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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 12 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Ventorrillo (con peligro y dificultades, el mejor el 5º).

Diestros:

El Capea: de ciruela y oro. Pitos y pitos tras dos avisos, lidia el sexto de Gonzalo Caballero, pitos

Morenito de Aranda: de nazareno y oro. Palmas y oreja.

Gonzalo Caballero: debuta como matador de toros. De canela y oro. Ovación mientras se dirigía a la enfermería herido.

Incidencias: Gonzalo Caballero sufre una cornada en el tercer toro de la tarde. Durante el tercio de lidia, mientras pegaba una serie de muletazos, el madrileño ha sido embestido con una importante cornada de dos trayectorias en cara interna del muslo izquierdo, de 20 y 15 cm que provoca importantes destrozos musculares. Grave.

Entrada: dos tercios de plaza.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7008

Video: http://bit.ly/24OKNSU

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Del dolor de Caballero a la locura por Morenito

La cornada merodeaba la carne de Gonzalo Caballero como un escualo la presa. Sólo era cuestión de tiempo. Un tío dispuesto de verde carrera y un toro agresivo con el sónar activado. Se puso Caballero por la izquierda con la ternura del cordero en el camino del lobo, y la dentellada fue directa. Como un bocado seco, como la voltereta. La sangre oscura empapó la taleguilla como un reguero tenebroso por todo el muslo. El chaval, que había tragado quina con la muleta en la derecha, no quería retirarse. Y a poco no cobra de nuevo. Cumplió con hombría y finiquitó a la bestia (sin cuello) de afiladas dagas. Una ovación reconoció su esfuerzo y entrega; la cornada había calado hasta el fémur…

La tarde se despeñaba por un precipicio de toros montaraces, violentos y abisontados. Hasta que saltó al ruedo el quinto, Chocolatero, que tenía otras hechuras a sus hermanos y… ¡cuello! Toreó Morenito con su estilo capotero. La media verónica tuvo garbo. Brindó al público al buen Chocolatero y empezó a torear muy encajado. Madrid se volvió un manicomio. Los oles se sucedían como una catarata. A un velocidad acorde a los intrépidos muletazos. Una trincherilla cobró visos de cartel. Y un pase de pecho. Cuando propuso la cita al natural, siguió la comunión con los tendidos. Nunca bajo el ritmo. De la serie, salió Morenito de Aranda como en trance. Y regresó en ambiente de locura. Sin la ayuda se cambió la muleta por la espalda y los naturales continuaron sin reducir la humillada y noble embestida. Increíble ambiente de Puerta Grande. Si hunde la espada igual… Media estocada dejó la cosa en una razonable oreja que vino a premiar la actitud de un torero que en dos tardes no se ha dejado nada en casa.

Morenito daba su talla en la última de las tres citas que le han programado en Madrid desde Resurrección. Tiró de actitud, como el pasado domingo, con el anterior de su lote. Y se fue a portagayola, lanceó con vibración y se peleó con el bisonte de El Ventorrillo que no se terminaba nunca de ir de la suerte y atacaba a cabezazos. Morenito casi acabó por domeñarlo en una faena de desgaste. Su metraje se extendió por demás hasta el aviso.

Cuando se pregunten por qué desertó el aficionado de Las Ventas, no rebusquen tanto en los cambios de hábitos y tendencias sociales, simplemente revisen las tropelías cometidas como, por ejemplo, este cartel que anunciaba a El Capea por enésima vez y lo combinaba con Caballero. Así cuando Capea asaetó al toro de El Ventorrillo la plaza estalló en una formidable bronca. El Capea por sí mismo es motivo para dejar un abono. Y lo anuncian año tras año. La gente se harta de los abusos y no viene. O estalla en armas, que fue lo que pasó. Infumable el ventorrillo -¡viva la apología del toro feo en Madrid!- e inquieto El Capea. Un no parar entre lo violentos taponazos del dromedario y la consiguiente esquiva. La brevedad fue un antídoto que no calmó la ira.

Amagó el colorado cuarto con embestir y fue un espejismo. Amagó El Capea con torear y también lo fue. Cuando parecía que más o menos se escapaba de la turba, el ventorrillo se tapó la muerte con la estocada dentro. No había modo de descabellar y las iras volvieron a encenderse aderezadas con dos avisos. El último toro fue una prenda con el morrillo de Tyson y un cabrón. Capea hacia las veces de Caballero. Un quinario quedó para el torero salmantino, una prenda de cuidado que mató como pudo. Y el personal sin medirse. Tal vez la culpa no sea ni del propio Capea… Como dijo Alfonso Guerra de España, se puede decir de la plaza de Madrid: no la reconoce ni la madre que la parió.

