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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

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Jueves 16 de mayo de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río (bien presentados y de desiguales hechuras y juego. Encastado, noble y enclasado el 2º. Manejable aunque a menos el 6º. El resto, sin terminar de romper). Un remiendo de Toros de Cortes (3º, justo de presencia y manejable).

Sebastián Castella. Oreja tras aviso y silencio tras aviso.

José María Manzanares. Saludos en ambos.

Alejandro Talavante. Palmas y saludos tras aviso.

Entrada: Lleno de ‘No hay billetes’.

Crónicas de la prensa: COPE, La Razón, El País, El Mundo, Marca, EFE.

COPE

Por Sixto Naranjo. Paseíllo en lila, oreja en sangre y oro

Madrid. Bochorno. Cartel de ‘No hay billetes’ y Las Ventas a reventar. Castella, a reivindicarse. Manzanares, el deseado. Talavante, siempre en su Madrid. El no va más, vamos.

Y quien más se jugaba tras un gris paso por Sevilla, Sebastián Castella, consciente de su responsabilidad, salió triunfante del envite. El galo tiño de hombría su terno lila y oro para salir de Las Ventas con una oreja en su esportón y el reconocimiento de un público que valoró su entrega y su sangre derramada.

Oreja que llegó en el toro que abrió plaza, un animal con movilidad pero de informal embestida. En los medios, ajeno al viento que soplaba, Castella le planteó batalla. Por alto, el bruto no obedeció por el derecho. Se venció, el aire dejó descubierto al torero y llegó la cornada. Tremenda paliza y el torero que se levantó con la sangre brotando de la ingle. Faena de torero macho. De intentar dominar por la zurda a pesar del Dios Eolo. Volvió al derecho, el pitón de la cornada, para desgranar una tanda muy lograda por mandona. Hubo bragueta y amor propio de un Castella que rubricó su obra de un contundente espadazo. Sin mirarse la herida, la oreja cayó y fue paseada sin ojear de reojo siquiera la puerta de la enfermería cuando pasó por ella.

Siguió en el ruedo Castella hasta pasaportar al cuarto, basto de conformación. Toro de inercia en su embestida cuando había cite en largo y descompuesto y protestón en la distancia corta. El de Beziers no apretó de comienzo. Tres, lo sumo cuatro, y el pecho. Siempre reponiendo, llegó una achuchón tras un desarme. Meritorio Castella consciente de lo que se jugaba pasaportó a su oponente para sólo ahí enfilar el camino de la enfemería.

Gustó y mucho la actitud de Talavante toda la tarde. Tarde de dolor para el extremeño por la reciente muerto de su abuelo. De luto y plata el terno y el primer brindis al cielo. El de Toros de Cortés, justito de todo, no tuvo finales. El extremeño estuvo muy templado, intentando hacer todo por abajo pero el toro no respondió.

Talavante salió a por todas en el sexto. Preciosas y toreras las verónicas a pies juntos. Continuó en un quite por delantales ligados a dos verónicas de manos bajas pero el toro dijo nones tras el tercio de banderillas. Aún asi, el inicio por estatuarios, un pase cambiado por la espada y una trincherilla hizo estallar a la plaza. Después nunca quiso seguir el de Victoriano la muleta de Talavante por derecho, viniéndose abajo todo. Tampoco estuvo fino con el acero, dejando una estocada haciendo guardia.

Manzanares llegaba a Madrid por segundo año consecutivo como triunfador absoluto de Sevilla. Pero si el año pasado saldaba su primer paso por el ciclo isidril con su primera Puerta Grande, esta vez no ha terminado de rematar una faena a un buen toro de Victoriano del Río. Fue el segundo, un animal que cantó su encastada condición de salida, que se deslizó con nobleza y clase en un capote de Manzanares del que surgieron varias verónicas de buen aire. Pero en la muleta fue otro cantar. Madrid no perdona el alivio, y pese a que hubo ligazón y empaque en las primeras tandas a derechas, se echó en falta más compromiso en los embroques de Manzanares. Y por el izquierdo, el alicantino no terminó de dar el paso adelante que merecía el toro. Cite por fuera y pierna atrasada. La faena decayó en eco e intensidad y la estocada, en la suerte de recibir, entró en dos tiempos. Premio menor la ovación que saludó Manzanares.

