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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 9 de junio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Adolfo Martín complicados y deslucidos.

Diestros:

Antonio Ferrera: de azul turquesa y oro. Pinchazo y estocada tendida y atravesada (silencio). En el cuarto, cuatro pinchazos, bajonazo y dos descabellos. Dos avisos (ovación).

Juan Bautista: de verde botella y oro. Tres pinchazos y media estocada (silencio). En el quinto, media estocada (silencio).

Manuel Escribano: de berenjena y azabache. Estocada baja (silencio). En el sexto, estocada (silencio).

Entrada: Tres cuartos largos de entrada.

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1318185341610908

Video: https://twitter.com/toros/status/873272976749318144

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Un sordo esfuerzo de Ferrera y el petardo silenciado de Adolfo

La voz del silencio a ti debida, Ignacio Echeverría, se respetó, por fin, en Las Ventas. La memoria de un minuto para el último héroe español. Apenas iniciado el espectáculo, un pitonazo donde en boxeo se cuentan los golpes bajos le quitó el aire a Antonio Ferrera. La cuchillada rajó la taleguilla con precisión de cirujano. Ferrera tiró de poder, genuflexo y sacándole los brazos, al ensillado cinqueño de Adolfo Martín. Que abría la cara tanto como su sónar de peligro. Tan desarrollado por el derecho. Como había marcado en el saludo con el capote. El veterano matador extremeño planteó por ello la faena a izquierdas tras constatar la mala fe. La falsa dormidera del adolfo escondía una guasa sorda. Sin humillar y al paso además. A base de buscar la colocación consiguió naturales de un mérito que no transcendía. Esfuerzo sin eco el suyo.

La enanez del siguiente toro se tapaba por la seria expresión de su cara. O ni eso. Tuvo fijeza y humillación desde las verónicas finamente voladas por Juan Bautista. Su sosa nobleza no decía nada. Sin acabar de viajar. Bautista pasó sin pena ni gloria. Encasquillado como no suele con la espada.

Manuel Escribano se fue a portagayola. Como un obús silbó el tercer cárdeno en la larga cambiada. Y atacó por dentro y por la esclavina las verónicas del sevillano. Un ¡uy! se oyó desde el tendido del 2 donde lo paraba cuando se le venció por el izquierdo. Mantendría esa tónica de guasa por ese lado. Y la nula humillación. Distraído y desencelado. Nada fácil estar delante. Escribano abrevió y echó un borrón con el acero en los blandos. Como si el recuerdo sangriento de Alicante con los adolfos perdurase.

A Ferrera le recompusieron la taleguilla con un aparatoso vendaje que le daba un aire de forcado. No hizo nada bueno el cuarto manso de Adolfo. El derribo por los pechos del caballo fue como un accidente laboral. No cogió ahora los palos el matador extremeño. La cuadrilla sufrió con aquellos ataques mentirosos que se frenaban en el momento de la reunión. Ni ver la muleta quería. Huido hasta de su sombra si hubiera brillado el sol. AF se inventó en los terrenos del 6 una faena imposible. Tapando, trayendo y llevando en su izquierda las medias embestidas y la mirada ausente que, a nada, se quedaba por debajo. Largo y meritorio denuedo. Tanto que cuando se atascó con el acero el angustioso reloj de los avisos empezó a correr despiadado. Tras el segundo, Antonio Ferrera apuntó a los bajos. Todavía necesitó del descabello.

Cuando la paupérrima fortaleza del último cinqueño de Adolfo se manifestó, fue aún más notorio, si cabe, el silencio cómplice del 7. Ni con el toro enano ni con el impotente se produjo la gresca al uso con otras ganaderías. El caso es que el tal Aviador quería hacerlo bien desde su buena condición. El bajío de Bautista no falla. Sólo que el mermado poder del adolfo lastraba todo. El galo alargó su naturalidad por demás. Impresentables, de cualquier modo, los coros burlones de unos tontos desesperados de su propia estulticia.

