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Plaza de Toros de Las Ventas

Sábado, 01 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Zalduendo, de buena presencia, extraordinario el primero y cuarto - (bravo con transmisión el primero, deslucido el segundo, a menos el tercero, bueno y con calidad el cuarto, descastado el quinto y desfondado el sexto)

Diestros:

Antonio Ferrera: de verde manzana y oro (oreja con petición de la segunda y dos orejas tras aviso),

Curro Díaz: de azul rey y oro (ovación con saludos en ambos)

Luis David Adame: de berenjena y oro (ovación con saludos y silencio tras aviso).

Parte médico de Luis David Adame: “dos heridas por asta de toro. Una en región perineal izquierda con una trayectoria ascendente de 5 cm. que contusiona uretra y otra en región perianal de 5 cm. Contusiones y erosiones múltiples. Es intervenido bajo anestesia general en la enfermería de la plaza de toros. Pasa a la clínica de la Fraternidad Muprespa Habana. Pronóstico reservado. Fdo. Dr. D. Maximo García Leirado”.

Entrada: más de dos tercios en tarde calurosa. (16.977 espectadores).

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-01-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1134918619178131458

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista

Emocionante Ferrera, tres orejas y puerta grande en Las Ventas

Poso, torería y un Antonio Ferrera sideral que rompió registros y traspasó la barrera de lo terrenal, cuajando a sus dos toros y reventando Madrid al natural. Su tarde estuvo a caballo de la historia y la locura, y es que por encima de trofeos la sensación que se vivió fue de una auténtica catarsis: tres orejas, puerta grande y el destierro de viejos fantasmas en una tarde para la historia donde la torería y el poso se reencontraron para no marcharse nunca. Como los vinos, Ferrera se acrecienta con los años. Su primera tarde de este año en San Isidro, quedará para los anales. Al primero le recetó una excelsa faena cuajándolo a placer por ambos pitones, sobre todo por el izquierdo, sin ayuda y al natural. Ilusionó a los tendidos. El mejor Ferrera volvió a lucir. Se encumbró ante un bravo Zalduendo. Volvió a fluir el oficio y la torería de un torero con un concepto único. Toreó como los ángeles, y ralentizó una faena parando el tiempo. A cámara lenta. Pareció como que el rastro del suceso acaecido el pasado 14 de mayo fuera historia. La estocada recibiendo citando al toro con un pisotón y a cámara lenta una vez más, fue una epopeya única del toreo. Continuó dando muletazos por bajo de suma plasticidad, con la espada enfundada en el Zalduendo. La obra cumbre. Oreja con petición de la segunda. Paseó una. Los pitos al palco, no se hicieron esperar. Si magistral fue su primer toro, el cuarto de nombre “Cítaro” no se hizo esperar. Cuajó al gran Zalduendo, en otra faena de mucho sabor y plena de detalles caros del extremeño. Paseó los máximos trofeos en otra actuación donde el temple y el gusto rozaron altas cotas. Cumbre sobre la zurda. Volvió a matar recibiendo. Las dos orejas en su mano. Con lo mínimo, lo máximo. Emocionó a los tendidos, y se emocionó dando la vuelta al anillo. La obra suprema, en la tarde de su vida. El reencuentro del drama vivido hace apenas dos semanas fue un puro espejismo para un torero fantástico y sideral, en una tarde para los anales, donde funcionó contra todo pronóstico la corrida de Zalduendo.

Por su parte, Curro Díaz con un lote infumable fue un mero convidado de piedra de la histórica tarde de Antonio Ferrera. Saludó sendas ovaciones, gracias a su notable uso con los aceros. Su primero le dejó expresarse y el de Linares mostró sus maneras con el percal en una actuación carente de transmisión. El quinto, manso y huidizo no le permitió lucimientos personales. Quedó inédito ante el peor lote.

La disposición y esfuerzo de Luis David Adame quedaron patentes, con otros dos toros de escasas posibilidades. Saludó tras pasaportar al tercero en una faena deslucida. Ante el sexto, sufrió una aparatosa cogida con dos cornadas de 5 cm. Salió de la enfermería, para formar una labor decidida frente a un toro a contra estilo. El fallo con los aceros le restó méritos.

A hombros se marchó Antonio Ferrera tras dejar su impronta, buen gusto y sobre todo la impresión de un torero recuperado, en un torrente de bravura donde el caudal de torería rompió todos los registros. Tres orejas, puerta grande y el recuerdo de una tarde histórica.

