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Francisco Brines

Fallece Francisco Brines, «ejemplo de taurino cabal»

NT, 20/05/2021. Francisco Brines ha fallecido a los 89 años en el Hospital Francesc de Borja de Gandia donde ingresó el pasado jueves para ser, esa misma noche, intervenido con carácter de urgencia por una hernia. La operación tuvo lugar solo un día después de recibir el premio Cervantes, el mayor galardón de las letras en español. Su delicado estado de salud ya le impidió salir de su domicilio para recibir la medalla el pasado día 23 de abril, por lo que los monarcas acudieron a la finca familiar Elca (Oliva), lugar que inspiró muchos de sus poemas, para entregársela. Ya por su fragilidad y para evitarle los nervios, su entorno no le contó hasta el día de antes la visita de Felipe y Letizia.

Reconocido con el Premio Nacional de Literatura, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Internacional de Poesía Federico García Lorca y el Nacional de la Crítica, Francisco Brines era hijo de agricultores y consiguió estudiar Derecho y Filosofía y Letras en Madrid para, ya en los años cincuenta, empezar a destacar. Fue profesor de Literatura Española en la Universidad de Cambridge y después de Lengua Española en la de Oxford.

“Francisco Brines era la palabra encendida, vital, intensa. Tuvo un universo lleno de desbordamientos fértiles porque sabía que la vida era temporal, finita. Su “Ensayo de una despedida” fue una forma fiel de despedirse, una manera auténtica enfrentarse al mundo” (Jaime Roch).

La celebración del instante. ABC, 21/05/2021. Por Luis García Montero. Paco Brines era sin duda uno de nuestros grandes poetas. Dentro de la generación del 50 ha sido punto de referencia para la poesía contemporánea. Para mi generación es una figura fundamental, por la que hemos pasado todos. Iluminó un camino con su conciencia ética, con su serenidad, con su sensualidad clásica. Fue capaz de unir las tradiciones de Juan Ramón Jiménez y de Antonio Machado en un mundo profundamente personal. Su obra está marcada por la conciencia del tiempo y la celebración de la vida, por la necesidad de celebrar el instante, por su voz mediterránea. Él es consciente de la fugacidad de las cosas, y en parte su obra es una conversación con lo que se pierde. Es un maestro absoluto, un poeta para leer con tranquilidad, para meditar en su música, para no quedarse en la superficie, sino para sentir profundamente.

Francisco Brines recibe «feliz y emocionado» el premio Cervantes de manos de los Reyes

NT, 13/05/2021. El poeta, buen aficionado taurino, recibió ayer, rodeado de su círculo más íntimo, a Don Felipe y a Doña Letizia en su casa de la finca de Elca, en Oliva (Valencia). Confesó Brines estar «feliz y emocionado», hasta el punto de que, en los días previos, le costó dormir, quién sabe si por miedo a despertar y que, en realidad, todo fuera una ensoñación.

El delicado estado de salud del poeta, que apenas conserva un hilo de voz, obligó a cancelar la tradicional entrega del Cervantes en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) el pasado 23 de abril, un acto que fue sustituido por el encuentro de Elca, al que sólo asistió una decena de personas. «Don Francisco, qué alegría poder venir y, sobre todo, gracias por acogernos en su casa», le dijo Don Felipe al premiado al verle.

La mirada taurina de Brines: “El toreo es arte o no es nada”

Levante-EMT, 18/11/2021. Por Jaime Roch. Los aficionados a los toros de toda la vida siempre sabían dónde mirar cuando querían ver al poeta Francisco Brines en la plaza de toros de València. El escritor de Oliva se sentaba en un palco de sombra, justo debajo del palco en el que se encuentra la banda de música y arriba del tendido de toriles. El poeta no se instalaba en primera línea, sino que estaba arropado en el interior del palco porque, de esta forma, apoyaba su libreta en la pala extensible que traía incorporada la silla de escritura.

