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Plaza de Toros de Las Ventas

Martes, 11 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Valdellán, bien presentados, serios, colaboradores de largo viaje, (deslucido el primero, descastado el segundo, bravo el tercero, manejable el cuarto, bueno a menos el quinto y con movilidad el sexto).

Diestros:

Fernando Robleño: de grosella y azabache (palmas y ovación con saludos)

Iván Vicente: de coral y oro (silencio y silencio)

Cristian Escribano: de azul Rey y oro (pitos tras dos avisos y silencio).

Entrada: Tres quintos de plaza, 13,988 espectadores.

Incidencias: Jesús Alonso saludó una ovación tras parear al tercero. Raul Cervantes e Ignacio Martín, hicieron lo propio en el sexto.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-11-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1138539328756473861

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista “Carasucia” y “Montañés”, emociones fuertes en Las Ventas

Lote de puerta grande para Cristian Escribano, que se marchó de vacío. Oficio de Robleño que saludó dos ovaciones e Iván Vicente no lo vio claro, ante una gran corrida de Valdellán

Dos grandes toros de Valdellán pudieron encumbrar a Cristian Escribano en plena feria de San Isidro, pero la falta de contratos y el poco oficio hicieron mella en el torero toledano, condicionando dos actuaciones fugaces que merecieron mejor trato. Con el bravo “Carasucia” se estiró a la verónica con un ramillete que fueron jaleadas en los tendidos. El de Valdellán acudió con alegría al caballo y en la muleta hubo dos grandes tandas por el izquierdo. La faena no logró tomar vuelo, y por el izquierdo no supo verlo. El crédito que ganó, lo perdió por culpa de la espada. Ovación al arrastre, aunque muchos aficionados solicitaron la vuelta al ruedo. Los pitos dictaron sentencia a Escribano. Más de lo mismo con el sexto, otro gran toro de la divisa leonesa, que acudió con franqueza al caballo. Galopó en banderillas, donde Raúl Cervantes saludó tras colocar dos grandes pares de poder a poder. Escribano volvió a estar ausente y no logró entender no entendió al bravo Montañés. La ovación al arrastre, contrarrestó con una discreta actuación en la que se acordará toda la vida de los dos toros que se le fueron con las orejas puestas.

Fernando Robleño, anduvo solvente y con el oficio adquirido tras toda una vida dedicada al toreo. El buen planteamiento de faena del primero no fue suficiente para que la labor cogiera rodaje. La mala lidia condicionó todo. La solvencia salvó al torero de San Fernando de Henares. Frente al cuarto firmó una discreta actuación frente a un toro que le faltó fondo pero que transmitió en la muleta. Todo lo hizo Robleño a favor del toro. Estocada y ovación al arrastre. El madrileño se despide de San Isidro tras cuajar una meritoria isidrada con dos corridas muy duras, Escolar y Valdellán, en ambas dio la cara.

No fue la tarde de Iván Vicente que no se llegó a confiar con ninguno de su lote. La elegancia de su labor frente al segundo no fue compatible con el deslucido juego del de Valdellán. El quinto, todo un galán que no hizo un mal gesto no lo vio claro, y abrevió en otra labor de poco fuste.

El País

Por Antonio Lorca. ‘Carasucia’, un motor de alta gama

Carasucia era su nombre, salvó el honor de la ganadería y puso en entredicho el prestigio de su matador. Lo que son las cosas. Era el tercer toro de la tarde, del hierro de Valdellán, y el festejo caminaba por un empinado precipicio hacia el desastre final, por el juego manso, desabrido, peligroso y birrioso a un tiempo de los dos primeros ejemplares que salieron al ruedo.

Y en esto que apareció Carasucia. Cristian Escribano se plantó en el tercio, asentó las zapatillas, y movió con soltura las muñecas, acompañó con la cintura y brotaron cuatro verónicas de alta gama, que cerró con una preciosa media. Vaya sorpresón después del sopor vivido.

Cumplió el toro en el caballo, empujó en la primera vara y no pasó de discreto en la segunda. Acabado el tercio, el animal tomó y conciencia de su responsabilidad y se dispuso a defender el honor de su divisa.

Jesús Alonso le colocó un par de banderillas y tuvo que tomar el olivo con presteza porque el toro lo persiguió hasta las tablas. La pericia del torero le permitió lucirse en el segundo, y el público le obligó a saludar.

Cuando Escribano tomó la muleta, Carasucia encendió el motor, metió la primera y se convirtió en un ferrari, con un motor de alta gama, de no se sabe cuántos caballos.

