Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


madrid_130517

Plaza de Toros de Las Ventas

Sábado, 13 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Pilar tres cinqueños (3º, 4º y 5º), en conjunto sin fondo, mansos 2º y 3º, se dejó mas por el pitón izquierdo el 5º.

Diestros:

Diego Urdiales: de azul marino y oro. Pinchazo, estocada atravesada y cuatro descabellos. Aviso (palmas). En el cuarto, estocada atravesada y tendida (silencio)

David Mora: de rosa y oro. Pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio). En el quinto, pinchazo hondo y 16 descabellos. Tres avisos (bronca).

José Garrido: de nazareno y oro. Estocada rinconera (silencio). En el sexto, estocada desprendida (silencio).

Entrada: casi lleno, 19538 espectadores.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/resena-tarde/las-ventas-13-de-mayo-de-2017

Video:

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. David Mora se deja un toro vivo

Descerrajaron el portón de cuadrillas y los tres matadores dieron el paso al frente a la vez. Como un solo hombre. Coordinados como no se ve en tiempos modernos. Diego Urdiales, David Mora y José Garrido sobre el redondel. Las banderas les saludaban agitadas por el viento reinante. ¡Ay, el viento!

Un toro colorao de cara muy abierta, montado y largo, recorrió plaza antes de fijarse en Urdiales. Los lances los abandonaba a su bola cuando salvaba el primer tramo de humillación. Sobre ese punto bueno del embroque en su nobleza, cincelaría Diego un soberbio quite a la verónica preñado de sabor, jugados los brazos, conjugados pecho y cintura, hundido el mentón, acompañando el viaje hasta la media acaderada. Como un viejo tañido de campana bramaron los oles. La lidia se espesó con el ejemplar de El Pilar pegajoso hacia los adentros en banderillas y un exceso de capotazos de El Víctor, que no se hacía con la situación. Restarían a lo largo de la faena que Diego Urdiales prologó rodilla en tierra. Protestó el toro tanta obligación. El torero de Arnedo entendió aquella protesta. Y dibujó dos tandas de lentos derechazos que se vaciaban a su altura, pero que en el embroque abajo explotaban con todo su clasicismo. Eso duró el fondo de aquella embestida suavona. Urdiales lo intentó con la izquierda, de uno en uno, porque el toro reponía sin maldad. Un par de naturales destellaron cuando prolongaba más allá de la voluntad del animal entre los azotes del vendaval.

El manso, negro y armado segundo de El Pilar sobrecogió a las habitantes del burladero de la Comunidad de Madrid en su amago de saltar. Lo intentaría de nuevo por el “8”. No quería capotes ni en pintura. Campó a sus anchas por el ruedo. Tan abanto y desentendido. Ángel Otero lo bordó con los palos cuando se le arrancó como un obús. Como si no le hubieran castigado en el peto. Y no era así. La plaza se levantó electrizada cuando Otero ganó la acción con arrestos y salió airoso y con los brazos en alto del segundo par. Bravo el torero de plata. David Mora se dobló en el principio de faena en una intentona vana por sujetar la huida. No hubo causa ante las fugas del toro, reo de su mansedumbre.

Mora por una y otra mano se lo propuso con la fe contada y el trazo recortado que abría las puertas del campo.

El bajo y colorao tercero aglutinaba todo el trapío de sus cinco años por delante. José Garrido lo recogió genuflexo con poder. La vibración de las repeticiones de genio treparon por los tendidos. Eso fue el toro, que se defendió en el caballo y no se entregó ni una vez en la muleta. Desabrido por el palillo, apoyado en las manos, gazapón y negado. Garrido cumplió. Las esperanzas fundidas y Eolo también en contra.

Un tío era el cuarto, el segundo de los tres cinqueños de la escalera de El Pilar. Difícil con esas hechuras de tanque. Un acorazado sin poder y sin motor. Todo fachada de mulo. Y como tal se comportó para desesperación de Diego Urdiales.

