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Alejandro, El Sirio

Alepo (Siria) en 1982

Debut de luces: septiembre de 2007.

Temporada 2011: se incorpora a la cuadrilla de Román.

Temporada 2012: lidió su primera novillada con picadores en Algemesí junto a Román Collado “Román”.

Otros datos: de nombre Hazem Al-Masri, en el año 2000, cuando etudiaba Turismo en Alepo, decide venir a España para ser torero tras haberse acercado a la tauromaquia a través del canal internacional de TVE. Llegó a Valencia y allí comenzó a ser torero en la Escuela Taurina de Valencia. Su primer maestro fue Victor Manuel Blázquez. Trabajó de fontanero, electricista, recogedor de naranjas…

Ovación en Las Ventas para un torero de Alepo

El País, 1/12/2016. Por Antonio Lorca. Hazem Al-Masri (Alepo, 1982) iba para experto en turismo sirio y ha acabado de torero en España. Vestido de plata y a las órdenes del diestro valenciano Román, debutó en la plaza de Las Ventas el pasado San Isidro, y el entusiasmo del público le obligó a saludar con la montera tras un par de banderillas.

Un éxito sin precedentes para quien solo unos años antes vivía en su Alepo natal y contempló por primera vez una corrida de toros por TVE Internacional. “Solo era un adolescente, pero quedé muy impresionado por aquellas imágenes”, cuenta Hazem desde Algemesí, donde vive ahora. “No sabía quién era el torero, no entendía nada, llegué a creer que era un juego de magia, pero me pareció algo único, con mucha belleza y verdad”.

Cuando cumplió los 18 dejó los estudios de Turismo y viajó a España, convertido en un maletilla emigrante con la ayuda de unos compatriotas afincados en Valencia, que le ofrecieron un visado turístico y trabajo en un almacén de material electrónico. En Siria quedaron su padre, médico ya fallecido, y su madre, residente ahora en España.

“Llegué a este país con la idea de ser torero, impactado por lo que había visto en televisión. Me gusta el riesgo y me considero valiente. El problema es que no conocía el idioma, ni sabía dónde se podía estudiar para hacer el paseíllo en una plaza”. Antes de nada, cambiar de nombre: “Hazem no te pega, me dijo un amigo; mejor, Alejandro. ¿Te parece bien? Y desde entonces, todos me llaman así. Lo de El Sirio llegaría después, y así se me conoce en el mundo del toro”.

Pasaron cuatro años, aprendió el castellano con un sorprendente desparpajo, y se presentó decidido en la Escuela Taurina de Valencia, donde el director trató de explicarle que con 22 años no se pueden iniciar los estudios de torero. “Yo me sentí mal. No entendía cómo podía ser tan difícil algo tan típico de España. Pensaba que querer ser torero sería algo muy normal”.

Tras el fracaso escolar, lo intentó en la plaza de toros, donde entrenaban los toreros de la tierra. Tanto insistió Alejandro, que permitieron que acudiera algunas tardes para aprender el toreo de salón. Allí, durante dos años, alcanzó a distinguir un capote de una muleta, una verónica de una chicuelina, aprendió a torear y comprendió, también, que nunca debutaría como novillero.

“Así es; me lo dijo mi maestro Víctor Manuel Blázquez. Se me había pasado la edad. Y él me indicó que lo mejor era intentarlo como banderillero”.

Con Blázquez debutó en 2007 en un festival sin picadores, vestido con un traje corto prestado por su mentor. Ese mismo año, invirtió 1.200 euros en un vestido azul marino y plata y se sintió torero en Utiel.

Alternó el aprendizaje con festejos sin caballos, siete u ocho al año, hasta que en 2011 sustituyó a un compañero enfermo en la cuadrilla de Román, que debutó con picadores en septiembre. El 1 de julio de 2014 pisó el albero de la Maestranza en la cuadrilla del novillero Fernando Beltrán, “una ocasión única, maravillosa, que nunca se me olvidará”; este año, tres tardes en Madrid, y, en el horizonte, un futuro esperanzador junto a su actual jefe de filas.

