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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 18 de mayo de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Jandilla, el 1º, bravo; el 2º, noble y sin fuerza; el 3º, paradote y deslucido; el 4º, complicado y con genio; el 5º, de buena condición pero escasa duración; el 6º, manso

Diestros:

Juan José Padilla: de azul y oro, media, estocada, descabello (silencio); pinchazo, estocada corta, dos descabellos (silencio).

Sebastián Castella: estocada caída (silencio); estocada corta (oreja).

Andrés Roca Rey: estocada fulminante (palmas); gran estocada (ovación).

Destacaron:

Entrada: Lleno de no hay billetes.

Imágenes: https://www.facebook.com/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1641438845952221

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/997592694447919106

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Una pírrica oreja para Castella

La segunda tarde de “no hay billetes” de San Isidro, dejó una portentosa actuación de un Castella entregado en una labor de mucha importancia y ligazón frente al único potable del encierro de Jandilla. Roca Rey se entretuvo en ligarle pases a dos mansos, pasándoselos por los muslos y buscando la cogida en cada tanda, y Padilla en su despedida fue silenciado en ambos dos turnos, Madrid entregado ante el pirata que se despidió sin más historia que el cariño del público.

La tarde de Padilla, fue un símil de lo que ha sido una carrera lastrada por las corridas duras y, una segunda parte en el que el sufrimiento ha formado parte de la gloria del torero jerezano. Y eso que la tarde pareció destinada para el ciclón. Una ovación sonora al deshacerse el paseíllo dio pie a que saludara desde el tercio. Con honores. Y ahí se acabó todo. El primero con buen son y transmisión a partes iguales, le puso el triunfo en bandeja pero el jerezano no se enteró. Y eso que antes había banderilleado con soltura y volvió a ser el ciclón. Se le partió el estoque en el embroque y tuvo que entrar dos veces para acabar con el que abrió la función.

El cuarto peleó en el peto haciendo un pelea vibrante, y descabalgó a Justo Jaén. Padilla hizo lo que pudo con otro de Jandilla sin casta ni fuerza. A la defensiva, en todo momento intentó correrle la mano pero desistió del envite, volviendo a porfiar con los aceros, arruinando la tarde en el día de su despedida. Pobre final.

Sebastián Castella cortó la única oreja de la tarde, tras una labor encimista en la que tragó mucho, y apenas dejó espacio al noble toro de Borja Domecq con expresión de la belleza, y que embistió con fijeza desde los vibrantes cambiados por la espalda, alternando varias series aprovechando la movilidad del toro donde se vio que al francés le costaba hallarle el ritmo y las distancias. Aguantó el estoico parón del toro, del que se pegó un arrimón que conquistó a los tendidos, no sin antes dejar media estocada antes de hallar el premio de la oreja. Con el segundo no pasó del trapazo, frente a un toro carente de fuerzas que se movió sin celo ni clase en la muleta del francés, al que despachó de una estocada.

Completó la terna Andrés Roca Rey que volvió a dar esa dimensión de figura que Madrid espera. En cites y colocación el peruano se asemeja al mito de Galapagar. Esa áurea de misterio que rodea en todas y cada de sus actuaciones, volvió a quedarse pequeño Madrid para ver al bueno de Roca, que dio una tarde de torero macho, enroscándose ante el tercero con el que se justificó entre arrimones, entre las protestas del público, acabando por ahogarle la embestida al inválido de Jandilla. Con el rajado sexto, volvió a exponer los muslos en una faena de mando y técnica, ante el que expuso una entregada actuación de quietud y disposición. Dejó un soberbio estoconazo y saludó una ovación desde el tercio. Poco bagaje, tras la tarde inmaculada del peruano.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Decepción mayúscula: Castella no salva la sequía de Jandilla

