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Plaza de Toros de Las Ventas

Sábado, 18 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Montalvo desiguales de presentación y hechuras. El 1º, mansito, movilidad con peligro; el 2º, de buen pitón zurdo; el 3º, sobrero de Luis Algarra, incierto y peligroso; el 4º, desfondado y deslucido; el 5º, va y viene con las fuerzas justas; y el 6º, manejable.

Diestros:

Ginés Marín: de azul marino y oro, estocada, aviso (oreja); pinchazo, estocada trasera, aviso (silencio).

Luis David Adame: de lila y oro, estocada recibiendo (vuelta); estocada baja (silencio).

Pablo Aguado: espuma de mar y oro, media en los bajos, estocada infame, descabello (silencio); estocada que hace guardia, dos pinchazos (saludos).

Entrada: Lleno

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-18-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1129849306939351041

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Pablo Aguado, magia y pureza en Las Ventas

El sevillano firmó una entregada obra al sexto, en la que resultó volteado. La suavidad y la despaciosidad de su toreo, fueron los hitos de su actuación. Ginés Marín cortó una oreja y Luis David desperdició a un gran toro de Montalvo.

El apoteósico triunfo de la puerta del Príncipe de Pablo Aguado en la pasada feria de abril, se notó en taquillas donde al reclamo del torero sevillano acudieron más de 21.000 espectadores. No era para menos. Y Pablo Aguado, no quiso que lo de Sevilla fuera flor de un día y dio una tarde de absoluta torería, en sus dos turnos. Con el bueno y con el malo, con el bravo y con el deslucido. Torería y sensibilidad a raudales de un torero que está tocado por la varita mágica de la clase.

El triunfo y también el fracaso (porqué no decirlo), sucedió en el sexto. El Sevillano firmó una actuación armónica en el trazo, plasticidad de muñecas, toreo eterno y reposado. Muletazos por doquier, naturales de todos los colores. Obra cumbre, coreando Madrid los olés del sevillano. El tan temido fallo con los aceros le alejó del triunfo pero el regusto en los aficionados continúa patente. Más aún, tras su comprometedora actuación con el tercero bis de Luis Algarra, que le cogió duramente cuando lanceaba a la verónica y se repitió en la faena de muleta, máxime cuando el toro planeaba la embestida a media altura. Se sobrepuso al duro trance y solventó el trago amargo con decisión y valentía. Erró en reiteradas ocasiones con los aceros. No cortó orejas, pero hay veces que lo de menos son los trofeos. Pablo Aguado está anunciado para estoquear la corrida de la Prensa el próximo domingo 16 de junio. La expectación hasta entonces, irá aumentado considerablemente.

Ginés Marín dio otra tarde importante. Cortó una del primer Montalvo, en otra destacada actuación. Le dio distancia y toreó acompasado y relajado en redondo. El extremeño aprovechó las buenas condiciones de su oponente. Cerró por unas comprometedoras bernardinas, y la estocada hizo el resto. Oreja de Ley, que no pudo repetir el mismo guión con el cuarto, un ejemplar deslucido y a contra estilo.

Completaba la terna, el mexicano Luis David Adame que parafraseando a su hermano Joselito se le fue un gran toro de Montalvo, el segundo del que naufragó en mitad de un torrente de bravura sobre todo por el pitón izquierdo. Antes se picó en quites con Pablo Aguado por lopecinas replicándole el sevillano por parsimoniosas verónicas. Ante el desfondado quinto, intentó correrle la mano sin éxito, siendo silenciado.

La tarde fue de Pablo Aguado, dueño y señor de la feria de abril de Sevilla, y a partir de ahora torero de Madrid. Ahí es nada.

