón de Bilbao en un puño. Los pitones engancharon las hombreras en terroríficos trances. Como balas que silbaban la cabeza. Un espadazo algo contrario y la presidencia obtusa en la negación de un trofeo ganado con testosterona.

Como Simón no regresaba, se corrió turno. Un tío de 599 kilos y casi cinco años a falta de pocos días volvió a probar el pulso de acero de José Garrido. ¡Cómo estuvo ese hombre con la mano izquierda ejerciendo el poder! Cuando un derrote a poco no le vuela la sien, le presentó la zurda y rompió al toraco por abajo. Crujía la embestida como la plaza en cada natural despedido allí atrás, ligado, profundo. Como si de pronto se hubieran corregido todos los defectos del toro, su caminar agazapado, su instinto mordido. Qué emoción desatada. Cuánta verdad. Qué tres tandas de muleta a rastras, qué fuego en las zapatillas, qué hondura al torear. Un estoconazo empujado con el alma. Ahora no había más bemoles que claudicar ante lo incontestable. Fue una oreja de una importancia tan brutal que podían haber sido dos. Clamorosa la vuelta al ruedo, la rendición de Bilbao. Otra vez.

A Simón ya lo habían medicado y trasladado con una “crisis de ansiedad”. José Garrido se había quedado solo. Si no lo estaba ya. Y marchó a portagayola con su soledad a cuestas. Una ovación trepó por Vista Alegre como un alud invertido. El ensabanado sexto salió como una exhalación y saltó por encima del cuerpo a tierra de Garrido. Como la luz del rayo. Corrió José para tirarle en el tercio la larga cambiada que no había librado. Aquella fuerza atronadora del torrestrella desapareció en la lidia; quedó un toro desagradecido en su corto recorrido. Apagado bajo su sangrada piel. No hubo caso para otra gesta. Sólo los deseos de un torero sentando en el estribo. Una obertura de torería. Poco más. Como si la tarde de toros (duros) que ofreció hubiera sido poco. Una lección de hombría. Tremendo, sencillamente tremendo, Garrido.

La Razón

Por Patricia Navarro. Un inmenso Garrido, más allá de la mafia empresarial

La historia era de tres. Y hasta entonces bien avenidos. El cartel de los jóvenes, las esperanzas, los llamados al relevo generacional de la Fiesta. La apuesta de Bilbao. En la arena negra convertirás las hazañas en busca del cetro, pero uno de ellos, el peruano Roca Rey, que además de torear muerde, cayó días antes en Málaga. Un golpe asesino no le hirió, le ha dejado perturbado y con problemas más profundos que las huellas de las heridas. Necesita de tiempo y que éste sea generoso para recomponerle por dentro los golpes. Dejaba un hueco abierto. El ideal para que Javier Jiménez, que acaba de abrir de par en par, por cierto, la Puerta Grande de Madrid, encontrara el sitio y el lugar para que la afición pudiera verle. Esas pequeñas cosas que posibilitan que de verdad esto se renueve, más allá del intercambio de cromos que manejan tres y sus satélites, a veces más dañinos todavía que los propios reyes del mambo. Asco de sistema. El triunfazo de Javier Jiménez no debió ser argumento suficiente para un hueco que venía como anillo al dedo, empiezan al unísono las argucias trapaceras de los despachos. Esa tela de araña, que roba día a día el futuro de la fiesta para dejarla cadáver sin necesidad de ayuda. ¡Déjenme solo! ¡Déjenles solos! Y así fue. Tragó la Junta Administrativa de Bilbao. Y cuando López Simón y Garrido hicieron el paseíllo en ese mano a mano improvisado, la gente pitó. Ya no hay anestesia para calmar los desánimos entre tanto taurino de medio pelo. Torcida en esencia la tarde se retorció más cuando el descabello de López Simón saltó al tendido mientras ponía fin al primero, toro difícil, con movilidad peligrosa, a la que el madrileño no dominó y la batalla se antojó en el abismo. Nos faltaba mucho por ver en tarde raruna y desalmada. Como alma en pena iba Alberto López Simón, que sufrió un ataque de ansiedad mientras toreaba José Garrido al segundo. Y éste a su vez, se ponía el mundo por montera. Un contraste abrumador. Se jugó la vida Garrido con ese toro que tuvo movilidad, pero derrotón y sin llegar a entregarse nunca de veras. Se alargó en la faena pero acabó midiéndose de tú y a tú y ganándole la partida. Abatido vimos a López Simón con un tercero apagado y que embestía por dentro. La imagen lo decía todo. Mientras Alberto tomaba aire sobre el estribo al lado del burladero de matadores, Garrido se jugaba el futuro, de haberlo, en un quite por gaoneras de puro huevo. Pasó el madrileño el trámite como pudo y se fue a la enfermería

Con el cuarto se hizo Garrido. El titán. Y picantón el toro, que iba por ahí, midiendo, se quedaba por abajo una vez, a la otra pasaba limpio, le atacó mediada la labor y ligó una tanda. A cada segundo aquello era un desafío, nunca sabías por dónde podía salir pero su aplomo no tuvo fisuras. Ni su valor. Y ya al final, con la espada de matar en la mano, la dejó sobre la arena, se fue al toro, muleta por detrás, era la hora de los adornos, fue la hora de jugarse la femoral. Una vez más. Dos veces le puso el toro el pitón en la axila. Pundonor por encima de todo y rectitud en la suerte suprema. El presidente no quiso ver y le negó el trofeo. Hace bien poco los regaló. Un esfuerzo gigante hizo con el quinto, encastado, movilidad a raudales, reponiendo a la media vuelta del muletazo. Poco a poco, sin rectificar jamás, fue metiendo al toro en la muleta y gloriosos fueron los naturales del ocaso. Siempre al filo de la navaja como embestía el toro, importante la arrancada, no dejaba indiferente, revisaba el valor a cada embestida; claro que lo tenía Garrido impoluto y se le notaba. Espectacular la muerte. Irrisoria la oreja. Otra más… Entre esto y los despachos… López Simón no salió. Le hará daño esta tarde al ánimo. Con las mismas Garrido se fue a la puerta de toriles, en Bilbao. Toro de Bilbao y tal y como estaba saliendo la corrida de guasona. Hizo un cuerpo a tierra y saltó el toro por encima. Dos largas cambiadas de rodillas en el tercio y un regalo cuando quiso torear. El primer derrote lo hizo a la altura del cuello. Ahí marcó intenciones. También al natural, raudo el toro, ágil de cuello, argucias del Torrestrella que no le permitió triunfar. Al menos al toro se le veía venir. Un inmenso Garrido se había llevado la tarde, a pesar de la mafia empresarial que devora a la Fiesta desde sus entresijos y de que el presidente le robara una Puerta Grande monumental.

* Bilbao Temporada 2016

26_agosto_16_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:11 (editor externo)