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Plaza de Toros de Las Ventas

Sábado, 15 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Victoriano del Río – desiguales de juego, los mejores segundo y quinto – (deslucido el primero, con franqueza el segundo, a menos el tercero, descastado el cuarto, con calidad y acometividad el quinto y destacado el sexto)

Diestros:

Sebastian Castella: de negro y oro (silencio en ambos),

Paco Ureña: de sangre de toro y oro (vuelta al ruedo tras petición y dos orejas tras aviso)

Andres Roca Rey: de catafalco y oro (silencio en ambos).

Parte médico de Paco Ureña: “Contusión parrilla costal izquierda con posible fractura. Contusión escápula izquierda, pendiente de estudio radiológico. Pronóstico reservado, bajo su responsabilidad decide continuar la lidia. Fdo. Dr. D. Máximo García Leirado“.

Entrada: lleno de “no hay billetes” (23.624 espectadores)

Incidencias:

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-15-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1139993845884698625

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista Benévola puerta grande a Ureña

Dos orejas paseó del bravo “Asustado” de Victoriano del Río, tras una faena breve y con el público entregado. Antes sufrió una dura voltereta del segundo con una contusión costal. De vacío Castella y Roca Rey, ante un desigual encierro.

Paco Ureña, salió a hombros por primera vez en su carrera de la plaza de toros de Las Ventas en la corrida de la Cultura. Dos orejas benévolas, ante un público entregado de principio a fin. Su tarde comenzó a revienta calderas con el segundo, ante el que dio una vuelta al ruedo en una faena emocionante sobre todo en el primer tercio donde se picó con Roca Rey en quites. El toro fue a menos en la muleta, pero el murciano aguantó de lo lindo de lo lindo las tarascadas del Victoriano. Tal es así, que fue volteado de manera dramática con un parte de guerra con posible fractura de costillas. Tras pasaportarlo, entró a la enfermería. El público estuvo con él, dio una vuelta al ruedo tras pedirle la oreja en una faena de cara a la galería más que de merecimiento.

Salió de la enfermería bajo su responsabilidad (así rezaba el parte médico) ante el reconocimiento del público, para lidiar al quinto que se corrió en último lugar. La breve labor aderezada de limpieza fue suficiente para que con una sola tanda en redondo y detalles de cara a la galería – pases por bajo incluido, Madrid bramara. La estocada arriba fue suficiente para que el público le pidiera las dos orejas. El toro tardo en caer pero la puerta grande era ya cuestión de tiempo tras tanto sufrimiento.

La corrida de Victoriano del Río, la salvó el último toro de la tarde y sobre todo el lote de Ureña con muchas posibilidades, no así el de Castella que se marchó de vacío de San Isidro. Fue silenciado en sus dos turnos, tras despachar a un primero sin ninguna transmisión en otra labor plana y larga. Lo intentó sin posibilidades ante el manso cuarto.

Roca Rey tampoco dijo nada ante con dos animales mansos y a la defensiva. Escuchó silencio con el tercero, toro que complicó mucho las cosas de salida al peruano. El toro manseó en exceso y Roca anduvo dispuesto sin material. Con el quinto, hizo una faena en la querencia sin ritmo con detalles sueltos incluidos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El destino recompensa a Ureña

Colgó Roca Rey el séptimo «no hay billetes» en la trigésima tercera tarde de San Isidro. Que cumplía la edad de Cristo bajo el epigrama de Corrida de la Cultura. Fuera de abono, doble mérito. Como la Beneficencia de la new age de Plaza 1. En tres de los siete cartelazos taquilleros, lucía su hierro: RR. Un imán que arrastra una marea humana desbordante por donde pisa con exacta puntualidad. Menos para hacer el paseíllo. Cuando Andrés se retrasa así como por norma o estrategia. Carmen Calvo quizá le preguntó a Victorino en el callejón si salía. La Fundación Toro de Lidia trabaja y se trabaja la seducción del Gobierno socialista en funciones. A la vice se la veía encantada con el speaker. Sebastián Castella y Paco Ureña esperaron pacientemente. Un día arrancarán sin él. «Total», se dirá, «luego les adelanto por todos lados». Pero este sábado no fue así entre la suerte negada y luego birlada, una corrida mansa y desigual, fea y en el límite de todo, su soberbia testaruda y algo espesa, y el rasero doble y veleidoso de Madrid.

