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Plaza de Toros de Las Ventas

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Domingo, 19 de mayo de 2013

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Fermín Bohórquez y Carmen Segovia (4º) (de distinta presentación, con buen juego).

Diestros:

Juan Bautista: silencio y oreja.

Juan del Álamo: saludos y oreja.

Diego Silveti: oreja con protestas y silencio.

Entrada: casi lleno.

Crónicas de la prensa: El País, El Mundo, La Razón.

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

En el tercer toro se abrieron los cielos y empezaron a caer bolas de granizo como puños. Y lo que son las cosas, parece que ahí empezó a cambiar todo. Diego Silveti en medio del diluvio le echó casta y valentía y eso le valió para cortar una oreja. Que no hubo muchos pases de calidad, qué más da: el toreo es emoción, sentimiento… Y hasta la metereología juega. La oreja estuvo bien dada. Como lo estuvo la de Juan Bautista, tal vez por debajo del excelente toro de Carmen Segovia que remendó el festejo, pero que dío los mejores naturales de la tarde. Y también estuvo bien la oreja a Juan del Álamo, dispuesto toda la corrida a triunfar como fuera. Una plaza no pierde categoría por dar orejas en determinados momentos de catarsis física o metereológica, como se produjo ayer. Eso sí, las comparaciones son odiosas y se les han negado orejas a otros con más méritos en este ciclo isidril. Pero claro ayer no había ni pitos ni protestas en el 7. Los Murubes de Bohórquez sirvieron más que otras muchas ganaderías de postín. Ah, y un recuerdo al maestro Pepe Luis, qué persona, que humildad, qué educación…y qué artista más grande.

El País

Por Antonio Lorca. En recuerdo de Pepe Luis

Cuando finalizaba la corrida llega la noticia de la muerte de Pepe Luis, uno de los maestros de la tauromaquia más grandes de la historia. Ha muerto en su Sevilla, cumplidos los noventa años, con la vista y el oído marchitos, pero con la idea del arte en su cabeza como fue capaz de expresarlo en las plazas de toros y en este mismo periódico hace unos meses. Pepe Luis Vázquez, armonía, belleza y gloria reza el azulejo que lo recuerda en la plaza de las Ventas. Nunca un epitafio fue más acertado.

Con el recuerdo imperecedero a uno de los artistas más emblemáticos, vaya por delante otra de las noticias de la tarde: un torero se sintió como tal y lanceó a la verónica maravillosamente. Se llama Juan del Álamo y, tras recibir al quinto de la tarde, con dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, lo embarcó de verdad, bajó las manos, templó, se gustó, ganó terreno en cada lance y dibujó seis verónicas sencillamente extraordinarias que cerró con dos espléndidas medias y dejó a todo el mundo boquiabierto. Lo mejor de lo que va de feria, sin ningún género de dudas. Toreo puro, toreo de verdad, toreo para exquisitos. El mejor homenaje que pueda tener Pepe Luis.

Y todo eso ocurría con el piso totalmente embarrado después de que cayera una amplia muestra de lo que pudo ser el diluvio universal. ¡Cómo granizó, madre mía! ¡Qué forma de llover! Fue aquello un bombardeo infernal que comenzó cuando el tercer toro iba al caballo y duró una eternidad que provocó la lógica estampida en los tendidos. La tarde se fue ennegreciendo desde que se abrió el paseíllo; truenos y relámpagos se intercambiaban protagonismo para anunciar el aguacero. Y llegó, vaya que sí llegó, y llovió de forma torrencial, como si no hubiera llovido nunca.

Pero, héte aquí, que el agua tiene una virtud vivífica. Fastidia, y de qué manera, los cuerpos, pero entona el espíritu. Fomenta la generosidad de las almas y dinamiza la ilusión de los toreros. Lo cierto es que la corrida había sido un tostón hasta que comenzó a llover. De hecho, y contra todo pronóstico, se cortaron tres orejas que pudieron ser más si ayudan los toros.

Silveti quitó por gaoneras y Bautista por chicuelinas cuando arreciaba la tormenta en ese tercer toro. Y el mexicano brindó al empapado respetable, citó por un pase cambiado por la espalda, y mientras la granizada era una cortina de pedruscos, el torero, muy entregado, consiguió algunas tandas airosas que fueron muy jaleadas. Cuando mató de pinchazo y una estocada casi entera le concedieron un generoso trofeo que supo más a recompensa por su entereza y decisión que por el buen toreo. No pudo redondear su tarde porque el sexto era una mula parda, hundido en su falta de casta, que no le permitió volver a las andadas.

También cortó oreja Juan Bautista, otro torero que se transfiguró con la lluvia. Nada hizo que llamara la atención ante su soso primero, pero se rehizo en el cuarto, el más potable de la corrida, y entre la lluvia y el fango, consiguió dos buenas tandas de naturales en las que brilló más la encastada nobleza del toro que la hondura de los muletazos, pero acompañó bien la embestida y dio la mejor imagen de sí mismo. Si se hubiera colocado mejor, si se hubiera cruzado, hoy estaríamos hablando, quizá, de una gran faena. De cualquier modo, vale decir que no desmereció la calidad de su oponente.

