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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 06 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Puerto de San Lorenzo, correctos de presentación, mansos, deslucidos y descastados a excepción del tercero - (deslucido el primero, descastado el segundo, bueno con calidad el tercero, desclasado el cuarto, sin opciones el quinto y deslucido el sexto)

Diestros:

Antonio Ferrera: de azul marino y oro, silencio en su lote.

Miguel Ángel Perera: de blanco y plata (silencio en ambos)

Lopez Simón: de agua marina y oro (ovación con saludos tras aviso y silencio tras aviso)

Entrada: Lleno, 22.310 espectadores.

Incidencias: Antonio Ferrera saludó una ovación tras romperse el paseíllo, que compartió con sus compañeros de terna.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-06-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1136737301655166982

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista López Simón como antídoto

El de Barajas hizo lo de mayor contenido de una tarde tediosa con un auténtico saldo ganadero. Ferrera y Perera, silenciados ante lotes moribundos.

La corrida del Puerto de San Lorenzo, fue una auténtica moruchada, con un qmasijo de kilos que no encontró conexión alguna en una tarde de saldo. López Simón con el soso tercero puso color al festejo. Decidido y sin tapujos, el madrileño encaraba su segunda tarde en el abono isidril. La decisión y la valentía del torero de Barajas se impuso frente a un toro soso que con la intención de amarrar una oreja cerró por las ya típicas bernardinas una fugaz actuación. El toro derrotó y López Simón acabó literalmente volando, y a merced del burel. Sin que el derrote calara en el cuerpo, pero con la evidente conmoción se recompuso como pudo, pero perdió el trofeo por el mal manejo de la espada. Se tiró a matar como si de una tirolina se tratase, en al menos tres ocasiones. Un esperpento que no debe empañar el coraje de su actuación, que el público reconoció sacándole a saludar una ovación. Brindó al público el infumable sexto, un toro sin celo y en el aire de sus hermanos: descastadísimo.

Antonio Ferrera saludó una ovación al finalizar el paseíllo. Era de Ley tras su antológico triunfo del sábado en la corrida de Zalduendo. De aquello sólo quedan los recuerdos grabados en la retina. Muchos aficionados arribaron a Madrid, dispuestos a ver al extremeño repetir el magisterio, pero en esta ocasión no hubo rastro alguno. Los dos despojos que sorteó le hicieron desistir de su arraigada tauromaquia. Aún así, hubo momentos de gestos, detalles y torería. Una vez más. El primero, un torazo de 620 kilos no le otorgó ningún tipo de opción. Con el cuarto, dejó detalles torerísimos con capote y muleta. La faena nunca llegó a tomar vuelo y el bajonazo lo dejó todo en silencio.

No hubo rastro de Perera, con dos labores periféricas a la par que tediosas. En su primero, flojo y deslucido ralló la pesadez. Se hinchó a tirar líneas con el quinto, un manso de padre muy señor mío. La corrida del Puerto, para no volver. Y gracias.

Jueves 6 de junio de 2019. Plaza de toros de Las Ventas (Madrid) - casi lleno en tarde soleada (22.310 espectadores). Feria de San Isidro. Vigésimo cuarta de abono. Corrida de toros de “El Puerto de San Lorenzo” - correctos de presentación, mansos, deslucidos y descastados a excepción del tercero - (deslucido el primero, descastado el segundo, bueno con calidad el tercero, desclasado el cuarto, sin opciones el quinto y deslucido el sexto) para Antonio Ferrera de azul marino y oro (silencio en ambos), Miguel Ángel Perera de blanco y plata (silencio en ambos) y Alberto López Simón de agua marina y oro (ovación con saludos tras aviso y silencio tras aviso). Antonio Ferrera saludó una ovación tras romperse el paseíllo, que compartió con sus compañeros de terna.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La soledad de 'Garabito I'

Volvía Antonio Ferrera con su sueño daliniano a cuestas. Le esperaban la ovación del recuerdo, un infierno de vientos y un leviatán de 620 kilos. Más por feo que por perverso. Tan levantado del piso, inmenso y lomirrecto: la cabeza seguía la línea de la columna como fijada con una viga. Humillaba poco, la verdad. En el momento preciso del embroque, no más. Eso ayudaba a Ferrera a salvar su paso antes de que sacase la testa por encima del palillo. Por el izquierdo, se asomaba al otro lado de la muleta. En el «1» azotaba menos Eolo. Que bajaba huracanado desde Manuel Becerra. Un guasa le gritó al torero: «¡Dale distancia!» Y un ala delta para que planee, no te jode.

