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Plaza de Toros de Las Ventas

Martes, 6 de junio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Victorino Martín desiguales de hechuras y serios; con calidad el 2º, un encastado y notable 3º, agarrado al piso el 1º.

Diestros:

Diego Urdiales: de verde botella y oro. Tres pinchazos, media estocada tendida y dos descabellos (algunos pitos). En el cuarto, pinchazo y estocada atraveada (pitos).

Alejandro Talavante: de frambuesa y oro. Estocada pasada y descabello (oreja). En el quinto, tres pinchazos y estocada (silencio).

Paco Ureña: de caña y oro. Estocada tendida y tres descabellos. Dos avisos (vuelta al ruedo). En el sexto, pinchazo, estocada defectuosa y tres descabellos. Aviso (silencio).

Entrada: lleno de “no hay billetes”

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1314719238624185

Video: https://twitter.com/toros/status/872186484253761537

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La épica de Ureña y un victorino de sílex

Un lío considerable de corrales precedió a la corrida de Victorino Martín. Como la expectación. Desde la hora del apartado se había colgado el cartel de “no hay billetes”. De los toros originales reseñados y rechazados sólo quedaron segundo y sexto. Por tanto, el cinqueño larguísimo que le cupo en la bolita a Diego Urdiales no contaba en la libreta de veedores y ganadero 72 horas antes. Ni contó para el torero. Gazapón y frenado se venía al paso con su testa veleta y asaltillada por dentro y por donde se sostiene. De Victorino sólo enseñaba las palas. Urdiales no se dio coba ante las nulas opciones. Faena breve de aliño que se eternizó con la espada.

De los toros que pasaron la criba inicial, el cárdeno segundo lo haría por el ojo de una aguja. Enjutas y finas hechuras. Muy bajo. Humilló desde un principio. Seña de identidad de la casa. Alejandro Talavante le dibujó cuatro verónicas suaves y una media lacia. Medido el castigo en el caballo, el victorino embestía como el temple de un “Murmullo”. Como su nombre anunciaba. Talavante sintió pronto su pitón izquierdo en las yemas. A cámara lenta se hundió en dos series excelsas. De jugar apenas los vuelos y la muñeca. Un primor de trincherilla abrochó la última. Ya se oía el rumor de ola Madrid. En redondo brotó como sin solución de continuidad. El ole saltó en el inmenso pase de pecho. Como si le hubiera faltado tiempo antes. Con el descaro de la colocación enfrontilada, regresó AT a su zurda de oro. La mano del toro. Y rugió la plaza en un natural que aún perdura. Antes de despedirse tentó de nuevo la calidad del toro a derechas. No era igual. Pero lo envolvió en otra trincherilla a pulso y en una arrucina de loco. El pase de pecho mirando al tendido como cierre a los doblones ya se ha convertido en el guiño del triunfo de Talavante este San Isidro. Amarró su tercera oreja de le feria con un volapié también contagiado de la despaciosidad de la faena.

La casta de sílex de Victorino se debordó con un tal “Pastelero”. Nada merengosa su manera de arrear. Su abierta Paco Ureña, antes de exponer su vida sobre el tapete de Las Ventas, se contagió de su cuadrilla y arrancó faena muy cerrado en tablas. Allá donde habían querido banderillear. Y el victorino allí se le montaba en la chepa. Cuando se lo sacó a la segunda -y más a los medios no hubiera importado- y se enfibró, la emoción explotó como un botella de nitroglicerina. Por abajo se exigían mutuamente. Cuanto más mejor, más gobierno. La velocidad del victorino en las repeticiones y en las revueltas agarraban el corazón de las gentes en un puño. Humillaba menos a izquierdas el trallero “Pastelero”. Así que la lucha se desató con la fuerza atávica que sostiene por siglos el toreo: un hombre y una fiera de poder a poder. La pureza con la que Ureña se entregaba se hacía arrebatadora. Como aquella batalla de Rincón y “Bastonito”. Como aquel desembarco en Omaha Beach, ayer que se cumplía el aniversario. Un crimen esa puñetera trayectoria tendida que acarreó el descabello. Incluso entonces el victorino vendió cara su vida. En los golpes fallidos se encasquilló la gloria. La vuelta al ruedo supo a ella de otro modo. A la épica incontenida. La ovación para el victorino y su casta de sílex atronó el cielo de la capital.

Diego Urdiales se empeñó en lucir en largo al altón cuarto en el caballo con generosidad suicida. ¡Coño, con la de tiros de veteranía que porta Urdiales! Acudió el toro con tantos metros todas las veces que lo colocó. Todas las palmas La plaza ya tenía candidato: el victorino. Que después en la muleta ni humilló ni se entregó. Ni con los doblones de sabor antiguo. Los pitos fueron para Diego.

