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Plaza de Toros de Las Ventas

Lunes, 15 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Montalvo serios en sus diferentes hechuras; destacó el extraordinario 4º por el izquierdo.

Diestros:

Curro Díaz: de celeste y oro. Bajonazo que hace guardia, estocada atravesada y dos descabellos (silencio). En el cuarto, bajonazo (división de opiniones).

Paco Ureña: de azul pavo y oro. Estocada atravesada que hace guardia y descabello (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada que hace guardia (silencio).

López Simón: de tabaco y oro. Estocada tendida. Aviso (silencio). En el sexto, estocada tendida (silencio).

Asistieron el Rey emérito y la Infanta Elena en una barrera de Preferente.

Incidendias: Parte facultativo de Manuel Muñoz ¨Lebrija¨ cogido al banderillear en el 1º de la tarde.

¨Herida por asta de toro en tercio medio de cara posterior de muslo izquierdo de 20 cm. alcanzando el fémur, contusiona nervio ciático y causa destrozos en los músculos isquiotibiales. Intervenido bajo anestesia general, se le traslada a la Clínica San Francisco de Asís a cargo de la Fraternidad. Pronóstico: Grave. Firmado: Dr. García Padrós“.

Entrada:Lleno

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/resena-tarde/las-ventas-15-de-mayo-de-2017

Video: https://twitter.com/toros/status/864198506042474496

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Ni el milagroso San Isidro lo arregla

En el día de «El santo de la Isidra», adapto los versitos de Arniches: «Alegre es la mañana. / ¡Qué hermosa vida! / Hoy va a ser cosa buena / esta corrida». Los madrileños bebían el agua del santo: «San Isidro hermoso, patrón de Madrid, / que el agua del risco hiciste salir». Cuenta Galdós que la ciudad se llenaba de forasteros, a los que llamaban «isidros»… Con un cartel muy del gusto de Las Ventas, se llena la Plaza: asisten Don Juan Carlos y la Infanta Elena.

Los toros de Montalvo son los del inolvidable Juan Mari Pérez Tabernero, ahora también «convertidos» al monoencaste Domecq: ganaron cuota de mercado pero suelen tener más nobleza que fuerzas. Por desgracia, el pronóstico se confirma: la flojera de casi todos impide el lucimiento y encrespa al público.

Curro Díaz es uno de los pocos diestros actuales que mantienen la antorcha del toreo de arte. (Echamos de menos, por ejemplo, un cartel que reúna a Finito, Morante y este Curro). Recibe con hermosos lances al primero, que no quiere caballo, se queda sin picar y, aun así, rueda por la arena: se desata una justa bronca. En banderillas, Manuel Borrero Muñoz, «Lebrija», sufre una cornada en el muslo izquierdo de 20 centímetros: pronóstico grave. Brinda a Don Juan Carlos y, enseguida, se pone a torear: preciosos ayudados y muletazos con gran clase, deslucidos por la embestida mortecina. Y la espada lo acaba de estropear. El cuarto se frena en el capote pero empuja en el caballo de Curro Sanlúcar. Sin preámbulos, le da distancia y cita al natural (el lado mejor); en el centro, dibuja artísticos muletazos. No es una faena redonda pero sí tiene aroma y sabor, aunque el toro se va rajando. Otro bajonazo lo estropea todo.

Dentro del clasicismo, el toreo de Paco Ureña posee una sinceridad que a veces roza la ingenuidad (lo que la hace más atractiva pero no más segura). El segundo sale rebrincado; después de la primera vara, se derrumba: ¡decepción! Además, mansea a chiqueros, tiene una embestida muy corta y rueda por la arena. Aunque trace algún derechazo aceptable, el desastre es total. Y hace guardia con la espada. El quinto se llama «Salinero» y lo es: jaspeado de colorado y blanco («azúcar y canela», dicen los camperos). De salida, hace un extraño y arrolla contra las tablas a Ureña, que no logra reaccionar, sale cojeando. (Sufre un traumatismo en la rodilla y posible lesión de ligamentos, de pronóstico reservado). En los iniciales ayudados por alto, el toro ya rueda. Logra algún derechazo suave. El toro va dormidito y se para a mitad. Vuelve a hacer guardia.

