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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 17 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Tajo y La Reina (3º y 4º) (2º bis Torrealta y 4º bis Montealto) - de buenas hechuras pero descastados e inválidos en su mayoría a excepción de la movilidad del sexto - (parado el primero, de poco juego el segundo, descastado el tercero, deslucido el cuarto, imposible el quinto y con transmisión el sexto)

Diestros:

Joselito Adame: de gris plomo y oro (silencio y pitos)

Román: de gris plomo y oro (vuelta al ruedo tras petición tras aviso y silencio tras aviso)

Álvaro Lorenzo: de maquillaje y oro (silencio tras aviso y ovación con saludos).

Entrada: más de dos tercios de plaza en tarde fresca y nubosa, 17.344 espectadores.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-17-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1129487597502377985

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Actitud de Román, vuelta al ruedo en Madrid

El Valenciano se llevó la tarde, tras una fulgurante faena al sobrero de Torrealta. Álvaro Lorenzo, destacó con el sexto ante una desrazada corrida de El Tajo y La Reina. Joselito Adame fue silenciado frente a un lote sin opciones.

Román brindó una tarde en torero. Y es que con la fuerza arrolladora que le caracteriza, puso la cordura y la sensatez en la cuarta de abono, pudiendo haber paseado una oreja de no ser por el Presidente (el miércoles le otorgaron de par en par la puerta grande a Miguel Ángel Perera, por una faena en la larga distancia que debió de ser de un solo apéndice), de un gran toro de Torrealta (segundo bis), tras devolverse el titular de El Tajo.

A revienta calderas comenzó la tarde el valenciano. Por estatuarios sostuvo a su primero, al que le pidieron la devolución desde el sector más contestario. Ni por esas Román se amilanó, y no se lo pensó. Como un tren se encallaba el segundo bis sobre la zurda del valenciano, donde hubo momentos lucidos al natural frente a un toro complicado poniendo el valenciano la carne en el asador. Sabedor de lo que tenía delante, le dio importancia y distancia sobre ambos pitones en una muestra más de máxima disposición, andando por la plaza como si de un novillero se tratase. Tremendo fue el arrojo y el valor impávido del valenciano, que dejó un soberbio estoconazo en la suerte de recibir. Le pidieron la oreja, pero tuco que conformarse con dar una entregada vuelta al ruedo. Frente al quinto, no tuvo oponente de garantías, el toro de Joselito no dijo nada y en manos de Román se descompuso. Expuso sin material, y fue silenciado.

Álvaro Lorenzo, pudo cortar una oreja del sexto pero la espada se lo impidió, tras una notable faena cimentada sobre el pitón derecho. La faena tuvo dos partes, una primera de alto voltaje con el toro a más, y una segunda ahogándole la embestida con el toro con las fuerzas justas, y rebañando cada pase. Cuando tenía cortada una oreja de mérito, pinchó y saludó una ovación. Con el tercero bis de Montealto, no tuvo opciones frente a otro toro complicado y a la defensiva, con el que fue silenciado. Abrió la tarde Joselito Adame, dueño y señor en México pero que en España naufraga tarde tras tarde. No iba a ser menos en su primera comparecencia en el abono isidril, aunque valgan estas líneas para no desmerecer su actuación. No hubo toro alguno. Lote imposible. El primero parado y seco, no le dio rédito de ningún tipo. El cuarto tuvo nobleza, pero careció del empuje necesario.