ABC

Por Andrés Amorós. Pablo Aguado nos deja con la miel en los labios en Las Ventas

La Tauromaquia es una de las poquísimas artes en las que un joven, en una sola tarde, en Sevilla o en Madrid, puede consagrarse como primera figura; incluso, en algún caso, influir en el curso de ese arte. Para los aficionados al fútbol, algo así como si un jugador marca el gol decisivo en una final de Copa de Europa. Eso le sucedió a Pablo Aguado, el viernes 10 de mayo, en la Plaza de los Toros sevillana: cortó cuatro orejas y abrió la Puerta del Príncipe. La sorpresa fue relativa: conocíamos sus cualidades los que estamos al tanto de la actualidad taurina pero, para la gran mayoría, era un perfecto desconocido. Y, en todo caso, no era fácil imaginar un triunfo tan rotundo. Esa tarde, Aguado se ha consagrado como figura del toreo, con un mérito añadido: lo ha hecho con el toreo clásico, el de siempre, sin necesidad de rodillazos, espaldinas, zapopinas ni demás jeribeques. Demostró, además, que el repertorio más clásico (la verónica, el natural y la estocada) siguen entusiasmando al público, cuando se ejecutan con gracia y armonía. Torea con naturalidad, con sencillez, con buen gusto. Eso, que parece fácil, es dificilísimo. Y, para colmo, hizo faenas medidas, sin alargarlas innecesariamente. Los aficionados nos ilusionamos con que eso suponga un aviso para navegantes, por demostrar la vigencia de este tipo de toreo, y que anime a muchos jóvenes a emprender ese camino. Esta tarde es crucial, para él: debe despejar la incógnita de si es capaz de mantener ese nivel. El estilo lo tiene, no cabe duda. ¿Tendrá el corazón y el carácter necesarios para seguir a esa altura, con los toros buenos y los menos buenos? De momento, el cartel de esta tarde ha ganado muchísimo atractivo. En Las Ventas, en San Isidro, ¿va a confirmar su categoría? La Plaza se llena.

Con un cartel de tres diestros muy jóvenes, se lidian toros de Montalvo, una de las divisas salmantinas más ilustres, que se pasó, como tantas, al encaste Domecq y ha cosechado notables éxitos. Esta tarde, lucen nobleza pero fuerzas justas.

Con 22 años, Ginés Marín encabeza el cartel (algo poco frecuente). El primero, gordo, bien armado, embiste con nobleza, justo de fuerzas pero repite. Ginés logra dos buenas series al natural (el pitón mejor del toro). Le aplauden la colocación, al citar. Al final, también consigue algún suave derechazo, antes de una gran estocada: justa oreja. El cuarto flaquea desde el principio pero parece rehacerse, por la casta. Lo brinda, para redondear el triunfo, pero cae varias veces; él duda en el terreno adecuado, por el viento. Acaba prolongando la faena, sin fruto. Entre unas cosas y otras, casi nada. Mata a la segunda y suena un aviso.

El segundo de los Adame, Luis David triunfó como novillero por su entrega y la variedad de su repertorio. Ha seguido cosechando triunfos, después de la alternativa, pero no sé si progresa adecuadamente: lo que en un novillero es virtud, en un matador, puede no serlo. Ha de demostrar mayor reposo y buscar una estética más depurada. El segundo embiste con una clase fuera de lo común. Se luce el picador Óscar Bernal en un gran puyazo. Se presenta ya Aguado con tres verónicas cadenciosas, meciendo el capote, y David replica por zapopinas: una diferencia… Comienza con derechazos de rodillas, le censuran la colocación, logra centrarse en dos series de naturales y mata bien, al encuentro. Piden la oreja, que no se concede, y da la vuelta al ruedo. No ha estado mal pero, para mí, por debajo del gran toro, un «Enviado» para darse un homenaje de buen toreo. El quinto también embiste pronto y va largo: ¡vaya lote! El trasteo voluntarioso de Luis David, sin ajuste, tiene escaso eco y prolonga sin necesidad. Ha tenido reses para torear mejor.

Devuelto por flojo el tercero, el sobrero de Algarra, muy abierto de cuerna, le propina a Aguado un golpazo en la rodilla, en las verónicas de recibo. Molesto por el viento, Pablo juega bien los brazos pero, al acabar la primera serie, el toro le pega una fuerte voltereta. Vuelve a la cara del toro, que es corto y flojo. Todo queda en algunos detalles de categoría pero lo emborrona al matar muy mal. (Sufre contusión, puntazo y esguince, de pronóstico leve). El último tampoco le deja lucirse con el capote. Los muletazos de tanteo iniciales tienen tal suavidad que ponen al público de pie; continúa así, con una armonía natural que provoca rugidos de entusiasmo, aunque el toro flaquee, por el trazo y el ritmo: lo mejor de la escuela sevillana seria, sin barroquismos. Acaba con naturales de frente, a lo Manolo Vázquez. Pero hace guardia y tarda en matar. Queda claro que su estilo no es bueno, sino buenísimo, pero ha de dominar también a los toros con complicaciones y ha de mejorar con la espada. Nos deja con la miel en los labios, saboreando esa armonía. Si lo anunciaran mañana, todos volveríamos. Si no coge alguna sustitución, habrá que esperar a la última tarde de la Feria. Decían los revisteros: «Habemus Papa»; en castellano, tenemos torero. Sin la menor duda.