Al quinto le dejó crudo en varas, cuestión que ayudó para que el toro no aplacase una brusquedad que fue acrecentando según transcurrió su lidia. Manzanares mejoró su imagen, se la jugó y tragó en una faena de valor. Aguantó parones siempre a mitad de las tandas, con el toro sin querer seguir las telas del alicantino. El volapié, algo caído, puso broche a su actuación.

El País

Por Antonio Lorca. El toreo es un sueño

La fiesta de los toros puede llegar a ser el espectáculo total, por la ilusión que motiva, por su colorido y sonidos, y por los destellos, las vibraciones y el asombro que puede provocar. El toreo es un sueño porque te puede hacer levitar, imaginar y extasiarte ante lo que ves y, sobre todo, ante lo que imaginas. El toreo puede llegar a ser un gozo, una inspiración, un brote de genialidad. Y también un pestiño, claro está.

Pero ayer fue un sueño, incluida una pesadilla, y un despertar desabrido y vuelta a la dulce imaginación después.

El sobresalto fue de esos que te hacen creer que te caes de la cama, inesperada y sorpresivamente, cuando todo está en calma, y parece dispuesto para el disfrute. Acababa Sebastián Castella de comenzar su faena de muleta al primero de la tarde. Hacía viento y volvió a la barrera para empapar de agua la muleta. Acudió a los medios y citó de largo al toro con la mano derecha, y acudió presto a la llamada. En esa décima de segundo imperceptible para los humanos, el animal vio cuerpo, cambió su trayectoria y atropelló al torero con un topetazo descomunal que dolió en el alma de toda plaza. Castella cayó al suelo, y fue pisoteado y buscado con saña sin éxito. Quedó el hombre desmadejado, boca abajo, en la arena, y cuando consiguieron erguirlo no podía mantenerse en pie por el tremendo dolor que debió producirle el cruel encontronazo. Fue una caída de la cama con todo el equipo, un despertar imprevisto, pero pudo contarlo. De hecho, no parecía llevar cornada y solo momentos después un hilo de sangre surgió de la ingle derecha, y los médicos diagnosticaron más tarde (el torero no pasó a la enfermería hasta que mató el cuarto) una herida en el tercio superior del muslo derecho con una trayectoria de diez centímetros que alcanza el pubis.

Con los tendidos conmocionados por la tremenda voltereta comenzó el sueño del héroe. Castella se agigantó, tomó la izquierda y aún con gestos de dolor en su rostro trazó naturales de mucho mérito. Hizo gala de un extraordinario pundonor, y volvió a citar al toro con la mano derecha para dibujar un par de muletazos largos y hondos que hicieron brotar la emoción. Mató con encomiable decisión y se le concedió una oreja, que, aunque pueda ser discutible, no se discute en casos así porque solo un héroe sigue en el ruedo tras un atropello de tal magnitud.

Llagó después el sueño placentero. Alejada la conmoción, los cuerpos entraron en caja y aparecieron trazos de belleza en el horizonte. Se había hecho presente José María Manzanares, la elegancia vestida de luces, el torero inspirado, dibujó tres verónicas excelentes, templadísimas, trazadas con la misma cintura y rematadas con una larga personalísima. Salió suelto el toro en el caballo, y Talavante contribuyó al sueño con un quite por ceñidas gaoneras. Se lució Curro Javier con las banderillas, como ya es habitual, y comenzó la faena de muleta.

Pssss… Silencio. Se torea…

Tres derechazos que fueron circulares casi completos, un monumento al temple y a la recreación artística, cerrados con un largo pase de pecho. ¡Oh…! Otros tres más, y un cambio de manos largo, y lento, lento, para deleite de todos los corazones. ¿La plaza? Enloquecida, porque no era para menos.