ABC

Por Andrés Amorós. Otra tarde plomiza y larga en Las Ventas

Continúa el gris plomizo: en el cielo nublado, en las faenas y en los vestidos (esta tarde, de los dos primeros espadas). Se anuncian toros de El Tajo/La Reina, propiedad de José Miguel Arroyo, Joselito, tan querido en esta Plaza. (En realidad, suyos son los de El Tajo, herrados con números impares; los de la Reina, herrados con números pares, son propiedad de Martín Arranz, que fue su apoderado, ahora volcado en el proyecto «Tauromaquias Integradas»). Ya abandonó el encaste Núñez, tienen procedencia de Juan Pedro Domecq, fama de movilidad y de casta. En Las Ventas, los tres últimos años, estos toros han propiciado éxitos: nada menos que abrir la Puerta Grande consiguió, con ellos, Román. Esta tarde, no responden a las expectativas de la afición: de bonita lámina, son bondadosos pero flojos, se devuelven al corral segundo y tercero; los dos sobreros, de Torrealta y Montealto, coinciden en ser algo bruscos. Como no torean primeras figuras, el público se muestra mucho más benévolo que otras tardes. Sólo Román da una vuelta al ruedo, tras petición, en el tercer toro.

Joselito Adame es, ahora, el diestro mexicano con más experiencia, en América y Europa, que ha llegado a competir, en su país, con las máximas figuras españolas. Su profesionalidad brilla con un toro encastado, no con el blando. Recibe al primero, muy en el tipo Juan Pedro, manejando el capote con soltura. Pronto, el toro flaquea y queda corto. Se luce Fernando Sánchez, con su habitual majeza, dejándose ver y clavando los palos en lo alto… En la muleta, el toro se para por completo. No hay nada que hacer, salvo matarlo bien, y lo mata muy mal. Nada entre dos platos. En el cuarto, quita por gaoneras «al tragantón», estilo José Tomás: colocándose de antemano con el capote a la espalda y haciendo la estatua, encogiendo el estómago, en cada lance. También la hace en los iniciales estatuarios, dejando pasar al toro, sin conducir su embestida. (Corrochano hablaba del «pase del guardabarreas»). El toro queda cortito y flaquea. Los paisanos animan, flameando banderas y gritando vivas a México. Con oficio, Adame logra algunos muletazos limpios, entre otros, enganchados. El bondadoso toro permite que la faena se prolonga hasta impacientar al personal. Vuelve a matar tarde y mal.

El valenciano Román posee una personalidad muy clara: siempre sonriente, extrovertido, conecta fácil con el público; sus alardes de valor pueden rozar, a veces, la temeridad. (Siempre recuerdo lo que le dijo Juan Belmonte a un novillero que atropellaba la razón, señalándole a una res muy bien dotada: «A eso, los toros siempre ganan al torero»). Román ha quedado fuera de la Feria de Abril, este año, necesita imperiosamente llamar la atención, en San Isidro. Devuelto el flojísimo segundo (un «Rociero» Inválido. ¡qué despropósito!), el sobrero de Torrealta va de lejos al caballo y derriba, espectacular; se hace el amo, en los primeros tercios. Unas inoportunas chicuelinas de Lorenzo no ayudan a su juego. En la muleta, el toro va bien de lejos, por la derecha, pero se cuela por la izquierda. En la faena, vistosa, no falta valor pero sí mando. En las manoletinas finales, está al borde del percance. Suena el aviso antes de entrar a matar: ¡otra vez falta sentido de la medida! La estocada queda baja, le piden la oreja y da la vuelta al ruedo. Aunque le piten, ha hecho bien el Presidente aguantando el tirón. El quinto sale con pies, se duerme en el peto, como sus hermanos. Dándole distancia, sí que va pero flaquea, al bajarle la mano. Además, prolonga, con un arrimón final innecesario, como dice mi vecino Moisés: tiene razón. Mata mal y suena un aviso.

