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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles , 11 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Torero y uno (5º) de Torrealta (desiguales de presentación, mansos y descastados).

Diestros:

Manuel Escribano: silencio y silencio.

Iván Fandiño: silencio y pitos

Paco Ureña: ovación tras aviso y oreja

Entrada: tres cuartos de entrada

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=6997

Video: http://www.plus.es/video/san-isidro-11-05-2016?id=20160511215729

Crónicas de la prensa:

La Razón

Por Patricia Navarro. Ureña: bendito milagro a pesar del sistema

No sé en qué momento comenzamos a ver la corrida en versión codificada por la multitud de paraguas que interrumpían la visión escalonada del tendido. Visión reducida, parcelada, más allá de la que viene de serie. No sé si fue en el primero o en el segundo, pero si sé que en el tercero, que ya arreciaba con rabia, nos despedimos, los de mi tendido, me refiero, del tercio de varas. Ni ver al caballo si quiera. Pero nos reconciliamos después con el espectáculo a lo grande, a pesar del diluvio, con la faena de Paco Ureña, cuando éste nos devolvió al toro, la visibilidad, se entiende, en el centro del ruedo. Tenía el toro de El Torero la primera embestida basada en la inercia y después de ésta protestaba. Le costaba empujar en el engaño. A Paco Ureña, que le debemos una de las faenas más intensas de la pasada Feria de Abril de Sevilla, no defraudó. Y lo tuvo todo en contra. Sobre todo las manos del público entre el bolsillo y los paraguas. Mucho mérito lo que hizo el murciano. Suavidad ante las protestas del toro, temple en esos pequeños derrotes que sumaban la embestida y en ella, le fue sacando muletazos de mucha profundidad; siempre vertical, relajado y con las zapatillas hundidas, voluntariamente, en el barro. Barrizal a aquellas alturas, por lo que había caído. Y por lo que lleva cayendo sobre el ruedo madrileño en la última semana. Tardó en ponerse al natural, ya se sabía que por ahí era película de miedo. Y así fue, de las malas. Insistió. Cruzándose al pitón contrario y camino al infierno sin mirar atrás. Un gran momento el de Ureña. La mano se le fue abajo con la espada, mas la buena intención se le vislumbraba en el corazón. El sexto era toro feo por fuera y bueno por dentro. Embistió cómplice con la trayectoria del torero para salvarse del sistema. Un sistema que devora talento. Y esta vez no fue. Ureña no perdió segundos y enseguida se encajó con el toro, con esa embestida boyante que tenía el animal, cosió las tandas, vibrantes todas, más rematadas unas que otras, pero ¡ojo! con el corazón de Madrid enganchado desde el principio. Menos rotundidad encontró al natural y personalidad marcada con la diestra. Lo mejor mejor, los ayudados finales, tomado oxígeno el toro, últimos compases de la faena. Un pinchazo precedió a la estocada. El trofeo no tuvo fisuras, como tampoco su entrega y verdad. Y sin olvidar que el ruedo era un barrizal. Es Paco Ureña a estas alturas un milagro del sistema. Bendito sea. Y nos acordaremos estos días cuando nos vengan mal dadas. Invierno duro ha pasado el torero. Invierno bueno.

Manuel Escribano se llevó el lote más armonioso de comportamiento de una corrida destartalada de hechuras. Ambos nobles y de buena condición aunque con el fondo justo. Correctas las faenas sin más. Iván Fandiño, que completaba el cartel, se las vio con un rajado y sin codicia segundo y un malo malísimo remiendo de Torrealta que le puso en aprietos con descaro. Era la tarde Ureña. Y no sólo la tarde. Lo de Sevilla ya fue de cante grande.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Paco Ureña se queda con el corazón de Madrid

Llovía una tarde más. Por la sala de prensa pasó como una centella Ana Obregón. “¿A quién vienes a ver, Ana?”, le preguntaron. “A Manuel Escribano, claro, que ha indultado un victorino en Sevilla”, contestó la actriz con ilusión adolescente. A la muerte del primer toro ni Ana ni nadie de los casi 18.000 espectadores había visto al Escribano. O al menos al Escribano que se espera. Tampoco el matador sevillano dispuso del toro que necesita, que no era aquel cinqueño de El Torero de pacífica embestida. Manuel Escribano le pegó muchísimos derechazos sin alma, que aquella era la mano por la que más descolgaba la embestida sin sal. Entre uno sin alma y otro sin sal, Ana Obregón se quedaría con los pases cambiados y las banderillas, que tampoco desprendieron una emoción loca.

