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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 15 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Fuente Ymbro de irreprochable presentación, con cuajo y con opciones en su mayoría a excepción de cuarto y quinto - (deslucido el primero, noble el segundo, encastado con calidad el tercero, imposible el cuarto, deslucido el quinto e inválido el sexto

Diestros:

Finito de Córdoba: de berenjena y oro. Pinchazo y bajonazo (leves pitos). En el cuarto, pinchazo, estocada casi entera y atravesada y descabello (silencio).

Diego Úrdiales: de azul marino y oro. Pinchazo, estocada rinconera y tendida y tres descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, pinchazo y media estocada (silencio).

Miguel Ángel Perera: de verde botella y oro. Estocada trasera. Aviso (dos orejas). En el sexto, dos pinchazos hondos (silencio). Salió a hombros.

Incidencias: Curro Javier y Vicente Herrera, saludaron tras parear al sexto. Al finalizar el paseíllo, Diego Urdiales fue obligado a saludar una ovación el desde el tercio, que compartió con sus compañeros de cartel. El Rey emérito D. Juan Carlos asistió al festejo acompañado de su la Infanta Elena y su hija, Victoria Federica.

Entrada: LLeno de no hay billetes.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-15-de-mayo-de-2019?platform=hootsuite&utm_campaign=HSCampaign

Video: https://twitter.com/i/status/1128768697462661125

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Benevolente puerta grande para Perera

El extremeño desorejó a “Pijotero”, un excelente astado de Fuente Ymbro en una faena de una oreja que el Presidente convirtió en dos. “Finito” y Urdiales, desdibujados con lotes de pocas opciones.

Benevolente, de poco peso, barata, regalada… sobran los calificativos para definir la puerta grande de Miguel Ángel Perera en el día del patrón. San Isidro labrador. El público triunfalista en la primera cita de “no hay billetes” auparon hasta la extenuación una salida a hombros indómita y prácticamente testimonial. Y la culpa… del de siempre. El Presidente Gonzalo de Villa Parro, se inventó una segunda oreja en una faena que mereció un solo apéndice. Eso sí, de Ley. Porque la faena de Perera, tuvo fuste, peso y bagaje al buen toro de Fuente Ymbro corrido en tercer lugar. Le dio distancia aprovechando la inercia del toro, que tuvo un codicioso y gran pitón derecho. A menos y más corto se quedó por el derecho. La estocada hasta la empuñadura le añadió mérito a la indiscutible labor, pero de ahí a dos orejas va un abismo. Un puerta grande demasiado barata. Coba y mucha se dio con el sexto, un inválido que mereció pañuelo verde pero que aguantó en el ruedo en una actuación sin ninguna deferencia.

Diego Urdiales que llegaba con la vitola de gran triunfador de la feria de otoño, no dijo ni pío. Enceló y se enroscó con el segundo, y se hinchó a pegar pases y meter el pico con el quinto, en dos faenas que no contó con el refrendo de los tendidos. “Finito de Córdoba”, que abrió la tarde y regresaba a Madrid, no fue ni lejos el “Fino” de Valencia. Apático, frío y calculador. Quedó caricaturizado ante dos toros que lejos de padrear, se movieron y tuvieron opciones… que evidentemente no intuyó el cordobés. En su primero, hubo muchos altibajos y cuando fluyó el entendimiento ya fue tarde, y con el cuarto se hinchó a hilvanar muletazos destemplados sin detenimiento ni mesura. Un esperpento. Pero nada equiparable a la paupérrima puerta grande de Miguel Ángel Perera, que ya lleva media docena, y que viendo el devenir del público, palco y autoridades varias, poco falta para que adelante a S.M. “El Viti”.