A su feote tipo respondió el quinto victorino. Como de otra raza. Se movió tal cual. Topón y frustrado de bravura. Lo que verdaderamente frustraba era la posibilidad de la Puerta Grande de Alejandro Talavante. Que perdió la fe enseguida ante la imposiblidad. Como cuando Talavante se desmotiva y se convierte en sombra fantasmal. Sin un recurso. No cruzó con la espada. Hasta que a la última hundió el acero.

Otro mitin protagonizó la cuadrilla de Paco Ureña con el sexto. Que cerraba con sus notables hechuras las desigualdades de la corrida recompuesta. Pertenecía a los originales reseñados. Toda su movilidad contenía insinceridad y mentira. De ir sin irse. De no entregarse ni descolgar. Distraido, sin celo y agazapado. Siempre a la espera del descuido. Ureña en cambio se ofreció con valentía.Como si fuese bueno y fácil. Y no lo era.

ABC

Por Andrés Amorós. Ureña y «Pastelero», una lucha épica en San Isidro

Con los toros de Victorino Martín, Alejandro Talavante corta una oreja; Paco Ureña lleva a cabo una labor verdaderamente épica, con un toro muy bravo: sin trofeos, sale muy reforzado.

Una vez más, el fallo de muchos toros ha aumentado la lógica expectación que despiertan los toros de Victorino Martín. Lo hemos vivido en Madrid, en Sevilla, en Bilbao… En un momento en el que tantos ganaderos han rebajado la casta y la fiereza, buscando la «toreabilidad», el «toro artista» y tantos otros camelos, que intentan disimular la flagrante disminución de las características propias de un toro bravo, Victorino apostó decididamente por lo contrario: el toro encastado, fiero, poderoso, cuya lidia suscita auténtica emoción. Al interés que despiertan estos toros se une, esta tarde, la presencia de una primera figura, Alejandro Talavante: un auténtico gesto.

Un gran elogio de Curro Romero llamó la atención de muchos sobre el riojano Diego Urdiales: sigue siendo un torero clásico, de buen gusto, pero no ha dado el salto a la primera fila. No ha tenido fortuna, con su lote. En el primero, complicado, trastea movidito, se ve aperreado en la muleta (¿por qué ha brindado?), corta en seco y mata mal. El cuarto va de largo, galopando, al caballo de Manuel Burgos, muy aplaudido. Urdiales intenta doblarse pero, cuando se para, el toro le tropieza la muleta y se le sube a las barbas. Una tarde para olvidar.

El segundo, encastado, da buen juego. La faena de Talavante es seria, clásica, bien concebida y realizada, con su habitual facilidad. Liga dos series de naturales de categoría y mata bien: justa oreja. El quinto recibe mucho castigo en varas, es pegajoso, raja varios capotes. Alejandro intenta enseñarle a embestir pero el toro se resiste: no se entrega pero no se va… y el que se va es el torero, que desiste. Mata mal.

Después de años de lucha, el murciano Paco Ureña logró destacar y entrar en las Ferias. En Sevilla todavía se recuerda una faena suya a un Victorino. Ha demostrado una entrega digna de elogio toda la tarde, desde el arriesgado quite por gaoneras modernas, a lo José Tomás, en el segundo. El momento cumbre de la corrida se vive en el tercero, «Pastelero», cárdeno bragado meano, de 520 kilos, un toro de bandera, al que se debió dar la vuelta al ruedo. Pica muy bien Iturralde, ovacionado. La faena de muleta de Ureña oscila entre el valor y los apuros, con una constante emoción. El toro humilla pero embiste como una bala, se revuelve rápido. Es una pelea que no se sabe quién ganará (la definición del toreo de Pepe Alameda), muy alejada de la rutina esteticista de tantas tardes. Bajándole mucho la mano, Paco logra imponerse… hasta cierto punto. Con un toro así, cualquier error se paga. Cuando se templa un poco, la calidad de los muletazos sube. Hasta el final, no se le acaba la cuerda, como al conejito del anuncio… Se vuelca Ureña en la estocada pero necesita tres descabellos: no hay trofeo pero no olvidaremos esta faena. Al último, muy armado, le pegan fuerte en el caballo, pero eso no evita el mitin banderillero. Por bajo, el toro repite pero las embestidas son desiguales, pronto se apaga. Le saca algún muletazo bueno, a costa de algunos sustos: otra actuación digna.

En el recuerdo queda ese torrente de bravura que ha sido «Pastelero» y la lucha épica, muy meritoria, de Paco Ureña.

