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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 13 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo

Diestros:

Sebastián Castella: de azul pavo y oro. silencio y silencio tras aviso

Alejandro Talavante: de sangre de toro y oro. Silencio y oreja

Andres Roca Rey: de verde hoja y oro. Confirma alternativa. ovación tras aviso y dos orejas

Destacaron:

Entrada: Cartel de no hay Billetes

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7015

Video: http://bit.ly/1Wvle8i

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Roca Rey, por la Puerta Grande en su confirmación en San Isidro

Primer festejo de «No hay billetes». A la primera actuación de dos figuras, Castella y Talavante, se une la confirmación del peruano Roca Rey. Asiste Don Juan Carlos, al que brindan Roca y Castella. Apenas sucede nada hasta el quinto toro, al que Talavante corta una oreja; en el último, Roca Rey arrolla, enloquece a la Plaza, corta dos trofeos y abre la Puerta Grande.

A muchos les escama que haya que remendar la corrida de Cuvillo con dos toros, después de haber lidiado doce en Sevilla y los de la tarde triunfal de Jerez. En Las Ventas, el nivel de exigencia, en los toros, es distinto. Por eso algunos diestros no quieren venir. El recelo aumenta por la presentación y escasez de casta de varios: un sector del público se pone muy en contra, parece que la tarde va a encallar.

Castella, triunfador del pasado San Isidro, va a torear cuatro tardes: un gesto de figura (Ignacio Sánchez Mejías llegó a actuar las seis tardes que componían toda una Feria de Julio valenciana). No tiene suerte, esta vez. Escucho el final de su brindis, lacónico y perfecto: «¡Viva el Rey, viva España!» El toro es manejable pero se raja pronto: Sebastián no logra prender la chispa y escucha un aviso, toreando. El cuarto, de Mayalde, se llama «Atrevido» pero no es como el famoso de Antoñete: repite pero protestando, sin ritmo. No tienen eco la técnica y voluntad del diestro, que pincha, sin entregarse.

Talavante ha encontrado su camino de figura. En el segundo, se simula la segunda vara y eso suscita la justa bronca. (Dicen que Cuvillo atiende mucho más al juego en la muleta que en el caballo: eso, en Las Ventas, todavía, no cuela). Alejandro logra algunos buenos naturales pero el toro se cae cinco veces, durante la faena: así, en Madrid, es imposible triunfar. Pincha repetidamente. El quinto es el peor de la tarde: embiste descompuesto, suelta constantes tornillazos (da un gran susto a Trujillo). Sorprendentemente, Alejandro le planta cara, al natural: a pesar de los desarmes, exponiendo mucho, acaba logrando naturales emocionantes. Una faena muy seria, en una línea diferente de la suya habitual. Mata bien: justa oreja.

Con sólo 19 años, Andrés Roca Rey tiene cualidades claras de figura: cabeza fría, valor natural, variedad. En el primero, levanta un clamor al replicar, con el capote a la espalda, el quite de Castella. Comienza con tres pases cambiados y sigue por la derecha, muy mandón, aguanta parones. Como el toro se raja, recurre a lo menos clásico y los puritanos se lo reprochan, injustamente. El sexto, de Mayalde, es serio, alto, abierto de pitones: se mueve, va fuerte, sin fijeza. Andrés asusta al público con un tremendo quite, capote a la espalda. Enlaza los estatuarios con unos cambios tan ceñidos que el toro le tropieza; templa por la derecha, aguanta coladas por la izquierda: traga de verdad, se juega la cornada, con serenidad asombrosa, pone a la gente de pie. Entra a matar volcándose, sale con la taleguilla rota. Se han acabado ya los recelos: el público madrileño se ha entregado a un nuevo fenómeno. ¡Qué bueno es esto para la Fiesta, en el Perú! Y, en general, en todo el mundo taurino. Roca Rey ha apostado fuerte y ha ganado. Si le respetan los toros –su toreo es de enorme riesgo– va a arrasar, en muchos ruedos. Sólo he lamentado que no lo haya visto, esta tarde, su compatriota Mario Vargas Llosa, que me preguntó por él.