Su objetivo no era otro que dejarse llevar por la sensibilidad para emocionarse del toreo sin fisuras. Brines intentaba no perderse ningún festejo taurino -incluso viajaba a Madrid y Sevilla- y de todos apuntaba algún dato, una mera referencia que le había inspirado, con la que luego valoraba las faenas en el jurado taurino de la Diputación de Valencia.

Porque Brines es un escritor de su tiempo, con un compromiso personal con la realidad que vive y toca. Un buceador de la curiosidad infinita que le llevó a valorar el mundo taurino y ser fiel seguidor de la tauromaquia de Antonio Ordóñez, su torero predilecto, del que alguna vez sus amigos más íntimos le han escuchado lamentarse por no dedicarle un poema.

La relación del poeta valenciano con el mundo de los toros fue más íntima y sencilla que social y aparente porque él solo quería ser un simple aficionado con alergia a brillar sobre los demás. «El toreo es arte o no es nada», afirmó, en el sentido de vivenciar el toreo como un acontecimiento sublime, radicalmente misterioso. Es decir, sin artificios y con la pureza de poner la vida en juego: «El arte crea el placer, nos otorga la emoción de la belleza, la intensa felicidad del goce, pero nunca nos transmitirá esto el toreo sin la presencia de lo que oculta. Si el toro falta sólo se producirá el simulacro del arte, su parodia, y el espectador sensible (el espectador artista) lo rechazará, y no desde el entendimiento, sino desde la sensibilidad, porque no habrá sentido nada», escribió en un artículo en 1983 publicado en la Revista Quites.

Brines ha escrito algunas de las reflexiones taurinas más importantes en la Revista Quites que dirigieron Carlos Marzal, Tomás March, Salvador Domínguez y Antonio Doménech, pero no ha dedicado ningún poema a la tauromaquia, como sí lo hicieron Gerardo Diego, Miguel Hernández o Rafael Alberti.

La única referencia a los toros en su poesía, según ha apuntado el propio Marzal, pertenece a un poema de su libro ‘Palabras a la oscuridad’ (1996), titulado «Relato superviviente», en el que el protagonista, después de salir de una corrida de toros de la Feria de Julio de València en la que toreaba El Cordobés, narra su decepción mientras camina por la ciudad hasta evocar experiencias plenas de vitalidad sentado en una terraza. Brines: “El toreo es esa fascinante representación en la que celebramos el deseado triunfo de la vida, pero en la que asistimos al sucesivo cumplimiento de unos destinos en la única oscuridad de la muerte”

El triunfo adocenado y revolucionario de El Cordobés retiró a Brines de los toros durante un tiempo porque él era más seguidor de los toreros de arte, como el mismo Antonio Ordóñez, Rafael de Paula o Curro Romero, y sentía que la fiesta estaba huérfana de torería, esa singularidad que calibra la distinción entre los toreros. «Las repetidas y rutinarias ficciones me los hicieron aborrecer», explicó sobre su ausencia en los tendidos de las plazas. Volvió a una plaza en la Feria de san Isidro de 1983, en dos tardes que le permitieron ver a tres toreros que le interesaban: Antoñete, Luis Francisco Esplá y Paco Ojeda. Ellos le volvieron a enamorar del toreo.

La mirada taurina de Brines es un itinerario emocional íntimo, un ejercicio de deslumbramiento fugaz que también exponía en su poesía, en la que la honestidad intelectual estaba por encima de la inteligencia. Porque, como escribe, el arte nos concede la intensificación de la vida: «El toreo es esa fascinante representación en la que celebramos el deseado triunfo de la vida, pero en la que asistimos al sucesivo cumplimiento de unos destinos en la única oscuridad de la muerte».