Pasó Miguel Ángel Perera, de blanco y plata, en blanco. Se le veía mucho entre el terno inmaculado y el toro bajo. Que careció de poder y de bravura para suplirlo. Venía encogido de pescuezo, dormido y sin empuje. Esbafado, que dicen por Tudela. Perera lo intentó tesoneramente. Sin lograr sacarlo casi nunca de su jurisdicción.

Por sus finas hechuras, enamoraba Garabito I. Por su espléndido cuello tan pronto humillado, por sus cortas manos y su expresión de bueno. Confirmó todo y más de principio a fin: su clase superior. López Simón fue el agraciado. Cómo no. Dentro de las rayas, a refugio del vendaval, el prólogo en bandera y una espaldina como regalo sorpresa; y luego, entre ellas, la faena entera. LS se contagió del temple de Garabito I. Y supo esperarlo. Madrid, a la vez, siempre espera a Simón. Y jaleaba las series de derechazos tersos como el cartón piedra; la flexibilidad estaba en Garabito I. Que hacía así con su hermoso cuello. Fueron tres rondas ligadas para alimentar el murmullo de la mejoría de Alberto.

El toro maravilloso de Puerto de San Lorenzo también viajaba por la mano izquierda. Como si no pisase la arena. La generosa muleta se abrió y parecía tener vuelos: la muñeca zurda del torero de Barajas juega más a su favor. Una serie rematada con un molinete invertido; otra con un nuevo cambiado. A últimas Garabito mostró aburrimiento: los redondos desde la tabla de su espléndido cuello ajusticiaban su categoría. Para levantar el bajón, López Simón se inventó unas bernadinas tan apretadas que al bueno de Garabito no le quedó otra que volterarlo y darle una paliza tremenda: bajo esa calidad excelsa habitaba la bravura. Quedó grogui el matador. El agua bendita le refrescó la cabeza por fuera, y volvió a ponerse por la suerte de Bernadó. La gente le pedía que no, que no, pero luego se rindió al alarde.

Por un momento ronroneaba su sexta Puerta Grande: las otras cinco también vinieron precedidas de hostiones bíblicos, cogidas y angustias. Pero, en la hora definitiva del volapié, al matador se le ocurrió la rara idea de tirarle la muleta al hocico y lanzarse a cuerpo limpio espada en ristre: la machada le quedó peripatética. Como pinchaba y caía fuera de la cuna del toro, o viceversa, la gente se miraba asombrada ante los piscinazos: «¿Qué hace este tío?» Siguió marrando, y Garabito murió muy solo e incomprendido. Una soledad acrecentada por el abandono de sus hermanos. Que, complicados por el viento y sus cosas de mansos, le dejaron todo el protagonismo. Apuntó el cuarto -altón como el primero y mal enlotado por tanto- algunas notas encastadas de inicio, que se perdieron en la ventolera de los terrenos de fuera elegidos por Ferrera; el rajado quinto se estiró en algunas series mandonas de Perera antes de huir; y el sexto fue de una mansedumbre avinagrada.

Pobre Garabito I. Tan solo.

ABC

Por Andrés Amorós. Cuando no hay toro, no hay nada

Un cartel atractivo desemboca en un fiasco total, por la falta de casta y bravura de los toros del Puerto de San Lorenzo. Sólo se ovaciona la entrega de Alberto López Simón: sufre un volteretón, en esas bernadinas finales que ahora parecen inevitables. Antonio Ferrera y Miguel Ángel Perera no sólo no repiten su triunfo sino que se van prácticamente inéditos. Además, el viento huracanado anula cualquier posibilidad de lucirse, con el capote, y la dificulta mucho, con la muleta. ¿Hasta cuándo continuaremos denunciándolo, sin que se haga nada?

No sigo el orden de lidia. Al tercero, que pronto flaquea, apenas lo pican. López Simón recurre a un quite mixto de los actuales, para intentar animar al personal, hundido en el sopor. En la muleta, el toro va y viene, bondadoso: el diestro hace el poste y sorprende (¡todavía!) sacándoselo por la espalda. Logra muletazos suaves, que el toro toma con docilidad borreguil. Una voz pide música. De nuevo se lo saca por la espalda. En las bernadinas finales, el toro se lo echa a los lomos; al reponerse, insiste, por el mismo palo, asustando al personal. Muy quebrantado, pincha varias veces, con un raro salto. Se agradece su entrega valerosa. El último también huye, pegando arreones; es gazapón, se desentiende de los engaños. El gran don Manuel Machado diría, en alejandrinos: «La voluntad de Alberto se estrella con un toro que, desde que ha salido, se ha negado a embestir». Y el diestro se encasquilla con el descabello.

