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Plaza de Toros de Las Ventas

Martes , 5 de junio de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de José Escolar nobles y encastados en su mayoría a excepción del primero y del quinto - (noble con posibilidades el primero, encastado el segundo, manejable el tercero, con fuelle el cuarto, deslucido el quinto y con transmisión el sexto).

Diestros:

Rafaelillo: de nazareno y oro. Tres pinchazos y estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo, estocada y descabello (silencio).

Fernando Robleño: de rioja y azabache. Estocada corta y dos descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, estocada perpendicular y cuatro descabellos (silencio)

Luis Bolivar: de azul marino y oro. Estocada desprendida (silencio). En el sexto, gran estocada y tres descabellos. Aviso (ovación de despedida).

Entrada: 15528 espectadores

Imágenes: https://t.co/q14Oa6qD29

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/multimedia/20186/5/20180605214646_1528228083_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Buena corrida de Escolar sin trofeos

Fernando Robleño que saludó una ovación en el segundo, y Luis Bolívar que dejó una buena imagen en el sexto, hicieron lo más destacable de una corrida que no terminó de carburar.

En la semana torista, el emblemático hierro de José Escolar regresaba a Las Ventas tras tres años de ausencia, y visto lo visto ha llegado para quedarse, porque el entipado envío abulense, tuvo raza y casta para bastante más que lo sucedido. Robleño y Bolívar dejaron su huella, mientras que un denostado “Rafaelillo” se fue de vacío ante un lote de posibilidades.

Fernando Robleñovolvió a dejar constancia que hoy por hoy, no hay torero que asimile mejor los Escolares, que él. Lo más granado ocurrió en el segundo, un toro fino de cabos que cuidó en los primeros tercios donde acabó desarrollando un tranco exquisito dentro de una embestida desdibujada. La anécdota llegó cuando el Presidente cambió el tercio de banderillas sin que el toro tuviera dos pares de banderillas, pero eso no enturbió una actuación de buen trazo de Robleño donde los mejores momentos llegaron en una serie sobre la zurda de mucha hondura. Dejó una estocada pero el toro tardó en caer y se enfrió la labor, aunque eso no fue óbice para que saludara una ovación desde el tercio. Con el quinto de impresentable fachada, apuntó algunas bondades pero no llegó con fuelle al tercio final. Robleño planteó una labor a media altura y el Escolar se orientó, y reponía de sus embestidas. Esfuerzo en balde que despachó de una estocada teniendo que hacer uso del descabello.

Por su parte, Luís Bolívar hacía su última comparecencia en el abono toda vez que ya actuó en la corrida de las seis naciones, donde fue brutalmente volteado sufriendo una contusión torácica que no le impidió hacer el paseíllo con los de Escolar y mostrar sus credenciales en sus dos turnos, aunque lo de mayor envergadura ocurrió en el sexto un toro que dio espectáculo de principio a fin. Embistió con cadencia de salida, acudió con alegría al caballo que montaba Félix Majada y en banderillas Miguel Martín y Fernando Sánchez - se encumbraron como tantas tardes - con los palos. Con la misma transmisión acudió a la muleta, donde lo de mayor peso llegó sobre el pitón izquierdo con varias tandas de mérito. Por el derecho no quiso nada y cuando volvió a la mano izquierda era demasiado tarde. Dejó una estocada a ley, pero el toro tardó en caer y la actuación perdió vuelo. Con el tercero fue silenciado, en una labor a la que faltó limpieza en el trazo y calidad en la deslucida embestida.

Abrió el cartel “Rafaelillo” que ha concluido cosechando un paupérrimo San Isidro. Miura y Escolar, fueron sus dos pruebas de fuego y en ambas salió escaldado. En la primera la invalidez de su lote dejó todo en el aíre, y con los de Escolar estuvo a merced del noble primero con el que se mostró poco confiado en una labor sin apreturas tomando muchas distancias. Con el toro desarrollando sentido, le buscó los muslos sobre todo por el pitón izquierdo teniendo que abreviar entre la indiferencia. Porfió con los aceros y fue silenciado. Idéntico resultado cosechó en el cuarto, un toro muy el tipo de la casa que fue castigado en el caballo, y que el murciano se lo quitó de en medio con una labor trapacera que no careció de eco en los tendidos.

El País

Por Antonio Lorca. Añoranza de una buena bronca

Si a Luis Bolívar le hubieran dedicado una buena bronca hace unos años, quizá hoy sería otro torero. Si ayer sale de la plaza de Las Ventas entre una ruidosa protesta de unos tendidos encrespados, quizá estuviera todavía a tiempo de reflexionar y dar un nuevo rumbo a su carrera.

