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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 3 de junio de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura (mal presentados, mansos, descastados, sosos y desclasados). El 3º de la tarde, Tiznaolla, número 85, cárdeno claro, 541 kilos, despertó las sospechas por afeitado. La Autoridad ordenó su análisis postmortem dando positivo.

Diestros:

Rafaelillo: de azul pavo y oro. Estocada atravesada que hace guardia y 11 descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo y dos descabellos (silencio)

Pepe Moral: de negro y plata. Pinchazo, estocada pasada y cuatro descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada caída (silencio).

Román: de rioja y oro. Cuatro pinchazos, estocada atravesada y dos descabellos. Aviso (silencio). En el sexto, estocada baja y descabello (palmas).

Entrada: lleno, 22.000 espectadores

Imágenes: https://t.co/S4m8yi5zOw

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/multimedia/20186/3/20180603214804_1528055420_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Solo Pepe Moral ante una indomable miurada

El sevillano que saludó una ovación del segundo, cosechó los mejores momentos de la tarde ante un encierro bronco y con mucho peligro. Román dio la cara y Rafaelillo se estrelló con el peor lote.

Al igual que el curso pasado la corrida de Miura no tuvo apenas opciones, condenando a la terna al absoluto fracaso. El envío sevillano desigual de hechuras y con algunos ejemplares impresentables como el tercero, dejó momentos para el recuerdo como la breve faena de Pepe Moral al segundo o la fiereza de un tercero, así como el salto al callejón del que cerró la tarde. Casi todos, fueron ejemplares broncos y sin transmisión en una ingrata miurada, que vuelve a desterrar el mito de la singular e histórica vacada de Zahariche.

Pepe Moral gozó del respeto de Madrid en una tarde compleja, donde lo mejor tuvo su sello. Ocurrió en el segundo un “Laneto” que combinó nobleza con clase. El sevillano comenzó la labor por abajo, aprovechando el poco fondo del toro, que a la postre fue el de mayor opción del envío. Por el derecho emergieron pases a cámara lenta de mucha plasticidad y cadencia. El mejor fue uno sobre la zurda de gran belleza. Los aceros restaron méritos a la actuación tras dejar una estocada tras pinchazo, y un reguero de descabellos teniéndose que conformar con saludar una ovación desde el tercio. Con el quinto que acusó una pauperrima lidia de capotazos, banderillas y puyazos traseros, Moral optó por la media altura, cuando “Tahonero” pidió una lidia a la antigua. No se hizo con él, y lo cazó como pudo siendo silenciado.

Román derrochó arrojó y valor como cada tarde que se pone el chispeante, y volvió a dar la cara en una tarde a la contra. El tercero tuvo la estampa clásica de Miura, agalgado, lomo recto y alto de agujas, pero de salida se estampó contra el burladero, acusando el topetazo durante la lidia y poniéndole en muchos apuros a un Román que no estuvo seguro de si mismo, ni para estoquear al Miura. No lo arregló con los aceros y fue silenciado tras sonar un aviso. El sexto saltó de salida al callejón, provocando el desconcierto. La brusquedad del Miura la suplió Román con firmeza en una labor a fuego, corriéndole la mano mientras que “Taponero” pegó derrotes, se orientaba y el valenciano trapaceaba la peligrosidad. No hubo para más.

Abrió la tarde Rafael Rubio “Rafaelillo”, que a la postre fue el que menos opciones tuvo de la terna, toda vez que se las vio con un primero descompuesto y reservón, que no tuvo atisbo de casta. Además dejó una estocada haciendo guardia y ocho descabellos. El “Rompeplaza” que hizo cuarto, fue del estilo del primero: de nulo fondo, donde el murciano tomó muchas precauciones, porfiando con los aceros de manera repetida. Le queda el cartucho de la corrida de Escolar del martes.

El País

Por Antonio Lorca. Un Miura salta al callejón

La tarde había caído en picado a causa de la mansedumbre, la mala casta y la falta de calidad de la corrida de Miura cuando los clarines y timbales anunciaron la salida del sexto de la tarde.

