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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 12 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Ventorrillo muy serios, astifinos en sus diferentes hechuras, mansos y descastados, el mejor el 5º con mas movilidad.

Diestros:

Eugenio de Mora: de azul pavo y oro. Silencio tras dos avisos y silencio.

Morenito de Aranda: de corinto y oro. Ovación tras aviso y oreja.

Román: de nazareno y oro Silencio y silencio tras aviso.

Entrada: más de media plaza.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/resena-tarde/las-ventas-12-de-mayo-de-2017

Video: https://twitter.com/toros/status/863122238165327872

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Morenito de Aranda corta la primera oreja de San Isidro

Si nada menos que el secretario de Estado de Interior navega –como ha dicho– «entre rayos y truenos», ¿cómo no van a chapotear, entre trombas de agua y ráfagas de viento, los sufridos aficionados que acuden a Las Ventas? Llueve fuerte al comienzo del festejo; para el agua luego; no, el frío invernal; vuelve a chispear, al final.

Además de la seriedad de los toros y la exigencia del público, Las Ventas tiene memoria. Los dos primeros diestros de esta tarde abrieron la Puerta Grande y el tercero, más joven, ya ha cortado trofeos; las reses del Ventorrillo han tenido jornadas de gloria. En el segundo festejo de la Feria, los toros, serios, bien armados, dan un juego muy pobre: son mansos y deslucidos; sólo se salva el quinto, aplaudido con benevolencia.

El toledano Eugenio de Mora es un diestro veterano que, con veinte años de alternativa, ha logrado centrarse en una lidia clásica, muy estimada en esta Plaza. El primero, huido, no se emplea, va a peor, no deja ninguna opción al torero y se defiende, a la hora de matar. A pesar de su oficio, Eugenio pasa un duro trago, sólo consigue que el toro no vuelva al corral. El cuarto, a partir de la primera vara, se acobarda por completo, en tablas, y la gente, aburrida, se impacienta. Eugenio de Mora sólo puede matarlo con habilidad. Muy mala suerte ha tenido, en sus dos únicos toros de esta Feria: se ha estrellado contra un muro.

Morenito de Aranda, que triunfó el pasado San Isidro, con esta misma ganadería, y que ha demostrado repetidamente su buen gusto manejando los engaños, aprovecha el único lote que permite el lucimiento. El segundo mansea pero humilla, embiste templado. Se luce el diestro en verónicas y una preciosa media. Saludan Jarocho y Mellinas. Brinda Morenito a Ortega Cano, su apoderado. Desde el comienzo, intenta torear con ritmo y cadencia. Aunque surgen algunos enganchones y el toro dura poco, el público está con él, le aplaude la colocación: una faena estética, no redonda, mal rematada con los aceros. El quinto, salpicao, luce una preciosa estampa, cumple en varas y le deja estar, desde los lances iniciales. Saludan en banderillas Zamora y Mellinas. (Buena tarde de la cuadrilla). El diestro le da distancia, aprovecha la inercia en series cortas, de mano baja, en derechazos emocionantes (por el otro lado, no sirve). Mata bien pero a la segunda y corta la oreja, que algunos protestan.

Román es el último producto de la escuela valenciana, un torero que conecta fácilmente con el público, por su desparpajo, simpatía y valor. El tercero mansea claramente, canta la gallina de modo estrepitoso, en el caballo; no atiende a los banderilleros. Román le planta cara, aguanta parones, se la juega de veras, saca algunos muletazos meritorios y mata con gran decisión. El último sale de naja del caballo, pega arreones bruscos. El diestro se justifica por el valor, sufre una fuerte voltereta y falla con la espada. Transmite cierta inexperiencia pero indudable entrega.

«Rayos y truenos»

«Rayos y truenos» es también el nombre de una alegre y popular polca de Strauss. Esta tarde lluviosa, no ha habido el trueno feliz de un triunfo rotundo («el trueno será gordo», dice el sereno de «La verbena de la Paloma») pero sí la han iluminado rayos de luz de la torería de Morenito de Aranda. Seguimos esperando «el rayo que no cesa» (Miguel Hernández) de los auténticos toros bravos.