López Simón logró abrirse camino, hace dos temporadas, «a sangre y fuego» (el título de un impresionante libro de Chaves Nogales). El año pasado, recogió los frutos, toreando mucho. Es fiel a su concepto estático y vertical. El tercero parece flaquear menos, nos ilusionamos. Mide bien el castigo Tito; saludan en banderillas Siro y Arruga. En la primera serie, ya flaquea, y lo sigue haciendo, en todas. Alberto insiste y no se lo aprecian… Mata defectuoso, entrando de lejísimos. (Salvo Manzanares, parece imposible matar bien, a esa distancia). El último flaquea, se defiende, no le deja quedarse quieto y un desarme lo cierra todo.

San Isidro tenía fama de zahorí, de descubrir aguas ocultas, bajo tierra. Más difícil todavía es encontrar la casta y la fuerza de los toros bravos, cuando se ha perdido. Así está la Fiesta. Ni el milagroso San Isidro lo arregla.

Postdata. Este martes 16 se cumplen cien años del nacimiento de Juan Rulfo, uno de los más grandes narradores del siglo XX, en nuestra lengua. Los protagonistas de «El llano en llamas» y «Pedro Páramo», sus dos obras maestras, son humildes campesinos mexicanos, muy enraizados en su tierra, que se enfrentan a las cuestiones universales del ser humano: la soledad, la muerte, el amor, la venganza. Sus raíces españolas están muy claras: Quevedo, Jorge Manrique, la Santa Compaña… No es raro que, en sus relatos, suene, al fondo, ese bramido de los toros bravos que unen a México con España.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Un escándalo de toro

Una vez más la Fiesta de los toros se sentía honrada con la presencia del Rey (emérito). Y la Infanta Elena, que sigue la línea taurina del árbol genealógico que nace en su augusta abuela, Doña María de las Mercedes. El capote de paseo de López Simón engalanó la barrera de Preferente que ocupaban. Como una ofrenda floral de respeto y agradecimiento. Curro Díaz brindó a Don Juan Carlos el primer toro de Montalvo. Había hecho más sangre la divisa que los inexistentes puyazos. Cambió el tercio el presidente con una precipitación de asombro. Como para salvar la estrepitosa flojedad del derrumbe. No se sabe cuál de los refilonazos contó como vara. Si es que entre los dos -si es que hubo dos en esa pasada fugaz y tangencial por el peto- sumaban una. El cabreo se expandió entre el personal. Manuel Muñoz perdió pie a la salida del par -el piso de plaza sigue como una playa allanada en falso- y la cornada en el suelo crujió su pierna como un taladro. La sensación de caos aumentó cuando Díaz ofrecía su montera al Monarca en toriles y nadie sujetó al toro. Curro improvisó al paso un prólogo hacia las afueras con suave muñeca. Un cambio de mano y un pase del desprecio como notas agudas de la obertura. A media altura el temple en su derecha para sostener entre algodones tanta fragilidad. De pura impotencia soltó el toro la cara al natural. No hubo más antes de un bajonazo contumaz; en el siguiente envite, el veterano jiennense sintió que los pitones le levantaban los pies del suelo por la faja. No llegó la sangre al río; sí la estocada.

El verdadero escándalo vino con el cuarto. En otro sentido. Pedazo de toro de Montalvo que se llamaba Escandaloso. Bravo en el caballo y de extraordinaria calidad en la muleta. Una belleza además. Su expresión, su cara cerrada, su imponente trapío de armonía. Los cinco años cumplidos. Curro Díaz consiguió momentos de belleza en una faena enteramente zurda y sin estructura. Galopaba el montalvo de lejos y seguía las telas con generosa abertura. La sensación de que quedaba todo ligero e inconexo recorrió la plaza. Como Curro recorrió mucho ruedo. Los pases del desprecio abrochaban series de naturales como chispa que no prendía. Otro espadazo por los blandos terminó de voltear los tendidos contra el torero y a favor de Escandaloso. La ovación de reconocimiento arropó el arrastre.

El cuajado cinqueño que estrenaba la baza de los tres toros con los cinco años cumplidos de Montalvo se defendió en el caballo. Sonó el estribo ruidoso. Un volatín mermó aún más su contado poder. Paco Ureña se equivocó al empezar por la izquierda. Especialmente con tan poco tacto. Humillaba más a derechas, y por esa mano Ureña le cogió el temple lo que duró antes de pararse. Que no fue mucho. El espadazo que hizo guardia afeó más la cosa.

Aún no se sabe cómo escapó Paco Ureña de la emboscada del alto quinto. De salida se le cruzó y no lo ensartó contra la barrera porque hay Dios. El porrazo sonó como un choque de barcos. Cuando Ureña se recuperó se encontró con un toro que no valía. Desde tal altura de agujas no descolgó ni se entregó en sus entrecortadas embestidas. El matador lorquino aguantó parones. Su esfuerzo volvió a emborronarse con otro sablazo que asomó por el costillar.