El toledano Álvaro Lorenzo ha vuelto con los Lozano, con los que se inició. Es un buen torero de la línea castellana, serio, clásico, con temple. Va ascendiendo. El tercero renquea, de salida, de los cuartos traseros. El Presidente intenta mantenerlo pero un brusco recorte, en las chicuelinas de Joselito (¡otra vez chicuelinas!) le hace derrumbarse. El sobrero de Montealto embiste con codicia al caballero pero le bajan los humos. Es algo brusco, aunque también renquea de atrás. El trasteo es desigual, desarme incluido. Mata de pinchazo hondo, sin estrecharse. Todo ha quedado en tablas. En el último, el gris plomo se abre un poco para que atisbemos el oro, cuando no poca gente, aburrida de hablar de sus cosas, se ha ido ya de la Plaza. Este toro es el mejor de la tarde. Álvaro Lorenzo se luce en verónicas (¡por fin, verónicas!). El comienzo de faena es prometedor: traza muletazos templados, con gusto y mando. El toro es bueno pero no tonto, surge algún enganchón y la faena baja. No lo remedian las inevitables bernadinas finales. Mata de pinchazo y buena estocada y saluda una ovación.

El festejo ha durado más de dos horas y media. ¿Cuándo se darán cuenta los toreros de que esta duración excesiva es perjudicial para el ritmo del espectáculo, enfría y aburre al público, provoca que se diluya el posible entusiasmo? No sé si alguna vez llegaré a verlo. Corrijo la conocida frase de Gracián: El plomo, si largo, dos veces plomo.

La Razón

por Patricia Navarro Adiós al idilio de Sevilla, Madrid vuelve por sus fueros

omo si fuera una broma. De mal gusto. Una hora y veinte minutos después, Madrid se había convertido en un pantomima de sí misma, en una caricatura grotesca de la tauromaquia. Cuatro toros llevábamos. Dos en verdad. Cuatro ganaderías. Dos toros inservibles. Uno lesionado él solo, descoordinado, invalidado para la lidia de la divisa titular, ni un lance se llevó ante la sorpresa general. No acababa ahí el misterio del mal fario. Lo mismo ocurrió con el tercero. Torrealta y Montealto. Al tercero, ya habíamos quemados los dos sobreros anunciados. Sobrados íbamos. Ruina. Para la empresa y para los supervivientes de arriba que aguantábamos aquello intentando convencernos de que Madrid es Madrid e intentando olvidar lo gozado en Sevilla durante casi doce días ininterrumpidos. Otra vida es posible. Román se había esforzado con el sobrero de Torrealta que tuvo movilidad y complicaciones. Anduvo siempre al filo entre el viento y los tirones. Nunca volvió la cara el valenciano. Tampoco cuando el toro se le coló de manera brutal por el zurdo. Por manoletinas remató una faena entusiasta, que encontró la muerte de una estocada baja en la suerte de recibir. Se le pidió el trofeo, el presidente con buen criterio no la dio y se pegó la vuelta al ruedo. Difícil era remontar la tarde con la que estaba cayendo. El quinto no mejoró la cosa. El de la ganadería de El Tajo, de deslucido juego, no sumó en la afanosa muleta de Román. Ni para jugarse la vida. Nos mirábamos las caras los pocos que quedábamos en el tendido que, a estas alturas, el acontecimiento más reseñable era la desbandada general. Y ocurrió, quizá, lo más armónico de la tarde en el sexto. Fue el toro con más opciones, más franco y que al menos pasó por allí quince o veinte veces con ganas de repetir. Lorenzo anduvo fino con el capote y sólido con la muleta en los primeros compases, templado y dándole el aire al toro que necesitaba para que no se desfondara. Vinieron los enganchones después y la faena se fue desdibujando en intensidad. Apostó a la remontada final diestra y un pinchazo precedió a una estocada en buen sitio. Dejamos lo mejor para el final. El remate de una mala tarde. Paradote y de corto recorrido había sido el primero de la tarde. No porfió Joselito Adame, que transparentó las dificultades del toro y lo pasaportó con la espada rozando lo indecente. Se fue largo con el cuarto, que tenía el ímpetu justo y de la falta de fuerza protestaba en el último tramo del viaje. Por uno y otro pitón insistió el mexicano. De ahí al lucimiento hubo un mundo. Y la espada a la negritud de los bajos.

El País

Por Antonio Lorca. Eterno olvido

El toreo es comunicación, decir, contar, interesar, emocionar. El toreo no consiste solo en dar pases, banderillear y picar los toros, muletearlos y matarlos. No. El toreo es sentimiento, es arte. Y el arte hay que sentirlo para transmitirlo.