ABC

Por Andrés Amorós. Puerta Grande discutida a Perera

Se pone el cartel de «No hay billetes», en un ambiente de gran expectación. Asiste el Rey Emérito, con la Infanta Elena y su hija, Victoria Federica, muy aplaudidos. Le brindan los toros tercero y quinto. Varias veces, la gente estalla en vivas a España y al Rey. Miguel Ángel Perera corta dos orejas al tercer toro de Fuente Ymbro y abre la Puerta Grande.

El día de «El santo de la Isidra» (usando el título de Arniches), los madrileños solían celebrar la fiesta del Patrón acudiendo a la pradera de San Isidro y a los toros. En los dos sitios se mezclaban todas las clases sociales, todas las fortunas. A los dos lugares acudía también el Alcalde José María Álvarez del Manzano. Ahora, evidentemente, Manuela Carmena, presa de su ideología y de sus pactos, no viene a Las Ventas. En cambio, sí acude con un mensaje electoral no deseado al teléfono de mi casa: los tiempos cambian y no siempre para bien.

Acierta le Empresa con el cartel del día del Santo Patrono: la ganadería triunfadora en la Feria de Abril y tres diestros veteranos que últimamente han reverdecido sus laureles. Fuente Ymbro lidió en Sevilla tres toros de vuelta al ruedo. Los de esta tarde, serios, encastados, bien armados, dan juego desigual. Sólo Perera, con su poderío, logra imponerse a sus dificultades: corta dos orejas al tercero (protestada la segunda).

En estas Fallas volvió a mostrar Finito las grandes cualidades técnicas y estéticas que siempre ha tenido. «¡Si él hubiera querido!…», se lamentan algunos aficionados. Y otros, más populares: «¡Si no fuera por el de los rizos» (el toro , se entiende). La afición madrileña espera, con respeto, ver cuál de sus dos caras ofrece. Por desgracia, no la mejor. El primero, bien armado, como toda la corrida, se queda fijo en el caballo mucho tiempo. Como no le sujetan, campa a sus anchas. Pide paciencia; un poco agachado, intenta engancharlo pero no logra confiarse. Ha dado tres muletazos buenos y treinta, anodinos: ni siquiera las «pildoritas» de que habla don Hilarión, en «La verbena de la Paloma». Mata en los sótanos. El cuarto supera los 600 kilos, es un pedazo de toro, precioso… para verlo de lejos. No parece que Finito esté en desacuerdo con eso. El toro derriba y mete bien los riñones. Finito se dobla pero el toro queda corto, el viento le molesta… y desiste. Le quita las moscas, mata sin confiarse, muy malamente.

Vuelve a esta Plaza, después de su memorable faena de la Feria de Otoño, Diego Urdiales. Y vuelve vencedor (como el general de la «Aida» de Verdi: «Ritorna, vincitor»), después de haber logrado mostrar, en Sevilla, la naturalidad de su toreo aunque no llegara el triunfo rotundo. Lo reciben con una ovación, ha de saludar. El segundo es brusco, derriba, con vuelta de campana, al picador Óscar Bernal; espera, en banderillas; embiste a oleadas. Urdiales se dobla, traza algunos naturales suaves, con naturalidad; al final, con el toro ya más cansado, tres derechazos limpios, pero no ha acabado de dar el paso adelante. Mata sin convicción y falla, con el descabello. Brinda al Rey Emérito el quinto, que se mueve y repite, pero es pegajoso, no logra quitárselo de encima: surgen enganchones y división. Le ha faltado dominar más a sus toros . Tampoco mata bien. No ha mantenido el nivel de su anterior tarde en Las Ventas.