El torero toma la muleta con izquierda, estudia la mirada del toro, la escudriña y torea; pero se rompió el encanto sin saber por qué. Bajó el tono por culpa del toro o el torero, qué más da… Volvió al pitón derecho, excepcional, y tornó el empaque, la dulzura, la gracia. Pero ya nada fue igual. Hubo protestas de algún sector y voló el encanto. Quizá, porque la faena fue de más a menos. Pero el sueño, mientras duró, fue primoroso. Por cierto, ese toro moderno, guapo, bondadoso y nobilísimo, mereció los honores de una cerrada ovación en el arrastre.

Con Talavante en su primero no hubo dicha. Brindó a su abuelo materno, recientemente fallecido, y no se entendió con ese toro, noble y poco codicioso, al que pasó perfilero, superficial y ayuno de hondura. Algo así ocurrió en el cuarto, segundo de Castella, el más bravo en el caballo y soso en el tercio final. Fue entonces el Castella vulgar, a excepción de los estatuarios iniciales.

Y, después, el valor sereno e inteligente, el que puso de manifiesto Manzanares ante el quinto, dificultoso en su embestida, que miraba y remiraba la taleguilla del diestro, impávido y firme ante las intenciones de su oponente. No hubo faena artística, pero sí una demostración de técnica torera, y un estoconazo final que valió una merecida salida al tercio.

Quedaba el final antes del despertar. Unas verónicas con las manos muy bajas de Talavante fueron el plástico preludio de un torero con cara de lidiador antiguo y maneras de artista de hondo sentimiento. La faena no levantó el vuelo por el escaso recorrido del animal, pero había comenzado con unos estatuarios elegantísimos, seguidos de un pase por la espalda y dos pases de pecho de bella factura.

Llega la hora de despertar. Algunos malos recuerdos revolotean: el atropello de Castella y el toreo perfilero y vulgar de los tres toreros en distintos momentos. Pero nadie dijo que esta fuera la obra total, pero sí el espectáculo que te permite, como ayer, soñar y disfrutar.

La Razón

Por Patricia Navarro. Épica y ética de Castella

Castella nos puso el corazón a mil. Y era demasiado pronto para tirar de lexatín el resto de la tarde. Al primer toro de Victoriano del Río le plantó cara con la derecha, más allá del tercio, camino del centro del redondel. En el primer cite, en la distancia larga, galopó el toro, fuerza bruta todavía e hizo caso omiso al cite, como si no fuera la cosa con él. Más sabroso fue coger al torero. Le enganchó por la ingle y el golpe resultó brutal. Se quedó en el suelo tirado, inmóvil, esa sacudida tiene que desmembrarte músculo a músculo. Fuera el toro se levantó, dolorido y presumimos que herido cuando la sangre empezó a brotar por el muslo, más bien ingle derecha. Cojeaba Castella. Ninguna otra señal en el horizonte. Tuvo casta el toro y por no regalar no daba paso en falso. Castella tejió faena por el pitón zurdo en el mismo centro, donde pidió a un banderillero que se lo llevara. La emoción se palpaba, la incertidumbre sobre la herida, la épica de un torero que se mantiene en la pelea. Una hazaña inalcanzable para el común de los mortales. Cuando volvió a ponerse por el pitón que le había herido, el diestro cosió los tres o cuatro muletazos más importantes. Metió el toro la cara, con continuidad, y explosionó el público. La estocada fue una escultura en sí misma, se tiró tan de verdad y prendió arriba, que la gente se dio cuenta y entró de lleno. Paseó un trofeo. Y la sorpresa fue que no se encaminó a la enfermería. Y el de arriba lo quiso así, para obrar el milagro de la tarde y hacerle un quite providencial, del que no se paga con una fortuna, a Curro Javier. Había apurado tanto el banderillero de Manzanares que el toro apretó y a punto estuvo de cogerlo en tablas. Ese capote de Castella cayó del cielo. Tenía la puerta grande entornada el torero francés en la plaza donde tuvo patria. Por estatuarios comenzó la faena al cuarto, algunos despachados en espacio inverosímil. Humillaba el toro y hacía hilo. Una cosa complicaba a la otra. Castella esta vez volvió a poner todo el pundonor en escena, a pesar de que los naturales le salieran tropezados, a pesar de que se fuera larga la faena. Muerto el toro, pasó por la enfermería. El gesto bien merecía una ovación, más allá si cabe de lo que hubiera pasado en el ruedo. Calló Madrid. Silenció uno de los gestos que hacen inmenso al toreo. Decepcionante.