Sí que hubo una transmisión de expuesta verdad con Paco Ureña. Jarreaba el cielo y el tercer toro -con el rajado y sangrado segundo Iván Fandiño se había quedado inédito- traía el punto de la incertidumbre por encima de su trapío. Ureña toreó con la figura muy encajada, sin pestañear un músculo ante los pitonazos que cruzaron cerca y por delante, y la mano derecha muy baja. En ese tramo último del muletazo, cuando escucha caracolas en la hombrera, oyó los oles sinceros de Madrid, vaciando por debajo de la pala del pitón. A la quinta serie había se sospechaba de la tardanza en coger la izquierda, pero, una vez ofrecida, se comprobó el motivo: el toro por ese pitón se las gastaba. El murciano se puso, no volvió la cara y justificó la apuesta con valentía. El broche de faena diestro y a pies juntos le puso en disposición de cortar la oreja. Pero entre el pinchazo y el diluvio la gente se encogió. Ni la vuelta al ruedo, que bien pudo dar.

Manuel Escribano se atrevió a banderillear al apretado cuarto con el piso de plaza hecho un lodazal. Sacó fuerza y fibra ahora Escribano; el par sentado en el estribo salió de milagro. Una temeridad. Después hubo una sensación de mantener el equilibrio, el toro sin atreverse a romper sobre el barro y el diestro de Gerena sin decidirse a atacar entre los charcos. Ana habrá de volver.

Un toro de Torrealta parcheaba la corrida de El Torero, tan movida de corrales. Su bonita pinta carbonera y sus hondas hechuras escondían una violencia seca. Quinto malo no, peor. Desarrolló ya desde el caballo y en los capotes y en banderillas , que Iván García salvó con honor y montera en mano. Iván Fandiño abrevió ante los hachazos. El personal no lo entendió.

Cerró la tarde otro cinqueño, de tremenda cara. Muy desigual lo aprobado. Paco Ureña, con los colores malvas de Chenel, aplicó su máxima: “Pronto y en la mano”. Y por la mano derecha volvió a ponerse, a ofrecer la panza de la muleta y a torear muy templado. Ni barro ni agua. Y “Ojibello” colocaba inmensa testa en modo avión. Ureña transmite un halo de inocencia que trepa. Y una curvatura en el trazo. Y una verdad muy suya que arrastra la muleta. Alternó la zurda con verticalidad y juntas las zapatillas como bonita opción. Ojibello seguía haciendo el avión. Gran toro. Y buen cierre por bajo, de ayudados y pinceles. Otra vez un pinchazo. Pero esta vez el personal sí respondió a la estocada. Y cayó la oreja que en el otro se ahorró. Paco Ureña rozó el cielo de Madrid, pero se quedó con su corazón.

El País

Por Antonio Lorca. Ureña, la solemnidad bajo la lluvia

La lluvia es un incordio, y toda la tarde estuvo metida en agua, pero también puede ser aliada de momentos inolvidables. Llovió intensamente durante la faena de Paco Ureña a su primero, un toro manso que embestía con un molesto cabeceo, al que el torero, valentísimo, cruzado siempre, lo muleteó con el clasicismo por bandera; especialmente brilló con la mano derecha, en trazos largos, henchidos de naturalidad y empaque, con maneras de torero grande. Una sola tanda con la mano izquierda entre los pitones —el toro, a menos— y dos redondos finales, de frente, fueron el preámbulo de un pinchazo y una estocada que dejaron la obra en una gran ovación.

Escampó con el sexto en el ruedo, ya embarrado. Y era un toro descaradísimo de pitones, con dos auténticas velas como documento de identidad. Manseó en el capote, cabeceó y huyó de los caballos y esperó en el tercio de banderillas. Pero allí estaba, muleta en mano, un torero en sazón, pleno de conocimiento, con ese rictus tristón de hombre mayor que no es más que la máscara postiza de un torerazo ilusionado.

Lo probó por bajo y, como quien no quiere la cosa, dibujó tres redondos grandiosos que hicieron presagiar lo que estaba por llegar. No importaba ya el barro ni la suciedad de las zapatillas y el engaño; había un toro y un torero, y entre ambos dibujaron una obra intermitente que alcanzó altas cotas artísticas. Fue una faena larga, excesiva sin duda, cimentada en tres tandas primeras con la derecha, de compases relajados, largos y hondos, mientras el animal embestía con fijeza y humillación. Siguieron dos por naturales, la primera entre los pitones, y surgió la solemnidad del toreo clásico, y otra a pies juntos; y antes de perfilarse para matar, ayudados y remates cargados de torería. Larga, excesiva sin duda, fue la faena, que no remató con la espada. La oreja, no obstante, muy merecida, pero la puerta grande se hubiera abierto de par en par si su cabeza hubiera funcionado de otra manera.