El cielo de nubes negras amenazaba con una tromba de agua en cualquier momento. Olía a tierra mojada, olía a los viejos sanisidros. Trompetas de expectación desbordada ante el aterrizaje del cóndor de los Andes, el terromoto que vino del Perú: Roca Rey arrasó las taquillas con un temblor que viene de antes. Los públicos siempre fueron por delante de la historia.La plaza rebosante hasta las tejas prorrumpió en una unánime ovación de despedida Juan José Padilla. Que sintió el cariño de un Madrid otrora hostil. El toro de Jandilla, bajo, tocado arriba de pitones, hermoso, vino a sumarse con su bondad estéril al adiós. No con su celo escaso, desmotrado desde el caballo en adelante. La lengua fuera. Apenas sangrado, mugió, escarbó y finalmente galopó en banderillas. Fácil y preciso Padilla en dos pares al cuarteo y uno al violín. Brindó la entusiasta parroquia. Y de rodillas abrió faena en el tercio. En apurados redondos. La tónica del toro de venirse más que emplearse propició una estrategia de perder pasos y nunca apretar. Y por tanto tampoco gobernar. Por una y otra mano pasó el domecq, que berreón y a su aire reponía, en faena breve de poca fe. A la hora de matar, la espada se partió en un pinchazo hondo. Volvió a cruzar el jerezano. Con la fortuna de que el acero no encontrase hueso. Por si acaso.Un patrón similar siguió el segundo jandilla. Contado el poder, alegre el mugido, abundó en escarbar. Su armónica cara y su larga anatomía no traían la bravura de la laguna de Las Jandas. Otro con la sinhueso asomando desde el minuto uno. En Sebastián Castella no fluyó el pulso de los días felices. Ni la paciencia. Y lo tiró varias veces con su excesivamente exigente toque de derechas. Soltó el toro la cara en naturales desafectos. Ante la imposibilidad de hallar agua del pozo vacío, finalizó en seco. La estocada baja mosqueó al personal.

Roca Rey, el esperado, se estrelló también con el montado tercero. La boca abierta, la fuerza exigua, la raza ausente. Otra manera de estrellarse a las de Padilla y Castella. Sin dejar nada en el tintero. Desdelos lances a pies juntos por la espinillas a la apertura por estatuarios y espaldinas. Por supuesto, la suerte de varas había sido una ficción. No había motivo. Y ni por esas. El jandilla echó el freno. Apoyado en las manos. Por la izquierda, la tenacidad y la enfrontilada colocación de RR extrajo muletazos de notable trazo. Por ahí el toro al menos la seguía. Pero era como torear a un muerto. La estocada a carta cabal desencadenó la ovación.La seria, hechurada y pareja corrida de Borja Domecq encontró en el cuarto un motivo de esperanza. Al menos el poder. Desarmó a Juan José Padilla del capote con fuerza intempestiva y estilo agresivo. Y derribó en el caballo con riñones. Una pelea formidable que tuvo continuidad en el siguiente puyazo. Bárbaro y castigador. Muy duro. Padilla banderilleó con apuros. Entonces el toro exhaló y enseñó los dientes del genio. Sordo peligro y no tan sordo en su falta de entrega. O eso se intuía. Porque aquello degeneró en prudente deriva. Y algún atragantón. De un violento desarme, el Ciclón escapó de milagro. Como náufrago halló en las tablas la salvación. Y en el acero, la solución final.

Apuntaba notas altas el acucharado y astifinísimo quinto. Sebastián Castella lo midió en el peto -otra vara partida y ya iban dos en la tarde- y quitó por chicuelinas -como Roca Rey ante el segundo-. Castella marchó a los medios y allí se clavó. Un cambiado pendular y un enredo sin sitio ni oxigeno, amontonado. Tan de la casa como poco procedente. El galo corrió la mano derecha con largura luego en dos series ligadas, holgadas, sin estrecheces. Fue aquello, aquellas embestidas tan cosidas por fuera, lo que duró el jandilla. Por la izquierda, se durmió. O blandió la bandera blanca. Y desarmó al torero. Que desde entonces redujo espacios. Un arrimón tenaz. Con las puntas haciendo casi pespuntes en el bordado de la taleguilla. Eclosionó la plaza ayuna de emociones. Un fervor apasionado. Muy loco. El toro obedecía a todo. Por delante y por detrás. Enterró media estocada en los mismos medios SC. Y se desató la pañolada desbocada. Como si no hubiera mañana. El presidente cedió con lealtad al Reglamento. Pues la oreja fue eso, reglamentaria.

Roca Rey sorteó como último cartucho un toro rajado. Que se salía de capotes suelto. Interpretó un quite por gaoneras -como Castella en el primero- e inició faena por estatuarios -como él mismo en el anterior de su lote-: vaya tela con la variedad. Y además no convenía tal inicio para animal tan deseoso de irse. Como sucedió tras una tanda de mando mayor. En tablas lo acorraló y le hilvanó series de mérito y temple. Hasta el final por manoletinas y un espadazo como adiós.La decepción fue mayúscula. ¡Ay, Jandilla! Qué lejos queda 2017.

