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Real Maestranza de Sevilla

Viernes, 5 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés, el 3º devuelto y el sobrero, 3º bis muy bueno, el 4º, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre, 2º y 5º de embestida descompuesta y con peligro.

Diestros:

Sebastián Castella: de malva y azabache. Pinchazo y estocada honda caída y tendida (silencio). En el cuarto, estocada trasera y atravesada y tres descabellos. Aviso (vuelta al ruedo).

José María Manzanares: de celeste y oro. Espadazo. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada algo contraria (saludos).

Andrés Roca Rey: de verde botella y oro. Estoconazo al encuentro. Aviso (dos orejas). En el sexto, tres pinchazos y estocada contraria y varios descabellos. Aviso (ovación de despedida).

Banderilleros que saludaron: José Chacón

Presidente: José Lúque Teruel

Asistente artístico: Luis Arenas

Tiempo: nublado, con viento, en el 6º toro comenzó a llover.

Entrada: Lleno

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20175/5/20170505220935_1494015135_video_2096.mp4

Galería de imágenes: https://plazadetorosdelamaestranza.com/roca-rey-corta-dos-orejas-sale-hombros/

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Roca a un paso, Castella faenón

La corrida del viernes de Feria, con el papel vendido hace semanas, parece que el que tiene más tirón taquillero en la Maestranza es el joven Roca Rey, pudo ser triunfalista y no lo fue. Los toros de Victoriano del Río, mansones en general, unos cantaron antes y otros después. Salvo el cuarto un buen toro con codicia y transmisión al que dieron vuelta al ruedo por esas virtudes. Castella estuvo muy bien toda la tarde, con el imposible primero y con faena de calidad, naturalidad y gusto en el quinto, to que le habría valido dos orejas de no fallar con el descabello. Manzanares no tuvo lote: corriendo detrás del primero y tratando de arreglar al cuarto. Roca Rey hizo faena de gran mérito al rajado tercero al que enceló, sometió y sacó la buena embestida que tenía muy oculta. El que tardara en doblar no impidió el doble trofeo. Y hubiera redondeado la tarde si mata al sexto tras una faena bajo la lluvia en la que privaron las ganas y la decisión. En fin que no se redondeó la tarde por culpa de los toros y los aceros. Y ya quedan solo dos citas para que haya una tarde triunfal y un triunfador del serial. Difícil se pone la cosa.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Roca Rey roza la Puerta del Príncipe

La plaza fue un volcán en varios momentos de un espectáculo que se saldó sin más trofeos por los aceros. Roca Rey rozó la Puerta del Príncipe tras cortar dos orejas al tercer toro. El público estaba entregado para conseguir otra del sexto, pero falló con la espada. Castella, que dio una gran dimensión, cuajó una faena excelsa y tiró por la borda un gran premio por el fallo con el verduguillo. Manzanares, con el peor lote, se mostró voluntarioso.

En el balance, con lleno de No hay billetes se lidiaron cinco toros de Victoriano del Río y uno, como tercero bis, de Toros de Cortés. El cuarto fue premiado con la vuelta al ruedo póstuma, de manera exagerada. Sebastián Castella, silencio y vuelta al ruedo tras aviso; José María Manzanares, saludos tras ovación con aviso y saludos tras ovación; y Roca Rey, dos orejas tras aviso y palmas tras aviso. En banderillas, José Chacón, que cuajó un gran par, saludó en el cuarto toro. El viento molestó en muchos momentos de la lidia. Llovió en el sexto.

Roca Rey conquistó al público en el tercero bis, que sustituyó a un ejemplar devuelto por su flojedad. Dejó crudo al toro en varas, tercio que resultó un paripé. El burraco manso, metía bien la cara tras la franela. Y el limeño, con valor y exposición, tras un inicio por alto y un muletazo por la espalda que metió miedo al personal, se fue de inmediato junto a toriles para con el soporte del aguante y la ligazón calar en el público, especialmente con la diestra. Cerró con circulares invertidos. Intercaló en las tandas varias arrucinas que asustaron al público, que ovacionó de principio a final la faena. Mató de una estocada al encuentro. Importante y decisiva la actitud del peruano al irse junto a toriles y luchando también contra el viento, hacerse con las embestidas del manso.