“Me queda mucho por aprender, pero no quiero conformarme con ser uno más. Este es un mundo grande y muy bonito, pero muy exigente. Me gustaría que Román alcanzara la consideración de figura y que yo siguiera en su cuadrilla. Sería un orgullo para mí”.

Alejandro ha debido compaginar hasta ahora su vocación taurina con diversos trabajos (“soy un luchador”, asegura), es feliz en España vestido de torero, pero asegura que no ha olvidado sus orígenes.

“No sufrí la guerra, y mis recuerdos pertenecen a un país tranquilo, sin paro y con gente muy amable”.


El Sirio, historia de un torero venido de Alepo

ABC, 30/03/2023. Por Rosario Pérez. Cogió el petate y recorrió cinco mil kilómetros, la distancia que separa Siria de España. Desde Alepo llegó el joven que conocía los poemas de Adonis pero nada sabía de la sangre derramada de Lorca. Hasta que un día, con catorce años, se topó con una corrida en el canal internacional de RTVE, cuando la cadena pública daba toros, claro. Así arrancó la historia taurina de Hazem Al-Masri, conocido en los carteles como Alejandro 'El Sirio'. Y así la recuerda el hoy banderillero: «Yo vivía en Alepo con mi madre y mi abuela. En mi ciudad se puso de moda instalar antenas parabólicas en las casas, me puse a ver canales y vi que daban toros. No sé si quedaría media corrida, yo no entendía nada, pero el planeta entero sabe que en España hay una cultura muy viva, la tradición taurina. Aquello me atrapó, quería sentirlo».

La madre, Daed, no estaba dispuesta a que su único hijo abandonase su vida por una aventura absolutamente desconocida para ellos. Pero nada más cumplir la mayoría de edad, dejó sus estudios de Turismo y cogió los trastos de su otro destino, el del toro. «Mi mamá no quería, me costó muchísimo convencerla. Dio la casualidad de que cuando tenía 17 años, nuestros vecinos, que trabajaban como empresarios en España, fueron de visita. Cuando cumplí los 18, me mandaron un visado y cogí un autobús hasta Damasco, de allí un avión a Milán y de Milán a Valencia». Era el 28 de octubre de 2000.

Como un bicho en celo, lo primero que hizo fue buscar la plaza de toros. Primera decepción: tendría que esperar hasta las Fallas para que se abriera el portón de Játiva: «Me encontré con una ciudad muy moderna y me imaginaba corridas a diario –cuenta–. Cogí un taxi hasta la plaza, pero estaba cerrada. Cuando me enteré de que no había festejos hasta marzo no me lo creía. ¡Si estábamos en la cuna del toro! No comprendía cómo podía haber tantos meses de vacío, no me encajaba».

Nada más sonar los clarines falleros, compró su entrada y se plantó en el tendido. Lo que sucedía en la arena le fascinó: veía estampas de viejos samuráis. Al día siguiente, al volver a su trabajo como montador de conductos de aire acondicionado, preguntó cuál era la hoja de ruta para ser torero. «¿Cómo vas a torear? ¡Tú qué vas a ser torero! ¿Estás loco? ¡Ni que hubieses nacido en Sevilla!», le respondieron. Pero de su mente no se iban aquellos lances vistos en el ruedo, que ni sabía que se llamaba ruedo. Porque Al-Masri ni conocía la tauromaquia ni el idioma. En unos meses lo dominó, sin más academias que las de la calle y la música: «Aprendí español escuchando flamenco y, sobre todo, con cintas de Julio Iglesias y Alejandro Sanz, que como canta tan despacio me venía bien. Al traducir una palabra aprendía diez». Del árabe tarab, al disco de 'El alma al aire'. Y de ahí su nombre actual: «En España te llamarás Alejandro, que con Hazem no vas a ligar», le bautizó un compañero gallego del taller donde trabajaba.