Quedó sobre el albero el toreo solemne de un gran torero, y quedó demostrado, una vez más, que la lluvia y el barrizal no son impedimentos insalvables cuando un torero se siente héroe y artista.

El resto fue otro cantar. El lote de Fandiño fue infumable. El primero, rajado, de cortísimo recorrido y descastado, y el otro, muy deslucido, con la cara por arriba y sin posibilidad de lucimiento. No estuvo fino el torero, pero tampoco mereció que lo pitaran.

Escribano hizo bien lo que sabe y no gustó; sobre todo, ante el noble primero, que encerraba calidad. Dio muchos muletazos, mecánicos y sin alma casi todos, y banderilleó a toro pasado, a excepción del último par al quiebro tras recibir al toro sentado en el estribo.

ABC

Por Andrés Amorós. Paco Ureña, grande sobre el barro en San Isidro

Otra tarde de mucha lluvia, muy buena entrada, riesgo y dificultad para los toreros, gran incomodidad para los espectadores. Además, los toros del Torero son manejables pero deslucidos, salvo el último, muy bueno. A todo se sobrepone Paco Ureña: solo la espada le ha impedido abrir la Puerta Grande. Debe corregir este fallo. De todos modos, se confirma plenamente como un «torero de Madrid», algo muy difícil de conseguir.

En el primer toro, manejable, Escribano se luce en el tercer par, al quiebro y al violín. La faena es correcta pero no brillante. En el cuarto, es tremendo el tercer par de banderillas, al quiebro, saliendo del estribo. Solo al final logra algunos derechazos templados. Con este toro, en Madrid, no cabe el triunfo.

El segundo embiste con las manos por delante. Brinda Fandiño por el micrófono –me dicen– al Pana. En la muleta, derrota, pega tornillazos secos, se quiere ir y acaba en tablas. Los enganchones han impedido el lucimiento. El quinto es un precioso burraco de Torrealta que hace concebir falsas esperanzas: embiste con brusquedad, pegando cabezazos. (¡Para que nos fiemos de las hechuras!). Una tarde más, saluda en banderillas Iván García, que también ha lidiado bien al anterior: está cuajando en un gran peón. Fandiño pasa apuros, abrevia y mata mal. Es lógico que la gente se enfade pero debe atender a las condiciones del toro.

En Sevilla, con los victorinos, Paco Ureña confirmó la calidad de su toreo, que en Las Ventas se conoce bien desde que cuajó el toro de Adolfo Martín. El tercero embiste con la cara alta; mide bien el castigo Pedro Iturralde. El toro embiste desigual. Bajo una fuerte lluvia, Ureña no le duda, desde el comienzo, y procura hacer las cosas bien, con clasicismo. Cuando le obliga, el toro protesta y flaquea. Con valor sobrio, aguanta las embestidas descompuestas, se lo pasa muy cerca. Concluye con suavidad, a pies juntos, una faena de indudable mérito pero pierde el trofeo al pinchar. Su gran disposición y su buen estilo encuentran el premio del último toro, abierto y astifino, el único bueno de verdad de la tarde. El diestro murciano se dobla con él y, enseguida, sin probaturas, dibuja tres preciosos derechazos, que levantan un clamor. Sigue toreando muy bien, con naturalidad, con gusto: da el pecho, se coloca en el sitio, liga los muletazos, alternando los de compás abierto con los de pies juntos. Es un estilo muy auténtico, «muy de Madrid». A pesar del barro y de los paraguas, la gente está con él: tenía en la mano ya las dos orejas pero vuelve a pinchar. ¡Para matarlo! A la segunda, sí se vuelca en una estocada sin puntilla: una oreja, que han podido ser tres, pero disfruta de ser ya uno de los «consentidos» de esta exigente afición.

Paco Ureña nos ha hecho olvidar todas las incomodidades de la tarde: no «cañas y barro», como tituló Blasco Ibáñez, sino buen toreo y mucho barro. Tienen mérito los tres diestros, al torear en estas condiciones, con un redoblado peligro. He recordado la canción: «Tiene que llover… a cántaros». Este San Isidro, ya se está cumpliendo. ¿Cuánta agua tiene que caer para que la Comunidad de Madrid, que cobra un buen canon por esta Plaza, afronte de una vez la indispensable cubierta móvil? Con muy pocas esperanzas, seguiré repitiéndolo.

madrid_110516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)