La Razón

por Patricia Navarro Aguado detiene el tiempo y el corazón

na bomba de relojería tuvimos nada más empezar. A punto de estallar, la bomba, y nuestras pulsaciones. Manseó el Montalvo en busca de todo y nada, deambulando por la plaza. Y la plaza no era suya sino de ese loco llamado Ginés capaz de plantarle cara en la batalla. Derrotes, tarascadas, embestidas por dentro queriendo carne fresca que llevarse por los aires. Por abajo quería el toro y ahí encontró Ginés el lío de la faena, alargándola en el sometimiento del animal. En el filo siempre, mas cuando la tomaba entregado era agradecido. No sabías nunca lo que te podías encontrar a la media vuelta. No renunció Ginés a las complicaciones del toro, que eran muchas y se puso de verdad por ambos pitones. Las manoletinas finales, por arriba el astado, fueron de doble mortal, expuso los muslos, la barriga y el corazón. Tras el espadazo, el trofeo fue unánime. Lo habíamos sufrido tanto como gozado. Con el quinto, que no podía ni con los espíritus de la Puerta Grande que no fue, alargó más de la cuenta. Aquello era imposible.

La gente venía a ver a Pablo Aguado y eso se respiraba. La gente. Otra cosa fueron las circunstancias. Devuelto su primero se las vio con un sobrero de Algarra que se lo llevó por delante con la capa y casi le quita del medio con la muleta en una cogida espeluznante y interminable. No se amendrantó Aguado intentando componer los muletazos con esa verdad del toreo que la hace universal. Mucho mérito recomponerse de esa suma de derrotes, mucha verdad en la vuelta a la cara del toro y en todo lo que hizo. Desastrosa espada. La igualó en el sexto. Pero antes… Antes se entretuvo en detener el tiempo, ¡qué mago!, en reducir la embestida del toro, que iba y venía punto descontrolado y someterlo a la cadencia más absoluta convirtiéndolo en expresión brutal de la tauromaquia. Lo detuvo todo Aguado. Hasta las palabras. Madrid era un sepulcro en ese instante que precedía al primer muletazo de la tanda, que acababa en obra monumental con un cambio de mano, sin necesidad de más, porque ahí iba todo, toda la historia del toreo, qué poder concentrado en dos muñecas. Tandas cortas, toreo excelso, de costado a costado, un dardo de lleno al corazón, allá en las emociones. La espada no fue, el toreo había calado hondo.

Quiso Luis David irse a portagayola, pero no le dio tiempo. Tiró después de quites incluso de la réplica de Aguado. Pintaba bien, sobre todo por la calidad del pitón zurdo del animal, que viajaba hasta el final con entrega y volvía para volver. Extraordinario. De rodillas el comienzo, pero sin entidad lo que vino después, desdibujado, en la pala del pitón y sin cuajar las bondades del toro. Al final hubo dos tandas de naturales y una estocada recibiendo de broche, que calentó una petición no atendida. Sin grandes alegrías y con la pena de la justeza de fuerza el quinto. Se alargó Adame en el intento.

El País

Por Antonio Lorca. Aguado, objeto de deseo

Todas las miradas estaban fijas en un señor vestido con un traje marfil y oro, artista sevillano y cofrade, que hace unos días había dejado boquiabierto a todo el toreo y sus alrededores con una explosión de arte desparramada por el albero de la plaza de la Maestranza.

Y Madrid lo recibió con un cariño maternal. Cómo sería el asunto que Pablo Aguado, tal es el nombre del beneficiario, cobró un bajonazo infame en su primer toro y los tendidos volvieron la cara como si nada hubiera ocurrido. Y algo más: Aguado contó con la protección divina, pues fue arrollado por ese primero cuando trataba de cerrar con una media verónica los compases iniciales de la lidia y le produjo una fuerte golpe en la rodilla derecha, y minutos más tarde lo volteó de manera espeluznante cuando lo muleteaba con la mano derecha. El toro lucía unas perchas de miedo, astifinas como agujas, y lo tuvo a su merced para dañarlo gravemente. Pero, sin duda, las imágenes de su hermandad sevillana le hicieron un quite milagroso. (Lo que es tener una recomendación en las alturas…)

Antes de todo esto, Aguado dejó su sello en un quite en el primer toro de Luis David. Y el asunto fue que dibujó una verónica, solo una, majestuosa, excepcional, monumental, -sin exageración andaluza- de esas que son por sí solas un cartel de toro.