En la Feria de Abril logró Miguel Ángel Perera una faena completa, cortó una oreja que debieron ser dos. Demostró que sigue teniendo una capacidad grande, con el toro bravo que su poderosa muleta necesita. Y esta tarde vuelve a encontrarlo, en el tercero, el mejor del encierro, «Pijotero», un castaño de 549 kilos: un gran toro. Lo recibe con buenas verónicas. En banderillas, lidia bien Curro Javier. Brinda Perera –por primera vez, en la tarde– al Rey Emérito. La faena tiene una base fundamental, el poderío. Y un acierto rotundo: dar mucha distancia al toro, eso que tanto gusta en esta Plaza, lo que encumbró a César Rincón. Llamándolo de lejos, el toros se arranca como una centella, con enorme emoción, porque el diestro, firmísimo, no se mueve un pelo sino que manda, con la muleta muy baja («rastrera», decía Antoñete). Da alegría ver galopar así a un toro bravo y a un diestro, en el platillo, mandando, con tal firmeza. La faena baja un poco, cuando el toro tardea y va peor al natural. Vuelve a subir, al coger de nuevo la derecha y enroscárselo a la cintura, con majeza; logra dos circulares que levantan un clamor. Como tarda en igualar, suena un aviso antes de entrar a matar (¡el sentido de la medida!, me insistía, hace poco, el duque de Alba). Mata con decisión, algo desprendido: la primera oreja es evidente; la segunda, algo discutible, por la pequeña bajada y la colocación de la espada, pero el Presidente acaba concediendo las dos y eso provoca una notable división.

En el sexto, también serio, se lucen Curro Javier y Vicente Herrera, con los palos, y Ambel, lidiando. Brinda Perera a su paisano Antonio Ferrera. El toro cae, al comienzo de la faena. Aunque el trasteo es firme, con buena técnica, la flojedad del toro impide que remache el triunfo. Mata a la segunda, sin estrecharse. Sale triunfalmente por la Puerta Grande, por sexta vez. Es bueno para él y para la Feria, en la que, apenas comenzada, se ha vivido ya un triunfo grande. Y una lección clara: cuando salen toros encastados, lo primero es poderles; luego, ya vendrá la estética de cada uno. Sin eso, toda la lidia se viene abajo.

Araba sus campos el Santo Labrador con dos bueyes (no los confundía, como una dirigente de Pacma, con dos toros bravos) . Los madrileños seguimos celebrando su fiesta con una corrida de toros. Según la tradición, cuando el santo se distraía, rezando, unos ángeles le sustituían, en su labor. Lo recoge Lope de Vega, en su largo poema «El Isidro»: «Veo que los bueyes andaban / entre los surcos, ligeros,/ y que los seis compañeros / al lado de Isidro estaban / como el carro y los luceros». Creen algunos malpensados que por eso se adoptó al Labrador como patrono de la capital: para un madrileño, ¿existe ilusión mayor que poder dedicarse a nobles tareas espirituales mientras los ángeles realizan tu pesada faena? En tiempos de mayor incredulidad, sabemos que no hay que dejar todo en manos de los ángeles. Esta tarde, Perera ha toreado como los ángeles –si es que los ángeles torean– pero también ha mandado en el toro como un hombre y los madrileños se lo han agradecido.

La Razón

por Patricia Navarro Perera, Puerta Grande de poca memoria

Urdiales le sacaron a saludar. Olía a Otoño cuando hizo el paseíllo todavía. Olía a toreo descomunal. Aquello que es capaz de hacer. Aquello que hizo, todo aquello que se le escapó de las yemas de las manos, como un regalo a las mil batallas perdidas en las ruindades de los despachos. Volvía Diego a Madrid, que ya es un poco suyo y Urdiales un todo de Madrid. Volvíamos todos al lugar de los hechos, con la grandeza de los recuerdos, que es lo que nos mantiene vivos y la capacidad para compartirlos. Vivir para contarla. Con la faena de la temporada hecha Diego se sumó al sorteo del bombo y de aquel azar le cayó la corrida de Alcurrucén. Se apuntó él a la de Fuente Ymbro. La misma divisa con la que bordó, soñó y engrandeció el toreo aquella tarde de Otoño. Ya en primavera rugía Madrid con los dientes afilados, aunque antes sacaba a saludar al torero. Madrid tiene memoria. Y el torero, a su vez, sacó a los compañeros. A plaza llena. Bella Madrid. Con su arena de plata. Fino entró en Madrid después de dos obras de arte que bien lo merecían. Y consecutivas, que en un artista eso vale doble. En Fallas y Castellón. Por la vía de la sustitución. Pero el peso de Madrid fue una losa y la fluidez de aquellas tardes se le convirtió en tensión y dudas. No quiso ver al primero, que había sido mansito en los primeros tercios y tuvo largo el viaje después con franqueza, iba hasta el final el fuenteymbro en la frágil muleta del torero de Córdoba. El misterio de su tauromaquia no se alumbró. Fuera y sin apostar, el toro fue más allá de donde quería la muleta del torero. Una sombra de sí mismo fue con la espada. No quiso ver al cuarto, que tampoco supimos cómo fue devorado El Fino por sí mismo.