Ayer no sucedió nada en la plaza. Nada para el recuerdo, se entiende. Porque no hubo comunicación. No hubo toros, y los toreros parecían mudos. Fue una de esas tardes de olvido eterno, de las que no queda rescoldo alguno en la retina.

Opaco debut de Joselito como ganadero en la feria de San Isidro. Debe ser duro ver cómo dos de tus toros vuelven a los corrales después de cuatro años de amorosa e ilusionada crianza. Debe ser duro que los demás no dejaran sobre la arena un atisbo de sangre brava. Debe serlo más aún para quien lo fue todo en esta plaza y ante esta afición. Pero así es el oficio de ganadero; por lo general, una dedicación completa, y en un minuto pasas un mal rato o se destruye el castillo de ilusiones que su dueño había forjado a lo largo del tiempo.

Hubo que esperar al sexto de la tarde, eran ya casi las nueva y media de la noche, para que surgiera la primera ovación seria del festejo. Ocurrió cuando Álvaro Lorenzo se abrió de capa y trazó seis verónicas y media con buen estilo y ganando terreno en cada una de ellas. Fue la primera vez que el público abrió los ojos y comprobó que cuando se comunica un mensaje hay oídos prestos para escuchar.

Después, muleta en mano, Lorenzo comenzó con unos inquietantes estatuarios, ceñidos, en los que se dejó pasar muy cerca los astifinos pitones de su oponente. Continuó con unos aceptables derechazos y mejoró el tono en el pase de pecho. Toreó despegado con la mano izquierda, y, después, se dejó enganchar la muleta, y de pronto cerró la boca y dejó de decir. Volvió a llamar la atención con unas bernardinas finales, y cuando montó la espada tenía una oreja ganada. Pero había que matar, claro está; había que encunarse entre aquellos dos puñales acabados en negro que lucía el toro. Había que matar o morir, con lo fácil que eso se dice y lo difícil que debe ser hacerlo. Y Lorenzo se echó fuera, huyó de las defensas de su compañero negro y pinchó. Y se esfumó toda posibilidad de premio. Dijo poco, Lorenzo. Parecía que iba a pronunciar una lección magistral, pero su disertación quedó entrecortada por su ánimo.

Algo parecido le ocurrió a Román, que no es un artista y que todo su discurso se reduce, que no es poco, a una entrega y un arrojo sin límite, cualidades necesarias y gratificantes en el toreo. Así lo demostró ante el áspero sobrero de Torrealta, que se le coló dos veces con malas intenciones, pero el torero respondió con gallardía y arrestos que el público agradeció. Alargó su labor en un intento baldío de ponerle unas gotas de gracia a una faena insulsa a pesar de su actitud, y la petición de trofeo fue muy minoritaria.

Joselito Adame no tuvo su día. Venía sin discurso preparado y se le vio muy triste. La improvisación no es lo suyo.

Y colorín, colorado…

Bueno, hizo viento, no tanto como el día anterior, pero tan incómodo como siempre. Se lidió muy mal y se picó peor. Los toreros, y no solo las figuras, parecen empeñados en acabar definitivamente con la suerte de varas, y a este paso lo van a conseguir.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El loco valor de Román; el temple cuerdo de Lorenzo

Coincidieron Joselito Adame y Román Collado de gris plomo. Como un presagio del color de las nubes. Por las escaleras del Tendido del «2» pasó como un relámpago José Luis Blanco, el viejo hombre del tiempo de Taurodelta, y por megafonía reclamaron urgentemente la presencia en el patio de arrastre del propietario de un vehículo de matrícula impronunciable. José Miguel Arroyo Joselito debutaba en San Isidro. Y se presentó con un toro de El Tajo que escondía sus 601 kilos en una anatomía casi equina. Su huesuda, elevada, larga y agalgada talla no aparentaba tanto pesaje. La poderosa movilidad presentida por su corrido cuerpo se ausentó; el verbo humillar tampoco se daba. Y en la muleta se juntó todo más el viento de los terrenos de los medios escogidos sin tino: no pasaba el toro. Que fue asaetado malamente por el desconfiado mexicano.