Escribano volvió a agarrar las banderillas -esta vez en solitario, sin la compañía de Ferrera- ante un sexto de exagerada cara. Una apertura de pitón a pitón que casi lo abraza y lo ensarta contra las tablas en el par de mayor exposición de la tarde. La piel cárdena fue lo que unificó la desigual corrida de Adolfo. El toro se paró a plomo. Absolutamente vacío. La casta y la bravura brillaron por su ausencia. El petardo rompía la tónica de las últimas temporadas. Silenciado, pero un petardo al fin y al cabo.

ABC

Por Andrés Amorós. Y al quinto día, no embistieron

Es una historia que se ha repetido varios años, en San Isidro: los toros del monoencaste Domecq salen nobles y flojos, acaban aburriendo a la afición. Acudimos todos ilusionados a la llamada «semana torista» pero estos toros plantean muchas dificultades. Respiran algunos taurinos: «¿Veis por qué eligen los Domeqs?» Así ha sucedido otras veces… pero este año, no. Fallaron los Cuadris pero llevábamos nada menos que cuatro días seguidos con toros nobles y encastados de Dolores Aguirre, Victorino Martín, Rehuelga y Alcurrucén. Lo que los aficionados han discutido, estas tardes, ha sido sobre si los toros y los toreros han merecido más premios. ¡Laus Deo! Pero la dicha no es eterna, ni siquiera en Las Ventas de Simón Casas. Las reses de Adolfo Martín, tan esperadas por la afición, decepcionan mucho: complicadas, deslucidas, paradas, mansas… Ninguno de los tres diestros logra triunfar. Sólo Antonio Ferrera se luce lidiando al cuarto, en una faena de mérito, mal rematada con la espada.

Es famosa la anécdota de Juan Belmonte. Cuando le preguntaron cómo un banderillero suyo había llegado a gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, comentó, tartamudeando, con sabia socarronería: «De…de…degenerando». Es una regla habitual de muchas profesiones; sobre todo, cuando son de tanto riesgo como la taurina. También existen excepciones: Ponce está toreando ahora con más gusto que nunca. Y otro caso singular: la transformación artística de Antonio Ferrera. De ser un diestro bullicioso y rápido, ha pasado a convertirse, ahora mismo, en uno de los mejores lidiadores clásicos, que intenta realizar el ideal de la lidia total: cuida con esmero todos los detalles, realiza el trasteo adecuado a las condiciones del toro, busca un mayor sosiego y armonía, en su estética… Esta tarde, atrae la afición de muchos buenos aficionados pero no tiene fortuna.

El primer toro se le queda debajo, recibe un pitonazo del que se dolerá, toda la tarde. El toro no llega a ser una alimaña pero es reservón, complicado; consintiéndolo mucho, logra algunos naturales. De repente, el toro, que parecía dormido, saca un genio endemoniado. Un trasteo aseado, sin acabar de entregarse. El cuarto mansea claramente, derriba, echa la cara arriba, huye: ¡vaya desastre! Envuelto en una faja, Ferrera se mete con él, en los terrenos del «6», y le va sacando naturales templados, de gran mérito, con sabiduría y serenidad; hasta acompaña con gusto las embestidas, mientras le rozan los pitones. Entrando de largo, mata mal y por pelos se libra del tercer aviso. Resume mi vecino Pepe: «Todo lo ha hecho él». Y Federico: «Sin triunfar, ha valido la pena verlo».

Tarde para olvidar

El segundo es manejable. Juan Bautista lo brinda al público: es buen profesional pero su trasteo es gris, anodino, entre paradas y tropezones. ¿Qué es lo que falta? Alma, entrega, pasión… muchas cosas. ¿Para eso lo brindó? Mata yéndose. Una vez más, recuerdo a Cervantes. «Miró al soslayo, fuese y no hubo nada». El quinto se queda muy corto, pisa mal: lo protestan, por aburrimiento, pero no hay razón concreta para devolverlo. En la muleta, cae dos veces. Insiste en muletazos insustanciales que acaban encrespando al público. Un pinchazo hondo basta para que se eche. Una tarde para olvidar.