El Mundo

Por Vicente Zabala

Puerta Grande para Ferrera y una faena extracorpórea

Una catarata de emociones se sucedieron en los primeros 21 minutos. Como si fueran los 21 gramos que dicen que es el peso del alma. Antonio Ferrera levitaba ingrávido en una creación incatalogable, fuera de todos los moldes, ajena a los cánones de la realidad. Una faena daliniana, surrealista, lisérgica: una tonelada de LSD en vena. La improvisación de un genio con el toro soñado por el ganadero que soñaba la clase: Fernando Domecq. Desde los palcos del cielo asomado al vértigo de una plaza enloquecida con la alfarería de Ferrera y el templado ritmo sueltecito de Bonito. Que se hacía la arcilla ideal para la inspiración desatada del artista.

Desde la distancia generosa llamó Antonio Ferrera en los medios al zalduendo. Que galopó con toda su cuajada seriedad a cuestas. La divisa negra al viento -caballerosidad de Baillères- y la muleta en la izquierda, en el hombro izquierdo. Y desde ahí bajaron tres, cuatro, cinco naturales sobrenaturales. De una naturalidad, perdonen la redundancia, proporcional a la lenta llama de su muñeca. El maestro de Extremadura había abandonado la espada simulada. Y el cuerpo. Y la mente en aquella experiencia extracorpórea. Cambió las manos en una misma serie. Pero era la zurda la que dibujaba castillos en el aire, siempre con todas las ventajas ofrecidas al toro.

Lejos se fue y lejos citó a pies juntos -con los terrenos cambiados, la querencia a la espalda- a Bonito. Allí le costó más, con las tentaciones más cerca. AF esculpió entonces una escultura de eternidad, un natural monumental. Que por la noche aún revoloteaba en la soledad de la plaza, en la oscuridad de la noche, entre los ecos locos de los oles roncos. El toro de Zalduendo ya quería irse. Como había apuntado en el caballo. Todavía hacia los adentros los chispazos por bajo de trincherillas, trincheras y desprecios avivaron el incendio.

La última divina locura fue plantear la suerte de recibir con 20 metros de por medio. Esa prontitud de Bonito, que galopó hacia la muerte con la misma alegría de siempre, propició una estocada colosal. La erupción volcánica desbordó las tejas de pañuelos blancos. Sólo un palco encorsetado en su propia estulticia, presidido esta vez un tal Rafael Ruiz de Medina Quevedo, ninguneó la faena más maravillosa y libre de las últimas dos décadas. No volverá a ver nada igual en su mediocre vida: la creación que soñó Dalí entre relojes derretidos y tigres en la cabeza merecía la Puerta Grande sí o sí. Y se recordará de generación en generación.

Espeluznante cogida a Luis David por el último toro de Zalduendo.Fernando Alvarado Antonio Ferrera paseó dos clamorosas vueltas al ruedo. Con el amor multiplicado que había recibido al romper el paseíllo, después de lo suyo y el Guadiana, la misma pasión con la que elevó su montera a la memoria de su amigo Fernando Domecq. La bronca atronó contra el palco lerdo. Luego pasaron meritoriamente Curro Díaz y Luis David con dos toros que apuntaron más de lo que desarrollaron -más generoso y agradecido el del firme mexicano-, y hubo que tirar de ellos hasta tirarlos sin puntilla.

Ferrera volvió a hacerlo con un gigantesco cuarto resistente que terminó por embestir y humillar más de lo que nadie pensaba en la combinación de ciencia, entrega y terrenos. Con su punto de mayor esfuerzo y también de inspiración. De una clarividencia luminosa. Enloqueció de nuevo Madrid con afán de venganza: la obra era otra historia. Hubiera valido con una oreja, pero quisieron metérsela al palco hasta donde pone Toledo. Y, tras la estocada, Ruiz de Medina cedió a sus remordimientos de conciencia: dos orejas. La Puerta Grande se abrió de par en par para la extraordinaria tarde de Ferrera.

La corrida de Zalduendo, toda cinqueña menos el sexto, traía una presentación imponente, una preparación intachable y las reminiscencias del fondo bueno de lo que fue. Lo suficiente para pasar el fielato de un debut en Madrid: faltó en el quinto la raza. Tan deslucido. Díaz maldijo su suerte. Y Luis David brindó el último a Alberto Baillères. Que merecía el brindis más que el toro, rebrincado por su escaso y basto poder cuando lo hubo: la cogida del mexicano estremeció. Un palizón. Que no impidió que regresara a batirse el cobre. De torero macho. Falló la espada y fue operado de dos heridas de 5 centímetros. De pronóstico reservado.