José María Manzanares toreó en primer lugar un toro notable, que se desplazó con nobleza, aunque le faltó acabar de descolgar. Vivimos unos primeros momentos de despegue. Eso creímos. Metió Manzanares al público en la faena con toreo aterciopelado, envuelto de esa torería que le es tan propia. Se puso al hilo al natural y un sector del público empezó a pitar. Olía a boicot. Sentimos cómo la faena iba perdiendo ilusión entre el desconcierto. El sobre esfuerzo para mentalizarse, abstraerse, llegaba hasta el tendido. Dejó pases bonitos pero sin cuajar faena. Entró a matar recibiendo y hundió la espada en esa primera ocasión pero en dos tiempos. También se le pitó. Y siguieron en el quinto, con un zambombo que se coló sin pudor por la derecha. Si no se quita dos cuartas, le hiere. Fue a peor el Victoriano del Río, y con muy mal talante, hacía una radiografía al torero antes de tomar el engaño. Una barbaridad. Manzanares tiró de valor y se pegó un arrimón sincero, de tragar en silencio, sin provocar llegar al tendido con fuerza. Poco a poco, trago a trago, esfuerzo a esfuerzo. «Guasón», ya es casualidad, tuvo guasa para regalar. Y Manzanares dio la cara, con el pecho por delante y sin taparse.

Alejandro Talavante se vistió de negro y plata por el luto de su abuelo recién fallecido. Y anduvo pletórico en ese sexto toro, que no tenía final, que no remataba, que se rebrincaba al paso. Se encajó Talavante, tiró de improvisación y cuando el camino era angosto, se dio un arrimón de figura importante. Personalidad y profundidad. En las manoletinas que ponían fin, se salvó también de milagro. El manejable y soso tercero le puso difícil transmitir al tendido. Aun así, estuvo bien el extremeño. Hubo espectáculo y emoción con una corrida que fue a menos y tres figuras a más. Épico Castella, valiente Manzanares, profundo Talavante. Insípido Madrid, por momentos, en ocasiones… Frío polar a 30 grados.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Castella, herido, corta una oreja en la tarde estrella

Nada más empezar la corrida, según se fue a los medios Castella, tras un inicio de faena de muleta a media altura, citó en largo al toro de Victoriano del Río. En el galope se le venció. En bruto y en seco al cuerpo. Ni tiempo a la reacción. Se lo llevó por delante. Certero el derrote por el derecho. La ingle perforada. O algo más abajo.

Quedó tendido el francés. Las cuadrillas salieron al ruedo. También Manzanares. Sin capote. Al quite supuesto. Se recuperó Castella. La sangre manando. La izquierda puesta y la ayuda contra el viento. Cuatro series de enorme mérito y largura. Increíble el esfuerzo. Vuelta a la derecha hiriente, los muletazos largos. El toro más parado y aguante. Faena larga a pesar de todo. Espadazo en todo lo alto. Tremendo. Qué verdad y qué emoción. Oreja a sangre y temple. Hablemos de la ética y el valor del toreo.

El segundo de Victoriano del Río era el único cinqueño de la corrida. 'Jubilada' se llamaba. Un toro que desde que cogió la bamba del capote de Manzanares demostró su calidad. Empaque en las verónicas de amplio vuelo. Dos puyazos de justa medida. Y un quite de gaoneras no del todo limpias de Talavante.