El valeroso Manuel Escribano recibe a portagayola al tercero, se luce en banderillas. El toro sale de los muletazos desentendiéndose, buscando, en el tendido, alguna cara conocida. Mata rápido. En el último, Ferrera pasa otro momento de apuro al sacarlo del caballo toreando (como hacía Gallito). Se la juega Escribano en un par por dentro, muy comprometido; lo intenta por la izquierda, se justifica pero el toro se para. Mata bien.

Todo ha quedado gris, como los cárdenos de Adolfo Martín. Aunque no haya triunfado, vale mucho la pena ver a Ferrera, en esta nueva etapa. Para los que tenemos cierta edad, nos ilusiona pensar que podemos mejorar en algo. Y, en todo caso, nos devuelve la emoción y el interés de la lidia clásica.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ferrera, en estado de gracia a pesar del desencanto

El 24 de junio hará un año. El año del año. El del renacer. Fue una cogida brutal la que le pegó un toro de Adolfo en la plaza de Alicante. Se reencontraba con la ganadería y lo hizo cara a cara a portagayola en la plaza de Madrid. Amor propio demostrado sobre la arena venteña, Manuel Escribano se las vio con un toro muy complicado porque se quedaba por debajo y tapaba la salida. No lo comprendió todo el mundo. En verdad no había muchos más caminos. Por diversos y muy distintos transitamos en la faena al sexto. Arriesgó una barbaridad Escribano con las banderillas, en milímetros se resolvió de hecho la no tragedia. Tan cerca, como le pasó después el pitón en uno de los primeros pases de muleta. Le rozó el punto. Creímos que iba a ser la faena de bombear el corazón pero de pronto el toro se paró. Y así se nos fundieron los plomos. A estas alturas no nos quedaba ni uno. Nos había decepcionado la corrida de Adolfo.

A Ferrera le esperábamos con devoción después de Madrid y Sevilla (por acotar en 2017). Abrumaba la seriedad del toro de Adolfo que abrió plaza nada más guardar un minuto de silencio por Echeverría, el español valiente que perdió la vida en el terrible atentado de Londres. Inolvidables imágenes que por todos los remedios se intentan despedazar de la memoria. No la gesta de uno de los nuestros. El puñal en la barriga le puso el Adolfo a Ferrera nada más salir, pronto le vino a recordar que en el toreo se reeditan los logros cada tarde exponiendo los muslos, si el corazón te deja. Por abajo se quedó por el derecho y al menos pasaba o medio pasaba de largo el cuerpo por el izquierdo, pero al filo de milagro siempre. Oficio, solvencia y valor puso con un toro muy complicado. Y con el cuarto viajó a las oscuridades más profundas para inventarse un toro complicadísimo. Manso y rajado fue el Adolfo. Y en los terrenos de tablas se encerraron uno y otro. Tragó lo indecible y donde no encontramos fe comenzó a construir una faena sobre el eje de la verticalidad, de la naturalidad, muy de verdad Ferrera y no hubo muletazo de todos los que pegó que fuera fácil. Metió al toro en la faena, menos al público de lo que mereció. Y la espada, muy puñetera, echó por tierra lo que había sido un esfuerzo mayúsculo de torero grande.

Tuvo buena condición el segundo, descolgaba con cierta nobleza y repetición, aunque no tuviera excesiva entrega. Se esperaba más. A ambos lados de la frontera y nos quedamos, aun cuando el toro ya estaba muerto, a la espera de que ocurrieran cosas. Descontextualizados vaya. El toro tenía cosas buenas aunque le faltara transmisión y la faena de Juan Bautista, muy plana y acomodada, no quiso volar. Nobleza y clase sacó el quinto pero con una falta de fuerza que colisionaba con el lucimiento. No pudo ser. Y no fue.

