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Plaza de Toros de Bilbao

Sábado, 26 de agosto de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros del Puerto de San Lorenzo mal presentados y sin fuerza.

Diestros:

Enrique Ponce: de azul marino y oro. Pinchazo y estocada (saludos). En el cuarto, estocada rinconera y pasada (saludos).

Diego Urdiales: de verde botella y oro. Estocada un punto contraria (oreja). En el quinto, cuatro pinchazos, estocada atravesada y dos descabellos (silencio).

Andrés Roca Rey: de rioja y oro. Estocada tendida (silencio). En el sexto, estocada (oreja y fuerte petición).

Entrada: tres cuartos.

Vídeo: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20178/26/20170826213000_1503775968_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa

El País

Por Antonio Lorca. El aroma imperfecto y la juvenil entrega

Diego Urdiales paseó una oreja que, quizá, no mereció, pero en un momento en el que ha desaparecido la vuelta al ruedo como premio y ha bajado el nivel de exigencia en las plazas otrora prestigiosas, se entiende tal distinción.

Y a Roca Rey le pidieron las dos y solo le concedieron una, que sí mereció. El riojano desparramó aroma y el peruano entrega; hubo más de lo segundo que de lo primero.

Que no la mereciera Urdiales no significa que estuviera por debajo de su primer toro, uno de los dos mejores de una desesperante corrida de Puerto de San Lorenzo. Cómo sería la corrida que Enrique Ponce, experto en toros inválidos, solo pudo dejar detalles.

Pero uno de los protagonistas de una tarde pesada, larga y tristona fue Urdiales. Tiene planta de torero y una concepción excelente de la torería; se le nota que busca la pureza en cada muletazo, pero también que parece resignado a su destino, como si le faltara ánimo para superar las circunstancias no siempre favorables de cada toro. Con su primero, blando y de noble condición, se le vio asentado y relajado, centrado y confiado, y de tal modo trazó con donosura derechazos con sabor, un par de naturales hondos, y un vistoso cambio de manos… Pero a todo le faltó unidad; o, mejor, garra y entrega. Brotó un buen aroma torero, pero tan oloroso como imperfecto. Quizá, por eso, por esa aparente resignación, no debió pasear la oreja.

Roca Rey, por su parte, acaba de empezar y le queda mucho que mejorar, pero le sobra entrega y le falta aroma. Por eso, cuando el generoso público pidió los dos trofeos, el presidente, en una sabia decisión, lo dejó en uno. Estuvo muy por encima de su noble sexto, dispuesto a comérselo crudo con tal de alcanzar el triunfo, pero sus tandas con la derecha resultaron tan decididas como anodinas, despegados y al hilo del pitón todos los muletazos. Mejor, sin embargo, por naturales y buena la estocada. Es decir, meritoria y solitaria oreja.

La corrida fue mala de solemnidad a excepción de los dos toros citados, y poco sirvió el lote de Enrique Ponce. A pesar de ello, y como es catedrático prestigioso en este tipo de toros birriosos, —y en otros que no lo son, también—, robó algunos muletazos de muy bella factura. Un cambio de manos, con la pierna izquierda genuflexa, largo, eterno, lentísimo, al inicio de la faena a su primero, fue precioso, y dos naturales y uno de pecho para el recuerdo. El cuarto era peor, se derrumbó en el último tercio, y acabó encogido y molesto ante la insistencia persistente del torero. Es incansable este hombre, dispuesto siempre a resucitar a un muerto.

El primero de Roca Rey se lastimó la mano derecha y todo acabó pronto; y el segundo de Urdiales, también. Únase a ello una corrida desigualmente presentada, descastada, blanda y aburrida, y se comprenderá que al aroma torero le concedieran una oreja y le pidieran las dos a la entrega juvenil.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. ¿Y el toro de Bilbao?

El dolor por la repentina e inesperada muerte del maestro Dámaso González estremeció el planeta taurino como un calambre desnudo del temple de su tauromaquia. Un minuto de silencio honró en Vista Alegre su memoria, que empataba su hombría en los ruedos y su ser de hombre en la vida.