Arreciaba el viento en esos momentos; el torero lo pasó por bajo con elegancia, lo que aprovechó el toro para ponerse en tercera. Y cuando volvió a ver la muleta, creyó Carasucia que estaba en la recta de un circuito de fórmula 1. Y embistió con los riñones, con los motores a tope, a toda potencia, con la cara humillada, a velocidad de vértigo, con el ánimo dispuesto para sacar de la carretera a su conductor a las primeras de cambio.

Escribano, sorprendido, dispuesto y desarbolado por el ímpetu de su oponente, mantuvo el tipo con valentía y vergüenza torera, pero las embestidas del toro exigían una muleta tan poderosa como inexistente hoy en el escalafón de matadores.

Al final, a pesar de la buena disposición de Escribano, de su buena concepción torera y de sus más que airosos muletazos, el toro ganó la carrera, impuso su ritmo y dejó en evidencia a su matador. Una pena, por otra parte, porque el torero no le perdió la cara en ningún momento, solo que su experiencia al volante no daba para tantos caballos de motor. Sonó un aviso antes de que montara la espada, se entretuvo con el estoque y solo la campana lo salvó de la deshonra final. El sexto permitió que Raúl Cervantes e Ignacio Martín saludaran tras un buen tercio de banderillas, y su nobleza algo insulsa la dulcificó Escribano con una prestancia en la muleta que no llegó a cuajar.

Robleño no tuvo toros para el lucimiento, pero evidenció que la experiencia es un grado y, en su caso, una grandeza. Conocedor de los secretos de la lidia, metió en la muleta al soso y distraído primero y tapó los muchos defectos del cuarto.

Iván Vicente estuvo sin estar en él. Se justificó ante un manso y mostró precauciones excesivas ante el potable quinto.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. 'Carasucia', una centella gris

El runrún de las redes por Valdellán se convirtió en un ¡ohhh! deslumbrado por la hermosura de Hechicero entre los escasos fieles: calcetero, girón, lucero, coletetero, bajo, guapo y redondo. Tanta belleza para nada. Vacía y ausente. Huérfana de bravura. Hubo mucho interés en que fuera bravo en el caballo: faltó empujarle. En el único puyazo en el que se quedó, se empleó con un solo pitón. De las demás intentonas se escupió, escarbó o renunció. Lo engañaron al relance. Fernando Robleño lo fijó y anduvo toreramente resuelto. Ni fijeza, ni humillación ni celo: en cada tercer derechazo se metía por dentro. Quería las puertas del campo, no las telas. Cuando lo despachó de cabal estocada, huyó de su propia muerte.

Feote por fuera, y más aún por dentro, el segundo complicó la lidia y la vida de Iván Vicente. Sus finas puntas viajaban a la altura de su alta cruz. Que tensaba su corto pescuezo. Como el poder tampoco le sobraba, todo lo que hacía era putear. Puntear también. Desarmó dos capotes. Y luego caminó recto, hizo hilo y soltó sus guasas. IV lo intentó entre los golpes del viento -una tarde más presente y los golpes de pecho de la parroquia.

Vino el tercero a rememorar el glorioso 9 de septiembre de 2018 para la divisa. A defender el honor de los valdellanes y el recuerdo de Navarro. Carasucia se llamaba el cárdeno que embistió como un hurón. Sus humilladas repeticiones llevaban la mecha encendida de la casta. Que le daba seriedad a su expresión, el trapío por el fondo: ¡qué velocidad! A Cristian Escribano le transmitió la misma tensión. La faena vibraba al trepidante ritmo impuesto. Por abajo trazaba y ligaba Escribano los derechazos como fueren: el mérito de concluirlos limpios cansaba físicamente. La avalancha enrazada le sacaba el aire. Y empezó a sentir agotado el crédito de la plaza, inclinada con el incansable Carasucia. Que no paró aunque no embistió con el mismo esplendor a izquierdas. Las voces se encendieron a favor de la centella gris -«¡vaya toro se te va!» y en ese plan- como los focos que iluminan el rincón del boxeador que tira la toalla. Ni para cuadrarlo se quedaba quieto lo mínimo el toro, siempre en constante acometida, con el pistón de los santacolomas sesenteros. Los fallos con los aceros cavaron la tumba del pobre Cristian: dos avisos fueron la corona de espinas. En el «7» emprendieron la campaña de conquistar la vuelta al ruedo en el arrastre. Los mulilleros remoloneaban como pagados por una figura. No prosperó la vaina con un sentido equilibrado de las cosas. La intensidad de la ovación para Carasucia reverenció su casta irreductible.

