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Fe y morantismo

Por Álvaro Acevedo

No hay exigencia en la relación del torero con Dios. No se reclama el éxito ni fortuna en el sorteo. Sólo el ruego de volver a casa con bien, pues la vida está antes que todo. Corría la Feria d Abril del año 2000 y Morante de la Puebla se vestía de torero en casa de un amigo del Barrio de Santa Cruz, mientras le pedía al entonces Hermano Mayor de la Hermandad del Baratillo, Joaquín Moeckel, que lo inscribiera como hermano de cuota. Dos horas después y tras cortale las orejas a su primer toro, caía herido de gravedad por el sexto de la tarde, de la ganadería de Victoriano del Río.

Deciséis años desués Morante se anunciaba cuatro tardes en la Feria de Sevilla, y quiso recuperar una tradición antigua: la de rezar en la Iglesia del Baratillo en vez de hacerlo eb la capilla de la plaza. Y así, el Domingo de Resurrección, acompañado de su cuadrilla, salió andando desde el hotel Vincci, cruzó la calle Castelar, llegó a Adriano y se postró ante el misterio de la Piedad, tras el que había procesionado días antes. Rezó también ante el San José que Pepe Hillo regaló a la Hermandad en 1794; y al San Antonio que había enfrente. “No se vaya a enfadar, que los dos santos llevan mi nombre…”, dijo. Y repitió el rito en todas y cada una de las tardes en las que hizo el paseíllo en la Maestranza.

El primer día, a Morante le echaron un toro al corral; en su segunda actuación, a punto estuvieron de darle también los tres avisos; y en la tercera, la corrida fue un desastre y el público salió indignado de la Maestranza. Llegado el cuarto y último compromiso, aquél 15 de abril ya histórico, José Antonio cruzó de nuevo las calles de Sevilla vestido de torero y rezó, brevemente, a esa Virgen que lleva en su túnica azul y en su botonadura roja los colores de La Puebla del Río. Y hubo hasta quien hizo gracietas sobre el mal fario del Baratillo, sin saber que el torero solo pide protección ante la muerte porque lo demás ha de correr de su cuenta. Morante de la Puebla, aquella tarde histórica, le cortó las dos orejas al cuarto toro de Núñez del Cuvillo y conquistó todos los premios a la mejor faena de la Feria de Abril de 2016. O sea, que San José y la fe de un nazareno del Baratillo pusieron orden.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. A propósito de un vestido de torear

La noticia dio pie a esta historia. Morante había donado un precioso vestido de torear de originales bordados en oro sobre una seda verde lago a la hermandad del Baratillo. Es el mismo traje que escogió el pasado 15 de abril para estoquear una corrida de Núñez del Cuvillo en la plaza de la Real Maestranza. Era su cuarto compromiso en el abono sevillano y fue, definitivamente, la fecha de su reconciliación con la afición hispalense. Atrás habían quedado -ahora sí- dos largos años de distanciamiento que, como las aguas pasadas, ya no mueven molino. Aquella tarde abrileña, tal y como hizo en los compromisos anteriores y aún haría en el que tenía que cumplir en septiembre, estuvo precedida de un gesto especial. Morante hizo una estación muy particular antes de hacer el paseíllo. Vestido de torero y seguido de su cuadrilla salió del hotel, cruzó a pie las calles del viejo arrabal y entró en la capilla de la hermandad del Baratillo -emulando al mítico Pepe Hillo- para postrarse a las plantas de la Virgen de la Piedad. La cámara del gran Manu Gómez estaba allí para captar el momento.

Aquella tarde cortó dos orejas que coronaron la faena de mayor calado artístico del ciclo. Hace sólo algunos días oficiaba la entrega del vestido a la hermandad, a la que había acompañado este mismo Miércoles Santo como nazareno de botones rojos. Pero ese traje de luces de delanteras inusualmente bordadas escondía otras claves que revelan una faceta poco conocida de Morante: su afán enciclopédico; la cualidad de estudioso del toreo y todo el universo taurómaco. Aquel vestido -todos los que ha escogido el diestro de La Puebla para cumplir la temporada 2016- no dejaba de ser una propuesta para viajar a la Edad de Plata, un apasionante periodo artístico y taurino sin el que no se puede entender el universo estético del torero cigarrero.