Ese acelerón sólo se sintió en el toro de Ureña. Que apuntaba unas condiciones de calidad superior y clase suprema, con su puntito manso y el poder preciso y contado. Roca Rey se apretó en su turno por unas chicuelinas asfixiantes que provocaron la respuesta del lorquino. Había apuestas de 12 a 1 por el capote a la espalda. Pero la sorpresa fue mayúscula con unos delantales de compás abierto y suerte cargada. Una corriente de 220 vatios subió por los tendidos con un calambrazo en las entrañas. La media verónica explotó la delicia del pitón izquierdo. Ardió Madrid en un suspiro. Como en una bocanada de fuego rugió el ole. Superando incluso al que arropó a otra media enroscada de un quite anterior a los vuelos de verónicas sentidas. Ese son marcado también en los lances de salida.

Sonaba un runrún de cosa grande, siempre con la coletilla de «si dura», «si no se raja». Jabateño, obviamente. Que pedía una suavidad extrema después de tanto cuido en el caballo. Paco Ureña no halló ese pulso de principio -¡con lo importante que son los principios!- sentado en el estribo. Y, con la vertical recuperada, las trincheras, trincherillas y desprecios fueron muy bonitos recortes, pero no lo más conveniente. En los mismos medios el aliento del toro de Victoriano del Río de exactas hechuras se sintió lastrado. Ureña le ofreció pronto la mano buena y tres naturales surgieron entre algodones. Vacó el pase de pecho con la sensación de un eco menor. Y una rebañina por el pitón derecho como un aviso: cuando fue abordado, el toro se le venció y el volteretón estremeció la plaza. La sacudida en el aire, como un gancho al costado, por debajo de la chaquetilla, cortó las respiraciones. Y no sólo: en la «parrilla costal» apreció luego el doctor García Padrós posibles fracturas. Sobrepuesto del susto y embadurnado en sangre, la vía de la izquierda se antojó nítida: de tres en tres las perlas zurdas sugerían bellezas aisladas. A Jabateño le pesaba todo. Y el centro de gravedad del platillo también. Al postre de un pinchazo y una estocada caída, se pidió una oreja como las que ganó en tardes anteriores, en ese filo. Esta vez no sucedió y Paco Ureña paseó el ruedo antes de meterse en la enfermería.

Si ya le había robado el protagonismo a Roca Rey -a Sebastián Castella ni digamos con otro lote desfondado y huérfano de poder y bravura-, lo remató a última hora. Cuando regresó del túnel del dolor, se constató que también le había birlado el lote -el más armónico por fuera y por dentro- y la suerte por completo.

Se había corrido turno, y Empanado puso la categoría. Con sus hechuras redondas, con su fondo de bravura tamizada, con su ritmo sostenido. Ureña lo cuajó de nuevo con el capote a la verónica. Como una promesa eterna y siempre incumplida palpitaba la Puerta Grande. Ya, sí, como un presentimiento. A Paco le habían embestido en mayor o menor medida los seis toros de su San Isidro pero ninguno como éste. Y tenía que ser. El prólogo de faena por estatuarios y pases por bajo encendió la mecha. Un crujido de maderos se oyó entonces por el arco de Alcalá. Y se encajó en su mano derecha, acinturado, hundido en su talones. Los pases de pecho de pitón a rabo subían y lanzaban las rondas. Cuando presentó su zurda, su mano de seda, dibujó círculos de fuego a su alrededor. Curvas que morían detrás de la cadera, despatarrado el torero. Que es su manera de sentir.

La faena cobraba un halo desordenado, otra vez, y lento: la embestida de Empanado se ralentizaba tanto en su bondad que, cuando se paró como un reloj sin cuerda en mitad de un muletazo, sólo siguió viendo muleta. Paco Ureña se permitió incluso trazar una serie naturales mirando al tendido. Creo que hubo una más entre tanto grito desgarrado. Como si la fantasía de sacar por fin a hombros a Ureña atropellase la realidad. Detrás latía toda la historia humana de superación.