Una mala tarde de toros con Francisco Brines, «ejemplo de taurino cabal»

ABC, agosto de 2010. Por Carlos Marzal. Cuando uno se aburre en cualquier espectáculo, lo cierto es que se aburre; pero hay espectáculos que resultan más aburridos que otros. Supongo que todo eso depende del temperamento del espectador y de la temperatura del espectáculo, del aprecio que uno sienta por el entretenimiento al que asiste, y de la naturaleza misma del entrenamiento.

Para el espectador que yo soy,una mala película siempre resulta más digerible que una obra de teatro mediocre; una tarde de circo con elefantes adiposos y tigres de la tercera edad siempre tiene más interés que, pongamos por caso, una pasable zarzuela de la España cañí. Se trata —lo sabe cualquiera— de un asunto de carácter, y el carácter es el primer peldaño (y el último) del destino propio.

En cualquier caso, una mala tarde de toros, una tarde aburrida, suele ser un plomo. Esas tardes en las que no sale ningún toro que no sea un marmolillo, en las que no hay siquiera un detalle de torería, una señal de inteligencia lidiadora, una brizna de arte, son un muermo, una invitación para el bostezo y la siesta, para la abstracción sentimental del espectador. Las malas tardes de toros tienen algo de desaguisado especial, de desatino supremo, de error absoluto. Me figuro porque se trata de un rito tan milimetrado, tan pautado, tan regido por la razón, que, en el momento en que se desvía de su cauce, en el instante en que no responde a sus reglas y concede sus frutos, se vuelve una insensatez, enseña sus mimbres y su trastienda más que ningún otro. Lo que debe ser ligereza se transforma en peso (e incluso en pesadumbre), lo que debe ser aéreo se convierte en lastre, en demasiado terrenal. Un rito que está fuera del tiempo y que es capaz de detener el devenir (de sacarnos de él e instalarnos en una dimensión sin transcurso, igual que hace el gran arte) se nos aparece de improviso como sometida al imperio del reloj, porque queremos que termine.

De ahí que para ir a los toros convenga hacerlo con un buen amigo taurino con el que poder compartir las tardes de gloria, y con el que poder evadirnos de los toros si el caso lo requiere. Ese gran amigo, en mi caso, es Francisco Brines. Siempre que tengo que referirme a la figura emblemática del aficionado pienso en él. Siempre que tengo que poner un ejemplo de taurino cabal, menciono el nombre de Brines. Paco —entre sus muchas virtudes— posee las virtudes del buen aficionado: conocedor de la parte técnica de la lidia, de la Historia del toreo, buen veedor del toro, espectador con años y plazas a sus espaldas, apasionado y crítico. He visto a Paco, en alguna tarde adocenada de la plaza de Valencia, cuando el público se ha dejado llevar del entusiasmo futbolístico (del entusiasmo del hincha, más que de la conciencia del espectador) y ha regalado orejas en contubernio con el Presidente, lo he visto —digo— levantarse con el dedo negador hacia la Presidencia y afear la conducta a la autoridad. Igual que lo he visto con el pañuelo o la almohadilla en alto reclamar con euforia los trofeos de un gran fiesta.

Pero Paco Brines es, además, un impagable compañero para las tardes de tedio taurino. Con él uno puede hacer un repaso a los últimos acontecimientos de la poesía española, o analizar el rumbo de distintas especialidades deportivas (porque Paco también es futbolero, y tenístico, y fan del atletismo y de todos los deportes habidos y por haber, como el que escribe). Con Paco, cuando, las cosas pintan mal, y los toros mugen, y se caen, y los toreros pierden el Norte de la Tauromaquia, uno puede entregarse a nostalgias de otro tiempo, y en su relato aparece Antonio Ordóñez, su torero favorito, y Camino, y El Viti, y tantos otros.

Y es que una mala tarde de toros, con un gran amigo taurino, son una ocasión estupenda para evadirse de los toros, incluso hablando de ellos.

francisco_brines.txt · Última modificación: 2021/05/21 10:32 por Editor