Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


madrid_100618

Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo , 10 de junio de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín

Diestros:

Manuel Escribano: de gris plomo y oro. Estocada baja (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada (silencio).

Paco Ureña: de verde oliva y oro. Estocada baja que hace guardia y dos descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, estocada baja y descabello. Aviso (silencio).

Emilio de Justo: de corinto y oro. Estocada muy trasera y seis descabellos. Aviso (silencio). En el sexto, estoconazo (saludos).

Entrada: Lleno de «no hay billetes»

Imágenes: https://t.co/GPxsQnqvrm

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/multimedia/20186/10/20180610223434_1528662969_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Ureña y De Justo, lo mejor en el cierre

La disposición de Ureña y la raza de Emilio de Justo, dejaron huella ante un corrida de Victorino Martín de pocas opciones. S.M el Rey Felipe VI presidió el festejo acompañado de Roberto Domínguez, entre otras personalidades.

La corrida de la Prensa que cerró un larguísimo mes de toros - 34 tardes para ser exactos - en Las Ventas, contó con la destacada presencia de S.M el Rey Felipe VI que hace que la imagen de la Tauromaquia a la sociedad no sólo se haga más visible, sino que genere un síntoma de normalidad institucional, en estos convulsos años de inestabilidad política y de utilizar la fiesta de los toros como argumento político. Pero sobre todo la imagen y la credibilidad del Rey asistiendo a los toros, genera un contenido simbólico teniendo en cuenta la influencia que la Casa Real ha representado para la Tauromaquia. Un corriente de afición, propulsado por Dña. María de las Mercedes, continuada por el Rey Emérito junto con la Infanta Dña. Elena, continuando la estela sus primogénitos.

Por todo ello, S.M no quiso perderse el enésimo lleno en Las Ventas, para ver una encastada corrida de Victorino Martín encastada, pero de pocas aspiraciones. Tan sólo Paco Ureña con un segundo que se acabó pronto y Emilio de Justo con un tercero de mucha apuesta y riesgo, salvaron la última del largo ciclo isidril. Rozando el triunfo estuvo Paco Ureña con el segundo de la tarde, un ejemplar poco humillado pero que el murciano llevó embebido en su portentosa muleta. Hubo tiempo para hundir el mentón y dejar una tanda de mucha entrega con naturales a cámara lenta. Antes la exigencia del Victorino le provocó un sobresalto en forma de voltereta, que no pasó a mayores en una labor de exquisito gusto pero de escaso bagaje, que no materializó con los aceros teniendo que echar mano del descabello en varias ocasiones, que el público correspondió con una ovación desde el tercio. En el quinto no hubo atisbo de casta, y en cuanto le bajó la mano echó la persiana en otra labor que no tomó fuerza, y que Ureña no terminó de amarrar. Madrid continúa resistiéndosele, aunque tarde o temprano, llegará…

Volvía a Las Ventas Emilio de Justo, tras 8 años sin hacer el paseíllo en dicha plaza. Ocho años son demasiados, para un torero de buen bajío y con cartel en Francia. Y es que ante todo, el extremeño dio la cara en sus dos turnos. Y eso que con el exigente tercero no terminó de verlo claro al plantear una faena en la corta distancia, intentando rebañar la embestida de “Pesonero”, del que dejó un reguero de descabellos. Siete conté. No así con el sexto que lo despachó de un soberbio volapié tras hilvanarle una labor acoplada y de mucha entrega, aguantando lo que no está escrito ante un mulo, tirando de disposición en una labor vacía pero de pleno poder, con el que resultó ovacionado.

Abrió el cartel Manuel Escribano, que se estrelló ante un lote parado y de poco juego en líneas generales. Aun así se vació en dos actuaciones a las que recibió a su oponente de rodillas en la puerta de chiqueros, pero la escasa transmisión del primero en una embestida que careció de humillación, y la complejidad del cuarto unido a las precauciones que tomó el sevillano, lo dejaron todo en tablas.

El País

Por Antonio Lorca. El Rey, en barrera

Asistió el Rey a la Corrida de la Prensa y no encontró más que cariño. En cuanto apareció en el tendido, la plaza entera lo recibió con una ovación cerrada de respeto y agradecimiento por su presencia. Los tres toreros le brindaron sus primeros toros, y Paco Ureña se atrevió a hacerle una recomendación: “Conozca nuestra fiesta; es la más emocionante que tenemos en España”.