Salió engallado el cárdeno Taponero, de 576 kilos de peso, recorrió el diámetro del ruedo, y se plantó en un periquete en el burladero del tendido 7; atisbó allí la montera de un subalterno y, en un intento de quedarse con ella, saltó limpiamente la barrera y se plantó en el callejón, donde se produjo una estampida en décimas de segundo. El de la montera buscó como pudo refugio en la arena, otros se guarecieron en los burladeros interiores y alguien tuvo tiempo de abrir la salida al ruedo situada en el camino de la puerta grande. Hasta allí llegó el toro con enorme violencia, de modo que a punto estuvo de dejarse un pitón en uno de los postes que sostienen la barrera. Pero aún tuvo tiempo el animal de ver con el ojo izquierdo las piernas de dos operarios que a duras penas trepaban por la madera para guarecerse en el callejón y hacia ellas lanzó un gañafón que no alcanzó su objetivo.

En el ruedo le esperaba ya Román, que pudo enlazar un par de estimables verónicas; manseó con descaro en el caballo, recortó peligrosamente en banderillas, y llegó al último tercio con una durísima fiereza que puso a prueba el corazón de su lidiador.

Había que tener muchas agallas para citar a ese toro a escasa distancia de los pitones. Era, quizá, un animal para jugársela a cara o cruz, un toro de Madrid, de esos que te ofrecen la posibilidad de una catapulta hacia el estrellato. No está claro. Román, valiente y entregado, consiguió embeberlo en la muleta en un par de muletazos en los que el miura metió la cara en el engaño. No rehuyó la pelea el torero, no dio un paso atrás, pero la mala casta de su oponente no parece que pudiera ofrecerle un triunfo inesperado.

Fue lo más emotivo de una tarde decepcionante en el apartado torista. En primer lugar, porque los miuras no lucieron estampas de tales. Varios de ellos fueron justamente protestados por su deficiente presentación, que es requisito imprescindible para la emoción de una ganadería que no es santo y seña de nobleza y calidad.

No se cayó ninguno, lo que es de agradecer, pero todos destacaron por su mansedumbre en los caballos, su mala casta, sosería y complicaciones en el tercio final.

Rafaelillo tuvo suerte de volver al hotel con la cabeza intacta. En la suerte suprema, su primero levantó la cara y le puso los pitones en el cuello con la clara intención de descabezarlo. Todo quedó, afortunadamente, en un roto en la taleguilla y un susto dolorido. No estuvo bien el torero ante ese toro, que no era un santurrón, corto de viaje y deslucido, con el que Rafaelillo mostró excesivas precauciones, impropias de un torero valiente y avezado en este hierro. Poco pudo hacer ante el cuarto, soso, descastado y empeñado en lanzarlo por los aires.

Los mejores muletazos de la corrida los dio Pepe Moral al segundo, el único que mostró un comportamiento noble, pero también falto de vida y codicia. Largos fueron los pases iniciales por bajo, templados algunos redondos y, en el tramo final de la faena, un templadísimo natural aislado y tres grandes ligados con el de pecho. Mató mal, pero la labor del torero no llegó a alcanzar el clímax necesario; quizá, porque la buena condición del animal exigía una movilidad de la que carecía.

Intoreable, en términos modernos, era el quinto, con el que el torero sevillano lo intentó sin posibilidad de éxito.

Y no estuvo afortunado Román ante su primero. Era como los demás, con el añadido de que en un muletazo con la zurda el toro le puso los pitones en el corbatín. Al torero se le vio afligido en la suerte suprema y se echó fuera sin pudor alguno.

En fin, mansa y dificultosa corrida de Miura -lo normal por otra parte-, pero de presentación impropia para esta plaza.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Miura contra su leyenda: una corrida mal presentada e ingrata

Miura traía clavada la espina de Madrid. La corrida de San Isidro 2017 fue un fiasco sonoro. Cambiado el orden de su presencia, habitual en el cierre en los últimos años desde su regreso (2016), como broche es en Sevilla y Pamplona - los feudos fieles, históricamente miureños-, la cita del 3 de junio se antojaba de vital importancia. Como para Rafaelillo, Pepe Moral y Román por distintos motivos. Al reclamo de la divisa legendaria y centenaria se dio un llenazo en Las Ventas.

