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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 09 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Baltasar Ibán (1º bis de Montealto) – bien presentados, complicados y exigentes a excepción del segundo y cuarto – (a la defensiva el primero, exigente el segundo, una prenda el tercero, con calidad el cuarto, deslucido el quinto y sin transmisión el sexto)

Diestros:

Curro Díaz: de azul rey y oro (silencio, oreja y ovación con saludos en el que mató por Román)

Pepe Moral: de maquillaje y oro (silencio y pitos tras aviso)

Román: que sustituyó a Emilio de Justo, de azul rey y oro (oreja y herido).

Entrada: más de tres cuartos de plaza en tarde con algo de viento. (19.103 espectadores).

Incidencias:

Parte médico de Román: “Herida por asta de toro en un tercio medio cara interna del muslo derecho, con una trayectoria de 30 cm hacia afuera y abajo, y que produce destrozos en vasto interno, musculatura abductora, contusión en vaso espasmo de arteria femoral. Rodea fémur por su cara posterior produciendo contusión de nervio ciático presentando orificio de salida por cara externa un tercio inferior del muslo. Es intervenido quirúrgicamente bajo anestesia general en la enfermería de la plaza de toros. Se traslada al hospital San Francisco de Asís para valoración por C. Vascular. Pronóstico muy grave. Fdo. Dr. D. Máximo Garcia Leirado”.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-09-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1137829945869307905

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista Gloria y drama, ante una complicada corrida de Baltasar Ibán

Curro Díaz cortó una oreja del enclasado cuarto tras faena de absoluta inspiración. Román, sufrió una gravísima cornada en el muslo derecho de 30 cm. al entrar a matar a su primero, en una faena de infinito valor y premiada con otro apéndice

Del triunfo a la gloria sólo va un paso, al igual que del fracaso a la cornada. Un abismo, ante un mar interminable. Eso mismo debió pensar Román ante el malaje de “Santanero I” una prenda de Ibán que ya dio un aviso en banderillas al “Sirio” salvándose de un más que previsible percance, pero se cebó con Román infiriéndole una cornada durísima de 30 cm. en el muslo derecho al entrar a matar. Un tabacazo enorme, a la altura de su firmeza y valentía con la que estuvo durante toda la faena, ante un toro que no descolgó en ningún momento. El valenciano, hizo el toreo y le bajó la mano con un impecable planteamiento de faena dando la cara, una tarde más. Mató con una incontestable estocada arriba. La mala suerte se cebó con el valenciano que sustituía al lesionado Emilio de Justo, el toro derrotó y el drama se tornó realidad. El orejón de Ley, fue épico. Como su tarde, que contó con un reconocimiento unánime del aficionado, en una feria de San Isidro de la que sale lanzado tras una auténtica heroicidad en una ingrata corrida de Baltasar Ibán.

Curro Díaz firmó una faena rotunda ante el potable cuarto, un toro que le sirvió en bandeja al jienense en una actuación aderazada de detalles caros, donde la brevedad fue el detonante de una compacta labor. Brindó a Román que en ese momento estaba siendo operado en la enfermería por los servicios médicos de la plaza, y dejó una veintena de muletazos reposados para que los olés resurgieran. Detalles y toreo caro, bendito comodín. Dejó un sensacional estoconazo y el toro calló sin puntilla. Paseó una oreja. Como los gitanos no tuvieron buenos principios, fue silenciado con el sobrero de Montealto lidiado en primer turno. El de Linares dejó una actuación de escaso fuste, donde el toro se defendió y echaba la cara arriba. Lo intentó sobre la zurda, pero el esfuerzo fue en balde. El sexto que mató por el herido Román, no ayudó absolutamente nada. Curro que no se dejó nada, lo intentó por todos los medios pero la faena nunca llegó a tomar vuelo. Por su seria tarde saludó una ovación de despedida.

Pepe Moral, es un torero en caída libre. Su apoderado Julián Guerra, parece ser el reventador de toreros (ya pasó con López Simón). No hubo mano izquierda alguna. El segundo le permitió una quincena de muletazos reposados pero no los vio y tampoco pudo, en una faena a la que se le echó en falta una mejor estructura. Tan sólo cabe recordar una notable tanda por el izquierdo entre el maremágnum de pases habituales. Con el quinto estuvo muy mal con los aceros, y el toro de juego deslucido complicó una faena inédita. Los pitos finales resumieron su tarde.