El peruano tenía entreabierta la Puerta del Príncipe y salió a por todas en el sexto, un toro mansote. El trasteo, bajo la lluvia, se fue aguando por un toro sin entrega. Aun así, el torero consiguió que el público aguantara, siguiera y empujara para que el éxito rotundo se cumpliera. Se preveía la tercera oreja como pasaporte para la mítica puerta principesca. Pero el espada perdió premio por el desacierto con los aceros.

Sebastián Castella tuvo en suerte el premio gordo de la lotería con el castaño cuarto, un gran toro en la muleta, al que por cierto tampoco se le picó. El francés concretó un valioso quite por chicuelinas molestado por el viento. Con un astado de los que descubre a los toreros, Castella cuajó una faena excelsa, cargada de matices y recursos. Una faena presidida por el toreo despacioso y la elegancia y en la que la mayoría de muletazos con la diestra, largos y mandones, fueron extraordinarios. Los cambios de mano para ligar o pases del desprecio fueron orfebrería de lujo. Cerró con arriesgadas manoletinas. El premio era grande… pero tras una estocada entera trasera, el toro no caía. Castella lo finiquitó con tres descabellos y el premio quedó una vuelta al ruedo tras una ovación enorme. Sin que nadie lo pidiera, el presidente, José Luque, premió con la vuelta al ruedo a un toro que había dado un gran juego en la muleta, pero en el que no se comprobó su bravura en el tercio de varas para tan importante premio.

Con el que abrió plaza, un ensabanado, capirote, salpicado, que resultó muy tardo, distraído y que se lo pensó en la muleta, Castella, añadió a su extraordinario valor una gran entrega sin poder obtener fruto.

Manzanares, con el peor lote, se mostró voluntarioso. Expuso ante el mansísimo segundo, al que pudo sacarle tres tandas con la diestra, cortas y meritorias hasta que el animal se refugió en tablas.

El quinto fue un manso de libro. Huía al sentir el hierro. Le picaron más allá de las rayas. Para más inri, por el izquierdo reponía. Manzanares se empleó en un trasteo descafeinado.

En esta decimosegunda de abono vivimos una de las tardes más interesantes de esta feria que enfila su recta final en una tarde en la que Roca Rey estuvo a punto de abrir la Puerta del Príncipe y en la que Castella cuajó una excelsa faena.

El País

Por Antonio Lorca. Roca Rey provoca una convulsión

La ilusión desbordante, la quietud, la valentía, el mando, y la torería, también, del joven torero Roca Rey provocaron una auténtica convulsión en la Maestranza y despertaron a los tendidos de la somnolencia provocada por los mansos toros de Victoriano del Río.

Todo sucedió en el tercero de la tarde. El torero peruano recibió con aceptables verónicas al sobrero que sustituyó a un inválido. Tras un simulacro de segundo tercio, Roca Rey plantó las zapatillas en el albero e inició la faena de muleta con estatuarios, derecho como una vela y una manifiesta disposición para aguantar la áspera condición del animal.

Cuando volvió a citarlo con la mano derecha, el toro lo miró asustado y emprendió una huida desesperada hacia la zona de chiqueros. Allí lo buscó el torero, le bajó la mano y lo mandó y obligó a embestir en una tanda emocionantísima de redondos en la que destacaron el pundonor, el arrojo, el dominio y la hondura. Y ese solo fue el aperitivo de otra más, del mismo tenor, que provocó el entusiasmo de una plaza rendida a los pies del torero. Los naturales siguientes, hondos, largos, hermosos y magníficamente abrochados con el de pecho confirmaron el estado de gracia que provocó una verdadera convulsión en la plaza con los circulares finales, seguido de un arrimón previo a una estocada ligeramente caída que no impidió que paseara con merecimiento las dos orejas.

