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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 11 de junio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura un cinqueño (5) sin poder ni fondo; y un sobrero de Buenavista (2 bis), cinqueño, bueno por el derecho; y otro de el Ventorillo, con trapío y calidad.

Diestros:

Rafaelillo: de azul añil y oro. Media estocada y descabello (silencio). En el cuarto, media estocada (saludos).

Dávila Miura: de verde esmeralda y oro. Pinchazo y estocada rinconera (silencio). En el quinto, pinchazo y media estocada (saludos con división).

Rubén Pinar: de azul añil y oro. Dos pinchazos y estocada atravesada (silencio). En el sexto, estocada (silencio).

Incidencias: Rafaelillo pasó a la enfermería tras estoquear al cuarto. Parte médico; Puntazos corridos en muslo izquierdo y axila derecha. Pronóstico leve.

Entrada: lleno

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1320312851398157

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20176/11/20170611220908_1497211965_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. La corrida (Miura) del deshonor

El primer toro tenía cara de chavalín; el segundo, era un compañero del cole, y el tercero, escurrido de carnes. Pero eso no fue lo peor. El segundo fue devuelto a los corrales porque a su cara de niño le añadía una evidente invalidez, lo que ya parecía una broma. Y el animal se marchó solo a los corrales, convencido, sin duda, de que había terminado el recreo. Los tres últimos parecían los padres de los primeros; aún así, quedó claro que la ausencia de fuerzas no era cuestión de tamaño, sino de familia. Esa y no otra fue la razón de que también acabara en los corrales el quinto, y a punto estuvo de seguir los pasos el sexto. Pero el reloj ya pasaba de las nueve y no era cuestión de prolongar el hastío.

Y hubo más: ningún miura mereció la pena en ningún tercio; muy mansos en los caballos, con la cara siempre por las nubes, desganados en banderillas, y sosos, descastados y deslucidos en la muleta.

En fin, que vaya cierre de feria, menudo colofón y deshonor para ganadería tan señera; un fracaso sin paliativos que no admite disculpa alguna. Imperdonable que salieran tres toros anovillados, y un negro borrón en la historia de la centenaria ganadería por el pésimo juego de la corrida.

Con tal material, es presumible que el festejo fuera desabrido y plúmbeo, a pesar de la buena voluntad de los toreros.

Una cerrada ovación sonó al final del paseíllo en honor de Dávila Miura. Merecidísima. El gesto de matar la corrida de su familia en situación de torero retirado que no se viste de luces desde los Sanfermines del año pasado es una heroicidad que el público le reconoció. Al final, no lidió ningún miura, pues su lote fue el devuelto, pero demostró que la experiencia es un grado y permanece en sus muñecas el sabor añejo del toreo. Se le notó, claro está, la falta de rodaje, lo que no impidió que trazara varias tandas de estimables redondos a su noble primero, con el que dio la impresión de no sentirse cómodo ni relajado. El mejor toro de la tarde -cumplió en varas, acudió en banderillas y derrochó clase en la muleta- fue el quinto. Muy lucido el comienzo por bajo, rubricado con un gran pase de pecho; varias tandas muy toreras con la mano derecha, faltas de ceñimiento, quizá; un manojo de bellos naturales; otra tanda con la mano derecha sin la ayuda del estoque y unos inspirados ayudados por alto pusieron el colofón a una labor criticada incompresible e injustamente por parte del público, en la que el torero -es verdad- no llegó a romperse como se esperaba.

Rafaelillo se llevó un susto gordo cuando el cuarto le lanzó un derrote a su menudo cuerpo y le produjo puntazos corridos de carácter leve en el muslo izquierdo y la axila derecha. Era un buey con malas pulgas. Y con el primero -tan soso y descastado como noble- se sintió a gusto, como si estuviera firmando un armisticio, de tan cariñoso como era, aunque el calor de la amistad no llegó a los tendidos.

El más perjudicado, Rubén Pinar. Un lote imposible. Decidido y esforzado. Merece otra oportunidad.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Y Miura no mató ningún miura

Miura cerraba Madrid. Como cierra Sevilla y cierra Pamplona en los últimos años. Con el hierro de Zahariche como broche de San Isidro vino Eduardo Dávila Miura. Que desde 2015 mata una corrida de la familia para conmemorar alguna efeméride y constatar la locura del toreo. Por las 50 tardes en San Fermín (2016) y por los 75 años en la Maestranza (2015). Y ahora por el 175 aniversario de la ganadería tocaba Las Ventas, esa espinita que siente Eduardo clavada. La plaza le reconoció el gesto con una ovación caballerosamente compartida cuando se deshizo el paseíllo. Después, todo salió al revés. Y, paradójicamente, Miura no mató ningún miura.

