Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


madrid_010617

Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 1 de junio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq el (5º) con algo de clase de Juan Manuel Criado el resto sin fuerza ni poder.

Diestros:

Jose María Manzanares: de corinto y oro, buena estocada (silencio); estocada caída (silencio)

Cayetano: de purísima y oro, pinchazo, estocada (silencio); estocada tendida, aviso (saludos con división).

Joaquín Galdos: de tabaco y oro, que confirma alternativa, estocada (saludos); cuatro pinchazos, estocada caída (silencio).

Entrada: lleno de «no hay billetes» (23.624 espectadores)

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1309180712511371

Video: https://twitter.com/toros/status/870374580250185730

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. La triste Fiesta de los toros mortecinos

Otro cartel de campanillas, otro «No hay billetes» y otro desastre ganadero. Vuelve Manzanares, después del gran éxito del año pasado; vuelve Cayetano, después de cinco años; confirma alternativa el peruano Joaquín Galdós. Asiste Don Juan Carlos, al que brindan los tres espadas. La corrida de Juan Pedro no se lidia completa sino remendada por un toro de Juan Manuel Criado. No es buen comienzo. Lo peor viene luego: la desesperante flojera y sosería de los toros impide cualquier lucimiento, cualquier emoción.

A Galdós le gustaría seguir el camino de su compatriota Roca Rey pero ha toreado bastante menos. Como novillero, no logró triunfar, en esta Plaza. El primero no humilla, mansea en el caballo; en la primera serie, ya flaquea y se para. Dándole distancia, sí acude pero con la cara alta. El trasteo es voluntarioso pero no tiene relieve. Mata con decisión. El sexto hace floja pelea en varas; se para en la muleta: otra porfía desesperante, para un público ya aburrido y harto. Galdós no tiene opción alguna y falla con la espada.

Hace un año, Manzanares puso de acuerdo a todos y logró una de las cumbres de su carrera, con un gran toro de Victoriano del Río. Es uno de los pocos diestros actuales que posee verdadera calidad y empaque natural, además de una espada casi infalible, que también le ha dado muchos éxitos. Al segundo apenas le pican (recordamos la gran vara de Tito, el día anterior), se sujeta con alfileres: al tercer muletazo, está en el suelo. Embiste mortecino, cansino. Muletea Manzanares con majestad: por muy suave y elegante que lo haga, ¿qué emoción cabe? El toro parece moribundo: ¡lamentable! Con la espada, un cañón. El cuarto, de salida, queda corto y flojo; flaquea antes de varas. La duda habitual: ¿aguantará? La respuesta habitual: no. A pesar de lo bien que torea Manzanares, la faena no puede tener interés. Y se le va la mano, en la estocada.

La carrera taurina de Cayetano es singular: por formar parte de ilustres dinastías taurinas, como su hermano Francisco; por su popularidad, fuera de los ruedos; por su parón voluntario. Al comienzo, destacaba su estética; luego, va predominando su carácter, sus apasionados arranques, heredados de su padre. La duda permanente es si posee el fondo técnico necesario, porque su aprendizaje ha sido tardío. En esta segunda etapa, volver a Las Ventas supone una apuesta importante. El tercero rompe la vara en un tercio inexistente. Muy bien Iván García, como siempre, con los palos. Cuando lo llevan a una mano, el toro ya se cae. Al tercer muletazo, está en el suelo. Escucho gritos que dan pena: «¡No puede!» (el toro). «¡Hay que venir con toros!» Y tienen razón. A la segunda, mata bien (una de sus armas). Se justifica con el quinto, un sobrero de Criado Holgado que saca nobleza. Cayetano dibuja suaves derechazos, casi al aire, como si fuera el carretón; los naturales, más embarullados. Todo, a media altura, con más estética que mando. Mata con salto (como El Juli).