Como si se hubiese desfondado, el matador de Lorca dio por terminado el éxtasis. O por finalizado el fondo del toro santo y sagrado. Que pudiera ser. Con la espada en la mano, no perdonó. La muerte tardó un siglo, amorcillada contra las tablas. Cuando exhaló el último estertor, la pañolada adquirió tintes bíblicos, el maná cayendo del cielo, el Mar Rojo abierto. El portón de la gloria de par en par, después de tanto llamar. La procesión del triunfo y el sufrimiento. Que tanto ha acompañado a Paco Ureña hasta en los momentos más felices: de la salida a hombros fue directo a la Clínica de la Fraternidad.

ABC

Por Andrés Amorós. En la tarde de Roca, Ureña ha sido el rey en Las Ventas

Lleno de «No hay billetes» y enorme expectación por la última actuación de Andrés Roca Rey pero el que se lleva el gato al agua ha sido Paco Ureña, con el mejor lote. Después de recibir un golpazo en el tórax, quizá con fractura de alguna costilla, corta las orejas al último -uno de los grandes toros de la Feria- y, después de su percance, cumple, al fin, su sueño de abrir esta Puerta Grande. Sin quitarle mérito, hay que reconocer que el público madrileño lo ha «adoptado» totalmente -igual que a Diego Urdiales-, mientras que mide con rigor escrupuloso a Roca Rey y al Juli. Así ha sido siempre esta Plaza. Los toros de Victoriano del Río han dado un juego desigual; varios, justos de fuerzas, mansos y con genio. Los dos de Ureña, excelentes; sobre todo, el último, merecedor de mayor premio: no entiendo por qué no se le ha dado la vuelta al ruedo. Tampoco entiendo que, por un pinchazo, antes de la estocada, no se le haya concedido un trofeo a Ureña, en su primero. Si vemos cómo está la política nacional, no es extraño que, también en los toros, falte criterio.

Después de varias jornadas emocionantes, el nivel de interés de la Feria había bajado mucho esta última semana, con toros mansos y carteles mediocres. Felizmente, la Feria concluye «en punta», como una sinfonía romántica, con la presencia de los jóvenes que, ahora mismo, más interés suscitan: el sábado, Roca Rey; el domingo, Pablo Aguado. En términos valencianos, una verdadera «mascletá».

El ingenio de Simón Casas ha bautizado a ésta como la «Corrida de la Cultura»; supongo que por reunir a un diestro francés con un español y un peruano. En realidad, todas lo son: de la cultura taurina, que es parte importante de la gran cultura española. Todo sea por proclamar una realidad evidente: la dimensión internacional de la Fiesta, aunque, en el mundo entero, se reconozca como seña de identidad de la cultura española. (¿Servirá alguna vez esta dimensión universal de la Fiesta para que se presente a la Unesco la petición de que sea declarada integrante del Patrimonio Cultural Universal? Supongo que no: se podía haber hecho desde la Ley de 1913 y ningún Gobierno, de uno y otro partido, se han atrevido).

Castella no ha llevado una buena Feria, ni con Jandilla ni con Garcigrande. El primero, bien armado, humilla y repite pero flaquea y surgen las protestas. Hacer el poste, por alto, no ayuda a un toro con las fuerzas justas. (Como si a alguien, al que le duele la espalda, le hacen que coja algo de un estante alto). En esa serie se ha dejado sus pocas fuerzas: se cae y se para. Muy en corto, el trasteo resulta anodino y le tropieza el engaño. Aunque logre algunos muletazos suaves, alargar esta faena no tiene sentido. Cuando va a entrar a matar, se escucha un sabio consejo: «¡Mátalo!» Le hace caso pero a la segunda y trasero. En el cuarto, después de las inevitables chicuelinas, el toro hace hilo, en banderillas; se mueve, repite, puntea la muleta. El voluntarioso trasteo no cuaja y acaba impacientando, cuando el toro se raja a tablas. (Cañabate hablaba de los toreros que «nos muelen a muletazos»). Mata mal.