La faena de Urdiales resultó más trabajada que lucida, pero repleta de matices. Tenía «Indómito» más fuelle en la primera arrancada y poca clase en las que seguían: a todas las trató igual el torero. Intentó sacarle el mayor partido posible, muy colocado siempre, con la muleta muy baja en el intento de alargar el viaje del toro por abajo, técnica depurada y pleno de valor. Espada inconclusa y fríos los ánimos.

Y no era su tarde, porque en algún lugar estaba escrito, que era el turno de Perera. Y por eso saltó al ruedo «Pijotero». Y por eso lo había sorteado a las doce de la mañana. Apretó en el caballo y fue toro a la medida de Madrid, con los resortes exactos para prender la llama del público venteño que, por cierto, colmó la plaza. La misma que Carmena se empeña en hacer desaparecer de su programa de fiestas. 24.000 personas allí metidas. No existimos para la alcaldesa. (Otra cuestión son los impuestos). Perera supo ver al toro. Y aprovechó esa maravillosa virtud de acudir de lejos y le cuajó en las primeras tandas diestras, sin apretarle del todo, luciendo al animal y templándose mucho con él. Resultó lo más lucido, lo más rotundo… Tomó después el extremeño la zurda y la faena bajó enteros. Tenía menos ritmo el animal y sobre todo no llegó a alcanzar la misma brillantez la faena. Fue más búsqueda que encuentro. Quiso retomar el camino diestro antes de poner fin a la historia y fue un cierre más festivo que sólido de verdad. La espada, a la primera, punto trasera, valió para la petición doble y que el presidente los diera. Era una Puerta Grande de poco recorrido en la memoria. Y allí mismo se protestó. El sexto, venido a menos, no le dio opciones de reinvindicar. Ahí quedó todo.

Al Rey emérito brindó Urdiales el quinto también como lo había hecho Perera. Y la movilidad del fuenteymbro nos hizo mantener la esperanza, pero detrás de ese ir y venir faltó entrega. Se quedaba corto el toro y sin humillar. En esa trazas Urdiales montó faena con poco eco en esas 24.000 almas. Las almas ignoradas de Carmena. Qué pena. Y en el día del Patrón. Madrid, Madrid, Madrid…

El País

Por Antonio Lorca. ‘Pijotero’, un toro de bandera

Mientras la sombra aplaudía a rabiar, el sol gritaba “fuera del palco”. Los primeros vitoreaban al torero y los otros se acordaban con educación de la estirpe del presidente. Pasaba el reloj de las ocho y cuarto y Las Ventas era un hervidero mientras Miguel Ángel Perera paseaba las dos orejas. Cuando se apagó el fervor, el usía escuchó una bronca de campeonato. ¡Bendita polémica que siempre acompañó a las grandes tardes de toros!

Lo curioso del asunto es que el culpable de tan grande algarabía no estaba allí. Desde hacía un par de minutos yacía ya sin vida, a pocos metros, en el desolladero, en manos de los habilidosos carniceros.