Postdata. En la sala Antonio Bienvenida, se exhibe la exposición sobre Manolete, en su centenario. Me llaman la atención el retrato de Daniel Vázquez Díaz y muchas estupendas y poco conocidas fotografías. Recuerdo la opinión de Orson Welles «el Genio» del cine: «He visto grandes faenas de Manolete, pero no he conocido a ninguna persona que sea más grande, como hombre, que Manolete, y, si yo fuera español, estaría orgulloso de haber vivido en el mismo siglo que él».

La Razón

Por Patricia Navarro. La estética de Morenito vuelve a cautivar Madrid

No tiene el tirón de otros, pero torea tanto, calidad que no cantidad –de paseíllos, claro–, que muchos de ellos. Morenito de Aranda logró ayer la primera oreja de este San Isidro a estreno de Plaza 1. En la segunda de abono. Con una corrida que manseó por arrobas de El Ventorrillo con el único oasis de un salpicado quinto de nota. Hecho cuesta arriba, el serio burraco tuvo fijeza y alegría en el tranco, aunque no fue fácil, encastado, lo quería todo por abajo. Morenito no rehuyó el envite y le otorgó distancia, lo lució y resistió ese caudal de bravura. Tenía poder el animal y el torero castellano lo consiguió templar con ese gusto y buen trazo que acostumbra a dibujar su muleta. Ligado y reunido, lo cuajó por ambos pitones. Enfibrado por momentos, toreó con limpieza y ritmo, especialmente, al natural. De mano baja, los derechazos. Los remates por bajo, orfebrería. Una delicia cada golpe de muñeca en esas trincheras. Montó la espada, pero no hundió el acero. Encontró rumbo el filo en el segundo embroque y afloraron los pañuelos hasta asomar el blanco en el palco. El trofeo, bien sujeto en su mano.

Se llevó el lote el burgalés. Cornidelantero y abierto de cuerna, el largo segundo tuvo nobleza. Lo apuntó en el quite por milimétricas gaoneras y saltilleras de Román, replicado por Morenito a la verónica. La última, meciendo el capote con suavidad, y la media, superiores. Luego, en la muleta, mantuvo esa bondad, pero le costaba un mundo a mitad del viaje. Sin finales y cada vez más corto, Morenito apostó por las cercanías y, ahí, logró pasajes de bella factura. Alguna buena tanda en redondo por aquí, varios naturales sin mácula por allá y trincherazos, un buen puñado, con esa estética marca de la casa. Sólo faltó continuidad. Tampoco ayudó el fallo a espadas. Saludos.

Con dos de dos, La Paloma y Otoño, en sus dos tardes previas llegaba Román a San Isidro. Hubo dos sin tres. Sin orejas, presa de un lote imposible. El tercero fue ya para cortar la racha en seco. Se paró a las primeras de cambio y hubo que provocarle la embestida siempre. Román tiró de estoicismo para buscarle las vueltas, pero no pudo pasar de ahí. Firmeza sin recompensa y hasta frialdad del tendido con el valor del valenciano. El frío se hizo gélida sordidez en el sexto, mansurrón de imponente alzada. Tras un inicio ajustado por estatuarios el de El Ventorrillo corroboró sus ideas y salió despavorido hacia chiqueros. Allí porfió Román que se justificó con un arrimón que incluso le costó una espectacular voltereta. Catapultado varios metros por los aires, salió de una pieza. Sin fortuna, a esperar la de Lagunajanda.

Fiel a su historia en esta plaza, Eugenio de Mora se echó de rodillas para comenzar el trasteo al que rompió plaza. Tardes de gloria prologadas de hinojos. Triunfos sonados desempolvados efímeramente en los últimos tiempos. Ese poso de los toreros con el paso de los años. No fue el momento de revivirlo. Este «Bajeza» lo desarmó al cuarto muletazo. Fue un toro bajo y enseñando las puntas muy deslucido. Embistió cruzado y soltando siempre la cara, con un molesto «calamocheo», defectos que se acentuaron a medida que avanzó el trasteo. Lo intentó con tesón el toledano, pero no había nada que extraer de ahí. Muy molesto para «despenarlo, Eugenio pasó un mal rato y acabó pasaportándolo después de dos avisos con el toro atrincherado en el burladero. También terminó lamiendo las tablas el castaño cuarto. Enviciada querencia. Ni siquiera salió de la primera raya en el último tercio. Cuando trató de sacarlo el toledano para comenzar su faena, el burel se negó en rotundo. Bandera blanca de rendición. Inédito con él. Silencio en ambos. La tarde era de Morenito. Su estética tiene cautivada a Madrid. Con razón.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Premio a la inteligencia de Morenito de Aranda