Los trajes de delanteras bordadas, sin los clásicos golpes de alamares, caracterizaron aquella época febril para las artes y las letras. No hay que perder de vista el telón de fondo que prestaban las vanguardias y el regionalismo musical y arquitectónico. Algo estaba cambiando a la vez que se acerca la exposición iberoamericana que mudó la piel de Sevilla: también en el lenguaje taurino; y hasta en el atavío de los toreros. Pero hay una bisagra definitiva que marca un punto de inflexión. La muerte de Gallito en Talavera sentenció toda una época del toreo pero también supuso un antes y un después en muchas cosas. Casualidad o no, aquellos trajes de bordados enterizos se popopularizaron rápidamente a la caída del coloso de Gelves.

No sabemos si Joselito, que controlaba hasta el más mínimo detalle de la profesión, habría consentido aquella innovación indumentaria que venía a prescindir de los bizarros alamares de bellotas y chorrillos que habían adornado la ropa de torear desde la época de Paquiro hasta la Edad de Oro de José y Juan. Belmonte no sucumbió a la moda y siguió luciendo los antiguos golpes de pasamanería. La imagen que acompaña este reportaje -la alternativa del Niño de la Palma en el Corpus de 1925- refleja el choque de esas dos épocas representadas en dos maneras distintas de vestirse de luces. Belmonte había sido pionero en prescindir de muchos aditamentos de la torería añeja pero permanece fiel a la antigua forma de vestirse de torero. Frente a él, un jovencísimo Cayetano Ordóñez -padre del gran Antonio, bisabuelo de los hermanos Rivera- recibe los trastos del oficio con un vestido que es fiel a la nueva moda: los bordados desbordan las delanteras de la chaquetilla, que se estiliza airosamente y realza la figura del nuevo matador, mientras que los clásicos golpes desaparecen de las bocamangas y las aberturas de la taleguilla.

La muerte de Gallito entonaría el gori gori de otras señas de identidad taurinas que hasta entonces se consideraban inamovibles. Es el caso de la coleta, reconvertida en un postizo unido a la clásica castañeta en las tardes de toros. También terminó de caer la ropa corta de calle. El torero, lejos del tipismo costumbrista y decimonónico, se había convertido en un señorito. El propio Morante rescató la antigua coleta algunos años aunque ahora la ha sustituido por el recogido de su abundante pelambrera, sujeta con la clásica moña de morillas de sabor romántico. Aquella moda rememorada por el genio de La Puebla tampoco llegó para quedarse. Se marchitó a la vez que la Edad de Plata apuntaba a la Guerra Civil. Volvieron los viejos alamares pero notablemente recortados. Llegaba el tiempo de los cañones. 9/12/2016.

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Diario de Sevilla

Por El Fiscal. 2/05/2016. La fe baratillera mueve montañas

LLEVA más de quince años de hermano del Baratillo. Sí, más de tres lustros. Se apuntó en 2000 y desde entonces paga religiosamente sus cuotas, que hay mucho famoso en las listas de las hermandades que se cree canónigo y no apoquina. José Antonio Morante, Morante de la Puebla, es también hermano del Gran Poder, donde ha salido varios años de nazareno. Pero esta Semana Santa cambió el ruan por la sarga. Al Baratillo llegó de la mano de Joaquín Moeckel, cuando el abogado era hermano mayor y marcaba la actualidad jurídica del mundo de las cofradías con unos enriquecedores pleitos con la curia de don Carlos Amigo. Morante regresó este 2016 a los carteles de la Feria de Sevilla tras un período de divorcio con la empresa. Por lo tanto, este año era especial. Ytocaba hacer cosas especiales, como salir en la cofradía azul y acudir a la Capilla de la Piedad a rezar antes de la corrida, como hacían los toreros en otros tiempos, pues el templo cuenta con conexión directa con el coso por medio de unas dependencias que desembocan directamente en la calle Gracia Fernández Palacios. Tan medido hizo todo Morante a la hora de recuperar el rito que se propuso hacerlo a pie. Del hotel de la calle Castelar a la capilla como un aficionado más. Y de la capilla a la plaza, pisando simbólicamente el callejón de Iris, que nunca puede faltar. En la capilla se quedaron cada tarde las oraciones del diestro al San José del XVIII que donó el matador Pepe Hillo.