Hemos visto los intentos de torear al toro inexistente: ¡vaya invento! Para el gran público, un rollazo; para el aficionado, algo lamentable. ¡Qué triste es la Fiesta de los toros cuando los toros no tienen el mínimo de fuerza, casta y emoción! Así estamos. Las figuras seguirán exigiendo estos toros; los ganaderos, criándolos; los empresarios, comprándolos; el público, maldiciendo su negra suerte. ¿Hay algún atisbo de que esto vaya a cambiar? Yo no lo veo…

Posdata. Muchos «niños prodigio» del arte se quedan en el camino pero no todos: Yehudi Menuhin, Barenboim… El niño salmantino Marco Pérez, de nueve años, sorprende a todos los que le ven por su facilidad, desparpajo y torería, delante de las reses. (Últimamente, ha causado sensación en Arles y Ávila). Quizá se quede en eso pero, quizá, logre seguir el camino de Ponce y El Juli. La Fiesta no se acaba… mientras haya toros con la casta y fuerza imprescindibles.

El País

Por Antonio Lorca. Un petardo monumental

Cuando Joaquín Galdós insistía inútilmente una y otra vez ante el noqueado toro sexto, parado como si fuera de piedra, una parte minoritaria de la plaza gritaba “Toro, toro, toro”. Pero adviértase el dato: una minoría. El resto callaba ante el penoso espectáculo de un supuesto atleta que no tenía ganas más que de morirse.

Pero momentos antes, en el toro anterior, jugaba Cayetano ante un noble tontorrón con semblante borreguil y la mayoría de la plaza estalló de gozo cuando cerró con un pase de pecho una anodina tanda de redondos.

Así está la fiesta el 2017. Por esta razón -ausencia absoluta de la más mínima exigencia- se anuncia una corrida de Juan Pedro Domecq en la muy importante feria de San Isidro; y por la misma se dan de tortas las figuras por figurar en el cartel.

No es la primera vez, ni será la última, que esta ganadería eche un borrón en la tauromaquia moderna. Vendrá mientras quienes manden en la fiesta sean los toreros y no los aficionados. Y todo parece indicar que este problema -uno de los más graves- no tendrá ya solución.

La corrida de Juan Pedro fue un petardo monumental; tan gordo como para no volver en una larga temporada, lo que no sucederá. La memoria es flaca y las exigencias de los que mandan -los toreros- altas.

El asunto no es que los veterinarios reconocieran trece toros para aprobar cinco, sino que los elegidos no destacaron en cuanto a presencia, y, además, ofrecieron un juego lamentabilísimo en los tres tercios. No picaron a ninguno de los cinco y tampoco se dejaron picar porque aborrecieron el peto antes incluso de sentir la puya en sus carnes. Trataron todos de quitarse el palo y huyeron de las monturas sin atisbo alguno de pudor. Su comportamiento fue muy irregular en banderillas -tardos y parados-, y en la muleta evidenciaron su evidente agotamiento, falta de casta y esa sensación permanente de estar noqueados.

Un desastre para vergüenza de sus matadores, del ganadero y del empresario; para vergüenza, también, del público bullanguero que se traga entre el silencio de la mayoría estos inaceptables engaños.

Con tal material, es fácil imaginar que los del traje de luces estuvieron por allí, trataron de justificarse y se marcharon al hotel cabizbajos, como si tal cosa. El más perjudicado, el joven peruano Joaquín Galdós, al que han engañado como a un chino. Le han vendido que venir a confirmar la alternativa con juampedros era un lujo, y la realidad le ha demostrado que el error ha sido como una catedral.

Si quiere ser figura que se anuncie con una corrida de verdad y se deje de milongas. Los toros del gran regalo isidril lo han hundido y ahora necesitará ayuda celestial para salir del pozo. Se lució con el capote en un quite por chicuelinas en el quinto, pero le faltó sentimiento torero ante el noblón primero, y nada pudo hacer ante el parado sexto. Si uno se anuncia con un toro supuestamente artista es porque está seguro de que posee un misterio que desvelar delante de todos. Galdós no lo tiene y quedó desnudo en el ruedo. Hubo una tanda en la larga faena al primero, con la derecha, sentida, pero la única en un mar de pases anodinos y sin gracia.

En fin, que debe tener más cuidado con los regalos que le hacen. Algunos, como este, envuelto el papel de celofán, pueden ser envenenados.