Pero en la fiesta de los toros se han perdido las broncas como expresión de exigente cariño. Las grandes figuras de todos los tiempos han tenido una mala tarde y han debido soportar con entereza el enfado de sus partidarios. Una buena bronca te puede hacer pensar y te invita a cambiar. Porque el enojo o el desagrado en la fiesta de los toros no son más que sinónimos de un afecto que solo se profesa a quienes se quiere; y en este caso, a los ídolos.

Bolívar se marchó al hotel entre el silencio a la muerte de su bondadoso primero y unas palmas al finalizar su labor en el sexto, otro toro que le ofreció posibilidades de éxito. Y, con toda seguridad, alguien tratará de convencerlo de que él no es el culpable, que estuvo bien con los toros y que fue la dificultad de estos la que impidió que saliera por la puerta grande.

Quizá, sea exagerado, pero el lote del torero colombiano llevaba el triunfo en la frente; al menos, eso pareció desde la grada, desde donde los toros se ven de manera diferente, también es verdad.

Noble el tercero, que acudía con presteza y nobleza a los engaños, y noble el sexto, extraordinario por el pitón izquierdo. El torero se dejó superar ampliamente por su primero y ofreció una impresión de desgana y derrota. Quiso y no pudo o, quizá, es que no se encontraba en ese momento con la inspiración necesaria. Lo cierto es que desaprovechó la golosa embestida del animal y la plaza guardó un pasivo silencio tras el arrastre del toro.

Salió espoleado Luis Bolívar a recibir al sexto, y lo hizo con buen gusto y pasión con cuatro aceptables verónicas y una media con sabor. Se esmeró en colocar al toro frente al caballo, y mostró una actitud encomiable en el inicio de la faena de muleta. Tardó en ver el lado izquierdo, el bueno, del toro, y ambos colaboraron en tres tandas templadas, lentas y hondas, de naturales que albergaban una fundada esperanza. No alcanzó la faena el clímax requerido, la alargó en demasía, quiso arreglarlo tirándose de verdad sobre el morillo a la hora de matar, pero escuchó dos avisos y casi todo se diluyó.

Posiblemente, esta corrida de José Escolar le pese en su carrera; y aunque no hubiera bronca, la mereció, y de las gordas.

Otro que se fue entre silencios fue Rafaelillo, y fue esa una nota alta para su lastimoso quehacer. Se le vio perdido, con pocas ideas, sin soltura y desconfiado. Su primero lo atisbó cuando el torero lo citaba con la mano derecha y fue a por él como una flecha; tanto es así que, si no está listo, lo manda a la bandera. Le costaba embestir, y el torero dejó claros su oficio y entrega, pero quedó la impresión de que le pudo el conformismo. Y naufragó ante el quinto, corto y soso en el tercio final, con el que no le salió nada a derechas, y todo acabó en una decepción que no se debe corresponder con la eficacia de este torero. Una buena bronca tampoco le hubiera venido mal.

Mejor estuvo Robleño. Acostumbrado a fieras difíciles de lidiar, se encontró con un bonancible toro segundo de la tarde con el que se cruzó de verdad, y dibujó un manojo de naturales plenos de sabor. No supo acabar a tiempo, su labor se hizo interminable y todo el fuego se apagó pronto. Encima, lo aplaudieron. Ante el dificultoso quinto se justificó sin más.

¿Y los toros? Decepcionantes, en primer lugar, por su presentación, correcta para su encaste, pero muy justa para lo que se exige en esta plaza. Todos, a excepción del quinto, hicieron una aceptable pelea en varas, y, con escasa movilidad, pero con nobleza no exenta de sosería, dejaron estar a los toreros. El sexto, protagonizó un espectacular primer tercio, pero destacó más en el galope que en el empuje al caballo. Miguel Martín y Fernando Sánchez saludaron tras un vibrante tercio de banderillas en este toro.

Después de la guerra a muerte de los Saltillo llego el armisticio de los de Escolar. Tras la tensión, la nobleza, y, también, cierto aburrimiento. Una buena bronca —varias— hubiera levantado los ánimos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Bolívar enseña a 'Chupetero', el toro que vino a salvar el honor de Escolar