Fue sonado que el balance de la primera tarde de Feria fue terrible, con tres avisos que devolvieron el toro a los corrales. ¡Nada menos que un Domingo de Resurrección! La segunda y la tercera tarde, malas de solemnidad. Todo andaba tan mal que un representante de la guasa sevillana –la que no pocas veces se presenta trufada con cierta envidia– le dijo al abogado baratillero: “Moeckel, sería conveniente cambiar de santos, ¿no?” El dedo del sevillanito de a pie ya había encontrado culpable de los fracasos en un mundo –el taurino– tan dado a las supercherías y a los miedos repentinos. Y la guasa fue respondida a pie de barrera: “Los santos y las vírgenes están para proteger de los percances, para evitar las desgracias, no para proporcionar éxitos”.

La cuarta y última tarde, Morante siguió al paso todos los ritos. No cambió nada. Ypor fin llegó el triunfo de las dos orejas, lo que le valió los premios oficiales al mejor toreo de capa y a la mejor faena de la Feria.

Y no concluyeron las pruebas de fe baratillera del matador. Esta semana ha estado en Aguascalientes (México), acompañado por su cicerone baratillero igualmente. El propietario de la plaza, el empresario Alberto Bailleres (segunda fortuna de México tras Carlos Slim según la revista Forbes), recibió al abogado sevillano en el tendido:“Traerán ustedes el buen bajío de Sevilla, ¿no?”.

Los dos toros que le tocaron en suerte al de la Puebla del Río resultaron infumables. Todo estaba perdido, pero el torero, vestido de negro y oro, no se resignó. Levantó el índice de la mano derecha y pidió al presidente un toro con cargo a su cuenta. Saltó el séptimo al ruedo, de nombre Rechi, un apellido que evoca al de los antiguos capataces de la cofradía. Moeckel echó mano de dos estampas de la Virgen de la Piedad, de las de pequeño formato que regalan los nazarenos. Se quedó con una y le dio la otra a una conocida ganadera:“Apriétela fuerte”. Rechi no fue un toro precisamente boyante, pero el diestro echó raza y logró una faena que los críticos podrán discutir, pero que fue largamente ovacionada por el público. Cortó una oreja que pudieron ser dos a no ser por un pinchazo. El Juli, de paisano, contempló el éxito desde el callejón.

La fe baratillera volvió a mover montañas. El torero se montó en el coche-cuadrilla camino del Hotel Alameda. Sonó su pasodoble por el camino y después una sevillana del Pali. Cuando se oía el segundo palo, llegó el coche al hotel, pero el torero pidió que no se abrieran las puertas del vehículo. Todos dentro. Quiso oír completa la letra. ¿De quién es esa cuadrilla que pasea El Baratillo? Es del viejo de los Ariza, sus hijos y sus nietecillos… Y así se han ido sumando en menos de un mes una serie de intensas vivencias baratilleras en la vida de este torero sevillano.

Morante no cambió los santos, no se dejó guiar por los runruneos de los mediocres. En Aguascalientes había dado un “sainete” en años anteriores. Pero esta vez llevaba a la Piedad del Baratillo, ante la que se postró las cuatro tardes de su reencuentro con la afición de Sevilla. Tanto va el torero a la capilla que al final acaba triunfando. El buen bajío, don Alberto. De Sevilla traía el buen bajío.

fe_y_morantismo.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)