Manzanares y Cayetano, repeinados como es habitual en ellos, ni se despeinaron. No torearon, sino que jugaron al toro con unos juguetes que daban más pena que miedo. Al menos, esa era la sensación desde el tendido. Y la lástima es el peor sentimiento que puede surgir en una plaza.

Blandísimo era el primero del torero alicantino, un animal moribundo antes de tiempo, que no podía dar un paso. Algo inexplicable cuando su lidia había sido cuidada entre algodones. Y la misma sensación produjo el cuarto.

Caso parecido es el de Cayetano. Se nota que es un personaje del corazón, porque de otro modo no se entiende el alboroto que sus fríos muletazos produjeron en parte del público. Pero el animal primero era un perrito faldero y hasta sus fans más fervientes quedaron decepcionados. Un noble tonto fue el sobrero, y su labor, entonada por momentos, careció de emoción y fundamento.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ni clamor ni recuerdos

José María Manzanares volvía. Regresaba con mayúsculas al terreno sagrado donde ocurrió todo. Todo lo bueno. Lo grande. Lo grande por descomunal como para conquistar Madrid siendo José María Manzanares figura, guapo y rico. Ahí es nada. Y nos volvió locos con veinte pases. Y delirantes al 21. Ya le esperaríamos a la vuelta del invierno. Así es este Madrid de memoria larga y corta al mismo tiempo. Y volvió, eso sí, con una corridita de Juan Pedro, que no pasó entera, y la que entró lo hizo con los ojos cerrados. Tuvimos que esperar al segundo de la tarde para su turno, por confirmación de alternativa, era toro ramplón de Juan Pedro Domecq, protestado de salida, mecido a la verónica, entusiasta el torero, apretó Cayetano en el quite. Y llegó el animal noble, con buen ritmo y escaso de ímpetu; ecuación que se traduce en faena al mismísimo limbo. Se quedó debajo del capote el cuarto en los primeros lances. Y fue una de esas faenas que se sabían predestinas al fracaso. Irremediablemente. Y así fue la cosa, el toro tenía claridad en el viaje, incluso buen ritmo, pero eran toro y torero en esta plaza líneas que nunca jamás llegarían a coincidir. No les iban a dejar y Manzanares no encontró la estructura.

Al Sol se fue Cayetano a comenzar la faena después de brindar al Rey emérito, se había desmonterado antes Iván García con los palos. Y tuvo pellizco el prólogo sobre todo con el cambio de mano y la trinchera; después al toro se le acabó la luz como si se le hubieran acalambrado las patas al unísono. Ruina. La nobleza no sostiene una faena si el toro no se mantiene en pie. Y no se mantenía. De Juan Manuel Criado fue el remiendo que saltó al ruedo en quinto lugar. Noble y de buen juego en la muleta. A la medida de las circunstancias. Los supo Cayetano que brindó a Madrid. El público de Las Ventas. Fueron bonitos los ayudados a dos manos con los que llevó el toro a los medios. Muy toreros. El problema vino después. Ya en la verticalidad. A la hora del toreo fundamental toreó Cayetano bonito, largo, ligado y muy templado. La cuestión que destemplaba los ánimos y que acabó con ellos es que le quedó todo periférico. Y ahí Madrid no tragó. Y cuando quiso reunirse más, ya era tarde.

Joaquín Galdós confirmaba en Madrid con el primer Juampedro. Con el mismo que no quiso caballo y llegó a la muleta con lo mínimo pero tomó los vuelos con cierto ritmo y nobleza. Era difícil que aquello transmitiera aquí, en la monumental venteña y a plaza llena, a pesar de que el torero era confirmante. Lo intentó, dejó la voluntad y no pasó a mayores. Tras brindis al Rey apostó al natural, era su momento, no le quedan muchos cartuchos que desperdiciar. Sólo que el cartucho no era. Sólo que la oportunidad era frustrada. El cartelazo, el no hay billetes y el toro que no fue. Galdós. ¡Menudo regalo envenenado! Más allá de la foto, ruina.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El bluf que se veía venir

Comienza aquí la crónica de un castañazo monumental y presentido. Cómo sería que, aún siendo breve la función, o la defunción, que a las dos horas exactas las 24.000 almas que habían abarrotado Las Ventas para deleitarse con el regreso de Manzanares después de “Dalia” y la vuelta de Cayetano tras cinco años de ausencia, huían como de la peste. Si alguien quiere ahorrarse la lectura, queda disculpado.