ABC

Por Andrés Amorós. La tarde de los palos rotos

Segunda corrida con el «No hay billetes» colgado desde hace días. Además de «acontecimiento nacional» (Tierno Galván), los toros continúan siendo, en San Isidro, un gran acontecimiento social, aunque Carmena y sus muchachos sigan sin querer enterarse. Por desgracia, los Jandillas deslucen casi todo. Sólo Castella logra una oreja. En su despedida de Madrid, Padilla recibe el cariño del público. Roca Rey demuestra su capacidad.

Jandilla fue una de las ganaderías triunfadoras, la pasada temporada; ésta, lleva un rumbo más irregular: ha dado pobre juego en Sevilla pero el joven Andy Younes ha indultado a «Lastimoso», en Arles. Esta tarde, defrauda.

Clasificaba Marcial Lalanda a los diestros en tres grupos, según predominara la técnica, el valor y el arte. Al margen de los tres, a veces surge «el fenómeno» –el mismo título de una divertidísima película de Fernando Fernán Gómez–, que arrastra a la gente a las Plazas. Por razones distintas, a ese grupo pertenecen, ahora mismo, Padilla y Roca Rey.

En el año de su despedida, Padilla está recogiendo todo el reconocimiento que se merece y pagándolo con triunfos. Es, sin duda, un héroe popular: para todos nosotros, un verdadero ejemplo de superación de dificultades. Sus cualidades humanas también son evidentes: sencillo, educado, cercano a todo el mundo. No es raro que lo quiera esa gente del pueblo que –como reivindica Julián, en «La verbena de la Paloma»– «también tiene su corazoncito». Además, posee un oficio bien aprendido, en muchas corridas duras, que luce más ahora, cuando le han permitido acceder a las más cómodas. El público madrileño lo recibe con una gran ovación pero su lote no le da opciones. En el primero, que flaquea, se luce en verónicas reposadas y vistosos pares de banderillas, cerrados con el violín. Comienza con siete muletazos de rodillas: se presiente el triunfo, la gente está con él pero el toro queda muy corto y la faena no cuaja. Al pinchar, se parte la espada, algo insólito. El cuarto hace honor a su nombre, «Jacobino»: es brusco, violento. (Decía Antonio Machado: «Hay en mis venas gotas de sangre jacobina…»; pero sólo gotas). Buscándole las vueltas, derriba al piquero Justo Jaén, que aguanta mucho. El banderillero Mambrú «se va a la guerra», lidia muy bien. Juan José banderillea de dentro a fuera (lo adecuado) y muestra su oficio pero el toro no le deja confiarse: es incierto, suelta arreones, gazapea, se le queda debajo. Ha tenido muy mala suerte, para su última faena en Las Ventas.

Muchas veces ha triunfado Sebastián Castella en esta Plaza, nadie discute su profesionalidad; su riesgo es la monotonía, la sensación de repetir algo que ya hemos visto. El segundo va y viene pero no se entrega; en cuanto le baja la mano, flaquea. Lo engancha con oficio pero «Harmonía» (¿con hache?) se para: es como torear al toro de Guisando. Mata caído. El quinto barbea tablas pero en la muleta embiste suave. Después de los habituales pases cambiados, Sebastián levanta un clamor al aguantar un parón y recurre al encimismo, con embarullados circulares invertidos. Mata pronto –no bien– : oreja.

El País

Por Antonio Lorca. ¡Madrid está con él!

¡Qué emoción! ¡Qué arrebato! ¡Qué efusividad! ¡Qué ovación tan cerrada y unánime —toda la plaza puesta en pie— le dedicaron al romperse el paseíllo…!Madrid está con él. No hay duda. Él es Juan José Padilla, el héroe del pueblo, el torero que ha conseguido hacer de su desgracia un triunfo admirable.

Acudió a Las Ventas para despedirse, pero no pudo responder al enorme cariño recibido. Lo da todo, pero no es un exquisito, y se anunció con una corrida de figuras, que no es asunto nada fiable… La despedida comenzó con tambores y trompetas y acabó en silencio. Sea como fuere, guste más o menos, es justo reconocer su gran valía como ser humano y su categoría extraordinaria como torero.

Padilla lo intentó en todos los tercios, toreó a la verónica, colocó banderillas a toro pasado, se lució en dos pares al violín, dio pases a derechas e izquierdas, mató mal y nada salió como él habría soñado. Queden en el recuerdo ese recibimiento espectacular del público, y los inicios de las dos faenas de muleta: de rodillas, junto a las tablas, en su primero, y por bajo, en el segundo. Ambos toros tuvieron una vida muy corta en el ruedo, y Padilla no pudo recetarles vitaminas. Mención especial merece su subalterno Daniel Duarte, eficacísimo en la lidia del cuarto.