La imagen de Eugenio de Mora transmitía la preocupación por el clima adverso: se deshacía el paseíllo y el veterano matador de Toledo probaba la muleta aún con la montera calada. Su peso y su oscilación ante el viento y la lluvia que amainaba. No fueron peores enemigos que un toro de generosa cara y escaso cuello de El Ventorillo que jamás humilló. La cosa parecía inocua en su ir y venir. Pero cuando De Mora le echó las rodillas por tierra en el prólogo de faena casi le arranca la cabeza. Quiso huir a la querencia y, desde entonces en adelante, desarrolló su nula fijeza y su instinto. La fibra en el toque de cada muletazo trataba atraer la mirada pendiente y pendenciera del manso. Cada vez peor, siempre por el palillo el ataque. Eugenio sufrió con la espada. Los cabezazos desabridos le tapaban la salida del volapié. La guadaña por el corbatín. Como la veteranía es un grado, desistió de descabellar y volvió a entrar a matar. Aún así no evitó dos avisos.

El tipo del segundo se hacía extraño. Tan levantado del piso, lomirecto, agalgado y tremendamente armado como toda la corrida de El Ventorrillo. Ya en el capote se sintió su limitado celo. Como en los encuentros con el caballo. Morenito de Aranda le dibujó una buena media entre una y otra vara. Román se atrevió por gaoneras y el toro obedeció. La virtud de la obediencia la mantendría en la réplica a la verónica de Morenito y también en la faena. El maestro Ortega Cano recibió el brindis de su poderdante. Empujaba más Ortega desde el callejón que el toro en su entrega. Descolgado de hombros y relajado, quiso el torero burgalés templar en tandas necesariamente cortas y evitar el punteo de un tornillacito. Un pase de pecho y un cambio de mano sacaron nota especial. Al natural siguió fiel a la búsqueda de la colocación. O todavía más porque ya la embestida se desentendía totalmente. Los pinchazos se llevaron el eco de los coros y sus oles cálidos en la fría tarde.

El acodado y astifinísimo tercero ya se frenó en el capote de Román. Negado a embestir el ventorillo. Al caballo lo esquivaba en vueltas cegadas por la mansedumbre. Cuando se centró, la cara subió por encima del estribo. Román se puso con la sinceridad que le caracteriza. Los pitonazos silbaban como balas a su alrededor sin que se inmutase. Con ese aire loco de peatón despistado en medio de la balasera. Su valor desnudo empujó también la estocada.

Eugenio de Mora se desesperó con el basto cuarto y su rajada condición. Renunció el toro a todo con una precocidad inaudita. Y se aculó en tablas con toda su cobardía a cuestas. El toledano consiguió al menos esta vez meter la mano con la espada.

Apareció por chiqueros el único cinqueño de los seis de El Ventorillo. Encampanado y montado como si desde su cerviz al lomo hubiese un tobogán. Descaradísimo y larguísimo el burraco. Imponente el trapío como para dejárselo venir de lejos. Morenito de Aranda halló precisamente en la extensa distancia, en la prontitud de la arranca y en el alegre galope, las claves de su faena. El juego de las inercias de Morenito, que tan bien había volado el capote, y su inteligencia para aprovecharlas. Cuando el toro las perdía, le costaba poner de su parte. Ya en el tercer muletazo de cada serie remoloneaba. Y se hacía obligatorio rematar con el de pecho. O con algún pase del desprecio. Más en corto y por naturales no quería el toro ni yéndose al pitón contrario. Remontó y apuró Morenito de Aranda tirando de toda la artillería y de la embestida en redondo. La cabeza exacta para cerrar con ayudados por bajo aquella movilidad tan vistosa de contada humillación. Un pinchazo previo a la estocada delantera puso en duda la oreja. Que al final cayó como premio a su fino engranaje neuronal.

De nuevo Román apostó todo lo que tiene con el enésimo manso. Ya el último. Su aguerrida actitud para aguantar que aquello pasase por donde fuese y como fuera acabó en un volteretón de vértigo. Afortunadamente incruento. Su ofensiva no paró ni cuando el toro huía ya de su destino: la muerte esperaba en la puerta de chiqueros.