El PaÌs

Por Antonio Lorca. La dura lucha contra el destino

Durante la lidia del tercer toro se produjo una secuencia dramática, de esas que ponen el corazón en un puño y nos reconcilian con la grandeza del ser humano. Andaba Gonzalo Caballero intentando sacar agua de un pozo sin fondo, un animal violento, que embestía a oleadas y con la cara por las nubes. A sabiendas de la enorme dificultad, el torero hizo acopio de valentía y afrontó la papeleta con encomiable gallardía. Pero en la tercera tanda, con la muleta en la izquierda, después de aguantar tarascadas y gañafones, el toro se lo echó materialmente a los lomos no sin antes clavarle un pitón en la pierna izquierda. La herida comenzó a sangrar rápidamente y, en cuestión de segundos, quedó manchada la media y la zapatilla. Era evidente, pues, que la cornada había sido grave. El torero decidió quedarse en el ruedo, pero en un descuido fue izado por dos compañeros con intención de trasladarlo a la enfermería entre los evidentes gestos de contrariedad de Caballero, que se negaba a abandonar el ruedo mientras no matara al toro. Se zafó, finalmente, de las asistencias, que optaron por colocarle un torniquete. Con el dolor dibujado en la cara, el torero mató a su oponente con dificultades, y solo entonces se dirigió por su propio pie a la enfermería después de recoger una sentida ovación de un público sobrecogido.

Gonzalo Caballero tomó la alternativa en la pasada Feria de Otoño y llegó a San Isidro con la agenda vacía. Y llegó convencido de que tenía que cambiar su destino. En su camino, no obstante, se cruzó un marrajo que no le facilitó el triunfo, y, encima, le destrozó una pierna. Tenía que demostrar, al menos, que no era el perdedor de la dura batalla; quizá, por eso, hizo de tripas corazón y dio toda una lección de torero heroico. Nadie sabe si su destino cambiará, pero está claro que este joven torero lo merece.

Esa fue la cruz de una tarde gris y amenazante de lluvia, protagonizada por los muy mansos, descastados y deslucidos toros de El Ventorrillo, que tuvieron un lamentabilísima actuación en los caballos, derrocharon mal estilo, y destacaron como grandes expertos en gañafones y derrotes. Solo el quinto, tan manso como los demás, acudió con nobleza a la muleta, con fijeza y humillación, y propició una faena sobresaliente de Morenito de Aranda, que paseó una oreja. Fue la suya una labor presidida por el buen gusto, la elegancia y la gracia, y destacó con pases por ambas manos, especialmente en una tanda de naturales y algunos de pecho, profundos de verdad. Fue una faena bonita ante un toro noble que embestía con dulzura y escasa codicia; fue una faena de ‘bien’ más que de ‘olés’ de un torero al que le faltó, quizá, romperse para arrebatar a la plaza y cortar las dos orejas. No pudo ser; quizá, fue esta la mejor versión de Morenito, que justificaría su posición. Quedó, no obstante, la impresión de que algo faltó en ese encuentro con el noble toro. Nada pudo hacer ante el deslucido segundo que, inexplicablemente, brindó al público. Lo había recibido de rodillas en los medios con una larga cambiada, y ya en las verónicas posteriores demostró su mala clase.

Si es verdad que hay justicia, El Capea no debería volver más a esta plaza. Su actuación de ayer fue muy deficiente, impropia de quien se viste de torero y sueña con el triunfo. No se le ve con el valor necesario, ni con el ánimo suficiente. Parece un hombre indolente y un señor vestido de torero sin compostura, sin figura, sin andares y sin pundonor.

Tres broncas son muchas para un torero joven, pero es que no supo ni estar mal. Sin ideas y siempre con el paso atrás se mostró ante deslucido primero; brindó el cuarto y demostró que no tiene ni pizca de repajolera gracia, y machacó en el caballo al que mató por ausencia de caballero.

Siempre la misma pregunta: ¿Por qué anuncian a El Capea en San Isidro?