El País

Por Antonio Lorca. Antonio Ferrera, un mago del toreo

La corrida fue un pestiñazo de los gordos; una constatación más de lo poco que dura la alegría en la casa de los aficionados a los toros. Un triunfo tras otro no debe ser bueno para el corazón, y quizá, por eso, la de ayer fue una tarde de penitencia, una de esas en la que se pone a prueba el nivel de afición de cada cual.

La corrida de Adolfo Martín fue un fracaso sin paliativos; bien presentada y astifina, eso sí, pero sin alma brava. Muy mansa, en líneas generales, en el primer tercio, a excepción, tal vez, del segundo y tercero, pero muy descastada, sin clase, áspera, sin recorrido y sin casi nada en las entrañas. Una corrida para olvidar.

En consecuencia, hubo pocos momentos para el recuerdo; pero quedan dos y ambos son importantes.

El primero es una nueva lección de torería de ese artista transfigurado llamado Antonio Ferrera. Volvió demostrar que posee una admirable capacidad y conocimiento en la cara de los toros, que ha aprovechado, y muy bien, el año y medio que estuvo de baja por la fractura de codo, y que en este momento es uno de los pocos toreros realmente interesantes para el aficionado por su sentido de la lidia, su colocación, su variedad, su firmeza y, sorprendentemente, su naturalidad.

Ayer, por ejemplo, se las estaba viendo con su primero, soso, sin fijeza ni calidad, que embestía con la cara a media altura y no le quitaba ojo al cuerpo del torero con la insana intención de levantarle los pies del suelo. Pues por allí andaba Ferrera con una seguridad asombrosa, como si estuviera en la plaza de tientas. Y ese mismo toro le había rasgado la taleguilla de un pitonazo en la segunda verónica con la que pretendió recibirlo pegado a tablas.

Pero lo mejor llegó en el cuarto, que derribó con estrépito en el primer encuentro con el caballo, se orientó en banderillas y puso en apuros a la cuadrilla. Rajado llegó al tercio final, huidizo, negado para embestir, absolutamente inservible para la lidia.

Sin embargo, tenía delante un torero. No se conformó Ferrera con actitud tan displicente del toro, y lo tocó por allí y por acá, le mostró la muleta de mil formas distintas -y el toro, que no y que no-, hasta que, en el quinto o sexto intento, le robó dos naturales que supieron a gloria; instantes después, le siguieron otros dos con sabor a torería, y una trincherilla y el obligado de pecho que despertaron los olés en los cansinos graderíos. Y aún hubo algún muletazo por el lado derecho, y un par de naturales más…

Nadie acertaba a entender dónde estaba el truco de este mago de la lidia. Porque eso fue, toda una suerte de magia para hacer embestir a un animal que parecía imposible para el toreo. Pero había sido tan exigente el análisis, tan detenido y largo el estudio del toro, que el tiempo se le echó encima, falló con el estoque y a punto estuvo de que le devolvieran el toro al corral.

No fue así, menos mal, y quedó el regusto de una lección de auténtico mago del toreo.

No tuvo mejor suerte Escribano con un lote inservible, cortísimo de ánimo y más propio de una manada de bueyes. Esa era la actitud de su primero, que no tenía un pase; y muy valiente se mostro ante el sexto, parado y deslucido, ante el que expuso más de lo debido habida cuenta del poco rédito que podía ganar.

A ese toro le puso el par de banderillas -el segundo recuerdo- de muchas tardes; el torero, subido en el estribo de la barrera; a pocos metros, muy cerca, el toro, y el encuentro resultó ceñidísimo, y muy apretada la llegada al burladero. Un par en el que se lo jugó todo, y salió indemne de milagro. Ferrera y él había competido en el segundo tercio en sus primeros toros de manera muy discreta, y Escribano subió el nivel ante el sexto.

Bautista aburrió en demasía ante el quinto, un inválido muy protestado, al que se empeñó en muletear contra el criterio de los tendidos; y nada dijo ante el noblote segundo, tan suave como soso.

madrid_090617.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)