Pijotero se llamó, de 549 kilos de peso, de la ganadería de Fuente Ymbro, un toro castaño de auténtica bandera. No se le concedió, injustamente —ese sí que fue un pecado presidencial— la vuelta al ruedo, pero ya goza, sin duda, de la gloria que merecen los toros de verdad; de bella estampa, astifinos pitones, veloz en los primeros compases, alegre y pujante en el caballo, alegre y largo y banderillas, y un espectáculo en la muleta. Así fue Pijotero, aunque el que se marchó por la Puerta Grande fue su matador, Perera, que estuvo a la altura de su oponente en los primeros compases de la faena, pero no alcanzó el clímax para pasear con todos los honores los máximos trofeos. Pero el triunfalismo reinante, el público bullanguero y la extrema generosidad del presidente se lo llevaron en volandas.

Perera se mostró muy dispuesto en las verónicas de recibo, ganando terreno en cada una de ellas. Pijotero empujó con los riñones al caballo, humillado siempre, galopó en banderillas, y mientras el torero brindaba al Rey don Juan Carlos, el toro esperaba impaciente en los medios.

Hasta el centro del anillo se dirigió el torero y, desde allí, a no menos de veinte metros de distancia le enseñó la muleta. El toro la vio y acudió como un rayo a su encuentro con profundidad en la embestida, fijeza y un ritmo espectacular. Y así sucedió hasta en tres ocasiones, en las que se lució con un toreo largo y hondo, encimista, a veces, que quizá que emborronó la deslumbrante imagen de un toro de encastada nobleza y un torero en sazón.

Por el lado izquierdo ya nada fue igual. Acudió el animal con la misma calidad, pero con menos acometividad. Y otra tanda final hubo por la derecha en la que ‘Pijotero’ buscó la pañosa con verdadera fruición.

Pero la faena había sido larga en exceso. Y lo bueno debe ser breve, necesariamente. El toro era un atleta extraordinario, pero no una máquina. Cuando Perera montó la espada estaba claro que la faena era de una oreja por su erróneo empecinamiento, pero los pañuelos y el presidente decidieron lo contrario.

Ese toro fue el verdadero triunfador de la tarde aunque en este momento cuelguen sus carnes en un pincho y pronto se coman su rabo en un estofado. Pero ni los despojos ni una sabrosa salsa harán olvidar que guardaron el alma de un toro bravo, creador de emoción, gozo y belleza.

Hubo más toros de triunfo, pero no hubo toreros. Bueno, hombres de luces, sí, pero el fulgor de sus trajes no transmitieron la claridad de sus corazones.

Finito -casi 28 años ya de alternativa- enseñó pronto sus credenciales. Vino a ‘verlas venir’; que quiere decir a esperar un toro de carril que le permitiera expresar lo mucho, que, supuestamente, lleva dentro. De buena condición fue su primero, pero el torero se perdió en probaturas y precauciones, despegado, fuera cacho, vistoso en los adornos y vacío en el toreo. Y ante el cuarto fue un torero a la fuga, afligido y desfigurado.

La plaza recibió con una ovación a Urdiales cuando se rompió el paseíllo, pero el riojano no respondió a las expectativas. Dificultoso pareció su primero en sus manos y la labor fue altamente monótona; el quinto levantaba la cara y el torero escondió su alma hasta más ver.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Perera y las tontas del Santo

El Rey en los toros, y los políticos en la pradera. Entró Don Juan Carlos en la plaza de Madrid con el lento señorío de los siglos. Una ola de aplausos agradecidos por tanto recorrió los tendidos. Por el caminito que va a la Ermita se quedaron los políticos pidiendo votos y abolición taurina unos y reclamando cariño y clemencia otros. La Carmena besaba niños con la ternura de sus magdalenas: pobres críos. A la corrida del Santo Patrón sólo acudieron las derechas, para disgusto de los tabarrones de la letanía de no politizar la Tauromaquia (sólo en caso de defensa diestra).

