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Plaza de Toros de Las Ventas

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Miércoles, 15 de mayo de 2013

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Alcurrucén desigual de hechuras y presecias.

Diestros:

Sebastián Castella: silencio en su lote.

Miguel Ángel Perera: oreja con petición de la segunda y ovación tras petición.

Ángel Teruel: que confirmó alternativa, ovación y silencio.

Destacaron: el picador Héctor Piña ante el 6º y Luis Carlos Aranda con las banderillas.

Entrada: casi lleno.

Crónicas de la prensa: Diario de Sevilla, El País, La Razón, El Mundo.

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

La tarde en Las Ventas amenazaba todas las tormentas y no vino ninguna. Y resultó interesante, con toros de Alcurrucén, nobles y con distinto carácter para embestir, pero con posibilidades si se estaba allí delante de verdad. Estuvo decidido toda la tarde el confirmante, que no pudo hacerlo hace un año exacto por aquella tremenda cornada en Arles. Ángel Teruel tiene valores y capacidad, le falta el oficio que se aprende con las corridas y parece que no le pesa el apellido. Habrá que estar atento a su carrera. Castella tuvo el peor lote -bueno, el menos malo- pero parece que le pesó la tarde más de la cuenta y no fue capaz de sobreponerse a ello. Perera estuvo en Perera, como está cuando anda en ese estado de gracia, valor y firmeza que es capaz de entusiasmar a cualquier público. Extraordinaria faena al tercero - “Peladito”, tan noble que perdonó cornadas a todo el mundo- con muletazos largos, embarcados, profundos y ligados. Y muy bien en el quinto, muy complicado, al que entendió a la perfección para hacer faena que pocos habrían hecho. ¿En el primero fue oreja y media y en el otro media larga?. Es posible, pero en Madrid, tal como está el ambiente se quedó en una y no salió por la Puerta Grande. Otro día será, no lo duden.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Perera acaricia la puerta grande

¡Lamentable el trato a los espectadores! Como el ruedo se encontraba en mal estado -algo lógico debido a la lluvia caída en Madrid desde el día anterior-, se acometió su acondicionamiento con tardanza y los clarines y timbales sonaron con veinticinco minutos de retraso con respecto a la hora de comienzo oficial -siete de la tarde-.

El espectáculo, con altibajos, estuvo salpicado de emoción y fundamentalmente marcado por una actuación muy sólida de Miguel Ángel Perera.

Su primer toro, bien hecho, algo corto de cuello, fue un ejemplar muy encastado, pronto, noble, con fijeza y que se resistió a la muerte tras una estocada entera. Perera se libró milagrosamente de una cornada casi cantada. El pacense perdió pie cuando manejaba el capote y cayó. El propio diestro, desde la arena, se hizo un quite con la capa y agarró con sus manos los pitones para desviar el disparo, la embestida, y evitar la cornada. La faena, acompañada con gritos de oles y ovaciones cerradas, tuvo un argumento de peso, calidad y profundidad. Brilló fundamentalmente en tres series con la diestra en la que mandó en la embestida de Peladito. Con la izquierda, el extremeño también dibujó bellos naturales. Gran estocada en ejecución, en la que enterró el acero. El toro tardó en caer y el puntillero lo levantó, lo que enfrió, en parte, la petición de premio, que en principio era por partida doble. El presidente concedió un trofeo, más que merecido.

El quinto, colorao, bien armado, fue un manso que acometió rebrincado y precisó de mucho mando, lo que proporcionó Perera con una muleta poderosa en una faena que cerró con unas manoletinas, en las que el toro lanzaba sus puñales por las nubes. Mató de estocada. Le solicitaron otra oreja, sin mayoría, probablemente porque la espada quedó desprendida.

Sebastián Castella no pudo lucirse artísticamente con el peor lote. Ni rompió la faena con su primero, un animal con nobleza, pero de escaso recorrido; ni tampoco con el otro, de cornamenta acodada, tardo y sin clase, con el que, con quietud e insistencia, se esforzó en una labor dilatada, que no caló en los tendidos.

Ángel Teruel, que confirmó alternativa de manos de Castella, con Perera de testigo, concretó una buena actuación, aunque resultó un tanto fría. El año pasado, una cornada en Arles, le destrozó la cara y le impidió estrenarse como matador en esta plaza. Con el toro que abrió plaza, el astado de la efeméride, bajo, en el tipo de su encaste, que resultó nobilísimo y embistió con calidad, realizó una faena con reminiscencias de toreo de los años 60, en la que primó el temple. Con la diestra firmó tres series largas y con ligazón; también dibujó naturales suaves. Después de una estocada casi entera, el público únicamente lo premió con una ovación.