Si el primero de la tarde no llega a llevar el hierro de Zahariche, arde Troya. Tan enjuto y escurrido. Una tabla de planchar con dos pitones. Y ninguna intención de embestir. Ni de humillar. Todo frenado sobre las manos desde que lo paró Rafaelillo con el capote. La cara por la esclavina. Y las ideas afiladas. Cobró lo suyo sin emplearse en el caballo. Hasta cuatro encuentros de falsete. Pepe Moral se atrevió con un quite por chicuelinas. El miura se dolió en banderillas y siguió doliéndose de su presunta condición de toro bravo. La muleta de Rafael Rubio peleaba además con el viento. Expuesto por el pitón más claro (sic), el izquierdo. Medios viajes al paso entre derrotes como toda respuesta. Infumable incluso para jugársela. El poder, en el cuello. El último taponazo cuando atacó el matador murciano con la espada. Un leñazo casi a topacarnero. Durísimo el choque. En el suelo escapó el hombre de la bestia de puro milagro. La taleguilla rota y el gesto desencajado. El acero enterrado hacía guardia. Un calvario fue descabellar. Con la muerte tapada.

Una seria cabeza coronaba la interminable longitud cárdena del miura de Pepe Moral. El formidable pescuezo de la casa usado esta vez para humillar. Una aparariencia más aparente al menos. Y una nobleza notable. En el caballo dormida la fuerza precisa. Moral brindó a la parroquia. Y se dobló toreramente con el toro. El empaque de aquellos doblones continuó en su derecha. De modo prometedor. Perdiendo pasos, los muletazos hilvanados. Pero la faena se perdió en su tramo central. Como el Guadiana. Eolo enredaba y tal. Reflotó de nuevo al final. Por uno y otro pitón el zapatillazo. Largo el trazo, abriendo la buena embestida en los naturales. Buenos naturales, por cierto. El trazo por encima del embroque. El pecho vistiendo el hueco. Qué hermosos todos los obligados a lo ancho de la obra. El estoque no sumó. Y la ovación sonó a premio de consolación. Compartida con el arrastre del miureño.

La miurada regresó a sus registros agalgados y flacos sin, a lo peor, haber salido de ellos. Cardenito claro el tercero. No es casual el diminutivo. Ni por delante ni por detrás el trapío. Un estrellón contra las tablas en la frontera de los tendidos “6” y “7” frenó las protestas. Tampoco tantas. Es más: el accidente se aplaudió con atronadora potencia. La potencia que no habitaba aquella movilidad pronta y ágil. Muy viva. Iturralde agarró en lo alto los puyazos. Por arriba fijaba su cara el toro. Que iba y no se iba del palillo de Román. Los vuelos enredados como su flequillo con el aire. La fluidez cerebral cada vez más cortocircuitada. Reponía la embestida sin posibilidad de gobierno. Saltaba por el izquierdo como si fuese a pisar minas. El epílogo de faena con las tres cartas tiradas. Sin fe alguna los pinchazos. Saliéndose de la suerte.

Rafaelillo libró un farol de rodillas como salutación al cuarto. La culata de un pollo. Sin remate ninguno. Ni tipo ni gaitas. Sin tracción trasera. No tiró nunca hacia delante. Pues la bravura jamás alumbró una arrancada. No abandonaba nunca la jurisdicción del torero. Imposible otro toreo que no fuese el defensivo. Y lo más graves es que entre tanto deslucimiento fatuo las complicaciones no se apreciaban desde arriba. Más o menos lo mismo sucedió con el quinto. Gaitazos y gaitazos en la muleta de Pepe Moral. La brevedad se impuso.