La otra ovación, que no la primera, sonó intensa para Diego Urdiales. En recuerdo del otoño de gloria y resurrección. Urdiales la compartió, ya apurada, con Finito de Córdoba y Miguel Ángel Perera. Que completaron el cartel de “no hay billetes”.

De Fuente Ymbro saltaron los toros a despejar el ruedo ante el asombro del Rey. Que ya sabía de sus éxitos en Valencia y Sevilla. Pero las bazas iniciales de Ricardo Gallardo renegaban de la fama reciente. Tanto, que Finito y Diego pasaron de ofrendarlas al Monarca. Perera lo vio claro, nítido, cristalino: Pijotero merecía ser ofrecido a la realeza y al cielo protector. La calidad suave de su son, su humillación y fijeza prometían repescar la corrida del sumidero al que apuntaba y al que a la postre fue. Y apostó por medir en el caballo todo aquello. Que no se sustentaba precisamente en un poder sobrado. Las fuerzas precisas, más bien.

Miguel Ángel Perera entendió perfectamente la distancia generosa: Pijotero galopaba esos metros luciendo sus perchas al viento, las líneas exactas de sus cinco años, y el alegre tranco de la bravura. Que descolgaba, ¡y cómo!, en la jurisdicción del firme torero. Y allí la velocidad del galope sereno se reducía por abajo. En frondosas series de derechazos de cinco o seis ligados y el obligado de pecho. Fueron tres tandas macizas y puede que demasiado exigentes: a veces el toro aflojaba y perdía las manos en el embroque del mando mayúsculo de MAP. Un pase de las flores, dos de pecho, uno mirando al tendido. Al notabilísimo fuenteymbro le faltó aliento y entrega, el mismo viaje gigantesco, por el más rácano pitón izquierdo: el bramido de la plaza cesó en los naturales incompletos de Perera. Que remontó en una ronda rendonda, casi esférica, diría. Y otra vez el incendio y las llamas, el ajetreo y la felicidad. Contó el matador con la virtud otras veces olvidada de interpretar el momento idóneo de la muerte: el toro de Gallardo la pedía. Y la faena también. Costó cuadrarlo. Escarbaba con la cara entre las manos -no fue la única vez- y se descomponía de los cuartos traseros. Después de varias vueltas y probaturas en las distintas suertes, Miguel Ángel encaró ligero la mínima posiblidad igualada. Y hundió la estocada. La locura se desató hasta más allá de la oreja. Día del Santo, día de isidros. El mayor de todos los isidros se sentaba este miércoles en el palco presidencial: Don Gonzalo Villa. Pues Villa entregó las orejas y abrió la Puerta Grande como quien regala rosquillas tontas del Santo. Como Carmena besando niños en la pradera. Y el Rey le devolvió al premiado la montera con el obsequio, otro, de protocolo.

La cosa es que Perera iba a disfrutar de la sexta Puerta Grande de su carrera por laxa flojera presidencial. Que tendrá efecto rebote en la feria. Un trofeo hubiera apuntalado el engranaje ya recuperado en Sevilla. El exceso perjudica: su ruido incluso arrollará injustamente la notable faena.

El último no valió para compensar con su manifiesta ausencia de fortaleza. Apuntaba buena condición pero no podía con la penca del rabo. Curro Javier alardeó con los palos. Como antes Javier Ambel. Perera insistió en vano.

Finito y Urdiales carecieron de lote y opciones entre algún chispazo de su corte. Y ya. La corrida reflejó el anuncio de Gallardo: venía abierta de sementales. Y en verdad no se pareció ningún toro a otro. Alguno como el cuarto fuera de lógica y hechuras. Un conjunto con más seriedad que armonía.También en los movimientos. El sexteto se alejó considerablemente de la excelencia de Valencia y Sevilla.

A Perera lo portaron a hombros hasta la furgoneta. Como un trámite sin fulgor que había que cumplir. Detrás tronaba una bronca bíblica contra el palco.

Las claves de Moncholi

madrid_150519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:18 (editor externo)