No está claro que el Jefe del Estado tenga mayor interés en conocer los entresijos de la tauromaquia moderna; primero, porque no parece que sea muy aficionado, y, segundo, porque, con toda seguridad, tiene ocupaciones más importantes. Pero, quizá sería mejor que no se adentre en problemas porque quién sabe si encontrará justificaciones concluyentes para no volver.

La verdad es que tampoco tuvo suerte con la corrida de Victorino. Y no es que fuera aburrida, no; fue problemática, de las que mantienen la tensión, bravucona en el caballo, con sentido, encastada, dificultosa. Una corrida muy astifina para toreros muy puestos y aficionados prestos. Toros a los que no había que cuidar, como sucede con la mayor parte de la ganadería brava, sino cuidarse de ellos. Toros antiguos, muy listos, atentos a cualquier error humano para clavar sus astifinos pitones.

Una corrida para crear emoción, esa que depende fundamentalmente de la fiereza y el genio del toro. Una corrida de otro tiempo, para otro público, para aficionados que no buscan la diversión ni las orejas, sino el conocimiento de un animal cargado de misterio y un héroe dispuesto a ofrecer su vida.

Dos veces se plantó de rodillas Escribano en los medios para recibir a su lote con una larga cambiada. El primero pasó de él, lo miro, lo despreció y buscó otro camino; el segundo lo atisbó desde la salida, se adelantó unos pasos, y, cuando lo tuvo a tiro, se lanzó a por su presa. Solo la agilidad y la preparación del torero impidieron la voltereta. Enrabietado el torero, y recuperada la verticalidad, trazó un apasionado manojo de verónicas que supieron a gloria.

Soso, descastado y deslucido fue el que abrió plaza. Insistió inútilmente Escribano a modo de justificación y ahí quedó todo. Tampoco tuvo suerte con el cuarto, con el que inició el tercio final con dos pases cambiados por la espalda, pero el animal duró muy poco. Por cierto, banderilleó a los dos con muy desigual fortuna. Siempre a toro pasado, y solo destacó en el último par, al quiebro, sentado en el estribo.

Reapareció Ureña tras la lesión que sufrió en el campo y lo hizo con la misma disposición, aunque parece ser que no plenamente recuperado. Así será, pero no ha perdido un ápice de su entrega y su clásica concepción del toreo.

Un toro encastado y, como tal, nada fácil, le tocó a Ureña en primer lugar. Pero cuando un torero asienta las zapatillas y domina las pulsaciones del corazón, es muy probable que surja el toreo en su esplendor. Se plantó Ureña en la arena, bajó la mano y dibujó, primero, una tanda de apretados redondos que abrochó con un ceñido de pecho, tan ajustado que a punto estuvo de salir volteado. Y hubo más: tres naturales largos, hondos, rebosantes de torería, y precioso el obligado de pecho. Mató mal, y todo se diluyó, pero quedaron destellos de toreo de alta escuela. No ofreció facilidades el quinto, muy quedado tras los muletazos iniciales, y Ureña no pudo redondear nada.

Encastado e igualmente complicado fue el tercero, con el que Morenito de Arles se lució con un extraordinario par de banderillas en el que se jugó el tipo sin cuento alguno. Torea poco Emilio de Justo, pero le sobra disposición, tiene oficio y muchas ganas de triunfo. Su actuación fue propia de un torero valiente y de raza, entregado a la difícil misión de doblegar a un toro fiero. Se la jugó muy en serio, le robó algunos buenos redondos, pero el toro se quedaba muy corto, se revolvía con presteza al final de cada encuentro, y las muchas asperezas de su oponente privaron al torero de un éxito que buscó con meritorio ahínco.