José María Manzanares sobre la mano derecha de 'Jubilada' no lo soltó en la ligazón de noria. Pero sí en una espléndida tanda siguiente. Salvo por el último muletazo por alto que es un aleteo antes de empalmar el de pecho. Coreaba la plaza el runrún de que había cosa. No la hubo. Manzanares periférico y estético desenmascaró su actitud con la mano izquierda, hacia afuera y sin compromiso alguno. Sin reunión. Madrid no camela coles de Bruselas. De ahí en adelante, aunque el toro siguió con una calidad excepcional el pulso y el empuje del público fueron otros. Aquello no llegaba por falta de pureza y exceso de técnica, pese al excelso cambio de mano. La estocada en la suerte de recibir fue en dos tiempos y muy defectuosa terminó de enfriar el ambiente. Saludos en un toro de dos orejas…

Talavante brindó al cielo la muerte de su abuelo. El toro de Toro de Cortés no era mucha cosa. Más bien anovillado de expresión. La faena de Alejandro de Extremadura tuvo el punto de frescura lo que le duró el mismo al toro. Un codilleo a veces excesivo sobre la mano derecha. Pero por abajo todo. La embestida no aguantó tanto. Una trincherilla de desahogo final. Y regular con la espada.

El cuarto era un toro bastorro de todo. De cuerpo y cara. Castella seguía ahí, sin meterse a la enfermería. Le faltó, con todo el reconocimiento a su estar, picardía. Porque si va para dentro y sale se cae la plaza. Pero se mantuvo de verdad sin vender cuentos. La embestida del toro era muy pegajosa, sin irse del segundo muslo. Lo tenía siempre tan encima que surgió un revolcón más que voltereta. Castella, por encima de todo, incluso del tiempo excesivo que estuvo en la cara del toro, lo que estuvo fue en figura. Con un par. Muerto el toro de estocada pasada y desprendida, pasó a la enfermería.

Tragó Manzanares los parones del recortado quinto. En el tercer muletazo de le paraba debajo de la suerte. Valeroso Manzanares ante los avisos. A veces a la pala. El espadazo final, algo rinconero, puso el punto final. Talavante estuvo espléndido con el capote a pies juntos a la salida del sexto. Por las espinillas los lances. Torero el recorte. Y un quite de delantales y una media arrebujada. Muy sueltas las muñecas, y las carnes del toro: 570 decía la tablilla…

El inicio de faena de Talavante fue monumental. Por estatuarios pero más allá. De pronto, le cambió el viaje por la espalda. Y soltó la izquierda. Ole. A muñeca pura. Pero la mano derecha de Talavante no es como la zurda. El toro, de todas maneras, se vino muy abajo.

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Impresiona Castella, que mata a sus toros herido, pero el toreo fue Talavante

De Castella hay que ponderar su emocionante actitud de permanecer en el ruedo estando herido a la altura de la ingle, por donde sangraba. No se sabía el alcance de la cornada y eso condicionó al tendido a la hora de pedir la oreja que finalmente paseó.

El toro, encastado. Al quedar Castella descubierto por el viento en el primer cite con la muleta, se lo llevó por delante. Topetazo y cornada.

Castella siguió, con pases de poco poso mientras el animal se queda cada vez más corto, hasta que surgió una tanda a derechas de mucho relajo y hondura. El amor propio dio resultado. La figura muy encajada, el movimiento de la muleta se hizo una suave brisa para acariciar la embestida, ahora más ahormada. El toro, definitivamente dominado. Y Castella se sintió muy seguro, muy a gusto, en las cercanías. Pero con el animal cada vez más parado la faena entró otra vez en la cuesta abajo. La oreja que le dieron tiene mucho que ver con la sangre en la taleguilla. Meritorio el trasteo al cuarto, sin haber ido todavía a los médicos. El toro, correoso, no dio facilidades, y Castella, que intentó cortarle el viaje para meterse en las cercanías, no terminó de encontrarle la medida.

El primero de Manzanares tuvo un pitón derecho muy potable y hubo un par de series por ahí que encandilaron, por limpieza y temple. Sin embargo, faltó ajuste, y tampoco hubo continuidad. En el quinto anduvo perfilero, otra vez fuera del toro, dejando abierta “la ventana” por donde se le llegó a colar varias veces. La plaza estuvo mucho con él, pero “el 7”, el tendido critico de la plaza, se lo censuró.