Una ovación de rendida admiración empujó a Enrique Ponce a abrazarla desmonterado. La cosecha de la gloria sembrada 24 horas antes. Un toro alto, largo, montado y estrecho de sienes marcó con su escaso poder los tercios previos. No volvería a perder los apoyos en el molde de la templanza de Ponce. A ellas llegó berreón, descompuesto por la ausencia de fuerza y arritmíco. El tacto en las dobladas -portentoso el cambio de mano- y en dos series de derechazos calmos afianzaron la embestida, que contaba a su favor con la nobleza y la intención de humillar. Cuando EP presentaba la zurda, una voz inoportuna provocó que el torero se descarara. La serie de naturales brotó con largura, la última que el fondo limitado del toro admitió con continuidad. Un inmenso pase de pecho remató lo que ya no tenía remate. Ni apurando la ciencia poncista. Un pinchazo y una estocada antes de una nueva ovación.

El volumen concentrado en las bajas hechuras del segundo de Puerto de San Lorenzo lo coronaba una cara recogida. Como recogido es el toreo de Diego Urdiales. El sentido de la colocación, la pureza enfrontilada, se convirtió en la viga maestra de la faena. Urdiales afrontó su carácter paradote de tibia fortaleza desde la búsqueda del sitio exacto. Sobre la mano derecha, y a base de torearle primero en línea, el riojano alcanzó el punto curvo. Casi al unipase y nunca más allá de dos, o a lo sumo tres, muletazos seguidos, el clasicismo del embroque se hacía presente. Diego nunca pierde su brújula. Imposibilitado el toreo al natural por los derrotes, la naturalidad diestra siguió en el mismo son hasta la oreja apasionada. Desatada por una eficaz estocada contraria.

Los trémulos andares de un tercero sin tracción posterior los acabó de apuntillar la lesión de su “muñeca” derecha en los albores de faena. Si se cuentan los toros de Puerto de San Lorenzo que se dañan de tal manera, suman una legión. Roca Rey optó, en toda lógica, por abreviar.

Todo lo que la corrida de Lorenzo Fraile -y no toda- traía de toro de Bilbao en su pesaje se perdía por sus caras… Sevillanas, que diría Emilio Muñoz. Y de la entereza más vale no hablar. Verbigracia, el cuarto. La banda atacaba el pasodoble como podía entonar una marcha fúnebre en la labor de enfermero de Enrique Ponce. Pero de enfermero de la Unidad de Cuidados Intensivos. Moribundeaba el toro aun con la sedosa respiración asistida. Y se echó a la espera de la extrema unción. A su muerte definitiva asomaron, ¡ay!, algunos pañuelos pidiendo el trofeo. No es coña.

Despegado del piso, desgarbado, feo y estrecho, el quinto escribió un tratado de mansedumbre. Cabezazos defensivos, fugas y huidas. Un sufridera caótica la suerte de varas, sin una luz que apuntara el cambio de terrenos del piquero. No fue solución echarle el caballo encima más allá de las rayas. Diego Urdiales careció de la más mínima opción en la muleta con el bicho rajado, desabrido y repartiendo testarazos destructivos a diestro y siniestro. Para mal de males, también se lesionó. Cazar la estocada se tornó en difícil empresa.

Si la presentación del toro no puede fallar, en Bilbao menos que en ningún sitio. La carita lavada del degollado y huesudo sexto denunciaba que la seriedad bilbaína había salido de paseo por Guecho. Tras las notables verónicas de salutación y otra desordenada lidia, Roca Rey se apoderó de la embestida con el arma de la muleta a rastras. Que pulió defectos y acrecentó virtudes: nobleza y humillación. Y movilidad. Le funcionó la cabeza al torero limeño en la elección de los terrenos. Allá en los medios ligó la embestida creciente en su poderosa mano derecha, cimiento de la faena. Una espaldina sorprendió cuando decaía el ritmo. La estocada aseguró la oreja. Incluso pidieron la otra. Los pañuelos ayer también se aflojaban con facilidad. Como la descastada corrida de Puerto de San Lorenzo. Tan blanda como mal presentada.