Hizo de todo: montador de aires acondicionados, suelos de parqué, mármoles; pintor, camarero, asador de carnes… Pero al alepino no se le iba de la cabeza el toreo, como si el veneno taurino hubiera corrido por su barrio sirio, y se hartaba de dar verónicas al viento. «¿Te gustan los toros?», le preguntó uno de sus encargados. «Me encantan, pero me han dicho que tienes que ser muy rico y empezar de niño». Tan ilusionado lo vio, que le habló de la existencia de una escuela taurina. Y Alejandro pidió la tarde libre y tocó la puerta. «Me abrió Joaquín Mompó. 'Buenas tardes, señor. Mire, quiero ser torero'. El hombre se me quedó mirando de arriba abajo y me dijo que allí los niños empezaban con doce años y que a partir de 18 ya no admitían a nadie. Le pedí que hiciera una excepción, que había venido desde Siria… Creo que le di pena y me invitó a pasar al despacho». Una batería de preguntas sin respuesta: «¿Tú qué sabes de toros? ¿Has toreado alguna vaca?», le dijo Joaquín. «Hostia, ¿las vacas también se torean?», replicó el aspirante a torero. Mompó lo miraba con incrédulo gesto: «¿Y un becerro?», insistió. «¿Qué es un becerro?». El chaval se iba cubriendo de gloria…

Después de advertirle que era «imposible apuntarlo legalmente», Mompó se compadeció y le dejó acceder a la plaza, donde estaban los alumnos entrenando. «Allí me presentó a Copetillo. 'Hola, señor', le dije, pues yo no sabía decir 'maestro'». José Copete le propuso volver una tarde con chándal y deportivas para torear de salón, pero Hazem insistió en quedarse. La perplejidad iba en aumento: los profesores le invitaron a coger un capote y una muleta del estribo. Al Sirio le sonaba todo a chino. No entendía nada. Copetillo, Juan Carlos Vera y Víctor Manuel Blázquez le ilustraron sobre tercios y trastos. «Así empecé y, poco a poco, me fui introduciendo; entrenaba como un becerrista y banderilleaba al carretón. Estuve dos años e hice muy buena amistad con Blázquez». Que le dio su primera oportunidad: «Sirio, tú banderilleas muy bien al carretón. Estás a tiempo de conseguir ser figura de los banderilleros». El Sirio, que así lo bautizaron en la escuela, pensó que banderillear un toro de verdad sería coser y cantar. «Soy atrevido y me gusta el riesgo. Me hice banderillero de novillos y, tras torear 25, de corridas». Se encerró en el campo y el 9 de octubre de 2012 alcanzó su meta: de no saber nada de toros a vestirse de plata en un escenario de primera, Valencia.

Alejandro seguía trabajando de todo lo que le salía para seguir adelante. Hasta que Román lo llamó a finales de 2015 para ir de tercero. En exclusiva se centró en el oficio –con glorias desmonteradas y percances de costillas rotas– hasta la cornada del Covid, «cuando los profesionales taurinos fuimos maltratados por el Gobierno, que negaba las ayudas». Al Sirio, que hoy recuerda con nostalgia su tierra –«ahora está destruida por las bombas y el terremoto»–, no le quedó más remedio que buscarse las lentejas. Desde 2019 vive en Algemesí y trabaja en una granja porcina. De ocho de la mañana a siete de la tarde, aunque hay jornadas de tres avisos: los cerdos son la máquina perfecta de romper y las parideras le quitan el hambre más que una corrida en Madrid. Un Madrid al que volverá cuando pueda dedicarse de nuevo cien por cien al toreo. Porque en sus duermevelas se asoma en un par al balcón de la Ciudadela y apuntilla seísmos.


el_sirio.txt · Última modificación: 2023/03/30 13:09 por Editor