Su primero volvió a los corrales con su fuerza trémula. La última caída en banderillas ya provocó el pañuelo verde. Dávila Miura exteriorizó su cabreo con el capotazo de Varela. Apareció por toriles un sobrero cinqueño de Buenavista con un trapío y una hondura que quitaba el hipo. El padre de la paupérrima miurada. A Miura le cambió el gesto. Y el chip. En el caballo le zurraron como a pocos en 32 días con sus noches. Bravo el toro. Dávila tiró de oficio sin convencimiento. La inactividad, por muy preparado que se esté, pesaba. Por el buen pitón derecho, viajaba el torazo de Clotilde Calvo con potencia; por el izquierdo, punteaba. Un desarme deslució aún más. Aunque el torero hizo de tripas corazón en la siguiente tanda de derechazos, no pasó nada.

Otro sobrero, ahora de El Ventorrillo, sustituyó al quinto. Serio pero bien hecho. Embistió con clase y calidad especialmente a derechas. Dávila Miura lo templó con su estilo acamperado y largo. Sin la ayuda en la última parte de la faena. Después de 11 años sin pisar Madrid y con una tarde al año en las últimas temporadas, demasiado. Su mentalización puede que fuese otra. El naufragio de los miura hundió todo. Y a Dávila. La ovación dedicada al notabilísimo ventorrillo en el arrastre se partió con el torero. Y las cañas se volvieron lanzas.

Decía poco la presencia del cardenito de Rafaelillo. Largo, agalgado, zancudo pero en cuesta abajo, paliabierto e inexpresivo como su bondad. De contado poder además. Rafael anduvo fácil con aquella embestida que tampoco terminaba de humillar.

Elevó el grandón y cárdeno cuarto la seriedad de los miura con su inmensa lámina oronda, redonda y chata. Como un goterón santacolomeño. Rafaelillo se desató con un farol de rodillas, lances genuflexos, verónicas también penitente y una revolera volada con fibra. No le sobraba al miureño la fortaleza. Pero por momentos parecía que quería hacerlo por abajo. Lo que pasaba a continuación es que se dormía y se quedaba en la suerte. El veterano matador murciano, que había brindado al público con esperanzas, acabó pagando su entrega con una voltereta inesperada. Volvió a la cara sin chaquetilla para continuar la pelea. Un desplante de aguerrida actitud y media estocada despidieron la faena. En la enfermería fue atendido de un puntazo en el muslo y otro en la axila.

La afición también protestó la flojedad y el trapío del tercero. Que en sus limitaciones escondía una guasa que no transcendía. Ni descolgaba ni se iba. No valía ni para hacer el esfuerzo. Rubén Pinar lo pasaportó sin más. Y nada pudo hacer con un último acapachado que sólo la caridad presidencial mantuvo en el ruedo. Ni la leyenda ni el 175 aniversario de Miura merecían semejante desastre. Ni tan pobre planteamiento… Sobre todo el planteamiento.

ABC

Por Andrés Amorós. También los Miuras flaquean

La tradicional corrida de Miura cierra la serie continuada de corridas, que ha durado 32 días. El próximo fin de semana será el remate, con las de Beneficencia, que presidirá –¡por fin!– Don Felipe y la de la Cultura. Decir «Miura» y «tradicional» es una redundancia: esta ganadería encarna una tradición venerable. Lo definió el maestro Antonio Burgos: «Ojalá todas las esencias y tradiciones de Españas se hubieran conservado con la fidelidad y el rito de la Casa Miura». Por desgracia, la tradición no basta, si el resultado es malo. Los toros de Miura no han respondido de ningún modo a la expectativas que siempre levantan: se han devuelto dos, por flojos; además, no han mostrado ni la bravura pujante ni las dificultades que han dado prestigio a esta divisa. Me apena que sólo den buen juego los dos sobreros, de Buenavista y El Ventorrillo. Solamente Rafaelillo recibe una ovación, al pasar a la enfermería, con dos puntazos, en el muslo izquierdo y la axila derecha, después de matar al cuarto.

El primero embiste con nobleza, templado pero justo de fuerzas: no es eso lo que se espera de un Miura. Rafaelillo logra derechazos lentos, a media altura, con escasa emoción; por la izquierda, el toro va muy paradito. ¿Un Miura bondadoso? También los ha habido, en la historia, pero no son los que han dado más fama a este hierro. El cuarto sale probando. Lo recibe Rafaelillo con una larga, de hinojos, y verónicas, tanto de pie como de rodillas: la primera ovación firme de la tarde. El toro mansea claramente, en el caballo; embiste rebrincado, a saltos. En la muleta, muestra el diestro su habilidad para lidiar estos toros, buscándoles las vueltas. Dándole distancia y aguantando mucho, lo va metiendo en el engaño, con entrega total. Recibe dos pitonazos y el público advierte más su mérito; sin chaquetilla, acaba «a la antigua», macheteando y cogiéndole el pitón. Con habilidad, clava media estocada y recibe una fuerte ovación, al pasar a la enfermería. Por lo menos, este toro ha tenido complicaciones y el público las ha advertido.