Y la sorpresa llegó de la mano de Juan del Álamo, poco toreado, que deslumbró con esas verónicas antológicas —ya era hora de que viera torear en esta feria— y se esforzó en una primera tanda de redondos que supieron a gloria. El fuelle del toro se acabó pronto, y destacó, sobre todo, la entrega del torero que alargó innecesariamente la faena con las típicas bernardinas que se han convertido, junto a las manoletinas, en la enseña del toreo moderno. Se esforzó ante el segundo, de poca clase, de escaso recorrido y sin humillar nunca, al que hilvanó una faena poco conjuntada, no exenta de disposición.

Lo que son las cosas: era uno de los carteles más modestos de la feria y ha saltado la sorpresa del toreo en plenitud, y la resurrección de tres toreros que se transfiguraron con el bautizo de una granizada infernal.

Hubo resbalones, pero ningún torero sufrió percance alguno; todos se vinieron arriba como en las mejores tardes; y hubo ocasión de ver a un Silveti enardecido y empujado por muchos compatriotas; a un Del Álamo, llamado a mejores empresas después de demostrar que lleva el toreo clásico en la cabeza, y a un Bautista en su plenitud.

La nota de tristeza la puso la noticia de la muerte de Pepe Luis Vázquez, que había sido hasta ese momento, el mejor referente vivo de los grandes maestros de la historia. Con Pepe Luis se va toda una época, y perdurará para siempre el recuerdo de su gracia sevillana, de su magisterio, de una historia plagada de sentimiento torero.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una buena tarde de toros de Bautista, Del Álamo y Silveti

Tarde de paz. La tormenta solo en el cielo. Amenazaban los truenos. Y de vez en cuando amagó el granizo. El toro de Fermín Bohórquez que estrenaba la corrida era una maravilla de hechuras. Muy fino. Manseó de salida. Se le picó lo justo y humilló poco. Bautista no encontró gas, muy aséptico y al hilo. Más alto era el segundo, algo acarnerado y de lomo quebrado.

Se emplazó de entrada antes de que Juan del Álamo lo torease estupendamente a la verónica hasta el mismo platillo. Allí la media. Al caballo embistió pegando quiebros. Difícil de picar. Un quite de Diego Silveti fue la carta de presentación de sus credenciales. Soberbios los delantales. Respondió Del Álamo por cordobinas. Juan de Salamanca lo entendió en la media distancia desde un inicio que desprendió un cambio de mano y una trincherilla. Sobre la mano izquierda y a su altura el torero se acopló por esa mano.

Comprobó que si le bajaba la mano el toro le protestaría. Así que apostó por aprovechar las inercias, muy abierto con el toro. Por la derecha el toro no dio tanto de sí. Y el motor se apagó sin distancia. Se tiró a matar de verdad. Lastima de lo tendida que quedó la espada. El toro se tapaba la muerte para descabellar. Escuchó una ovación. Los más listos no le dejaron saludar. Ya ves. Cuando tocó el turno de Diego Silveti el cielo abrió las compuertas.

Una granizada de fuerza cinco. Bestial. Silleto el murube de Bohorquez. Bueno el saludo del mexicano a la verónica. Truenos y relámpagos. Lloviendo piedras. Las gaoneras del biznieto del Tigre de Guanajuato, nieto del Tigrillo, hijo de David, con la suerte cargada, fueron superiores. No importó que el ruedo se hubiera convertido en una laguna. A los medios se fue Silveti a brindar y a clavarse en los péndulos de su tío Alejandro. Pesaba la muleta. No importó. Por la derecha Diego corrió la mano. El toro no terminaba de humillar. Pero valía para estar con esa determinación. Por el izquierdo humilló menos. Empezó a caer el fondo del noble de Bohórquez. Las bernadinas, una de ellas cambiada, emotivas de verdad. Caía la mundial. Ni se inmutó Silveti. Pinchazo y media estocada en todo lo alto. Oreja meritísima.

El cuarto era un remiendo de Carmen Segovia de estupendo son. Mucha cara. Buenas hechuras y cuajadas. Juan Bautista desde el prólogo genuflexo con la muleta en la izquierda se sintió torero. “Lanzavientos” lo hacía por las dos manos. Mejor al natural. Bautista se relajó con caída de hombros y lo toreó con suavidad. Una naturalidad abandonada en las líneas naturales del toro. La muleta empapada. Menos eco en redondo. Sutil todo. Menos la contundente estocada. Por si misma valía la petición y la consecuente oreja.