Un inmenso toraco cerraba el club de los cinco años con sus 611 kilos. Otras líneas, sin embargo, dentro su grandón cuerpo. Y también otra forma de hacerlo. De colocar la cara. Con su fondo noble y sus ganas de tirar hacia delante. Especialmente por el pitón derecho. El apagón de David Mora empezó entonces. Complicado torear su técnica viciada. Entre encogido el brazo y encorvado el cuerpo. No era igual la embestida a izquierdas. Seguía molestando el viento. De esos días en que a un torero le molesta todo. Incluso el vestido. A Mora se le atragantó, también, el acero. Un pinchazo hondo y la cerrazón de querer descabellar con la muerte tapada. Y el bruto entero. Dieciséis golpes de verduguillo con el reloj como espada de Damocles. Hasta que sonó el tercer aviso. La bronca ya se había desatado. Y arreció como una tempestad cuando arrastraban a “Huracán”, el nombre del toro “vivo” y tristemente apuntillado.

José Garrido volvió a arrebatarse con el capote. A pies juntos ahora la salutación ante el enorme sexto y altísimo. En otro quite de Diego Urdiales dejó poso y la sensación de que el toro descolgaba. Y no con mal aire. Lo que sucedió es que no duró en la muleta de Garrido.

La despedida entre almohadillas de David Mora constataba la cruda realidad actual. De la sangre derramada y la gloria conquistada apenas quedan esquirlas. Duran lo que dura el olvido.

La Razón

Por Patricia Navarro. La tercera de San Isidro: Fracaso para el olvido

Era el ruedo un mar de dudas, como la vida, sólo que algunos son capaces de desafiarse tarde a tarde, toro a toro, minuto a minuto. Diego Urdiales se reencontró con Madrid con un quite a tiempo, tan lento a la verónica como mecido. Ocurrieron cosas después que nos costaba descifrar. El viento, el toro que pesaba de vez en cuando por dentro, el millón de matices donde reside la magia. Brindó a Las Ventas, a su público, y se dispuso el riojano a torear. Tuvo el toro luego el ímpetu contenido, la transmisión justa, y matices que nos encadenaban al desvelo y dejó Diego una buena tanda a derechas y se fue la faena después en la falta de chispa del animal. Buscándose Diego, aun en el desierto. Imposible se lo puso el cuarto. Ya se veía en los primeros tercios que el animal estaba con lo justo. O menos. Y así el toreo no fue otra cosa que una misión imposible. Nos quedábamos con las ganas pues.

Dos o incluso tres veces intentó saltar el toro al callejón el segundo. Ese pedazo toro, más blancos que la cal se quedaron por ahí abajo más uno. No quería capote, tampoco caballo, hubo un poco de descontrol pero sin dejarnos tiempo para pestañear. Ángel Otero puso la plaza en pie. El manso tenía miga y arreaba por dentro una barbaridad. Y Otero colocó bien el primer par y expuso con arrestos en el segundo. Se frustró después el matador con un manso imposible, a pesar de que David Mora quiso. Y el torero encajado y en la verticalidad al natural. No había modo.

El quinto no se lo puso nada fácil. Se quedaba por abajo y orientado en los primeros compases de la faena. Lo sabía David Mora y el público. Tuvo mérito quedarse ahí y jugársela. Consiguió meterlo en la muleta en varias tandas de derechazos y lo intentó al natural, reponía mucho el toro y poco se recibía a cambio. La gente no llegó a entrar en lo que ocurría en el ruedo y el descabello se alió a la contra. Tanto y con tan esperpéntico espectáculo que sonaron los temibles tres avisos y echaron el toro al corral. Lo intentó Mora de todas las maneras posibles, fuera de sí ante la presión del tendido. Era el quinto ya y cundía la decepción. Nos acordábamos de la corrida lidiada en Sevilla con la misma divisa. Pero los caprichos genéticos son así y transitábamos a estas alturas en la desidia.

Mucha expresión tuvo el saludo de capa a la verónica en el tercero. El “aquí estoy yo” de José Garrido y fue después, todavía no lo sabíamos, de lo poco que nos pudimos llevar. El toro de El Pilar llegó al engaño deslucido y sin entrega. Imposible hasta jugarse la vida. Tenía algo más de repetición y movilidad el toro que cerró plaza, pero los ánimos no estaban ya para buenos augurios. Garrido salió airoso con el toreo de capa y se esforzó con la muleta, pero en verdad nos había devorado la tarde. Maldita sea. Ni el arrimón de Garrido a la desesperada logró la empatía con el público.