ABC

Por Andrés Amorós. Un caudal de torería de Antonio Ferrera en Las Ventas

A pesar del acontecimiento futbolístico, también acuden miles de espectadores a Las Ventas. Y la fortuna les premia. Los toros de Zalduendo, muy manejables, honran el recuerdo de su creador, Fernando Domecq. (En 2014 vendió la ganadería al mexicano Alberto Bailleres). Antonio Ferrera da una tarde taurina de plenitud, una de las mejores de su vida, y abre la Puerta Grande.

Lo reciben con una ovación, después de su accidente. Saca del caballo al primero galleando. Sin probaturas, con toda facilidad, traza naturales clásicos, plenos de armonía, que entusiasman (el toro va peor por la derecha). Una gran faena, con un estilo muy personal, distinto a todos. Cita a recibir de muy lejos -como hacía Esplá-, consuma bien la suerte y sigue toreando al natural: algo insólito y de mérito. ¿Por qué no se le concede la segunda oreja? No lo sé. Yo se la hubiera dado, sin duda. Que, en esa suerte, quede la espada una pizca desprendida es pequeño lunar. Supera los 600 kilos el cuarto. Con gran técnica, lo va metiendo en la muleta, aunque el toro transmite poco y acaba rajado. Hasta las huidas las aprovecha, con torería, y acaba , junto a tablas, armándole un lío, poniendo a la gente de pie. Vuelve a citar a recibir, ahora en corto, y deja en todo lo alto la espada. Se ha inventado una faena que nadie esperaba: ¿Quién le va a negar los trofeos y la salida en hombros? Esta vez, le concede dos orejas (como debía haber hecho, con más motivo, en el primero: un criterio que no entiendo).

Siempre se espera con ilusión la estética de Curro Díaz. El segundo no se emplea, en el capote. Al comienzo, dos pases de la firma encantan a la gente; también, los muletazos solemnes, pausados, aunque el toro se queda a medias; consintiéndole, le saca algunos naturales. Mata con gran decisión pero desprendido. El quinto flaquea y quiere irse. Curro dibuja algunos muletazos suaves, con buen gusto, pero el toro huye continuamente, impide redondear la faena. Mata igual que en el otro.

Luis David dejó grata impresión con los Montalvos, por su variedad. En el tercero, que se rompe la vaina del pitón en tablas, realiza su segundo quite por chicuelinas de la tarde. El toro se mueve pero irregular, protesta. El trasteo es insistente, con oficio y entrega, va a más. Agarra una buena estocada y saluda. Brinda el último al ganadero, que es también su apoderado. Sufre una tremenda voltereta, recibe varios pitonazos y pisotones, pero se niega a entrar en la enfermería; sin chaquetilla, hecho un ecce-homo, vuelve al toro, que embiste sin clase. No mata bien pero la gente agradece su esfuerzo.

Antonio Ferrera ha mejorado muchísimo, buscando la lidia completa, con una torería singular. Hace unos días, vivió una circunstancia dolorosa. El éxito de esta tarde lo compensa todo y es el premio a su gran evolución. No olvidaremos la gran tarde de toros que nos ha dado. Él la recordará siempre con legítimo orgullo.

Postdata. Se preguntaba el genial Rafael El Gallo: «¿Qué hacen los ingleses, los domingos por la tarde, si no hay toros?» Se contentan con jugar (o ver) partidos de fútbol. Esta tarde, dos equipos ingleses han llegado a la final de la Champions. Pero también ha habido toreros ingleses: a comienzos del siglo XX, Tapia Robson, que después escribió el libro «La Fiesta nacional española». A Vicent Charles, de Liverpool, como el equipo de fútbol, le apodaron «El Inglés»: le dijo Carmen Amaya que tenía cara de torero, se lo creyó y se vino a España, a serlo. Se despidió en una corrida de homenaje a la flota británica. Henry Higgins alternó con Joaquín Bernadó, escribió el libro «Ser un matador»; herido, su mozo de espadas le leía «El Quijote». Con él confundieron a Frank Evans, también apodado -sin gran imaginación- «El Inglés»: a sus 74 años, toreó una vaca, para celebrar los 25, como matador; ha escrito el libro «El último torero inglés». Irlandés era David White. Ninguno de ellos ha logrado el equivalente de la final de la Champions: triunfar en San Isidro.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ferrera, triunfo del hombre, el torero y la vida con una faena de otra dimensión