Después, ocurrió que su toro de Montalvo fue devuelto por inválido y salió el sobrero de Algarra, que destacaba por una cornamenta de época. Manseó en el caballo, acudió sin ganas a los banderilleros y se mostró soso y sin casta en el tercio final. Aguado intentó muletearlo a media altura, salió solo con un varetazo de la dramática voltereta y lo mató tan mal como ha quedado reflejado; claro que los pitones imponían desde la grada, lo que no lo justifica pero sí explica.

Y en el sexto se produjo un intento de transfiguración que no acabó en milagro. El toro de Montalvo, bueno de corazón, flaqueaba en demasía. Aguado brindó al público, y permitió que Madrid gozara de algunas gotas de su particularísima concepción del toreo

A la anochecida ya, bajo el foco de las luces, deleitó con unos muletazos a media altura, lentísimos, un prodigio de suavidad de esos que hacen honor al toreo eterno. No hubo emoción, pero sí gozo y belleza.

Los toros corridos en los dos primeros lugares lucieron un pitón izquierdo para hacer el toreo de verdad.

Ginés Marín le cortó una oreja al suyo, noble y generoso, que embistió a la muleta humillado y con fijeza, y los naturales de la primera tanda brotaron henchidos de belleza y profundidad. Se vino arriba el torero, algo displicente hasta entonces, y continuó toreando con galanura por ese lado. Unas ceñidas bernardinas finales le permitieron soñar con un trofeo si la espada entraba a la primera, y así sucedió. Cobró una buena estocada y paseó la oreja. Conclusión: el buen toro mereció una faena más completa. Ese pitón izquierdo llevaba colgando un cortijo y Ginés se conformó con un apartamento en la playa. Él allá, pero toros así no salen todos los días en Madrid. Solo pudo justificarse ante el inválido cuarto, que debió ser devuelto a los corrales.

Otra oreja estuvo a punto de cortar el mexicano Luis David. No es un dechado de inspiración torera, y eso cuenta en su contra a la hora de la actitud del respetable, pero ciertamente estuvo muy bien en el segundo de la tarde. Trazó, primero, cuatro verónicas estupendas a poco de que el toro saltara al ruedo, y, después, respondió al destello de Aguado con unas vistosas zapopinas. Y luego más; no más zapopinas, pero sí aprovechó de la mejor manera la buena condición de su oponente, y tras unos vulgares derechazos, dibujó dos buenas tandas de naturales que supieron a gloria por la buena calidad del toro y las maneras del torero. La labor resultó larga y, al final, un poco cansina. Noble también fue el quinto, pero Luis David estuvo en su nivel habitual.

¡Cómo estaría ayer Sevilla! Pendiente del televisor, con los ojos en su Pablo… ¿Cómo quieren que estuviera…?

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Madrid ya ha visto a Aguado

Desde su habitación del Hotel Wellington, oía Pablo Aguado la tremolina en los castaños de El Retiro. Y sentía el peso entero del mundo sobre su espalda, los ojos clavados del universo taurómaco. A las 18:20 la furgoneta encaraba ya la recta hacia Manuel Becerra, la bajada de Alcalá, el agujero negro de Las Ventas. Madrid ilusionada con su sonrisa de doble filo: el suceso de Pablo en Sevilla disparó el tirón de taquilla hasta prácticamente colmar la plaza.

A las 18:45 Aguado pisaba el patio de caballos. De marfil y oro la esperanza sevillana. Una señora corrida de Montalvo firmada antes del milagro de luz esperaba en los corrales. Sonaron los clarines con la exactitud del miedo, puntual como el viento.