Como segunda baza, un toro de La Reina, el otro hierro de la casa, se descoordinó de salida en un movimiento extraño. Y Román vio como aquella cara guapa daba paso a la basta fealdad de un sobrero de Torrealta. Que campó a sus anchas en los tercios previos y se quedó sin picar. Ni sangró en el chocazo contra el caballo que colocó a Justo Jaén en el filo de la barrera. Y lo mínimo en la siguiente vara. Palpitaba en el ambiente la emoción de la incertidumbre cuando Collado brindó al público inconsciente de su apasionada locura. O de su loco valor. Quizá entre tanta locura previsible hagan falta más locos.

RC se puso a lo que Dios quisiera bajo el «6», en el sol apagado por las nubes. Y encendió la luz de la tensión indómita: el torrealta cruzaba una y otra vez por delante de su cuerpo soltando la metralla de su cabeza, descompuesto y bruto. Román se la jugaba a pelo. Como si le pones a cruzar la M-30 mirando el móvil. Encajaba el tipo todo, con redaños y sin limpieza. Nada para la tralla del imposible pitón izquierdo y los ayes de sus navajazos por dentro. Y, de pronto, la fe de Román obró el milagro, como por desgaste del toro, de sacar tres series de derechazos tersos y por abajo. Que fue el continuo planteamiento de su pirada sinceridad. Las manoletinas finales encogieron aún más el corazón de la plaza, liberada de la congoja por la estocada al encuentro que se cayó de la cruz. El palco obvió la pañolada y Román paseó la aclamada vuelta. Pregunten a la peña qué percibió: un tío que se jugó la vida. A veces esto es sólo eso.

Algo pasaría por la mente de Álvaro Lorenzo cuando Adame le tiró el débil toro de La Reina en un quite por chicuelinas. O a lo peor lo agradeció. Cuando salió el recortado, apelotonado, afiladísimo y violento sobrero de Montealto, igual no. Por contraste con Román Collado, Lorenzo fue el frío oficio, la serenidad cerebral, la calma frente a la tempestad de la desabrida y durísima mansedumbre.

Dentro del sindiós de hechuras de los toros titulares y los sobreros, el cuarto se antojaba el mejor hecho. Y también su condición se hacía otra. Pero no encontraba el poderío para desarrollarla con la fluidez que merecía. Y embestía saltarín por sus faltas en la muleta de Adame. Que pretendió el clasicismo y fue un sopor tironero. Hasta que lo despenó a últimas en otra carnicería.

No estaba el horno para bollos a las 21:00 horas, cuando saltó el colorado quinto de armónicas líneas también. De noble fondo pero sin fuelle ni continuidad. Ahora tocaba la cara B, torear bien con lo poco que había. Pero a Román le sienta mejor la guerra.

Álvaro Lorenzo dibujó al más vivo sexto, el único cinqueño, verónicas de categoría. Un último cartucho de Joselito que sostenía la apuesta por la notable construcción de los tres últimos. Lorenzo entendió que aquellas alegres virtudes no había que sangrarlas nada. Y brindó a la parroquia. El temple del prólogo siguió en su suave e inmaculada derecha, acinturado el torero de fino tacto para esquivar también un tornillazo final. Que fue más acusado, y bien resuelto, por el pitón izquierdo. El cierre por apretadas bernadinas volvió a remontar la faena de la zona tibia en la que ya estaba Cacareo. Que fue aplaudido en el arrastre. Así como para tapar el fiasco ganadero. Un pinchazo ya había desahuciado cualquier posibilidad de un premio mayor que la ovación de despedida. Académicamente agradecida.

Las claves de Moncholi

madrid_171019.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:09 (editor externo)