Talavante hizo lo más destacado, aunque el eco no fue tanto. Le faltó toro para que su primera faena se instalara en el triunfo como hubiera correspondido a la gracia alada del toreo fundamental, en trazo inmaculado y curvilíneo, y en sucesión de pases perfectamente hilvanados. Faltó también la rúbrica de la espada.

En el sexto toreó de maravilla con el capote a la verónica y en un quite por delantales y chicuelinas. Primoroso principio de faena con dos estatuarios, ligados al de pecho, uno de la firma y el remate con una trinchera, todo sin enmendarse.

Parecía que iba a ser por fin, pero el toro empezó a quedarse cada vez más corto y faltó limpieza. Eso si, se arrimó una barbaridad. Valiente, muy encima. Incluso las manoletinas, escalofriantes. Otra vez con la espada, todo al traste.

Marca

Por Carlos Ilián. Cogida de Sebastián Castella

La alergia que Madrid les produce a las figuras de esta época deja sus actuaciones en el mínimo de tardes a lo largo de la temporada. A pesar de los ochenta festejos que se celebran en esta plaza de marzo a octubre. Pero ellos no aparecen por aqui más de dos veces y en ocasiones ni una sola. Que diferencia con los de antes. Que diferencia de actitud y de torería con un Paco Camino o un Santiago Martín “El Viti” que llegaron a anunciarse ¡nueve tardes! en un San Isidro, cuando este feria apenas sumaba 16 festejos. Ahora apenas se dejan ver un ratito y de ahí que cuando se anuncia un cartelito apañado la gente acude como si se tratara de un acontecimiento excepcional.

Castella, Manzanares y Talavante pusieron el “no hay billetes”. Del ambiente se contagia hasta el palco al cual le afecta un cierto aire paleto. Como hay figuras se lleva la corrida de otra manera, con criterio cateto. Por ejemplo, esperar a que se luzcan con el capote antes de ordenar la entrada de los picadores. En las demás tardes, las de menos fuste, en cuanto ´se ha fijado levemente se saca el pañuelo para que suenen los clarines. Hay que ver al señor Muñoz Infante, que el otro día le negó una oreja de ley a Eduardo Gallo, como es de complaciente con las figuras.

Era tarde de clavel y todo parecía encaminado al triunfo. Y ese triunfo lo tuvo muy cerca Sebastián Castella que salió por todas. Necesitaba un triunfo en Madrid después de su gris y pobrísima actuación en la feria de Sevilla. De entrada citó de largo sobre la mano derecha y el toro se coló, empitonándole de lleno. Castella se levantó y a pesar de que llevaba una herida tuvo el carácter y la fuerza para ligarle al toro una faena templada, muy seria, sin alardes y sin ventajismos.Todo lo que hizo el francés llevaba la marca del toreo macizo, sometiendo por bajo, especialmente en los naturales. Y para rematar se volcó sobre el morrillo en un volapié formidable que tiró sin puntilla al buen toro de Victoriano del Río.

Castella aguantó firme hasta la lidia de su segundo toro. Buscaba la puerta grande pues ya había cortado una oreja. Pero el toró desarrolló mal estilo, sin emplearse nunca. La faena resultó larga e inútil. La tarde ya estaba de capa caída porque Manzanares en su primero, a pesar de estirarse en los derechazos sin cargar la suerte, no se aclaró en el toreo al natural. Y enfrente tuvo el toro con más clase de la corrida, al que mató barranando pero con habilidad. El quinto le puso a prueba porque rebañaba por bajo en el segundo muletazo. Manzanares tragó de lo lindo. Una faena sincera.

Talavante se empleó mucho con el capote tirando de variedad. Sin embargo en su primero nada pudo sacar en limpio porque el impresentable animalito no tenía un gramo de fuerza. El sexto, muy descastado, sin calidad ninguna, apenas le permitió unos cuantos muletazos de cierta entidad, pero el toreo de Talavante necesita un toro que se emplee con codicia y tenga una embestida larga. Y no se lo encontró.


©Imagen: Castella tras matar al toro que le hirió en la ingle. | EFE

Madrid Temporada 2012.

madrid_170512.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)