Alguien señaló a Ginés Marín en el paseíllo con la voz: «Ojo a Ginés». Y razones hubo con una ambición nueva. De quien siente que le han movido el puchero. Creyó en el toro que no había visto nadie. O al menos yo: tan levantado del piso, sin terminar de humillar en principio, de aparente contado poder, suelto, distraído y renuente a la pelea… ¡Ja! Ginés fue centrándolo con fe, sin un principio de faena, pronto y en la mano. Los pasos perdidos precisos y por abajo. Que era por donde quería todo el de Montalvo: por arriba, en los de pecho, se molestaba. Y así cuando le presentó la izquierda el toro ya apuntaba ser otro -por cómo colocaba la cara, aun costándole salirse de los vuelos, nunca fácil-. Y el torero seguía el mismo son de su lúcido planteamiento de sitio. Y asomaban naturales espléndidos de garra. Que los rompía hacia delante. La gente vibraba. Como en las bernadinas de impensable ajuste. El fulgor de una estocada inmaculada reventó al toro repetidor. Que se fue a morir a la puerta de toriles.

A Pablo Aguado le iban birlando el protagonismo: Enviado, número 80, de 555 kilos, de una finura mayúscula, de pitón a cabos, de hocico a rabo, ya figura entre los toros de San Isidro 2019. El estilo intuido en el capote de Luis David Adame. Que fue el afortunado. Galleó de frente por detrás el mexicano, y Enviado demostró su bravura en el tranco y en las soberbias varas de Óscar Bernal. Aguado durmió el tiempo en una verónica. Que despertó el orgullo del mexicano en la respuesta por zapopinas. El toro de Montalvo ya había enamorado a la plaza. Mala cosa en Madrid. Que le afeaba a Luis David la colocación, más que la tosquedad, cuando la embestida se abría con un punto extraordinario. Revertió la situación arisca del sector más crítico en dos notables series de naturales, lentos y ligados. Con Enviado haciendo así, el avión a cámara lenta. Ya más gastado al final. El cierre por bernadinas -no había otro palo- fue poca cosa al lado del tremendo espadazo al encuentro. El presidente no consideró la petición; nadie reparó en el toro. Una ovación no más. La vueta al ruedo fue para LD. Que entre Ombú el año pasado y Enviado en el presente le han marcado el futuro.

Cuando llegó la hora de Pablo Aguado, cobró cuerpo la sensación de que el toro de la corrida de Montalvo ya se había ido. Qué mal aficionado es Dios. Otras hechuras más bastas portaba el cinqueño tercero. Que flaquearía, pero que entre todos lo enviaron para dentro con empeño. El sobrero de Luis Algarra también traía los cinco años cumplidos. O pasados. Y un galán de noche en la cabeza. Atropelló a Aguado al vencerse en el capote y le provocó un daño incalculable en la rodilla. Nada al lado de lo que pudo ser el volteretón en mitad de la faena. Cuando el de Algarra, que no humillaba y pasaba sin convicción ni sincera entrega, se le paró en medio de la suerte: el volteretón fue estratosférico y la paliza en el suelo, brutal. Milagrosamente intacto, volvió a ponerse por esa mano derecha, esbozando a su altura trazos inacabados del concepto que enloqueció Sevilla. Con la espada siguió el infierno por los sótanos…

Al cinqueño cuarto le faltó fuelle y potencia en su buena condición. Ginés se pasó de insistencia y otra vez brilló su espada. Y el quinto se hacía una mole de 650 kilos no mal construida. La sorpresa es que se movía más y mejor de lo esperado. Pese a sus limitaciones volumétricas. La persistencia de Luis David sólo amplió la impaciencia por ver a Aguado.

¡Y cómo lo vio Madrid! A última hora, los relojes parados, el viento quieto, sólo la brisa: Pablo volteó la plaza en cuatro trazos, en una obertura de faena de caricias y cadencias. Un cambio de mano por delante a muleta girada resucitó mitos. Desde Antonio Bienvenida a Pepín Martín Vázquez. Ese cuerpo en compañía, esa naturalidad en su derecha, esa forma de torear, esas muñecas que dicen y vacían el toreo. Como desgarran entrañas. El escaso celo del bondadoso y redondo sexto montalvo se hacía arcilla en su izquierda desnuda, en su yemas sentidas, en los vuelos mecidos. Una sinfonía de 20 muletazos a compás. Y una espada para olvidar. Da igual: Madrid, rendida, ya ha visto a Aguado.

Las claves de Moncholi

madrid_180519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:14 (editor externo)