Con el que cerró plaza, un colorao serio en su presentación, sin clase, Teruel no se fajó.

Miguel Ángel Perera, ovacionado cuando abandonaba la plaza, escuchó una fuerte ovación como reconocimiento a una actuación redonda, en la que cortó una oreja, la primera que cobra un torero a pie, y acarició y mereció la Puerta Grande.

El País

Por Antonio Lorca. ¡Torerazos!

La lidia del tercero de la tarde fue una película de alta tensión protagonizada por un toro fiero y de encastada nobleza -Peladito, de 510 kilos- y dos torerazos, uno de oro, Miguel Ángel Perera, y otro de plata, Joselito Gutiérrez.

El primer susto se lo llevó Perera al recibirlo con el capote; resbaló y cayó en la cara del toro, intentó hacerse el quite con la tela, pero había quedado debajo de su cuerpo. De pronto, se vio con los astifinos pitones en la misma cara y a ellos se agarró con toda su fuerza para salvarse de un posible derrote de dramáticas consecuencias. Afortunadamente, la voltereta no pasó a mayores.

Llegó, entonces, la hora de la verdad para Perera. En el centro del anillo se encontraron los dos, toro y torero. El animal desafiante, y el torero, con la cara o la cruz de su propio prestigio, en horas bajas. Y comenzó una lucha sin cuartel. El toro acudió presto al cite con fiereza y agresividad, cuajadas de casta y nobleza, y se encontró con un torero muy dispuesto, asentado en la arena, seguro de sí mismo, y dispuesto al triunfo. Y brotó el toreo auténtico, el verdadero, el que nace del mando, de la hondura, la ligazón y la templanza. Se notaba que Perera venía con un deseo irreprimible de triunfo, y puso a colación toda su experiencia y entrega. Los redondos surgieron limpios y largos, ligados en un palmo de terreno, ajustadísimos, y abrochados con magníficos pases de pecho. El torero, siempre cruzado al pitón contrario, desbordó torería por naturales, y cuando la plaza hervía de emoción, decidió erróneamente seguir la faena -hacia abajo ya el diapasón de la emoción- y aunque se volcó con toda su alma sobre el morrillo del animal y cobró una estocada hasta el puño, todo quedó en una solitaria oreja que supo a poco.

Hubo otro torerazo en la plaza. Se llama Javier Ambel y vistió de fucsia y azabache. El tercio de banderillas del segundo de la tarde fue un derroche de torería. Se sintió torero, grande, héroe y artista, y el tendido captó el mensaje. Se perfiló Javier para poner el segundo par. Levantó los brazos, llamó la atención del toro, se dejó ver, se dirigió al encuentro sin prisas, cuadró en la misma cara, se asomó al balcón, dejó los garapullos en todo lo alto y salió andando de la suerte, mientras la plaza, puesta en pie, lo aclamó con una atronadora ovación de reconocimiento, como merecen los grandes toreros.

Y ahí se acabó la presente historia; al menos, la emocionante, la protagonizada por la emoción del toro encastado y el torero heroico.

Confirmó la alternativa Ángel Teruel, que hizo su primer paseíllo en la plaza madrileña. Ha toreado poco y se le nota, al igual que sus buenas maneras. Se ve que tiene un buen maestro -su padre- a su lado. Su primero fue un toro noble, tan simplemente noble como tonto, y el muchacho pudo contar a todos que conoce el manejo de los engaños, que posee maneras toreras y soltura en las muñecas. Su labor, sin embargo, pecó de excesiva pulcritud y frialdad. Tuvo muchas dudas con el capote, la pierna siempre atrás, y no fue capaz de estirarse una sola vez. Le faltó creérselo con la muleta; le faltó arrebato y la pasión necesaria para trasmitir a los tendidos sus ganas de ser torero. Lo hizo bonito, pero sin grandeza. Parecía todo menos un principiante, y eso no es bueno. No mejoró ante el sexto, otro noble y apocado animal con el que no pasó de discreto.

Y la peor suerte se la llevó Castella, con los dos toros más aplomados del encierro, y no pudo destacar ni con capote ni muleta. La verdad es que este torero utiliza todas las ventajas, se coloca al hilo del pitón y casi todos sus pases resultan anodinos y vulgares. Si, encima, no tiene toros, suele ser tan aburrido. Lo criticaron, y mucho, por sus formas toreras, pero no tuvo opciones y esa es una realidad que no se puede ocultar.

La plaza se llenó por segunda vez -la primera, el día del rejoneo-, y la gente disfrutó, que es lo importante. Es lo que suele ocurrir cuando sale un toro y hay torerazos en la plaza.