Paco Ureña ha demostrado estar totalmente recuperado de su percance, en lo físico y en lo anímico: cortó una oreja de un toro de Juan Pedro y otra de un Alcurrucén. Ha tenido suerte con los toros pero la ha aprovechado. Juega bien los brazos a la verónica en el segundo; se luce el picador Juan Francisco Peña. Recurre Roca Rey a las chicuelinas (¡qué le vamos a hacer!) y casi se lo lleva por delante. Las suaves verónicas y la media abelmontada de Ureña alcanzan más eco. El toro, encastado, transmite emoción. Comienza sentado en el estribo; mejora en la línea clásica: naturales de frente, dando el pecho. En un muletazo, el toro se le queda debajo y lo engancha por el tórax. Todavía consigue naturales suaves. La faena ha conjugado calidad y emoción pero pincha antes de la buena estocada y le niega el Presidente la oreja: no sé por qué. Toda la vida, esa faena era de oreja. Parece, a veces, que algunos Presidentes le tienen miedo a la posible reacción del sector exigente… Ureña pasa a la enfermería, en medio de una gran ovación. Sale para matar al último, bravo en el caballo, bien picado por Pedro Iturralde. Traza suaves verónicas Ureña; brinda a una Plaza que se le ha entregado desde el comienzo, en lo bueno (los trincherazos) y en lo menos bueno (el pase del desdén). El toro embiste con enorme fijeza y clase: una vez más, en esta Feria, un gran sexto toro, «Empanado», ha salvado un encierro regularcito. Ureña logra buenos muletazos, muy a favor de corriente, en una faena breve, y mata bien, escuchando gritos de «¡Torero, torero!» El clamor colectivo exige las dos orejas. (Yo le hubiera dado una oreja en cada toro). Ha debido darse la vuelta al ruedo al gran toro.

Todos los focos se concentran, por supuesto, en Andrés Roca Rey, la estrella del momento. Sobreponiéndose a una voltereta, triunfó rotundamente con un gran toro de Parladé y superó la prueba de lidiar los toros de Adolfo Martín. Si alguno sigue negándole el pan y la sal, es porque eso siempre les ha sucedido a las primeras figuras. (Recuerdo muy bien cuando algunos «exigentes» se quejaban de la repetición del cartel de Diego Puerta, Paco Camino y El Viti, que hoy tanto añoramos). El tercero, muy suelto, se va al picador de reserva. Andrés sólo ha podido esbozar unos delantales y renuncia al quite (antes, nunca lo hacía). Está adoptando una parsimonia excesiva en todos los trámites. También empieza haciendo el poste, sin sujetar a un toro huido, y ha de rectificar. El toro humilla, embiste con fiereza, pega tornillazos. Los muletazos mandones tiene emoción pero, muy pronto, el toro se raja. Cuando se lo enrosca a la cintura, sin dejarle irse, la emoción sube pero también le reprochan la colocación. Concluye en tablas, con el toro volviendo al revés, y mata a la segunda, caído. Sin triunfo, ha demostrado su gran capacidad. Por el percance de Ureña, mata el quinto, protestado de salida por algunos pero abierto de pitones y astifino, muy suelto. También renuncia Roca al quite (si el toro no tiene condiciones para ello, hace bien, pero antes no lo hacía). En banderillas, el toro ya se refugia en tablas y, cuando le saca, vuelve a su querencia. Los suaves muletazos son más que correctos pero el toro transmite poco. Surge la división, típica de esta Plaza, con las primeras figuras. Ha de acabar toreando en tablas, donde el toro quería (la sabia regla de Marcial). Muestra de nuevo su gran técnica pero el toro no dice nada, no cabe faena lucida, y vuelva a fallar, con la espada.

Quizá lleva rota una costilla Paco Ureña pero sale feliz, a hombros, soportando la paliza muy exagerada que ahora es habitual: en la tarde prevista de Andrés Roca , él ha sido el rey.