Confirmó alternativa Joaquín Galdós con “Esbelto”. Un toro bajo, tocado arriba de pitones, colorao y chorreado, que se definió pronto. Desgraciadamente, no para bien. Poco interés en los capotes, siempre con la cara por la esclavina, un par de amagos de asomarse al callejón, pobre nota en el caballo… José María Manzanares pidió innecesariamente permiso a la presidencia para ejercer de padrino en la ceremonia. Galdós se dobló camino de los medios. Como para ahormar. Y fue generoso con la distancia sobre la derecha. De la inercia dependía que el juampedro viajase. Tan apoyado en las manos. De escasa humillación. Más cortito a izquierdas. Y se afligió cuando el toricanto lo apretó y no le dejó parar en la serie más intensa de redondos. Lo pasaportó con un fulminante espadazo en el rincón.

La estocada de Manzanares sí que se hundió por todo lo alto. Tan poca fe llevaba el torero en el toro que había salido con la espada de verdad. A su simpleza exterior -la expresión lavada, apenas la seriedad de las puntas por delante- se sumó su pobre fuerza interior. Un alma en pena. “¡Y sin picar!”, como una voz atronadora recordó.

Un palmo y pico medirían las manos del chato tercero, armado como si amenazase al cielo. Cayetano, ya se había estrenado en su vuelta con un quite por tafalleras y una larga afarolada en el turno anterior, se estiró a la verónica. Como engomados el capote y la figura. El juampedro colocaba la cara. Con mejor inicio que final. Y así sucedió también en la brega medida de Joselito Rus y en la muleta. Superior, por cierto, Iván García con los palos. Cayetano dibujó un bonito prólogo. El acento cargado en un cambio de mano y en una trincherilla. Después el toro no terminó nunca de humillar, vacío de bravura y apagado de poder. Los tirones tampoco procedieron. Ni ayudaron.

José María Manzanares pasó de puntillas con otro cinqueño que caminaba pisando huevos. Trémulos andares a trompicones. Uno de los tres cinqueños de Juan Pedro. La testa como argumento. Un bostezo inmenso provocaba su negación. Ni fuelle ni voluntad de romper hacia delante. A Manzanares se la cayó esta vez la espada a los sótanos.

La corrida de Domecq venía remendada por un toro de Juan Manuel Criado. Una confusión en la tablilla lo anunció como si fuera de la ganadería titular. Ya hubiera querido Juan Pedro. Un cinqueño bajo, aleonado, un punto bastito, como cargado por delante, amplio el cuello, abierto de palas pero estrecho de sienes. Y de buen aire. Cayetano se infló en los ayudados por alto. Como hechido de pronto. Y se desinfló a la misma velocidad en una faena en el inicio desajustado por la mano izquierda, algo más reunido a derechas y sin pulso ni orden en sus construcción. Toro fácil y dormidito. Con su punto de clase para haber estado de otro modo. Cayetano no se pareció al Cayetano de Sevilla. Ni despertó. La plaza siguió su duermevela. Sin estremecerse con la mirada azul del torero clavada en los tendidos en un parón aguantado desde la pala del pitón. Cobró una estocada algo tendida con su peculiar estilo y recogió una ovación.

Galdós fue el último en cumplimentar al Rey Emérito. Sentido el brindis de un peruano por España, “que es mi segundo país”. No valió la ofrenda el zancudito sexto. Levantado del piso pero no de moral. Otro bluf. Como la tarde. Como el cartel estrella. El confirmante se encasquilló con la espada para rematar el fiasco. Que se veía venir. Usted junta, amable lector, en una misma coctelera determinados nombres, la agita y … ¡Boom! ¡Petardo!

madrid_010617.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)