López Simón no se entendió con el castaño, serio y largo tercero. Y había en el cinqueño virtudes para hacerlo: la humillación y la nobleza. Una velocidad amontonada marcó los doblones y las dos o tres series de derechazos siguientes. A partir de ahí aflojó la embestida. Un desarme a izquierdas entre envarados naturales sin eco y con la embestida a menos. Se acordaría Simón de él con el ensillado y cabezón último, que se venía andando y sin salir de la jurisdicción. Siempre por el palillo en sus finales.

Escandaloso y la corta duración de la corrida -histórico en los tiempos que corren: 1 hora y 55 minutos- fueron las mejores noticias.

La Razón

Por Patricia Navarro. Pundonor de Ureña, con la tragedia a la vuelta

Apretó en el burladero de salida como si se le fuera la vida. Y la vida casi le quita a Paco Ureña cuando salió a parar al quinto toro de la tarde. Con el capote estaba el torero pero se fue derecho a él para estamparlo contra las tablas con la fuerza íntegra, la fiera, bestial el encuentro. Pánico en la plaza. Le podía haber destrozado y de hecho salió a torear como ejercicio de pundonor porque estaba blanco y cojeando. Espantosa escena en la que es difícil controlar la imaginación. Y no sólo volvió, que ya era, si no que lo hizo con la verdad, la pureza como avales incuestionables, más allá de lo que hiciera el toro, que se tragaba los dos primeros y al tercero examinaba al pasar. Se encajó Ureña desafiando la incertidumbre que suponía la embestida del toro. Duró poco. Se paró el toro. Y al mismo tiempo, al unísono, moría la faena. Se cruzó al infinito para demostrar. No cabía más torero dentro de ese cuerpo.

Cinco años y medio tuvo “Rondador”, el segundo. Y estaba pasado de vueltas. Sin ganas de nada. Sosote y sin transmisión alguna ocurrió todo por ahí abajo. Frustrante. Paco Ureña lo intentó. Quiso. Pero conseguirlo era territorio de otro planeta.

No tuvo fuerza. Se protestó al primero. Al toro. Al torazo. Y es verdad que andaba justo de poder. Pero le sobró para cazar en banderillas, donde esperaba una barbaridad, con esa gran cara que tenía por delante. El trago lo sufrió Manuel Muñoz, que padeció una cogida fea, y se lo llevaron en volandas a la enfermería. Lo había toreado despacito con el capote a la verónica Curro Díaz, suave y bonito. Así el comienzo de faena de muleta. Vacío el toro, poco que entregar y quedándose por debajo de vez en cuando. Al Rey Emérito brindó que vino a Madrid acompañado de la infanta Elena. Se le atravesó la espada y a punto estuvo de bordear la tragedia en el segundo encuentro.

Apretó el cuarto en el caballo en la primera vara. Mucha fuerza tenía la imagen. Quería por debajo con entrega, menos intensidad tuvo la segunda. Prontitud había tenido una y otra. Y eso mismo sacó en la muleta de Curro Díaz. Que lo supo. Desde el principio. Y por eso ya en el tercio nos embaucó en la faena queriendo torear. Había material. Y en Madrid. Compuso Curro. Vertical. Al natural. Bonito, porque compone y lo empaqueta bien, pero tan por fuera que cada muletazo era un arañazo a las ilusiones, un robo a la pureza, a la reunión. Fue “Escandaloso” a la muleta una y otra vez con ese ímpetu con el que había metido los riñones en la muleta, y se vaciaba el toreo por algún lugar que desconocemos, pero aquello no era, la faena se iba convirtiendo en un envoltorio maravilloso pero sin nada dentro. Lo mató en el primer encuentro de una estocada baja, se resistió a caer el animal y luego hubo pitos y alguna palma para el matador.

Descolgó en el capote el tercero y a estas alturas nos parecía oro. No fue para tanto después. Tomaba el primer viaje con boyantía pero luego se vino muy a menos enseguida, manteniendo el buen son. No decía nada y no estaban los ánimos para muchas historias. López Simón quiso, por fuera, y sin demasiado éxito y abusó de estar muy encima. Caminaba la faena en la dirección opuesta del toro. Iba rasa la tarde de emociones. Desigual fue el sexto, que además reponía. Cerraba otra tarde gris, que dista mucho de las previsiones del nuevo San Isidro de Plaza 1.