La Razón

Por Patricia Navarro. Paco, “tú eres el toreo”

El gallo de pelea venido del Perú cerraba su San Isidro. Tres de tres. Dejaba atrás una Puerta Grande apoteósica y una faena al toro de Adolfo en la tarde X y a la hora Y que si no hubiera sido por la espada le hubieran llevado en volandas. Volvía Andrés Roca Rey. Y a su vez, al unísono un llenazo de “no hay billetes” para despedirse de Madrid por San Isidro. Pero el gallo de pelea no vino solo. Paco Ureña revolucionó todo como un huracán. Una tormenta de emociones que nos sobrecogió, impactó y acabó por llenar de la más absoluta felicidad. A secas. Hasta el desquicie. Tan frenético ese torbellino de verdad, de toreo, de lentitud que resoplábamos, como quien intenta ajustarse a la realidad mientras la realidad te hace volar. Soñémoslo.

Había movido Paco las muñecas a la perfección en el saludo de capa al primero. Fue ahí su primer “aquí estoy yo” y como si hubiera sembrado ese imán sobre él del que ya nunca jamás pudimos ni quisimos desprendernos. A aquellas verónicas de recibo les siguió una media belmontina de morirte ahí mismo. Quitó Roca en su turno, a la chicuelina y replicó Ureña, porque era su tarde, aunque todavía no lo sabíamos. Saborazo tuvieron los delantales con el compás abierto, aunque el embrujo llegó en la media de nuevo, arrebujada, prieta, a la cadera, al infinito. Honor a los toreros buenos. De lleno en la tarde habíamos entrado. Pero el toro no lo sirvió en bandeja, más bien nos asfixió la energía, la buena, porque en la irregularidad de sus viajes había peligro. Una vez pasaba y al otro recortaba y en medio de esto, ocurrió aquello que pudo acabar en tragedia. El toro se le fue directo. Y en el camino recto encontró a un torero cabal y honesto que le entregó el pecho. Pánico en el tendido. No podía ser. No debía ser. Se recompuso. Ni un atisbo de lo que la verdad escondía bajo el vestido de torear. Siguió por el pitón zurdo, por donde había sido prendido. Sin mirarse, sin echar el paso atrás, sin dudar, entero, íntegro y torero. Todos los muletazos por ese mismo pitón donde vivió el infierno. Hay detalles que subliman la tauromaquia.

La espada no quiso y el premio fue una vuelta al ruedo gloriosa. Unánime. Abandonó la plaza después camino de la enfermería. Y no salió. No salía. En su turno el quinto, se corrió el lugar y avanzó posiciones Roca Rey. Con las costillas lesionadas, infiltrado y bajo su responsabilidad regresó para torear el sexto. La justicia divina y el toreo grandioso de Ureña hizo el resto para convertirse en la faena más emocionante, de las que se te pegan a las paredes del estómago, te retuercen y te parten en dos. Le salió todo. Desde los comienzos. La plenitud que lleva persiguiendo años se hizo verdad aquí y ahora. En Madrid con el sexto. Soberbio el comienzo y un recital de toreo después. Primero por el pitón diestro, que era por donde más viajaba el toro de noble condición y con una cadencia y un tiempo inverosímil al natural, y eso que le costaba más al animal. Los ayudados del final… Ureña, después de su invierno más duro, de la cornada de Albacete donde perdió un ojo, Paco regresaba a Madrid para bordar el toreo y cosernos las emociones a los 24.000 que estábamos allí hasta dejarnos hermanados.

La espada fue y todos detrás. “Torero, torero” desde el tendido. Vítores. Grandeza. Al toro le costó caer, porque la espada estaba un punto contraria. Se alargó el tiempo, no la intensidad de lo gozado. Las dos orejas, la puerta grande, era todo para él. Se agolpó la multitud, tremenda multitud, en la Puerta Grande y le destrozaron en esa salida a hombros. Paco, como bien dijo un compañero de tendido, “tú eres el toreo”. La verdad, la honestidad, el temple, la ligazón, la entrega, el valor sin necesidad de alardes, el sufrimiento que persigue la gloria. Y Ureña se fue de Madrid como el héroe que es. Condecorado.