En el segundo, se luce con los palos Curro Javier. El toro no se entrega, tiene corto recorrido. Perera le saca algunos muletazos, sin ningún eco. Entre el viento y la media casta del toro, molesto por una banderilla en el brazuelo, todo queda en nada. Con media estocada, se quita de delante al esaborío. El quinto intenta saltar la barrera, embiste rebrincado, apenas lo pican, huye a tablas. Aprovechando que se mueve, Perera le saca algunos muletazos, que el toro toma protestando, loco por irse. ¡Vaya birria de toro! Con habilidad, mete la espada pero falla, al descabellar.

A los que no siguen la actualidad taurina les ha sorprendido la faena de Ferrera. La realidad es que su evolución artística ha sido extraordinaria: de un diestro veloz, populista, ha pasado a la búsqueda de la lidia clásica, total, y a una personal vía estética, probablemente influida por su estancia en México, acompañando las suertes con una suave danza corporal que logra encandilar a los públicos. Recordando su gran faena, lo reciben con una ovación. El viento le descubre al recibir al primero, de más de 600 kilos, que empuja en varas. Como siempre, Fernando Sánchez se gana una ovación, andándole al toro, muy marchoso. Ferrera lidia con conocimiento pero el toro se viene abajo muy pronto, queda corto, puntea la muleta. Hace bien en no prolongar inútilmente el trasteo y mata con habilidad, a la segunda. En el Sol, donde hace menos viento, recibe con el envés del capote al cuarto, muy abanto. Lo saca del caballo con faroles (la escuela eterna de Gallito). Vuelve a lucirse Fernando Sánchez, triunfador claro de esta Feria. A pesar del ventarrón y lo incierto del toro, logra algunos muletazos con naturalidad (lo más difícil, según Corrochano). El toro va a peor, corta y busca, huye a chiqueros y Antonio desiste. La estocada queda baja. Otro día será…

El resumen es sencillísimo y desolador: sin toro, no hay nada.

Posdata. Con la pasión taurina, han vuelto las polémicas. (Mejor es discutir eso que los pactos políticos). Lo malo es que se discute sobre lo accesorio, los trofeos. Hay gente que se rasga las vestiduras –y le sobra la razón– porque a Ferrera le dieron sólo una oreja después de una faena plena de inspiración y una estocada singular, citando a recibir desde larga distancia. Otros, en cambio, avisan de que se rasgarían las vestiduras si a otro diestro se la hubieran concedido. ¡Cuánta vestidura rasgada! Los toros no son el fútbol, no sólo cuenta el resultado. Debería discutirse sobre lo fundamental: la casta de los toros y la lidia.

La Razón

Por Patricia Navarro. Una milagrosa cogida en tarde para el olvido

Veníamos del desierto. El que nos había dejado los dos primeros toros y un viento con amenaza de convertirse en vendaval según avanza la feria. Resistente. El tercero tuvo mucha franqueza, claridad en el viaje y un ritmo muy marcado en las telas. López Simón lo supo ver de primeras. Ahí, al cobijo del tercio, entre las dos rayas, buscó faena, que no es lo más recomendable, pero el viento apretaba. Y aprieta. Parece que nos lo vamos a llevar puesto hasta el final de los días. López Simón estuvo muy centrado, suave en los cites, templado y ralentizado el toreo cuando el toro acudía al paso. Muy bien en una parte del trasteo… Según avanzaba fue perdiendo el control, la altura, como si aquello se fuera diluyendo sin encontrar la conexión con el público. Ya con la espada de verdad, quiso rematar la faena con bernadinas de las que además, gozando el límite de los límites, le cambiaba el sentido en el último momento y así, a la tercera tal vez, el toro no cambió de rumbo y se fue derecho al cuerpo. La cogida fue demoledora, por partes, como si no acabara nunca. Molido. No se pudo ni levantar de la arena cuando el toro le abandonó o hicieron que eso pasara. Un tren le había pasado por encima y de milagro no parecía estar herido. Volvió. Regresó a la cara del toro a hacer lo mismo por lo que había rondado la tragedia. El mismo pase. El mismo cite. Su mismidad ante el toro, que esta vez le perdonó, ajustando los espacios hasta la asfixia. Y ahí, con Madrid entregada, la espada no entró, a pesar de ese intentó de Simón de tirarse derecho, tan derecho como encima del morro. Se apagaron todas las llamas posibles.

Huyó del caballo y tuvo una lidia el sexto desordenada, que ya venía él desordenado de serie y en la muleta fue difícil igualar dos arrancadas. Por arriba, enredándose en el engaño como si quisiera quitárselo del medio más que embestir. La faena de López Simón tampoco superó la media del toro.