Otra lección de pundonor dio ante el manso y acobardado sexto, ante el que se jugó el tipo sin cuento y mandó en varias tantas preñadas de búsqueda desesperada del triunfo. El fallo a espadas le cerró la Puerta del Príncipe.

En cuarto lugar apareció otro al que le concedieron la vuelta al ruedo tras una pelea de manso declarado en el caballo, prueba evidente de la desaparición efectiva del segundo tercio en la tauromaquia actual. Confundió el presidente la extraordinaria nobleza del toro en la muleta con una bravura inexistente, y nadie se llamó a engaño. Lo veroniqueó con gracia Castella, se lució José Chacón en un par de banderillas, y toro y torero protagonizaron un emotivo y cálido tercio de muleta en el que sobresalieron la fijeza y la embestida humillada del primero, y el toreo templado y lúcido del segundo, muy seguro con ambas manos. Alargó innecesariamente la labor con unas insulsas manoletinas y falló con el descabello, por lo que el merecido premio quedó en una vuelta para Castella, —un trofeo menor—, y otra para el toro, que no la mereció. Ante su primero, manso y remiso, solo pudo justificarse.

El peor lote —manso, huidizo y sin calidad— cayó en manos de Manzanares, quien destacó en algunos trazos de buen toreo con la mano derecha.

La Razón

Por Patricia Navarro. Roca y Castella, las dos caras del triunfo en gran tarde

Al peruano Roca Rey se le espera. Es la savia nueva que necesita el toreo. Refrescar el escalafón como en las ganaderías se refresca la casta, la sangre. Suele ser aval de triunfo por esa capacidad infinita, tremebunda en ocasiones, de jugarse los muslos sin la menor intención de rectificar. Torea sin el cuerpo, se olvida de él. Apenas duró el primero suyo en el ruedo, pero le esperaba un sobrero de Toros de Cortés que le valió para hacerse príncipe de Sevilla en presencia de Manzanares. Se intuía. Y por eso la gente viene a verle. Fue nada más acabar la primera tanda cuando el toro pegó una estampida hacia toriles despejando cualquier duda acerca de su mansedumbre. No contrarió Roca la ley de los terrenos y entre las rayas le buscó la faena. Ahí el toro se entregó con una codicia y transmisión tremenda y nos sobrevino con todo su peso a cuestas la emoción. Ganó la faena en cuanto el toro redujo velocidad y entonces cumplimos el sueño del toreo. Embarcado el toro, ligado, desenvuelto el torbellino en tandas intensas. Cuajó algunas pletóricas y antes de lo deseado, hablo por mí, en mitad de la catarsis, tiró del repertorio de circulares y arrucinas, que animan la fiesta y contagian la emoción al tendido, pero deja poco a poco huérfana de contenido a la faena. En el espadazo tenía la victoria. Y no lo iba a pasar por alto. Ni un segundo. Con todo, detrás de todo, entró la espada y paseó el ansiado premio de las dos orejas que siendo el primero de su lote dejaba a medio abrir la soñada Puerta del Príncipe de Sevilla. Empezó a llover cuando salió el sexto. Nos resistíamos a abandonar el asiento. Ver si se cerraba el círculo sagrado merecía la pena. El sexto manseó también y soltó la cara después. No era tarea fácil. Desagradable aquello mientras vislumbrábamos, simbología pura, cómo se echaba el cerrojo de nuevo de esa Puerta del Príncipe por la que mueren los toreros. Y todos los que alguna vez soñaron con ello. La espada, además del fallo, le puso en situación difícil. Ahí el toro desarrolló mala clase dentro de su mansedumbre.