La Razón

Por Ismael del Prado. La poderosa muleta de Perera

Fiel a esa máxima que augura que la lluvia y el Día del Patrón van de la mano, San Isidro celebró su fecha grande con todos más pendientes del cielo que de praderas, romerías y demás menesteres. El aficionado sólo imploraba para que el Santo hubiera firmado a tiempo una tregua y que se mantuviera la tarde sin lluvia a eso de las siete en punto. Pero, para cuando dieron las mismas en el reloj del tendido «6», ya había surgido otro inconveniente. Retiradas las lonas, el piso era un barrizal. Imposible torear. Falta de previsión quizás. Hubo que acondicionarlo y hasta media hora más tarde, no estaba en el ruedo el primer Alcurrucén que, tras el doble homenaje matinal a sus propietarios, lidió en Madrid un encierro de aceptable presentación y con varios toros de nota, leáse primero y tercero, del que Perera, muy importante, cortó una oreja de mucho peso.

Miguel Ángel Perera comenzó con milagro. Perdió pie en el saludo capotero y cayó en la cara del toro, que hizo por él. Vendido, se aferró con fuerza al pitón derecho. La fuerza del animal contra la del brazo del extremeño que logró desviar el letal derrote del astado. San Isidro echó el capotillo. Luego, Perera puso la muleta. Poderosa y con mando para dominar a un toro al que había que tragar mucho en sus arrancadas. Una serie de derechazos sensacional. Encajado, con hondura y tirando del animal. Siete y el de pecho. La muleta siempre por delante, muy puesta. Una más en redondo y mano a la izquierda, de nuevo miradas y parones del encastado «Peladito» que, eso sí, se comía el engaño. Exigente. Perera tragó, pasó paquete, y logró la recompensa: largos naturales. Mató de estocada una pizca trasera y logró la primera oreja a pie del ciclo.

El quicio de la puerta grande estaba entreabierto para el quinto. Colorado al que se le simuló la suerte de varas. Muy crudito llegó a la pañosa de Perera que, tras brindar al público, volvió a echarle los vuelos para someterlo por abajo. La materia prima no era la de su primero. Se lo pensaba más y tenía menos fijeza. No tardó en aburrirse. Perera tenía que poner lo que faltaba al toro. Le buscó las vueltas y, en ocasiones, parecía despegar el trasteo, pero en esa estrecha línea se mantuvo. Las postreras y ceñidas manoletinas buscaron desnivelar la balanza al triunfo. Estocada baja e insuficiente petición. Saludos sin premio.

Con un año de demora, Ángel Teruel por fin pudo confirmar su alternativa. La escalofriante cornada en el rostro del año pasado en Arles (Francia) mandó al garete su estreno en el coso venteño, también fijado entonces para el 15 de mayo. De espuma de mar y oro. Torero madrileño en el día por excelencia de Madrid. «Pandero», para la ceremonia. Toro de nota. Para tener en cuenta a la hora de los balances finales. Muy noble y enclasado en sus embestidas. Se lo sacó Teruel a los medios en un entonado comienzo de faena. A partir de ahí, tejió una labor maciza en la que el temple fue su gran virtud. Acompasó con suavidad en la muleta el dulce son del toro. Un carretón. Mejor las series por la derecha que al natural. Hubo muletazos largos y con esmero en la composición. Notables varios de los trincherazos. Lo mató de estocada casi entera. Se derrumbó sin puntilla, pese a tragarse la muerte unos segundos y el premio podía llegar, pero el tendido estuvo frío con el torero. Sólo unas pocas decenas de pañuelos y Teruel tan sólo saludó desde el tercio una fuerte ovación. En el sexto, alto y más escurrido que sus entipados hermanos, rascó cuanto pudo, pero soso y deslucido, al diestro no le quedó más remedio que enfilar el camino por la espada.

A las manos de Castella fue a parar el lote malo. Triunfador de 2012, el de Beziers trenzaba ayer su primer paseíllo en Madrid del 2013. En la memoria, aún fresca su heroicidad del año pasado. Herido, resistió en el ruedo para terminar cortando una oreja. Diez días después, con los puntos aún en sus carnes, se ceñía de nuevo el chispeante. Pura épica. Ayer, en el primero de su lote, al que Javier Ambel dejó –gustándose y sacando los rehiletes de abajo– dos soberbios pares de banderillas, nos volvió a llenar de esperanzas en el arranque de faena. Desde los medios. Se arrancó el de sangre Núñez y la tomó con franqueza en derechazos ligados y con emoción. Fue un espejismo. El burel, que cobró lo suyo en los dos puyazos, se vino espectacularmente abajo. Cada vez más parado, Castella lo intentó, pero era una quimera de la que no tardó en desistir. En el cuarto, puso todo de su parte, pero delante tenía un muro muy sin transmisión. Logró una serie algo más maciza, pero aquello nunca tomó vuelo. Silencio en ambos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Muy importante Perera; elegante y personal Teruel