Antonio Ferrera pasó discreto en su segunda tarde de Madrid. Le sacaron a saludar nada más llegar. El recuerdo de esa Puerta Grande seguía por la Monumental. Y seguirá, a pesar de que no transitamos ningún camino ni tan siquiera similar. Nos sorprendió por la manera de recibir al cuarto con la capa y se lo llevó al Seis a torearlo. De allí al Tres y a la espada. Deslucido el toro, apocada la faena. Iba y venía su primero que embistió a media altura. No hubo lugar a grandezas.

Se rajó el quinto, como con desgana, más para irse que para quedarse. Viajaba largo pero a la defensiva, protestando. Perera lo intentó sin lograr armar una faena con partitura y la gente andaba más al aburrimiento que a la diversión. Un cuadro había tenido con el segundo que entre que se partió la punta del pitón y una banderilla le cayó en la pata, le cundió el desánimo a la hora de embestir y la faena no elevó la temperatura. Hay tardes así, aunque este San Isidro sean excepcionales.

El País

Por Antonio Lorca. Cómo me gusta el público de tenis

Hace unos pocos meses, en una tertulia celebrada en Sevilla, el maestro Curro Romero reflexionaba sobre su particular visión del arte del toreo:

“El torero, decía, es el único artista que ejecuta su obra delante de diez mil personas, y allí abajo, delante del toro, pasando fatiguitas, tiene que escuchar que uno le diga: ‘Pónsela’, y otro: ‘Bájale la muleta’, y el de más allá: ‘Arrímate’. ¿Se imaginan ustedes a un pintor con su paleta de colores, delante de una multitud, y que uno le dijera: ‘Ponle un poco más de color rojo’, y otro: ‘Arréglale la carita’? Qué locura, ¿no? El aplauso o la bronca, al final. Por eso, me gusta tanto el público de tenis”.

En estas que andaba este jueves Perera en un forzado intento por sacar un poco de agua del pozo seco de su primer toro cuando varios espectadores le afearon su actitud, unos con palmas de tango, y otros con pitos o comentarios fuera de tono. Cada cual tiene derecho a expresar su parecer, faltaría más, pero tiene razón el Faraón de Camas: no es fácil estar con dignidad en la cara del toro en un ambiente hostil.

Y lo peor es que Perera no merecía tales protestas, porque su actitud fue de torero solvente ante un animal apagado, de corto viaje, soso y deslucido.

Otro toro birrioso, espejo de mansedumbre, fue el quinto, acobardado en todo momento, y el torero consiguió administrarle un par de tandas de aceptable enjundia.

Curiosamente, le ocurrió lo mismo a Ferrera -su lote también fue manso, soso y sin clase alguna, con una embestida incierta y probona-, pero se le respetó mientras trataba de atinar con su paleta de colores. Incluso, se le recibió con una ovación al romperse el paseíllo para agradecerle, se supone, su clamoroso triunfo del pasado sábado, y animarlo a pintar de nuevo.

Pero todas las tardes no se dan las condiciones propias para la perfecta conjunción entre toro y torero. Y en esta ocasión, la creatividad de Ferrera, que parecía notoria, no se pudo acomodar -era imposible- a la mala clase de sus toros. Y a fe que lo intentó, a pesar del intenso viento reinante. Pues a pesar de ello, a su primero, tan deslucido él, le hizo una analítica de comportamiento, un verdadero estudio sicológico de su mal estilo, y pronto diagnosticó que no tenía solución.

Recibió al cuarto con dos vistosas tejerinas, se lució brevemente con el capote a la espada a la salida del primer puyazo, se lo llevó después a los terrenos de sol, pero el toro estaba cuajado de defectos y su problema no tenía solución con el cambio de terrenos.

Y el toro de mejor color, el tercero, le correspondió a López Simón. Acudió con presteza a la muleta, nobleza, clase, fijeza, ritmo, dulzura y celo, y el torero madrileño lo entendió bien e hilvanó varias tandas correctas por ambas manos que levantaron el ánimo del alicaído público. Pero aquello no acabó de romper. Faltaba algo. Faltó, quizá, que el torero se emborrachara de toro, que rompiera la plaza, o que su toreo -su obra, a fin de cuentas- tuviera otro color, otro impacto.

Y como López Simón es consciente de que la paleta no la maneja con la soltura de los grandes, optó por las socorridas bernardinas. En unas de ella sufrió un volteretón de miedo, del que salió desmadejado. Rociado con el agua milagrosa de la botella de plástico, volvió a la cara del toro y dio tres bernardinas más entre el ‘ay’. Pero cuando tenía la oreja ganada, mató mal y todo se esfumó. También erró garrafalmente en la suerte suprema ante el deslucido sexto.

Madrid Temporada 2019

madrid_060619.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)