La fiesta de los toros no solo se vale de la nueva tauromaquia que nos han querido imponer con el toro de Domecq, el de las figuras, el dela to-rea-bi-li-dad. No. Hace falta que la emoción se apodere de un espectáculo con tanta verdad como éste. Corridas de otra época, que hace que el dolor y sangre en la arena, hacen que sea una vez más la eterna fiesta de los toros.

El País

Por Antonio Lorca. Román, muy grave

La corrida quedó hecha añicos cuando el reloj marcaba las ocho y veinticinco de la tarde. Román, el vivaracho torero valenciano, se perfiló para matar, la plaza guardó un silencio expectante, y en el momento del encuentro, con la espada ya enterrada en el morrillo del toro, el joven diestro fue prendido por el muslo derecho, y quedó colgado del astifino pitón durante unos instantes que parecieron verdaderamente eternos. Cuando Román cayó a la arena se le vio totalmente conmocionado, se echó mano al muslo, y fue trasladado con urgencia a la enfermería en la certeza de que el cornalón era de caballo. Si había alguna duda, el pitón derecho del toro ya moribundo aparecía ensangrentado, prueba evidente de los graves destrozos que había producido en la pierna de torero.

Hasta entonces, Román había conmovido a la plaza con una faena épica, propia de un torero heroico, que hizo frente a la adversidad con una hombría admirable.

El toro, Santanero I de nombre y 559 kilos de peso, de cinco años y medio de edad, y castaño de capa, se había comportado como un auténtico marrajo, durísimo, bronco, violento y agresivo. Derribó al picador en la primera vara y empujó con bravura en la segunda, pero protagonizó después un tercio de banderillas sencillamente pavoroso. Se dolió sin vergüenza cuando los primeros garapullos se clavaron en sus carnes, y se enfadó de lo lindo; tanto, que decidió hacerle la vida imposible a la cuadrilla. Raúl Martí, con el capote, y César Fernández y El Sirio, con las banderillas, pasaron un verdadero quinario para dejar los palos. Incluso, el subalterno llegado de Oriente Medio sufrió un revolcón y notó el sonido de los pitones en sus hombreras.

La plaza estaba ya conmovida por la dificultad manifiesta del animal. Román, que había tratado en todo momento de calmar a sus hombres, tomó la muleta y se dispuso a ser tal cual es: un valiente sin cuento. Y lo demostró, y de qué manera, ante un toro que lo miraba con detenimiento antes de iniciar cada arreón con la cara por las nubes a la búsqueda obsesiva del corbatín de su oponente. Cruzado, firme, bien plantado, Román hizo gala de una lucha (lidia) sin cuartel ante un enemigo muy, muy difícil.

Cuando Román se perfiló para matar, la plaza entera guardó un absoluto silencio, porque todos sabían que el verdadero peligro estaba presente. Y así fue. A veces, los héroes pagan con sangre su osadía. Y Román la pagó a un alto precio. ¡Qué dura es la fiesta para algunos toreros…!

La corrida quedó rota, y ya nada fue igual. Curro Díaz brindó la muerte del cuarto al torero herido y aprovechó las cualidades del único toro noble de la tarde. Entre la conmoción general, el linarense brilló a gran altura con varias tandas de muy templados derechazos y algún que otro natural que fueron un bálsamo tras los duros momentos vividos. Pura elegancia, hondura, toreo caro, propio de un artista que se prodiga poco, pero que guarda un tarro de esencias. Y paseó una oreja de peso. Molesto fue su primero y otro regalo envenenado el sexto, (otro tercio de banderillas para no olvidar por su enorme dificultad para los hombres de plata), que mató en lugar de Román. Muy dispuesto y asentado, Curro Díaz le robó suaves y hondos naturales tan inesperados como hermosos.