El cielo pintaba cárdeno como los toros de José Escolar, tormentoso como la gresca tabernaria tuitera. La posverdad del torismo pretende imponer una realidad inexistente. Ojalá fuera otra. El toro de Escolar traía el trapío ausente. Terciado, bajo y un punto gachito. La vara de medir de veterinarios y presidentes parece diferente en esta semana. La semana del toro-toro. El tipo y tal es el argumento. La seriedad por dentro del correoso escolar en el capote de Rafaelillo. En las recias verónicas un decena de repeticiones pegajosas. Sin sacárselo de encima. Como en los doblones del prólogo de faena. No menos de diez tampoco. Reponía de tal modo que no se salía de los vuelos. Así en la siguiente serie de derechazos. Mientras duró la codicia. Que paró en seco. Del frenazo, una mirada dura. Y un desarme. Las miradas crecerían según se agriaba. Según se desentendía del engaño. La sorda lucha de Rafael no hallaba el eco. Cuando le propuso la izquierda, el toro se venció por ese pitón. Como ya había cortado en banderillas. Una última intentona diestra complicada y a matar. Un calvario de pinchazos precedió a la buena estocada definitiva.

Un zancudo y estrecho albaserrada provocó algunas protestas. Sólo algunas. Degolladito de papada y despegado del piso no decía nada. Su limitado poder no añadía a su bondadosa humillación. Más bien restaba. Una algarada provocó la presidencia al cambiar el tercio sólo con tres banderillas en lo alto. La paz la puso Fernando Robleño con suave trato. Le dejaba meter la cara para guiarlo con mimo. Hasta donde su fuerza daba. Perdió pie Robleño después de una triada de notables naturales, y el toro se quedó prendado afortunadamente de la muleta. Remontó el torero el trance y una laguna con una ronda en redondo de curvo trazo. Y luego extendió la faena por demás. Antes de perfilarse, oyó el aviso. La travesía suelta de la estocada acarreó el uso del descabello. Y FR terminó por saludar una ovación a la voluntad.

La pobre nota de la corrida en el caballo no la subió el tercero, que se durmió en el peto. Tampoco elevó la presentación. Ni la dosis de la casta añorada. Luis Bolívar se puso pronto por el pitón izquierdo. Por allí al menos viajaba con inocuo recorrido. Una colada en los inicios por el derecho provocó la renuncia. De uno en uno, el colombiano sacó naturales. Perdiendo pasos, muy abierto y a la altura del toro. Que no humillaba. Desencelándose cada vez más. Cobró LB una estocada desprendida. Y el silencio mantuvo su losa.

Del mal bajío no se desentendió Rafaelillo en su última tarde isidril. Ni una rendija de luz le ofreció el cuarto -subió desde entonces el listón de presentación- con su volumen a cuestas. Volumen vacío de cualquier opción de lucimiento. Tan frenado y sin darse de verdad de una sola vez. La pelea del matador murciano contra su destino no halló más frutos que los amargos.

Robleño le buscó las vueltas con tesón, ahínco y oficio al hondo quinto de fino hocico. Que desbarató el refrán. Arrancadas mironas, rectas, por dentro, defensivas, abruptas. Todas por el palillo. No volvió la cara el madrileño.

A última hora la plaza despertó con Chupetero. El toro más asaltillado de la corrida de Escolar. Un tío. Luis Bolívar lo toreó a la verónica con empaque y amplios vuelo. Y lo lució en el caballo. Félix Majada arrancó las ovaciones más clamorosas hasta entonces con dos puyazos soberanos. Clamor que mantuvieron Miguel Martín y Fernando Sánchez con los palos. Bolívar sintió pronto el aliento desapacible, por el derecho y por arriba, de Chupetero. Que por el izquierdo regaló las más intensas embestidas de la tarde. Lo de regalo es un decir. Porque Bolívar lo interpretó perfecto desde la colocación. Atalonado y macizo. Los naturales de LB fluían con peso, cintura y pecho. Madrid jaleaba al torero de Colombia. Que trazaba la curvatura del toreo. En ella, el toro de Escolar imantaba la raza de todo el sexteto junto. Sin acabar de descolgar, aminoró el empuje. Ya más gastado. Presentía el hombre el premio a las cosas bien hechas. Al poso de su madurez. Y se tiró a matar como si le fuera la vida en ello. Un salto precipitó la estocada. Como si el matador volase sin muleta con toda la fe puesta en su corazón. La espada se enterró hasta los gavilanes pero sin muerte. El verduguillo arruinó la oreja ley. La ovación en el arrastre para el toro que vino a salvar el honor de la divisa se sintió con fuerza de la justicia. No tanto para Luis Bolívar. Que estuvo generosísimo para enseñar las virtudes de Chupetero al gentío. Que al final, de algún modo, lo condenó con su tibieza en la despedida. Olvidadizo de su izquierda a carta cabal.

