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CURRO ROMERO

El día que selló la carta de amor

Por Luis Carlos Peris

LLEGADO a este punto se agotan los calificativos, todos son pocos en el recuerdo de la tarde en que la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla se iba a convertir en un manicomio desde el paseíllo hasta que el sumo sacerdote que ofició el rito iba a hombros de Sevilla por las calles de Sevilla. Fue en uno de esos tres jueves que entonces relucían más que el sol, el de la Ascensión, para que Curro Romero se entretuviese en cortarle ocho orejas a una corrida de Carlos Urquijo de Federico.

La historia de este singular acontecimiento viene propiciada por la jugada que urde José Ignacio Sánchez Mejías con la imprescindible colaboración de Diodoro Canorea. El apoderado, tras una Feria poco propicia para Curro, plantea una revancha en forma de encerrona. Y así, antes de que haya hecho un mes del agravio llega el desquite. Y es que a Curro, en su última corrida de Feria, le han dicho una guasa que le ha escocido. Con Camino dispuesto a quitar por chicuelinas en el sexto, una voz salió del tendido estentórea. “¡Curro, ya vendrá el verano!”. Era un eslogan televisivo en el anuncio de un frigorífico. Y lo peor de todo es que Curro se dio cuenta de que su paisano hubo de taparse con el capote para no desvelar su carcajada.

Total que las cosas iban a contraestilo, de ahí que procediese el desquite. Pasaban los días que acercaban el suceso y surgían ideas para adobar el espectáculo. Primero se pensó en que lo abriesen Ángel y Rafael Peralta; más tarde en que la pareja de banderilleros de moda, Julio el Vito y Luis González, pareasen a los seis. Pero Curro dijo que nones y que, para bien o para mal, él iba a acaparar todo el protagonismo de la tarde.

La primera impresión no fue mala, pues las entradas se agotaron en unas horas para que el anhelado cartel de no hay billetes presidiese las taquillas, que se acabaron ya en Contaduría, a la sazón en la calle Zaragoza. La cosa no iba mal, nada mal, y cuando Curro, de azul y oro, aparece en la puerta de cuadrillas, Sevilla es un clamor empujándole al triunfo. Y aquí, en este mismo momento, es cuando hay que solicitar ayuda para dar con la cantidad de adjetivos que aquella actuación del Faraón pide a gritos.

Quizá proceda a relatar la actuación para que las generaciones actuales tomen conciencia de lo que fue aquello. El primer toro se llamaba Majuelo y era negro como todos sus hermanos. Derribó y Curro lo cambió con un solo puyazo. Brindó a la plaza y la faena sería como un aperitivo ya deslumbrante para lo que había de pasar. Faena en la que aunó empaque y filigrana, finura, majestad y mucha variedad. Estocada fulminante, aquello es un hervidero y primera oreja al esportón.

El segundo atendía por Placentero y tenía bragas. Como en todos los toros, la cuadrilla sólo intervino con los palos. A todos los paró Curro entre las rayas y éste fue tres veces al caballo para que Duarte y Muñoz banderilleasen con brevedad. Faena de ayudados por bajo y por alto, series de redondos inacabables, otro espadazo y las dos orejas. El ambiente, caldeado desde primera hora, iba tomando una temperatura altísima y la vuelta al ruedo es un clamor de Sevilla entregada al que por siempre y para siempre iba a ser su torero.

El tercer toro se llama Pachón y en el recibo le sale a Curro por las muñecas la verónica. Invita a José Morán Facultades a que haga un quite y éste se luce. Vuelve el delirio, pero el toro tiene poca fuerza y la faena ha de desarrollarla toda a media altura, que hay que ver cómo toreaba Romero a media altura. Lo mata de estocada y otra oreja a sus manos.

El cuarto toro, de nombre Señorito, es el garbanzo negro de la boyante corrida murubeña. Se queda debajo y el público le demanda a Manuel Zambrano, el presidente, el pañuelo verde. Y es que era muy flojo de patas, por lo que la gente se enfadó con el palco. Curro apeló a molinetes, ayudados y desplantes para despenarlo de media estocada. En este toro no hubo trofeos y sólo pudo dar Romero la vuelta al ruedo.

La tarde estaba embalada, pero lo mejor estaba por llegar. Lo que Curro Romero cuajó en los dos últimos toros sólo puede comprenderse desde la ensoñación más calenturienta. A Lentisco lo lanceó soberanamente a la verónica para saludar desde los medios montera en mano, se lo brindó a María Teresa Pickman y, tras una sinfonía torera coronada de estocada, paseó las dos orejas en una vuelta al ruedo en la que se hizo acompañar del mayoral de la ganadería de Juan Gómez.

Y si lo del quinto no tiene palabras que lo explique, lo que cincela con el sexto, Pesador, fue el culmen. Cuando remató el quite con una larga cordobesa no tuvo más remedio que dar la vuelta al ruedo. La larga que así versaba José Bergamín: “El torero en la larga no se larga, se queda, y no se queda corto ni largo, sino justo, exacto, medido, fatal”. Faenón con la muleta que superó a todas las demás y cuando mata de estocada fulminante se abronca al palco por no darle el rabo. Tres vueltas al ruedo en hombros de fervorosos aficionados, no de costaleros mercenarios, y así por la Puerta del Príncipe para llevarlo en volandas hasta el Hotel Colón.

Ahí, en esa tarde calurosa y luminosa del día de la Ascensión de 1966 no es que se labrara la leyenda del novio más duradero que jamás tuvo la Sevilla torera. La leyenda ya estaba labrándose y lo que esa tarde se confirmó fue el juramento de amor eterno entre una ciudad y un torero; un amor que sigue latente y con sus legiones de partidarios multiplicadas por el alistamiento a filas de gente que nunca tuvo la fortuna de verle hacer el paseo y… el toreo.

Texto de Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla, 26/04/2012


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el_dia_que_sello_la_carta_de_amor.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:16 (editor externo)