La Razón

Por Patricia Navarro. De cuando Morenito rozó la gloria y Caballero cayó herido

Algunos pitos le cayeron a El Capea incluso antes de que nos cayeran las primeras gotas. Inmunes. Respiramos por branquias a estas alturas. El primer toro no era como para hacer amigos, defendiendo por arriba con brusquedad lo que no era capaz de entregar por abajo, pero tampoco venía ya Capea con muchos amigos en los bolsillos. El salmantino, que lo vio crudo, acabó con el cuadro antes de empezar y se fue a por la espada, bajita, sí, acortábamos tiempos… Y oportunidades, de los que están en casa a la espera. En esos caminos cruzados que da un ruedo, mientras algunos pitaban al Capea, Morenito se cruzaba el ruedo camino de la puerta de toriles en ese terreno restringido a los valientes. Una larga, las verónicas y un esfuercito después cuando llegó la hora de la verdad y el toro derrotaba, muy complicado y sin querer pasar. Gonzalo Caballero se inmoló en el quite que hizo por gaoneras al segundo. Y se salvó. Nadie sabe cómo. La cornada que vino después. Ya en su toro fue previsible. La ecuación era clara. El del Ventorrillo, joya de corrida echó ayer el ganadero, irónico, por si quedan dudas, embistió con todo, por dentro y áspero cual lija y el chaval que viene a Madrid con las balas justas no se quitaba. En un natural, preparado con minuciosidad, cruzado, entregado, ya no perdonó, le enganchó y la sangre le brotaba del muslo izquierdo hasta el tobillo y era muy negra. Su cara muy blanca. Impactante imagen. Se mantuvo en el ruedo. Obsesionado incluso. Sólo eso le quedaba de su paso por Madrid y le dio muerte y andando se fue a la enfermería, recogiendo la ovación, qué caras son a veces.

Más pitos sonaron en el cuarto. Un festín. El Capea se entretuvo en fallar con la espada, el descabello en este caso, como si no hubiera un mañana y en este plan es para dudarlo más todavía (lo de haber un mañana). No dejábamos gran cosa atrás ni por el toro ni por el torero.

«Chocolatero» fue uno de esos animales que salvan una tarde. El quinto. Tuvo un buen puñado de cualidades que hacen a un toro importante. Y lo fue. Prontitud, repetición y alegría en la embestida. Una viveza que mantuvo de principio a fin. Ligó Moreno, le tocó a él, siempre asentado pero con menos armonía en los primeros compases y se encontró después en una tanda de derechazos, de pura ligazón y encuentro. Fue ahí donde prendió la mecha. En la gente, en el torero y en la comunión con el toro. En el remate perdió la ayuda. Ni falta que hacía. Al natural logró torear muy por abajo, era por ahí la explosión del toro y la magia del toreo. Repitió, repetía. Se rebozaba en los remates, en los pases de pecho, en el del desprecio, entregado, centrado y buscando el toreo desde el encaje. Esa mezcla que da la rabia y la potencia de saber que es el momento y esos momentos no vuelven. Se perfiló a matar y metió media estocada larga o una corta, según mires el vaso medio lleno o medio vacío. Y la oreja fue unánime. Bien es verdad que el toro era de doble premio.

El sexto volvió por las maldades. A El Capea se le increpó. Otros tantos habían desistido abandonando la plaza. Lo dicho, de cuando Moreno rozó su gloria y Caballero cayó herido.

ABC

Por Andrés Amorós. Cornada para Caballero y oreja patra Morenito

La nota trágica de la tarde es la grave cornada de Gonzalo Caballero, en el tercer toro; la jubilosa, el trofeo a Morenito de Aranda, por una faena muy torera, en el quinto, el único bueno de un complicado encierro del Ventorrillo. El Capea mata tres toros y recibe pitos.

Gonzalo Caballero tomó la alternativa en la pasada Feria de Otoño: esta es su segunda corrida como matador. Con tan escasa experiencia, viene a por todas. El tercero, «Aéreo», repite como un avión. La faena oscila entre el ¡ay! y el ¡olé! Se coloca de frente, al natural: le ovacionan y llega la cornada. Con un corbatín en el muslo y mucha sangre, se arranca de los brazos que le llevan a la enfermería y se empeña en matar al toro: un gesto de dignidad torera que asusta al público. Cuando lo consigue, pasa por su pie a la enfermería. Se ha ganado el respeto del público y la repetición.

A su buen gusto, Morenito ha unido, este año, una nueva decisión. En el segundo, que mansea, se dobla bien, a pesar del viento, y aguanta las duras embestidas. El quinto sale muy suelto, protesta en varas pero mete bien la cabeza en la muleta. Morenito lo aprovecha con una excelente faena: acompaña las embestidas con la cadera, traza derechazos con ritmo, muy ligados; manda mucho en los naturales, «hasta allá lejos». Ha rozado el éxito grande pero la estocada atravesada lo deja en una oreja: se siente, ya, querido por este público.

Para El Capea, la tarde es muy dura. En el primero, corto y rebrincado, está aperreado y mata mal: escucha una bronca. Intenta congraciarse con el público brindándole el cuarto, más manejable. Se muestra voluntarioso, con oficio pero sin una estética que aquí agrade. Se eterniza con el descabello: dos avisos. Sustituye a Caballero en el último, muy complicado: algunos discretos naturales son coreados en broma. También tarda en matar: nuevo aviso y pitos.

El tópico es inevitable: la sangre y el triunfo, las dos caras de la Fiesta.

madrid_120516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:26 (editor externo)