La corrida se retrasó 25 minutos por el mal estado del ruedo debido “a las inclemencias de la pasada noche y esta mañana”, dijeron por megafonía. Lo que se llama previsión sin caer una gota en todo el día. El tractor de última hora. Los areneros. En fin. Sin explicación posible, salvo que al llover de madugada no se pudo extender la lona para que se orease la arena. Tiempo hubo. Cabreo general a plaza llena.

Ángel Teruel confirmó alternativa con una elegancia genética en las formas. Desde las dobladas que eran un calco de aquel Teruel de los 70, su padre y maestro. Muy torero con 'Pandero', el toro que quiso Dios que le tocase en suerte para día tan especial. Un dije de un temple superior, ya demostrado en el capote de brega de Tellez. La mano derecha fue la base de la faena clásica. Una trinchera fue un monumento. SÓlo interrumpida la ovación por un inoportuno desarme al ir a rematar el pase de pecho. Majeza de Ángel en el porte, en la manera de torear con la cintura. El toro todo lo hacía por abajo con una calidad de dulce. No tanta por la izquierda. Pero sí la nobleza. Siguió la faena con las buenas maneras. Un fallo: acabar con la zocata absurdamente. Cierta frialdad en el ambiente tras la estocada. Como si no hubiese roto del todo el cántaro. Se ovacionó a Teruel y se ovacionó a 'Pandero' en justicia.

Hubo un paréntesis con el toro de Sebastián Castella. Muy cuajado y profusamente lidiado con muchos capotazos por el propio matador, se paró en la muleta. La actuación de Santiago Ambel con los palos fue soberbia, dejándose ver y muy puro.

Miguel Ángel Perera pasó de salvar la vida al resbalarse hacia atrás con el capote -él mismo se hizo el quite en el suelo- a cuajar una faena de las que te relanzan la vida y la carrera. Entretanto, Josélito Gutiérrez se jugó la suya en un par de tremenda exposición en el que se recreó en la salida. El capote de Alberto Hernández ganó algún segundo vital. En el suelo Gutiérrez se escapó de milagro.

Perera estuvo poderosísimo con la mano derecha. El toro algo lavado se estiró con una embestida encastada con una flexibilidad sorprendente. Hasta entonces, no se había visto. Como distraído. Las zapatillas de Miguel Ángel se hundían en la arena con peso en tandas frondosas. De seis redondos de enorme profundidad. Por la izquierda le aguantó por dos veces una 'paradinha', una miradita. Pero tocó a tiempo, tragó con valor y le sacó la muleta por abajo. Los de pecho barrían todo el lomo de pitón a rabo. Y el final trenzado sobre el eje de la quietud bárbaro como el estoconazo. Un punto pasado. De ahí que tardase en echarse. Lo levantó el puntillero. Oreja maciza.

Castella se llevó el lote peor. Al cuarto de imponente cara y desarrollados pitones, negro, muy largo, hubo que pisarle los terrenos, muy cerca y al hocico para extraer una embestida que obedecía pero que carecía de ritmo y empleo. No lo tuvo la faena por ende.

No tenía nada que ver el colorado quinto de recogida y almirada cara con el cuarto. No se enlotó bien. En capote y caballo el de Alcurrucén todo lo que hizo fue defenderse y hacer sonar el estribo. Y en el principio de faena también embestía como a saltos. Perera le consintió mucho. Lo esperó. Muy firme. Y lo fue puliendo en busca del fondo. El toro se venía andando y un punto por dentro. El toro respondió agradecido al trato, sin terminar nunca de irse. Tras pasar por las dos manos, una serie por la derecha elevó el diapasón de la obra como las manoletinas finales. Seguridad pasmosa del extremeño. La estocada se fue muy pasada, algo atravesada, mortal. Se pidió el trofeo. No cuajó. Imagen potente de Miguel Ángel Perera. Pudo dar la vuelta al ruedo.

Salió un sexto muy montado, un tío. En las antípodas del primero. De acá para allá el toro se dejó con tendencia a pararse. Teruel lo intentó sin fruto.

©Imagen: Trincherazo de Ángel Teruel /(EFE).

Madrid Temporada 2013.

madrid_150513.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:14 (editor externo)