Arrasó con todo de tal manera que cuesta situarse más allá de él. Roca tuvo que defender su sitio con un exigente tercero, que humillaba, huía y cuando se encelaba hacía hilo con peligro. Fue una faena de poder y le funcionó la cabeza. El rajado quinto le quitó del combate, a pesar de que cumplió con creces las expectativas.

Castella abrió función y estuvo correcto con un primero de buena condición, pero que no viajaba hasta el final. Se alargó mucho con el cuarto, complicado, en una faena de más a menos.

La tarde fue del murciano, Ureña, “Tú eres el toreo”. Y qué grande eres Paco.

El País

Por Antonio Lorca. Grandiosa puerta grande para Ureña

Paco Ureña salió, por fin, a hombros por la puerta grande de Las Ventas tras una doble actuación clamorosa en la que levantó un monumento al toreo por naturales basado en la elegancia, el empaque, la firmeza, la inspiración y una concepción sublime del arte.

Toda la lidia del segundo toro fue una sucesión de exquisiteces de la mano de un torero que se sintió artista de los pies a la cabeza, desnudó su alma y se dejó llevar por el más puro sentimiento, de modo que cautivó a la plaza entera.

La obra comenzó desde que se abrió de capa con cuatro verónicas al hilo de las tablas; después, Juan Francisco Peña lo picó con maestría, midiendo al milímetro el castigo; galopó el toro en banderillas, y, a continuación, se inició una secuencia para el recuerdo.

Ureña hizo un quite en el centro del ruedo de tres verónicas preñadas de empaque, lentísimas, que le salieron del corazón, y una media de escándalo que llevó la emoción a los tendidos. Le siguió Roca Rey con otro por apretadas chicuelinas, y cuando todos creían finalizada la muestra, Ureña volvió al toro y cinceló cuatro delantales de auténtico sueño que culminó con un torerísimo desplante en la cara del toro que hizo que la plaza se viniera abajo.

Cuando citó con la muleta, al toro ya solo le quedaba media vida, entregado en los engaños desde que salió al ruedo. Entendió el torero la calidad del pitón izquierdo, y por ese lado construyó una labor de toreo rebosante de sabor, intermitente eso sí, pero todo un homenaje a la pureza; bien colocado siempre, los naturales nacieron largos, hermosos, de uno en uno ante la creciente oscuridad de su oponente, pero monumentos todos ellos a la grandeza. Solo una vez citó con la mano derecha, el toro se le vino encima, lo encunó y volteó de manera dramática. Y poco después, con los tendidos entusiasmados por la gracia y el empaque del torero murciano, llegó el error del pinchazo que deslució una faena preciosa de principio a fin, de estética sublime y calidad suprema.

Ureña pasó a la enfermería y le tocó el turno a Roca Rey. Las comparaciones son odiosas y en ellas perdió el torero peruano. Se mostró tan decidido como en él es habitual, pero ni sus toros, los dos mansos y rajados, le ayudaron, ni el torero encontró la inspiración. Muleteó al hilo y ventajista y parte de la plaza se lo recriminó con toda la razón.

Una ovación celebró la vuelta al callejón de Paco Ureña, necesitada como estaba la afición de otra porción de buen toreo. Y lo hubo, otra vez, a la verónica clásica. Bien picado, medido de nuevo, por Pedro Iturralde, el toro llegó a la muleta con la nobleza y la fortaleza suficientes para que Ureña dictara otra lección, otro monumento al toreo por naturales, de toreo excelso, de muchos quilates, extraordinaria, que culminó con el triunfo tan esperado del gran torero murciano.

Castella cerró su particular feria con mucha más pena que gloria. Cansado, vulgar, desanimado… cualquiera sabe. Terminó su labor en el quinto y el recuerdo de su paso por la plaza quedó anulado. Era ese segundo un toro rajado o, quizá, aburrido de tantas desgana de su lidiador. Y ante el otro, noble, manejable, repetidor y soso, provocó hastío y desencanto. Hay que ver para creer cómo un torero tan experimentado insiste una y otra vez en un toreo superficial y anodino que más que un intento de lucimiento derivó en una tortura.

Madrid Temporada 2019

madrid_150619.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)