El País

Por Antonio Lorca. Las rebajas del patrón

La oreja de escasísimo peso que paseó Morenito de Aranda es la constatación de dos realidades; la primera, que Madrid —al igual que Sevilla— ya no es lo que era (“cuando el que manda es el público”, decía Pepe Luis Vázquez, “la fiesta se desmorona”); y la segunda, que hay tantas ganas de ver torear, hay tanto cansancio acumulado de tardes de desesperado aburrimiento, que cuando el tendido ve a un señor con un porte elegante, que se coloca en su sitio y traza algún buen muletazo trufado con medios pases, sueña literalmente el toreo. Es decir, que imagina lo que quisiera ver, y engrandece lo que la vista le transmite.

En dos palabras, que han llegado adelantadas las rebajas del patrón (no las de Simón Casas, que es el que manda ahora en esta plaza, sino las de San Isidro, que hace un alto en la labranza, y él, que sabe lo suyo de bueyes, se apiada de los valientes muchachos vestidos de luces), y, por un precio módico, Morenito paseó una oreja que otrora costaba un potosí.

Pero no estuvo mal el torero de Aranda, no. No estuvo para cortar un trofeo, pero sí muy por encima de su lote, el mejor, por otra parte, de una bien presentada, pero mansa, descastada y sosa corrida de El Ventorrillo.

Recibió al quinto con unas vistosas verónicas —Morenito maneja con gusto el capote—, un toro que no hizo una pelea de bravo en el caballo, aunque acudió alegre en banderillas y obedeció con prontitud el cite en la muleta. Permitió, eso sí, el lucimiento de José Manuel Zamorano —extraordinario el segundo par— y Pascual Mollinas, con los palos, y que el público creyera ver lo que no existió.

Acudió de largo y con codicia a la muleta de Morenito, en embestidas cortas, con más genio que clase, mientras el torero colocaba en la balanza su buen gusto y decisión, y el público, sus ansias por ver torear. Entre la obediencia del toro, la entrega del torero y la mirada obnubilada de los espectadores, aquello parecía lo que no era; tanto es así, que el matador falló en la suerte suprema y, a pesar de todo, una minoría de la plaza pidió la oreja, y una mayoría, con las manos en los bolsillos, gritó y silbó desaforadamente cuando vio que las mulillas estaban a punto de trasladar el toro al limbo del desolladero. Cómo sería el griterío que el presidente, muy digno en principio, se guardó la dignidad en el bolsillo, de donde se sacó un pañuelo blanco que le pesará en su conciencia de buen aficionado.

Aseado se mostró también Morenito ante su primero, con atisbos de clase, pero sin cimientos físicos para sostenerse en el mundo. Se colocó bien, cruzado siempre, y dejó cierto aroma con sus buenas maneras.

Caso muy distinto fue el de Eugenio de Mora, un veterano que ha cumplido ya 20 años de alternativa, y más que a una corrida parece que lo habían mandado a la guerra. Muy complicado fue su lote, sin codicia y con peligro el primero, y sin calidad y adormecido el otro. Salió con muchas ínfulas De Mora y se plantó de rodillas en el inicio de la muleta ante el que abrió plaza. No se lo tomó a bromas el toro, de modo que si el toledano no se levanta con rapidez, hoy estaría acostado, pero en un hospital. Pasó el quinario para acabar con su oponente, duro de roer, experto en arreones, y el asunto terminó regular gracias a la intervención del patrón, se supone. La pelea con el cuarto fue contra los elementos de un toro aculado en tablas que se negó taxativamente a seguir el recorrido de la muleta.

Y de órdago fue la voltereta que sufrió Román cuando trataba de robarle algún muletazo al sexto. Lo levantó y lo lanzó al aire con esa fuerza descomunal de un toro; imposible calibrar desde la grada la altura, pero la ilusión óptica fue de salto con pértiga. Pues el chaval se levantó como si tal cosa (porque es un chaval, claro), y continuó ofreciendo el pecho y los muslos a sabiendas de que no encontraría ningún tesoro.

El tercero, otro que tal bailaba, le lanzó un tornillazo al cuello, que si no le robó la medalla de la Virgen de los Desamparados, poco le faltó. Valentísimo, se jugó el tipo sin cuento, y dijo sin abrir la boca que prefería un disgusto que ser materia de olvido. ¡Qué duro resulta, a veces, para un torero ser huésped del recuerdo!

madrid_120517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:26 (editor externo)