El último recuperaba la seriedad que no trajo Miura a Madrid. Miura contra su leyenda. Saltó al callejón con facilidad equina. No hubo males mayores porque el abordaje fue en los terrenos del “7”, la zona menos poblada entre barreras. Chocolate picó a ley. Fuerte el toro. Hacia por humillar pero sus arrancadas carecían de entrega. Y carecían de final. Ásperas y broncas. Román convirtió tripas en corazón. Un esfuerzo por tragar. Y tragó lo suyo. Como despedida de sus tres tardes isidriles, deberían entregar carnets de apoderamiento.

La ingrata corrida no se cayó como en 2017. Ya ves el mérito. La espina de Miura siguió clavada en Madrid.

ABC

Por Andrés Amorós. Miuras de duro pedernal en San Isidro

Comienza la llamada «semana torista», siete días de corridas sin el encaste Domecq: ¡algo insólito! (Tan insólito como la llegada al poder de quien yo me sé). Y comienza con miuras, que, además del respeto a la tradición –algo insólito, en la España actual–, «vende» diferencia y singularidad, en una época tan gregaria.

Los de esta tarde siguen siendo altos, variados de capa, abiertos de pitones, agalgados; parecen escurridos, con un cuello o «gaita» muy largo; aprenden pronto, tienen reacciones imprevisibles… Miuras. Se discute su presentación pero lo malo es lo complicados que resultan, fieles a su leyenda. Sólo el segundo embiste con nobleza y permite una buena faena de Pepe Moral, que pierde el trofeo al matar. Román se la juega de verdad en el último, muy serio. También se aplaude a los picadores Pedro Iturralde, en el tercero, y Chocolate, en el último.

Con los miuras llega a la Feria Rafaelillo, ese «pequeño gran hombre» (como Dustin Hoffman, el blanco criado por indios): pequeño por la talla; grande, por los toros a los que se enfrenta. En una tarde de toros complicados, a él le tocan los dos más difíciles. El primero echa la cara arriba, prueba, se le para, no permite lucimiento alguno. Rafaelillo machetea por la cara: lo que había que hacer. Mete la mano hábilmente, con la espada, y sufre una cogida espectacular, le destroza la taleguilla por el lado izquierdo (no el derecho, el de salida) pero se encasquilla con el descabello. Tiene un puntazo corrido de carácter leve. Recibe al cuarto con una larga de rodillas. El toro flaquea pero vuelve rápido, queda corto, busca. Rafaelillo intenta una pelea «a la antigua» pero ha de desistir, cuando le pone los pitones en la cara.

Se ha ganado entrar en esta cartel Pepe Moral por su buena actuación ante los miuras, en Sevilla. El buen corte clásico que le inculcó Manolo Cortés vale también para estas reses… cuando lo permiten, claro está. Esta tarde, sólo el segundo, que sale frío pero va a más, embiste con nobleza. Moral lo conduce bien, en derechazos largos y templados. Cuando ya tiene la espada en la mano, logra excelentes naturales. Ante la inminencia del triunfo, se precipita, al matar: pincha, antes de la estocada. El quinto hace floja pelea; corta en banderillas; cabecea y busca, por alto y por bajo, en la muleta, provocando el desarme. Moral se lo quita de en medio.

Buen gesto del joven Román es apuntarse a estos toros. (Ya lo hizo en Bilbao, el año pasado, y aprobó, con nota). Conocemos su valor, su fácil conexión con el público; a veces, se acelera: eso, con un miura… En el tercero, que acude de largo al caballo, se luce Pedro Iturralde. El toro vuelve rápido y hace hilo dos veces, poniéndole en apuros. Román hace el esfuerzo pero se queda a medias y naufraga, con la espada. El último, el más serio, salta limpiamente al callejón, de salida. Pica bien Chocolate. En la muleta, el toro pega arreones, se defiende, pero Román le planta cara, le saca derechazos con mérito, sorteando derrotes y mete el brazo con habilidad.