De la suavidad se adueñó Sebastián Castella con el quinto. El comienzo lo tuvo todo. Era seda. Seda frente al toraco que convirtió la mansedumbre que habíamos visto en otros en bravura. Barbaridad de toro con un descomunal pitón izquierdo, por donde hacía un viaje hasta el infinito y más allá. No se cansó nunca y la faena de Castella fue intensa, suave y bien hilada con algún que otro altercado que no nos permitía olvidar que allí abajo había un toro bravo con todos sus matices. Le fluyó el toreo sobre todo por la derecha, a pesar de que por el zurdo era sensacional, pero donde brilló gozándolo fue en los cambio de mano. Poderosos y largos. Bellos. “Derramado” mereció todo. Y Castella se lo quiso dar. La estocada punto trasera le obligó a usar el descabello y se desmoronó de pronto el castillo de naipes que había construido. Afrontó con verdad su salida a escena con una portagayola, que asustaba por la soledad, la de siempre, y porque el viento hacía de su única defensa, el capote, un trapo poco armado al que acogerse. Apenas pudo dejar después un quite por chicuelinas. El bello ejemplar de Victoriano, ensabanado y salpicado, se puso de nones demasiado pronto.

Manzanares fue príncipe destronado. Renunció a la pelea el manso segundo que se rajó enseguida y dejó una faena intermitente al quinto, repetidor, pegajoso y con su punto de genio. Fue a mitad de labor cuando se acopló con él y se desdibujó después con las muchas complicaciones al natural.

Roca Rey estuvo más cerca que nunca de la Puerta del Príncipe. Más cerca de lo que hemos estado en toda la feria. Nos duró la ilusión y la emoción de algunos pasajes. Dos trofeos le enmarcan para la historia. La otra cara se llevó el francés Castella. Un toro extraordinario. Una espada roma… Moría la tarde bajo la lluvia. Una gran tarde. Y lo que pudo haber sido.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Roca Rey se queda en el umbral de la Puerta del Príncipe

El Cóndor del Perú sobrevoló la Maestranza. Con la majestuosidad de los grandes. Contra el viento inclemente y el destino a favor. La diosa Fortuna manejó a su antojo la devolución del Toro de Cortés, y convirtió al cuajado sobrero del mismo hierro en el arma perfecta para Roca Rey. Que hiciese por rajarse como asustado del valor clavado de los estatuarios y la espaldina explosiva propició que el peruano acudiese a buscarlo a sus terrenos de fuga. Frente a toriles. Y allí lo ató a su poderosa derecha por abajo. Que era donde el toro colocaba la cara. Desde las lejanas verónicas de rítmico juego de brazos. Vibraba Sevilla en la ligazón de Roca Rey. En la repetición vibrante del manso. Joder con el manso. Tiró de la embestida al natural con la ayuda de la espada simulada. La fiereza del airazo incordiaba con dientes de cuchillo. Un pase de pecho inmenso barrió de pitón a rabo el lomo entero del toro. Precedió el monumental obligado a una serie soberbia de derechazos, arrastrada la muleta, acinturado el torero, hundido y fundido con su destino. Funcionó la cabeza con el privilegio de los elegidos. Y supo que prácticamente ya había que cerrar el círculo. El toro lo pedía. Las arrucinas y los circulares invertidos avivaron el incendio. Como lo atizó el espadazo al encuentro. Del frío del acero y el aliento de la muerte, huyó toda la mansedumbre espantada. Y en tablas se amorcilló. La demora en doblar no evitó lo inevitable, y las dos orejas cayeron con fuerza incontestable.

Como si hubiera cambiado el sino de la corrida, saltó al ruedo como cuarto el toro de la feria. Un castaño hechurado de perfecta armonía. Derramado embistió con la bravura tamizada por la calidad, por el ritmo, por el tranco. La fijeza, la prontitud, la alegría del galope en banderillas. Chacón se asomó al balcón con empaque. Y Sebastián Castella se prometía el paraíso cuando acompasó su diestra con tersura y largura. Como aquella primera mitad de la faena. Desde los ayudados, trincherillas y desdenes de la obertura. Aunque se sintiese la necesidad de reducir la velocidad o vaciar por debajo de la pala del pitón el penúltimo de cada ronda antes de ligar el pase de pecho. El paso por la mano izquierda apuntó un bajón. Que apuntaló un desarme. Todavía Castella volvió a remontar. Tan empujado por la inercia de Derramado. O de la plaza. La espada arruinó con su colocación trasera y atravesada el triunfo presentido. O lo arruinó el descabello. ¿De dos orejas el premio? Por cómo estaba la gente de embalada puede; por el desarrollo de la faena tal vez no. El pañuelo azul concedió a Derramado el priviegio de la vuelta al ruedo en el arrastre; Sevilla obligó a Sebastián Castella a pasear su anillo en compensación.