Antonio Ferrera se vistió de torero, por dentro y por fuera y vino a Madrid. A la Monumental en pleno San Isidro. Nos despejaba del corazón esa punzada que nos había atravesado hace dos semanas. Complejas vidas. De verde oliva y oro. O de verde esperanza. Quiso que Madrid fuera suyo desde el comienzo y quitó y sumó en la capa con el primero. Fue todo una creación inaudita en su concepto, casi sorprendente a cada paso, como si le dieran igual dónde está o como si le fuera el todo en ello. No lo sé. Se fue al centro del ruedo, con una rodilla en la arena, brindó al cielo como en agradecimiento. Se estrujaban los pensamientos. Agolpados. Reventados. Incierto todo. Menos su voluntad, su afán de querer que le llevó a ponerse a cara o cruz con la muleta sin ayuda. En la verticalidad, en la búsqueda constante de la cadencia, de relajarse, de encontrarse con ese Zalduendo que fue pronto, noble y con repetición al engaño. Buen toro. Y ahí, en pleno comienzo de todo, se deshizo de la ayuda, nunca jamás la volvió a usar, a pesar de que se puso por ambos pitones. Tiró de las distancias, de la emotiva inercia del toro en ese parque de atracciones que era la faena, en la que nunca sabías, ni te atrevías a adivinar qué venía después. En la distancia el cite, el pecho de frente y tandas alternadas por ambas manos. Lo mejor llegó al final, en la distancia media, cuando al animal le abandonó la inercia en la arrancada y fue a ralentí. Así los muletazos que sacó. En su mundo, a su historia, Ferrera nos volvía a sorprender. Como a fogonazos. Y de qué manera. Fue en la suerte suprema cuando de pronto se colocó a cinco o seis metros del toro, a ojo claro, pero muy lejos, tremendo. Inaudito. Aquello se convirtió de pronto en un laberinto plagado de dudas. No dudó. No echó cuentas. No filtró los peligros. Citó al toro y esperó hasta que llegara a su jurisdicción para echarse sobre el morrillo. La estocada entró entera (punto abajo) y Madrid con él hasta los cimientos. Le pidieron las dos con mucha fuerza, con toda inmensidad que había tenido una faena que navegó en otra dimensión, a veces inexplicable. El presidente le dio una y dio dos vueltas al ruedo de manera compensatoria. Al cielo volvió a dirigirse cuando recogió la montera. Hay círculos sagrados que quedan para él.

Lo del cuarto fue una sorpresa, como un regalo que vas desenvolviendo capa a capa, poco a poco. No fueron brillantes los comienzos, más bien intermitentes, tuvo movilidad el toro, humillación y franqueza, pero los primeros compases fueron más de uno en uno. Quiso rajarse el toro y en el Nueve, entre las rayas y las tablas, hizo Ferrera toda la faena. La verdadera. Sonó un aviso antes de que se perfilara a matar y dejara atrás un toreo inspirado, sorprendente, enrabietado a veces y en busca del reposo más absoluto en otros. Todo inesperado. Aunque no lo parecía se fue metiendo a la gente en el bolsillo y el clímax vino en la última serie, la más torera, y en esa estocada en la yema en la suerte de recibir que le salió innata, como si no le costara. Una oreja le abría la Puerta Grande, dos le pidieron y le dieron. Más allá de los trofeos, había triunfo el hombre, el torero y la vida. Y la alegría así es infinita.

Curro Díaz pasó con discreción con un segundo, tan noble como descastado. Bien la estocada. Y abundó con un quinto, que tenía nobleza pero rajado y desentendido. Poco hubo más allá de la buena voluntad del diestro y de la vuelta al ruedo que se dio para intentar torearlo.

A Luis David le tocó un ejemplar que colocaba muy bien la cara a pesar de que tenía la casta cogida con pinzas. El mexicano firmó una faena extensa, que conectó con el público en el último tramo en la versión de circulares y manoletinas. La estocada sí tuvo toda la entidad. El sexto nos quitó la respiración y a Luis David casi le quita la vida. Qué manera de cogerle, con qué saña. Era encastado el toro y con muchas dificultades. La cogida fue tremenda, le llevaron a la enfermería, salió justo cuando Ferrera iba a por el toro, y defendió su labor con un buen puñado de arrestos. Y la gente estaba con él. No así la espada.

A hombros se fue Antonio, entre la muchedumbre, entre la multitud. Por la Puerta Grande de su Madrid y el nuestro y con la emoción retorcida en el estómago. Había triunfado el hombre, el torero y la vida. De vez en cuando el destino nos regala historias así.

