Banderillero. Actualmente es asesor artístico de la Real Maestraza de Sevilla.
Por Joaquín Vidal. La torería del banderillero Luis Arenas
Plaza de Bilbao, 19 de agosto de 1986. Tercera corrida de feria.
Eulate / Niño de la Capea, José Antonio Campuzano, Oliva. Cinco toros de Paloma Fulate; 3º de Torrealta. Grandes y cornalones, sin casta y flojos, excepto el 4º, poderoso. Niño de la Capea: estocada corta trasera atravesada trasera caída (ovación y salida al tercio); pinchazo y bajonazo descarado (bronca). José Antonio Campuzano: estocada caída (silencio); estocada caída (silencio). Emilio Oliva: estocada corta trasera tendida caida (silencio); pinchazo y estocada corta caída (silencio).
El quinto toro, un colorao grandón, estaba en el segundo tercio a la espera de banderilleros. “Vení, vení” les mugía en andaluz de Medina Sidonia -su tierra-, plantadas las cuatro pezuñazas en la arena, sin moverse un pelo, y la cara arriba, mirándoles por encima del pitón. El banderillero Finito de Triana iba, sí, veloz y prudente el perneo, para clavar un solo palo; mas bien tirarlo. Uno no es ninguno, a, pesar de lo cual protestaba el público, ya harto de la falta de torería, que hubo en la plaza, toda la tarde. Con no menor ostentación en los tercios de banderillas, cuyos protagonistas resolvían prendiendo en franca huida. un palo, o ni eso. Pero hubo de salir a flor la torería de Luis Arenas, miembro antiguo y fiel de la. cuadrilla de José Antonio Campuzario.
Luis Arenas, dejándose ver, prendió en su turno un par de emocionante reunión, que fue largamente ovacionado. Como Finito volvió a tirar el garapullo, a estilo comanche, la presidencia no cambió el tercio y Arenas cogió de nuevo los palos. “Vení, vení”, seguía mugiendo el toro, con su acento de Medina Sidonia, ahora más parado y altivo que nunca. Arenas le anduvo pasito a paso, le enseñó el hombro, se metió en su terreno y de nuevo prendió el par en lo alto. El público acogió la suerte con un ¡olé! y una ovación estruendosa, y pidió que Arenas saliera a saludar. En efecto, salió a saludar: despacio, el capote en la mano izquierda, la mano izquierda apoyada en la cadera, y así hasta los medios. Allí juntó las zapatillas, se quitó la montera, la llevó a la altura del hombro izquierdo, la movió lento hacia la derecha, y con un contoneo pinturero se volvió a tablas.
Saluda así Arenas en la Maestranza, y los sevillanos le sacan a hombros por la puerta del Principe. Y estaría bien. Los toreros han de ser toreros siempre, hasta para ir al retrete -como solia decirles el Papa Negro a sus hijos, los Bienvenida-. Toreros para dar naturales, pero también para aliñar faenas si los toros salen descastados, tal que ayer. Lo malo es que esa torería, salvado Arenas, no se vio sobre la arena negra de Vista Alegre.
Los diestros ensayaban primero el derechazo, luego, el natural, y el toro no acudía al cite; o, acudiendo, probaba el engaño y se quedaban gazapeando por delante de la tela; o la tomaba y entonces se paraba en medio de la suerte, los pitones allá, en lo alto. Eran toros inequívocamente deslucidos, para el derechazo y el natural. No se sabe para otras suertes de la tauromaquia -que las hay, muchas y bonitas- pues los diestros en general -y los de ayer en particular- no han debido estudiar esas lecciones; quizá perdieron las páginas, o hacían novillos cuando las explicaron en la escuela.
La manifiesta incapacidad de dar derechazos y naturales les producía desazón a los diestros , se ponían mohínos, les atacaba la abulia, pedían la espada, entraban a matar, en la modalidad delsartenazo. Cabe decir que estuvieron voluntariosos en sus propósitos de aplicar la tauromaquia pequeña que utilizan, y de José Antonio Campuzano y Emilio Oliva que, además, resolvieron con brevedad y eficacia sus problemas.
Niño de la Capea, más veterano, resultó, en cambio, menos conocedor del oficio. A su primer toro, único que medianamente embistió, le hizo una faena a base de sonoros zapatillazos, escasos pases de limpio recorrido citando fuera de cacho, surtidos tironeos, enganchones multiples, frenesí, zarabanda, zafarrancho. El cuarto, un poderoso torazo colorao que derribó a pesar de su mansedumbre, lo macheteó sin disimulo. Hizo bien en machetear: ese manso no admitía derechazos y naturales. Lo que hizo mal fue la técnica del macheteo mismo, pues no acertaba a dominar al toro, ni a cuadrarlo, ni nada, y durante seis minutos, seis, estuvo dando el espectáculo de un torero incapaz, que se defiende con la rnuleta como si fuera un trapo. Torería es lo menos que hubiera cabido esperar de tan veterano y afamado diestro. Pero la torería sólo alentaba ayer en un banderillero.