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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 1 de junio de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río y dos Toros de Cortés (2º y 6º).

Diestros:

Sebastián Castella: de tabaco y oro. Silencio tras aviso y palmas tras aviso

José María Manzanares: de sangre de toro y oro. Silencio y dos orejas

López Simón: de marino y oro. Dos orejas protestadas y ovación

Entrada: lleno de no hay billetes.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7134

Video: http://www.plus.es/toros, http://bit.ly/1UvimV6

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Histórica doble Puerta Grande para Simón y un Manzanares monumental

La plaza se volteó entera hacia el Palco Real esperando al Rey de España. Pero apareció Don Juan Carlos por Don Felipe, a quien parece que los toros no le entran en su apretada agenda oficial. Más se perdió en Cuba sin que por ello no se lamentase la perdida: la afición taurina es una de las colonias más importantes de la Corona. El Monarca emérito recogió una tarde más, sin que la Beneficencia haya sido nunca una tarde más, la ovación unánime de Madrid. Un agradecimiento recíproco a los sones del Himno español. Ni un silbido entre tanta ovación.

Fue el momento más normal de una plaza muy rara. Los criterios se han perdido. De otro modo no se pueden explicar las dos orejas que le entregaron a López Simón. Quizá por la voltereta de última hora. A la hora de matar. A Simón se le cuentan las Puertas Grandes por volteretas. Ya van cuatro. Al presidente Julio Martínez se le aflojaron las meninges.

La faena de LS había sido obra partida en actos. De los inútiles estatuarios a un toro suelto (y entero) que lógicamente no se sujetó pasó al reinicio en los medios directamente con tres tandas de derechazos raudos, nada limpios y viciados con el extraño movimiento de muñeca que hace una uve de expulsión con la muleta. Entre los pases de pecho un cambio de mano desplazó de tal modo al toro que López quedó al descubierto y por poco a merced. Desde este punto, con el toro humillando a velocidad encastadita, el torero de Barajas recondujo la faena por unos parámetros de mayor verticalidad y un muletazo más corto y a la vez embrocado. Un toreo más sincero con el que el toro viajaba más libre y por lo tanto la emotividad creció. A Simón le va más ese palo que correr la mano. El trámite de la izquierda fue eso con el fondo del ejemplar de Victoriano basculando ya a tablas como apuntó en los tercios previos y en el caballo. Pero allí dentro de las rayas todavía tuvo unas arrancadas veteadas de la raza que le acompañó para que Alberto cuajase probablemente la mejor serie de toda la faena por la mano derecha. Se presentía la oreja, nunca las dos… Pero vino la voltereta con la estocada, que ni siquiera fue un estocadón, se pidieron y Martínez las concedió.

A Sebastián Castella se le ha tratado con una exigencia brutal en esta feria de San Isidro. Más allá de cómo a la postre se puedan evaluar su cuatro tardes en Madrid, que han pesado como apuesta excesiva. Pero el trabajo serio y concentrado, muy metido con el toro, que ya hacía el cuarto de la tarde, se trató de reventar. Un toro que obedeció a todo yendo a menos. Castella lo exprimió desde su firme planta. Hasta un final con el sello de la casa. Le Coq se olvidó del ambiente. Pero se contrarió por el pinchazo que bajaba un escalón más la percepción de su esfuerzo. Porque un esfuerzo es, al fin y al cabo, pese a la frialdad de su concepto.

Cumplimentó Sebastián Castella con el brindis del toro noble de Victoriano del Río que estrenaba la Beneficencia. De contado poder. Castella planteó una apertura errónea de faena. Por estatuarios y ayudados por alto ciertamente violentos. Del primer embroque con la estatua salió el toro de costado. La obra encontró después el temple o el pulso. Mas los momentos se perdieron con el tiempo y la falta de estructura. Como un mal endémico de Castella que nunca sabe cuando acabar una faena.