En Sevilla, me dijo Roca Rey que prefería la música de su tierra y de su edad, el reguetón. Le encajan bien varios títulos de este género: «Aquí estoy, en el destino me encontrarás»; «No dudes»; vengo a «La pelea»; aprovecho «La ocasión»; busco «El corazón»; «Te quiero convencer»… Por mi edad, me gustan más las canciones peruanas tradicionales, que también se le pueden aplicar: es un «Caballero de fina estampa»; “Pasito a paso, vas caminando por la vereda, que tienes alma de tradición»; esta tarde, ha logrado unir «Sueño y realidad»… Y a Mario Vargas Llosa, tan interesado por él, pero que no ha podido verlo –dedicado, en Argentina, a otros felices menesteres–, yo le podría decir: «Déjame que te cuente, limeño, déjame que te diga la gloria, ahora que aún perdura el recuerdo…» Y todo el triunfo de Andrés Roca Rey se resumiría en un título feliz: «El cóndor pasa».

El País

Por Antonio Lorca. Desvergonzada puerta grande

Las dos orejas que le concedieron al joven Roca Rey fue un premio absolutamente exagerado, propio de esta época de generosidad ilimitada en cuanto un torero es capaz de ligar dos tandas a un toro con ciertas complicaciones.

El torero peruano es un valiente atropellado, capaz de exponerse inocentemente a una cornada con tal de conectar con los tendidos; pero torear, lo que se dice torear de verdad, todavía, al menos, no lo ha conseguido. Él lo sabe y suple sus carencias técnicas y artísticas con un llamativo arrojo desde que sale el toro hasta que lo arrastran. Y eso tiene su mérito; claro que sí. Pero de ahí a salir por la puerta grande va un gran trecho.

Vaya por delante que la corrida fue una completa desvergüenza. Y algo inexplicable. Porque incompresible resulta que dos señores aparentemente inteligentes y con condiciones conocidas, como son Castella y Talavante, se presenten en Las Ventas con una sonrojante novillada, sin cara ni trapío y, además, mansa y descastada. Se cumple, un año más, el dicho de que con las figuras llega el desastre. Lo extraño es cómo estas figuras pueden permitir que se cometa tamaño atraco a la afición. ¿Cómo es posible que sean capaces de gestas y, al mismo tiempo, de espantosos ridículos como el sucedido en esta plaza?

Una vez más, la corrida de Núñez del Cuvillo no pasó completa el reconocimiento veterinario; y los cuatro aprobados no superaron el mínimo examen de trapío exigible. ¿Y no hay un torero con la gallardía suficiente para negarse a hacer el paseíllo con tamaños borregos? Pues no lo hay. Lo hacen porque esta fiesta les debe importar un pimiento, y sueñan con que uno de esos becerros infumables meta la cara y les consienta el engaño total.

Mal, muy mal Castella y Talavante por ser protagonistas de un nuevo atraco a la afición; mal, muy mal Roca Rey por subirse al cómodo carro en el que viajan las figuras de mentira. Porque una figura de verdad no hace el paseíllo en la plaza madrileña para interpretar el más completo de los ridículos, como ayer hizo la terna actuante.

Pero es que Roca Rey salió por la puerta grande y Talavante cortó una oreja a un toro complicado. ¿Y qué? Ni lo uno ni lo otro pueden ocultar el craso error de elegir una ganadería que no tenía toros para Madrid y con demostrada experiencia en novillos con falta de fiereza y docilidad perruna.

Vaya papelón el de Sebastián Castella. Una de las peores actuaciones de su carrera en esta villa. Ofreció toda una lección magistral de destoreo, de trapazos mecánicos, despegados todos, sin alma ni corazón, a años luz del torero seguro y artista del año pasado. Primero, debe venir con toros y, después, hay que torear y no dar pases vulgares y anodinos como hizo ante sus dos toros.

Mal sin paliativos, también, Talavante en su primero, otro borrego chiquitín y vergonzoso, ante el que dio muchos pases y no dijo nada. Se vino arriba, cierto es, al final de su labor con el quinto, un toro bronco y molestísimo que echaba la cara arriba y dirigía la vista a la hombrera del traje. Se acopló, finalmente, después de pasar fatigas, y dibujó dos tandas de naturales largos y cargados de emoción que provocaron la locura en los tendidos.

Locura colectiva es lo que produjo el arrojo desmedido de Roca Rey, que acusó graves carencias ante su primero con el que practicó un toreo rectilíneo, fuera cacho y sin alma, y se creció ante el sexto, astifino y poco claro, con el que concitó la atención general con un desprecio del peligro que a punto estuvo de costarle una cornada. Valiente a carta cabal, se deja rozar los pitones por la taleguilla y la emoción que desprende oculta su falta de calidad. Tras matar de una estocada tendida, los tendidos se poblaron de pañuelos y exigieron las dos orejas que el presidente concedió.

Pues muy bien. Mérito tiene el chaval, pero el toreo es algo más. Y que no se olvide: el petardo de Castella y Talavante fue mayúsculo y debiera tener su correctivo. Es inadmisible que las figuras se burlen de modo tan grotesco de la afición. ¡Ya está bien…!