Tarde de cruz. Y de olvido.

ABC

Por Andrés Amorós. Tres avisos para David Mora en San Isidro

Con el primer fin de semana de la Feria, aumentan los signos positivos: sale el sol, mejoran los carteles, aumenta el público. Continúa el frío pero eso, en San Isidro, no es una novedad. Tampoco lo es que los toros de El Pilar sean flojos y mansos. (En Sevilla, así fueron cuatro pero el conjunto se salvó por dos, muy buenos). En una tarde de silencios, la nota triste son los tres avisos que escucha, en el quinto, David Mora, negado con el descabello.

¿Somos conscientes de lo difícil que es la profesión de torero? Los tres de esta tarde no lo han tenido nada fácil. El caso del toledano David Mora es evidente: una gravísima cornada puso en peligro su capacidad de torear y hasta su vida; con un esfuerzo extraordinario, volvió a los ruedos y fue capaz de triunfar el pasado San Isidro. Los tres se han ganado a pulso estar incluidos en los carteles de la Feria aunque esta tarde no hayan tenido fortuna.

El primer toro huye y flojea pero mete la cabeza con nobleza. Diego Urdiales se luce a la verónica. La lidia es muy mala, con demasiados capotazos. Corre la mano bien, logra tres derechazos de categoría pero el viento molesta, el toro dura poco y la faena no se redondea. Mata a la segunda. El cuarto flaquea ya de salida, lo han de cuidar con el capote y apenas lo pican. Cae la tarde, crecen las protestas. Al tercer muletazo, el toro se desploma: es un inválido total que se defiende, desluce todo. Lo caza pronto y se agradece la brevedad.

El toro saltarín

El segundo sale manseando, barbeando tablas. Entre el regocijo general, intenta saltar la barrera tres veces; la primera, en el «10», queda empotrado en tablas. Arrea con fuerza en banderillas y Ángel Otero, tragando mucho, pone a la Plaza en pie con dos pares, merecedores de premio. Después de los doblones, el toro sale huyendo a chiqueros y los intentos de muletazos se frustran. Tarda en matar. Este toro sólo permitía una lidia a la antigua, para sujetarlo. Más de 600 kilos pesa el quinto, largo y alto, que sí humilla pero también flaquea. Repite pegajoso en la muleta de David Mora, que lo va metiendo, por la derecha, pero no se deja, por la izquierda. Con sólo un pinchazo hondo, intenta descabellar y falla repetidamente: tres avisos y el toro es apuntillado. Es un borrón que debe remediar en sus dos próximas actuaciones.

El tercero vuelve rápido y Garrido se luce peleándose con él con el capote, rodilla en tierra. Lo pican mucho y mal, flaquea. En la muleta, queda corto. Cuando el toro se echa, la incipiente faena se acaba. En el último, logra buenos lances (ahora mismo, está toreando mejor con el capote que con la muleta). También Urdiales consigue templadas verónicas. Le planta cara en una pelea emocionante pero le afean la colocación. Un trasteo más correcto que vistoso. Mata pronto.

Con todo respeto para los matadores, el momento de mayor emoción de la tarde lo ha protagonizado un valiente torero de plata, Ángel Otero, que se la ha jugado de verdad, como muchas veces. Si le acompañara más la figura, sería ya conocido por todos los públicos.

He de insistir en algo que me parece claro: presenciar tantos descabellos (o pinchazos) es un triste espectáculo; el que acuda por primera vez a una Plaza y vea esto, se llevará una fea impresión. Así como se limita el tiempo, habría que limitar el número de veces que se entra a matar; más allá, el toro iría al corral o sería apuntillado. La sensibilidad actual lo exige.

Postdata. El Ayuntamiento de Carmena, que renunció a ocupar su palco tradicional, en Las Ventas, alquila ahora un local suyo (en realidad, de todos los madrileños) para que los independentistas catalanes defiendan su anticonstitucional pretensión. ¿Son dos cosas que no tienen nada que ver o hay algo que las une? En todo caso, esta última ocurrencia de Carmena es absolutamente lamentable. No me extraña que no aparezca por Las Ventas…

El País

Por Antonio Lorca. Ángel Otero, torerísimo en banderillas

Cuando Ángel Otero, miembro de la cuadrilla de David Mora, levantó los brazos en los medios de la plaza y llamó la atención del segundo toro de la tarde, Las Ventas guardó el silencio que demandan las grandes ocasiones. Su oponente lo esperaba en la raya del tercio, y la preocupación general tenía más que sobrados motivos. El toro, manso de libro, huidizo y acobardado, de violentísimo y dificultoso comportamiento, se engalló, lució al cielo sus astifinos e inició un veloz y fiero acercamiento hacia su presa.