Y de pronto y de repente se apareció José María Manzanares con los mimbres de aquel 2011 que cautivó. Un toro de ensueño de nombre Dalia como quinto -no había pasado nada en el manso anterior-, las hechuras perfectas, las sienes concentradas, tocado arriba de pitones y, sobre todo, con una calidad, una humillación y un temple descomunales. Desde que Manzanares lo bamboleó en el capote a la verónica con empaque y majestad. Las chicuelinas no le fueron a la zaga. Las chicuelinas de mano baja, tan del maestro, tan del padre. Con una envoltura barroca y alada. La faena rompió con una trichera monumental. Josemari lo había visto claro desde el brindis al público. Pero cuando tomó cuerpo el espíritu santo fue al natural. La seda, el toreo por su camino, la lentitud, el aroma… Los pases de pecho de eternidad pasmosa habían arreglado las tandas con la derecha y culminado con soberbia el toreo en la izquierda. Giraba Manzanares los talones y quedaba colocado, embraguetado luego, jugando la muñeca y la cintura a compás. Un molinete invertido como broche. Otra tanda de redondos que de nuevo en su final adquirió tintes mayúsculos con una cambio de mano acongojante. La plaza se caía. Se cerró el toro, la Dalia inmortalizada, en tablas solo. Andaba. Y el matador excelso lo esperó con la suerte contraria y la querecia a la espalda: la estocada entre a toro arrancado y en la suerte de recibir reventó del todo la magna obra. Una barbaridad de espadazo. Las dos orejas clamorosas. Indiscutibles. Se producía 25 años después la doble Puerta Grande la Beneficencia de Rincón y Ortega Cano; una salida a hombros de Simón y Manzanares de diferente rasero pero histórica.

Simón salió a por todas con el último y se fue a potagayola. Sabía que tenía que apuntalar lo discutido. Tapar bocas. Sirvió a su manera el último de la gran corrida de Victoriano del Río. Con el hierro de Cortés. Y López a su manera dio el resto. Valor a palo seco.

Una marabunta se llevó en procesión a Manzanares y Simón. Por el mismo sitio. De distinto modo. La puerta del cielo de Madrid.

El País

Por Antonio Lorca. Agridulce fiesta moderna

Hasta el propio López Simón se quedó sorprendido cuando el alguacilillo le entregó las dos orejas del tercer toro; pero no las soltó, como hubiera hecho una auténtica figura. Las mostró al público y cuando algunos espectadores protestaban por lo que consideraban un premio abusivo, el torero hizo un gesto como diciendo: “Pero si me las han dado… Qué quieren ustedes que haga”.

Pues tirarlas al callejón porque no las merecía. Paseó las orejas por un error garrafal del presidente que sacó los dos pañuelos sin motivo que lo justificara. El usía se ganó una merecida bronca de campeonato, gran parte del público coreó con energía “Fuera del palco”, pero el daño ya estaba hecho. El presidente acababa de dar un puntillazo a la fiesta.

Sin embargo, López Simón continuó la vuelta al ruedo como si tal cosa, como un triunfador caricaturizado por una autoridad incompetente. El torero se había ganado el favor del público con varias tandas hilvanadas de pases insulsos con la mano derecha, perfileros y destemplados, ejecutados con las plantas asentadas, pero siempre al hilo del pitón y en línea recta. Una voltereta sin consecuencias a la hora de matar añadió interés a la faena, y los tendidos pidieron la oreja para el valeroso joven. La sorpresa de todos, y del propio torero, fue que el presidente le concedió las dos. Dicho en cristiano: un bajonazo en los maltrechos costillares de la fiesta.

Pero hubo más.

La corrida fue a la postre un espejo en el que se mira con orgullo la descafeinada tauromaquia moderna. Véanse los toros: justitos de trapío, con las fuerzas cogidas con alfileres, simplones, mansos y bonancibles. Toros con los que el propio López Simón no se entendió en el cierre del festejo, y fracasó sin paliativos Sebastián Castella, que ha finalizado una triste feria para la reflexión. Es un torero desconocido. Dio pases sin alma, sin gracia, a un animal noblote y sin codicia -el primero-, con el que ofreció una imagen de vulgaridad impropia del triunfador del año pasado. No mejoró ante el quinto, del mismo tenor, que brindó al público, y no fue capaz de justificarse siquiera.

Y un toro de almibarada condición propició el triunfo de Manzanares, que salió por la puerta grande a hombros de un toreo exquisito, henchido de lentitud y buen gusto, elegante y templado, que conmovió a los tendidos, que en pie le rindieron admiración cuando el toro cayó fulminado de un estoconazo cobrado a paso de banderillas.

Es verdad que el torero se lució con unas sabrosas verónicas y una media de categoría al recibir a ese quinto toro de la tarde, que no causaba respeto alguno por su escasa estampa. Era, sin duda, un toro bonito de Sevilla antes que un serio ejemplar para Madrid.