Posdata. Cuando escucho a algunos antitaurinos hablar del «pobrecito toro», recuerdo lo que dice Ignacio Sánchez Mejías: «El toro bravo es una fiera como el león y el tigre, a quienes acomete y vence, cuando a ellos se enfrenta». A Madrid llegó, en 1897, un circo que traía a «César», un tigre de Bengala que se anunciaba como «el animal más feroz que existe en el mundo». Cuando lo enfrentaron al toro «regatero», el tigre acobardado, huyó a chiqueros. El público, enfervorizado, gritó vivas a España, mientras se escuchaba la «Marcha de Cádiz»… Lo he recordado, esta tarde, al ver la bravura auténtica de «Pastelero», ese gran toro de Victorino.

La Razón

Por Patricia Navarro. Titánico Ureña y profundo Talavante con la de Victorino

La noche fue larga. Y tediosa. De pitón a pitón. En busca del toro. Victorino no podía fallar. Era la tarde. Una de las más esperadas. La de la «gesta» de Talavante, en busca de la pureza de Diego y el poso de Ureña. La tarde. Pero el runrun llenó Madrid ya el día antes. La rumorología estaba en los corrales de la plaza venteña donde se fragua la intrahistoria, la verdadera vidilla del toreo, donde pasa tanto, trasciende parte, intencionada esa parte en muchos casos, y se guardan los mejores secretos. Secretos a voces. A las siete en punto de la tarde seis toros de Victorino Martín aguardaban enchiquerados en este último tramo de la feria isidril. Un par bueno de pitones tenía el toro que abrió plaza. De parapeto los usaba, nada más. No tuvo la menor intención de embestir ni mucho menos humillar, no quería pasar, es verdad que tampoco tuvo maldad en la muleta de Diego Urdiales. El momento complicado vino, le sobrevino, cuando hubo de cruzar por ahí en la suerte suprema, y estaba además andarín el toro.

Talavante meció a la verónica al segundo, como si lo torease con las yemas. Despacio, así ocurrió todo. Tremenda armonía que convirtió en belleza. Saldó sus cuentas de aquella encerrona maldita y de qué manera. Lo toreó al natural desde el primer momento y logró despedazar la estructura de la faena para conquistarnos poco a poco porque lo hizo perfecto. Ligado, encajado, tersa la muleta acoplándose a ese ritmo bueno que tenía el toro que quería viajar y viajaba al amparo de la muleta de Talavante. Por ahí quiso, descolgado y suavón, encadenado el toreo de Tala, ajustado y bonito. Mandón y torero sin perderse más allá de la verticalidad también por la diestra. Se tomó sus tiempos. Los del reposo, la colocación, a la vuelta del pitón contrario. Y hasta una arrucina para despejar dudas de encastes antes del bello colofón de faena. Una estocada y un descabello merecieron el trofeo.

Amplitud de cara espeluznante tuvo «Pastelero». Y heroico en el sentido más amplio de la palabra el torero. Al alcance de muy pocos lo que hizo Paco Ureña. Un gañafón al pecho fue el recibimiento del animal en el prólogo de faena de muleta. Ahí no valían medianías. No había lugar para la broma. Lo que ocurría en el ruedo era una duelo de titanes con un solo vencedor. Y la dimensión del murciano fue inmensa. Encastadísimo el victorino, exigente, gran toro, y agradecido al esfuerzo del torero. Lo sometió, siempre al filo de la navaja, y logró un faenón de los que no caen en el olvido. Volcánico de principio a fin por la derecha, ligado, tormentoso, emocionante y desafío puro al natural. Se buscaba por ahí en el infinito del pitón contrario. Entrega absoluta. Raza por ambas partes. También cuando se tiró con todo al entrar a matar. Y hundió el acero. No se merecía fallar con el descabello. Actuaciones así sólo merecen encumbrarse.

A menos fue el espectáculo a partir de entonces. Tres veces y de lejos fue el cuarto al caballo. Ahí fue el espectáculo. Con media arrancada y sin entrega llegó a la muleta de Urdiales que no vio luz.

Dio muchos problemas en el capote de Trujillo el quinto y nos hizo temer lo peor, pero no desarrolló a alimaña en la muleta de Talavante, a menos y sin demasiado ímpetu. Como el torero que optó por no complicarse demasiado la vida y abrevió.

Era toro medio el sexto. Ni alimaña a las claras ni toro con potencial de bueno. Iba y venía, pasaba por allí, pero que no te descuidaras. Y a más de uno engañaba y hacía pensar que era bueno. Faltó continuidad a la faena de Ureña. ¡Cómo para tenerla! No tenía el victorino dos embestidas iguales. Se la jugó, quiso, y dejó una faena, la anterior, de las de corazón a prueba de bombas. Aburrir, no nos habíamos aburrido.