El viento feroz asustaba en los albores de la tarde. Sebastián Castella desafío a los elementos y marchó a portagayola. El capote no se aposentaba en el albero. Tremolaba con las rachas que lo levantaban. Un sombrero azul voló hasta la misma boca del túnel negro. El blanco toro apareció como un susto. Ensabanado, capirote, largo y montado, oteó el horizonte desde las alturas con su cara de listo. Castella lo esperó como un preso encadenado a la bancada de la galera. Cuando libró la larga cambiada, tan ajustada, la plaza respiró con una sensación de alivio. A aquella viveza le sopló unos cuantos lances antes de que se fugara. Nada más ver a los caballos por la puerta atacó. José Doblado trató de frenar el encontronazo con una vara defensiva. No evitó el derribo atronador. Doblado escapó íntegro de milagro, atrapado como estaba debajo del tanque. El toro le pasó por encima como espantado. Josele lo picó en su sitio. Ni aun así descolgó nunca el ejemplar de Victoriano del Río, emplazado y desafiante. A los avíos se venía sin irse. Ni por los caminos que le abrió José Chacón. Su jefe de filas le provocó su tarda y escasa fijeza en la apertura de faena. Constantemente se quedaba por debajo. Y Eolo enredando. Le Coq, sin quebranto de ánimo, no alargó lo improrrogable.

El zancudo, alto y hondo segundo pegó varios frenazos en el capote de José María Manzanares apoyado en las manos. Del peto se escupió como alma que lleva el diablo. Roca Rey intervino por tafalleras y caleserinas en un quite sin final: la brújula del toro marcaba las tablas. Y hacia allí apretó con fiereza cuando Suso quería cerrarlo de una mano. Alcanzó el callejón de milagro. Manzanares se puso muy firme con la muleta ya en la derecha. Entre las oleadas de toro y las del viento, el tipo ni se inmutó. Arreaba el genio descompuesto y rebrincado con fuerza huracanada. Ondeaba la tela como una bandera. Fueron tres series de una importancia bárbara. De una emoción que acongojaba. Cuando le presentó la izquierda, huyó el manso, rajado y rendido. En el sentido de las vueltas al ruedo. El matador lo pasaportó con una contundencia que no se hacía fácil tampoco. La Maestranza le reconoció los méritos contraídos con una entregada ovación.

José María Manzanares sufrió un sorteo infame: el manso quinto era una prenda. Un cabrón con pintas ante el que no tiró la toalla en ningún momento. Encajó los recados envenenados con entereza de hombre.

Como episodio postrero de tanta emoción se esperaba la Puerta del Príncipe. Otro toro que manseó como loco. Recorrió kilómetros como Indurain. Roca Rey atacó sin encontrar el empleo. La determinación por encima de las condiciones del enemigo. Que se desentendía de la muleta finalmente. Los fallos con el acero arrasaron con todo como un tsunami. El portón de la gloria entreabierto se volvió a clausurar. Como consolación, lo elevaron a hombros por la puerta de cuadrillas. A estas alturas, mejor a pie.

ABC

Por Andrés Amorós. Roca Rey conquista Sevilla

Una tarde de auténticas emociones taurinas: Roca Rey corta dos orejas a su primer toro y se queda al borde de abrir la Puerta del Príncipe. Al magnífico cuarto toro de Victoriano del Río se le da la vuelta al ruedo y Castella pierde los trofeos por los aceros.