El País

Por Antonio Lorca. Antonio Ferrera, el artista total

Inenarrable; absolutamente inenarrable. La lidia del primer toro de la tarde fue uno de los acontecimientos más emotivos y emocionantes que puedan verse en una plaza de toros. Sus autores, Antonio Ferrera, un torero inspiradísimo, transfigurado y reconvertido en el artista total, y un toro de Zalduendo, precioso de lámina y astifino, nobilísimo y encastado.

Fueron unos minutos que supieron a eternidad; una plaza arrobada e íntimamente conmovida ante una tauromaquia nueva, clásica, innovadora toda ella de un hombre desbordante de gracia y torería.

¿Qué pasó? El arte hay que verlo para sentirlo. Benditos aquellos que tuvieron la fortuna de presenciar la gesta, porque ni la narración ni el vídeo serán capaces de transmitir la grandeza palpitante del misterio del toreo.

El primer indicio lo transmitió Ferrera al dejar en suerte al toro ante el caballo con una larga airosa y personalísima; después, lo sacó del picador, capote a la espalda, con el llamado quite de oro, original del mexicano Pepe Ortiz, esperó que Montoliú se luciera con las banderillas, tomó la espada y la muleta y se dirigió al centro del anillo. Una vez allí, hincó la rodilla derecha en la arena, brindó al cielo y se santiguó. Algo extraño estaba pasando…

Citó de lejos con la mano zurda y comenzó una sinfonía torera que perdurará en el recuerdo. Los primeros cuatro o cinco naturales brotaron de una exquisita textura, templadísimos, hermosos, crujientes… Y el torero soltó el estoque simulado.

Dos naturales más, el toro se despista con la montera yacente en el suelo, la muleta pasa a la mano diestra y surgen trazos desmayados, que cierra con un pase de pecho brillante.

Otro cite largo por naturales, uno, dos, tres, enormes, y un cambio de manos preciosista.

Se aleja Ferrera del toro -reconocido ya por su encastada nobleza, ritmo, prontitud, fijeza y transmisión-, dibuja cuatro derechazos pletóricos de naturalidad y se vuelve a separar del terreno de su oponente. Vuelven las pinceladas de toreo henchido de embrujo y empaque y se hace otra vez presente el grandioso toreo al natural, emotivo e inquietante por misterioso y hondo. Aún quedaban trincherillas, un pase del desprecio y un paseo del torero con la muleta sobre los hombros.

Toma Ferrera la espada de verdad, busca la mejor posición del toro y cuando lo considera en la postura idónea sorprende de nuevo. Se retira unos ocho metros, monta el estoque, cita a recibir, obedece el animal y deja una estocada hasta la empuñadura. La plaza explota de emoción, se inunda de pañuelos y solo la incomprensible intransigencia del presidente deja el premio en una sola oreja, por lo que se gana una de las más sonoras broncas del año.

Se esperaba con ansiedad la salida del cuarto, otro toro bonachón, de menos recorrido y codicia que el primero, con el que el artista extremeño corroboró una actuación que puede y deber ser calificada como histórica para su trayectoria personal y para esta plaza. Fue una labor trabajada, de menos a más, cocida a fuego lento.

En el inicio de muleta no se aventura faena meritoria por la escasa fortaleza del animal, pero una tanda -la tercera- de enjundiosos naturales hizo renacer la esperanza y, a partir de entonces, un manojo de pinceladas de toreo grande por ambas manos, enormes pases de pecho, una trincherilla espectacular, un circular conmovedor y un espadazo final, algo desprendido, pero cobrado con el alma, pusieron en las manos del torero la dos orejas que lo encumbraron a la gloria.

Antonio Ferrera fue recibido con una ovación al romperse el paseíllo para animarlo, quizá, por el misterioso suceso de su caída desde un puente al río Guadiana, el pasado 14 de mayo. Y lo despidieron con los merecidos honores de un artista total. Cosas de la vida…

Curro Díaz dejó retazos de su innata elegancia en detalles torerísimos ante sus dos toros, tan nobles como sosos; y Luis David se esforzó por no ser el convidado de piedra la tarde de los artistas. Dispuesto y valeroso en todo momento, estuvo a la altura de sus oponentes; sufrió una aparatosa voltereta en el sexto; desmadejado, ingresó en la enfermería y cuando Ferrera se disponía a matar el toro, recibió indicaciones de la cuadrilla del mexicano de que Luis David estaba dispuesto a salir y cumplir con su contrato. Y así fue. Se deshizo de la chaquetilla, tomó aire, hizo gala de sus 21 años y volvió a la cara del toro para continuar la lidia. Mató mal, emborronó una más que aseada faena y todo quedó reducido al silencio. Quede constancia, no obstante, de su vergüenza torera.

Madrid Temporada 2019

madrid_010619.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)