La Razón

Por Patricia Navarro. La invención de Urdiales y el recreo de Roca

A Dámaso González tributó la afición el minuto de silencio. No encontrabas a nadie que escupiera palabra maldita. Grande dentro y fuera el maestro. Al cielo brindó Urdiales la faena del segundo del que paseó un trofeo. Labrado. Ocurrían muchas cosas en muy poco tiempo sobre la arena negra de Bilbao. Eso era lo bueno. No estaba la cena servida, había que cocinarla a fuego lento y el resultado no estaba asegurado. De bueno sacó el de El Puerto de San Lorenzo la virtud de descolgar y coger el engaño por abajo. Siempre. De malo que le costaba un mundo repetir, acobardado y agarrado al piso. No sabemos cuánto tardó en intuir que había perdido la batalla. De mimo fue la faena de Diego. Cruzadísimo, como si en ese paso más allá no anduviera cautivo el descenso a los infiernos en ese frente a frente con el toro. Valor austero para que fuera los vuelos los que alargaran un viaje del toro que no quería ir. Y así una y otra vez. Partitura por escribir. Armonía total que encontró en la estocada el desenlace a la medida. Un regalito fue el quinto, manso sin taparse, que no quiso caballo ni loco y se aventuraba antes a quitarse lo que encontrara a su paso del medio que a embestir con sentido de la bravura. Sin apenas castigo llegó a la hora de la verdad con Urdiales. Tuvo mal estilo el toro y además se partió una mano durante la lidia y a Diego se le atravesó la espada y de qué manera. Fue la tarde de pronto, papel prendido a mechero, y daba rabia porque no era un festejo cualquiera. Se veían las caras los triunfadores del ciclo y todo hacía pensar que no pisaban Bilbao para pasar la tarde.

Ni Ponce, casi tres décadas después de tomar la alternativa, igual ha tomado el camino inverso. Regresó a Bilbao 24 horas después y a pesar de que el primero tuvo nobleza pero rozaba la invalidez, dejó muletazos que querían descubrir la faena. Así fue el cambio de mano del comienzo y un ramillete de naturales que recordaban que Ponce estaba ahí, con la ambición intacta del día anterior.

No pudo hacer más con menos con el cuarto. Una pena ese imponente toro tan sumamente desfondado. Pero Ponce no quería renunciar. Y de ahí que lo intentara todo, a pesar de que el animal no se tenía en pie.

A Roca Rey le duraron las opciones cuestión de segundos. Apenas comenzaba la faena de muleta al tercero el toro se lastimó una mano y desapareció así cualquier pensamiento lúcido. La estocada le quedó arriba y a la primera. Decayeron los ánimos a velocidad de vértigo con el sexto. Y fue el que tenía premio. El que tuvo más ritmo y codicia de todo el encierro. Se reposó Roca en la faena y anduvo centrado, sobre todo por la derecha y más desajustado por la zurda, un tirón tenía su peaje. Fue un regalo con el contador puesto y no duró mucho, pero Roca apuró cada embestida con suavidad y temple y cuando al toro le flaquearon los ánimos resolvió en sus terrenos el desenlace que, además, encantó al público. La estocada sonó hasta la última fila y tocó pelo, a pesar de que se le pidieron las dos. Cambió la tarde. Esa en la que los toreros quisieron, a pesar de que casi todos los toros dijeron nones. También ocurre. Dos faenas dispares, pero salvadoras.

ABC

Por Andrés Amorós. Una ruina de toros

A la entrada de la Plaza, un grupo de antitaurinos me increpa: “¡Cómprate un libro!” Agradezco la sugerencia: no se me hubiera ocurrido… Intentaré hacerlo. Y, hasta, leerlo.