ABC

Por Andrés Amorós. Gris en el cielo y en el ruedo

Seguimos con los toros cárdenos, en la semana torista. Y con las nubes cárdenas, en el cielo. Por suerte, no llega a descargar la lluvia. Por desgracia, los toros de Escolar no dan el juego esperado: no se justifican algunas protestas, de salida, ni algunas ovaciones, en el arrastre. (A veces, el público cree ver lo que quiere ver. No conviene ir a la Plaza, ni el torero ni el público, con la faena preconcebida). Destacan el segundo, por sus suaves embestidas, y el último, por su transmisión; los demás, ni fu ni fa: no han dado facilidades para el triunfo pero tampoco muestran un peligro evidente –y una emoción– como los de Saltillo. En el segundo, se luce Robleño en suaves muletazos. En el último, Luis Bolívar logra excelentes naturales y se vuelca, en una estocada espectacular; por el descabello, pierde la oreja.

No tuvo fortuna Rafaelillo con los miuras, sufrió una fuerte voltereta. Sigue sin tenerla. El primero es «Caluroso»: ¡falta nos hace!, comentan, en una tarde fría; humilla pero vuelve rápido, es pegajoso. Después de doblarse bien, Rafael intenta, con oficio, alargar las cortas embestidas pero el toro va a peor, se defiende. Falla con la espada. Al cuarto, «Pocapena» (¡vaya nombre!), le pegan mucho, en varas. El toro embiste con sosería pero vuelve rápido. Rafaelillo se pelea sin brillo, el personal no entra en la faena. Se lo quita de encima a la segunda. No ha tenido buena Feria.

Robleño es un conocido especialista, para estos hierros. El segundo remata en los burladeros, se duerme en el peto, se queda un rato con los pitones hundidos en la arena. (Se equivoca el presidente al cambiar el tercio sin que el toro tenga cuatro palos). Aprovechando las suaves embestidas, Fernando logra buenos muletazos, con sabor torero. Pisa el toro la muleta y cae en la cara pero no hace por él. Al final, aunque la res tardea mucho, dibuja excelentes naturales, cruzándose al pitón contrario. Ha prolongado demasiado la faena, suena el aviso antes de coger la espada y tarda en matar. El quinto es «Curioso» y también, como el de Cervantes, algo «impertinente». Es el más grande pero levanta protestas (supongo que por el aburrimiento del público). En la muleta, pega arreones bruscos, prueba, es reservón. Con oficio, le saca algunos naturales pero nada más.

Bolívar ha mostrado su madurez, en Sevilla, y, el jueves pasado, en Madrid, a cambio de un percance. El tercero flaquea, es soso y deslucido. Se llama «Diputado» y eso permite que mis vecinos, a mitad de su merendola, compitan en chistes: «Peores he visto yo, en algún Parlamento». «Sí, pero tanto como para matarlos…» Me callo la respuesta. Bolívar lo deja muy lejos del caballo: aunque eso se aplauda, lo correcto es dejarlo no tan lejos, en la primera vara, para ir aumentando la distancia, si la bravura del toro lo permite. Se luce Fernando Sánchez en un gran par, con su personal estilo: andando, con marchosería. Bolívar lo intenta al natural pero los muletazos son desiguales, no se acopla. Lo tapa con la espada. La grisura avanza. Recibe al último con buenas verónicas y vuelve a colocarlo lejos. Este toro si que va y transmite emoción: se aplaude al picador Félix Majada. En banderillas, saludan Miguel Martín y Fernando Sánchez, en un gran tercio. La gente se agarra a la esperanza de que este último toro salve la tarde. Casi toda la faena de Bolívar es por la izquierda, traza naturales clásicos, con buen estilo. Por la derecha, el toro no va igual, baja la faena. Se vuelca en la estocada con un salto tan espectacular como si se hubiera tirado sin muleta, a cuerpo limpio; por desgracia, el toro no cae y tres descabellos le privan del trofeo pero sale contento de la Feria.

Sólo dos toros han salvado una tarde en la que ha predominado la grisura: en las nubes, en los toros cárdenos, en la mayoría de las faenas. El color gris es muy elegante en los cuadros de Velázquez y en la poesía de Rubén Darío: «Sinfonía en gris mayor». En Las Ventas, buscamos otra emoción y otro color.

La Razón

Por Patricia Navarro.

Cumplió al milímetro con lo suyo, con lo que llevaba dentro. Incluso con lo que se esperaba de él, de su sangre, de su casta. El primer toro de la tarde era serio. Pero su seriedad no sólo la llevaba por fuera, era algo que venía por dentro. Transmitía miedo. A secas. Era como si tuviera rayos X y fuera capaz de ver más allá, más acá. Capaz de abstraerse de ese trapo rojo que en ocasiones le era indiferente y averiguar, a las claras, que detrás de todo aquello andaba el torero. La carne fresca. Mirada asesina. Toreo al milímetro para despegar la vida del peligro. Inherente en cada uno de los muletazos, en cada trance.