Muy valiente también ante el sexto, un toro quedado y de embestida incierta. Puso en apuros a la cuadrilla en el tercio de banderillas y un quite providencial de José Luis Neiro salvó a Ángel Gómez de una previsible cornada. Muy firme Emilio de Justo, por encima de un toro de otro tiempo, bronco y áspero.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Otra vez Victorino lejos de su leyenda

El regreso de Su Majestad el Rey Felipe VI a Las Ventas daba lustre y esplendor a la Corrida de la Prensa y a la Tauromaquia. O viceversa. El Rey de todos los españoles -de los taurinos también, que no son pocos- volvía a los toros. A un lado, en la barrera del “9”, el secretario de Estado de Comunicación del nuevo Gobierno socialista de España, Miguel Ángel Oliver, disipaba sombras e inyectaba tranquilidad con su sola presencia; al otro, la presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Victoria Prego, saludaba exultante por la recuperación de la salud del centenario festejo de los periodistas. En las dos últimas temporadas, Simón Casas le ha devuelto la categoría perdida. Que la propia APM se había dejado ir. Los victorinos y su A coronada -tan ligada la Prensa a su leyenda con aquel indulto de Velador en el 82- colocaron el ansiado “no hay billetes”. Como en los viejos tiempos. Tan lejanos…

Con una ovación aclamó Madrid al Rey. Y con otra a Paco Ureña, que forzó la máquina reaparecer. Una lesión vertebral lo había apartado de su penúltimo compromiso isidril. Las palmas sonaron tibias para Manuel Escribano. Que marchó a portagayola. Pasó el victorino de largo con toda su enjuta alzada. En la cabeza, la cuerna veleta; en la culata, el poder ausente. Escribano fijó su escasa fijeza en el “2”, le cambió los terrenos y bregó con él hasta los medios. Mal picado su triste celo. No humilló entonces ni nunca. Las solvencia del matador sevillano con las banderillas dio paso a una faena estéril: el toro embestía por el palillo con desgana. Sin empuje. Con la mirada ida. La espada cayó de la cruz.

El toro de Paco Ureña traía aires de victorino antiguo en la expresión. Que coronaba su eterna anatomía. Lo desarmó del capote con las manos por delante. De lejos se arrancó en el caballo. Paco así lo quiso. Generoso. Más que el empleo en el caballo. Cumplimentó el lorquino a Don Felipe. Como Escribano. Sólo que después de brindar al público. Un lío. Humillaba el albaserrada. Noblecito y despacio.Como sin gas y pacífico. El torero se lo sacó del tercio con doblones suaves. Y lo templó en su derecha en una tanda corta y otra muy larga. Sin soltarlo ni quitarle la muleta de la cara. El toro tampoco se iba de ella. La rueda acabó con Ureña sin poder vaciar el de pecho. Encajado en la tabla del cuello el apuro. Dos rondas de lentos y largos naturales ligados todavía subieron más la temperatura de los oles. La banda sonora de la faena. Que ya estaba hecha. Y por eso se fue a por la espada. Pero no se sabe por qué planteó el hombre una última tanda. Por la diestra y sin la ayuda. Con el fondo contado ya gastado entero. Y se enredó. La colocación del acero no correspondió a la rectitud del volapié. Y además asomaba. El verduguillo demoró la muerte. Adiós a la oreja que acarició antes del final.

Bajo como ningún otro anterior era el tercero. Cárdeno claro. Bonito y serio a la par. Lo lidió con orden Emilio de Justo. El victorino se cobijó en el caballo. Descolgó siempre. Y siempre por dentro. De Justo tragó mucho más de lo que el personal percibió. Porque además, en el último tramo de cada muletazo, el toro tiraba del freno. Y lanzaba un derrote. La faena se desarrolló trabada. Más limpia de mitad en adelante. Nunca fácil. Y, sin embargo, extensa. Un esfuerzo sordo rematado con una estocada muy trasera. Y varios descabellos.

De milagro escapó Manuel Escribano, de nuevo en toriles postrado. Aguantó el parón del hechurado cuarto. Y su revuelta. Si no es por la fuerza de sus piernas, no se va íntegro a casa. Las verónicas fueron poderosas. Como el manejo de los palos. El par al quiebro que nace del estribo apenas se valoró. Ni nada. La sosería del victorino descafeinado jamás rompió. Aislado quedó el trepidante prólogo por cambiados.

Un tío se hacía el quinto. Con su cabeza totémica. Paco Ureña lo paró muy cerrado en tablas. Y, como el victorino apretó y le arrebató el capote, no hubo otra que tomar el olivo. Caminó mucho el victorino en los tercios previos. Y sorprendió con el regalo de un manojo de embestidas de calidad por el derecho en los albores de faena. Cuando Ureña corrió la mano prometiendo el paraíso. Pero el toro se fue durmiendo al paso. Apagándose como una vela sin oxígeno. El pulso del murciano lo esperó y lo estiró en otra tanda. Que concluyó en desarme y fue todo. Por el izquierdo ni humilló ni se dio. Nunca jamás. Otra vez por los blandos la estocada.