La verdad es que la corrida de Jandilla fue una birria. Varios toros pasaron por el caballo para un análisis clínico; casi todos llegaron moribundos a la muleta y ninguno destacó más que por una noble falta de casta y excesiva sosería.

A pesar de ello, Castella cortó una oreja al quinto —agotado se mostró el segundo y anodino el torero—, que cumplió en varas y mostró buen son en los primeros compases del tercio final.

Por enésima vez, comenzó la faena con un pase cambiado por la espalda en el centro del anillo, lo que elevó los entristecidos ánimos del respetable; y aprovechó el buen son del toro en las dos primeras tandas con la mano derecha, embebido el animal en la muleta.

Después, con la pañosa en la zurda, sufrió un desarme y ahí acabó todo. Mejor dicho, comenzó otra fase, basada en el toreo despegado, en los circulares que enardecen —no se sabe muy bien por qué— a los tendidos y en un arrimón que acabó con el cuadro. Y todo ello, en el centro del ruedo.

Cuando mató de una casi entera se masticaba la posibilidad de que le concediera las dos orejas, pero, felizmente, no fue así. Pero que la paseó, merecida, sin duda alguna.

Y Roca lo intentó con todas sus fuerzas, pero se fue de vacío; tampoco tuvo oponentes serios. Capoteó a la verónica, por chicuelinas y gaoneras. Aguantó como un poste ceñidos pases cambiados por la espalda en su primero, y estatuarios espectaculares en el sexto. Luchó contra la mortecina vida del tercero y persiguió al muy manso último. Ya sabe: debe cambiar de hierro ganadero.

La Razón

Por Patricia Navarro. El premio de la cercanía

Padilla venía a irse. Y ese paseíllo debe ser infernal. Madrid estuvo a la altura y le sacó a saludar después de casi una treintena de actuaciones en este ruedo y un cuarto de siglo como matador de toros. Debe ser un trago un San Isidro con la cara de vuelta. Incluso la temporada. Quiso su primer toro, de la ganadería de Jandilla, colaborar con la causa en los primeros compases y le dejó estirarse a la verónica y dejar un buen tercio de banderillas. Así la faena en los comienzos con un toro bravo, que evolucionó con ciertas dificultades al costarle despegarse de la muleta y reponer. Cumplió Padilla. Y tomó la espada. La misma que partió por la mitad, literalmente, en el primer encuentro. Y así se escuchó en el tendido. Padilla había cogido el camino de vuelta y Andrés Roca Rey el camino inverso para liderar el toreo. Es la revolución peruana que está llevando gente a las plazas y la ilusión a los tendidos. Vivió en Madrid el pesó de la púrpura mientras se jugaba los muslos con el tercer toro de la tarde, bajo de raza el animal. Volcánico fue el comienzo de muleta por estatuarios y, ahora sí, se pasó el torero al de Jandilla por detrás y si no es por que el diestro quebró la figura cual acróbata le hubiera atravesado. No crean que importó. Repitió. De nuevo. Y lo hubiera hecho. La ambición la tiene taladrada Roca Rey en algún lugar de su cerebro por encima del cuerpo. Como el toro no iba buscó el toreo a milímetros de los pitones y ahí Madrid, un sector del público, increpó la faena.

Geniudo y orientado fue el cuarto, que acudió al caballo con fuerza, y no le puso a Padilla las cosas fáciles el día del adiós. Ni el sexto a Roca, manso y rajado. En tablas cosechó los mejores pasajes, pero lejos de lo que se espera de él, que es mucho. Que es todo.

Fue Castella el que se llevó el gato al agua. O al menos a un sector del público. O a la inversa. Tuvo emoción la faena del quinto, que fue buen toro, con la pena, la pena mayúscula de que no durara. Con un pase cambiado por la espalda despegó el vuelo, un muletazo con el que debe romper las marcas de sus propias estadísticas. Veíamos las buenas condiciones del toro y nos las creímos felices. La mejor fue una tanda diestra. Justo ahí. Justo después. Quiso torear al natural. Se descompuso, perdió el engaño, partido además, nunca volvió a torear por ahí y al toro en ese instante se le destruyó también la magia de la bravura y se quedó seco. Tiró de arrestos el francés para montar la faena a milímetros de los pitones del toro. La estocada, en el centro del ruedo, y de efecto fulminante, le valió para el premio. Entrega tuvo. Con discreción había pasado con un segundo, que a la mínima que le apretaba se echaba al suelo. Nos quedaba feria. Y mucho que debatir sobre este ruedo venteño.

Madrid Temporada 2018.

madrid_180518.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:14 (editor externo)