Pepe Moral no tuvo su día. En su haber, una buena tanda de derechazos ante su primero, que tuvo una vida noble pero cortísima. El animal se paró tan pronto que no hubo lugar a paladear nada. Y se mostró Moral muy desconfiado ante el deslucido y descompuesto quinto. Además, dio un mitin con la espada y la plaza se lo recriminó con razón.

Durísima corrida de Baltasar Ibán, toros serios, con cuajo y astifinos pitones, mansos, broncos y violentos. Pero el tercero se llevó el premio a la dificultad y la sangre de Román en su pitón derecho.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Terrorífica cornada de Román

Chorreaba la sangre por el pitón barnizado en el muslo de Román Collado. El cuerno enteramente rojo y la tez del torero lívida y vacía. La violencia de la cornada dio mucho miedo, mucho. Un terror fundado y presentido: Santanero I derrotó por última vez. Y hundió su afiladísima daga hasta la mazorca al sentirse herido de muerte. Román giró completamente y quedó colgado bocabajo del garfio como si fuera una pieza de carne en un escaparate. El toro de Baltasar Ibán no lo soltaba y seguía con el pico cavando. Como llevaba toda la faena, con ese genio montaraz y cuchillero. Tan definido en sus hostilidades desde que se encampanó: todo su lomo castaño subía hasta la cabeza pavorosa como el tobogán del horror.

La lidia ya fue una guerra. En manos de Raúl Martí la brega durísima: alcanzar con los palos el objetivo se convirtió en la remontada del río de Conrad, el corazón de las tinieblas. No prendían los palos -qué difícil tarde para el peonaje- y Román pedía el cambio de tercio una y otra vez al palco ciego y sordo de sensibilidad: la obstinación estúpidamente reglamentista de Gonzalo de Villa casi le cuesta un disgusto muy serio al Sirio.

Román apretó la mandíbula, brindó a Emilio de Justo en televisión -por la sustitución y su recuperación, ya ves, el sino- y se dispuso a apostar la vida a pelo. En cada embroque volaba un cuervo negro. Santanero I se lo pensaba antes de acometer con un nido de ametralladoras en los ojos: las balas silbaban como las guadañas de Hitler. Y Román se descaraba con ellas. O las queria someter y ligar por abajo cuando las ráfagas repetían. Un cable de alta tensión pelado culebreaba, y de pronto rebotaba por encima del palillo de la muleta. Consciente el torero macho de la apuesta, del sitio pisado, de la admiración de la plaza ya rendida. Y por ello atacó a bayoneta calada, espada en ristre, con una rectitud pasmosa, sin alivio, el último derrote de furia. Los tendidos estallaron con un único grito de pavor. Redondo como el boquete del muslo derecho reventado por el veneno del pitón izquierdo: chorreaba la sangre por su curva. La cuadrilla condujo al torero valenciano como una Piedad. Y después le llevaron la oreja conquistada a sangre y fuego. La inquietud quedó latente hasta que se conoció el parte facultativo. Entrada la noche se encendió la luz: 30 centímetros endiablados no habían tocado el sagrado paquete vascular. Aun sin femorales ni safenas seccionadas, el pronóstico seguía siendo «muy grave». Desde que Román perdió el conocimiento se temió lo peor.

Curro Díaz no perdió la calma. Es más: dio una tarde de veterana responsabilidad. No se sabía nada pero brindó a alguno los hombres de Román apostado en la puerta del quirófano. Y se puso a torear con gusto y temple a un toro que se dejaba a media altura sin los instintos depredadores de sus hermanos, un comando de gurkas. La faena fue completamente diestra, breve -el bello prólogo y tres tandas no más- y sabrosa. Sobreponerse a lo visto le daba aún mayor valor. Cobró una estocada letal y se embolsó un trofeo de reencuentro con Madrid. Resolvió también con asiento y aplomo los problemas de un último toro que traía en la cabeza una maderera: las tremebundas testas de los ibanes y sus cuerpos se alejaban de su morfología histórica con los nuevos cruces de sangres. Un cóctel de nitroglicerina, según parece. Por contagio también pegó sus navajazos un sobrero de Montealto. Que apuntaba buen inicio y soltaba la cara con genio y falta de poder. Díaz ya había estado firme en su izquierda.