Rafaelillo lo sufrió, lo vivió. Se tragó los primeros pases, a la mínima duda, cazaba el toro, no había lugar a los huecos, porque la listeza del de Escolar no dejaba lugar a los misterios. Se los sabía todos. Pasó Rafael un mal rato y cambiamos de tercio. Tal cual, porque el segundo toro fue otra historia. Fernando Robleño, de azabache, vino con el toreo a cuestas. Creído de él. Y ocurrió que pareció convencer al toro antes de empezar. Como si hubiera venido a Madrid a pasárselo bien, a pesar de que se había anunciado con la de José Escolar y eso son palabras mayores. Mimo tuvo toda la faena, suavidad en la manera de usar los trastos, impecable el toreo al natural. Fluían las cosas. El toro tuvo nobleza y se dejó hacer, a pesar de que no transmitía la intensidad de otros toros de este encaste, sí tuvo calidad.

Esa emoción la transitamos en el tercero en los primeros tercios. Asustaba. Echaba las manos por delante. Era el turno de Luis Bolívar. No quería amistades por el derecho y le plantó el colombiano la batalla al natural. Lo hizo todo con una suavidad tremenda y el toro le respondía con las mismas. Se desplazó con buen ritmo el de Escolar. Y la fiereza se le fue reduciendo y así la transmisión de lo que ocurría en el ruedo. Bolívar, que le había tomado la medida perfecta en los primeros compases, se fue diluyendo quizá al ver que aquello no llegaba arriba. Y así se acabó el trasteo. Estaba tanto por venir.

Por abajo quiso todo el cuarto. Irregular siempre. Incierto. Una moneda al aire cada muletazo. Venía por dentro, informal, peligroso. Así lo vio Rafaelillo, que lo padeció y no se le vio a gusto en ningún momento. Era un trago estar delante, porque el toro respondió a la infinidad de matices de la casa y sus complejidades. No te aburrías, ni tan siquiera te podías permitir pestañear durante demasiado tiempo. Tampoco en el quinto. Mirón, orientado, defendiendo con guasa cada envite. Complejo comportamiento, encastado, difícil, un reto cada muletazo. Serio Robleño, corajudo, convencido de lo que estaba haciendo y sólo es posible así plantarle cara a un toro con esa exigencia en su arrancada.

Tres veces fue al caballo el sexto, que mereció punto y aparte. Todo lo que ocurrió a partir de entonces. Despertó a la gente, cuando el frío se había metido ya en vena. No apretó el de Escolar. Fue otra cosa. Y de torería fueron los pares de banderillas que les soplaron Miguel Martín y Fernando Sánchez. Al público se fue Bolívar a brindar, pero luego el toro multiplicó las dificultades al modo del pan y los peces. Embestía por el derecho por dentro y reponía una barbaridad, de manera que ya en el primer muletazo era un callejón sin salida para el torero. Oro puro nos vino de pronto. En esos segundos en los que tardó en coger la mano izquierda. Asentado Bolívar. Como si supiera todo. Cuajó al toro al natural en dos tandas tremendas. Tomó el de Escolar la muleta con ese ritmo maravilloso que imprimió el colombiano con los vuelos del engaño. Delicioso verlo. Momento mágico. Respondió el toro, aunque tardó poco en salir del embroque sin rebosarse, sin acabar de entregarse del todo. Volvió a jugarse los muslos el torero por el derecho y cuando estaba ya al límite la faena se perfiló en la suerte de matar y fue sobrecogedor. Bolívar se tiró a matar o morir de veras. En línea recta. A un toro de José Escolar. En la plaza de Madrid. Tremendo. No sé qué tiene que pasar por la cabeza para asumir tal profundidad, tal desprendimiento del cuerpo, de la vida en el aquí y en el ahora, más allá de la palabrería en la que nos movemos y sostenemos muchas de nuestras convicciones ordinarias. Se fue encima del toro, encima del morrillo. Entró la espada, rodó por la arena, salió ileso. Y el toro, para ser justo, tenía que haber rodado como una pelota, pero tardó y requirió de golpe de verduguillo y el premio fue la ovación. Y el reconocimiento a un esfuerzo titánico. Torero. Asusta ver lo que son capaces de hacer. De pronto no sentíamos el frío. Y lo hacía. La tarde había sido honda.

Madrid Temporada 2018.

madrid_050618.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)