Brilló, después, en un quite de tres chicuelinas y una media ejecutadas con las manos muy bajas, que deleitaron al respetable, al que brindó la faena cuando ya se sabía que el toro podía ser de triunfo.

El inicio con la muleta fue espectacular; dos trincherazos, un par de recortes, abrochados con el de pecho, cargados todos ellos de una pasión desbordante. Un redondo, un molinete y otro de pecho largo y eterno, de pitón al rabo, provocaron el entusiasmo; y, a continuación, toreo al natural, dos tandas de muletazos lentísimos, preñados de elegancia y estética, y el toro bueno embebido en el engaño. Fue el colofón de una tarde agridulce de la fiesta moderna: toros bonitos, toreros elegantes, un presidente lastimoso y un público generoso y feliz.

Por cierto, se echó de menos, y mucho, el jefe del estado, habitual en esta corrida, por lo que su presencia hubiera significado de apoyo a la fiesta, patrimonio cultural de este país. El rey Felipe VI lo es de todos los españoles, y españoles son, al igual que los aficionados al fútbol, la mayoría de los espectadores que acudieron a la plaza de Las Ventas. Don Juan Carlos fue muy aplaudido, pero, a estas alturas, no es lo mismo.

La Razón

Por Patricia Navarro. Manzanares y la gloria; en el nombre del padre

Se fue a hombros. Marchó. Lo crucificarían camino de la calle de Alcalá. Despedazado en una salida a hombros brutal, como brutales habían sido las emociones a las que José María Manzanares nos había arrojado sobre la arena de Madrid. En la tradicional Corrida de Beneficencia. Era el quinto toro pero se lo llevó todo por delante, como un eclipse, nos dejó atrapados ahí, en el tiempo, imbuidos en la magia eterna que tiene un natural o el portento de un pase de pecho en dos tiempos que bien sabemos algunos que mañana, cuando volvamos a sentarnos en nuestra localidad de la plaza de Madrid, seguirá por algún lugar, en algún rincón por recóndito que sea. Se nos atravesaron las emociones hasta agolparse unas a otras. Meció el capote con suavidad ya de salida, a la verónica, era un canto, una premonición del toreo que estaba por llegar, e incluso en un quite abundó la calidad. Hay veces que se siente, se presiente, pero no aquello. «Dalia» fue un toro de bandera, mejor dicho, exquisito en su embestida, descolgada, plena y de largo viaje sobre todo por el pitón izquierdo, el bueno de veras. Manzanares prologó tan torero que aquello resultó ya un despertar de los sentidos, del pellizco en el estómago y cuando, ya, así sin más, tomó la zurda, voló el toro sobre los vuelos, los detuvo José María en un alarde de temple, de compás, una delicia de tiempos que hizo que esos naturales resultaron una cosa excepcional para los sentidos. Recrearse para vivirlo, para sentirlo, para guardártelo. ¿En qué lugar? Que cada uno decida. Fueron dos tandas de naturales. Dos. Qué manera de gozarlo. Qué manera de expresarse. Qué torero, Josemari. Que buena memoria para su padre. Por la diestra siguió, menos largo se empleaba el toro, un susto incluido y una espiral de remates cada cual mejor. Y sin demora, sin alargar, sin caer en la terrorífica cantidad, se fue a por la espada. Recibiendo hundió el acero como si fuera una escultura y el toro rodó cómplice de toda esa aventura. Un homenaje al toreo de principio a fin. Una faena para la memoria, una escultura al natural. A hombros se fue también López Simón. El presidente se encargó de abrirle la puerta grande al sacar el doble pañuelo con apenas petición. El primer trofeo fue de mucho peso. El segundo una invención. Encontró López Simón el ritmo al toro en la última tanda de derechazos. Comunión total al atacarle y ligar las embestidas a un manso que se empleó con casta y repetición en la muleta. Había sido esa parte la mejor de una faena de menos a más, siempre digna pero con menos explosión o intensidad que fue ganando según avanzaba en relajación y comunión. En la suerte suprema se tiró tan de verdad que le cogió. Que saliera ileso fue la gran notica, el trofeo que se le pidió era de peso. Merecido. ¿El doble? El doble no era salvo para Julio Martínez que se los dio. La diferencia hizo poco después que su criterio cayera en un vergonzoso abismo. A portagayola se fue en el sexto. Y todo lo entregó con un animal que tuvo sus cosas buenas.