Un zumbido del viento desnudó ante Camarito a Pepe Moral. Que recondujo como pudo el percal a su posición de parapeto. Como salían de locos los toros de Baltasar Ibán, la ventolera le añadía un redoble de tambor. Camarito se centró luego. Con su tipo bajo y su cara abierta, se empleó en el caballo; Carbonell cargó la suerte desde el acorazado. Sangró mucho el toro y Varela lo sobó en su capote no poco. Alcanzó suave la muleta de Moral, gastado y sin fuelle. Duró muy poquito ya. Casi mejor para el sevillano. Que ahora mismo no lo ve por ningún lado: la violencia del armadísimo quinto se le atragantó. Todavía seguíamos asustados.

ABC

Por Andrés Amorós. Milagro en Alcalá 237 tras una cornada espantosa: «Román está vivo»

Román se había comprado un viaje de ida al país de la verdad, a ese centro del dolor de donde no siempre se vuelve. La noticia se resumía luego en tres palabras: «Román está vivo». Y llegó a las nueve y media de la noche tras una espera de reloj parado y angustia veloz, de una señora con sus dedos temblorosos sobre las cuentas de un rosario, un acomodador besando una vieja estampita y matadores y cuadrillas en el umbral de la enfermería. «Está en las mejores manos», decían. El milagro se había obrado en la calle de Alcalá, número 237.

No recordaba la afición de Madrid una cornada tan espantosa en los últimos tiempos: «¡Lo ha matado, lo ha matado!», retumbaba en las gradas. El rostro de los tendidos era el del museo del horror. Casi veinte mil almas pálidas, con lágrimas en los ojos, con el llanto de los peores temores. Aquella faena del joven valenciano a «Santanero I» fue un toma y daca, con un valor descomunal y una sinceridad que no merecía el toro, «un cabrón con pintas», como lo definían profesionales y aficionados. Y eso fue, una prenda con la que Román buscó la auténtica colocación, valentísimo de principio a fin. Cada vez tardeaba y esperaba más este «Santanero», como ya había hecho en banderillas, donde el sentido común ni asomó por el palco presidencial de Gonzalo Villa. «¡A la porra el reglamento! ¿No ve las veces que han pasado los banderilleros y los palos que se han caído?», comentaban angustiadas las buenas gentes del tendido. Y, claro, ocurrió lo que se veía venir: el percance, por fortuna sin consecuencias, del Sirio. De azabache vestía, y negro se veía todo alrededor del castaño de Baltasar Ibán, con su frondosa arboladura por las nubes mientras Román plantaba la muleta con una firmeza superior, ganándose el respeto de sol y sombra. Asustaba al miedo el torero de la sonrisa eterna, el torero de la verdad descalza. En el recuerdo de la afición, Iván Fandiño, el último héroe caído, precisamente con esta ganadería.

El terror se afilaba en cada cara, menos en la de Román. Quiso coronar la batalla con una estocada y, literalmente, se tiró a matar o morir. El toro, con dos perchas que apuntaban al cielo, pegó un derrote seco, lo prendió por el muslo y lo zarandeó con una violencia brutal. Era Saturno devorando a su hijo, una pintura negra que tardará en olvidarse. En la arena, el espada se llevó la mano al boquete. Una impresión general: «Le ha atravesado el muslo». Un cáliz mortal y grana manaba camino de la sala con olor a cloroformo. Si aquella imagen conmovió, un «¡ay!» infernal crujió cuando las miradas apuntaron a «Santanero I»: el pitón derecho estaba completamente embadurnado de sangre, la sangre mortal y rosa de Román y su épica. La única que queda en el siglo XXI. La de los ruedos: «Así es el toreo, tan duro y tan bonito, tan de jugarse la vida», señaló Curro Díaz, que brindó una faena de oreja a su compañero herido.

El parte médico confirmó la gravedad: «La cornada, de 30 centímetros, ha provocado muchos destrozos musculares y contusionado la arteria femoral, casi sin pulso. Y en la parte distal del pie apenas tenía pulso ni coloración, le impedía mover el tobillo», explicó el doctor Máximo García Leirado. Después de «reparar las lesiones musculares y ligar los vasos sangrantes», Román fue trasladado al hospital San Francisco de Asís para ser valorado por cirujanos vasculares. Durísima la cogida, «aunque pudo ser peor», se consolaban los cercanos.