Del Álamo salió a por todas. Vaya hechuras del quinto. Y cómo colocaba la cara en el capote. Juan lo lanceó de purísima madre a la verónica tras dos largas cambiadas de rodillas. Picó estupendo Óscar Bernal. Y Juan del Álamo volvió a estar con una cabeza privilegiada. Bien, bien por las dos manos. Muy largo el trazo. Buen toro Navajero II. Pese a su final a la baja. Quizá de faena exacta. Se atracó de toro Juan a la hora de matar. Tardó en echarse el toro. Cayó un aviso inoportuno. Y la oreja en justicia. Le supo administrar tiempos y espacios.

El sexto fue el más pesado y hondo de todos. Y lo acusó. Como si no viese bien de principio, se cruzaba. Se paró en la muleta de Silveti.

La Razón

Por Ismael del Prado. Orejas y entrega bajo el granizo

De la resaca de la encerrona de Talavante a la muerte de Pepe Luis Vázquez. Así, nos plantamos en la undécima de feria. Las Ventas, constante punto de encuentro, escenario de idas y venidas, parada obligada de turistas y epicentro mundial del toreo era ayer más Torre de Babel que nunca. Así lo cantaba el cartel. Un francés, un español y un mexicano. Terna internacional con reses de Fermín Bohórquez, encaste Murube, y un remiendo (4º) de Carmen Segovia, que resultaron en conjunto colaboradores y propicios para el espectáculo.

Primero de los dos cartuchos en Madrid de Juan Bautista que, una vez más, sale vigorizado de su paso por Madrid, donde dos puertas grandes ya le catapultaron sucesivamente a la órbita taurina. Ayer sólo paseó un trofeo del cuarto, toro hondo y con mucha plaza, en el que se desmonteró Curro Robles por su segundo par. La oreja fue recompensa a una faena notable en la composición, con gusto, y que tomó vuelo merced a una buena serie al natural en los medios. Fue la cúspide de la labor del galo que, sin embargo, sí supo mantener el interés con muletazos de bello trazo. Mató de una estocada tan caída como efectiva, que acercó el citado trofeo. Previamente, rompió plaza con un toro que tuvo nobleza y buen fondo, pero le faltó raza. Esa transmisión que da la casta. Bautista lo toreó aseado y sin apreturas, a media altura, dejándolo a su aire. Ni por esas rompió el burel y no tardó en irse por el acero.

Juan del Álamo, que sólo disponía de esta baza para dar el aldabonazo anhelado, recibió a su primero con buenos lances a la verónica. Se lo sacó a los medios pudiendo al animal y con gusto en cada una de ellas. Remató con empaque en la media. Tras replicar el quite por delantales de Silveti con ceñidas cordobinas, se lo sacó a los medios. El pitón bueno era el izquierdo y el charro lo supo ver pronto. Le echó los vuelos de la muleta y la tomó con buen son el animal. Hubo buenos naturales, limpios y corriendo bien la mano, pero el toro tendía a quedarse fuera del embroque, lo que obligaba a Del Álamo a dar dos, tres, pasitos que deslucían ligeramente la ligazón de las tandas. La gente se metió en faena y respondió a las ganas del joven diestro, que finalizó su labor con media docena de manoletinas. Mató de buena estocada para rubricar su quehacer, pero el de Murube no dobló y al salmantino se le enquistó el descabello. Fuerte ovación desde el callejón. Con el mismo entusiasmo se abrió de capote en el quinto, otro toro notable, al que cuajó ya desde el recibo. Verónicas con cadencia y temple para firmar el mejor toreo de capa de lo que va de feria. Peleó con bravura, sobre todo en el segundo encuentro, ante el caballo y permitió el lucimiento de Domingo Siro con los palos. En la muleta, tuvo alegría y transmisión. Del Álamo, con entrega, le logró embarcar en la franela y logró varias tandas de derechazos de entidad. Se volcó con decisión sobre el morrillo y dejó una buena estocada. Oreja.

Profeta en su tierra, Diego Silveti buscó en Madrid darle ambiente a su periplo europeo. No contaba el azteca es con la furia de los elementos. Espectacular la granizada durante la completa lidia de su toro. Lejos de amedrentarse, Silveti fue a por todas. Quitó por ajustadísimas gaoneras y, presto, se fue a los medios para brindar al público. Atornilló las zapatillas y le pegó dos pases cambiados por la espalda, que metieron de inmediato al público en caliente. Continuó su labor Silveti sobre el derecho. Buenos muletazos, con el enorme mérito de resistir sobre un piso cada vez más resbaladizo y lleno de charcos. Las postreras bernadinas, con ese sello tan personal citando muy en largo, convencieron del todo a un público ya para entonces entregado. Pese al pinchazo inicial, el tendido comprendió el titánico esfuerzo de Silveti y le pidió con fuerza una justa oreja. Poco o nada pudo hacer con el sexto, el más deslucido del encierro. Parado y agarrado al piso, Silveti lo intentó en la corta distancia, pero era imposible.

El botín ya estaba en el esportón. Entre el granizo, una oreja de mucho peso, como sus compañeros, en tarde para valientes.


©Imagen: El diestro Diego Silveti durante la faena a su primer toro. | Efe

Madrid Temporada 2013.

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