El País

Por Antonio Lorca. Cuando un buen toro se va…

Cuando un buen toro se va… con las orejas colgando, algún fracaso, trufado con un jarrón de tristeza, deja atrás. La china le tocó ayer a un torero artista, fino y elegante como es Curro Díaz, que se encontró con una de esas tardes en las que la inspiración no acaba de llegar. Ya lo decía Manolo Vázquez: “Tener que hacer una obra de arte a las siete y media de la tarde de un día determinado es algo casi imposible”. Y eso fue lo que le pasó a Curro ante el cuarto de la tarde: que tenía el marco, los pinceles, la luz perfecta y el ánimo de la concurrencia, pero no tenía el cuerpo —el alma, mejor— para expresar la grandeza que la ocasión exigía.

Y miren que empezó bien. Nada más salir su primero al ruedo, se acercó con parsimonia al toro y dibujó —esta vez, sí— un manojo de preciosas verónicas que si bien no fueron un dechado de perfección, sí rebosaron serenidad, naturalidad y buen gusto. Y no acabo ahí la cosa; a renglón seguido interpretó un galleo por chicuelinas que supo a gracia celestial. Y así finalizó el presente capítulo.

El toro entró al caballo y demostró una mansedumbre dolorosa para la vista, y, además, dio muestras de invalidez. Comenzaron las protestas, y en ello estaba parte del público, cuando el banderillero Manuel Muñoz cayó en la cara del toro a la salida de un par y le infirió una cornada en el muslo.

Faena iniciada por alto y un cambio de manos con olor añejo. Detalles toreros de Curro silencian los tendidos, pero se suceden los enganchones y la escasa casta del animal. Todo se desdibujó.

La plaza se entusiasmó de esperanza cuando el cuarto, de nombre Escandaloso, se empleó en el piquero, acudió alegre en banderillas y obedeció con nobleza y prontitud a la muleta del torero. Hubo, al principio, más alborozo —otra vez, el toreo soñado y no vivido— que realidad. Había tomado Curro la muleta con la zurda, y con ella en las manos dio hasta siete tandas, en las que el toro no dejó de embestir con nobleza y fijeza y algo menos de la movilidad requerida. Hubo naturales chispeantes de empaque y hondura, pero no conjunción, ni profundidad, ni la emoción de las faenas redondas. Fue una labor intermitente, en la que lució más el toro —embistió siempre desde lejos, presto y con largo recorrido—, y, sin duda, mereció más de lo que recibió.

A Curro Díaz se le vio apresurado, eléctrico, tenso, sin pellizco ni embrujo. Vamos, que no era su momento. Lo intentó de veras, y siempre con la mano de la verdad, pero el cuadro resultante era para borrarlo y comenzar de nuevo. El brochazo final fue un bajonazo infame. En fin, que lo no puede ser, no puede ser…

Dice el parte médico que Ureña sufre traumatismo en rodilla derecha con inestabilidad ligamentosa. Nada para lo que le podía haber ocurrido. Acababa de salir el quinto, y cuando pretendía recibirlo con el capote, se le vino materialmente encima en una fracción de segundo. El torero trató de tomar el olivo —saltar al callejón—, pero no tuvo tiempo. Quedó con los pies en el estribo y medio cuerpo sobre las tablas, lo que aprovechó el toro para intentar ensartarlo como un espeto de sardinas. Felizmente, lo atropelló con la testuz y no con los astifinos pitones, pero el golpe fue tremendo. Tanto es así que el torero quedó desmadejado para el resto de la lidia.

A pesar de su maltrecho estado físico, tuvo agallas para trazar una meritoria tanda de redondos —la primera—, antes de que el toro se viniera abajo, lo que no impidió que dictara una lección de pundonor feamente coronada con la espada. Algo parecido le sucedió con el estoque en el segundo, un animal que carecía de fortaleza y clase.

Muchos pases dio López Simón al noble tercero y no dijo nada, porque a todo su quehacer le faltó olor y sabor. No tenía nada que decir el torero, o tampoco tenía cerca la inspiración. Sí dijeron, y mucho, Domingo Siro y Jesús Arruga con las banderillas, y el picador Tito Sandoval, acertado en su turno. El sexto no podía con su alma, y el torero madrileño acabó de confirmar que padece un problema de comunicación. Su casillero de mensajes está vacío.

madrid_150517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:15 (editor externo)