La cara del cuarto sí que portaba una seriedad acongojante: cada toro de Valdellán parecía de un corral diferente. Fernando Robleño volvió a enarbolar la veteranía, la firmeza y la inteligencia con la dura correa del toro: sólo por el uso de las distancias podía aprovechar las inercias para sacárselo de encima. Todas las complicaciones no se valoraban arriba en tarde de sesgo torista. Todavía, en mitad de la gresca, en medio de los rebañones, Robleño hacía alguna vez así y le largaba un muletezo de remate con sabor. Lo mató impecablemente, con otra gran estocada.

A Iván Vicente se le torció todo otra vez con un quinto desacompasado que se movía a taponazos y la cabeza torcida: el viento siempte sopla más según el ánimo. Y Cristian Escribano no pudo repetir el luminoso saludo capotero con un zambombo de 656 kilos de armónica cara. Fue noblote. Como para dejar estar no más. Lo opuesto a aquella centella gris que fue el honor de Valdellán: Carasucia.

ABC

Por Andrés Amorós. «Carasucia», un encastado toro de Valdellán

La feliz noticia de que, sólo dos días después de su terrible cornada, Román ha dejado la UCI obliga a proclamar, una vez más, la enorme labor que desarrollan, en toda España, los médicos taurinos y su Asociación. En este caso concreto, el Dr. García Padrós, hijo y padre de cirujanos. Todos los profesionales y los aficionados les debemos enorme agradecimiento.

Igual que el día anterior, el cartel parece más propio del mes de agosto que de San Isidro. Si no me equivoco, esta temporada, Cristian Escribano ha toreado un festejo; Iván Vicente, ninguno. Atrae ver los toros de Valdellán, de encaste Santa Coloma (línea Graciliano), que tan buen juego dieron, aquí, la pasada temporada. Es la única ganadería brava situada en León, junto a un antiguo monasterio cisterciense. El toro tercero, «Carasucia», es un gran toro, con las virtudes del encaste Santa Coloma, que merecía la vuelta al ruedo, solicitada por muchos… A partir de él, la gente se pone de parte de los toros.

El primero va varias veces al caballo pero sale suelto y espera, en banderillas. Robleño aprovecha su movilidad en suaves muletazos de los que el toro sale distraído; acaba rajándose. Un trasteo aceptable, rematado por una buena estocada. El cuarto se mueve pero vuelve rápido. Tragando mucho, Robleño resuelve con profesionalidad y logra una buena estocada. Sin triunfo, ha tenido una tarde de solvente lidiador.

Iván Vicente parecía llamado a un reconocimiento profesional mayor. ¿Por qué no lo ha logrado? Quizá le ha faltado el carácter, más que las condiciones. El segundo flaquea pero saca genio y se cuela, con peligro. Iván solventa la papeleta con profesionalidad y se lo quita de en medio pronto: no había mucho más que hacer. El quinto va de largo al caballo pero también flaquea. Lidia bien Chacón. Iván traza templados derechazos pero a la faena le falta rotundidad, el toro empieza a protestar y todo se diluye. Mata bien.

Cristian Escribano es madrileño pero reside en Esquivias, el pueblo toledano donde está la Casa de Cervantes. (Recuerdo un artículo de Azorín: «Cervantes nació en Esquivias»). Dejó buena impresión en la goyesca del 2 de mayo. Recibe con templados capotazos al tercero. Saluda, tras dos buenos pares, Jesús Alonso. El toro va largo y humilla, es codicioso, se come la muleta; dándole distancia, liga muletazos de mano baja, con buen estilo y emoción, a pesar de las ráfagas de viento. Un desarme y algún momento de apuro bajan el nivel. La gente se ha puesto de parte del toro, que no para de embestir. Suena un aviso antes de que cuadre. Entrando de lejos, mata tarde y mal. «Carasucia» ha sido un gran toro, encastado y bravo, para el que se pide la vuelta al ruedo y se le despide con una fuerte ovación. El sexto, con más de 650 kilos, va de lejos al caballo, se luce Navarrete y, con los palos, Raúl Cervantes. Cristian lo intenta al natural sin lograr mucho eco.

Si a los políticos les resulta tan difícil llegar a acuerdos, no es raro que diestros que torean poco, cuando se enfrentan a toros tan encastados, no alcancen la coalición, ni siquiera la cooperación.