La Razón

Por Patricia Navarro. Un abrumador Roca Rey empuja la Puerta Grande

Se encunó a matar. Matar o morir. Pocos son capaces. Mucha la literatura. Pero a la hora de la verdad. Temida hora de la verdad. Territorio prohibido, anhelado. En ese filo, en el de la espada, reside la fortuna del toreo. Se fue detrás del acero. Al filo de la navaja y con esos dos pitones como frontera. Entre uno y otro encontró la muerte, del toro, y salvó su vida, la barriga. Verdad verdadera acabábamos de dejar atrás. Exhaustos. Una faena no de las que llena, no sólo, sino de las que dejan molido. Algo de cada uno de nosotros ahí. Ahí abajo, aquí arriba. Entre el miedo, el susto, el disfrute y la admiración. Derrochó valor como si lo regalaran nada más cruzar el charco. Qué viva Perú y ese corazón que no atiende al miedo. Se desentiende. ¿De qué entiende? ¡Delicioso misterio! Una parte lo desveló. Tragó lo indecible las desavenencias del toro, la incertidumbre y al creer nos hizo cómplices, poco a poco, muletazo a muletazo, serie a serie hasta dejarnos prendidos y aturdidos en la vuelta de la esquina de un faenón. Había colapsado Madrid en tarde fría mas ardía por dentro. Agresivo el toro de Mayalde, reponía por dentro, intercalamos susto y otro más con toreo mandón y entre una cosa y la otra una tanda monumental por la diestra por convicción y poderío. Y entre aquí y allá arrucinas, adornos, pero sólido el resto. La manera de entrar a matar, queda dicho, de cortar la respiración, de haberla. Dos soles de trofeo y una Puerta Grande multitudinaria y excesiva. Se nos va la cabeza en los últimos tiempos.

Al delirio nos llevó también mientras creíamos caer en la decepción Talavante con el quinto. Abrumadora dimensión con un Cuvillo que tampoco lo puso fácil. Basta la embestida, incierta y por dentro. Lo supo Trujillo al sacarlo del caballo. Y después. Estaba en el ambiente al poco de pisar el toro la arena venteña. En un ¡ay! lo vivimos todo. Hay toros que son cuestión de fe. Y de ahí tiró Talavante para creer y contagiarnos. Dos palillos, dos muletas y la misma vida al filo del precipicio. Nada ocurría ahí por casualidad o todo a la vez. Muy raro. Una eclosión de temores, azares se fueron resolviendo hasta conseguir meter al toro en la muleta con algunas tandas de naturales de una expresión brutal. Sufridas. Entre el látigo y la suavidad. El trofeo fue de los de peso para dar cabida a todo lo vivido. La dimensión de Talavante nos transportaba al domingo. Vía directa. Segunda parada del torero en Madrid. Plaza suya. Plaza nuestra.

El resto fue el peaje que tuvimos que pagar para llegar hasta aquí. Roca Rey abusó de lo accesorio en detrimento de lo fundamental en el toro de la confirmación, noble y con la transmisión justa y sin emoción transitamos por la faena de Talavante al flojo tercero. Nos redimiríamos después. No lo pudo hacer Castella en la primera de su gran apuesta: cuatro tardes en Madrid. Correcto con el noble y soso cuarto y discreto con el segundo que tuvo buena condición aunque la duración escasa. En el quinto y sexto estaba la llave.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Puerta Grande al valor de Roca Rey

La internacionalidad de la Tauromaquia se personificaba en Sebastián Castella, Alejandro Talavante y Roca Rey. La fotografía de Francia, España y Perú en la ceremonia de la confirmación. Rey se doctoraba y ya había firmado su declaración de intenciones: un quite por saltilleras, una de ellas cambiada y de escalofrío, como respuesta a unas provocadoras y ajustadísimas chicuelinas de Castella resueltas con una no menos apretada media.

Al toro de Cuvillo, un tacazo de hechuras, hijo de Tortolita, no le acompañó el brío desde que apareció por toriles. Brindó Roca al Rey emérito. De Rey a Rey. De Perú a España. Y se clavó en la misma boca de riego en péndulos de trágica espera, una arrucina que hilvanó con un cambio de mano larguísimo y en un pase de pecho. En seguida Tortolito evidenció su bondad de corto aliento y demasiado pronto Roca Rey se destapó por espaldinas: puede que la primera sorprendiese, a la que hacía seis la peña le recordó que estaba en Madrid. Poco fondo para tanto alarde. Molestó el vientecillo constante. Quedó el valor a pelo del peruano y una estocada que confirmaba, de verdad, su condición de matador.