Once años después de haberse retirado, Eduardo Dávila Miura tiene el gesto de anunciarse, con la ganadería de su casa, en Madrid, una de las Plazas donde menos triunfos logró. (Ya lo ha hecho en Sevilla y Pamplona; le quedan Bilbao y, quizá, México). Lo reciben con una justa ovación. Por desgracia, no llega a matar ningún Miura, al devolverse los dos, por flojos. El segundo, sobrero de Buenavista, sale enterándose, como si estuviera corraleado, pero rompe a embestir largo y humillado. A Eduardo se le ve seguro, en forma, pero le reprochan la colocación. El quinto, sobrero del Ventorrillo, también resulta un noble toro, con el que se agarra bien el picador Doblado. Con facilidad, Dávila lo engancha y liga muletazos clásicos; destacan los pases de pecho, echándose todo el toro por delante. Concluye con buenos ayudados por alto y mata a la segunda: le aplauden, se va satisfecho… pero no ha matado ningún Miura (a lo que venía).

El albaceteño Rubén Pinar sufrió un grave percance, en el campo; volvió por sus fueros, el año pasado, en su tierra y en Las Ventas. El tercero se llama «Zahonero», como el que triunfó, aquí, hace tres años, pero se cae, surge la bronca: parece noble, sin emoción… hasta que le da un susto a Rubén y se comprueba que busca, por los dos lados. Mata a la tercera. El último, el más serio de la corrida, también pierde las manos, en varas, y nacen, una vez más, las protestas. El toro no se entrega, no transmite, queda corto, apenas pasa. Pinar corta rápido el trasteo y le aplauden. Esta tarde, no ha tenido ninguna opción.

En las telenovelas mexicanas, aprendí que «los ricos también lloran»; en Las Ventas, esta tarde, que los Miuras también flaquean. En el tendido, un gracioso comenta que también Rajoy actuará con impaciencia, alguna vez. Y otro espectador, más realista, señala que, en un país donde un presidente autonómico hace trampas continuas para incumplir la Constitución, no es tan raro que hasta los Miuras flaqueen… Espero que haya sido sólo una tarde desgraciada.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ferrera, en estado de gracia a pesar del desencanto

El 24 de junio hará un año. El año del año. El del renacer. Fue una cogida brutal la que le pegó un toro de Adolfo en la plaza de Alicante. Se reencontraba con la ganadería y lo hizo cara a cara a portagayola en la plaza de Madrid. Amor propio demostrado sobre la arena venteña, Manuel Escribano se las vio con un toro muy complicado porque se quedaba por debajo y tapaba la salida. No lo comprendió todo el mundo. En verdad no había muchos más caminos. Por diversos y muy distintos transitamos en la faena al sexto. Arriesgó una barbaridad Escribano con las banderillas, en milímetros se resolvió de hecho la no tragedia. Tan cerca, como le pasó después el pitón en uno de los primeros pases de muleta. Le rozó el punto. Creímos que iba a ser la faena de bombear el corazón pero de pronto el toro se paró. Y así se nos fundieron los plomos. A estas alturas no nos quedaba ni uno. Nos había decepcionado la corrida de Adolfo.

A Ferrera le esperábamos con devoción después de Madrid y Sevilla (por acotar en 2017). Abrumaba la seriedad del toro de Adolfo que abrió plaza nada más guardar un minuto de silencio por Echeverría, el español valiente que perdió la vida en el terrible atentado de Londres. Inolvidables imágenes que por todos los remedios se intentan despedazar de la memoria. No la gesta de uno de los nuestros. El puñal en la barriga le puso el Adolfo a Ferrera nada más salir, pronto le vino a recordar que en el toreo se reeditan los logros cada tarde exponiendo los muslos, si el corazón te deja. Por abajo se quedó por el derecho y al menos pasaba o medio pasaba de largo el cuerpo por el izquierdo, pero al filo de milagro siempre. Oficio, solvencia y valor puso con un toro muy complicado. Y con el cuarto viajó a las oscuridades más profundas para inventarse un toro complicadísimo. Manso y rajado fue el Adolfo. Y en los terrenos de tablas se encerraron uno y otro. Tragó lo indecible y donde no encontramos fe comenzó a construir una faena sobre el eje de la verticalidad, de la naturalidad, muy de verdad Ferrera y no hubo muletazo de todos los que pegó que fuera fácil. Metió al toro en la faena, menos al público de lo que mereció. Y la espada, muy puñetera, echó por tierra lo que había sido un esfuerzo mayúsculo de torero grande.

Tuvo buena condición el segundo, descolgaba con cierta nobleza y repetición, aunque no tuviera excesiva entrega. Se esperaba más. A ambos lados de la frontera y nos quedamos, aun cuando el toro ya estaba muerto, a la espera de que ocurrieran cosas. Descontextualizados vaya. El toro tenía cosas buenas aunque le faltara transmisión y la faena de Juan Bautista, muy plana y acomodada, no quiso volar. Nobleza y clase sacó el quinto pero con una falta de fuerza que colisionaba con el lucimiento. No pudo ser. Y no fue.

madrid_110617.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)