Postdata. Se preguntan algunos por qué, con frecuencia, la espada frustra faenas de éxito. Dos de los heridos graves en esta Feria, Gonzalo Caballero y Román, sufrieron la cornada al entrar a matar sin aliviarse, rectos como una vela. Dicen los profesionales que es el único momento en el que el torero pierde de vista los pitones; además, si cruza como se debe hacer, el cuerno derecho del toro pasa rozando su muslo. Es, sin duda, la suerte más peligrosa, la que rubrica la faena; por eso recibe el nombre de «suerte suprema» y la metáfora «el momento de la verdad» (el título que eligió Francesco Rossi para su película con Miguelín). El 9 de mayo de 1907, una gran estocada de Machaquito al toro «Barbero» suscitó una crónica de Don Modesto, en forma de carta al escultor Mariano Benlliure, animándole a inmortalizar ese momento: así surgió la famosa escultura «La estocada de la tarde». Villaespesa le dedicó un soneto: «Un corazón tan solo late en la plaza. / Bestia y hombre se encuentran y se desploma, / a los pies del torero, sangrando, el toro, / el estoque en los rubios hasta la taza / y, en un asta, un fulgente cairel de oro».

La Razón

Por Patricia Navarro. La emocionante pelea de “Carasucia” por ser recordado

e Madrid la terna. Veteranos Robleño e Iván en aquella hornada del 98 (apróx) de la Escuela Taurina de Madrid, cuando la escuela todavía navegaba entre la libertad política y la que impone el extraordinario lugar del Batán. Allí ocurrieron tantas cosas. Allí ocurrió el toreo antes de empezar, donde viven los sueños en sigilo y de pronto llegan y se quedan cosas grabadas en la piel, como ir a ver las Puertas Grandes desde arriba y devolver el saludo cuando se cumple la salida a hombros camino de la calle de Alcalá. Llegar ahí, al triunfo, si llega, muchas veces es una tortura. Muchos lograron doctorarse en una época prolífica bajo la batuta de Gregorio Sánchez, ese sí que era la voz, la más ronca que hacía temblar a cualquiera que quería ser torero. Cristián Escribano, de la tierra también, completaba el cartel. A la verónica se abrió de capa con una suavidad tremenda, muy vertical, grácil y remató con una media. Fue el momento más destacado de la tarde. Lo que no llegábamos a augurar todavía es que teníamos por delante a un gran toro, “Carasucia” se ganó recordarlo por su nombre y entró por derecho en el pódium de los toros importantes. Y eso que los dos anteriores de Valdellán no dieron mucho de sí, pero “Carasucia” resultó una máquina de embestir en la muleta, fiereza interminable, casta y bravura para repetir con carbón y entrega, porque lo hacía por abajo. Era un tótem del toro con esa embestida que pesaba por su seriedad, porque no pasaba por allí de cualquier manera. Escribano tardó poco en cogerle la medida, aguantar ese envite que era un pulso de poder y sobre todo por el derecho dio los mejores pases. Apostó y logró el bello diálogo con el público. Al natural, con el viento y las dificultades, no logró tanta contundencia a esa embestida que era brutal, a ras de la arena, hasta el final y un punto más. Tremendo. A partir de ahí, cuando la faena tenía que despegar del todo, se descompuso, más a la espera el torero y con alguna embestida más corta del animal. En pleno fogonazo se apagó todo, una llamarada que parecía llevarse la tarde por delante y acabó con una espada espantosa. Toro bravísimo, con ovación de gala. A “Carasucia” le recordaremos.

Fue casta lo que le faltó al primero de Robleño, que iba y venía, pero salía desentendido y era difícil fraguar algo que se acercara a la emoción. Obligatoria en esta plaza. No hay triunfo por otros caminos. El cuarto hizo pasar lo suyo en banderillas, esperaba, pero comenzó con un alarde de oficio y querer Robleño. Se movió el toro en unas coordenadas complejas, era muy repetidor, con ese punto de reponer, pero se metía por dentro y le faltaba entrega. Tarea jodida para defenderla, exigía mucho, físicamente y de cabeza. Lo hizo y matar de veras.

A Iván Vicente le tocó uno de Valdellán muy complicado, porque reponía, pero no se entregaba y además tampoco trasladaba la importancia de cada arrancada al tendido. En intentar buscarle las vueltas se le fue la faena. El quinto fue otro tipo de toro, era desigual en el ritmo, con sus desafíos, pero se entregaba en la muleta más por bajo y tenía movilidad. Era un toro de fe, pero el viento acabó de descomponer la faena de Iván Vicente que no llegó a cogerle el pulso al de Valdellán. Eso sí lo mató soberbio.

Raúl Cervantes lo bordó con las banderillas en el sexto, que después iba y venía a la poderosa muleta de Escribano con franqueza, pero poca transmisión. No nos aburrimos, entre la bravura y las dificultades. El toreo.

Madrid Temporada 2019

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