La Razón

Por Patricia Navarro. Treinta centímetros de terror para un Román titánico

Cuando pase el verano hubiera cumplido los seis. Los seis añazos. O lo que es lo mismo cuando hablamos de un toro bravo hubiera pasado a otra vida bien distinta de su naturaleza. A los seis estás fuera de las plazas de toros. Se le notó. En todo. Como se nos van notando a todos los años. Apretó en el caballo y una feria fue lo que vino después con las banderillas. Mil y una vez (aprox) tuvieron que pasar para dejarle los palos. Como se dolía y lo hacía con fiereza se iba desprendiendo de ellos. A la mil llegamos a las cuatro banderillas, según el reglamento lo suficiente para cambiar. Según el reglamento, pero eso no incluye al señor que se sienta en Madrid para presidir la corrida. Gonzalo de Villa, para más señas. Pasó el banderillero y no es que fuera en balde es que resultó cogido. Gracias usía. Román tenía una papeleta mayúscula, quizá por esas cosas de la vejez el toro vivía en la anarquía más absoluta y no embestía, eso es mucho decir, acudía al engaño con un cabezazo en mitad del viaje que apostaba por quitar entre corbatines o cabezas. En todo caso de Román claro. El valenciano aguantó lo suyo y lo de los demás. La carne de gallina. Entrega absoluta, verdad más verdad para enaltecer la profesión. Cada tarascada, en cada viaje, iba la cornada. Impávido se taladró sobre la arena de Madrid, desafiante, llenando de honor y honra su profesión de torero y nos metimos de lleno en su faena. En la suerte suprema se tiró con todo. Y con más.Y el animal no había humillado nunca, tampoco esta vez. El desenlace fue terrorífico, le colgó del pitón y le dio la vuelta sobre él de crueldad máxima. Cuando le soltó, roto en la arena Román se vio rápido que aquello era de urgencia porque en segundos había dejado un charco de sangre sobre la arena. Lo más macabro era ver que casi todo el pitón del toro llevaban la honra de la sangre del torero. Espeluznante, como había sido la inmensidad de Román. En la enfermería el torero, cayó el toro y la oreja fue de justicia. Tremebunda la cornada, de las que te cortan la tarde, la vida, el estómago… Nada podía ser igual. Sólo descontar el tiempo para conocer el alcance.

Curro Díaz se fue a brindar el cuarto y dejó la montera en la puerta de la enfermería. Como escarpias los pelos. Luego fue ese Baltasar un toro que se dejó, porque viajaba a media altura, pero al menos se desprendía de la muleta. No tuvo buen fondo la corrida y la cogida de Román fue un velo negro que cayó sobre la plaza y nos dejó sin luz y sin oxígeno. Curro ligó los pases, punto por fuera, y aderezó una faena con buena sintonía en el tendido y que supo rematar en tiempo y espada para pasear un trofeo. Se las había visto con un sobrero de Montealto, al que hicieron las cosas de mal en peor. Curro tomó sus precauciones y al final del camino el toro iba y venía, no fue bueno, le faltaron finales, pero la sugestión se había apoderado de gran parte de la tarde.

Era todo incertidumbre el sexto, que había y le habían hecho cosas feas hasta llegar a la muleta. Curro se puso por ambos pitones e intentó el lucimiento. Ya era mucho. Todo se movía en un margen de desenlace complicado.

Rompiendo a duras penas la sugestión el segundo toro rompió a embestir en la muleta de Pepe Moral, a pesar de todo. Fue el mismo toro que salió a la arena y regresó. Divina paciencia. Iba el de Baltasar después hasta donde le llevaras y ahí estaba el problema: que el toreo fue más a la contra que a favor. Iba y venía el quinto sin humillar, como casi todo, pero al sevillano le costó ponerse y ni te cuento rematar.

Muy grave fue el parte de Román. Esa cogida es de las que no se olvidan. Tampoco su amor propio.

Madrid Temporada 2019

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