El tipo del último en cuesta arriba no venía preñado tampoco de la casta añorada. Falto de humillación y agarrado al piso. Sobrado de complicaciones. Pensándoselo todo dos veces. Emilio de Justo derrochó firmeza. Muy bragado. Por todo lo que aguantó y más. Pisando tierra de fuego. Imagen reforzada la suya. Un estoconazo puso punto final a 34 tardes de toros. Victorino anduvo otra vez muy lejos de su leyenda. Y de aquellos apoteósicos cierres isidriles. Vaya año.

ABC

Por Andrés Amorós. Don Felipe, en los victorinos

Honra con su presencia Don Felipe la tradicional Corrida de la Prensa, acompañado por Victoria Prego, presidenta de la Asociación de la Prensa, y por Roberto Domínguez. Escucha los vivas a España y al Rey que se han repetido tantas tardes. Los tres espadas le brindan su primer toro. A la postre, es la mejor noticia de una tarde gris, en el clima y en lo taurino: el broche de oro para una Feria que ha tenido más luces y menos sombras que la situación política.

«Como las cosas humanas no son eternas, yendo siempre en declinación desde sus principios hasta llegar a su último fin» –comienzo del último capítulo del «Quijote»–, también concluye la Feria taurina de San Isidro. Pero el final no es melancólico, como el del caballero (ya animó Carmen Calvo a las mujeres a que fueran «caballeras y Quijotas»), sino emocionante: los toros de Victorino Martín, serios y encastados, tienen mucho que torear. Sin lograr el triunfo, los tres diestros se justifican, con su entrega.

Manuel Escribano, que indultó en Sevilla a «Cobradiezmos», sabe bien cómo lidiar a estos toros. En los dos, acude a porta gayola y pone banderillas. El primero es deslucido, queda corto, cada vez vuelve más rápido. Se muestra como correcto profesional pero sin posibilidad de brillo. Mata fácil pero caído. En el cuarto, se salva, en la portagayola, porque el toro flaquea; enlaza con vibrantes verónicas; los palos le quedan desiguales. Inicia con dos pases cambiados, dibuja algunos estimables pero el toro no se entrega. Acierta con la espada a la segunda. Comenta un vecino chusco: «Matar tan pronto a un “Hebreo” resulta de lo más feo».

Merece elogios que reaparezca, con este hierro, el lesionado Paco Ureña, al que se recibe con una ovación. El segundo, encastado, da buen juego en varas y mete bien la cabeza, humillando mucho. Ureña lo lleva cosido a la muleta, en derechazos muy ligados; cuando se confía, casi lo entrampilla. Los naturales a cámara lenta levantan aplausos pero no mata bien. El quinto, abierto de pitones, es recibido con ovación, aprieta en tablas, no quiere caballo, pero también humilla. Vuelve a lograr lentos derechazos hasta que el toro se apaga. Mata con decisión pero con el mismo defecto de la vez anterior: debe entrenar más esa técnica.

Gracias a los toros de Victorino, Emilio de Justo ha renacido como lidiador, no sólo artista. En el tercero, muy encastado y pegajoso, saludan, en banderillas, Morenito de Arles y Pérez Valcarce. Emilio se coloca bien pero el toro derrota, al final de cada muletazo, y se producen enganchones: una faena de mérito, valiente pero irregular. Mata atracándose de toro pero lo estropea con cinco descabellos. Dice mi vecino Pepe: «Ahora, casi ninguno sabe descabellar». Y añade: «Roberto, ¡enséñales!» En el último, realiza un gran quite José Luis Neiro. El toro es complicado, se quiere quitar la muleta. Emilio se muestra muy firme, traga, traza buenos naturales. No se advierte que haya toreado poco. Vuelve a matar con decisión: se ha justificado, deja buena impresión.