Como un cohete sonó el prólogo de faena de Sebastián Castella. Por estatuarios de zapatillas de plomo. Una esfinge en los terrenos del “5”. La estatua se liberó de la quietud con pases del desprecio que tuvieron un efecto volcánico en la plaza. El triunfador de último San Isidro corrió la derecha con tersura. Aquella era la mano del toro, pero en dos tandas se había gastado. Al natural no era igual ni parecido el de Conde de Mayalde de lavada expresión y morrillo de pobre, que se rebrincaba a saltitos. De vuelta a la diestra, su ya más parada condición dejaba al hilo la colocación de Castella, que siempre ha necesitado del toro que repita. Insistió y alargó faena al uso. Hasta el aviso. Tardó además en doblar el toro por la ligera travesía de la espada. El único premio se lo entregó Don Juan Carlos dentro de la montera devuelta.

Talavante había dejado su impronta en el toro anterior con un quite de dos verónicas y media escasamente coreado para su calidad; en su toro apenas unos apuntes de naturales sin alcanzar a redondear ninguna serie. El cuvillo además de su inutilidad se metía entre el tercer y cuarto muletazo. La máxima ovación fue para Trujillo con los palos.

Seria cara portaba el salpicado cuarto del Conde de Mayalde. Cuestión de expresión. Como a los cuatro toros de Cuvillo que pasaron el reconocimiento, que todos bascularon en banderillas hacia los adentros, le pesó mucho los medios. Donde Castella planteó la faena. Una nobleza ausente de raza condicionó un muleteo inexpresivo. No dijeron nada ninguno de los dos presuntos contrincantes. Todavía se alargaría más la insustancialidad con la manera aliviada de atacar la suerte suprema de Sebastián Castella: hasta la sexta intentona no hundió la espada.

El jabonero sucio de Núñez del Cuvillo que hacía quinto traía unas hechuras montadas y bastas. Al abandonar el peto arrolló a Trujillo, que se cruzó. Mal estilo derrochó en el capote del buen peón. Alejandro Talavante se dobló y perdió la muleta en el primer cabezazo de muchos. Guasa. Talavante apostó por la mano izquierda, que era el pitón menos malo. Y aun así… Valor desnudo para torear al natural como si fuera bueno. Otro desarme, otro hachazo que partió el palillo. Embestía a taponazos. Tala se la jugó. Imposible la aventura por la derecha. Y de pronto la muleta empredió el camino por abajo para evitar los derrotes y los naturales morían limpios y hermosos, transmitiendo una enorme verdad. La última tanda la abrochó con una trincherilla de pura muñeca y un pase del desprecio que elevaron los decibelios de los oles. La alzada y el bruto comportamiento de la bestia ponían como un redoble de tambor al volapié. Salvó Alejandro el trance metiendo el brazo, tocando con el puño la piel. La estocada desembocó en una muerte fulminante. La oreja cayó con fuerza. Como el toro. Cuando la paseó por delante de Don Juan Carlos, alguien apuntó que había sido precisamente el torero español el único que no había brindado al viejo Rey de España…

Otro de Mayalde cerró la corrida. “Otra vez Mayalde alcalde/ ¡Cosa rara entre las raras! / Será el único mayalde / que haya tomado dos varas”, escribió el llorado Matías Prats. Roca no perdonó un quite y se ciñó por gaoneras. Ofreció el mayalde al público sin ser de bindis la prenda. Prologó por alto y ya vino un susto tras la espaldina. Seco arrojo de Roca para presentar la zurda. Y el toro, más fino pero casi igual de pendenciero que el anterior, solo tenia ojos para el torero. Miradas de órdago. A Rey no le tembló el pulso. Y se fajó en la trifulca. Sin cambiar le gesto ante los pitones que le pasaban por la faja. Cara de niño y actitud de hombre. Para correr la mano derecha despatarrado y entregado. Sin renunciar a su tauromaquia. Una arrucina puso el corazón en un puño. Y la plaza ardiendo. Se masticaba la emoción. Cuando se volcó a cara o cruz sobre el morrillo, los pitones le levantaron los pies del suelo. La estocada estaba. La muerte también. Los tendidos se desbocaron. Más allá de la oreja. Hasta la segunda y la Puerta Grande. Un tanto exagerada pese a todo el valor desplegado. Valor de Roca y fe de futura figura. Ya está aquí el terremoto de Perú.

madrid_130516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)