Después de la gran faena de ayer, aficionados y profesionales siguen hablando de Enrique Ponce. En la historia del toreo, ¿hay alguien que, a su edad, después de tantos triunfos, siga conservando esa afición, esa ilusión por torear? Yo no lo recuerdo. Ha vuelto ahora a Bilbao, una de «sus Plazas». Viene de estrenar su espectáculo «Crisol» (todo salió tan perfecto que ni quiera sus enemigos han podido criticarlo) y de indultar dos toros, en una semana: ¿quién es el guapo que lo ha hecho? En esta Plaza sigue exponiéndose la tremebunda cabeza de «Carjutillo», el toro de Samuel Flores que él lidió. Vuelve a Bilbao con responsabilidad de figura: dos tardes, con diestros bien valorados (Cayetano, Urdiales) y los dos jóvenes que más despuntan (Ginés Marín y Roca Rey). La primera tarde, deslumbra a todos, «domando» con suavidad – como Domingo Ortega – a un toro poco lucido. ¿Cómo no lo van a esperar con ilusión todos los aficionados? Se le recibe con una gran ovación. Y se guarda un minuto de silencio por Dámaso González, gran torero y hombre cabal.

El cartel es excelente, la entrada es buena, sin llegar al lleno; los toros del Puerto de San Lorenzo, encaste Atanasio, flojean lamentablemente; además, se lastiman tercero y quinto. ¿Qué les sucede? En los dos únicos que aguantan, Urdiales y Roca Rey cortan un trofeo.

El primero flaquea de salida , se orienta, queda corto, se orienta. Brinda por el micrófono de la tele. (¿Por qué no se conecta con el de la Plaza, para que se enteren también del brindis los que han venido, no sólo los que ven la corrida desde casa?). Protesta cuando Ponce lo sujeta primorosamente. Pero las embestidas son muy cortitas. Una lección de torería con un toro flojo y descastado. Contesta al grito de un patoso, levanta un clamor. Logra una gran estocada, a la segunda. El cuarto flaquea y gazapea; pasa por allí sin casta ni fuerza. Vemos otra vez al Ponce admirable enfermero. Por grande que sea su maestría, ha de llamarlo varias veces para que se mueva un poquito (“¡je…je…je…!), esforzarse para mantenerlo en pie. Para mí, es una pena, aunque suene la música y lo aclamen. Al final de una hermosa serie, el toro claudica y se tumba. Torear «eso» no tiene sentido. Se va con el cariño de la gente pero, por la flojera de los toros, no ha podido refrendar el gran triunfo del día anterior. ¿Por qué no se ha anunciado con otra ganadería? Él sabrá…

También el segundo flaquea y protesta pero va más largo y humilla. Brinda Urdiales al cielo. Cuando se acopla, muy animado por el público, traza muletazos con clase pero discontinuos, con algunos sustos, porque el toro repone. Avanzada la faena, logra ligar, aunque el toro rueda por la arena. Mata con decisión: oreja. El quinto blandea y mansea. El aburrimiento cunde. Y la indignación, cuando no se respetan las rayas de picar. Huyendo de la muleta de Urdiales, también se lastima una mano. Diego, sin confiarse, mata a la quinta.

Flojea mucho el tercero: no cabe toreo de capa y la suerte de varas, mínima, es una parodia. Todo se reduce a la muleta: ¡qué pena! Al tercer muletazo, ya flaquea. Roca Rey lo ve claro, hace lo adecuado, pero el toro se lastima la mano derecha y corta. Mata con facilidad. «Rien de rien», diría un castizo de Arniches. Al sexto pitan de salida, cuando huye del capote; se parte el palo, apenas lo pican. Roca Rey muestra su cabeza clara y su capacidad: lo mete en la muleta, liga muletazos mandones, alegra al público, con alardes, y mata con rotundidad: oreja. (Hace bien el Presidente en no conceder la segunda, excesiva).

Como se han cortado dos trofeos, una parte del público sale contenta. Con tan escasa exigencia, así nos va… Buscando al toro que «se deja», caemos en este desastre. Los toros flojos, descastados, son la ruina de la Fiesta. ¡Qué pena no ver a Ponce – y a los demás – con un toro bravo!

Postdata: Me cuenta Manuel Vázquez, hijo del inolvidable maestro sevillano, la primicia de que su hijo va a debutar en el tradicional festival de Higuera de la Sierra, el 16 de septiembre. En el cartel, de nuevo, irán juntos un José Luis Vázquez y un Manolo Vázquez: ¡cuántos recuerdos!… Luego, la realidad mandará, como siempre. De momento, ilusiona la continuidad de una de las más grandes dinastías del toreo.

26_agosto_17_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)