Se presagiaba que algo grandioso o dramático estaba a punto de suceder. El hombre, engrandecido en su propia heroicidad ante la mirada inquisitoria y admirativa a un tiempo de miles de corazones encogidos, corrió hacia el toro y en una fracción de segundo, de esas que parecen eternas, se produjo el encuentro entre la fuerza bruta del toro y la inteligencia torera del banderillero. Cuadró Otero a la distancia y el momento justos, levantó los brazos con gallardía, y en ese instante fugaz en que el animal busca con codicia el pecho del hombre, clavó en todo lo alto un vibrante par de banderillas mientras la plaza entera respiró, se levantó, aplaudió y gritó, todo a un tiempo, como expresión de una conmoción y un descanso, también, ante el evidente peligro que se avecinaba y la claridad de ideas del torero. La ovación fue ensordecedora, como tenía que ser. Las Ventas acababa de vivir uno de esos momentos por los que merece la pena ser aficionado a los toros. Un grandioso par de banderilleras, un destello taurino para la historia y un recuerdo imperecedero.

Ese toro tuvo su aquel. Salió de toriles huidizo y corretón y no obedeció al capote de su lidiador. De pronto, se acercó a las tablas, y dio un salto con evidente intención de averiguar lo que se escondía en el callejón. No alcanzó su objetivo, pero introdujo la cara, con sus astifinos pitones, y su largo cuello. Un alguacilillo que oteaba el horizonte a un par de metros, se quedó petrificado. No era para menos. Pero el asunto fue a más. Curioso el animal, se olvidó del capote de Mora, volvió a tablas, tomó esta vez un nuevo impulso y consiguió meter casi todo el cuerpo en el callejón. No tuvo la fortaleza suficiente para superar la altura y cayó en la arena como un fardo con toda su pesada anatomía. No se rompió por fuera, pero el porrazo sonó ¡plommmm!, y vaya usted a saber los destrozos que hizo por dentro. Este segundo suceso acaeció frente a una pareja de la Policía Nacional, bien resguardada en un burladero, y para los servidores públicos quedó el susto.

Además de la torería de Otero y la áspera mansedumbre del toro saltarín, poco más sucedió en el ruedo. Bueno, según se mire. David Mora escuchó los tres avisos en el quinto tras protagonizar un penoso sainete con el descabello a un toro noble y soso con el que no llegó a entenderse con la muleta cuando se esperaba faena grande. Decepcionó Mora ante un toro noble pero no tonto que exigía una muleta firme que no encontró. Había brindado la faena del manso segundo, pero ni el toro quería embestir ni el torero mostró la confianza necesaria. Fue despedido de la plaza con una gran bronca, como mereció su olvidable actuación.

Cinco grandes verónicas, de menos a más, ganando terreno en cada una de ellas, y firmadas con una gran media en el centro del ruedo fue lo notable de una actuación tristona de Diego Urdiales. Se las vio, en primer lugar, con un toro con clase y sin fuerzas con el que dibujó una preciosa tanda de redondos y un par de naturales en una labor incompleta y con destellos deslumbrantes. Algo importante faltó, y todo quedó desmadejado. Manso y sin calidad fue el cuarto y todo acaeció en silencio.

Garrido tampoco tuvo oponentes aptos para el triunfo. Demostró de nuevo, eso sí, que maneja el capote con soltura, hondura y gracia, y que le sobran entrega, agallas y constancia para intentar el triunfo. El tercero no se tenía en pie y llegó a echarse en la arena en el curso del último tercio; volvió a colocarse en el sitio ante el sexto, al que le robó algunos muletazos estimables antes de que el público, cansado de tanta blanda mansedumbre, le obligara a que montara la espada.

madrid_130517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:22 (editor externo)