El País

Por Antonio Lorca. Un toro fiero ante el poderío de Ureña

Había que ser muy buen torero para estar a la altura de ese toro, tercero de la tarde, Pastelero de nombre, de 520 kilos de peso, descarado de pitones astifinos, que acudió con presteza al caballo, galopó alegre en banderillas y llegó a la muleta pidiendo guerra. ¡Pero qué guerra…!

Había que ser un torero muy poderoso para estar cruzado delante de ese toro, un dechado de fiereza y codicia, remiso a embestir al primer cite, pero duro, exigente y agresivo cuando acudía con acometividad, prontitud y fijeza. Daba miedo desde el tendido verlo cómo perseguía la muleta con con aire combativo y vibrante.

Había que tener las ideas muy claras, valor seco, oficio, seguridad, dominio de la situación, pundonor y arrojo para hacer el toreo con ese toro; para emocionar y arrebatar a unos tendidos temerosos de una voltereta que parecía inminente y lejana a un tiempo por la acometividad del animal y la firmeza del torero.

Vendió cara su muerte Pastelero. Tras una larga faena, en la que se empleó como los grandes, y una estocada algo tendida, el toro se negó a morir y deslució el triunfo incontestable del torero.

Mucha verdad mostró Paco Ureña ante ese toro; un poderío insultante; una capacidad fuera de lo común, una encomiable hambre de triunfo. No cortó las orejas, pero quedó para el recuerdo la obra de un torerazo.

Esperaba el toro en los medios, altivo y orgulloso, cuando Ureña tomó la muleta. Primera tanda con la derecha a modo de mutua presentación. Y quedó claro que Pastelero no era blandito ni dulce, sino una papeleta. La fiereza que guardaba en su interior la mostró en los redondos siguientes, y extraordinarios fueron los tres que vinieron a continuación, firme el torero, envalentonado el animal, y la plaza que comenzaba a rugir de emoción incontenida.

Otra tanda de altura, y quedó la plaza, el toro y el torero convencidos de que el que mandaba en aquella pelea era Ureña. Bajó la fortaleza de Pastelero por el lado izquierdo, pero aún tuvo oportunidad para demostrar la mucha vida que le quedaba cuando el matador volvió con la espada de verdad.

Un espectáculo grandioso, el de la lidia total, no coronado con el triunfo, pero igualmente emocionante y arrebatador. Si muchos toros fueran como Pastelero, la mitad del escalafón estaba en su casa y las colas en las taquillas darían varias vueltas a la plaza…

Con una magnífica disposición se enfrentó Ureña al sexto, que lucía dos pitones de miedo y provocó que la cuadrilla hiciera en banderillas un ridículo impropio de profesionales curtidos. Pareció por un instante que volvía la grandeza, pero el toro, áspero, corto de recorrido y sin clase, lo impidió. No se afligió el torero, y volvió a demostrar que le sobran agallas en el corazón y profundidad en las muñecas, aunque no fue posible.

Más suerte tuvo Talavante, al que le tocó el victorino artista de la tarde, y lo toreó a placer, con temple y hondura, en una faena de muleta, cimentada en la mano derecha, bonita, bien estructurada, pero falta de la emoción de la casta. Lo había recibido con cuatro vistosas verónicas y dos medias de cartel, y paseó una merecida oreja tras acertar con la espada.

Sin embargo, el público quería más y no entendió que el quinto carecía de clase y codicia, y Talavante prefirió montar la espada pronto y ahorrar a todos una suerte de aburrimiento.

Y el que no estuvo fino fue Urdiales. Le tocó el peor lote, ciertamente, pero también fue el torero más precavido y con menos recursos. Y eso no está nada bien. El primero no le gustó desde que lo vio aparecer por la puerta de chiqueros. Era descarado de pitones y astifino, que todo hay que decirlo, y el diestro no se quedó quieto con el capote. Los dos primeros tercios pasaron volando, como prueba de las prisas que tenía Urdiales por que pasara ese cáliz cuanto antes. Y cuando tomó la muleta estaba claro que no sabía por dónde empezar. Era un toro soso, sin fijeza ni sentido de la humillación, y, en un momento, Diego se le quedó mirando: ¿Y ahora qué hago yo? Pues, eso, que no sabía qué hacer. Escaso de recursos, lo macheteó por bajo en una actitud muy precavida y desconfiada. En fin, mal. ¡Un torero tiene que estar de otra manera…!

Tampoco tuvo clase el cuarto, sin fondo ni recorrido, y Urdiales intentó justificarse cuando el asunto ya no tenía remedio.

madrid_060617.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:16 (editor externo)