Ninguna clase sacó el primero de Manzanares. Noble y repetidor aunque con las fuerzas justas fue el primero de Castella. Discreto con este y con el noble cuarto. Cerraba así su cuarteto. Una tarde había apostado Manzanares. Un toro, cuatro tandas fueron suficiente para abandonarnos al delirio. El toreo. Así, desgarrado, envenenado y mayúsculo.

ABC

Por Andrés Amorós. Manzanares, faena de rey del toreo

En la corrida de Beneficencia, presidida por Don Juan Carlos, con lleno de «No hay billetes» y la Plaza engalanada, José María Manzanares logra una faena literalmente extraordinaria; quizá, por ahora, la mejor de su vida. Muchos aficionados –y él, sin duda– se acuerdan de Manzanares padre, por la fidelidad a un estilo de clásica elegancia; también, por lo que hubiera disfrutado el maestro, esta tarde. ¡Lástima que no haya podido saborearla! Pero no olvidemos los datos: el diestro alicantino corta dos orejas y le piden el rabo, con una fuerza insólita en Las Ventas. Le acompaña, en la salida a hombros, Alberto López Simón, que también corta dos orejas a su primero. Los dos han aprovechado la gran calidad de los toros de Victoriano del Río.

Vayamos por partes, como decía Jack el Destripador. Castella se ha apuntado a cuatro corridas, incluida una de Adolfo Martín: ni se le ha agradecido ni ha conseguido triunfar. Tampoco lo logra, esta tarde. El primer toro es bondadoso, justo de fuerzas, se pega una costalada, después del primer muletazo. Le deja torear a gusto pero falta la chispa: prolongar la faena no añade emoción. Y falla con el descabello. El cuarto mete bien la cabeza y repite. Sebastián logra naturales templados y acaba metido entre los pitones, en un arrimón que no todos agradecen. Alarga demasiado y pincha.

Salto el orden para hablar de López Simón, que, con una entrega absoluta, consiguió abrirse camino, la pasada temporada. Por méritos propios, ya está en todas las Ferias. El tercer toro se mueve muchísimo, repite, incansable: es ideal para él. Alberto hace la estatua, aguanta las encastadas embestidas, torea sin moverse, en un ladrillo (como había que bailar el chotis, decían). Entrando de muy lejos, deja una estocada y sufre una voltereta. La emoción del momento provoca que el presidente conceda las dos orejas (muchos, protestan la segunda). Ya tiene abierta la Puerta Grande. Después de la faena de Manzanares, en el último, ha de justificarse. Juega sus cartas: la quietud, el aguante, meterse en el terreno del toro, el valor impávido… No devuelve el triunfo y sale a hombros con José María.

Ha elegido éste venir una sola tarde a esta Feria, donde se le suele tratar con exigencia. El destino –y sus cualidades– le han recompensado. El segundo toro no se entrega, derrota al final de cada pase, se cierne. Su seguridad con la espada acalla las protestas. Pero sale el quinto, negro listón, de 580 kilos y nombre extraño, «Dalia» (pero es tan atractivo como la rubia melena de Verónica Lake en «La dalia azul», de Raymond Chandler). De salida, embiste ya con gran clase y Manzanares dibuja unas verónicas solemnes, suaves. En el quite, las chicuelinas de mano baja avivan el recuerdo del padre. El toro es magnífico y el diestro dibuja tandas de muletazos de gran categoría: un pase de pecho vale por tres; los naturales ponen al público de pie; un interminable cambio de mano levanta rugidos. Mata aguantando, con su habitual seguridad: el presidente saca a la vez los dos pañuelos (muy bien) y mucha gente pide el rabo.

Dos matadores por la Puerta Grande de Las Ventas: algo insólito. Pero lo importante es lo que hemos podido disfrutar: una faena cumbre, llena de empaque, sencillez y elegancia. ¡Qué fácil parece y qué difícil es! Hace años, don Gregorio Corrochano usó la expresión «faena de príncipe» para una, de Antonio Ordóñez, dedicada al que entonces era Príncipe de España. Esta tarde, delante de Don Juan Carlos, Manzanares ha cincelado una faena de rey del toreo. A su padre –y a muchos manzanaristas de Alicante– les hubiera hecho feliz. ¡Qué hermosa es la Fiesta, cuando surge con tal naturalidad la belleza, delante de un toro bravo, en una Plaza llena de banderas españolas!

  • ®Manzanares y López Somón, histórica doble Puerta Grande en Madrid/Fotografía de Antonio Heredia/El Mundo.
madrid_010616.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)