Se ha pitado de salida a varios toros, por escurridos; por ejemplo, al segundo, al que, al final, se ha aplaudido. Y he escuchado algún «¡miau!» Con miuras complicados, es absurdo. Repito lo de siempre: me importan poco los kilos; hay que conocer el tipo de cada ganadería. Lo que importa es el juego que den. Los miuras de esta tarde han salido difíciles, conforme a su leyenda. No se repetirá, esta vez, el tópico de que los miuras ya no son lo que eran. ¿Recurrirán al de que ha sido una moruchada? No lo sé. Si no nos gustan los toros blandos, flojos, hay que aceptar los duros, pesen lo que pesen: con ellos, todo lo que logran hacer los diestros tiene seriedad, importancia y mérito. Como aficionado, prefiero los toros de pedernal a los borregos.

La Razón

Por Patricia Navarro. Los Miuras del lleno y la ingratitud

Hizo el tercero honor al nombre y de la pura furia de la sangre miureña se estampó contra el burladero de salida. Casi se mete. A capón. Miura había llenado Madrid el penúltimo domingo de San Isidro. Se ve el final, pero de lejos. Como a estos toros que por la alzada que tienen, a ras del suelo, sobre la arena, y elevándose 24.000 espectadores sobre los tendidos, el final se debe antojar un trago casi que amargo. Como si fuera un parapeto tomaba la capa el toro en el tercio de banderillas, no había entrega, defendía el toro y medía con los palos.

Era el turno de Román. A secas. Pasaba por allí por el derecho, sin el ritmo necesario para que la faena tuviera estructura y reponiendo. Lo que hizo que la labor no lograra alzar el vuelo. Exigía por el izquierdo y requería versión pro al defender la embestida por las nubes. La voluntad de Román no encontró la rotundidad de otras faenas y en este tipo de corridas va todo a la contra. Le fue después a él la espada. Sin duda, para Román fueron a parar la legión de toros atléticos y si su primero se estrelló sin remilgos, «Taponero» saltó el callejón a modo de presentación. Raudo anduvo el banderillero para saltar a la arena y un tipo de traje para hacerlo en el sentido inverso.

Es curioso ver el espectáculo (tranquilo, desde el tendido) como de pronto, en el caos más absoluto todo funciona como si antes de empezar hubiera un ensayo general. Tuvo movilidad el toro, geniudo y fiereza en el engaño que más que pasar se defendía, pero la gente había venido a ver los toros y eso quisieron. Román lo intentó. No había dos embestidas iguales y era difícil dar con una línea que permitiera el toreo y al final no hubo hilo conductor para la historia. Una historia que comenzaría y acabaría con una corrida mal presentada para la plaza de Madrid de una divisa legendaria y con una tendencia clara a la ingratitud.

Pepe Moral se llevó un dulce siendo vos quien sois: divisa de Miura. Tuvo nobleza el toro, buena condición y ritmo. De hecho, lo que le faltó fue fuste para que aquello acabara de trasmitir o pudiera rondar por los debates épicos que nos dejan la boca sin saliva. Pepe, que también tiene calidad, lo toreó bonito hasta que se fueron deshaciendo las emociones y los aceros tomaron un camino malo, que ya había empezado Rafaelillo. El primero de la tarde ya había marcado el camino con el capote, apuntar sin pasar. En esa franja se movía el primer Miura de la tarde. Lo supo Rafaelillo. Y le peso. Anduvo por ahí el murciano con oficio y se desmoronó con la espada, con la que sufrió una cogida descomunal. Poco remate tuvo el cuarto, como todos los demás. No son quilos, ni cara, es cuestión de seriedad y remate.

El toro tuvo media arrancada, medio viaje a ninguna parte. A Rafael le vino grande el toro y la gente aprovechó para ponerse de parte del Miura. En verdad no era ocasión ni para guerras ni para bandos. Ni para glorias ni grandes fracasos. Cayó en picado la tarde en el quinto. Poca presencia del toro, por fuera y por dentro. Impuso poco ese animal, que no quería pasar y en esa media arrancada se defendía. La faena de Pepe Moral no se alargó sabedora de que estaba todo el percal vendido. Todo o nada. Y en ese baremo sólo cabía la ruina. Tarde de ingrata. De venir al tendido con un buen puñado de tópicos aprendidos al dedillo. El llenazo lo vale todo.

Madrid Temporada 2018.

madrid_030618.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:16 (editor externo)