El primer toro, ensabanao salpicao, es una preciosidad, digno de un Museo de Ciencias Naturales. En cuanto ve al caballo, embiste, derriba y salta por encima del caído picador. Como flaquea, quiere Sebastián cambiarlo con una sola vara, después de esto ; acierta el Presidente José Luque Teruel (hijo del inolvidable Andrés Luque Gago) al negarse. En la muleta, la res tardea y se apaga. Castella está firme y tranquilo pero no logra el lucimiento. Mata mal.

Tiene la gran fortuna de que le toque un toro extraordinario, el cuarto, “Derramado”, castaño, de 520 kilos, que va derramando bravura por el albero: es suave en el capote; va bien al caballo; galopa en banderillas (saluda Chacón); en la muleta, no se cansa de embestir, de largo y en corto, humilla, hace el avión… Todo un repertorio de virtudes. Castella torea reposado, con gusto, sintiéndose, aprovechando la gran nobleza del toro, con todo su repertorio. (Sólo le sobran las manoletinas finales, impropias de una res de esta categoría). Tenía ya las dos orejas en el bolsillo pero las pierde por el descabello. Se le da una merecida vuelta al ruedo al gran toro.

En su última tarde de la Feria, a Manzanares le tocan los dos toros menos lucidos. El segundo es brusco, derriba al caballo pero sale de naja; en banderillas, aprieta y corta el viaje. Manzanares, molesto por el aire, lo mete bien en la muleta, con un toreo pausado, muy técnico y también emocionante, por las dificultades del toro, que está a punto de sorprender al diestro varias veces, hasta que se raja totalmente a tablas. Mata con su gran facilidad. (Podría entonar, como tantos tenores, la romanza de “El huésped del sevillano”, de Luca de Tena, Rioyo y el maestro Guerrero: “Fiel espada triunfadora / que ahora brillas en mi mano”). En el quinto, como diría un castizo, ídem de lienzo: sale coceando del caballo, se queda corto, rebrincado, pega cabezazos, como una devanadora. José María no se inmuta: con facilidad y empaque, lo mete en la muleta, por la derecha, logra algunas series buenas. Por la izquierda, el toro no tiene ni un pase y le da varios sustos. Esta vez, pincha, antes de la estocada.

Ahora mismo, el peruano Andrés Roca Rey es el nuevo fenómeno que todos los públicos quieren ver: los entendidos, para valorarlo; el gran público, para comprobar si es cierto lo que cuentan de su valor. No tuvo suerte, como sus compañeros, el Domingo de Resurrección pero esta tarde da un paso importante en su carrera: corta dos orejas al tercero, el sobrero “Soleares”, de casi 600 kilos, pone de pie al público. Lo suyo – con viene aclarar – no es sólo valor, que lo tiene de sobra; tiene también mucha cabeza. Por eso, no se emperra – como algunos - en la faena preconcebida sino que varía con rapidez, según la lidia lo vaya pidiendo. En cada momento, sabe dar al toro – y al público – lo que están pidiendo.

Recibe al tercero con buenas verónicas; como flaquea, lo deja casi sin picar. Liga los estatuarios con un cambiado por la espalda que sorprende. Pero hay otra sorpresa mayor: cuando lo cita, el toro sale huyendo del diestro. (Comentan mis vecinos guasones: “¿Le ha dado miedo del torero? ¿Le habrá dicho alguna picardía?”). Sin empeñarse en cambiarlo de terreno, donde el toro quiere – la receta que propugnaba Marcial Lalanda – impone su mando, le deja la muleta en la cara, liga los derechazos de mano baja con arrucinas, le busca las vueltas. El público se ha puesto en pie, entusiasmado. Entra a matar con fe y, aunque el acero queda algo desprendido y la res se amorcilla, acierta el Presidente (esta tarde, sí) al concederle las dos orejas.

Todos desean que corte un trofeo más en el último pero es muy huído, se para, no permite el lucimiento. Esta vez, demuestra su corta experiencia al demorarse, con los aceros. Pero ha conquistado Sevilla con su pasión contenida, que une cabeza y valor. ¡Cómo hubiera disfrutado esta tarde su paisano Mario Vargas Llosa!

Sevilla Temporada 2017

5_mayo_17_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)