Se alegran algunos de que haya terminado la Feria. Prefiero yo recordar lo que decía Rafael el Gallo: «¿Qué harán los domingos por la tarde los ingleses, si no tienen toros?» Era un sabio. Han pasado, en la Feria, cosas importantes. Como dice Jorge Manrique, «nos dejó harto consuelo/ su memoria». Y el domingo 17 se anuncia ya otro interesante cartel…

Postdata. En Las Ventas admiro una exposición del colombiano Diego Ramos: un gran pintor, más allá del tema que trate. Cualquiera que entienda un poco de pintura, le guste o no la Fiesta, disfrutará con su dominio del color. Es un eslabón más de la larguísima cadena de artistas que se han enamorado de los toros. Para él, como para tantos otros, el valor cultural de la Tauromaquia es algo evidente, casi obvio. Aunque algún ministro no se quiera enterar…

La Razón

Por Patricia Navarro. Templa Ureña y asusta De Justo ante el mismísimo Rey

A Felipe VI se le recibió con mucho calor, como quien pretende estimular que vuelva. Sin hacer aprecio a la frialdad del monarca con la fiesta los toros. Nada que ver el Rey emérito que de siempre, como a su madre, se le vio por las plazas de toros. Cuando tocaba y cuando no. Le ocurre a día de hoy y también a la infanta Elena y a sus hijos. Vino Felipe VI para cerrar feria, 34 días ininterrumpidos en los que Las Ventas ha abierto sus puertas y en esta ocasión con lluvia, truenos y casi centellas. Locura de tiempo de este San Isidro mientras la gente se ha mantenido tarde tras tarde en el tendido. Impasible. Con un «No hay billetes» y la de Victorino decíamos adiós, que este caso es un hasta pronto, porque Madrid no cierra, solo su feria. Ureña regresaba tras una intervención de espalda y se le ovacionó. No era el camino fácil este para una vuelta. Brindó al Rey, y al público, que le había sacado a saludar. Y se deleitó después con un segundo que tuvo un temple brutal, qué ritmo, dormido en la muleta el de Victorino ralentizaba todo lo que ocurría por allí. Se sintió el torero en el toreo por ambos pitones, en la verticalidad y sin forzar la figura, esta vez todo muy natural. Pena de espada y de esa última tanda que tuvo menos rotundidad. Chocó con el viento de frente cuando iba a empezar la faena al quinto. La recompensa fue que tomó la primera tanda diestra con una transmisión y entrega tremenda. No duró tanto, le costó luego empujar, pero Ureña tenía las ideas claras, de ahí no se iba a ir, porque estaba convencido y pulseó el engaño para convencer al toro de seguir donde ya no quería ir, a pesar de que sí calidad. La emoción fue eso que, de pronto, se había esfumado.

Casta tuvo el tercero, de la que te pone la cabeza a cavilar, porque no repite dos arrancadas. Brilló la cuadrilla y Escribano en el quite. Cuando Emilio de Justo se quedó a solas con él comenzaba ahí un duelo repleto de matices, porque el animal tenía mucha casta, pesaba mucho por dentro, humillaba mucho pero no lo regalaba, le costaba viajar. Irse más allá del cuerpo y esa emoción pone en serios problemas a un torero que nunca volvió la cara, a pesar de que la faena tampoco logró alzar al vuelo suficiente para hacerse con el público. Impuso su ley en el sexto con un toro complicadísimo. Qué verdad la suya. Y qué verdad más difícil de recabar. Ese toro pesaba tres mundos. Esa mirada. Esa embestida por dentro. Avisaba. Medía, Cargaba sus miserias con la seria intención de descargarlas a mitad del viaje. No cedió terreno Emilio ni una sola vez, aunque vinieran mal dadas. Y vinieron. Pero manejó él la situación. Y el duelo era de titanes.

Escribano se fue a portagayola y se frenó de tal manera que no pudo ser. Tampoco la faena de muleta después a un toro que iba y venía sin entrega y sin que el toreo fuera en verdad posible. Y lo hizo de nuevo en el cuarto, como si no costara. Si no hace un cuerpo a tierra, no se salva. De locos. Arriesgó con los palos, una vez más, sin mirar las etiquetas de la ganadería y en unos pases cambiados con los que comenzó la faena. Un volcán aquello. Y eso esperábamos. Pero la cosa se vino abajo enseguida. El toro tenía muchos resortes, matices que se fueron diluyendo, sin encontrar caminos en los que mantenerse. Se nos fue la tarde con muchos matices y la celebrada presencia del Rey. ¡Esta Fiesta nuestra! Estos tiempos raros…

Madrid Temporada 2018.

madrid_100618.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)